sábado, 28 de julio de 2018

El Jedi perdido 2 - Rayo de Esperanza 2


El Resplandeciente

            Le parecía extraño que ahora, cuando se encontraba a bordo de una nave, en el espacio profundo, era el momento en que se sintiera más relajado. Nunca había sido un oficial de la marina, y para él aquel solo era un lugar donde se encontraba mientras se trasladaba de un planeta a otro. Nunca se había sentido atraído por la inmensidad de la galaxia, de esas parpadeantes estrellas que brillaban en la oscuridad, de sus misterios, ni de sus secretos. Para él era un vacío anodino e irrelevante que debía atravesar de vez en cuando.
            Pero ahora deseaba estar entre la inmensidad de las estrellas. Entre su silencio y su tranquilidad perpetua. ¿Tal vez se sentía a salvo? Era absurdo, más bien era una sensación de serenidad que había mucho tiempo que no sentía.
            Abrió el datapad que contenía la carta de Jonua y volvió a leerla. Se la habían entregado en su última parada en la base de Dantooine y procedía del mundo refugio de Santuario. En ella el muchacho le explicaba lo que le habían ensañado en la escuela, y como durante algunas las tardes, tras salir de clase, se unía a las tripulaciones de pescadores que se internaban en los verdes océanos para capturar los peces que usaban para hacer las conservas que enviaban como suministros alimenticios al resto de la rebelión. O las veces que ayudaba en las fábricas de manufactura de los uniformes, usando las variantes de algas de las rocosas islas del planeta. Zhan, (1) al releerla, se alegró no usar aquellos uniformes, ya que más de un soldado se había quejado de no poder sacarse de encima el olor a pescado. La misiva terminaba con otra suplicaba para que le llevara con él a bordo de aquella nave. Desde hacía un tiempo todas sus cartas eran iguales: le explicaba su férrea voluntad de luchar contra el Imperio Galáctico que había exterminado a sus padres y hermanos. De su convicción de alzar de nuevo una República democrática, justa y pacífica. Y del hastío cada vez mayor que sentía de la colonia donde vivía. Decía que no tenía quejas de la familia que le estaba cuidado, pero que deseaba luchar con todas sus fuerzas a su lado contra la tiranía que se había adueñado de la galaxia.
            Le escribiría una respuesta muy parecida a la que ya le había mandado antes: que su momento llegaría, pero debía de educarse, estudiar y convertirse en un adulto fuerte para luchar contra su enemigo. No podía hacer nada más. El chico había sido uno de los pocos supervivientes de un pequeño enclave donde vivían familias refugiadas. Mientras que él acababa de perder a la única persona que había amado en su vida. De alguna manera sus destinos se unieron. Conocía bien la naturaleza humana y la de alguna que otra especie alienígena. Y sabía que el chico le observaba como el padre que había perdido aquel día. Pero él no era su padre. Ni su tío