El Resplandeciente aterrizó en una
explanada situada en el exterior de la base, por encima del acantilado donde el
puesto avanzado había sido horadado en la roca. Bajaron del viejo crucero
Ajaan, Zahn y Keegan, que fueron recibidos por el mayor Speria, (1) responsable de aquella instalación,
que saludó con afecto al adquisidor y les pidió que le acompañaran hacia el
interior del bunker de entrada.
– El equipo de Slonda llegó hace un
par de horas. Su lanzadera era más pequeña, así que está en el hangar – explicó
este –. Hemos preparado el comedor para que puedan hacer allí su reunión
informativa. Y Leddrell, mí mecánico jefe, ya está fabricando los filtros para
metano como solicitaron.
– Se lo agradezco – replicó Keegan,
que conocía al oficial desde que había ayudado a construir aquel lugar.
– Me sorprendió que usted esté
involucrado en esto, no sabía que ahora también organizara este tipo de operaciones
– comentó Speria entrando en el ascensor.
– En realidad yo solo estoy aquí de
observador, el comandante Zahn es quien tiene los datos y la motivación para la
misión.
– ¿Usted ya había estado aquí verdad
comandante?
– Preparando el ataque a Pas'jaso. (2)
– Cierto, del Departamento de Inteligencia – recordó el comandante de la base cuando
el ascensor llegó al nivel principal. Les condujo hasta el comedor, que hacía
de estancia multiusos, y donde se habían apartado las mesas y sillas e
instalado un proyector holográfico
portátil.
– Tendría una última petición – le
pidió Keegan a Speria antes de entrar en la sala –, necesitaría un par de sacos
de dormir usados y basura.
– ¿Basura? – repitió este
sorprendido.
– Sí, botellas de agua bacías y
envases de raciones de combate. ¿Puede facilitárnoslo?
– Le preguntaré al cocinero – fue la
respuesta antes de cerrar la puerta para dejarles realizar su reunión sin
miradas indiscretas.
Allí ya estaba el grupo de las fuerzas especiales, parte del cual Keegan ya
conocía. Su responsable era el clawdite
Slonda, que en aquel momento tenía su apariencia natural, con la piel oscura
apergaminada, y con sus grandes ojos acuosos. Estaba hablando con un kel dor, con su máscara sobre el rostro,
en lo que parecía una discusión, que interrumpieron ante la entrada de los tres
recién llegados.
– Gracias por venir tan
apresuradamente – dijo Keegan para romper el incómodo silencio que había
generado su entrada –. Este es el comandante Zhan, el responsable de esta
operación aprobada por el general Rieekan
y el Alto Mando.
– Comandante – respondió Slonda,
estrechándole la mano a este.
– Conozco al comandante Zhan –
contestó Drahk, visiblemente molesto –. Del ubiqtorado.
– Deserté – le replicó este.
– Eso dice – insistió el kel dor con
desprecio.
– Por desgracia en esta guerra no
podemos tener el lujo de decidir al lado de quien luchamos – respondió Keegan
con un tono de confianza.
– Muchos rebeldes proceden de las
filas del enemigo – intervino Slonda apoyando al adquisidor –. Como el general Madine a quien tanto tú y como yo
servimos. O algunos de los pilotos que se sacrificaron en el ataque a la Estrella de la Muerte como Biggs Darklighter.
¿Dudarías de ellos?
» Ahora todos somos rebeldes –
prosiguió el clawdite en tono conciliador –. Tú me conoces bien Drahk. Y sabes
que no me arriesgo innecesariamente. Por eso te digo que sí Zahn está aquí con
el adquisidor Keegan, puedo soportar trabajar con un antiguo agente del
ubiqtorado.
» Empecemos la reunión.
