Reagrupación
Primera parte.
La
Far Star
–
La nave cisterna de nuestro contacto en Naboo
ya está transvasando el combustible en nuestros depósitos. Una vez termine
nuestras reservas de combustible a máxima capacidad – informó el segundo de a
bordo.
–
Gracias Treson – replicó Zahn alzando la vista del informe de ingeniería que
tenía encima de la mesa del pequeño despacho. En él se especificaba los cambios
realizados en su sistema de propulsión hiperespacial: datos y números que para alguien sin conocimientos de
ingeniería sonaban como gruñidos shyriiwook
de los wookiees –. Contacte con la
Alianza, informe que estamos preparados para… el, este superhipersalto – dijo
intentando recordar cómo había nombrado el hermano de su ingeniero a aquellos
cambios.
–
Pediré un caza correo para llevar las especificaciones a los líderes de la
Alianza. El transporte para enviar a Dan Vendrell a un lugar seguro ya está de
camino.
–
Perfecto. ¿Sabemos ya cuánto tiempo estaremos en ese hiperespacio?
–
Según los datos que capturamos en el carguero, varias semanas. Pero nuestro
multiplicador de hiperespacio es más potente. Tal vez menos.
–
Impresionante – reflexionó Zahn en voz alta, sorprendido de poder cruzar el
espacio que separaba dos galaxias en tan poco tiempo –. ¿Cómo está la moral de
la tripulación?
–
Alta. Con ganas de empezar la misión. Saben que es peligrosa y eso les motiva
aún más – explicó Moritz con una sonrisa de complicidad.
–
Inicie los preparativos inmediatamente, en cuanto transfiramos los datos al
caza correo saltaremos.
–
Sí, señor – replicó este y salió de las cabinas de su superior.
Moritz
se dirigió directamente al puente para solicitar un caza correo. No estaban
lejos de una base rebelde, por tanto la nave no tardaría en llegar, que sería
un Ala-Y modificado para dicho uso.
El transporte para llevarse a Dan Vendrell también estaba a punto de reunirse
con ellos. Este había estado trabajando en las modificaciones de la propulsión
de la nave después de desmoronarse psicológicamente al haber sido interrogado
con el aparato que tenía Zahn. Este se lo habían arrebatado al Imperio unos
años antes, cuando empezaron a rastrear la actividad de Daran, el enemigo
jurado de su comandante. Nunca lo habían utilizado hasta aquel momento y aunque
no tenía efectos secundarios, el sujeto sí se daba cuenta que estaba siendo
utilizado contra su voluntad, de manera que el ingeniero, que odiaba a la
Alianza Rebelde, se encontraba abatido, aunque había completado las
modificaciones pertinentes. Mientras trabajaba en estas, su hermano le había
venido a verle para hacerle una petición personal.
–
Me gustaría que lo pudieras llevar a Nueva Alderaan – le dijo sin tapujos, refiriéndose a la colonia secreta que
estaban organizando los supervivientes alderaanos.
Vendrell
era un hombre franco que no solía ir con rodeos, y ese era uno de los motivos
por los que Moritz sentía un gran afecto por el corelliano.
–
¿Estás seguro de ello? – le preguntó el primer oficial.
–
Mi hermano no es una mala persona. Tal solo está profundamente afligido. Su
esposa murió cuando mi sobrino Kodir era un niño y Dan se volcó en él. Al morir
imagino que se sintió desolado, solo, carcomido por el dolor de un padre. Tal
vez en Nueva Alderaan entenderá, con aquellos que padecieron el poder maléfico
de la Estrella de la Muerte, que esta debía de ser destruida a toda
costa. Y que la muerte de su hijo no fue en vano y que no había más remedio que
destruir aquella terrorífica máquina, a pesar de que su hijo estuviera a bordo.
–
Comprendo – respondió Mortiz, sin poder reprimir mirar la holoimágen de su
familia que tenía en su escritorio. Estaría bien poder cerrar una de las
heridas que había causado aquella maldita estación de batalla de Palpatine.
–
Tal vez con el tiempo incluso podría trabajar para la Alianza – reflexionó
Vendrell.
–
Si es la mitad de buen ingeniero de lo que eres tú, ganaremos un gran aliado –
asintió Moritz. Poco después se había comunicado con el teniente Deeve del Servicio de Apoyo de la Alianza para que les enviaran una nave. También había
escrito varias cartas para los miembros del Consejo Alderaaniano explicándoles si situación de Dan Vendrell con
la petición que le ayudaran.
Después
de solicitar el caza correo al técnico de comunicaciones, Moritz se dirigió a
su despacho que estaba situado en la misma cubierta que el puente de mando.
Quería revisar el inventario de los suministros, aunque ya no tenía tiempo para
poder pedir más comida o repuestos, sí quería estar seguro que los que tenían
podían durar todo el viaje. Una vez en los Nuevos Territorios, el término que
había utilizado el Imperio para denominar la nueva galaxia, tenían que ser
autosuficientes o lo que era lo mismo: capturarían al Imperio aquello que
necesitaban.
