Reagrupación
Tercera parte.
USS
Pretorian
A
su madre le había sabido mal su repentina marcha después de tanto tiempo
separados. Aunque Wesley le prometió que aquella noche cenaría con ella, así
como todas las veces que pudiera. Estaba ansioso por estrenar su nuevo cargo y
sobre todo ver su nueva nave. Desde la cabina de la Enterprise la estuvo observando, distinguiendo claramente sus
líneas aerodinámicas, recordándole a un pájaro alargado y con un poderoso y
afilado pico. Antes de partir se sentó en el ordenador y buscó datos sobre la clase Prometheus
y la separación multi-vector de ataque,
quedándose sorprendido ante sus características y prestaciones. Una nave
ciertamente poderosa y muy temible en batalla, como ya habían aprendido
algunos.
Una
hora después de la reunión en el despacho de Picard, se materializaba a bordo
de la Pretorian.
–
La comandante Norel quiere que pase por el puente – le informó el técnico del
transporte –. Su equipaje ya lo he dejado en su cabina.
–
Gracias, Wesley Crusher – le dijo este presentándose.
–
Donal Bar – replicó este estrechándole la mano –. Encantado.
Las
puertas del turboascensor se abrieron y mostraron el amplio puente de la Pretorian. Allí la actividad era febril,
los paneles de circuitos de muchas de las estaciones estaban abiertos, con
oficiales y técnicos trabajando en ellos. Por lo que sabía era una nave muy
compleja técnicamente y en el momento que le dieran los diagramas tendría que
estudiarlos detenidamente. Junto a la consola de navegación, que era larga y
tenía dos asientos, vio que estaba la comandante Norel, una fabrini como mostraban las marcas sobre
su piel. Por lo que había leído en la base de datos había sido la primera
oficial de la Gremlin, destruida durante la defensa de Aldebaran III y que había sido rescatada por la Imhotep, que se había encontrado con el
convoy de evacuación de Beta Antares
y asignada a la Pretorian al llegar a
Laredo.
–
Usted debe de ser Wesley Crusher – le preguntó la comandante al girarse. Se
había quitado la casaca y tan solo llevaba una camisa roja de tirantes.
–
Sí señor. El teni… El capitán Worf me ha dicho que me presentara a usted.
–
Así es. Hasta mañana no tiene ninguna tarea asignada – le explicó –. Pase por
la enfermería para entregar su historial médico y luego ya puede instalarse en
su cabina. Bienvenido a bordo, y alférez, le quiero ver de uniforme la próxima
vez. Nada más.
–
Sí, señor. Gracias comandante – replicó este. Aquellos años alejados de los
pasillos de la Enterprise y de la Academia
habían hecho que su protocolo se oxidara, esperaba que pronto surgiera de forma
espontánea. Si no, estaría perdido. Se retiró y salió del puente.
Norel
se le quedó mirando mientras salía del puente. Apenas una hora antes le había
llamado Worf para informarle de la llegada de un nuevo tripulante. Por supuesto
leyó su historial para saber de quien se trataba y se quedó sorprendida al
enterarse de quien era y lo contradictorio que era su carrera: primero tenía una interesante
experiencia a bordo de la Enterprise-D
sobre todo como piloto. Luego estaba el
incidente de la Academia y de su renuncia a la Flota, sin que se especificaran
bien los motivos. Fríamente lo único bueno era que estaba “recomendado” por el
propio Picard y sus años como alférez provisional, pero había pasado el tiempo
de aquello y se notaba. Aun así no le acababa de gustar demasiado la decisión
de su oficial superior. Pero el klingon era su comandante y si consideraba
adecuado tenerle a bordo, que así fuera.
Cuando
las puertas del turboascensor se cerraron, Norel volvió a su tarea de realinear
los sensores de navegación.
El
trámite de enfermería fue rápido, el médico holográfico Mark le había mirado,
tomado nota y le había recordado cuál era su cabina. Luego se había dirigido
hacia esta.
Salió
del turboascensor y empezó a caminar por el pasillo mientras leía los letreros
de las puertas. Sección siete, cabina tres, teniente Poul Lluc. Cabina cuatro,
alférez Saut; cabina cinco, alférez Herber Taubman. Sección ocho, cabina uno
alférez Dona Nemec…
Al
doblar una esquina se dio de bruces con alguien, cayendo al suelo los dos.
–
¡Perdona! No estaba atento – se apresuró a disculparse Wesley mientras se
incorporaba y le daba la mano para ayudar a levantar a la persona con quien
había chocado. Era una chica más o menos de su edad, vestida con un traje de surf negro muy ajustado. Tenía el pelo
mojado y recogido en una trenza que le caía sobre el hombro y tenía sus ojos verdes
clavados en él. Tenía un aire que le recordaba a algo. Como si la hubiera visto
en otro lugar, pero no podía fijarla en su memoria. Lo que sí podía fijar era
lo hermosa que era.
