Atravesaron la atmósfera y se
dirigieron hacia la factoría de los cazas Ala-B rebelde. Había sido construida
entre los cañones que se extendían más allá de las planicies al este del
continente principal, en lo que había sido una antigua mina. En una zona
alejada para evitar miradas indiscretas. Durante el descenso no fueron
molestados por las fuerzas imperiales, a pesar de encontrarse con varios
convoyes con tropas de invasión. Fuertemente escoltados por TIE, naves de descarga de andadores y de asalto Sentinel, que, tras
aterrizar, más allá del perímetro del escudo deflector de la base, habían desplegado
poderosos AT-AT, junto a los rápidos AT-ST.
Aterrizaron en el ocaso del día frente
a la entrada del bunker de mando. En la zona la actividad era febril: dos corbetas CR-90 estaban despegando tras subir a bordo los últimos civiles, junto a varios
transportes medios Gallofree, y algunos cargueros ligeros, que iban a ser
protegidos por un grupo de cazas Ala-D. En los últimos meses Klovan se había
convertido en un lugar seguro para muchos refugiados procedentes de los combates del Borde Exterior y de otros planetas donde la persecución se
había intensificado contra cualquier disidente conocido, real o imaginario. Además,
esta se había vuelto más aleatoria para generar más miedo y acallar cualquier
futura sedición. Todos aquellos que se habían sentido a salvo en aquel mundo, ahora
querían abandonarlo.
El comandante de la base se acercó a
recibirles. Con él estaba Slonda y algunos de los que habían participado en la
incursión a Sucra Dar.
– Me alegro que haya podido salir de
esa estación – le dijo el coronel Noza, a quien había conocido en sus
anteriores visitas. Era un hombre afable, que siempre había mantenido la
convicción de la derrota del Imperio. Por suerte su crónica desorganización era
compensada por su segundo, un organizado klovan que se encontraba a su lado –.
Unos minutos más y no nos encuentra, en cuanto parta la última nave nos
marchamos hacia la ciudad de Ko’tek. Ya solo quedan los soldados del teniente
Slonda.
– Le honra su decisión de quedarse –
le dijo Keegan con sinceridad.
– Ya soy demasiado viejo para ir
correteando por la galaxia – se escusó con una sonrisa, que se truncó ante la
noticia que debía darle –. Pero usted ha de marcharse inmediatamente, acaban de
informarnos que el Executor ha salido del hiperespacio.
» Ha ignorado a la fuerza naval del
almirante Sesfan. Y se dirige directamente hacia aquí – continuó explicando Noza,
que intentaba mantener la calma, pero un cierto tono de alarma se le notaba en
su voz. No por ende una de las naves más poderosas y mejor armadas del arsenal imperial se aproximaba a su posición.
– Entonces no pierda tiempo, coronel.
Yo seré el último en partir.
– ¡Que la Fuerza el acompañe!
– se despidió el veterano oficial, dirigiéndose hacia varios trazadores pesados de Mekuun y un repulsor Kelliak equipado con dos cañones bláster giratorios, que iban a escoltar la caravana de vehículos que
abandonaban el recinto.
– Me alegro de verle – le saludó entonces
Slonda –. Parece que le está cogiendo el gusto a hacer incursiones. ¿Tal vez
quera unirse al regimiento?
– No lo crea – respondió este –. ¿Aún
está Zahn en el planeta?
– Partió hace un rato con el Resplandeciente
cargado de civiles.
– Bien – respondió Keegan,
satisfecho porque este estuviera ya a salvo. Ya que aún estaba lejos de haber
empezado su cometido.
– Hay alguien que le está esperando –
anunció este, dirigiéndose al interior de la instalación. Le acompañaba Noack,
mientras Tedek se quedó junto a la lanzadera Lambda para evaluar
los daños en los alerones y comprobar que podía reparar.
– Si pretende mantener esto,
olvídese – le dijo el clawdite mientras entraban en los pasillos vacíos.