lejano. Jonua tenía 12 años y en su corazón ardía el deseo de venganza. Aunque quisiera darle la razón, solo sería carne de cañón. Además, ¿llevarlo a dónde? El Resplandeciente era una nave pequeña, un antiguo crucero de la clase Consular diseñado originalmente para el traslado de diplomáticos por toda la galaxia. Hacía un año que lo había adquirido en Tatooine y lo habían acondicionado para servir en el departamento de señales de la Inteligencia rebelde. Apenas superaba los cien metros de largo y contaba con una heterogenia tripulación de nueve seres, la mayoría de ellos alienígenas que se habían unido a la rebelión por los más diversos motivos. Aquello no era vida para un chico, apenas un niño, con demasiadas ansias por morir a manos de las profesionales fuerzas militares de Palpatine.
            La puerta se abrió y entró Seeriu Ajaan, el oficial de navegación iktotchi. Su aspecto, con los dos cuernos que le sobresalían de la cabeza, descendiendo hasta los hombros, no dejaba de asemejarse a las arcaicas creencias humanas de criaturas infernales. Sus ojos avellana se centraron durante unos segundos en Zhan y luego en el datapad que había dejado sobre la mesa. Y este supo que las características telépatas de aquel ser habían captado los sentimientos que le había despertado releer la carta de Jonua. Por un instante se sintió desnudo y la rabia se extendió por su interior al sentirse examinado por Ajaan.
            – Hemos recibido nuevas órdenes – indicó rápidamente volviendo a mirar a Zhan –. Tenemos que dirigirnos al sistema Tierfon.
            Zhan se preguntó porque se lo indicaba. Él era un mero asesor de la inteligencia. En realidad el iktotchi posiblemente ni le consideraba un desertor legítimo como otros que nutrían las filas rebeldes. Aunque realmente le daba igual lo que pensaran de él. Aun así parecía esforzarse en considerarle el oficial al mando del Resplandeciente. Y aquella contradicción era lo que le irritaba de Ajaan: no se fiaba de él, pero le obedecía como si él tuviera algún tipo de autoridad. ¿Tal vez por eso le permitía que siempre le sondeara telepáticamente o simplemente ya le daba igual?
            – Saltemos al hiperespacio cuando la nave esté lista – indicó Zhan.
            El iktotchi asintió y abandonó el salón comedor situado en el centro de la nave. El antiguo oficial de la inteligencia imperial, conocido como el Ubictorado, sacó del bolsillo una de las píldoras rojas que siempre llevaba y tras servirse un poco más de licor gralish, la tragó junto al líquido verdiazul. Las cartas de Jonua siempre le hacían recordar sucesos que deseaba olvidar y eso le provocaba un molesto dolor de cabeza. Y la única manera de que este desapareciera era una de aquellas pastillas rojas que le había recetado el doctor Sel’Sabagno. Al cabo de un rato se sentiría mejor y podría volver a interpretar su papel de oficial rebelde que luchaba contra el Imperio de Palpatine.