Drahk observó a Zahn, luego a Keegan
y finalmente a Slonda a través de la máscara de respiración antiox, que protegía sus ojos del oxígeno del planeta, calibrando la
situación. El clawdite era teniente en el 5º Regimiento de Fuerzas Especiales, que estaba especializado en
infiltraciones en territorio controlado por el Imperio actuando como agentes
secretos y espías. Y era cierto que las veces que habían trabajado juntos este
había demostrado su prudencia, y le consideraba un buen profesional, incluso
sabía que se había negado a realizar algunas misiones que creyó peligrosas. Al
adquisidor no le conocía, pero tenía una presencia de alguien que sabía lo que
se hacía, por lo que algo le decía que también podía fiarse de él. Y su instinto
se había forjado en los muchos años que llevaba luchando contra el Imperio, por
lo que sabía calibrar bien a la gente y este no parecía un fanfarrón. Apenas
era un adolescente cuando se había unido a un pequeño grupo de idealistas en el sector Seswenna, hasta unirse a las
fuerzas especiales una vez en la Alianza pareció convertirse realmente en la
oposición coordinada y capaz de enfrentarse a la tiranía y opresión del Emperador. De Zahn conocía bien su trabajo
en el Ubiqtorado. Finalmente asintió.
El resto de su equipo estaba formado
por Falan, un weequay con el que
Slonda trabajaba habitualmente. Un zabrack
experto en explosivos, un sullustano
y el resto eran humanos y humanas, todos ellos eran curtidos miembros del 4º Regimiento de Fuerzas Especiales
entrenados para usar el terreno a su favor. Cuando pareció que la discusión
había terminado, los soldados se acercaron al proyecto holográfico, que activó
Zahn para introducir los planos de la estación que había estado confeccionando
a partir de sus recuerdos.
– Nuestro objetivo es capturar a un
oficial de la Inteligencia Imperial
que tiene información importante para el futuro de la Alianza y sabemos que en
breve estará en un lugar donde será vulnerable.
» Se reunirá con un proveedor, cuyo
nombre en código es Pylat, (3) que fabrica elementos sofisticados de control mental…
– ¿Informó de ese “elemento
sofisticado”? – le interrumpió Drahk.
– Antes incluso de que tuviera que
rescatarme – respondió Zahn visiblemente molesto –. Supongo que el Alto Mando
tomó las contramedidas necesarias para evitar que uno de estos aparatos fuera
usado contra la nosotros.
» El lugar es un antiguo puesto de
escucha y repetidor de comunicaciones en desuso del Clan Bancario en la luna Sukra Dar, en el sector Thanium – prosiguió explicando, intentando no transmitir
el malestar por los comentarios de Drahk –. Su atmósfera tiene poco oxígeno,
con altas concentraciones de dióxido de carbono, argón, y metano, por lo que es
necesario usar máscaras y gafas protectoras ligeras.
» Aunque nuestro objetivo actualmente
pueda parecer abandonado, en realidad sirve de punto de intercambio seguro. Sus
defensas automatizadas están actualizadas, pero están pensadas para defenderse
de un ataque aéreo. Por eso nosotros llegaremos por la superficie, utilizando
los túneles de servicio del generador que alimenta los sistemas electrónicos y
los escudos.
– ¿Cómo puede saber si esos túneles
siguen operativos o qué podemos entrar por ellos sin ser detectados? – preguntó
Slonda.
– Conozco bien a quien controla el
lugar, es un neimoidiano y estos son
por naturaleza ahorradores, es decir tacaños. Pero esos túneles han de estar
despejados para que funcione el reactor geotérmico, que le ahorra a Pylat tener que llevar combustible hasta
allí. Para ello cuenta con droides de mantenimiento que se activan si el ordenador detecta alguna anomalía.
» En el caso de la seguridad, si no
actualizó los sistemas cuando le descubrimos, no lo ha hecho desde entonces.
Todo el complejo está automatizado de la época de las Guerras Clon, incluidos los sensores internos y los guardias
son antiguos droides separatistas, parte de la dotación que quedó desactivada
al final del conflicto. Y como no hay recambios estos solo se activan al
detectar una nave aproximándose u horas antes de utilizar la instalación.
– Conoce muy bien ese lugar – comentó
Drahk.
– Estudiamos asaltar el lugar con
soldados de asalto sombra, pero al final llegamos un acuerdo más satisfactorio.
– ¿Cuál? – continuó preguntando
inquisitivo el kel dor.