La sensación de urgencia se apreciaba en cada rincón, con cajas y utensilios
descartados y tirados por el suelo en la precipita preparación de la evacuación
de aquel lugar –. Apenas somos media docena, y aunque hubiera un regimiento estas
defensas no detendrían ni a una manada de tauntauns.
– Mi intención nunca ha sido la de
luchar – le respondió al infiltrador, que pareció entirse aliviado.
Llegaron a la sala de mando, que
también estaba desierta, salvo varios guardias y técnicos klovan que estaban
terminando de coordinar los despegues. Junto al holoproyector se
encontraba Colek, el antiguo el sirviente de la senadora Takora, actual
dirigente del planeta y hermano de su esposa.
– Traigo saludos de Takora y Zhell –
le dijo con una sutil reverencia.
– Trasmíteles mi afecto – replicó
Keegan devolviéndole el gesto.
– La Reina se alegró al verte en la
conferencia de oficiales donde convenciste al almirante Sesfan para atacar a la
Esfera de Torpedos.
– Era lo que se tenía que hacer. Esta
ha sido neutralizada, pero el bloqueo se ha iniciado, y la invasión ya ha
empezado – anunció con pesar –. El asedio será prolongado y costoso en vidas y
recursos.
– Estamos preparados para ello,
gracias a ti – respondió este.
» Mi señora me ha pedido que te
entregue esto – anunció haciendo un gesto a uno de los guardias que le
acompañaban y que llevaba un estuche rectangular de madera. Keegan hacía mucho
tiempo que no lo veía. El imroosiano lo abrió, mostrando el viejo juego de shah-tezh con el que su maestro y la senadora Takora jugaban en Coruscant
mientras él esperaba en la sala contigua. Las piezas estaban perfectamente
colocadas en sus huecos, labrados en la madera con su forma. Al extraerlos el
exterior del estuche, abierto, hacía de tablero –. Quería habértelo dado ella
misma, pero está organizando la defensa.
– Es un honor demasiado grande para
mí – respondió abrumado.
– Está convencida que el maestro
Nalok le hubiera gustado que lo tuvieras.
» También te traigo los tres holocrones
que te custodiaba – continuó Colek haciendo otro gesto a otro guardia, que se
adelantó con otra caja –. Zhell cree que ya no están seguros aquí y son
demasiado importantes para que puedan caer en manos de Darth Sidious si el Imperio nos conquista.
– Dale las gracias ambas por
haberlos guardado durante estos años – respondió Keegan haciendo otra
reverencia. Sabía que Zhell tenía razón al intuir la peligrosidad que suponía
que pudieran caer en manos del Emperador, tanto para todos los klovan, como para
la propia Takora y su familia.
– He de regresar a la capital – dijo
Colek esgrimiendo una sonrisa –. Pero antes yo también quería despedirme – hizo
otro gesto al tercer guardia, que le entregó una cesta que al descubrirla
mostró una docena de meilooruns –. No son los del viejo ithoriano,
pero espero que los disfrutes.
– Así lo haré – dijo el adquisidor
cogiendo las piezas de fruta con una sonrisa en los labios.
Colek y su escolta salieron de la
sala de control, junto a los últimos técnicos y se dirigieron por las grutas
subterráneas hacia las pistas ocultas entre los cañones. Allí les esperaba una lanzadera corelliana CSS-1, que sería escoltada por varios cazas Ala-D.
– He de pedirle un favor muy
importante – le dijo ese momento a Noack.
– Lo que necesite – respondió este.
– ¿Podría custodiarme estos objetos?
– dijo señalando al juego de shah-tezh y el estuche con los holocrones –. Y si
me ocurriera algo a mí, ¿podría entregárselos a la princesa Leia Organa de
Alderaan?
– Por supuesto – dijo con humildad.
– Se lo agradezco.
Noack cogió la caja con los
holocrones y por un instante sintió una sensación extraña, como un escalofrío
por todo el cuerpo.
– Lo que ha notado es la Fuerza –
le explicó, dejando perplejo al sargento de marines especiales, antiguo
cocinero y bailarín.
– ¿La Fuerza? – repitió este
perplejo.