Se
sentó tras la mesa y conectó la terminal del ordenador. Al lado de este tenía
un holograma con la imagen de su familia. Su esposa y sus tres hijos. El mayor
ahora tendría dieciocho años y el pequeño once. Recordó el momento en que
hicieron aquella fotografía: una excursión al campo poco antes de partir por
última vez de Alderaan. Después de
aquello llegó la Estrella de la Muerte.
Luego
pensó en su comandante. Zahn era extraño, solitario, amargado y al mismo tiempo
frío como el acero. Pero en ocasiones era capaz de sorprenderle: como su
preocupación sobre la moral de la tripulación. Hacía tiempo que servía a su
lado, aun así no se llegaba a acostumbrar a que le diera órdenes un antiguo
oficial imperial, los mismos que habían asesinado a su esposa e hijos. Y se
preguntó si sería capaz de cumplir la orden que el general Madine le había dado personalmente poco después de
asignarle a la Far Star. Miró el
holograma de su familia y deseó que nunca llegara ese momento.
Barkon IV
Era
verano y hacía calor, aun así Gia
continuaba trabajando en el taller que había construido en casa de su padre,
donde conservaba los instrumentos de Jayden,
el Hombre de las Nieves que les había visitado años atrás. No solo los
conservaba, sino que los utilizaba para sus investigaciones.
–
La comida está en la mesa – le anunció supadre entrando en el taller.
– ¡Ahora voy! – respondió esta y entonces notó como la mesa de trabajo estaba vibrando.
Era casi imperceptible, pero poco a poco el temblor fue aumentando el temblor y
los papeles y aparatos que tenía sobre el tablero saltaron como enloquecidos,
mientras las paredes de la estancia se agitaban como si estuvieran siendo
zarandeadas por un huracán. Del exterior se oía un rugido cada vez más
ensordecedor y unos alaridos como si salieran del mismísimo infierno.
Gia
y su padre salieron al jardín y ante su mirada atónita apareció, surgiendo de
las nubes un gigantesco monstruo en forma de ballena. Y como revoloteando a
su alrededor podía ver una especie de grandes insectos sobrevolaron el poblado,
haciendo que los dos barkonianos se
tiraran al suelo aterrorizados. Tenían una esfera en el centro de dos alas
planas que parecía que no se movían y eran tan grandes como el cobertizo.
A
varias miles de metros de donde Gia y su padre se habían tirado al suelo
asustados por la llegada de las tropas imperiales, el capitán Paddock observaba
desde el puente del destructor Geonosis el
despliegue de sus fuerzas.
–
Las primeras tropas han llegado a la superficie – le informó uno de sus
oficiales y este asintió. Las órdenes las habían recibido directamente del gran
moff Daran: debía de ocupar aquel planeta cuyos habitantes aún estaban en la
edad del hierro. Más adelante tenía que proteger el sistema, mientras se
construían una guarnición imperial en la superficie. No le habían dicho
exactamente cual eran los propósitos de aquella misión, tan solo que su secreto
era de la mayor importancia para el futuro de la presencia imperial en los
Nuevos Territorios. Aunque a Paddock poco lo importaba aquello. Tan solo le
importaba cumplir con las órdenes asignadas.
Base Estelar Earhart
El destructor Fearsome, de la clase Imperial, se hallaba en órbita al planeta Earhart, una importante colonia
ahora convertida en montones de cenizas. La batalla se había desarrollado bajo
el mando directo del gran almirante Gorden desde el Conqueror.
La
Flota Estelar se había defendido como una fiera acorralada y sus más de
doscientas naves habían infligido daños considerables de la Armada Imperial. Aun así la batalla
estaba decidida de ante mano y las fuerzas de la Federación fueron acorraladas cerca de su luna, donde la aplastante
potencia de fuego del superdestructor
les había barrido de las estrellas para siempre.
Ahora
el Fearsome
reparaba los daños sufridos durante el combate, al tiempo que desplegaba las
unidades de tierra para ocupar toda la colonia.
–
Capitán Ilbrol – le llamó uno de sus técnicos –. Hemos detectado la salida del
hiperespacio de un transporte no autorizado.
–
¿Dónde?
–
En la cuadrícula 23, señor – respondió este mientras daba las órdenes al
ordenador para identificarlo –. Es una fragata Galeón Espacial, su número de
registro está asignado a la 2ª Flota logística.
–
Justo entre los restos de la batalla – reflexionó Ilbrol –. Abra comunicación.
–
No responden – replicó el técnico poco después –. Parece que ha sufrido daños
en el casco. Es posible que haya sido atacado.
–
Siga intentando comunicarse con él.
–
Está cambiando de rumbo, se aleja.
–
Que la fragata Morbal le intercepte –
ordenó Ilbrol siguiendo el protocolo.
–
Está a punto de saltar al hiperespacio... Le hemos perdido, señor.
–
Otro día será – replicó Ilbrol, que tenía ya suficientes problemas reparando
los daños que le había causado la flota estelar como para preocuparse por una
nave que posiblemente se hubiera equivocado en el cálculo astrométrico en las coordenadas de salida. Lo cual no era
raro en aquel lugar extraño y desconocido. Él mismo había ordenado confirmar
tres veces los cálculos de salto hiperespacial. Pensó por unos instantes en no
informar y evitar así la reprimenda que recibiría aquel desdichado capitán,
pero las normas estaban para cumplirlas y no se podían hacer excepciones. La
excepción se convertiría en la regla y todo sería un caos, como durante el
final de la Antigua República donde nada estaba unificado, ni reglamentado, ni
era nada tan sencillo como obedecer órdenes –. Informe del incidente al Alto
Mando.