Puesto avanzado de Tierfon

            El puesto avanzado de Tierfon era una base escavada en el interior de un barranco, donde se encontraba la entrada para cazas y pequeños cargueros. En el interior de la roca horadada, en lo más profundo del complejo, se encontraba el centro de mando. Allí se había reunido los oficiales superiores de las siete naves de combate de participarían en el ataque, así como de los cuatro escuadrones de cazas espaciales asignados a la acción, el general Cracken y dos adquisidores, que lideraban la parte planetaria de la operación. Junto a estos estaban los dos oficiales que a las órdenes de este, se encargarían de captar las comunicaciones enemigas.
            Gara esbozó el plan mostrando los movimientos esperados de las fuerzas que protegían el sistema Pas’jaso en el proyector holográfico. Cuando terminó, Zhan pensó que la idea del ataque era buena y si el Imperio actuaba como se esperaba, todo saldría bien. Cracken, como buen oficial de inteligencia, además quería aprovechar la situación para comprobar y supervisar su respuesta, y con mucha, mucha suerte, interceptar sus códigos. Pas’jaso se encontraba en el borde del Núcleo Galáctico, por lo que era un lugar ideal para estudiar las comunicaciones y el tiempo de reacción dentro de su territorio, que ellos creían controlar completamente. Lo que permitiría conocer mejor su respuesta en futuras operaciones, tal vez más ambiciosas y que erosionaran el todo poderoso poder de Palpatine.
            Cuando terminó la sesión informativa Zhan, vestido con un uniforme negro, fue el primero en salir de la sala de control. Ajaan se encargaría de obtener los datos que necesitaría para llevar a cabo su misión de observación. Desde hacía tiempo se había acostumbrado a la soledad que le daba el Resplandeciente, conocía a su pequeña tripulación, estos le toleraban y realmente no necesitaba más. En cambio en aquella base estaba rodeado de desconocidos, algunos de los cuales podían conocer su pasado, algo que ocurría con mucha asiduidad, y no soportaba sus miradas inquisitoriales. Como si pudiera leer sus mentes sabía que se preguntaba si realmente era un desertor o si aún continuaba trabajando para el ubictorado. Se dirigió hacia los ascensores y ascendió hacia la superficie que se extendía por encima de las subterráneas instalaciones rebeldes.
            Salió del bunker de acceso y observó la débil línea de defensa que consistía en unas trincheras y varias baterías láser anti-infantería DF.9. Se dirigió a la planicie donde había varias naves de pequeño tamaño, así como los cazas que no habían cabido en el hangar principal de la caverna. Uno de ellos era un carguero ligero corelliano que tenía tres potentes motores en la popa. En la rampa de acceso frontal un clawdite estaba discutiendo con un siniestro droide sonda de Arakyd, al que le habían pintado el símbolo de la rebelión en su casco, que levitaba y se movía como si estuviera enfurruñado. «¡No puedes venir a esta misión, tu presencia levantaría sospechas…!» le estaba diciendo ante varios soldados que hacían guardia, fascinados y temerosos de tener una de aquellas temibles máquinas creadas para servir al Emperador. Pensó en lo locos que estaban todos ellos. ¿Cómo creían poder hacer frente a un ataque imperial con aquellas paupérrimas defensas formadas por equipo capturado u obsoleto como los cazas ARC-170 (2) posados al otro lado del campo de aterrizaje? 
            Apartó aquel pensamiento de la mente y se dirigió al vetusto crucero diplomático de la clase Consular. Otros técnicos que iban desde las naves a la base le saludaron con respeto. Ellos no conocían su historia, no sabían que unos años antes les hubiera torturado sin piedad para extraerles la localización de aquella base. Claro que aquello quedaba muy lejos del sistema Tierfon, de aquel puesto avanzado de cazas, de aquella insignificante base rebelde. Quedaba a un abismo de distancia.
            Se aceró al Resplandeciente, que se encontraba prácticamente vacío. Casi toda la tripulación había desembarcado y estaba en las instalaciones del puesto avanzado. No es que fueran un casino de lujo, pero eran una distracción más que interesante comparada con las paredes de la vieja nave, ahora convertida en un espía silencioso, que se pasaba largas misiones estacionada en el espacio profundo, en algún punto cercano a una ruta de patrulla o a algún sistema importante, observando, catalogando, escuchando conversaciones que no podía descodificar, esperando que algún técnico inepto descuidara los protocolos de seguridad y permitiera una transmisión en abierto, lo suficientemente interesante como para proporcionar alguna información útil a la rebelión. Lo cual era tan improbable, como que Palpatine cometiera un error que le llevara a su destrucción.
            A bordo solo encontró, sentado en el acceso de la nave, al joven alférez Al-Ger-To, el criptógrafo cereano que con su complejo cerebro binario jugaba con una figura geométrica de numerosos colores y formas. Era el encargado de las comunicaciones y su misión era escuchar y clasificar los mensajes interceptados. Aun así los sistemas de descodificación que poseían eran antiguos y rudimentarios, por lo que se limitaban a buscar una hendidura en el severo protocolo que les permitiera vencer la ingente maquinaria imperial. Al-Ger-To asintió cuando Zhan pasó por su lado sin prestarle mucha atención y este se dirigió hacia su cabina. Allí sacó la botella de licor gralish y se sirvió un vaso. Estaba previsto que despegaran al día siguiente, así que aún tenía treinta horas de descanso antes de volver a imitar la figura de un capitán de aquella pequeña nave espacial.