– Los neimoidianos son muy sensibles
a ciertas sustancias químicas – explicó con cierta incomodidad –. Pero si se
tiene el antídoto, se puede vivir durante mucho tiempo sin los síntomas.
– Le envenenaron – aclaró el
infiltrador rebelde.
– Junto a todo su nido – puntualizó
Zhan, con un tono de frialdad.
– ¿Si no pudiéramos capturarle,
tenemos que jubilarlo? – preguntó Laren Tral, una de las especialistas en armas
pesadas.
– Nuestro objetivo es el oficial del
imperial. Muerto, no nos sirve de nada. Necesitamos interrogarle para conocer
lo que están preparando.
– Mi droide sonda puede hacer un reconocimiento para confirmar si los
sistemas defensivos permanecen igual– dijo Slonda para cambiar de tema –. Y si
mantiene la misma programación que en las Guerras Clon, tal vez podrá hackear
su ordenador y controlarlo a distancia.
– Eso me dijo Keegam, por lo que si
pudiera hacer eso, simplificaría mucho el trabajo – comentó Zhan, que se volvió
hacia la proyección de los planos de estación –. Este es el plan…
Varias horas después ya se había
traslado el equipo a bordo del Resplandeciente,
donde estaban terminado de instalar los filtros para el metano en los tres motores Dyne 577 de la nave corelliana.
Leddrell, un er’kit de piel azulada y
largas piernas y brazos que parecía estar permanentemente malhumorado, había
construido varias membranas flexibles para proteger las diferentes rejillas de
refrigeración. Y mientras esperaban que terminaran de instalarlos, el equipo de
infiltración descansaba alrededor de la nave o dentro de ella.
– ¿Es un droide sonda Víbora? – le preguntó Zahn a Slonda señalando a
Probot, el cual había estado ayudando a Leddrell y a Ajaan a colocar los
filtros gracias a su capacidad repulsora y los brazos manipuladores.
– Lo recuperamos tras una misión en Tatooine hace unos años –
explicó el clawdite. (4)
– Eso es muy inusual, están
programados para autodestruirse.
– Tuvo un fallo en su circuito y lo
reprogramamos para que fuera leal a la Alianza y con una personalidad más
servicial.
El droide, que se encontraba cerca,
emitió una serie de bips agudos, haciendo girar su parte superior, como
queriendo reforzar la explicación de Slonda.
– Supongo que el departamento de inteligencia
pudo estudiar sus protocolos y procedimientos.
– Sí. Pero me ha sido más útil como rastreador
y sobre todo para hackear ordenadores. Además es un buen amigo.
Naboo
El general Eckener ascendió por la
rampa de su yate cromado construido por los astilleros del Hangar de Theed especialmente para él. El lujo de aquella nave, que
solo estaba al alcance de Reyes, senadores corruptos o grandes fortunas, ahora le
pertenecía. Él descendía de las primeras familias que se habían asentado en
aquel planeta muchas generaciones antes procedentes de los mundos el Núcleo. Siendo granjeros, sirvientes y soldados, muy
lejos de los lujos de los poderosos clanes como los Naberrie, o la casa Tapalo
o la Veruna.
Siempre se había destacado en los
estudios, desde pequeño había sido muy observador, metódico y reflexivo, poco
dado a juegos deportivos. Alentado por su abuela a hacerse una carrera, no le
costó conseguir una beca para ir a la Universidad de Theed para cursar administración pública. Allí se había codeado con los
hijos de la élite del planeta, aunque siempre había sentido que no formaba
parte de ellos, pero sobre todo que nunca le permitirían desarrollar todo su
potencial. Por eso decidió trasladarse a Coruscant,
el centro de la galaxia, núcleo del Imperio en consolidación y crecimiento. Su
familia colaboró pidiendo dinero prestado y finalmente pudo trasladarse al
mundo ciudad, un lugar de oportunidades para aquellos que osaran tomarlas.
Aunque fueron estas las que se fijaron en él. Ávidos de nuevos miembros para
las organizaciones en plena expansión, los servicios de inteligencia buscaban nuevos
candidatos en todos los sectores. Mientras estudiaba administración galáctica
sus profesores, ante su gran memoria analítica, le pidieron que hiciera un test
fuera del programa académico, y a los pocos días le habían trasladado a una
academia secreta de la subdivisión de Adquisiciones Especiales de la Biblioteca Imperial, antes de la República. Le habían
reclutado para la Ubiqtorado.
