Los perros de la guerra
Capítulo 1.
Segunda parte
Cuando parecía que la guerra
contra el Dominion
podía finalizar en pocas
semanas, el Imperio Romulano
ha empezado a sufrir una
serie de devastadores y misteriosos ataques.
Poco después estos se
extienden al interior del territorio klingon,
De la Federación y el
Dominion en cardassia…
San
Francisco, la Tierra
Aquella
reunión se celebraba en una de las salas del edificio que había salido indemne
del ataque breen que habían sufrido la Tierra hacia unas semanas. El almirante
Paris, encargado del departamento de Búsqueda & Desarrollo se sentó absorto
en sus pensamientos. El trabajo le tenía ocupado todo el día: tenía que
coordinar diversos programas empezando por un motor más eficiente, a nuevos
equipamientos médicos, pasando por sistemas de control atmosféricos planetarios
y el proyecto Pathfinder, que
acababan de asignarle por petición propia. Y todo ello tenía que conseguirlo
con la reducción de recursos que la guerra contra el Dominion había producido
en toda la Flota Estelar, lo que le llevaba de cabeza.
A
su lado estaba la almirante Alynna Nechayev responsable de las Operaciones y a
la que conocía desde hacía tiempo. Era más, él había tenido el honor de
introducirla en los sabores de los canapés de bularian cuando aún no era
capitán. Era una mujer de carácter duro y eso le había provocado cierta mala
fama entre algunos sectores de la oficialidad. Pero también era uno de los
pocos almirantes de alto rango capaz de coger la sartén por el mango y
encargarse de las misiones desagradables, como ya había hecho en más de una
ocasión. Tras la crisis del almirante Leyton la habían ascendido y ahora
ocupaba un puesto de gran responsabilidad coordinando todas las asignaciones de
la Flota.
Se
saludaron cortésmente e intentando alejarse por un momento de sus
responsabilidades y rebajar la presión que ambos estaban sometidos, Nechayev le
explicó el último informe del capitán Sutok, que a bordo del USS Nightwing había logrado escapar de un
ataque con las armas disipadoras breen. Ambos habían coincido cuando aquel
peculiar vulcano que no seguía las enseñanzas de Surak era un joven oficial
imaginativo y aventurero, recordando que habían predicho que si no era
degradado por sus ocurrencias iba a llegar lejos.
–
Acabo de hablar con el presidente Min Zife – dijo sin preámbulos al sentarse en
la mesa –. Todos sabemos que la situación es grave, así que no es el momento de
divagar. Los ataques empezaron contra los romulanos, pasaron al Imperio Klingon
y ahora han afectado a cardassia y a la Federación, extendiéndose por todo
nuestro territorio con rapidez. Del enemigo no conocemos su naturaleza ni
procedencia, pero de sus actos solo cabe deducir que es el inicio de una
invasión a gran escala de la galaxia conocida.
»
No sabemos cuáles son sus objetivos concretos, que parecen ser aleatorios y
están separados entre sí, en ocasiones a sectores de distancia. Aunque el
patrón de sus ataques nos indica que están neutralizando los bases de mando y
control. Tampoco conocemos sus intenciones a medio o largo plazo. Pero por lo
que conocemos por ahora, hemos de prepararnos para lo peor…
En
ese momento las puertas de la sala de conferencias se abrieron y uno de los
asistentes de Hayes entró para entregarle un padd. Lo leyó con calma y tras
asentir, su asistente, este salió de la sala.
–
Caballeros, acabo de recibir un mensaje de la Ganymede: la Base Estelar 74 está siendo atacada – un murmullo se
alzó entre el resto de almirantes. Todos sabían que Tarsas III era, con su
dique espacial, una de las bases de la Flota más importantes de la zona central
de la Federación y se encontraba muy cerca de la Tierra –. Con esta ya son 12
en el cuadrante Alfa y 26 en el Beta. Pero hay otro dato igualmente
preocupante: según el último informe enviado por el capitán Darryl Oja se
detectaron naves de desembarco planetario. Creo que ha llegado la hora para
retirar a todo el personal no esencial de nuestras instalaciones. No solo eso.
Como comandante de la Flota Estelar, declaro de Código Factor 1, es decir:
estatus de invasión a la Federación.