–
Tú debes de ser Wesley Crusher… – le dijo con visible hostilidad.
–
Sí – cogido desprevenido, fue lo único que pudo balbucear, sorprendido de que
le conociera.
–
Pues esté atento la próxima vez, alférez
¿Lo ha entendido? – y nada más dicho esto cogió la tabla que estaba en
el suelo y le sobrepasó, metiéndose en la cabina más cercana. Wesley se quedó
en medio del pasillo, con la boca abierta.
Encontró
su cabina en la siguiente puerta. Como había dicho el técnico del transporte
sus pertenencias ya estaban allí. No eran muchas: una bolsa con algo de ropa y
algunos recuerdos de su estancia en Dorvan V, así como de la Academia y de la Enterprise.
Ordenó la habitación y se dispuso a volver a la Enterprise para cenar con su madre. Regresó pronto y se puso a
repasar los procedimientos de la Flota que tenía algo oxidados. Así como el
manual de piloto de las naves clase Prometheus.
A la mañana siguiente replicó un
uniforme de su talla. Lo observó estirado en la cama, con un comunicador
reluciente y el pin dorado de alférez. Lo contempló y sintió un escalofrío.
Había dejado la Flota para explorar el universo y expandir sus capacidades.
Ahora regresaba y volvía a vestir con los mismos colores que su padre. Se preguntó sí había hecho
bien. Sabía que sí. El universo estaba unido en un mismo ser. Lo que le
afectaba a uno, el otro también lo notaba. El viento, la hierba, las estrellas
eran todas hermanas, al igual que todos los seres vivos de la galaxia estaban
unidos en el mismo sino de la existencia.
Era
la hora. Se lo puso y se dirigió hacia en puente. Entró a las ochocientas horas
en punto, que aún permanecía con los paneles abiertos y las consolas en
mantenimiento, aunque en esta ocasión la posición de navegación estaba lista para ser usada. Worf ya estaba esperando,
sentado en el centro de la estancia, junto a la comandante Norel.
–
Buenos días, alférez Crusher – le dijo el klingon.
–
Buenos días, señor – replicó este con la mejor sonrisa que tenía.
–
Es hora de comprobar si continúa siendo el piloto que conocí – le indicó Worf
con un ademán señalando la consola de pilotaje. Entonces la volvió a ver. La
misma chica con que se había encontrado la tarde anterior. Llevaba el pelo
recogido, tenía el rostro gélido y la mirada clavada en él. Era teniente junior
–. Le presento al oficial de operaciones de la Pretorian. La teniente Sarah Albert.
–
Un placer teniente – replicó Wes intentado ser agradable. De golpe supo de qué
la conocía. Tragó saliva y su sonrisa se borró de su rostro.
–
Veamos si es tan buen piloto como dicen – dijo esta secamente y le indicó que
se sentara. Y así lo hizo –. Le he preparado una simulación.
–
Sí señor – dijo sentándose. Observó los controles, los había estudiado la noche
anterior. El pilotaje de aquella nave no era más complicado que el de Enterprise que tanto conocía,
exceptuando el momento en que se activaba la separación multi-vector de ataque:
entonces la dificultad se multiplicaba por tres.
–
Primero algo sencillo – dijo Albert presionando unos controles de la consola.
La pantalla cambió y apareció un campo de asteroides –. Ha de atravesar esto y
llegar a la estación situada en el otro extremo. Tiene tres minutos.
Wesley
no dijo nada, se giró hacia los controles y estudió la pantalla de navegación y
la de los sensores. Estos indicaban que se encontraba frente a un cinturón de
asteroides de nivel dos. Debía de haber unos cuantos millones de trozos de roca
flotando por el espacio, residuos de alguna colisión espacial o un planeta que
no había llegado a formarse nunca. Calculó la distancia entre los dos extremos
y empezó a estudiar una ruta para atravesarlos, parecía que el centro era la
ruta más rápida, pero también había una mayor concentración de rocas. Los
extremos estaban más despejados
–
El tiempo está corriendo – advirtió Albert secamente.
Wesley
respiró hondo: ¿quería guerra? Pues la tendría. Conectó los motores de
impulsión y la nave empezó a moverse dentro de la simulación informática.
Activó el escudo deflector al máximo, incrementando el campo en la parte
frontal y penetró en el cinturón de asteroides.