–
Sí señor.
El
Persilla
La nave salió del hiperespacio allí
donde tenían previsto: justo frente a la BaseEstelar Earhart. Lo que no estaba
previsto era lo que se encontraron allí. Justo frente de ellos podían ver los
pedazos retorcidos de lo que quedaba de la fuerza de Shanthi.
– Esa es el Magellan – indicó Shelby refiriéndose a lo que antes
había sido el plato de una nave de la clase Galaxy, en un horrible déjà vu de lo que había presenciado años
atrás en los resto de la batalla de Lobo 359 a bordo de la Enterprise-D –.
Y esa la Potter y la G’mat.
– ¿Esa no es la Veracruz? – preguntó Peterson
de la Hornet profundamente afectado ya que había servido a bordo.
– Hemos de salir de aquí – se
apresuró Odo a indicar.
– Ahora calculo otra ruta – replicó
Bashir que empezó a introducir los cálculos que realizaba en su cabeza. No
tenía mucha importancia el lugar a donde dirigirse, mientras salieran de allí.
– Nos están llamando – indicó un
oficial desde una de las consolas.
– No responda – indicó Shelby –.
Piloto empiece a virar, en cuando el doctor Bashir indique, saltaremos.
– Una nave se aproxima – indicó Kira
desde su consola.
– Ya está – anunció Bashir y
segundos después aceleraban de nuevo para entrar en el hiperespacio.
Un silencio sepulcral se apoderó del
puente del Persilla cuando la
pantalla se convirtió en un remolino de luz. Ante sus ojos acababa de pasar la
última oportunidad de unirse a una resistencia organizaban y lo sabían. También
sabían que estaban solos, a bordo de una nave extraña, rodeados por un enemigo
que parecía invencible ante todas las potencias a las que se habían enfrentado.
¿Cómo lograrían vencerlos?
– ¿Qué haremos ahora? – preguntó
Shaakar rompiendo el silencio.
– Hemos de buscar más
supervivientes. Ha de haber – replicó Bashir.
– ¿Adónde nos dirigimos? – preguntó
Shelby.
– He invertido las coordenadas.
– No podemos volver al lugar de
dónde venimos, allí no hay nada – indicó el capitana de la Sutherland.
– Deberíamos utilizar el transmisor
klingon e intentar localizar a otros – indicó Shaakar –. Lo modificaremos para que no puedan localizarnos. Ya lo
hicimos cuando estábamos en la resistencia bajorana.
– Estoy de acuerdo – asintió Shelby
–. Doctor Bashir, detenga la nave. Si los imperiales nos han identificado no
esperarán que nos escondamos tan cerca de Earhart.
Poco después el galeón espacial
salía del hiperespacio, deteniéndose no muy lejos de una estrella gigante
blanca.
– Parece un buen lugar para
refugiarnos – indicó Kira. E instantes después la Persilla viraba hacia el brillante punto en el firmamento.
– Tardaremos un par de horas en
llegar – confirmó el piloto.
– Detecto una nave aproximándose a
gran velocidad – indicó poco después uno de los técnicos.
– Es de los nuestros – indicó Shelby
–. ¡Activen el transmisor!
La señal, transmitida por las
frecuencias klingon de emergencia, previamente grabada fue emitida desde el Persilla indicando que la nave estaba
llena de oficiales capturados en Bajor
que habían tomado el control del galeón y apresando a su tripulación.
– ¡Están contestando!
– Abra comunicación. Soy la capitana
Elizabeth Shelby de la nave estelar Sutherland.
Estamos muy contentos de verles – dijo al tiempo que una nave de la clase Akira
aparecía frente al Persilla, con su
torre de armamento repleta de torpedos de fotones, colocada directamente frente del puente.
– Espero que no crean que es una
trampa – indicó Odo.
–
Aquí el capitán Piort Sergeyevich
Shatilov de la USS Akula. Me alegro
de oírles, prepárense para recibir un equipo de misión a bordo.
Segundos
después un napean empuñando una pistola phaser se materializó en el
puente junto a varios oficiales de seguridad armados con rifles compresores. El napean observó quien estaba en el puente y
cuando captó gracias a su telepatía
que estaba rodeado de verdaderos integrantes de la flota, bajó el arma.
–
Lo sentimos señor, pero teníamos que comprobarlo – justificó el oficial, que
presionó su comunicador –. Capitán, todo despejado.
–
Muy bien teniente – replicó Shatilov
por el comunicador y poco después se materializaba a bordo del Persilla. Era un hombre alto, de ojos
azules, enrojecidos por el cansancio y que lucía una barba de varios días.
–
Es un honor poderle estrechar la mano, capitán – se adelantó Shelby.
–
Tuvieron suerte – replicó Shatilov –. Estuvimos a punto de disparar contra
ustedes.
– Doy gracias a los profetas porque
no lo hiciera – intervino entonces Shaakar.
– Le presento al primer ministro
bajorano – indicó Shelby – La mayor Kira, primer oficial de Deep Space Nine, el doctor Bashir y el condestable Odo, también de DS9.