La reunión prosiguió con la
exposición de los datos que se tenían, así como la estrategia a seguir por la
Flota para defender su territorio. La intervención final, estuvo a cargo del
almirante Coburn sobre la importancia de proteger el sector 001 y los planetas
del núcleo de la Federación con el despliegue de una flota móvil. Los ataques
eran quirúrgicos allí donde se realizaban y normalmente eran objetivos
militares: sobre todo puestos avanzados de abastecimiento, puestos de mando y
astilleros. Según el embajador en Qo’noS el cuartel general de las Fuerzas de
Defensa Klingon en Ty’Gokor había sido completamente destruido, a pesar que
estaban preparados para un ataque inminente. En aquel momento, el que había
sido considerado uno de los lugares considerados más inexpugnables y
fortificados de la galaxia, era un amasijo de hierros fundidos y escombros
flotando en el espacio en el centro del territorio klingon.
Al
concluir la reunión Hayes pidió a los almirantes Paris, Nechayev y Toddman,
este último encargado de la seguridad del cuadrante alfa, que no se marcharan.
–
Les he pedido que se quedaran porque tengo que darles una orden… muy delicada.
Creo que ha llegado el momento de activar el Operativo Omega.
Los
tres oficiales se miraron entre sí. Sabían que la situación era muy grave,
desesperada en realidad. Sobre todo por el completo desconocimiento que tenían
sobre aquel nuevo y por lo que parecía terrible enemigo que había surgido de la
nada.
–
A partir de este momento no quiero saber nada más de este asunto – continuó
Hayes –. Como ya saben, tienen la autoridad necesaria para llevar a cabo sus
órdenes.
Owen
Paris se sentó en su despacho del que tenia en el edificio de los cuarteles generales que daban a la había de San Francisco y se acomodó en su silla. Encima de su mesa había un padd con el
informe de los estudios iniciales del proyecto Pathfinder y las modificaciones previstas en la matriz MIDAS.
No lo leyó. Ya no había motivos para hacerlo. El proyecto había sido anulado de
golpe, en realidad todos habían sido cancelados. Miró la fotografía que tenía
encima de la mesa. Era su hijo único Thomas cuando aún era un cadete en la
academia.
Nunca
se habían entendido, pero por desgracia se había dado cuenta de ello demasiado
tarde. Asistió a los funerales de los tripulantes de la Voyager y por primera vez lloró por su hijo. Y de algún modo, en su
interior, se había reconciliado con él. Luego como un regalo del cielo había
sabido que no había muerto y desde ese momento se había sentido esperanzado de
nuevo. Aunque estuviera perdido en la inmensidad del espacio sabía que aún
vivía y eso le daba fuerzas y esperaba que hubiera leído su carta. Cada día se
preguntaba si estaría bien, o si seguía con su infantil afición al siglo XX,
aunque estaba seguro que sí tendría el mismo interés por las chicas. Era
incorregible. No creía que hubiera ninguna capaz de llevarlo al redil en toda
la galaxia… en todo el universo. E incluso en otros. El único consuelo que
tenía era que allí donde estuviera estaba a salvo de todo lo que estaba
sucediendo en casa. La capitán Janeway había sido su oficial científico a bordo
del Al-Batani, sabía que le cuidaría
bien y sabía que le devolvería sano. Si alguien era capaz, esa era ella. Aunque
para entonces la cuestión era saber si abría un hogar al que regresar.
Pero
aquel no era el momento para distraerse. Presionó los controles que había en su
escritorio y llamó a su secretaria.
–
Cancele todos mis compromisos. Y diga al comandante Peter Harkins que quiero
verle. Ahora.
–
Sí, señor.
USS
Daedalus
El
capitán T’old regresó de su pequeño despacho y se sentó en la silla de mando.
Acababa de recibir un mensaje del cuartel general de la flota.
–
Aquí el puente a toda la tripulación – indicó tras presionar su comunicador –.
Hemos recibido órdenes de dirigirnos lo más rápido posible a Tarsas III. Allí
la Base Estelar 74 ha informado que está siendo atacada. Nuestras instrucciones
son entrar en el sistema con nuestro sistema de ocultación y observar la
situación para transmitir los datos al Alto Mando.