– Es el campo de energía creado por
todas las cosas vivas. Nos rodea, nos penetra y mantiene unida a la galaxia –
le explicó con calma –. Y eres sensible a ella. Siempre lo has sido.
» Dile a Tedek que esté preparado para
despegar.
Noack asintió y se marchó pensativo.
– Quien sabe – respondió Keegan. En
la el holograma proyectado se podían ver las fuerzas imperiales desplegándose
cerca de la instalación. También aparecía el súperdestructor de Darth Vader que
atravesaba la atmósfera, que con sus diecinueve kilómetros de largo parecía como
una sombra siniestra.
– El coronel Noza ha preparado la
instalación para su demolición – continuó el clawdite señalando un detonador
remoto que había junto al proyector –. Y yo tengo un Ala-U listo para
partir en cuanto active esto. Escoltaremos a su Lambda.
– Active los explosivos, 90 minutos
de cuenta atrás – ordenó Keegan –. Y desactive los escudos. Usted y sus hombres
partan con el capitán Tedek en la lanzadera imperial, yo me quedaré con el
Ala-U para hacerlo después.
– ¿Va a esperar a que llegue ese
súperdestructor?
El adquisidor observó al clawdite. A
Keegan le agradaba, era tranquilo, y que tenía muy clara la diferencia entre el
bien y el mal, estando dispuesto a morir por el primero. La galaxia necesitaba
a seres como aquel para después de reinado de Lord Sidious.
– Es necesario que me quede –
respondió simplemente.
– Entonces yo me quedaré con usted
para pilotar ese transporte – replicó el infiltrador, que cogió el detonador e
introdujo las claves para activar los explosivos y detonarlos. Salieron a la
superficie, reuniendo a los últimos rebeldes que quedaban. Keegan les indicó su
intención de permanecer hasta la llegada de las tropas imperiales, y que los
supervivientes del Grito de Alderaan, debía partir en la
lanzadera Lambda, ya que disponía del Ala-U con Slonda.
– Creo que hablo por todos –
respondió Tedek adelantándose al resto de sus compañeros –. Pero hemos llegado
hasta aquí junto, debemos irnos juntos.
– Yo no tengo ningún otro sitio al
que ir ahora mismo – replicó Laren Tral, que había acompañado a Slonda y Keegan
en el ataque a Sucra Dar.
Miró al clawdite, que encogió los
hombros. Aquellos rebeldes ya habían tomado su decisión de permanecer allí.
Los andadores AT-AT, con sus más de
veinte metros de alto, habían sido concebidos para intimidar a sus enemigos.
Con sus cuatro grandes patas, el suelo temblaba a cada uno de sus pasos, mucho
antes que estos llegaran o estuvieran al alcance de las armas. Su estructura,
fuertemente blindada, además les proporciona una protección casi para cualquier
arma que pudiera tener la Alianza. Aun así, su amenaza quedaba minimizada ante
la presencia de la gigantesca sombra del súperdestructor Executor.
Este había atravesado la atmósfera, deteniéndose un kilómetro por encima de la
superficie de Klovan, por lo que su forma triangular tapaba el mando de
estrellas suspendidas en el firmamento.
Los rebeldes estaban en el talud que
había sido parte de la trinchera excavada tiempo atrás y formaba parte de las
defensas de la base. Solo faltaban Tedek y un piloto, que estaban a bordo de la
Lambda y el Ala-U, el resto permanecían estirados, con sus armas
preparadas, junto al adquisidor. Aunque este les había advertido que esperaba
no tener que luchar.
– Están cerca – dijo Slonda cuando
además del temblor de la tierra debajo de ellos, producido por cada pisada de
los AT-AT, se le unió el inconfundible chirrío de sus articulaciones mecánicas.
El clawdite se arrastró hasta el borde y observó el horizonte con unos electronbinoculares
–. Se acercan tropas…
– Teniente… Ahora es importante que
siga mis instrucciones – le indicó Keegan que subió hasta su lado, el rebelde
asintió –. Es imprescindible que Noack, con los objetos custodia, se salve. Retire
a los hombres y vayan hasta las lanzaderas, no tendrá otra oportunidad. No mire
atrás. Si puedo los acompañaré, sino es así, márchense ¿Lo ha entendido?