En
la pantalla de navegación podía ver como avanzaba entre las rocas. Parecía
sencillo, estas no se movían… sí, sí que lo hacían. Era un maldito campo de
asteroides errático, dominado por alguna fuerza gravitacional cercana, como una
luna situada por debajo de la esfera planetaria. Empezó a calcular los
vectores, no solo de su propio movimiento, sino también de las rocas que podían
interponerse en su camino. Y había miles.
Estuvo
tentado en utilizar sus capacidades de traveler para atravesar el cinturón,
pero no podía. Si su mentor le había dejado volver era con una sola condición y
era la de no utilizar esa capacidad si no era en una situación de vida o
muerte.
–
Le queda un minuto y no está ni a la mitad del recorrido – le recordó Albert.
Así
que esas tenían. Dejó de mirar la pantalla de navegación y los sensores, colocó
su mano derecha encima del control X-Y de dirección y se concentró en la
panorámica que tenía delante. Y sin titubear empezó a aumentar la velocidad.
0.3, 0.4, 0.5. La Pretorian aceleró
en la simulación, mientras la nave utilizaba sus potentes impulsores RCS de maniobra. Las rocas zumbaban alrededor de la nave
estelar que las esquivaba como si estuviera en una montaña rusa. Subía, se
desviaba de la trayectoria de una, volvía a su rumbo y se deslizaba por debajo
de otra gran roca, para desviarse y esquivar otra más allá a una velocidad de
vértigo entre aquellas rocas movedizas, como algunos otros navegantes las
habían denominado.
–
Medio minuto – indicó Albert.
Wes
aceleró a 0.6 y por poco no choca contra otro fragmento, mientras sobrepasaba a
otro rozando su superficie. Y entonces apareció. Era gigantesca, en forma de
patata y justo en medio de la trayectoria de la Pretorian. Debía virar ciento ochenta grados si no quería morir, en
la simulación. El antiguo alférez honorario de la Enterprise sonrió. Podía oír el débil murmullo procedente de las
estaciones del puente, los técnicos y el resto de tripulantes debía de estar
observando la prueba.
Deslizó
la mano izquierda y aumentó los amortiguadores de inercia a máxima potencia, luego la hizo regresar al control de
impulsión y apagó los motores. La Pretorian
desaceleró de golpe y como atraída mágicamente se deslizó por encima del
asteroide, encontrándose al otro lado boca abajo. En la pantalla podía ver el
observatorio científico y el marcador del cronómetro a 0:00:01. Lo había
logrado.
Hizo
que la nave girara sobre sí misma hasta colocarla en posición horizontal. Luego
se giró hacia Worf, que sonreía ampliamente. Norel parecía satisfecha con algo
de sorpresa en su expresión, estaba claro que para ella había pasado la prueba.
Luego hizo lo propio hacia Albert y la vio completamente seria.
–
Buen truco utilizar la propia gravedad del asteroide – tuvo que admitir.
–
Una vieja maniobra que aprendí del capitán Picard – explicó Wesley.
–
Ahora tendrá que probar su pericia en combate, alférez Crusher – anunció el
klingon –. Y eso no será tan fácil.
Se colocaron en órbita del planeta
de clase M, un lugar rebosante de
formas de vida vegetal y animal, incluyendo unos proto-homínidos que en unos
cuantos miles de años tal vez explorarían la galaxia al igual que ellos. Aquel
planeta, sin importancia había sido estudiado por el viejo maestro de
arqueología de Picard, que había encontrado algunos años atrás poco antes de su
muerte. Luego había tenido que acabar el trabajo empezado por el profesor Richard Galen, llevándole a realizar
uno de los descubrimientos más importantes en la exobiología de la historia de
la galaxia.
Ahora la nueva Enterprise esperaba encontrarse con otros viejos conocidos. Y la
cuestión era saber si estos se presentarían.
– Detecto una nave desocultándose –
indicó Data y en la pantalla apareció como de la nada un pájaro de guerra
romulano.
– Nos están llamando – informó
Daniels.
– En pantalla – ordenó Picard y ante
él apareció Galathon sentado en el
puente de su nave –. Me alegro de volverle a ver, comandante.
– Yo también me alegro, capitán
Picard – respondió el romulano –. Y le agradará saber que ha encontrado otros
en nuestra situación.
– Comandante, les invito a bordo de
la Enterprise. Donde podremos hablar
con comodidad – le ofreció Picard.
En el observatorio se sentaron los
seis comandantes de las naves de guerra romulanas. Estaban encabezados por
Galathon, que estaba a la derecha de Picard, así como otro antiguo adversario,
el comandante Sirol, con el que se
habían encontrado en el sistema Devolin
mientras buscaban la nave desaparecida USS Pegasus.