»
Sé que la nave es nueva y que muchos de nosotros no nos hemos acostumbrado a
ella todavía – continuó para influir ánimos a su dotación –. Pero también sé
que esta pequeña nave de la clase Defiant
es capaz de enfrentarse a cualquier peligro. Y mucho más con esta buena
tripulación que tengo. Que digo, la mejor tripulación de la Flota, para la
mejor nave de la Flota.
–
La nave está lista, capitán – indicó su primer oficial sentado en la consola de
operaciones. Era un joven teniente comandante que T’old había tenido como
oficial táctico cuando él mismo era el segundo a bordo del Venture. Podía confiar en él.
– Alférez, rumbo a Tarsas III,
máxima velocidad – indicó el tiburon.
La
Daedalus aceleró y en segundos
desapareció entre las estrellas.
USS
Wounded Knee
– Los ataques a la Federación se han
intensificado en las últimas horas – anunció el capitán Otá'taveaénohe a sus
oficiales en la Sala de Derrota. Era un hombre alto, de facciones rectas y el
pelo recogido en una larga trenza. Hacía dieciséis años que servía a bordo de
aquella nave y ocho que era su capitán. Conocía bien a toda su tripulación, la
mayoría hacía tanto tiempo como él que estaban destinados allí y les
consideraba su familia. Con la que había disfrutado de sus logros, luchado codo
con codo y derramado sudor y sangre. También habían pasado juntos el peor
momento de su carrera, hacía ahora cinco años, tras la muerte de su hermano a
manos de los cardassianos en Dorvan V. En ese momento se había planteado dejar
la Flota, incluso tal vez pasarse al maquis y luchar por los suyos. Pero al
final había permanecido vistiendo el uniforme que llevaba. Su deseo de explorar
la galaxia desde niño había sido más fuerte que su necesidad de venganza. La
lealtad hacia su tripulación y el apoyo de estos le habían hecho decidir. Ahora
no se arrepentía y durante la guerra contra el dominion ya había devuelto su
porción de odio hacia los cardassianos que habían vendido su alma a los
fundadores.
» Tenemos conocimientos del
incursiones a las Bases Estelares 11, 157, 295 y 74. Esta última ha dejado de
transmitir y se presume su destrucción y la ocupación del planeta.
»
Desgraciadamente pocas de nuestras bases y colonias tienen defensas capaces de
repeler ataques de la magnitud de los que estamos sufriendo o han sufrido los
romulanos y los klingons. Por eso la Flota ha reorganizado sus fuerzas en todos
los sectores y está agrupando sus efectivos en los lugares de mayor importancia
estratégica susceptibles de ser atacados. Hemos recibido órdenes de dirigirnos
al sistema Solar en el sector 001. ¿Alguna pregunta?
–
¿Sabemos algo más de estos nuevos… enemigos? – preguntó su jefe de ingenieros.
–
No. La Base Estelar 295 envió imágenes de las naves antes que interceptaran las
comunicaciones. El grupo de ataque estaba formado por una decena, la más grande
de 1.600 metros de largo y otras auxiliares, como saben más grandes que los pájaros de guerra romulanos de la clase D'deridex. Pero nada de su identidad, no
coinciden con nada que tengamos en nuestras bases de datos.
Beta
Antares
Los
pequeños y discretos astilleros de Beta Antares estaban situados en el mismo
sistema que el gran complejo que se extendía como una telaraña en la órbita a
Antares IV. En cambio Beta tan solo tenía media docena de diques secos de forma
romboide y un complejo de oficinas, aún en construcción, con los talleres y
algún laboratorio en órbita a una pequeña luna.
Los
tres primeros diques tenían las primeras naves de su clase. Uno tan solo
contaba con el armazón; la segunda tenía el casco ya ensamblado, con motores y
deflectores instalados; mientras que la tercera la nave estaba casi
completamente construida, tan solo faltaba acabar de instalar algunos sistemas
internos. Los otros tres diques tenían tres naves que habían sido modificadas
desde su casco original, algunas aun sin ensamblar, pero ya se encontraban en
un estado avanzado de construcción.
Desde
el complejo de oficinas el capitán Peter Harzel observaba los cercanos diques
donde las lanzaderas y las cápsulas de trabajo no dejaban de sobrevolar las
estructuras. Este estaba pensando en la orden que acababa de recibir, cuando
por el horizonte vio aparecer los dos cargueros que veían para iniciar el
traslado.
