domingo, 12 de agosto de 2018

El Jedi perdido 2 - Rayo de Esperanza 4


Planeta imperial Pas’jaso

            El vehículo del superintendente Lweston se detuvo frente a la entrada del recinto de abastecimiento. Era un área inmensa aledaña al espaciopuerto de la capital, rodeada de un muro de cinco metros de alto, salpicado de torres coronadas de turbolásers que apuntaban, tanto al cielo y como a la superficie. Además toda el área circundante estaba vigilada constantemente por fortalezas flotantes VAPr A9 y parejas de cuadradas y macizas motos deslizadoras C-PH.
            Dos soldados de asalto se acercaron al lujoso vehículo de Lweston y le pidieron la documentación.
            – Estos dos oficiales son amigos míos, han venido desde Corusant para ver el funcionamiento de las instalaciones – anunció alargándole también las identificaciones.
            El soldado las observó con detenimiento. Las imágenes de sus documentos correspondían a los dos tenientes de la marina que estaban sentados con el responsable administrativo del recinto y los códigos estándar de las credenciales eran correctos. Y habían sido anotados en la lista de visitas el día antes, y aunque era normal que el personal de paso en aquel planeta fiel al Nuevo Orden visitara el recinto, sí le extrañó que lo hicieran precisamente el Día del Imperio. La verdad es que tenía pocas ganas saber el motivo por aquellos dos individuos querían estar en un mundo tan apestoso como aquel, fuera el día que fuera. Teniendo en cuenta que al día siguiente tenía previsto desfilar con su unidad por las contaminadas calles de la capital para demostrar el Poder del Imperio.
            – Feliz día del Imperio. Pasen – indicó lacónico con su voz metálica, entregando las tarjetas de nuevo a Lweston. Este parecía tranquilo, pero su pulsación estaba disparada y si no fuera por la inyección anti transpiración que le había dado Keegan al salir de su casa, tendría la frente y el uniforme empapado de sudor.
            Una hora ante, cuando aún las estrellas brillaban por encima de la nube tóxica que cubría el planeta, se había encontrado con el rebelde. Le había dado instrucciones de que no recogiera nada de su casa, tenía que dejarla como si pensara regresar al día siguiente, por lo que dejó todos los objetos personales. Tampoco hubiera cogido mucho, aun así obedeció. Quedaron en el garaje del mismo centro comercial donde se habían reunido la noche antes. El adquisidor ya vestía el uniforme de oficial imperial y por extraño que pareciera, el superintendente pensó que le quedaba bien. Le acompañaba otro hombre uniformado y una mujer, que conducía su gran deslizador. El segundo oficial subió a su vehículo, un lujoso deslizador Sandpopper de Lweston y en un instante su rostro se transformó en el del propio intendente, comprendiendo que en realidad aquel ser era un clawdite con capacidades multiformes.
            Él subió al espacioso Arrow-23 y salieron del garaje internándose en la ciudad. Se detuvieron en una esquina y sin mediar palabra, tras abrir la puerta del deslizador, subieron tres figuras. La última en entrar fue Desona que echó una rápida mirada a cada lado de la calle, confirmando que nadie les había seguido. Antes de ella había subido una mujer alta, cubierta con una capucha, que llevaba en brazos un bebé, precediéndola un niño también encapuchado de unos cinco años, que nada más subir al vehículo había abrazado a Lweston.