– Caballeros, bienvenidos a bordo de
la Enterprise – comenzó el anfitrión
–. No es el momento de discursos, todos nos encontramos en la misma
circunstancia y justo antes del ataque del Imperio Galáctico luchábamos codo con codo contra el Dominion. Ahora debemos estar unidos frente a este enemigo
procedente del exterior de la galaxia. Para ello les ofrezco los limitados
recursos con que contamos.
– La Flota Estelar ha sido tan
aniquilada como la Armada Romulana –
interrumpió uno de los oficiales, el comandante D’Vin que llevaba en el cuello
el símbolo del Tal’Shiar, el temido servicio de seguridad romulano –. ¿Qué
ayuda nos puede ofrecer usted?
– Hemos de luchar unidos – intervino
Galathon –. Poco importa los recursos que tengamos nosotros o que posea la
Federación. Capitán, prosiga.
– Un grupo de naves estelares nos
hemos reunido y nos estamos reorganizando para resistir la invasión del
Imperio. Por ahora todavía buscamos otras que hayan sobrevivido, para acumular
fuerzas y seguir luchando. La única forma de vencer es reunir todos los
supervivientes que hayan quedado de las grandes potencias de nuestra galaxia.
Es algo que nos atañe a todos y si cada uno va por caminos distintos, al final
fracasaremos. Si luchamos juntos, con estrategias conjuntas, apoyándonos unos a
otros, estoy seguro que al final venceremos.
– Un discurso muy hermoso –
prosiguió D’Vin a la defensiva –. ¿Pero cómo pretende vencer ese enemigo?
¿Acaso la Federación tiene alguna arma escondida en algún lugar del cuadrante?
¿Una oculta flota de ataque tal vez?
– No, comandante – respondió Picard
–. Sé que venceremos porque tan solo el pensar lo que ocurriría si fracasamos a
nuestros ciudadanos, me estremezco.
– Si he venido hasta aquí
no ha sido para discutir – intervino el oficial más joven de todos con un tono
agresivo. A Picard le era familiar, pero no podía recordar donde le había visto
antes –. Me parece una pérdida de tiempo estúpida. Todos hemos visto nuestras
ciudades reducidas a escombros. Por lo menos yo sí. Y en ese momento juré que
lucharía hasta que el último soldado Imperial haya sido expulsado de esta
galaxia o moriría en el intento. Cualquiera que lleve el mismo uniforme que yo
y no desee lo mismo, tendría que quitárselo. Ya nos aliamos con la Federación
para luchar contra el Dominion. Ahora me uniría a los Fundadores para luchar contra ese Imperio Galáctico si fuera
necesario.
– El mayor ha expresado muy bien el sentimiento
de todos, claro está – le replicó Sirol que se giró hacia su anfitrión humano
–. Capitán Picard, creo que hablo en nombre de todos los presentes para decir
que nuestras naves se unirán a su grupo. A nosotros no nos corresponde discutir
sobre el uso del sistema de ocultación, eso se lo dejaremos a nuestros dirigentes
cuando llegue el momento – puntualizó mirando a D’Vin y evitando que este pudiera
utilizar aquel punto para continuar con la discusión con Picard –. Pero mantendremos
nuestra independencia táctica. Me refiero a la posibilidad de regresar a
nuestro territorio en cualquier momento, claro está. Propongo al comandante
Galathon para que sea nuestro enlace, ya que fue él quien contactó con usted y
nos encontró a nosotros.
– No tendría inconveniente – asintió
Galathon.
– Bien, vayamos a las cuestiones
prácticas – comentó Picard, que explicó a grandes rasgos lo que era el
Operativo Omega y los dispositivos para borrar las coordenadas de navegación.
Ante la resistencia de varios de los comandantes, Galathon se ofreció a
comprobar la compatibilidad del sistema y poco después concluyó la reunión.
Al salir de esta, Galathon se quedó
para poder hablar con Picard.
– Sé que hay otros grupos de
supervivientes repartidos por todo el Imperio – le explicó el romulano en el
despacho de Picard minutos después –. Sospecho que D’Vin conocen el número y
ubicación de por lo menos uno o dos de ellos. Estoy en una situación
complicada, capitán. En estos momentos la política dentro de los supervivientes
de nuestro Imperio es más agresiva que antes de la invasión. Las diferentes
facciones luchan por controlar el mayor número de efectivos y recursos. Estos
son pocos y el Tal’Shiar parece tener ventaja.
– ¿Y en que facción está usted? – le
preguntó Picard ofreciéndole una taza de té.