No era ambicioso, para él eso era un
peligroso defecto que podía nublar el juicio y generar errores. Era mejor
observar, estudiar, calibrar y aprovecharse de las debilidades de sus
adversarios para adelantarse a ellos o derrotarles. Y esa forma de actuar, pensar
y de ser, fue moldeada, aumentada y pulida para servir al Emperador. No tardó
en destacar como analista, descubriendo estrategias y planes del enemigo,
encontrando pistas allí donde nadie lo había hecho y fue ascendiendo, trabajando
bajo el mando del Gran Moff Tarkin.
A quien le gustaba rodearse de personal originaria de mundos de los Territorios del Borde Exterior como él
mismo, menos refinados que los elitistas reclutas del Núcleo de la Galaxia. Fue
destinado a un equipo de inteligencia formado por otros dos oficiales, con los
que pronto se forjó una auténtica relación de respeto profesional. Se
complementaban y lograron algunos éxitos que les hicieron destacar en las altas
esferas y sobre todo obtener la confianza de Tarkin. Hasta que uno de ellos
traicionó al Nuevo Orden y se pasó a
las filas de la Rebelión. Y había sido una desgracia, ya que le agradaba
trabajar con Zhan, que además era originario del mismo Naboo, aunque nunca se habían conocido cuando ambos vivían en el planeta.
Poco después de su deserción Tarkin
les asignó a Daran y a él, a una nueva misión: un estudio de viabilidad, que no
tardó en convertirse en una vasta operación para añadir nuevos territorios al
Imperio de Palpatine. Proporcionándoles
acceso a una ingente cantidad de recursos y autoridad, como poder construirse aquella
nave, un lujoso yate de clase J, para
desplazarse a su voluntad. Lo bautizó Varykino,
el hermoso lago donde había nacido y se había criado.
Aquella era la grandeza del Imperio,
que alguien como él, que procedía de una condición humilde, pero que fuera capaz
y audaz, podía llegar a lo más alto de poder, y tener acceso a cualquier
recurso de la galaxia, por inalcanzable que pareciera.
Hacía tiempo que tenían tratos con Pylat, por lo que no tenía nada que
temer. Aun así en su trabajo era necesario ser precavido y llevaba consigo una
escolta encabezada por el teniente Unec. Este no le gustaba, era estúpido,
cruel y mezquino, pero para infundir temor hacía bien su trabajo. Era una mole
de casi dos metros de alto y con un cuerpo musculoso, su apariencia imponía,
eso lo reconocía y la intimidación con individuos como los de la calaña de Pylat era parte de la relación que
tenían. Por lo demás era como estar acompañado por un gamorreano, aunque este olía mejor. Así que prefería recogerlo en
el último momento para tener que pasar el menor tiempo posible con él. Por eso
había llegado directamente a Naboo con la escolta de soldados de la muerte, que
eran la otra parte de la fantochada que iban a montar.
A la hora indicada el alargado yate
cromado regresó al espacio real, encontrándose con el destructor clase Imperial
que iba a protegerles y que lanzaría una escuadra de cazas para acompañarles
mientras permanecía en la órbita.
Sukra Dar
Su destino se encontraba en alto de
una cresta montañosa, con una gran explanada sin vegetación alguna a su
alrededor. La instalación no era muy diferente a otras: la enorme antena
parabólica para comunicaciones hiperespaciales estaba situada encima del
edificio de control, del que sobresalía la plataforma de aterrizaje que
sobresalía sobre el acantilado y el valle que se extendía debajo.
El Resplandeciente atravesó la
atmósfera lejos de su objetivo, acercándose en un vuelo a baja altura para evitar
ser descubiertos, aterrizando más allá de la altiplanicie que se extendía desde
el puesto de escucha, ocultándose entre los cañones.