            Sin perder tiempo se alejaron de la esquina e instantes después se colocó, junto detrás de él, el otro deslizador deslizador muy elegante, conducido por Falan.
            No tardaron en llegar al espacio puerto, deteniéndose frente a la pista NK-338. Colocándose de tal manera que nadie podía ver como descendían las cuatro figuras que subieron al Luz Azul. Cuando Vanowen, que custodiaba la rampa de acceso, cerró la puerta del carguero ligero, los dos vehículos se dirigieron al local de alquiler y los devolvieron.
            En la nave atravesaron la bodega de carga, ya ocupada con los contenedores metálicos de SuiCom y subieron al nivel superior, acomodándose en la estancia común. De alguna manera la tensión se relajó y por fin Lweston pudo acercarse a la mujer que habían recogido y la abrazó con ternura. Se había quitado la capucha para mostrar el cráneo con los característicos cuernos zabrak, y la melena recogida en una larga trenza.
            – Lo hemos conseguido Chara, somos libres – dijo el oficial imperial con ternura. Miró al bebé que estaba entre ambos y sonrió –. Y tú hijo mío, crecerás en un lugar donde nadie mire quien es tu padre o tu madre.
            – Hemos de darnos prisa – intervino Keegan con serenidad.
            – Cuando la nave haya despegado – insistió Lweston.
            – ¿Cuándo volveremos a vernos? – preguntó la mujer con inquietud.
            – En unos días se reunirán en un planeta refugio de la Alianza – respondió Desona con una gran sonrisa para tranquilizarla.
            – Ya están aquí – informó Vanowen desde la cabina. Poco después Falan y Liana se reunían con ellos.
            Keegan y Lweston se miraron y este último asintió con determinación. Se arrodilló junto al niño y le dijo que debía de cuidar a su madre y a su hermano, que solo confiaba en él para llevar a cabo aquella tarea. Este le respondió muy serio que las protegería con su vida. Después el superintendente le dio un último beso a su amante e hizo lo mismo a su hijo que esta sostenía. Y salió de la estancia hacia la bodega inferior.
            Cuando Keegan salía detrás de Lweston, Vanowen le detuvo en la escalera.
            – Se lo que van a hacer ahora – le dijo con rapidez, sabedor de la prisa que tenía el adquisidor y le alargó una tarjeta de datos –. Si hay espacio en esas naves, esto nos sería de utilidad. A todos.
            Keegan lo cogió y asintió.
            En la rampa de acceso le esperaba Lweston y Desona.
            – La idea era salir todos juntos – le recordó la twi’lek antes de que salieran de la nave –. ¿Cómo pretendes hacerlo sin el Luz Azul?
            – Improvisaré – le contestó Keegan con una media sonrisa.
            » Siempre te preocupas por los demás. Y eso es bueno. Ahora has de marcharte.
            Esta asintió y cuando los dos hombres vestidos con el uniforme imperial y cubiertos de sendos abrigos largos, se alejaron, los motores del carguero ligero se encendieron. Poco después su casco, coronado con los tres grandes motores traseros, se perdía en la nube toxica que cubría la atmósfera de Pas’jaso.
            – Es la hora – indicó Keegan y abrió la marcha hacia el recinto del espacio puerto. Allí estaba Slonda a los mandos del deslizador de Lweston, que cogió el relevo, dejando al clawdite adquirir otro rostro humano.