– Así que usted es el cambiante – dijo Shatilov observando a
Odo con detenimiento. En su mirada no había el odio que en ocasiones había
percibido en algunas personas, más bien curiosidad.
– ¿Proceden de la Base Estelar Earhart? – intervino Bashir entonces.
– No, tanto el Challenger como mi nave
procedemos del sistema Canopus. Allí
luchamos contra los imperiales, pero nos retiramos tras la pérdida de la Odele,
la Copernicus
y otras cinco naves. Nos dirigíamos hacia Earhart cuando se produjo el ataque –
explicó Shatilov –. Luego encontramos otras dos que sí habían podido escapar de
la batalla. Estamos en estos momentos reparándolas. Parece que fue una
carnicería.
– Sí, hemos visto los restos
flotando cerca del planeta – comentó Shelby –. ¿Cómo se desarrolló la batalla?
– Según nos han dicho los
supervivientes de la Monarch y de la John Kelly el enemigo surgió en una
amplia formación de ataque, su eje estaba dominada por una nave de diecinueve
kilómetros de largo. Shanthi había reunido doscientas setenta y seis naves y
unas cuarenta klingons bajo el mando del general Chu’vok. Estas estaban ocultas y debían aparecer durante la batalla para
reforzar las líneas. Pero el enemigo concentró su fuego contra estas
destruyendo muchas antes incluso de poder desactivas sus sistemas de ocultación
y alzar sus escudos.
– Pensaba que el Dominion era el único capaz de detectar
las naves ocultas – le interrumpió Shelby sorprendida por aquella noticia.
– Ahora también ese Imperio
Galáctico. Nuestras líneas fueron diezmadas una tras otra y al final nuestras
fuerzas se encontraron acorraladas. Entonces Shanthi ordenó romper la formación
y que cada una se retirara como pudiera. Sabemos que por lo menos una veintena
o tal vez más pudieron salir de la ratonera.
USS Enterprise-E
– Detecto varias naves entrando en
la Parcela Espinosa – informó Data.
– ¿Cuál es su número? – preguntó
Picard.
– Seis, señor. Identifico a la Rhode Island, la Defant, el Charleston, la Azanty y la Hippocrates.
La quinta nave no es de la flota, un transporte de pasajeros, clase Whorfin.
– Salúdeles señor Daniels – ordenó Picard levantándose de
su silla de mando. Estaba satisfecho y contento de ver un número de naves
estelares más numeroso del que esperaba. Cuando se había quedado con Lwaxana y
la Rhode Island no estaba seguro que
pudieran llegar a la cita. Pero que una pequeña nave como aquella hubiera llegado
hasta allí, sorteando las seguras patrullas imperiales que estarían buscándola,
era una hazaña que debía de ser reconocida a la capitana Whatley.
Sabía que Troy recordaría su última conversación con él, poco después del
incidente Baku, cuando tuvo que
acudir a infinidad de reuniones diplomáticas y políticas de alto nivel. Por la
pequeña insurrección de él y su tripulación tuvo diversos defensores acérrimos,
entre ellos la madre de su consejera, la embajadora Troi, que tenía muchos y
buenos contactos en el Consejo de la Federación.
– Responden el saludo.
– Indíqueles que entren en la
Parcela Espinosa, estaremos más protegidos.
Las cinco naves entraron en el
interior de las gigantescas nubes de gas metreon y se colocaron junto a la Enterprise. Y poco después frente a
Picard se materializaron cinco personas, Lwaxana Troi, el hijo de esta, el
inolvidable, no precisamente por su elocuencia, mayordomo de la embajadora el señor Honm, una mujer delta y un joven
humano.
– ¡Deanna! – grito Barin nada más acabar el
transporte y saltó hacia su hermana, que lo cogió en brazos.
– ¡Estas grandísimo! – dijo ésta
feliz de ver a su hermano pequeño.
– Tu estas muy guapa – replicó este
con una sonrisa que le ilumina la cara.
– Jean-Luc es un placer volverte a
ver – saludó Lwaxana bajando de la plataforma con elegancia. Pero Picard notó
algo diferente en su tono de voz, no era tan alegre ni jovial como en otras
ocasiones –. Le presento a mi consejera la embajadora Eleana de Delta IV.
– Es un honor conocer al famoso
capitán de la Enterprise – dijo esta
con solemnidad. Era alta, con las facciones armoniosas y con el cráneo liso,
que le daba un aspecto elegante.
– El honor es mío. Conozco su
reputación y me alegro de conocerla al fin – respondió este con una inclinación
de la cabeza.
– ¡Oh Jean-Luc este no es el
momento! – intervino Lwaxana con una sonrisa pícara –. Me gustaría hablar
contigo. Luego habrá tiempo para otras cosas – dicho lo cual se giró hacia su
hija. “Dime querida, ¿continúas de nuevo
saliendo con el comandante Riker?”.
– Mamá, yo también me
alegro de verte – respondió su hija rehusando cualquier enfrentamiento con su
madre. No tenía ganas ni tampoco era el momento.
– Así, ¿cuántas naves están sujetas
al Operativo Omega? – preguntó Lwaxana después de que Picard le informara de
los últimos acontecimientos.