Al
girarse se encontró con los jefes de departamento de los pequeños astilleros
que tenía a su cargo. Todos conocían ya las órdenes y aquella reunión era un
trámite que no quería dejar escapar, tenía poco tiempo y se tenía que trabajar
en grupo.
– Iré al grano. No creo que sea el
momento de los discursos – empezó diciendo Harzel, que tampoco era un hombre
muy hablador –. Hemos de evacuar. Recogeremos el material pesado y nos
marcharemos con los diques.
–
¿Cuánto tiempo tendremos? – preguntó su segundo Hugo DeValois.
–
Lo antes posible – respondió secamente –. Dentro de unas pocas horas llegarán
los remolcadores de Beta Antares IV. Para entonces ya deberemos tenerlo todo listo –
un murmullo se levantó de entre los presentes –. Acaban de llegar dos cargueros
en los que pondremos todo el material de nuestros almacenes. Jefe Owyeung ese
es su trabajo. Recambios, equipo herramientas, maquinaria, todo lo que usted
crea oportuno para reanudar nuestro trabajo en otro lugar. Tenga en cuenta que
no tendremos el soporte de la Flota o la Federación. Confío plenamente en su
criterio. Estaremos solos.
–
Sí señor – respondió este empezando a calcular mentalmente lo que tenía que
recoger. Era el responsable de mantenimiento, resolutivo y eficiente como nadie
que Harzel hubiera conocido.
–
Teniente Swaol, prepare los diques secos para su traslado. Sé que ensayó esta
maniobra el año pasado ante un eventual ataque del jem’hadar.
–
No se preocupe, señor – replicó el halii con seguridad.
–
Comandante Millán, ¿cuál es el estado de la Pretorian?
–
Hemos realizado los exámenes del rendimiento de la estructura y están dentro de
los parámetros, así como los de la eficiencia de los motores trabajando en
conjunto y también son satisfactorios – respondió la supervisora de las pruebas
de las naves en su fase final de construcción –. Los sistemas auxiliares ya
instalados funcionan sin problemas, lo único es que no están todos. Faltan la
mayoría de las cabinas, el equipo de la enfermería y el científico de los
laboratorios, los lanzatorpedos…
–
¿La nave está en condiciones de navegar? – le interrumpió Harzel.
–
Los motores y todos los sistemas de ingeniería, el ordenador y los sensores
básicos, funcionan sin ningún problema – respondió rotunda Millán –. No puede
entrar en combate, aun, pero está en condiciones.
–
Entonces no hay nada más que hablar. Prepárela para llevárnosla.
– Entendido.
–
Que los equipos de la Constitution y
la Pathfinder hagan lo propio con sus
naves. Por desgracia la Horatio
tendremos que dejarla aquí. Hugo quiero que hagas una cosa muy importante – le
dijo a su segundo, al que conocía desde los tiempos que los dos estudiaban
ingeniería en la Universidad Politécnica de París, antes de que sus carreras
les separaran: uno hacia la Flota Estelar y el otro a la ingeniería civil, para
encontrarse de nuevo en aquel proyecto.
»
He contactado con el capitán de la Clipper
Maru, quiero que evacues en ella a todas las familias de los nuestros.
–
Bien.
–
Que el resto ayude a los demás en todo lo que puedan. El espacio será reducido,
cojan tan solo lo esencial. Nos esperan momentos difíciles, pero si
permanecemos unidos, todo saldrá bien.
Dicho
lo cual los hombres y mujeres que tenía a su cargo se levantaron y salieron del
despacho de Harzel que hacía a la vez de sala de reuniones. El único que se
quedó rezagado fue DeValois.
–
¿Lo que he de hacer también estaba en tus órdenes? – le preguntó son tapujos.
–
No – respondió este tras un silencio.
DeValois
no dijo nada. Asintió y girando sobre sus talones salió del despacho. Una de
las razones por las que no se había unido a la Flota era aquella manía en
obedecer órdenes. No se consideraba un rebelde hacia la autoridad o un
contestatario. Pero la rigidez militar por la que se regía la Flota le había
llevado a no unirse a esta, por lo menos como oficial, ahora era un civil que
trabajaba para ellos. Era un ingeniero excepcional y con eso tan solo bastaba.