            Atravesaron las puertas blindadas del recinto que flanqueaban el alto muro y se internaron en la instalación imperial. Rodearon el macizo edificio administrativo, que databa de las Guerras Clon, donde se encontraban los barracones de la guarnición, un hospital, pistas de aterrizaje en las azoteas para lanzaderas y patrulleras y otros servicios auxiliares. Tenían sus propias fuentes de energía independientes, así como generadores de escudos y cañones tuboláser para defenderse. Tenía cierta elegancia castrense al mantener la arquitectura republicana, utilizaba por primera vez en Centro de Operaciones de Coruscant y no las grandes cúpulas metálicas de los complejos administrativos que en los últimos años se habían convertido en el símbolo de la ocupación planetaria. Justo delante de la entrada, decorada con el símbolo circular del Imperio, había dos grandes hangares para andadores y repulsores usados para el mantenimiento de los vehículos acantonados en Pas’ajo. Una vez pasado los edificios se encontraron con las plataformas elevadas de aterrizaje, así como los hangares de las lanzaderas de carga, pequeñas naves y los cazas TIE de protección. A su lado estaba el corazón de la instalación: junto a varias antenas de control de droides estaba una torre maciza, de color gris, que albergaba la sala de control de la base de abastecimiento, que se extendía a lo largo de varias decenas de hectáreas alineadas en hileras de almacenes idénticos. Eran estructuras alargadas, con los techos retráctiles y en su interior se extendían enormes estanterías de acero de todos los tamaños, desde cajas que podía cargar una persona a contenedores enormes que albergaban piezas enteras de naves espaciales.
            Detuvieron el vehículo en el espacio reservado para el personal frente a la puerta de la torre y se dirigieron a su interior.
            La sala de control estaba situada en lo alto del edificio, en una estancia redonda y diáfana. Toda la extensión de las paredes estaba cubiertas por consolas de trabajo rojas y negras, con pantallas, botoneras y techados. Había dos huecos para sendas ventanas que daban al exterior, una dominaba la gran extensión de almacenes de la base y la otra mostraba el otro extremo, con las plataformas de aterrizaje y el resto de edificios que se alargaban hasta la entrada principal.
            – Este es el acceso al ordenador central – indicó Lweston señalando una de las consolas –. Desde esta otra se controlan los droides de trabajo y desde la de al lado se activa o desactiva el escudo para el paso de las barcazas automáticas de transporte.
            – ¿El resto de técnicos no vendrá hoy? – preguntó Slonda, volviendo a tener su rostro clawdite, desenfundado su pistola blaster y colocándose junto a la puerta.
            – No. He estado haciendo cambios de turnos y dando días libres de manera aleatoria como me sugirió Keegan – indicó mirando a este con resentimiento –. Creía que sería para que no supieran cuando hubiera desertado. Ahora veo que era por otro propósito.
            » Todos son malos perdedores de sabacc, y ninguno se soportan entre sí, así que no se hablan. Nadie se preguntará si el otro está o no de guardia y no nos molestarán.
            Keegan se colocó junto a la consola y mirando a Lweston le hizo un gesto para que le permitiera acceso. Este asintió e introdujo los códigos, permitiendo al adquisidor rebelde poder controlar las operaciones de la base de abastecimiento. Entonces extrajo de su bolsillo la tarjeta de datos y lo colocó en la interface informática. Segundos después en la pantalla empezó a aparecer la lista del equipo que necesitaban, mientras el ordenador iba asignando las coordenadas de este a lo largo de los edificios de almacenamiento.
            – Mientras carga la lista, accederé al control de los droides para que empiecen a recopilar el material – indicó Lweston.
            – Su destino son tres naves en órbita, con el código de identificación AUTR/7647ER – indicó Keegan acercándose a Lweston –. Tiene que autorizar la entrega del material como prioridad Alfa-1-C.
            De esa manera si alguien en la guarnición se preguntaba por el tráfico de transportes durante el Día del Imperio, comprobarían la existencia de una petición de máxima prioridad procedente de Coruscant que no solían anunciarse y que debían de ejecutarse sin demora.
            – Lo tenía todo previsto – replicó el desertor imperial, que se preguntó si hubiera aceptado la ayuda si hubiera conocido los verdaderos planes del adquisidor. Nunca había sido un convencido del Nuevo Orden, pero tras terminar la universidad alistarse le había parecido una buena idea para tener un trabajo estable y remunerado. Pero poco a poco se le habían abierto los ojos sobre la verdadera naturaleza tiránica del régimen en el que servía. Con el anuncio de su embarazado cuando había decido desertar. Pero no era un hombre de acción, un simple ingeniero, y convertirse en fugitivo del gobierno galáctico más poderoso de la historia no era precisamente la mejor opción si uno no contaba con amigos que protegieran a su familia. Y él no los tenía. Y entonces había aparecido aquel hombre bien vestido, de elegantes maneras y que parecía saberlo todo de él. Instintivamente había confiado en él y cuando le dijo que podía ayudar a llevar a un lugar seguro a su familia, aceptó. Así podrían dejar todo atrás, y vivir tranquilo con su esposa y sus hijos. Verles crecer sin el estigma de ser híbridos zabrak y humanos. Pero lo que parecía la solución a sus problemas, ahora se había convertido en un robo a gran escala.