La fuerza de asalto estaba formada
por catorce rebeldes, encabezados por Slonda, con Drahk como segundo, y diez
infiltradores, junto a Zahn y Keegan. Todos llevaban equipo básico: un poncho
para protegerse de la lluvia de metano líquido de la atmósfera, un respirador y
gafas sencillas, que era suficiente para protegerles durante el tiempo que iban
a estar, unas raciones de combate, su arma reglamentaria y recargas extras.
Zahn había calculado el tiempo que Eckener tardaría en llegar una vez partiera
de Naboo al finalizar la Fiesta de Primavera,
lo que hacía que el grupo llegara unas horas antes al puesto de escucha para
preparar la emboscada. Aun así debían de llegar allí andando, portando las
armas y el equipo pesado, como el oxígeno extra, en varias carretillas repulsoras.
El avance a través de los caminos
naturales que serpenteaban los cañones horadados en la roca por el agua y el
viento era lento, hacía que un kilómetro en línea recta fueran tres por los
desfiladeros. Probot, gracias a sus sensores de vigilancia abría la marcha,
escaneando la ruta y evitando los lugares donde podría ser detectados. Lo que
no dejaba de ser extraño para aquellos curtidos rebeldes, ser protegidos por un
siniestro droide Víbora.
Durante la ruta se encontraron con
un LAAT del Ejército de la República abatido. El fuselaje estaba dañado por el
impacto de alguna arma, y el metal corroído por el tiempo. Mientras que en su
interior aún estaban los cadáveres de los pilotos y la dotación de soldados clon, ahora esqueletos dentro
de sus trajes de vuelo y armaduras. Eran la mostración que la galaxia llevaba
décadas en una lucha contigua.
Slonda decidió aprovechar aquel
encuentro para hacer una pausa y descansar.
– Sus armaduras están pintadas de amarillo
– comentó Heiler, el zabrak experto
en explosivos que se había internado para examinar los restos del transporte –.
Y llevan kamas de cuero, como los soldados mandalorianos.
– Su comandante fue el oficial clon Bly – respondió Zahn –.
Pero que recuerde esta luna no fue atacada, supongo que pertenecerían a una
misión de reconocimiento cuando ocuparon el sistema o estaban asediando Felusia, no lejos de aquí.
– No creía que supiera tanto de las Guerras Clon – comentó Keegan.
– Me documenté cuando investigamos
el lugar – restó importancia.
– ¿No deberíamos enterrarlos? –
sugirió alguien del grupo.
– Eran clones, no tenían familia más
allá de su unidad – respondió Drahk –. Son muertos que nunca serán recordados,
ni nadie sabrá, ni se preguntará que habrá ocurrido con ellos. Olvidándose su
sacrificio o su destino. Además, no tenemos tiempo.
Tras aquellas palabras frías, pero
que al mismo tiempo habían sido pronunciadas con la solemnidad que solo un
soldado puede hablar de otro, el equipo permaneció en silencio. Estaba claro
que el kel dor también hablaba de
ellos y de la guerra que luchaban contra el Imperio. Minutos después prosiguieron la marcha.
Cuando se alejaron Keegan permaneció
un instante observando el antiguo LAAT y se preguntó si aquellos clones habían
conocido a la maestra Aayla Secura y
si habían participado en su asesinato tras recibir la Orden 66. En todo caso no merecían ser enterrados, habían sido
creados con el único objetivo de ayudar a Palpatine
a apoderarse de la República desde dentro. Herramientas de un Lord del Sith para subyugar la libertad
de todos los seres de la galaxia y ejecutores de una traición a sangre fría contra
los caballeros jedis que les habían
liderado y acompañado durante decenas de batallas, convirtiéndose en sus
camaradas de armas.
Varias horas después alcanzaron la
puerta de los túneles de servicio. Al llegar a esta el grupo se dispersó por
las inmediaciones, protegiéndose con las rocas, como si una horda de enemigos
fuera a salir por aquella puerta. Mientras tanto Probot extendió una de sus
brazos articulados con su interface informática para conectarse al terminal de
acceso estándar y acceder al ordenador de la antigua estación separatista. Se
hizo pasar por un protocolo de mantenimiento hasta llegar los sistemas de
seguridad, desactivando las alarmas, y haciendo que los sensores de vigilancia
registraran en bucle últimos minutos antes de su llegada para no detectarlos.