            Cuando Zhan abandonó la sala de control, el resto de oficiales se agruparon en pequeños grupos y empezaron a hablar de los pormenores de la misión. La mayoría ellos eran veteranos rebeldes, y algunos se conocían entre sí, ya que la flota de la Alianza no era muy numerosa. Aun así tenían ciertas dudas y aquellas sesiones eran ideales para despejarlas. ¿Podrían contar con más apoyo? ¿Qué ocurriría si los planes iniciales no resultaban como estaban previstos? ¿Qué perfiles operativos podrían improvisar una vez cumplieran con su misión?
            Todas aquellas preguntas fueron resueltas por el capitán Gara y cuando se referían a otras partes del plan que no era el ataque naval, por el general Cracken. Aun así este no pudo dejar de observar intrigado al adquisidor Keegan. Era la primera vez que colaboraba con él en una misión, pero conocía su reputación y siempre había oído hablar de él con comentarios muy favorables. Sobre todo en lo que se refería a conseguir equipos difíciles y que sus contactos se extendían por toda la galaxia, tanto entre los bajos fondos, como entre algunos poderosos gobiernos planetarios. También le había proporcionado al general Vernan, el jefe de la Inteligencia Rebelde, un contacto llamado Ronin. Por el momento no se sabía quién era la misteriosa fuente, pero les había entregado valiosos datos sobre despliegues estratégicos y avisos que evitaron caer en varias emboscadas que hubieran resultado desastrosas. Y aunque él había querido investigar más, Vernan solo le había dicho que la fuente tenía la confianza de Keegan y este de Organa, por lo que no era necesario saber más sobre Ronin. (3) Y tras la reunión en Delaya, se había sorprendido el cambio de opinión del prudente Bail Organa tras consultarlo con Keegan. Sabía que el alderaaniano era muy prudente, casi contrario a cualquier acción que pudiera provocar a Palpatine, como aquella misión, pero con un solo comentario de aquel adquisidor el líder de la Alianza había cambiado de idea. Y ahora, durante la reunión su mirada estado clavada todo el rato en Zhan, el antiguo agente de la contrainteligencia del ubictorado que pocos años antes había desertado. En realidad en el único traidor de aquella siniestra organización.
            Apartado del resto, Keegan permaneció en la sala de control hasta que solo quedaron él y el general.
            – ¿Quién era? – le preguntó a Cracken sin más preámbulos.
            – Un antiguo enemigo – respondió el oficial sin necesidad de preguntar a quien se refería –. Y muy peligroso.
            Cracken le explicó que Zhan permanecía a un equipo situado en Eriadu, bajo la tutela del deleznable Gran Moff Tarkin. Los cuales habían conseguido desmantelar numerosos operativos rebeldes en el Borde Exterior. Eran tres jóvenes oficiales que se hacían llamar el Trío de Tarkin y eran muy eficientes. De esa manera el propio Cracken había ideado un plan para infiltrarse entre ellos y desmantelarlo o por lo menos debilitar el grupo. Se decidió enviar a una de sus agentes a enamorar a uno de aquellos hombres. Tarro de miel, se llamaba aquella táctica y había funcionado muy bien con Zhan. Tanto que se había enamorado realmente de ella y una vez descubierta esta por él, le había seguido ayudando. Pero finalmente fueron identificados y capturados. De la agente no se sabía nada, pero a Zhan lo habían logrado rescatar para conocer qué información había podido filtrar al Imperio. Desde entonces Zhan estaba bajo su mando en tareas de baja importancia en la interceptación de comunicaciones.
            – Creo que es mejor ser precavido con gente como esa. Solo está con nosotros porque no hay ningún otro lugar donde podría permanecer a salvo – concluyó Cracken.
            Los oscuros ojos del keshiano se habían clavado en el oficial de la inteligencia durante todo su relato y cuando este finalizó, aun tardó unos segundos en apartarlos. Finalmente asintió pensativo.
            – Gracias, general. Lo que acaba de decirme me ha sido de mucha ayuda – dicho lo cual se salió de la sala.
            Cracken se quedó intrigado, pero se guardó para sí sus pensamientos.