            Keegan no contestó. Su mirada era enigmática, como si conociera algo que nadie más supiera. Aun así desprendía confianza y seguridad. Pero al mismo tiempo no había maldad en ella.
            – Es un material considerable, espero que esas naves sean grandes– replicó el intendente tras acercarse a la consola de control de tráfico y con su código personal autorizó la operación logística, leyendo la lista que había introducido el rebelde.
            – Tres Super Transportes XI de Kuat – replicó Keegan. Cada una de aquellas naves contenedores podían llevar 40.000 contenedores estándar con una masa de 25 millones de toneladas métricas, que en poco tiempo estarían repletos de un sinfín de material que permitiría prepararse un poco mejor a la Alianza Rebelde para los oscuros tiempos que se aproximaban.
            – Ya se ha cargado su lista. Los droides empezarán a seleccionar los contenedores y a llevarlos hasta las barcazas.
            – ¿Hay previsto para hoy más movimientos? – preguntó Slonda.
            – No. La semana del Día de Imperio, suele sr muy tranquilo. Hace tres días se pasó un escuadrón de destructores – explicó Lweston, pensando que la Armada y el Ejército estaban demasiado ocupados en desfiles y demostraciones de fuerza recordando a la población su capacidad de destrucción –. Dos clase Imperial, un Immobilizer 418 y dos cruceros Strike con varias fragatas. Recargaron combustible, armamento, y partieron enseguida. El próximo cargamento está previsto para dentro de dos días, se han de llevar recambios para una Flota de Astilleros. Pero supongo que eso nunca sucederá. ¿Verdad?
            Keegan y Lweston se miraron a los ojos, hasta que el superintendente los apartó. Estaba convencido que aquel robo implicaría la destrucción de la base de Pas’jaso una vez se apoderaran de todo el equipo que deseaban. Y allí había todo lo que pudieran necesitar: desde torretas pesadas turboláser o miles de torpedos de protones o misiles de impacto de diversos tamaños con los que estaban armados los destructores de la clase Imperial o los bombarderos TIE. Junto a generadores de escudos navales, pasando por defensas planetarias como los cañones de iones de Astilleros Kuat. Pero también había explosivos, armas ligeras y pesadas de campaña, células de combustible y energía, escudos de pelotón, mochilas propulsoras, kits médicos, tanques de bacta, con reservas de aquel líquido capaz de curar heridas y enfermedades. La lista que había visto permitiría armar a un poderoso ejército. Todo el arsenal del Imperio ahora se encontraba a merced de los rebeldes y por lo que podía ver en la pantalla, aquel hombre no escatimaba en lo que estaba robando. Solo el armamento más moderno y difícil de conseguir estaba siendo seleccionado ya por los droides de trabajo, extrayendo los contenedores de los estantes de sus almacenes con sus rayos tractores y colocándolos en las barcazas automáticas. A él le había dado la misión de crear y supervisar un depósito completamente automatizado, controlado por un ordenador y gestionado por droides, sin que nadie interviniera en la gestión y traslado del material. Y lo había hecho a conciencia, utilizando tecnología de control de los ejércitos droides de la Federación de Comercio. Una manera de ahorrar en personal. Y que ahora servía para que nadie supiera lo que estaba pasando realmente ocupados en celebrar el Día del Imperio.
            – El proceso de carga tardará… siete horas – indicó Lweston tras comprobar el cálculo que había hecho el ordenador de control –. ¿Qué hacemos mientras tanto?
            – Esperar a que termine – indicó Keegan que cogió la tarjeta que le había entregado Vanowen. Lo colocó en un datapad que tenía y repasó la lista que el ingeniero de Incom había elaborado –. Aumentaremos la lista de la compra. ¿Tienen algo de esto?
            Lweston cogió el datapad y leyó la lista.
            – Sobre todo es maquinaria de mantenimiento y reparaciones. Tenemos la mayor parte, pero repartida en varias ubicaciones. Si solo quiere esto aumentaría el tiempo de la operación en algo menos de una hora – contestó sentándose en la consola y accediendo a los bancos de memoria –. Aunque también podemos enlistar todos los contenedores que tengan el material, habrá más lo que necesitan, pero tardaremos solo media hora más de lo previsto. Eso si hay espacio en sus transportes.
            – Lo habrá – replicó Keegan, que empezó a mirar los registros de entradas para ver si encontraba más material que pudiera ser útil a la Alianza.
            – Pues lo añadiremos al listado original – iba explicando el intendente –. Hice que el sistema permitiera aumentar las peticiones, los droides se adaptarán con rapidez. Era una manera de ahorrar tiempo.