– Yo siempre abogué por una alianza
contra el Dominion – explicó el romulano con tranquilidad –. Y eso me causó
bastantes problemas hasta que el senador Vreenak descubrió sus verdaderos planes. No soy lo que la Federación
denominaría un oficial típico romualno, capitán Picard. Es decir: aislacionista
y belicista. Me gusta conocer cosas de otras culturas, soy al igual que usted
aficionado a la arqueología. Conozco la forma en que el universo teje sus
ramificaciones entre las destinas razas y mundos. Irremediablemente unidos y
separados por años luz.
– ¿Tal vez piensa como los
reunificadores? – preguntó osado
Picard.
– No soy tan radical –
replicó esbozándose una sonrisa burlona –. No me mal interprete, conozco sus
teorías y aunque haya una base genética entre vulcanos y romulanos al proceder
del mismo pueblo, hace ya mucho tiempo que nuestros caminos discurren de manea
muy distinta en muchos aspectos. Un acercamiento, más que una unificación sería
más… lógica – puntualizó con la otra sonrisa, marcando la palabra que definía
la filosofía de los vulcanos.
» Además soy un patriota,
me educaron para serlo y lo soy. Pero como he dicho me gusta conocer a otras
gentes. Una vez leí uno de sus autores más universales, un tal Shakespeare. Muy
interesante. E instructivo para conocer mejor la psicología terrestre.
– También le recomendaría
a Molière – comentó Picard citando
al gran dramaturgo que había pretendido hacer reír a la gente honrada –. Y yo
tendría que leer algo más de su literatura romulana.
– Si quiere le puedo dejar
unos cuantos ejemplares muy interesantes – dijo dejando la taza de té sobre la
mesa, luego miró a su anfitrión con un semblante más serio –. Picard, usted y
yo nos comprendemos. No me fío de D’Vin. No he acabado de fiarme nunca del Tal’Shiar.
Creo que han protegido demasiado al Imperio y mire lo que nos ha ocurrido. Y la
verdad, estos no se fiarán de mí. Incluso diría que está aquí para controlarme.
No sé cuántos comandantes estarán conmigo para cuando llegue el momento y
llegará… Les conozco bien. Entonces necesitaré su ayuda.
» Pero no me conteste
ahora – prosiguió Galathon esgrimiendo una sonrisa irónica antes de que Picard
dijera nada –. Hágalo cuando esté seguro de mis intenciones.
USS Defiant
Habían partido de Laredo para
encontrarse con Damar, según habían
planeado poco después del ataque que había sufrido la Federación por parte del
Imperio Galáctico. Con los motores ya reparados gracias a las instalaciones
traídas de Beta Antares, habían viajado a máxima velocidad sin detectar
presencia enemiga, aunque habían evitado los sistemas habitables. Ahora,
mientras esperaba Sisko estaba sentado en el puente pensando en los
acontecimientos de los últimos meses. Todo había sucedido muy rápido y en el
fondo no había acabado de asimilarlo. Y lo peor de todo era que no había tenido
noticias de Kasidy ni Jake. Habían
sido evacuados de Deep Space Nine y lo último que sabía de ellos era que la Xhosa
se encontraba en Dreon VII en el
momento de la invasión. Kasidy era una mujer de recursos, aun así Benjamin
estaba preocupado, ya que ahora era la mujer de un oficial de la Flota, ¿y si
el Imperio la buscaba? Era una idea horrible que no se podía quitar de la
mente.
– Benjamin – le dijo Ezri
interrumpiéndole en su meditación.
– ¿Qué quieres Viejo Hombre? – le preguntó Sisko.
– Después de la cita, nadie notará
si nos retrasamos un día o dos – comentó en un susurro. Sisko la miró
sorprendido –. Y estarás más tranquilo. Y yo también. Estamos cerca.
Sisko esgrimió una sonrisa de
complicidad, tal vez por fuera no se pareciera no se parecía en nada al aventurero embajador trill que conoció
en su juventud, pero Dax continuaba siendo era capaz de descubrir lo que
pensaba tan solo con mirarle.
– Detecto una nave aproximándose –
informó Nog desde su posición de piloto –. Una nave de ataque del jem’hadar.
– Ya han llegado nuestros amigos –
comentó Sisko. Poco después Damar y Garak
se transportaban a bordo.
– Encontramos a varios oficiales que
se unieron a nosotros – explicó el legado Damar en el comedor –.
Desgraciadamente hay pocos que me sean leales. O fueron asesinados por el
Dominion o Broca les ha comprado o
hecho desaparecer.
» Arrasó Cardassia Prime para consolidar el poder sobre la Unión – comentó
lleno de ira, frustración e impotencia al recordarlo –. Y como destruyó a las
fuerzas del Dominion, mi pueblo le aclama como su nuevo líder y se olvida de
sus ochocientos millones de víctimas.