Planeta imperial Pas’jaso

            La sala de conferencias era anodina. De forma circular había una gran mesa también redonda con doce asientos y un holoproyector central. Las paredes eran metálicas y la luz procedía del techo. Era un lugar como miles a lo largo y ancho del Imperio Galáctico, ya que aquel diseño funcional e industrial podía encontrarse en la mayor parte de la galaxia, desde estaciones de combate a guarniciones planetarias o instalaciones gubernamentales.
            Poco a poco los altos oficiales fueron tomando asiento alrededor de la mesa. Frente a cada uno de ellos había un sencillo plafón de control, aunque solo al que correspondía al asiento con el respaldo más alto, era capaz de controlar el holoproyector central. El capitán Vantorel (4) pensó que el motivo de instalar aquellos controles frente a cada una de las sillas, era la intención de crear una ilusión de control sobre el que se sentaba en ellas. Pero que en realidad, esto era una ficción, una mera estratagema e ilusión. Obviamente se guardó para sí aquellos pensamientos.
            Conocía a los asistentes, la mayoría de ellos eran oficiales del sector, la mayoría eran comandantes de naves de combate, como él mismo. Estaban los capitanes Yuron y Neikal del destructor de la clase Imperial: Resplandor y el crucero Virulencia, respectivamente. El primero había sido ascendido a comodoro de manera provisional, tenía fama de sanguinario, muy apreciado por la jerarquía superior por su desmesurada adulación a los políticos, aunque en realidad era un mediocre. El segundo era un oficial corriente, que había ascendido al mando de su Immobilizer 428 tras la repentina muerte de su anterior comandante en un accidente. También estaba el capitán Noglat, un veterano oficial, que por su abultada barriga y su canoso cabello, parecía querer terminar su carrera en un lugar tranquilo. Estaba al mando del vetusto destructor Resolución, de la clase Victory, y había sido el responsable del sistema, junto a un pequeño grupo de otras naves de segundo orden igual que la suya. Según podía observarle, intentaba mantener la compostura, pero quedaba claro su incomodidad: primero por perder el control de la protección de su sistema y después por creerse en un segundo plano tras la asignación del capitán Yuron como comodoro y líder de la pequeña escuadra reunida para defender Pas’jaso. El resto eran oficiales de los dos cruceros clase Strike que participarían en la emboscada.
            También estaba el responsable de inteligencia del OSI, un tipo miope de mente, que llevaba su uniforme blanco descuidado. Había leído su informe y la información sobre el ataque precedía de otro sector, y cuyo oficial era visiblemente más competente. El cual había logrado chantajear al navegante de una corveta corelliana CR90 implicada en el ataque, llamada ridículamente Mar de Esperanza. Estaba claro que el rebelde no había tenido acceso a los datos más importantes de la operación, por lo que estos estaban llenos de lagunas.
            – Como han leído en sus scandocs – empezó diciendo el moff Lodak cuando tomó asiento en la mesa circular. Era un hombre seguro de su posición, enérgico e inflado de ambición que no podía disimular –, nos encontramos ante un ataque de esa terrorista rebelión. Un traidor a estos, nos ha comunicado que pretenden atacar nuestro sistema con una considerable fuerza naval, o lo que es lo mismo: un pusilánime grupo de naves de guerra. Nuestro deber, como leales oficiales del Imperio, es no solo impedir la incursión, sino aplastar a esos terroristas como las chiches de Drunost que son – dijo enfatizando la frase apretando el puño.
            » La demostración será brutal y despiadada, ya que buscamos la destrucción de que cualquiera que ose alzarse contra nuestro amado Emperador solo tiene un destino: morir inútilmente.
            » Según el plan al que hemos tenido acceso, el enemigo aparecerá por la ruta hiperespacial de Coruscant y atacarán nuestra estación de estación de seguimiento lunar, para después destruir las instalaciones orbitales. Las naves de patrulla del sistema las seguirán, como ellos seguro que esperan que hagamos, pero cuando estén sobre la luna, aparecerá el escuadrón del comodoro Yuron con sus destructores y les aniquilarán.
            » ¿Alguna consulta? – preguntó retóricamente Lodak.
            Todos se miraron entre sí, sabedores que nadie osaría replicar al moff, ya que todos conocían sus amistades con influyentes senadores del Centro Imperial y que su paso por Pas’jaso era un simple interludio antes de conseguir el cargo de gran moff y controlar muchos más sectores.
            – ¿Está seguro que el finalidad solo es atacar las instalaciones orbitales del sistema? – preguntó entonces Vantorel –. Sinceramente no tiene mucho sentido. En la superficie se encuentra un centro de almacenamiento de repuestos navales más importante que el resto de objetivos. ¿Por qué no destruirlo antes que el puesto lunar? Su importancia es mucho mayor…
            – Capitán Vantorel – le interrumpió tajante Lodak –. Aprecio su… preocupación. Pero el agente rebelde que nos ha dado la información, como habrá comprobado en su scandoc, nos ha facilitado la orden de batalla original. Desconozco cuales son las ineptas intenciones de esos terroristas, pero sí sé cuál es su objetivo: nuestro puesto de seguimiento en la luna, de eso no hay duda.
            » Aquí no está su mentor, el excelentísimo Lord Darth Vader – dijo con visible desprecio –. Así que desearía que se guardara sus inapropiados comentarios. Dentro de unos días llegará la fuerza rebelde, y espero que esté a bordo de su nave y acate las órdenes del comodoro Yuron, que ha asumido el mando del escuadrón. ¿Lo ha entendido capitán Vantorel?
            – Cristalinamente, moff Lodak – respondió Vantorel asintiendo servil. Había aprendido que era mucho mejor parecer un fiel lacayo que un oficial díscolo. Pero también sabía que a todos les llegaba su tiempo de la Parca.