            Una vez dadas las órdenes ya solo tenían que esperar a que terminara todo el proceso, que coincidiría con el ataque al planeta por parte de los cazas rebeldes. Había calculado que su lista ocuparía el noventa por ciento de las bodegas de los tres transportes cedidos por Tycho Inc. con la intención de ocuparlo con otro material que le hubiera pasado por alto, como la lista de Vanowen. Así que el adquisidor empezó a buscar entre la base de datos. Al cabo de un rato se quedó como hipnotizado viendo las últimas entradas de material a la base y le señaló a Lweston uno de los registros de la pantalla.
            El contenido no aparecía, y los nombres de su origen y destinos estaban en código, pero había reconocido uno: Amgine4M. Correspondía a una factoría de la empresa que construía los sistemas de codificación de más alto nivel del Imperio. Lo conocía porque hacía unos meses había intentado infructuosamente apoderarse de una de aquellas máquinas y los libros de códigos en su sede de Fondor. Pero tener a su alcance una remesa de aquellas máquinas, solo había sido la chispa que había encendido una visión con la numeración de un contenedor que se guarda junto al primera. Había sido un instante en que había visto numeración de un contenedor y sentido un estremecimiento de la Fuerza como hacía mucho tiempo que no sentía. Ahora ya sabía porque estaba allí, el motivo por el que le había llevado a Pas’jaso era apoderarse de su contenido.
            – ¿Qué es esto?
            – Lo ignoro – respondió sin darle importancia, concentrado aun en el trabajo de añadir el nuevo material a la lista de embarque –. Son envíos del ubictorado, del COMPNOR o de la Oficina de Seguridad Imperial, últimamente también de algo llamado la Iniciativa Tarkin. El acceso a sus contenidos está restringido para mí.
            El ubictorado era el siniestro nombre por el que se conocía la dirección del Servicio de Inteligencia Imperial: un consejo secreto que respondía ante el Emperador. Estos eran los encargados de supervisar todas las actividades, formulando estrategias para cada departamento y presentándoles sus objetivos, coordinando todos sus esfuerzos con el único fin de servir a la voluntad de Palpatine. El COMPNOR era la organización creada en los albores del Imperio para la preservación del Nuevo Orden, en cuyo seno se encontraba la Oficina de Seguridad Imperial u OSI, la organización que se había extendido por toda la galaxia como herramienta de persecución, represión y opresión de todo lo que fuera ajeno al deseo del Emperador. Todo lo que representaban aquellas siglas era maligno y obedecía al Lado Oscuro. Cómo aquella Iniciativa Tarkin, dedicada al desarrollo de nuevas y terribles armas, que estaba bajo la dirección de gran lacayo de aquel tirano: el cruel y despiadado Wilhuff Tarkin.
            – Añada todo eso a la lista… – indicó Keegan.
            – No puedo hacerlo. No tengo acceso al contenido de sus envíos o moverlos, ni permiso para entrar al edificio – explicó Lweston –. Si eso ocurriera por error, saltaría la alarma en sus oficinas y en unos instantes estaríamos rodeados por un equipo de siniestros soldados de asalto.
            Keegan repasó las entradas y salidas de todos los envíos que tenían como destino el almacén B47. Los orígenes de los mismos y sus destinos estaban todos cifrados: Nido, Colmillo, Lava, 3492-N, Templo y así algunos se repetían constantemente. Pero no era necesario saber de dónde procedía o a donde iban: lo importante era que el uso constante que se estaba haciendo de aquel lugar. Dejando claro que los jerarcas imperiales creían que estos pasarían desaparecidos en un lugar de segunda fila como Pas’jaso. Y lo habían conseguido porque la Alianza desconocía la importancia de aquel lugar. Pero que en realidad era un punto logístico por donde pasaba material muy sensible para el propio Emperador Palpatine: su nombre en clave personal se repetía varias veces en los últimos meses: Sidious.
            – La Iniciativa Tarkin – repitió Keegan.
            – Es una división de investigación de armas avanzadas. Los códigos de traslado son de alta prioridad del OSI. Suelen llegar en lanzaderas de carga en tránsito desde Eadu o Scarif, también hay muchos envíos desde un lugar llamado Jedha. O por lo menos eso dicen que cuentan los pilotos mientras repuestan.
            – Entonces, ¿cómo se trasladan cuándo llegan esas lanzaderas? – preguntó Slonda, que seguía la conversación desde su puesto junto a la puerta.
            – Hay droides elevadores específicos para eso y siempre con supervisión de agentes del departamento correspondiente y una escolta armada.
            En el exterior los droides de trabajo pasaban de un lugar a otro con los contenedores seleccionados e iban colocándolos en las barcazas que los transportarían fuera del planeta. Poco a poco la primera de estas naves partió hacia el espacio para encontrarse con el primer transporte el Sando Agua, en cuyo puente la gungan Rohna observaba como llegaban los primeros envíos. No se consideraba una cobarde, pero tenía que confesarse que la adrenalina corría por sus venas como el agua caía por las cascadas de Theed y tenía los nervios a flor de piel ya que era la primera vez que actuaba tan abiertamente contra el Imperio.