Este volvió a asentir.
Keegan se levantó y subió a la cima
el talud. A unos cien metros había un grupo de saldados de asalto que se habían
adelantado a las gigantescas bestias de acero. Pero a quien realmente esperaba
estaba frente a todos ellos. Su figura, con la capa hondeando al viento, era
siniestra, alta y oscura. No era necesario que hubiera notado la perturbación
la Fuerza por su presencia desde antes que descendido del Executor, para
saber que Lord Dath Vader era la encarnación de la muerte. El adquisidor
rebelde activó el filo verde de su sable de luz.
Esto hizo que el Lord Sith se
adelantara junto a cinco de sus soldados hacia donde estaba Keegan. Ambos se
quedaron unos instantes en silencio, observándose mutuamente, con el silencio
de la noche solo roto por la rítmica respiración mecánica. Aunque de alguna
manera Vader parecía decepcionado, al no ser aquella la misma persona que se
había encontrado en Cymoon 1.
– Entonces será más fácil acabar con
tu vida – contestó la voz sintetizada por un sintetizador de su casco. No había
emoción, ni rabia, ni miedo. Era como una máquina.
– Ese no es mí destino – replicó con
tranquilidad –. Ni el tuyo es matarme, Anakin.
– Ese nombre no significa nada para
mí – respondió el Lord oscuro del Sith, aunque Keegan notó una leve sorpresa y
curiosidad por saber quien era aquel que le conocía. A penas nadie en la
galaxia conocía su antiguo nombre y los escasos jedis que quedaban no le
hubieran llamado de aquella manera tan familiar. Ni Obi-Wan lo había había
así en su último encuentro en la Estrella de la Muerte.
– Como indiquéis, Lord Vader. Pero
una vez te conocí, entre los rascacielos de Coruscant cuando te llamabas
Anakin Skywalker, pero de eso fue en otra vida.
Se produjo un largo silencio entre
los dos en los que ambos se miraron fijamente.
– Creo que te recuerdo – dijo al fin
Vader tras examinar con sus lentes al antiguo padawan que tenía en frente, y buscando
en la memoria de su pasado –. También llegaste más mayor de lo normal al
Templo. Tu maestro, Nalok, me pidió que te enseñara a pilotar spiders...
– Así es – corroboró Keegan – Poco
antes de que fueras a mediar en un conflicto fronterizo en Ansion.
Keegan pensó también en mencionar
que había sido justo antes de que tuviera que proteger a la senadora Amidala,
pero no quiso tensar la cuerda. Había visto aquel encuentro varias veces a
través de las visiones de la Fuerza. Y no siempre terminaba vivo.
– Me pareció que eras muy joven para
aprender – recordó el antiguo caballero Jedi, sin mencionar que a la misma edad
que había ensañado al pasawan él ya competía en las carreras de vainas
en el circuito de Mos Espa.
» Parecías estar asustado por todo.
– En realidad estaba excitado porque
me enseñara el gran Anakin. Todos mis compañeros te admirábamos. Y mi maestro
pensó que ver el gran Planeta Ciudad sería un buen cambio de rutina para mí.
– Tu maestro era un poderoso vidente
de la Fuerza, pero no vio la caída de la Orden Jedi – se jactó el Sith, el cual
no había dejado de empuñar su brillante sable de luz roja sangre.
– Sí que la vio. Pero no era su
destino detenerte, ni a tu maestro, Lord Sidious.
Eso produjo otro momento de silencio
entre ambos, ¿era posible que el poderoso Vader se hubiera sorprendido por
aquella revelación? Aunque a Keegan no le hubiera extrañado. Este había
encabezado el asalto al Templo, matando a muchos de sus antiguos compañeros,
incluso a los más jóvenes aprendices a sangre fría. Para poder obtener el
conocimiento con el que salvar a su amada y a sus hijos, pero solo había
conseguido matarla a ella y al fruto de su amor, condenándole al eterno
sufrimiento. Pudiendo percibir claramente la amargura, la ira y el rencor que
sentía hacia sí mismo por aquello y que presamente era lo alimentaba el Lado Oscuro. ¿Qué efecto le produciría a aquel asesino saber que alguien conocía su
destino y no hizo nada para detenerle?