» Aun así la 2ª Orden de gul Macet estaría dispuesta a unirse a nosotros, eran
los soldados de Dukat y este le puso a su mando cuando pactó con el Dominion,
pero fue diezmada durante la guerra. He quedado en encontrarme con gul Jasad que intentará reunir otras
naves de la 4ª Orden. No son muchos,
pero Broca tampoco está seguro en su posición actual. Las naves de la 8ª Orden que ocuparon diversos planetas
más allá de la Zona Desmilitarizada
actuaban bajo la dirección de gul Benil,
y no de él. Lo único que le mantiene en el poder son las ayudas que recibe por
parte del Imperio y de esa fama, que su propagando no deja de recordar, de derrotar
al Dominion.
– Y la fama dura quince minutos –
intervino Garak –. O por lo menos eso es lo que ustedes dicen.
– Yo he tenido un poco de más suerte
– comentó Sisko, que explicó a grandes rasgos el grupo formado en Laredo y el
Operativo Omega –. La presidenta Troi me ha pedido que le exprese su voluntad
para formar una alianza y luchar juntos en esta nueva guerra. Aunque nuestros
enemigos sean algo distintos.
– No capitán Sisko. En eso se
equivoca – replicó Damar con vehemencia –. Son el mismo enemigo, pero con
diferente máscara. Lucharé junto a ustedes, no porque cuando el Imperio sea
derrotado, Broca caería, sino porque este y ese Palpatine son la misma cara de la moneda de la tiranía. No solo
quiero una cardassia libre, quiere una cardassia mejor, por nuestros hijos…
porque estos no tengan que morir por discursos de falsos nacionalismo y
promesas emponzoñadas.
– Nuestros recursos son también
limitados – admitió Sisko, sabiendo que la invasión de los planetas de la Zona
Desmilitarizada significaba que los cardassianos iban a seguir la misma
política imperialista de antaño –, pero si luchamos coordinados haremos mucho
más daño.
– Comprenderán que en este momento
he de estar en Cardassia – continuó Damar –. No puedo dejar que Broca no sienta
mi presencia. Sugiero por tanto que Garak sea mi enlace con ustedes. Conoce
todos mis contactos y procedimientos.
Sisko miró a Garak, que asintió con
una amplia sonrisa en su rostro. El capitán no supo si eso era bueno o malo.
Por lo menos ya le conocía y le tendría controlado.
El Persilla
Habían salido del hiperespacio en
las proximidades del cuásar Murasaki
varios días antes que las otras naves que se había adelantado al resto. A
Bashir le preocupaba los continuos saltos que estaban haciendo y su falta de
conocimientos sobre aquella tecnología. Aunque uno de los ingenieros, un joven
teniente benzita, parecía aprender
con rapidez y había averiguado el funcionamiento de diversos equipos
indispensables de la nave.
– A esta velocidad tardaremos un día
en llegar – indicó el piloto, un alférez vulcano
que también había aprendido a leer el básico
y se desenvolvía bastante bien con los controles.
– Tampoco tenemos prisa – le
contestó Shelby observando la nube
verde en forma de torbellino que ocupaba toda la pantalla. Durante el siglo
anterior las naves estelares estaban bajo órdenes permanentes de estudiar
formaciones como esa. En su segundo año en la Academia recordaba haber
realizado un profundo estudio en las clases de astrofísica sobre el Efecto
Murasaki: su concentración de ionización negativa llegaba a afectar a casi todo
el sector, si aún recordaba bien tenía concentración iónica negativa de
1,64x109 metros, con longitud de onda 370 ångström y unos armónicos altos a lo
largo de todo el espectro. Pero había escogido aquel fenómeno porque le parecía
visualmente hermoso.
» Cuando lleguemos nos ocultaremos
en las coordenadas que convinimos con Riley.
Sus efectos electromagnéticos impedirán que seamos detectados.
–
¡Por los Profetas! – indicó Kira –. Una nave descamuflándose.
–
Comuníquense con ella, rápido – ordenó Shelby, que ya podía ver
a la pequeña nave de la clase Sabre enfilada directamente hacia
ellos –. ¡Aquí la capitana Shelby de la USS Sutherland a bordo de una nave imperial capturada! No disparen, somos oficiales
de la flota. ¡Repito, no abran fuego!
En
aquel momento la pequeña nave les esquivó pasando a pocos metros del casco del galeón espacial.
–
Aquí el capitán Nugal de la nave estelar Hawk – respondieron segundos después
–. Prepárense para ser abordados.