– ¿Por qué tardas tanto? – preguntó
Slonda al droide, que permanecía levitando junto a la puerta. Este respondió
con una serie de sonidos –. Sí, es una buena idea.
El clawdite se acercó a Keegan, Zahn y Drahk.
– Probot está cotejando su plano –
dijo este a Zahn –, con el de las instalaciones. Dice que es muy preciso, para venir
de un humano.
Finalmente llegaron al edificio de la
antigua instalación, desplegándose con rapidez por ella para completar lo que
cada uno tenía asignado. Las dos parejas de armas pesadas subieron por las
escaleras metálicas hasta los pisos superiores del edificio que sostenía la
antena. Desde allí cubrirían la plataforma donde iba a aterrizar la nave de
Eckener para hacer el intercambio. Mientras que Heiler colocaba una serie de
explosivos por el recinto para hacerlos estallar para cubrir su retirada. Debía
de hacer que la estructura se derrumbara, pero dejando parte de la estructura solo
parcialmente dañado. El resto del equipo de quedó en el hangar principal,
abrieron las compuertas y empezaron a trasladar los contenedores que había allí
almacenados en la plataforma de aterrizaje y en las pasarelas inferiores, donde
esperarían para emboscar a sus enemigos.
Mientras tanto Zahn, Slonda, Drakh y
Keegan se dirigieron al puesto de mando junto a Probot, que se conectó
directamente al ordenador central. Al cabo de unos segundos las luces se
encendieron, activándose las diferentes funciones mientras giraba la concesión
cilíndrica del terminal. No tardó en emitir una serie de pitidos y su proyector
holográfico mostró los sistemas de la computadora que controlaba.
– La inteligencia artificial es
bastante básica – tradujo Slonda mientras observaba la información de los
comandos de mando mostrada su droide –. Cuenta con protocolos de vigilancia que
se activan remotamente. Aún está en letargo, sin que haya recibido órdenes
externas.
– ¿Tal vez se equivocó y no hay
nadie en camino? – sugirió Drahk.
– Vendrán – replicó Zahn sin mirar
al kel dor.
– Probot ha iniciado la
reprogramación que le permitirá controlar el ordenador y los droides a
distancia, incluyendo las defensas automatizadas.
Le sacudieron y se despertó
sobresaltado. Justo frente a sus ojos tenía la máscara de Drakh. Su estructura
ósea alrededor de esta, le daba una apariencia agresiva, acentuada por su
desconfianza, casi patológica que tenía hacia él, le hicieron pensar por un
instante que iba a acabar con él en aquel lugar.
– El ordenador ha resucitado – dijo
su cortante voz metalizada y se apartó de Zahn con brusquedad, como si le
incomodara estar tan cerca de él.
Eso significaba que habían enviado
la señal de activación y quedaban tan solo una hora para el intercambio. Se
estiró los músculos entumecidos por haberse quedado dormido sobre el suelo
duro. Las luces ya estaban encendidas y podía escucharse el rumor de la
maquinaria encendiéndose. Poco después aparecieron las primeras parejas de droides de batalla B1 que les ignoraron
como si no estuvieran allí, tal y como les había reprogramado Probot unas horas
antes. Además los sensores estaban calibrados para no advertir su presencia,
como si fueran espectros incorpóreos, por lo que cuando reportara la situación
indicaría que todo estaba despejado y en orden.
La radio crepitó, escuchándose la
voz metalizada de Ajaan.
– Aquí Nido de pylat, se aproxima una lanzadera – anunció este a la
hora prevista –, según su configuración
es naimoidiana. Tiempo estimado de llegada 21 minutos.
– Copiado, Lanzadera Uno en ruta. Manténgase a la espera. Corto – respondió
Slonda, que se giró hacia Zahn –. Espero que sigan siendo igual de
despreocupados, sino la misión terminará pronto.