– Decían que tú también eras capaz
de sentir las visiones de la Fuerza como tu maestro. Dime, antes de que termine
con tu existencia, ¿cuál es mi destino?
– Tu destino... está ligado al de tu
hijo Luke Skywalker.
Keegan alzó la mano donde tenía su
arma desactivada, y lo hizo levitar, dirigiéndoselo hacia el Lord Sith.
– Dile a tu maestro que acabaste con
mi vida – le sugirió el adquisidor –. Y entrégale mí arma como prueba. Mi sino no
está ligado a la lucha entre los Jedi y los Sith. Sino encontrar lo que una vez
se perdió.
El sable llegó a Vader, que lo cogió
con la mano que tenía libre, observándolo durante unos instantes. Luego alzó la
mirada hacia el antiguo padawan. Estaba indefenso sobre el talud, sin armas,
simplemente mirándole. Sentía una perturbación en la Fuerza como solo la notaba
cuando estaba en presencia de alguien entrenado en ella. Pero también advirtió
una pequeña oscuridad en su presencia, no todo era luz en él.
– ¿Qué es eso que una vez se perdió?
– repitió Vader, ya con curiosidad.
– Todavía lo desconozco.
El Sith se giró hacia el grupo de soldados
de asalto que tenía a su alrededor, seis miembros de la Legión 501,
leales soldados del Emperador, que habían sido testigos de aquella
conversación. El más cercano estaba al alcance del cortante filo láser. Mataría a los otros tres antes que sus compañeros pudieran reaccionar.
Pero para cuando lo hicieran ya sería demasiado tarde. No dejaría testigos.
Keegan pudo sentir claramente la
determinación de Vader cuando este sostuvo su sable en la mano. Tenía varios cristales de kyber, por lo que podía construir otro, como había hecho con este tras la Gran Purga. Estos no dejaban de ser herramientas y él apenas lo
utilizaba. Era más poderoso en otras habilidades de la Fuerza. Se giró cuando
la cabeza del primer soldado de asalto era cercenada por el Sith para no dejar
testigos.
Descendió por el talud hacia la
plataforma de aterrizaje, donde estaba la lanzadera Lambda con los
supervivientes de la Grito de Alderaan y el Ala-U de Slonda.
– Vámonos – dijo subiendo al
vehículo del clawdite. A su lado se encontraba Noack con los holocrónes y el juego.
Executor
El gigantesco rostro holográfico de
Palpatine, deformado por el ataque de Mace Windu en Coruscant
años atrás, se proyectaba frente a su arrodillado aprendiz.
– No era Skywalker. Sino un jedi
perdido. Su luz ha sido extinguida, como la de otros antes que él – anunció
mostrando el sable que le había entregado Keegan a modo de prueba de su final.
– Así se hará, maestro.
– Por otro lado, tu almirante ha
hecho un buen trabajo en Klovan. Tal vez tengamos una misión especial para él. (1)
– Sí, mi señor – respondió Vader.
La imagen desapareció, dejando al
Lord Sith en silencio y sumido en sus pensamientos. Su amo le había mentido al
decirle que Padmé había muerto sin dar a luz a su hijo. Después de
descubrir quién era aquel piloto que destruyó la Estrella de la Muerte,
la idea de unirse a su hijo para vencer al Emperador había empezado a formarse
en su mente. Tenía la convicción de encontrarle y seducirle al Lado Oscuro,
para gobernar juntos la galaxia. Y ahora sabía que era posible, aquel antiguo
padawan a quien una vez había enseñado a pilotar, le había confirmado que su
destino estaba al lado de su vástago.
Lord Vader entró en el puente,
encontrando al almirante Ozzel junto a las consolas de comunicaciones,
coordinando la retirada del sistema, ya que el asedio y sometimiento del mismo
iba a dejarse en fuerzas del sector. Además, la impetuosa entrada en la
atmósfera había producido algunos daños leves en el súperdestructor que debían
repararse.