USS
Daedalus
La
pequeña nave de la clase Defiant se
había escondido tras su sistema de ocultación unos cuantos años luz de
distancia de Tarsas y ahora se estaba acercando. El sistema tenía dos planetas
de clase M, diversas estaciones en otros planetas y lunas y una población
cercana a los nueve mil millones de seres. Era un importante puerto espacial
del centro de la Federación, encrucijada de numerosas rutas de comercio que se
extendían por todo el cuadrante Alfa y Beta. Por eso la Flota había escogido la
Base Estelar 74 para construir el segundo Dique Estelar. Cuya infraestructura
proporcionaba además de un puesto de mando y control, las instalaciones
necesarias de reparación y abastecimiento de sus naves. También era un
importante centro de investigación y formación de oficiales y tripulantes,
entre otros muchos servicios. Por lo que era sin lugar a dudas un objetivo de
primer orden. Junto a los sectores centrales de la Federación, como el de
vulvano o el 001.
A
máxima amplificación en la pantalla apareció Tarsas III: un planeta azul, muy
parecido al Tiburon natal de T’old. Pero pronto aquella relación desapareció de
su mente al aparecer tras la curva del planeta el Dique Estelar. Aunque estaban
lejos podían apreciarse claramente los efectos de ataque: la estación se había
defendido con determinación a juzgar por los numerosos impactos en la
estructura. Podía ver boquetes en el dique superior donde antes había estado
una de las puertas de entrada. En otras partes del cuerpo se apreciaban más
daños: en la zona central y en la esfera inferior. Al aproximarse se veían
muchos otros de menor importancia, las estructuras superiores parecían haber
recibido un fuerte bombardeo. Según los sensores la energía principal había
fallado, aun así la auxiliar mantenía el soporte vital en la mayor parte, así
como de los campos de fuerza. También mostraba muchas formas de vida, al igual
que descargas de armas de energía, lo que significaba que aún se luchaba en el
interior del dique.
No
lejos de este se agrupaba la fuerza enemiga. Estaba formada por algo menos de
medio centenar de naves, dos de las cuales, de forma triangular medían mil
seiscientos metros de largo y estaban increíblemente armadas. Junto a estas
había otras tres mucho mayores, eran como tres grandes anillos y en el centro
una esfera de tres mil metros de diámetro, de la que no paraban de salir
lanzaderas y naves de desembarco. El resto eran naves más pequeñas: desde los
seiscientos metros a lanzaderas que iban y venían de las naves, dirigiéndose al
planeta o hacia el dique estelar. Pero lo que más le sorprendió fue ver
aquellas pequeñas naves que volaban en pareja. Con la consola que tenía el
asiento del capitán dirigió los sensores hacia un de aquellas diminutas naves
formadas por una carlinga redonda y dos alas hexagonales. Cazas, pensó.
Era
un espectáculo aterrador. T’old sabía que en Tarsas habían por lo menos una
docena de naves de combate de la Flota, ¿dónde estaban? Claro que su ausencia
solo podía significar su destrucción.
–
Regístrelo todo, comandante – le ordenó a su primero, que hacía tiempo que escaneaba
con sus sensores todo el sistema –. Céntrese en las naves enemigas.
–
Sí señor.
–
Detecto una nave que pretende salir del sistema – informó unos minutos después
el oficial táctico.
–
En pantalla – indicó T’old y el dique estelar dejó paso a un pequeño carguero rigeliano, algo desvencijado, pero capaz de trasladarse de un sistema a otro
sin problemas una buena carga de mercancías. No lejos de ellos pudo ver como
varias de las parejas de aquellos cazas se acercaban con una rapidez sorprende
al carguero. Al llegar junto a este empezaron a dispararle.
T’old
pensó en lo fácil que sería destruir aquellas pequeñas naves sin escudos con el
poderoso armamento de la Daedalus.
También pensó en los compañeros, oficiales, tripulantes y familiares de la flota
que estaban a bordo del dique estelar. Pero luego recordó las naves enemigas
que le superaban en número y potencia de fuego. Y finalmente en la misión.
USS
Enterprise-E
La
nave médica Francis Crick se alejó
cargada con los heridos de la Base Estelar 234, de la pequeña formación
compuesta por el Jupiter, la Tirpitz, la Enterprise y el Valkyrie,
que se les acababa de unir.