            Vantorel descendió de la lanzadera personal en el gran hangar principal de su destructor el Aniquilador. A muchos capitanes les gustaba ser recibidos por una guardia personal de los inmaculados soldados de asalto, en algunos casos para satisfacer su ego vanidoso de poder. Otros por su propia seguridad ya que no habían sido pocos los oficiales que habían sucumbido por culpa de un desafortunado accidente. En su caso mantenía el protocolo, pero pensaba que este era innecesario y quería suprimirlo, ya que no lo creía oportuno, ni necesario. Hacía dos años que había recibido el mando del Aniquilador, un reluciente destructor de la clase Imperial II y era algo que solo se lo podía agradecer a lo que podría llamarse su protector: Lord Darth Vader, la mano ejecutora del Emperador. Desde entonces había sido asignado a misiones menores, patrullas dentro del Núcleo Galáctico y una absurda caza de piratas en el borde del Espacio Hutt. Para después de aquello volverle a asignar al Núcleo Galáctico donde el perfil de misiones se limitaba a patrullar sistemas estelares para mostrar el poder del Imperio a sus habitantes y así evitar que tuvieran la tentación de alzarse contra el Nuevo Orden. Estaba seguro que aquellas asignaciones eran el fruto de la xenofobia alienígena que imperaba en el seno de la Armada Imperial. A nadie le gustaba que él, de ascendencia alienígena, tuviera el mando de una de las naves más poderosas y mortíferas de su flota.
            En el hangar, había ido a recibirle era el segundo oficial y amigo, el mayor Zilka Valorum. (5)
            – ¿Cómo ha ido la reunión? – le preguntó este, aunque por la cara que tenía su comandante ya imaginaba que no había ido bien.
            – Lodak es un inepto aun mayor de lo que creía – replicó secamente.
            – Tiene buenos contactos en Coruscant – le recordó Valorum mientras ambos se dirigían hacia el ascensor que les llevaría a la torre de mando –. Fuera de eso nunca se destacó por nada más.
            – Tú también los tienes, y te destacas por mucho más – le recordó su superior.
            – Ser el nieto de Finis Valorum, el último canciller supremo de la Antigua República, no creas que abre muchas puertas – le replicó con calma –. No deja de ser el antecesor de Palpatine en el cargo y su final no fue muy honorable. Te recuerdo que no pudo resolver una crisis con la Federación de Comercio que muchos consideran el preámbulo de lo que al final desencadenó las Guerras Clon. Además nunca he querido usar mi apellido para ganar favores, prefiero hacerlo de la misma manera que tú y yo sabemos hacer mejor: ganárnoslos.
            – Siempre consigo sacarte tu parte más susceptible cuando saco el tema de tu familia, amigo mío. Perdóname – le replicó el capitán del Aniquilador con una leve sonrisa en los labios, pero que se truncó al recordar el plan de Lodak.
            » Aun así, ese moff estúpido ni se ha molestado en escuchar, no sé ni por qué lo intenté – continuó furioso –. El plan rebelde no tiene sentido, salvo que sea una distracción para un ataque al resto del sistema. Eso incluso lo vería una dianoga tuerta.
            » Y por si no solo fuera eso, el despliegue que ha ordenado Yuron es el peor que puedas imaginarte. Si no supiera que es un idiota, diría que trabaja para la Rebelión. Cuando lo veas, no te lo podrás creer.