– No conozco la cifra con
exactitud, en nuestro grupo diez por el momento, no sé cuántas llegarán de los astilleros de Beta Antares – respondió
Picard –. El almirante Paris indicó
que había otros grupos. Pero tampoco sé el número de estos ni las naves con que
cuentan.
» Según sus órdenes cuando estemos
instalados en un lugar seguro empezaremos a utilizar un sistema de
comunicaciones especialmente diseñado para esta situación: su nombre en clave
es Minotauro.
– Aparte de un detalle concreto,
creo que ha sido acertado activar el Operativo Omega – comentó Lwaxana
enigmática –. Sobre todo a la vista de la situación en la que nos encontramos.
» Ahora tenemos que reagruparnos y
reunir el mayor número de fuerzas posibles. Tiene que haber otras naves como la
Defiant o el grupo de la Hippocrates supervivientes del ataque
imperial y hemos de buscarlas. Esa debe de ser ahora nuestra prioridad.
» Mientras me llevará a ese planeta,
Laredo. Allí organizaré el gobierno de la Federación en el exilio y a la
primera oportunidad quiero hablar personalmente con los almirantes Paris, Nechayev y Toddman – le dijo Lwaxana, no fue como una orden, pero lo hizo con
una firmeza que no dejaba resquicios de ninguna duda. Y Picard supo que la
disoluta embajadora que había conocido años antes ya no estaba delante suyo.
Ahora tenía a la Presidenta de la Federación.
» Una última cuestión. Toda esta
zona está plagada de naves enemigas buscándonos, la seguridad de nuestras naves
ha de ser prioritaria. Por eso quiero que todas sean equipadas con el sistema de ocultación de la Defiant, lo que nos permitirá pasar
desapercibidos. Este operativo, como me ha contado, indica que incluso podemos
violar nuestras leyes si es necesario para salvaguardar la Federación, pues que
así sea. Las circunstancias así lo exigen, capitán.
– Sí Presidenta.
– Me gusta como lo dices Jean-Luc –
dijo Lwaxana volviendo al tono jovial que siempre desplegaba, ruborizando al
capitán de la Enterprise. El cual
estaba sorprendido al ver aquella nueva faceta de la embajadora Troi: dura y
pragmática.
Picard entró en la sala de
ingeniería acompañado de LaForge para supervisar las últimas fases de la
sincronización del sistema de ocultación
que Data y el jefe O’Brian estaban terminando, siguiendo la instalación que
había a bordo de la Defiant.
– Señor, es un placer volverle a ver
– le saludó O’Brien.
– A mí también me alegra, jefe –
replicó Picard sincero por la supervivencia de la Defiant donde también servía Worf, su antiguo y estimado jefe de
seguridad klingon –. ¿Cómo marchan las modificaciones?
– Ya hemos desviado la energía hacia
el sistema de ocultación – explicó Geordi mostrando las modificaciones en el
tablero de la mesa maestra de sistemas –. En pocas horas haremos las primeras
pruebas operativas.
– El comandante Worf está acabando
de hacer lo mismo en la Rhode Island. Luego iniciaremos los trabajos en las otras naves – explicó Data.
– Me parece extraño tener una
tecnología a bordo – indicó Picard.
– Al final, uno se acostumbra, señor
– comentó O’Brien.
– Esperemos que no tengamos que
utilizarla mucho tiempo – replicó el capitán de la Enterprise satisfecho no obstante del trabajo realizado –. Cuanto
todas las naves estén equipadas partiremos, no quiero permanecer mucho tiempo
en esta posición.
En aquel momento Riker y su oficial
de seguridad entraron en la sala de ingeniería.
– Capitán, me gustaría que oyera a
Daniels – le indicó Riker.
– Señor, he estado pensando en lo
que indicó la presidenta Troi, de buscar más de nuestras naves – empezó a
explicar su jefe de seguridad –. Esta es una tarea ingente, sobre todo teniendo
en cuenta el territorio en que pueden estar dispersas y que muy probablemente
estarán escondidas. Por otro lado tenemos la sospecha que nuestras
comunicaciones están siendo interceptadas y seguramente descifradas.
» Usted me ordenó controlar las
comunicaciones que captábamos. Bien, el Imperio ha destruido la mayor parte de
las estaciones repetidoras subespaciales
y eso no solo afecta a que estas tardan más tiempo en llegar a su destino, sino
que no están canalizas debidamente flotando literalmente por los canales desde
su punto de emisión por el espacio. Hay cientos de millones de mensajes
descontrolados en un galimatías en que millones personas separadas por decenas
de años luz de sus familiares y amigos, y todas quieren saber qué es lo que les
ha pasado a estos y viceversa. Por ejemplo nos enteramos de la caída de Betazed por mensajes civiles.
– ¿Adónde quiere llegar a parar? –
le interrumpió Picard interesado.