–
¡Otra vez! – comentó Bashir y unos minutos después se transportaban en el
puente un puñado oficiales de seguridad bien armados.
–
Soy el teniente Ssberccroft – se presentó un ktarian con una pistola phaser en la mano que al comprobar quien le rodeaba la guardó –. Han tenido
suerte, estábamos a punto de enviar esta nave al infierno.
–
Me alegro de que no lo hicieran. Soy la capitana Shelby.
– El resto de naves están de camino,
nosotros nos adelantarnos.
–
¿Más naves?
–
Me gustaría hablar con su capitán.
–
Por supuesto, señor.
Dreon VII
La
colonia bajorana parecía tranquila,
en la superficie era de noche y las calles estaban desiertas, por eso el
pequeño grupo avanzaba despacio, esquivando las luces de las farolas. Desde la
órbita no había detectado presencia del Imperio, ni naves, ni bases. Claro que
Dreon VII no era un lugar exactamente importante, la mayoría de sus habitantes
eran granjeros y había muy poca industria.
Se
detuvieron frente a una casa, tenía un muro alto y una gran puerta de madera
que estaba cerrada, la abrieron y entraron en el jardín, atravesándolo sin
detenerse. Frente a la casa principal, Sisko se quitó la capucha y llamó a la
puerta. Instantes después un bajorano de unos cincuenta años y de generosa
complexión la abrió.
–
¡Emisario! – exclamó, tras el sobresalto miró a derecha e izquierda y luego
hizo un ademán indicándoles que entraran –. ¡Rápido!
Aquella
era la casa de Keeve Falor un viejo
conocido de Kasidy. Este había ayudado a conseguido unos años atrás un contrato
de transporte con el Ministerio de Comercio bajorano. Era un respetado líder durante los tiempos de la
ocupación y había estado en los campos de refugiados de Valo II, donde había conocido a Kasidy, quien les había llevado en
muchas ocasiones suministros y trasportado cartas hasta la misma Bajor. Tras la
ocupación, Keeve había sido nombrado ministro del Gobierno Provisional, pero al poco tiempo había abandonado la
política cansado de las intrigas para retirarse en Dreon.
–
¡Está vivo! – exclamó Keeve después de cerrar la puerta –. Venga, por favor.
Les
condujo hacia la cocina y al entrar encontraron a un buen número de familias de
los tripulantes de Deep Space Nine y
la Defiant.
–
¡Jake! – exclamó Benjamin al ver a su hijo entre estos. El joven y alto Sisko
se levantó y corrió hacia su padre, abrazándole con fuerza –. ¡Jake!
–
¡Papa! Pensamos lo peor – dijo este sin dejar de abrazarle.
–
¿Y Kasidy? – preguntó al separarse, Benjamin rebosaba felicidad.
–
Se fue con el Imperio – le contestó Jake, sabiendo que le echaba a su padre un jarro
de agua fría.
–
¿Qué? – fue lo único que pudo decir, mil pensamientos cruzaron su mente en ese
momento y ninguno bueno.
–
Está bien. No te preocupes por ella – explicó Jake –. Cuando llegaron
requisaron la Xhosa y ella se marchó con ellos. Dijo que era la única cosa
que le quedaba en el universo y no quería que el Imperio se apoderara de ella
también. Además tampoco quiso dejar solos a su tripulación. Nos mandó un
mensaje hace unos días, parece que han requisado todos los cargueros del sector
y ahora está transportando material de un lado a otro. No cree que sepan quién
es.
–
¿Estás seguro de que está bien?
–
Kasidy sabe cuidarse, papá.
–
Lo sé – respondió resignado y volvió a abrazar a su hijo.
Al
separarse miró a su alrededor y vio como Miles O’Brien abrazaba al mismo tiempo
a Keiko, Molly y Kirayoshi que
llevaba en brazos. Todos los hijos del teniente Vilix’pran que revoloteaban alrededor de sus padres fundidos
también en otro abrazo. Por lo menos varias familias sí estaban unidas.
–
Jake – le llamó entonces Ezri –. ¿Sabes lo que le ocurrió a Julian?
–
Le hicieron prisionero. Lo siento – contestó este apenado –. A Kira también. No
hemos sabido nada más de ellos.
El Annihilator
Vantorel
contempló la alargada mesa donde estaban sentados la mayoría de los oficiales
bajo su mando. El Annihilator, su
nave insignia, había regresado al cuartel general del vasto sector que tenía
bajo su control: Bajor. En aquel
hermoso planeta, situado estratégicamente en el centro de los territorios de
las diferentes razas que todavía no habían invadido: los breen, los tzenkethi y
los talarianos y en frente a él los cardassianos.