– Yo también lo espero – respondió
Zahn desenfundando su bláster. Se pusieron las máscaras, abrieron las puertas
del hangar y los dos equipos salieron a la plataforma de aterrizaje,
descendiendo hasta las dos pasarelas de servicio que había en los lados de la
estructura colgante. Al pasar junto a dos droides B1 uno de ellos pareció girar
su cabeza como si le hubiera visto.
– Plataforma despejada. Roger, roger – dijo este volviendo a ponerse
firmes.
Zahn alzó la mirada para observar
otras parejas de antiguos droides de batalla separatista apostados en la parte
superior del edificio, dentro del cual aguardaban dos parejas de rebeldes, cada
una con un bláster pesado rotatorio que les cubriría desde lo alto. Luego
descendió las escaleras y se ocultó detrás de unos arcones de material que
habían colocado como para peto para ocultarse. El viento arreciaba, por lo que
el cielo estaba despejado, dejando ver el mando de estrellas más allá de la
atmósfera lunar. Se colocó junto a Keegan, que con Falan, Drack y Veklar,
formaban su equipo de asalto. Slonda y otros tres infiltradores estaban en el otro
extremo de la plataforma y saltarían al unísono para a apresar a Eckener.
Minutos después una pequeña nave apareció
en el firmamento y enfiló directamente la estación. Extendió las cuatro delgadas
patas y se posó suavemente, desplegando una rampa de la que no tardaron de
bajar varios guardias que se dirigieron a los dos droides de batalla, que les
informaron que todo estaba despejado. Entonces apareció, con el boato de un
gran líder, otro neimoidiano y
descendió hasta la plataforma, llevando un voluminoso maletín. Este siempre se
había creído uno de aquellos dirigentes de la Federación de Comercio, que según se contaba, se habían vendido a
un señor Oscuro del Sith. Y por ello
llevaba una pequeña mitra y se rodeaba de lujo. Cuando en realidad era un
científico neuronal que había encontrado la manera de alterar la voluntad de
otros seres mediante hondas neuroeléctricas. Y que desde que había caído en las
manos del Ubiqtorado, de Tarkin, de
Daran y las suyas, además era un moribundo que necesitaba una extraña encima
para que su sistema nervoso no le matara entre terribles dolores y
convulsiones. Zahn siempre le había considerado alguien cobarde y despreciable.
Se detuvo junto a los guardias y los droides.
– ¿Por qué están estos contenedores
aquí fuera? – preguntó señalando las cajas metálicas y que nadie había movido
desde los enfrentamientos entre la República y la Confederación de Sistemas
Independientes.
– Uno de los conductos del soporte vital del hangar se ha desprendido y
los hemos retirado para… – antes de que el droide terminara de explicarse Pylat se alejó de este hacia el interior
del hangar.
– Este lugar se cae a pedazos, tal
vez deberíamos buscarnos otro sitio para hacer odiosas estas entregas – fue
diciéndose más para él, que para los guardias que le acompañaban.
– Ya te digo – replicó este.
Después la lanzadera se elevó unos
centímetros sobre el suelo y tras darse la vuelta, se introdujo lentamente en
el hangar, cerrándose las puertas tras esta.
–
Aquí Nido, acaba de aparecer el yate nubian en órbita – anunció la voz nerviosa de Ajaan en los auriculares
de Zahn –, pero le acompaña un destructor estelar clase Imperial,
repito, clase Imperial.
Continuará…
Notas de
producción:
(1) El mayor Stan
Speria ha aparecido en los dos relatos del Jedi Perdido: Adquisidores y la segunda parte Rayo de Esperanza. Siendo su primera aparición en el USS Spirit.
(2) El ataque a
Pas’jaso se desarrolla en el segundo relato del Jedi Perdido: Rayo de Esperanza.
(3) Pylat era un pájaro muy apreciado por los neimoidianos, para los que simbolizaba la riqueza y el estatus, creando envidia entre los que no poseía tales aves.
(3) Pylat era un pájaro muy apreciado por los neimoidianos, para los que simbolizaba la riqueza y el estatus, creando envidia entre los que no poseía tales aves.
(4) La misión en Tatooine
mencionada por Slonda transcurre en el primer relato del Jedi Perdido: Adquisidores. Mientras que este personaje aparece en
ambos relatos.
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