            – ¿Tan malo es?
            – Peor. Es la demostración que Yuron jamás pisó un aula de estrategia naval, si es que fue a alguna clase alguna vez. Y encima subestima a nuestros adversarios. Estos pueden ser una panda de piratas, pero no les falta valor y más de uno es inteligente. Si entre ellos hay alguno más listo o desesperado de lo normal, dudo que podamos atrapar ni a una cuarta parte de sus fuerzas. Cada vez están mejor coordinados, y liderados. Además la valentía, aunque puede parecer locura, en ocasiones puede ser una cualidad a temer.
            – ¿Vas a hacer algo al respecto?
            – Si Lodak cree que tiene amigos en Coruscant, yo también los tengo. Escribiré un memorándum y lo mandaré.
            – ¿Y crees que servirá de algo? – le preguntó prudente Valorum. Conocía bien a Vantorel y sabía que su amigo se sentía como un rancor encerrado en una cueva, inútil y frustrado, acumulando rabia e impotencia por dejarle apartado de la guerra civil que empezaba a fraguarse en la galaxia con una rebelión cada vez más osada y organizada. Era como un volcán aguantando el magma en su interior, aumentando poco a poco la presión hasta que estallara. Y no deseaba que eso le perjudicara. Por si ni sus contactos pudieran protegerle entonces.
            – No – respondió hastiado –. Pero por lo menos mis objeciones estarán por escrito. Y cuando Lodak y Yuron caigan de cuatro patas ante la clara estrategia rebelde, podré decir que ya lo advertí.
            – Solo te aconsejo prudencia, nada más.
            – Y te lo agradezco – le respondió Vantorel sonriendo con afecto a su primer oficial. Poco después las puertas del ascensor se abrían en los niveles de mando de la torre del destructor, donde esperaban el resto de oficiales del Aniquilador para recibir las últimas instrucciones antes de alejarse de la órbita del planeta.



Continuará…


Notas de producción:
(1) El comandante Zhan es uno de los protagonistas del Crossover Star Trek – Star Wars publicado en este blog. Al escribir las historias de Keegan, aproveché la oportunidad de explicar los antecedentes de este dentro de la Alianza Rebelde.

(2) La historia de la creación de este escuadrón y como se consiguieron los ARC-170, la podéis leer en el relato El Jedi Perdido. Adquisidores.

(3) Para conocer la historia del agente Ronin, misteriosa fuente de la Alianza Rebelde, se ha de leer el relato del USS Spirit. Historia independiente del Crossover Star Trek – Star Wars y que explica la odisea de una nave de la Flota Estelar llegada, tras un accidente, a la galaxia dominada por el Imperio Galáctico.

(4) Como ocurre con Zhan, el personaje de Vantorel es uno de los personajes principales del universo de Star Wars creado para el Crossover Star Trek – Star Wars. Y al igual que él su presencia en los relatos del Jedi Perdido permite profundizar en su pasado como oficial del Imperio.

(5) Al igual que Zhan y Vantorel, Volarum es un personaje aparecido en el Crossover StarTrek – Star Wars. Pero que no pude desarrollarlo como me hubiera gustado, por lo que utilicé esta oportunidad para hacerlo.



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