– Utilicemos estos millones de
mensajes para localizar a nuestras naves. Todas tienen un prefijo de
identificación, como una dirección, para que las estaciones repetidoras
subespaciales que han sido destruidas pudieran redirigir esos mensajes hacia su
destino. Podríamos enviar mensajes por canales civiles, incluso por otros que
no sean de la Federación con esa dirección. Si la nave está operativa su
computadora, cuando capte ese prefijo en el mensaje captad, lo canalizará hacia
el buzón de su destinatario. Es dar palos de ciego, pero es una forma de
localizar otras naves. El Imperio no puede, por muy poderoso que sea, captar
tantas comunicaciones y para cuando sé de cuenta de lo que realmente son,
ninguna de las dos naves estará ya en la posición en que recibió o envió el
mensaje. Es lento, ya que tardaremos horas o días en que llegue el mensaje, si
llega, pero por eso mismo es seguro. Incluso podemos esconder la verdadera
intención.
Picard se quedó pensativo. No dejaba
de tener razón: era dar palos de ciego. Y utilizar los canales habituales era
muy arriesgado. ¿Cuántas naves o bases podrían haber caído en manos del
enemigo? No se podía descartar que en alguna el Imperio hubiera logrado los
códigos de acceso, había muchas maneras: drogas, torturas, coacción. También
era cierto que había millones de mensajes circulando por el subespacio sin que
las estaciones de repetición los canalizaran y podían aprovechar ese caos.
¿Pero cómo saber qué naves buscar? Pero era una posibilidad.
– ¿Por dónde había pensado empezar?
– He confeccionado una lista de
algunas naves que puede que aun estén operativas. Empezaría por el USS Challenger. Mi hermano sirve en ella.
El Persilla
Las reparaciones de la Monarch y de la John Kelly habían concluido y las cinco naves estaban listas para
partir. En los días anteriores se habían puesto de acuerdo en dirigirse a los
límites del territorio de la Federación
y desde un lugar seguro realizar algún tipo de lucha contra el Imperio. Todos
lo habían expresado de aquella manera, podían estar vencidos, pero no
derrotados.
La mayoría de los prisioneros
liberados en el Persilla habían sido
trasladados a las otras naves estelares, el resto, con una tripulación mínima
bajo las órdenes de la capitana Shelby
restarían en la nave capturada, aunque no sabían muy bien cómo manejarla.
Bashir ya había calculado que pronto se produciría una avería que no podrían
reparar por sí solos. También había enseñado a interpretar un poco el básico a otros oficiales y poco a poco
el manejo de aquella tecnología había dejado de ser tan misterioso. Al mismo
tiempo ingenieros de las otras naves estelares habían investigado su
funcionamiento interno: el multiplicador de hiperespacio, las comunicaciones y otros sistemas de a bordo. Era
necesario que esa información la tuviera todo el mundo, de manera que empezaran
a trabajar para conocerla y contrarrestarla.
Para mejorar la estancia de los que
permanecerían a bordo habían traído algunos replicadores portátiles, muy útiles
a la hora de alimentar a los prisioneros que tenían. Así como otros equipos que
les podían ser útiles.
En aquel momento pocas horas antes
de la marcha, la actividad a bordo del Persilla
era frenética. Shelby quería revisar los sistemas y era una tarea muy
ardua, teniendo en cuenta que no conocían el funcionamiento de los equipos.
– Persilla, aquí el capitán Simm –
reprodujo, tras un pitido, el transmisor klingon instalado en el puente.
– Aquí Persilla, habla el doctor Bashir.
– Informe a la capitana Shelby y al primer ministro Shakaar que se presenten a bordo del Challenger, inmediatamente
– indicó.
Poco después los dos
hombres acompañados por Kira y Odo estaban alrededor de la mesa del
observatorio de la nave estelar. Junto a estos también estaba el capitán
Shatilov del Akula, Palak capitán caitian de la Monarch y el trill Fel Daral de la John
Kelly.
– Imagino que se
preguntarán el motivo de mi llamada – empezó Simm con un tono plano típico de
un vulcano que mantenía a raya sus emociones –. Hace apenas media hora hemos
recibido un mensaje destinado a uno de mis oficiales el teniente John Daniels.
Véanlo ustedes mismos.
Apretó un botón de la mesa y en la
pantalla apareció un hombre vestido con ropas civiles sentado en una habitación
que podía pertenecer a cualquier lugar.
– «Hola John, no sé nada de ti, espero que estés bien. Te envío este
mensaje para decirte que papá se encuentra mejor y que desea verte. No deja de
hablar de aquel lugar que tanto nos gustaba de pequeños y está deseando volver
a ir, los tres, en la lanzadera. Nos veremos pronto».
La transmisión se terminó y un
silencio se apoderó del observatorio.
– Su hermano es el teniente Padraig Daniels y sirve de oficial de
seguridad a bordo de la Enterprise –
explicó Simm –. Pero no solo eso, su padre murió hace diez años y cuando eran
pequeños observaban con este el cielo que se veía desde la colonia de Nueva Paris: el Murasaki 312. Parecer ser que los dos hermanos siempre jugaban a explorarla a bordo
de una lanzadera que se habían construido con tablones de madera.
» Mí Daniels sugiere que su hermano
le está citando en el cuásar Murasaki dentro de tres semanas.
– Ese es muy poco tiempo – indicó Palak
–. Mi nave no puede superar el factor 6 de curvatura. Tardaría 19 días en atravesar
un solo sector, y el Murasaki 312 se encuentra a más de 60 años luz de distancia.
– Podríamos adelantarnos con una
nave – sugirió Shatilov –, que podría corroborar la veracidad del mensaje.