– Ordene a todas naves que lancen
todas las sondas para explorar hasta en el último rincón de la galaxia –
indicó.
– Indicaré a todas las naves de la
escuadra que....
– No me ha entendido almirante Ozzel
– le interrumpió Vader cortante –, he dicho todas naves de la Armada Imperial.
– ¿Todas? – repitió este estupefacto.
– Todas, almirante.
Epilogo
El Jedi Perdido: Equilibrio
Un día después de la Batalla de Endor
Mientras esperaba había estado observando por la ventana los restos de la segunda Estrella de la Muerte, que ahora se encontraban esparcidos en el espacio, orbitando aquel remoto planeta. La presencia de Darth Sidious aún era perceptible. No en vano había sido uno de los seres más poderosos en el uso de la Fuerza y del Lado Oscuro de la historia. En aquel lugar había muerto quien había ordenado asesinar a sus amigos y a su maestro. Y aunque tendría que sentir alegría por el fin del tirano, no era así. No sentía nada. Ni tampoco calma. Tal vez el tiempo había cicatrizado las heridas, tal vez porque la lucha de Palpatine era tan diferente a la suya, que su final no le provocaba ningún sentimiento. Ni bueno, ni malo.
Percibió
como se acercaba por el pasillo. Estaba algo inquieto, pero seguro de sí mismo.
Había llegado de la superficie hacía poco tras incinerar el cuerpo de su padre,
el recuperado jedi Anakin Skywalker. La Fuerza era poderosa en el nuevo caballero, como lo había sido en su
progenitor.
Se
giró cuando la puerta de la pequeña sala de reuniones se abrió. Este se
disculpó por haberle hecho esperar. Keegan observó al joven héroe, antiguo
piloto de la Alianza, destructor de la primera Estrella de la Muerte y héroe de Yavin, futura cabeza visible de la Nueva Orden Jedi. Vestía de negro, algo apropiado. Su mirada de ojos claros era firme,
segura.
Los
dos hombres estaban separados por una mesa, de pie, mirándose, examinándose,
ambos eran poderosos en la Fuerza, pero no había ninguna disputa entre ellos,
más bien un mutuo respeto. Se encontraban a bordo de la nave calamari Hogar Uno que orbitaba alrededor de Endor.
–
Es un honor conocerle – dijo el adquisidor con gran respeto, rompiendo entonces
el silencio que había planeado entre ambos. Este era un keshiano, una
raza casi humana, solo distinguible por sus ojos, algo más grandes y de colores
extraños. En su caso amarillos.
–
El honor es mío en realidad, al estar ante otro caballero Jedi – replicó
alagado Luke Skywalker.
– Nunca
lo fui. Dejé el Templo como un simple padawan – le corrió este esgrimiendo una media sonrisa –. En cambio, la Fuerza
es poderosa en usted y fue entrenado por el mismísimo maestro Yoda. Percibí el
estremecimiento en la Fuerza cuando murió. Me entristeció su final. Con él
murió una parte importante de la historia de galaxia.
–
No me hables de usted. Soy mucho más joven que tú.
–
Como gustes. Maestro.
– Tampoco
soy un maestro.
–
Pero lo serás.
–
No recibí las lecciones en el Templo Jedi como tú – le recordó.
–
Esos días quedan lejos – respondió con nostalgia.
–
Quiero crear una nueva Academia Jedi. Y entrenar a futuros caballeros en los
caminos del lado luminoso – anunció por fin Skywalker, sabía que tenía que ir
rápidamente al asunto que le había hecho reunirse con Keegan después de haberle
estado buscando durante tanto tiempo. Había rumores que un jedi trabajaba para
la Alianza como un adquisidor, pero siempre que trataba de localizarle y
conocerle, este había partido hacía poco o había enviado a otro para la cita.
Era como si le estuviera evitando, hasta que por fin este había pedido verle, justo
después de la batalla que había tenido lugar allí.
–
Es una noble intención.