El Resplandeciente

            La estrella de Pas’jaso se podía identificar con claridad en el firmamento. Su luz brillaba con mayor intensidad que el resto del firmamento, como un faro en la noche. Aun así el espacio que había alrededor de la nave rebelde era oscuro, solitario y frío. Habían salido del hiperespacio justo en el borde del sistema, situado sobre el plano del mismo, justo encima de Pas’jaso III, el que antaño había sido una esfera azul, ahora su atmósfera contaminada lo hacía parecer parduzco. Claro que a aquella distancia no podían distinguir los planetas que orbitaban su estrella. Las coordenadas las había calculado por Al-Ger-To, el criptógrafo cereano asignada por Cracken. Era joven, apenas un imberbe recién salido de la universidad de ingeniería, pero cuyo cerebro binario le permitía hacer cálculos infinitamente más rápido que cualquiera. Según estos la posición en la que se encontraba les permitiría captar con mayor nitidez las transmisiones de salida y entrada del sistema.
            – ¿Algo interesante? – preguntó Zhan entrando en la sala de descifrado, situada en la parte frontal de la nave, en el antiguo salón cápsula. Usado para reuniones diplomáticas, se le había quietado la mesa redonda que aún conservaba cuando compraron la nave y las sillas de los costados donde se sentaban los ayudantes de los asistentes, para ubicar el equipo que tenían. Estos eran varios transmisores utilizados por la Armada Imperial, con los que podían captar sus comunicaciones. Y junto a estos un descodificador que habían conseguido gracias a un contacto dentro del gobierno de Mygeeto. Era un modelo algo anticuado, aun así aún se usaba por un buen número de naves de combate, normalmente de segunda fila, aun así se podía considerar un modelo estándar. De manera que si tenían suerte y lograban dar con el código de encriptación, aun podían leer los scandocs y los mensajes del enemigo.
            – Nada – respondió Al-Ger-To con tono de asqueo –. Solo hemos captado la misma morralla de tránsito de siempre.
            – Hasta que no empiece el jaleo, no habrá nada interesante – comentó Zhan.
            – Entonces no falta mucho – indicó detrás de ellos Seeriu Ajan, que traía varias barritas alimenticias que entregó al cereano.
            – Un par de horas – confirmó Zhan –, hasta que lleguen los primeros cazas.
            En ese momento uno de los botones de los controles se iluminó por un instante y en la pantalla principal apareció una pequeña línea de texto.
            – ¿Y eso? – preguntó Zhan.
            – Una señal automática – contestó despreocupado Al-Ger-To abriendo el envoltorio de las barritas que engullía con asiduidad –. Se dirige hacia el planeta cada hora en punto. He intentado desbloquearla, pero está codificada con una clave operativa de la marina. Con este equipo tardaría varios días en poder leer un fragmento del mensaje.
            –Tienes que aprender mucho de la eficiencia de la Armada Imperial – dijo Zhan que se acercó a la pantalla, donde solo aparecía una línea de texto ilegible. Haciendo que Al-Ger-To a interesarse con lo que estaba ocurriendo. Desde la puerta Seeriu observaba fijamente al antiguo espía del ubictorado.
            » ¿Dices que se emite cada hora? – preguntó segundos después.
            – Sí. Cada hora en punto.
            – Es la señal de baliza. Protocolo de espera estándar en misiones de combate dentro de territorio amigo – explicó Zhan.
            – ¿Qué quieres decir? – preguntó Seeriu detrás de ellos.
            – Que es una trampa – contestó Zhan con tranquilidad –. Y que hay una fuerza de combate no muy lejos de aquí, a la espera de que los rebeldes aparezcan para aplastarlos.
            – ¿Qué podemos hacer? – preguntó Al-Ger-To sobresaltado.
            – Nada, porque todas nuestras naves están en el hiperespacio – contestó Seeriu con seriedad, calculando las diferentes posibilidades que tenían en aquel momento.
            » Y no tenemos las frecuencias, ni los códigos para advertir al primer grupo de cazas.
            – ¡Pero tendremos que advertirles! – insistió el cereano.
            – Antes tendríamos que confirmar su presencia y composición – indicó Zhan –. ¿Puedes localizar el origen de la señal?
            – Creo que sí – indicó este, que se giró hacia el ordenador y empezó a recuperar la información almacenada. Se había entretenido unas horas antes en intentar descodificar el mensaje, por lo que tenía los datos de varias señales almacenados, pero no tardó en alzar la mirada negando con la cabeza –. Tenemos que triangular su posición, para eso es necesario que cambiemos nosotros el lugar de recepción. Entonces sería un juego de niños.
            – ¡Hágalo! – ordenó Zhan girándose hacia Seeriu, pero este ya había salido hacia la cabina del piloto para introducir los cálculos en la computadora de navegación.