Picard
tenía delante de él las órdenes procedentes del Alto Mando de la Flota y tenía
la sensación de que estaba reviviendo el pasado. La única diferencia era que en
la mesa tenía sentados a otros tres capitanes de la Flota en la misma
situación.
–
Bien caballeros, estas son nuestras órdenes – dijo tras un largo silencio –.
Permanecer en este sector con silencio de radio hasta nueva orden.
–
Es de lógica suponer que el Comandando de la Flota nos está reservando por
algún propósito especial – intervino el vulcano Satelk, capitán del Jupiter, su pétrea expresión no dejaba
asomar ningún atisbo de emoción, pero estaba claro que quería darle algún tipo
de sentido a aquella orden.
–
La cuestión es saber cuál es ese propósito – replicó T’Yua, la capitana tiburon
de la Tirpitz.
–
Lo peor de todo es la espera – puntualizó la capitana Deborah Wenz del Valkyrie –, sobre todo cuando nuestros
compañeros y amigos están luchando allí fuera.
–
Pero no podemos hacer nada más que esperar – concluyó Satelk rompiendo el
silencio que la intervención de Wenz había provocado en el observatorio.
USS
Hood
El
capitán Robert DeSoto había permanecido en el puente de su nave desde que había
recibido las órdenes y no podía dejar de reflejar su preocupación. Desde el
inicio de la guerra contra el Dominion había estado desplegado junto a la 5ª Flota, donde había visto muchos combates a lo largo de frontera con vulcano y
participado en numerosas batallas, como la Operación Return para recuperar DS9
de las garras de los fundadores o en Chin’toka la primera vez. Una escaramuza
contra naves carcassianas cerca de Septimus III mientras apoyaba a las fuerzas
klingon que estaban atacando el planeta les dejó dique seco varias semanas, de
manera que para la Segunda Batalla de Chin’toka estaban lejos de la zona de
guerra. Desde entonces habían estado patrullando la Zone Neutral Romulana para
evitar incursiones, casi como un descanso después de tanta lucha. Acababan de
recibir las instrucciones para modificar la nave y así evitar el efecto de las
armas de drenaje de energía breen, por lo que en breve volverían a la brecha, cuando
recibieron por segunda vez una arden de máxima prioridad del Alto Mando:
dirigirse inmediatamente a la Tierra y esperar instrucciones. Era más, debía
evitar todo contacto con otras naves, así como instalaciones de la Flota y la
Federación, manteniendo un estricto silencio de radio. Y preparar la nave para
una evacuación planetaria.
Y
por segunda vez así lo había hecho. La vez anterior un cubo borg había estado a
punto de llegar a la Tierra procedente del sector Typhoon y asimilar a su
población. Por suerte la Enterprise
de Jean-Luc había detenido al colectivo, justo a tiempo. Pero ahora el enemigo
que amenazaba a la Federación… no tenía ni nombre.
–
Recibimos una comunicación, señor – informó su primera oficial.
–
¿Está precedida por la palabra clave? – preguntó este.
–
Así es señor. “Tornado” – le confirmó
esta asintiendo, también estaba preocupada y aunque intentaba mantener la
calma, DeSoto podía leer claramente su tensión, como la de muchos de sus
tripulantes y oficiales –. Nos ordenan preparar la nave para una evacuación.
–
Procedan – ordenó DeSoto. Su primera oficial asintió de nuevo y salió del
puente para acabar de disponer la nave. Como era la segunda vez que le
requerían de aquella manera, la mayor parte del trabajo ya estaba hecho e
incluso en aquel momento podían exceder del límite de evacuación si fuera
necesario.
DeSoto
miró la pantalla que tenía en su silla que mostraban las últimas órdenes
despachadas por el Alto Mando para el resto de la Flota. Las concentraciones de
naves y el despliegue de fuerzas indicaban que se estaban replegando entorno a
los planetas más importantes de la Federación: Vulcano, Andoria, Tellar, la
Tierra. También podía ver la cada vez más extensa lista de bases y naves
atacadas.
USS Tempus Fugit
El almirante Minoru Genda estaba
intranquilo mientras repasaba el informe de evacuación. Todo el personal del
Departamento de Investigación Temporal había sido ya trasladado. Este se estaba
formado por un variopinto número de técnicos e investigadores que se dedicaban
a estudiar los viajes a través de tiempo. Catalogando y clasificando anomalías
y sucesos para determinar la posible alteración en la línea temporal, junto a
las violaciones temporales registradas. Algún día, en el futuro, intervendrían.