–
Para eso necesito ayuda. Me gustaría que compartieras tus conocimientos y tu
experiencia.
Keegan
asintió meditabundo. Pero no contestó.
–
Hace años que formas parte de la Alianza. Bail Organa confiaba en tu juicio y deduzco que conocía tu
origen Jedi – continuó Skywalker al ver que su interlocutor se limitaba a
mirarle, asintiendo como única respuesta –. Durante ese tiempo ayudaste a que
la rebelión fuera más fuerte para luchar contra Palpatine y su reino de terror.
Y aunque este ha caído, su Imperio aún es fuerte, solo la guía de unos nuevos Caballeros puede hacer
realidad el resurgimiento de una Nueva República justa y pacífica.
– ¿En
qué podría ayudar al hombre que derrotó al Emperador?
–
En realidad fue mi padre.
–
Quien no lo hubiera podido hacer sin ti. Tú le hiciste recordar lo que era
sentir de nuevo el amor hacia tu madre, y no solo resentimiento e ira por
haberla matado.
»
También noté la muerte de Palpatine – dijo mirando hacia el espacio. Hacía
donde hacía poco se encontraba la estación de batalla que alguien había
denominado “terror tecnológico” y que había sido destruida como su antecesora
por aquella pusilánime rebelión. Y en ese momento se produjo un silencio que
Skywalker no quiso interrumpir al notar que Keegan estaba sumido en sus
recuerdos.
» Y
sí, estuve en el Templo. Allí conocí a otro Skywalker. También estuve el día en
que el Señor del Sith Lord Darth Vader lo atacó, matando a todos mis compañeros y maestros – dijo al fin y en
su profunda mirada Luke pudo notar como los dolorosos recuerdos brotaban en su
mente, trasladándole a un lugar y un momento que de alguna manera nunca había
podido abandonar –. Mi mejor amigo Whie Malreaux murió bajo la hoja de la espada de luz de Vader. Sentí claramente como
su vida se apagaba en un parpadeo.
»
También advertí como Anakin regresaba del Lado
Oscuro para matar a su antiguo amo. Y me alegré por ello.
Así la profecía que una vez vio mi maestro se cumplió finalmente.
Aquella
frase le dijo mirando al hijo de Anakin y esgrimió una sonrisa que este
comprendió que solo había sinceridad en sus palabras.
–
¿Te unirás a mí para crear la nueva Academia Jedi? – insistió Skywalker tras un
corto silencio. No había insistencia en su pregunta. Pero sí quería saber si
podía contar con aquel adquisidor para sus planes de reconstruir lo que había
sido destruido antes de que él naciera.
–
No – respondió Keegan con firmeza, sin atisbo de vacilación.
–
La respuesta es simple. Porque ese no es mi destino.
–
¿Tu destino? – repitió Skywalker desconcertado.
–
Todos tenemos un destino joven Skywalker – le respondió Keegan, usando la misma
manera que Darth Vader en su enfrentamiento en Bespin, provocando que Luke se estremeciera al recordar
aquel momento –. El de Vader era acabar con la orden Jedi y el de Anakin era
regresar del lado Oscuro para traer el equilibrio a la Fuerza eliminando a su
maestro Sidious y terminar con la estirpe de los Sith. El tuyo es crear un nueva Academia Jedi. Y yo
tengo el mío.
–
¿Entonces la decisión es irrevocable? – preguntó con pesar, tras reponerse ante
la negativa.
– Hace
tiempo que descubrí que nadie decide nada.
–
Por lo menos podría conocer el motivo por el que no te unes a mí en la tarea de
crear una nueva Orden – le pidió Skywalker impregnando la pregunta con total
inocencia y curiosidad.