Pero aquella noche no se permitía
pensar en aquellos temas. Aquella cena era de celebración por las conquistas y
por las condecoraciones repartidas poco antes. Alrededor de la mesa estaban sus
mejores hombres: el capitán Valorum la única persona en el
universo que Vantorel podía llamar amigo. Dardel, a quien había conocido cuando
era un asustado cadete a bordo de su primera nave y que ahora mandaba una
escuadra de ataque. Moizisch, otro joven oficial que había apadrinado y bajo su
ala lo había logrado la capitanía de un destructor estelar. O el viejo Fusch,
quien al mando de su veterano destructor clase Legacy se había enfrentado
contra el jem’hadar en Kora II, para después barrer
literalmente la mayoría de bases estelares de su sector. Así como otros
capitanes de destructores: Talon Gruna, Fixer Cabbel o Lar Becan. También
estaban muchos miembros de su estado mayor, encabezado por el capitán Adel, su
ayudante y mano derecha. Así como oficiales de enlace o jefes de departamento
como los mayores Jorak y Tom Sak y el responsable de sus unidades planetarias y
un magnífico estratega en su terreno el general Hewitt, comandante del 22º
Grupo de Ejército, sus fuerzas de invasión terrestre. También estaba el general
Lepira del ubictorado, con el que
había entablado una gran amistad en los últimos años y que sorprendentemente había aceptado la invitación. Era extraño que se
juntara con el resto de oficiales, pero había accedido a cenar con ellos
aquella noche.
Debido a la envergadura y lo
especial de aquella misión, había podido escoger cuidadosamente a todos los
oficiales bajo su mando. Logrando de esa manera apartar a la mayoría de los
inútiles y ascender a hombres válidos y competentes, deseosos de servir al
Nuevo Orden. La mayoría habían ascendido gracias a él y les había enseñado a
pensar como un equipo compacto y coherente, lo cual era algo realmente poco
usual. Pero como la mayoría de las cosas que atañía a los Nuevos Territorios
era todo inusual. Como poco habitual era la camaradería que se vivía entre
aquellos oficiales, pero que Vantorel pensaba que fomentar la cooperación entre
ellos aumentando su eficacia.
El
almirante se levantó e hizo sonar su copa de cristal con su cuchillo. Las
conversaciones de sus oficiales cesaron y todos le miraron expectantes.
–
Señores el Gran Moff Daran me ha pedido que les transmita sus felicitaciones
por el trabajo que han realizado. Yo les doy las mías: felicidades… – un
murmullo de alegría se elevó entre estos, hasta el punto que Vantorel tuvo que
volver a hacer chocar el cristal de su copa con el cuchillo –. Aún no había
acabado… – y unas carcajadas estallaron en el silencio, cuando estas por fin
los achispados oficiales callaron, su superior prosiguió.
»
A lo largo de mi carrera he soportado la inutilidad de muchos soldados.
Estupideces que han costado vidas y alargado batallas. Por suerte, ninguno de
estos se encuentra hoy aquí. Les seleccioné para esta misión, y me siento
satisfecho de todos… Bueno, tal vez el capitán Fusch podría haberse esmerado un
poco más, pero nadie es perfecto – dicho lo cual estallaron de nuevo
carcajadas, mientras Fusch se enrojecía detrás de su copa de vino bajorano –. Pero a pesar de todo,
estoy orgulloso de ustedes. De todos y sin excepción. Son los mejores oficiales
con los que he servido y si hoy se acabara el universo, moriría satisfecho.
»
¡Por ustedes señores! – exclamó alzando la copa y el resto de oficiales le
acompañaron alzándose y levantándose la suya en un alarido de júbilo
»
¡Por la marina Imperial! – volvió a exclamar y el grito se elevó de nuevo.
»
¡Por el ejército Imperial! – y por tercera vez levantaron sus copas.
–
¡Por el Almirante Vantorel! ¡El mejor oficial del Imperio! – exclamó
entonces Fusch y en un grito aún más
fuerte que los anteriores, sus compañeros repitieron el brindis.
–
¡Por el Almirante Vantorel! ¡El mejor oficial del Imperio!
–
¡Larga vida a Vantorel!
–
¡Larga vida al Emperador!
–
¡Larga vida al Imperio!
–
¡Larga vida a Vantorel!
–
¡Larga vida a Vantorel!
–
Muchas gracias – dijo Vantorel aplacando los vítores –. Pero no pienso subirles
el sueldo – lo que provocó otra tanda de carcajadas.
La
cena se alargó varias horas y tras esta la mayoría de sus asistentes se
retiraron a una sala donde les esperaban exóticas chicas de compañía de aquella
galaxia.
Continuará…