Planeta imperial Pas’jaso

            Las naves contenedores Sando Agua, Behpour y Eleuabad estaban preparadas para partir, a pesar que el proceso de carga se había alargado al aumentar el material trasladado desde el depósito logístico. En sus computadoras de navegación estaban introducidas las coordenadas y los multiplicadores de hiperespacio listos para saltar al recibir en el momento acordado. Justo con la llegada de los cazas de la Alianza, aprovechando el más que posible pánico y confusión que causarían entre las naves en órbita y el movimiento de las fuerza de patrulla para defender la luna del planeta. En la superficie Keegan miró a sus compañeros. Lweston estaba aterrado, sabía que el ataque era inminente y hubiera preferido estar ya lejos de allí. Slonda era un profesional y permanecía tranquilo. Además conocía a Keegan y confiaba en que le sacaría de allí. El silencioso adquisidor le daba confianza y le transmitía confianza, era un hombre templado que parecía saber exactamente qué hacer en todo momento.
            – Las últimas barcazas saldrán en unos minutos – anunció Lweston con cierto alivio. El sol había salido unas horas antes sobre el brumoso horizonte del planeta y habían ya notado el aumento de movimiento en la guarnición aledaña, preparando los vehículos y las tropas para el desfile del Día del Imperio.
            – Ahora solo falta que cargue esto – le dijo Keegan entregándole otra tarjeta de datos al superintendente.
            – ¿Un virus? – preguntó el superintendente, aunque más bien fue una afirmación. Ya no había más tiempo para incluir más material en los envíos. Había intuido que el destino de la base era la de ser destruida aquel día. Un bombardeo quirúrgico produciría pocas víctimas inocentes, aunque estaba seguro que muchos de sus compañeros, algunos a los que consideraba amigos, morirían. Pero ya no había alternativa. Su suerte estaba ligada a aquellos rebeldes, y al éxito de su misión. Cogió el disco y lo introdujo en la ranura.
            – Impedirá que los escudos se activen – respondió el adquisidor.
            – Necesitamos una lanzadera para salir de aquí – dijo entonces Slonda señalando la ventana desde donde se podían ver los estacionamientos de estas. Ya habían terminado lo que habían venido hacer, y no era bueno estar cerca de aquel lugar cuando llegaran los cazas ARC-170 del escuadrón Violeta.
            – Pero antes hemos de ir al almacén B47 – anunció Keegan.
            – Está usted loco – le increpó Lweston, que se giró hacia el clawdite, buscando un aliado –. Si hacemos eso estamos muertos.



Continuará…


Notas de producción:
(1) La Iniciativa Tarkin ha sido incorporada con posterioridad, en principio en el almacén B47 estaba reservado para envíos delicados de la Oficina de Seguridad Imperial y el ubictorado. Este se formó tras caída de la República, con la agrupación de varias organizaciones de esta: la Organización de Seguridad de la República, el Departamento de Servicio de Inteligencia del Senado, el consorcio Interestelar de Inteligencia del Senado y el eufemísticamente llamada Subdivisión de Adquisiciones Especiales de la Biblioteca de la República. El ubictorado sería el cuerpo de gobierno de la unificación de todas estas agencias. La eficacia de su transición y expansión llevó a la creación del COMPNOR y el OSI.


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2 comentarios:

  1. Hola Santiago!

    Me alegro mucho que te guste. Con esta serie de historias quería explorar el universo de Star Wars.

    Te recomiendo leer, si no lo has hecho ya claro, el primer relato del Jedi Perdido, así como el Crossover Star Trek – Star Wars y la aventura del USS Spirit.

    Un fuerte saludo!
    Ll. C. H.

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