– ¿Cómo recibieron la comunicación?
– preguntó Shelby.
– Por canales civiles. El mensaje
llevaba el prefijo civil para las naves de la Federación. Estamos captando
todas las llamadas que viajan por el subespacio y cuando el ordenador
identificó la señal la filtró al buzón personal de nuestro teniente Daniels.
– Un poco rebuscado, ¿no? – preguntó
Palak, retorciéndose los pelos marrones de su mejilla. El felino tenía una
expresión reflexiva, como si estuviera pensando cuando sería el mejor momento
para lanzarse sobre una presa.
– En una situación como en la que
nos encontramos: con el enemigo en todas partes e interceptando las
comunicaciones, es una forma segura de que nos llegue el mensaje sin que este
pueda identificar el origen a tiempo – indicó Kira.
– En la resistencia utilizábamos métodos parecidos – explicó Shakaar –. Si
los cardassianos escuchaban la
conversación, la clasificaban como personal y de poca importancia. Con el
Imperio podría pasar lo mismo.
– ¿Han autentificado el mensaje? –
preguntó Shelby.
– Mi oficial científico afirma que
no es una simulación, ni tampoco hay sido alterado artificialmente. Incluso ha
identificado de fondo el ruido de un reactor anti-materia que utilizan las naves de la clase Sovereing – explicó
Simm –. Y mi Daniels afirma que es su hermano. Dice que entre gemelos, estas
cosas se saben.
– Eso es cierto – afirmó Palak de
manera que no dejaba margen a la duda, como si ya hubiera quedado satisfecho
con las explicaciones sobre aquel mensaje –. Fuimos seis hermanos en mi camada.
Instintivamente reconoces a los seres que compartieron tú mismo útero.
– Hay algo más – intervino Shatilov
–. Si fuera un mensaje falso enviado por el Imperio. ¿Por qué? Es mucho más
fácil enviar un par de sus naves contra nosotros y no tener que falsificar una
comunicación que puede ser desenmascarada, para llevarnos hasta una nebulosa y
citarnos allí con tres semanas de separación.
– Entonces, si aceptamos la validez
de este mensaje, ¿estamos dispuestos a ir hasta la Murasaki cuásar? – preguntó
Simm.
– Por mí sí – confirmó Palak –.
Además, si nos cita Jean-Luc Picard
es porque ya han empezado a organizar la resistencia. Estuve en la batalla del sector Thyphoon, seguiría a
Picard hasta la mismísima Unimatrix Uno borg si fuera preciso.
– Estoy de acuerdo con mi amigo
felino – le apoyó Daral que no había dicho nada durante la reunión.
– Es la mejor idea. Tampoco tenemos
ningún otro sitio mejor donde ir – dijo Shatilov.
El Adjournment
El general Jerome Golan observaba
desde lo alto de la torre de mando como las diferentes oleadas de asalto iban
saliendo de su nave de mando. La fuerza de asalto estaba desplegada alrededor
del planeta, mientras que su fuerza de protección lo había hecho para impedir
que cualquier nave pudiera escapar. En ese momento tres lanzaderas Titan, cargadas de andadores AT-AT, salieron escoltadas por varios cazas TIE hacia la superficie, mientras
una lanzadera Sentinel
cargada de heridos regresaba.
Un oficial de enlace se
acercó y le entregó el informe de los progresos: sus tropas ya habían ocupado
la capital así como los centros industriales más importantes. Golan se sentía
satisfecho, la victoria ya estaba en sus manos y solo había desplegado la mitad
de las unidades previstas. No sería necesaria desembarcar el segundo Corps con que contaba, así que dio las
órdenes para que no salieran más naves.
Era agradable combatir en mundos tan
pacíficos como los de la Federación:
la ocupación se realizaba sin contratiempos, ni con una destrucción innecesaria,
pensó. No como contra aquellos barbaros klingons.
Aun no se había podido rehacerse de la derrota sufrida en la colonia Qu’Vat. La resistencia había sido tan
encarnizada, que tras la sangría de uno de sus grupos de batalla, había
decidido retirar sus tropas y que la marina diera su merecido a aquel
pusilánime punto sin demasiada importancia estratégica. Claro que ahora la vida
en aquel planeta tendría que esperar unas cuantas décadas para volver a
implantarse. Aunque como bien había dicho su buen amigo el general Marlow: “No hay mal que por bien no venga. Aplastar
Qu’Vat había mostrado a los cercanos gorn
que la resistencia al Imperio será una pérdida de tiempo y de vidas”.
– Señor, tiene un mensaje de máxima
prioridad desde la Tierra – le informó uno de sus ayudantes al poco tiempo.
El general asintió y atravesó el
puente en dirección a la sala de conferencias adjunta. Eso significaba nuevas
órdenes procedentes del mismísimo Daran y no podía hacerle esperar. Al entrar
en esta se digirió hacia el proyector holográfico y tras conectarlo apareció la
figura en tres dimensiones de su comandante en jefe. La cual parecía algo más
alta que el verdadero Daran.
– Gran Moff, es un honor hablar con usted – saludó servicial Golan.
– Soy portador de malas y buenas
noticias – continuó secamente Daran –. El general Marlow ha sufrido un
accidente mientras se transportaba a la superficie de Cait y ha muerto. El 21º Grupo de Ejército ahora está bajo su
mando.