Mientras simplemente se dedicaban a observar. Lo había creado el almirante Archer en los albores de la Federación y desde entonces habían averiguado
muchas cosas. Los técnicos y sus familias estaban en dos transportes de
pasajeros civiles acondicionados para la llevar el máximo de ocupantes,
mientras que los artefactos que habían recopilado en los últimos siglos se
encontraban a bordo del carguero Norkova.
Para escoltarles contaba con la joya de la corona: la nave estelar Tempus Fugit. Esta había sido su gran
logro: la primera nave diseñada especialmente para servir en el Departamento de
Investigación Temporal, que él dirigía. Era una nave de la clase Intrepid construida en Utopia Planitia
siguiendo las especificaciones de su departamento.
La información de los ordenadores en
su sede de Roma ya se había transferido al de la Tempus Fugit y estos ya habían sido incinerados. Nadie tendría
acceso a los datos que su departamento había acumulado desde su creación en el
2155.
– Entonces es hora de partir.
Alférez DeLorian, ponga rumbo al sector Gamma Trianguli – ordenó Genda.
Segundos después las tres naves salían de la órbita terrestre.
USS
Wounded Knee
El
capitán Otá'taveaénohe observaba la flota que se había reunido en el centro del sector 001, junto al sistema Solar. En total casi quinientas naves estelares encabezadas por el
prototipo de la clase Sovereing, de
mismo nombre. Podía distinguir todos los tipos, desde las veteranas Excelsiors y Mirandas, hasta las más avanzadas como la Prometheus, pasando por Akiras,
Nebulas, Renaissances, New Orlenas,
o Sabers. No lejos de su posición
podía distinguir al USS Yorktown, la Destiny, Livingston o la Zodiac
entre muchas otras. Conocía los nombres de sus capitanes y de otros oficiales
con los que había servido o compartido cursos y misiones, celebrado victorias y
consolado en derrotas. La flor y nata de la Flota defendiendo su hogar.
Otá'taveaénohe sabía que aquella iba a ser una batalla encarnizada. Había
participado en otras muchas a lo largo de su carrera: en las Guerras de la Frontera contra los cardassianos y más recientemente contra el Dominion, como
el primer ataque a Chin’toka hacía casi un año o los intentos de liberar
Betazed. Pero su instinto le decía que el enfrentamiento en el que iban a
participar que tenían enfrente iba a muy diferente. Allí se iba a decidir el
futuro de la Federación: como lo había sido Wolf 359 o Typhoon no hacía mucho
tiempo. La única incógnita era saber quiénes eran aquellos misteriosos
enemigos.
–
Recibimos comunicación desde el Sovereign,
señor – informó su oficial científico –. Es el contraalmirante Coburn.
–
En pantalla – ordenó Otá'taveaénohe acomodándose en su silla.
–
Comandantes de las naves estelares – empezó a decir Coburn, que tras el ataque
breen a la Tierra había sido asignado al mando de la 3ª Flota y responsable de
proteger el sistema Solar. Estaba sentado en el centro de coordinación naval de
su nave insignia, en el corazón de la defensa del sistema y sus profundos ojos
azules dejaban claro, junto a su dura expresión, que la situación era tensa y
que batalla sería desesperada –. He de informarles que acabamos de recibir una
comunicación desde Vulcano. Han detectado la aparición de una fuerza hostil
junto al sistema. Poco después las comunicaciones se han interrumpido. La Base Estelar 12 también ha dejado de transmitir y Alpha Centauri informa de posibles
incursiones cerca de su espacio.
»
Agrúpense según la disposición que han recibido. La batalla será coordinada
desde la nave estelar Galaxy y el
mando de la armada estará a bordo de la Sovereing.
Alerta roja, estaciones de batalla.
Coburn
tenía fama de frío y calculador, pero Otá'taveaénohe
había esperado una arenga antes de la batalla, tal vez un discurso inspirador.
Pero solo habían tenido una escueta información y unas instrucciones de
combate.
En
aquel momento las instalaciones orbitales estaban desiertas y silenciosas. La
estación había sido construida con la idea de establecer un centro logístico
entre los cuadrantes Alfa y Beta. Así la estructura ovalada superior albergaba
un gigantesco almacén en el que se podía encontrar prácticamente cualquier
suministro, desde barquillas de curvatura completas, a tricorders personales.