–
Mi maestro fue el venerable maestro sabio Nalok – respondió Keegan mirando de nuevo hacia el infinito. En su mente
podía ver el callejón donde había visto por primera vez a su mentor. Había
sentido algo extraño todo aquel día, se había asustado y como si estuviera
perseguido por alguien o algo, se había escondido en todos los rincones que
conocía. Aun así, una y otra vez notaba como aquello se acercaba. Corrió, como
nunca había corrido, sabiendo de alguna manera que no podía escapar, hasta que
aquella sensación lo atrapó. Recordaba que se había asustado de la cresta ósea que
sobresalía como una vela del cráneo del anx. Creyó que se le acercaba lentamente para convertirse su festín. Hasta
que salió de la penumbra y pudo ver sus ojos. Eran bondadosos y eso le calmó. Y
se sintió estúpido por haber estado huyendo, escondiéndose todo el día. Nalok
le alargó la mano y el niño aterrado la cogió, sabiendo que nunca más estaría
solo.
» Era
conocido por su capacidad de visión de la Fuerza. Era muy anciano cuando se dirigió a Aktuort, el
planeta donde nací, tras verme en una de sus visiones y me llevó al Templo Jedi
como su aprendiz – hablaba lentamente, como si quisiera retener el recuerdo de
aquellos momentos lejanos el máximo tiempo posible –. Fue la primera vez que he
considerado tener un hogar. Pero sé que nunca volveré allí, ya que desapareció
hace tiempo. Lo último que me dijo Nalok, mientras sentía como a mí alrededor
masacraban a mis amigos, era que mi destino estaba ligado a otros y no a la Orden Jedi. Por eso he de
rechazar tu oferta.
»
Solo puedo desearte que la Fuerza te acompañe en tu empeño. Pero sé que no es
necesario, ya que te he visto a la cabeza de la Nueva Orden.
Tras
esto Keegan le hizo una ligera reverencia con la cabeza, un gesto de respeto.
– Y
llegará el día en que mi sable de luz estará a tu lado, maestro Skywalker. Pero hasta entonces, nuestros
destinos avanzan por sendas separadas.
–
Espero que sea pronto.
–
El universo se expande. Ese es un hecho científico. Por tanto, es cambiante.
Siempre en movimiento. Al igual que el destino de cada uno. Pero ese momento
siempre es estático. Mi sable estará a tu lado ese día.
–
Que la Fuerza te acompañe, caballero Keegan – fue la respuesta de Skywalker,
sabedor que la decisión de este se había tomado hacía tiempo.
–
En realidad, yo solo fui un simple padawan.
Le
volvió a corregir Keegan, esgrimiendo por un instante una sonrisa para darle
ánimos y se marchó de la sala sin mirar atrás. (1)
Fin.
Notas
de producción:
(1)
Obviamente
esa nueva misión en la planificación de la invasión de los Nuevos Territorios
en la Vía Láctea, que se desarrolla en el relato del Crossover Star Trek –Star Wars.
(2) Esta escena fue
escrita en junio de 2014, antes del estreno del Episodio VII: El despertarde la Fuerza y obviamente del Episodio VIII: Los últimos jedis. No
la he querido cambiar ya que me parece un epílogo perfecto para nuestro
protagonista. Terminando así la trilogía de relatos en que está involucrado en
la lucha entre el Imperio y la Alianza Rebelde. Ahora ha de emprender la
búsqueda de su destino y de aquello que se perdió.
Según
el nuevo canon Luke Skywalker tiró la toalla después de la destrucción de la Nueva
Academia Jedi que había creado. Ese exilio autoimpuesto en un lugar remoto (y
desconocido) de la galaxia, con la intención que con él muera la Orden Jedi,
rompe todo lo que representa Luke en la trilogía original y le contradice como personaje.
Es la confirmación más rotunda que la trama de esta nueva trilogía es un
auténtico despropósito. ¿Cómo puede asumir él la responsabilidad de algo que
hicieron sus maestros cuarenta años atrás? En todo caso me parece más épico que
la Nueva Academia Jedi tal y como lo hace en Legends, que, aun
habiendo sus altibajos, tiene un desarrollo mucho más interesante que la nueva
trilogía.
Links
relacionados:
Felices fiestas!!!
ResponderEliminarMuchas gracias Santiago!!!
EliminarQue tengas tu también unas felices fiestas!!!
Que disfrutes de los tuyos y no te prives de aquello que más te guste.
Un fuerte saludo!!
Ll. C. H.