Jerome se quedó en silencio,
conmocionado por aquellas dos noticias. Conocía a Marlow desde hacía años y le
consideraba un gran amigo y compañero de armas. Algo que no se podía decir de
la mayoría de altos oficiales imperiales más preocupados en su beneficio
personal que en cualquier otra cosa.
– No sé qué decir… – farfulló Golan.
– Recuerde que todo lo que
hacemos es para gloria del Imperio y de nuestro amo el Emperador Palpatine. Ningún sacrificio es suficiente para nuestro
señor.
– Larga vida al Imperio.
– Larga vida al Emperador, general.
La imagen de Daran desapareció de la
estancia, haciéndose un silencio sepulcral.
Jerome se dirigió despacio hacia las
ventanas de la sala y observó el planeta que tenía a sus pies. No era muy
diferente a su mundo natal. Pero cuán lejos estaban aquellos dos lugares. Y no
eran los dos millones de años luz lo que les distanciaba. K’normia estaba a punto de ser conquistado y muchos otros planetas
le seguirían. Nada podía impedirlo.
En aquel momento se sorprendió de
sus propios sentimientos. Por un lado estaba abrumado por el nombramiento. A
partir de entonces pasaba a tener cuatro a doce Corps, casi un millón de
hombres, lo que hubiera equivalido en su galaxia a un Ejército de Sector, normalmente bajo el mando de gran moff y con el
título de Mariscal de Campo. Desde
su más tierna infancia había deseado tener aquella graduación y ahora lo tenía,
por lo menos honorífico. Y más si era tener bajo su mando al 21º Grupo de
Ejército, la fuerza de asalto móvil más poderosa asignada a la invasión. Los
mejores soldados; las mejores máquinas de guerra y las naves de transporte más
modernas. A pesar que fuera debido a la muerte de un gran amigo. Pero Marlow se
hubiera alegrado que sus tropas pasaran a manos de alguien en quien podía
confiar y no a un burócrata inepto y falto de intelecto militar, como muchos de
los altos oficiales.
No, Marlow no era como los otros.
Era mucho mejor. Se había alistado en el ejército de la República durante las Guerras Clon y había ido ascendido por
sus propios méritos. Esa era una de las contradicciones de su gran Imperio.
Capaz de empujar las carreras de oficiales eficientes y valiosos y al mismo
tiempo corrupto para otros. Allí le había conocido, cuando él era un alférez
recién salido de la Academia de Carida
y Marlow un veterano teniente, jefe de pelotón de clones, los dos cubiertos de
barro en Saleucami. Desde entonces,
ya hacía muchos años, se había convertido en su mentor y maestro, ascendiendo
dentro del Nuevo Orden, escalón a
escalón con sangre y sudor. Hasta que los dos habían llegado al grado de
general, siempre al abrigo de Marlow, como su fiel aliado y amigo, victoria
tras victoria. Y cuando habían sido asignados a la invasión de los Nuevos
Territorios habían luchado juntos para conseguir aumentar la calidad de sus hombres
y equipos, codo con codo, en una de las batallas más crueles que habían
realizado jamás: contra la burocracia. Mucho más peligrosa que muchas de las
razas que habían conquistado.
– Adiós viejo amigo – susurró
recordando a Reiva Marlow –. Y larga vida al Emperador.
Sintió que echaría de menos el mando
que ahora tenía el 31º Ejército Independiente. Lo había asumido casi dos años
atrás y desde entonces lo había formado a su voluntad, lo que le había costado
mucho esfuerzo. Entrenar a sus hombres, en su mayor parte reclutas y
“voluntarios forzosos” cuya lealtad al Imperio no era la más férrea que se
pudiera aplicar. Sin olvidar sus nulas actitudes para el combate: perezosos y
holgazanes sin disciplina. Desde entonces los había moldeado en carácter y destreza
hasta convertirlos en una fuerza de elite comparable a las mejores tropas
imperiales. Aun no podían emular a los stromtrooper, pero todo llegaba en
la vida si uno perseveraba.
A ello se tenían que sumar los
esfuerzos que había tenido para armar a sus soldados. Con recursos limitados,
el material llegaba a cuenta gotas y cuando llegaba el equipamiento normalmente
era obsoleto o procedente de almacenes de los tiempos de las Guerras Clon. Un
buen ejemplo de ello era la nave donde se encontraba: una veterana nave de bloqueo Lucrehulk de la Sociedad Hoersch-Kessel, que había sido construida para la separatista
Federación de Comercio, de las que se podía decir que su velocidad sublumínica
era penosa y su maniobrabilidad nula. Lo único que tenían a su favor era la
increíble capacidad de carga que podía llegar a soportar: un Corps entero: con
sus setenta y cuatro mil hombres y más de seis mil vehículos, sin contar las
naves de desembarco y las 4 alas de cazas TIE. Quien las sacó del basurero donde se estaban pudriendo sabía lo que se
hacía, aunque habían tenido que pasar casi un año en los astilleros para
modernizarlas y prepararlas para el servicio.
Ahora que le habían trasladado, se
sentía orgulloso de haberlas tenido bajo su mando y las echaría de menos.
Continuará…