Lo suficientemente alejada de la frontera cardassiana, durante la guerra contra
el Dominion no había sufrido ataques, pero sí había servido para enviar aquel
material de repuesto hacia la zona de combates. Ante la aparición de aquel
nuevo enemigo, todo el personal no esencial había sido evacuado a las antiguas
instalaciones subterráneas de una mina de dilithio ya agotada, situadas en la
luna cercana. Solo se había quedado el personal mínimo e imprescindible. Pero
aquella noche la actividad había sido febril en los almacenes, plataformas de
transporte de carga y talleres. Pocas horas antes habían llegado la USS Lagrange y la USS Janaran con nuevas órdenes de máxima prioridad. Desde entonces los
técnicos de los almacenes orbitales no habían parado de trabajar.
A
las dos de la mañana la última lanzadera salía por las compuertas del gran
contenedor en forma de lágrima que estaba acoplado bajo el casco de la Lagrange, un gran transporte de la clase Macpherson. Que en aquel momento
estaba completamente cargado con la larga lista de suministros que había
recibido directamente desde los Cuarteles Generales de la Flota en San
Francisco. El joven capitán de la nave logística observaba desde el despacho
del comandante de la base los últimos trabajos de traslado de los contenedores
antes de partir.
–
¿Está seguro que no quiere acompañarme? – le preguntó Deilog apartando la vista
de los ventanales.
–
Gracias, pero no – le replicó Skock sin que su pétreo rostro vulcano cambiara
–. Nuestras órdenes las hemos recibido por Código 47, fuera de los canales
habituales y que no deja rastro. A mí me han especificaron que no dejara rastro
en mis archivos del abastecimiento que se ha llevado. Lo que lleva a la
conclusión lógica que no quiere que nadie sepa que usted ha estado aquí. Si
autodestruyera la estación nuestro enemigo podría pensar que se ha hecho para
ocultar algo. Y por otro lado, el bien de la minoría, supera al de la mayoría.
Además este es mi puesto, aquí debo permanecer.
–
Como quiera, comandante – dijo Deilog asintiendo, sabía que era inútil insistir
con un orejas puntiagudas –. En
cuanto acabemos de acomodar a los civiles y a su personal, partiremos. No
quiero permanecer aquí mucho tiempo.
–
La Base Estelar 145 y 301 ya han sido atacadas. No están lejos de este sistema,
es lógico que esta base de abastecimiento sea su siguiente objetivo – continuó
el vulcano con una fría racionalidad.
–
Lamento oír eso – dijo Deilog.
–
Es ilógico lamentar algo que está fuera del control de uno mismo – prosiguió
Skock alzándose de detrás de su mesa –. Además es una pérdida de tiempo. Los
oficiales que se quedan son voluntarios, no se ha de preocupar de nuestro
destino. Lucharemos para darles tiempo a ustedes para alejarse y destruiremos
las instalaciones. Aunque como dirían los humanos, gracias.
–
Comandante, ha sido un honor conocerle – replicó Deilog alzando su mano de azul
y saludando a la manera tradicional vulcana. El andoriano no podía negar la
valentía de aquel orejas puntiagudas, un auténtico guerrero –. Larga y próspera
vida.
–
Larga y próspera vida, capitán – le devolvió el saludo Skock. Tras lo cual vio cómo
su colega andoriano salía de su despacho. Este tenía una mirada serena, pensó
el vulcano mientras este se alejaba, atravesando la sala de operaciones y
despidiéndose de los dos voluntarios que se habían quedado. Era un ser
valiente, honorable y gracias a oficiales como él la Federación prevalecería.
Ya
solo en su despacho, Skock se sentó detrás de su escrito y tras coger un padd
empezó a escribir una carta. Sabía que sería prácticamente imposible que esta
llegara a su destino pero ya que estaban sumidos en algo fuera de todo control
y por tanto completamente irracional, era lógico hacer algo ilógico en ese
momento. Así que empezó a escribirla.
Poco
antes que la Lagrange y la Janaran, esta última de la clase Niagara, ambas cargadas de suministros y
refugiados se alejaban del sistema, Skock envió la carta al capitán Deilog,
para que si pudiera, la entregara a su destinataria.
Continuará....