sábado, 14 de diciembre de 2019

El Jedi Perdido - En la oscuridad 9


Esfera de Torpedos

            Keegan fue descendiendo por el hueco que había alrededor de la columna de distribución, hasta el siguiente nivel con consolas de control, situada varias cubiertas por debajo. Después cogió un estrecho corredor que salía de allí, hasta detenerse al final del mismo.
            – Es posible que tengamos que luchar – anunció el adquisidor, empuñando su sable, pero sin activarlo. Los rebeldes prepararon sus armas.
            Abrió la puerta, apareciendo en un pasillo solitario, pero donde se escuchaban voces cercanas. Salió despacio, seguido de Noack, que tenía su rifle preparado. Avanzaron unos metros y de la esquina se escuchó el ruido de un motor eléctrico, apareciendo instantáneamente después un pequeño droide ratón, que se detuvo en seco y tras analizar las figuras que tenía delante, giró con rapidez y regresó por donde había llegado, emitiendo un pitido similar a un grito de pánico. Los dos rebeldes se miraron y le siguieron. Al girar la esquina encontraron un distribuidor, con un puesto de trabajo y media docena de soldados de asalto, que parecían descansar, con uno de ellos siendo atendido de una herida por un paramédico. Durante un instante estos se quedaron sorprendidos de su presencia. Noack fue más rápido al disparar su arma, alcanzando al enemigo que tenía más cerca. Keegan activo su sable de luz y mientras el resto de rebeldes, que iban detrás de ellos llegaban a su altura y se unían a Noack abriendo fuego, el adquisidor fue desviando los rayos de energía. Aunque cogidos de improviso, reaccionaron con rapidez y devolvieron el fuego, pero fueron rápidamente recudidos. En pocos segundos el tiroteo cesó, con el distribuidor despejado, sin ninguna baja rebelde.
            Mientras Norp cogían los explosivos cilíndricos que cada soldado llevaba en la espalda, Keegan se dirigió hacia una de las compuertas.
            – Parece que la explosión de la Grito ha neutralizado los sensores internos – de la estación, explicó Noack, tras comprobar las pantallas de seguridad del puesto de trabajo, al descubrir que en estas aparecían fuera de línea.
            El adquisidor le hizo un gesto para apresurarle a continuar.
            Abrieron la compuerta que daba a una bodega de carga y siguieron despacio entre los contenedores de suministros, con Keegan en cabeza. En el aire se podía notar el olor de ionización de los bláster. No tardaron en escuchar claramente conversaciones metalizadas que solo podían proceder de los sistemas de comunicación de los cascos de las armaduras de los soldados del Emperador. Noack hizo señales hacia sus hombres para que se distribuyeran y quedasen a la espera de instrucciones.
            Activó su sable láser y aquello fue la señal para que el sargento rebelde y dos de sus hombres avanzaran más allá del lugar donde estaban escondidos. Un numeroso grupo de soldados estaban parapetados detrás de una barricada improvisada, quedándose sorprendidos de su presencia. Pero estos reaccionaron con rapidez y respondieron a la lluvia de blásters que empezaron a recibir, alcanzando a una de las rebeldes que estaban junto a Noack, a pesar de que Keegan desviaba las descargas con su filo láser. Varios infiltradores, que habían rodeado la posición aparecieron por los pasillos laterales, se unieron a la corta lucha, impidiendo así que los imperiales pudieran huir por los costados. El violento intercambio de disparos no duró mucho y cuando se lanzó una granada entre las filas de estos, fue el final de su resistencia. Entonces cesó el ruido y un silencio extraño e irreal se apoderó de la bodega.
            El adquisidor, que aún tenía su sable verde encendido se adelantó hacia la trinchera donde estaban los cuerpos sin vida de los enemigos.
            – ¡Capitán Tedek! El camino está despejado – dijo al tiempo que mediante la Fuerza hacía levitar una de los arcones, abriendo un hueco del muro improvisado. El alderaano apareció cauteloso, hasta que bajó su arma al confirmar que realmente era el adquisidor quien le había hablado.
            – No sabe cuánto me alegro de verlos – dijo este con visible alivio.
            – No hay tiempo – replicó Keegan desactivando el filo de su sable –. Por aquí, rápido.
            Se dirigieron hacia uno de los extremos de la bodega, junto al hueco de un ascensor que llevaba a la cubierta inferior. Pero para sorpresa de todos, el adquisidor lo obvio, abriendo una trampilla que había en la pared.
            – ¡Rápido! Noack usted primero, gire a su derecha y avance rápido, yo cerraré la marcha.
            Este asintió y sin verificar si pudiera haber nadie se introdujo por el estrecho conducto de mantenimiento, más pensado para droides, que seres vivos. Cuando pasaba Norp, el adquisidor le pidió una de las cargas, que este le entregó antes de desaparecer por el hueco. El adquisidor lo programó para que explotara en cinco minutos, y lo dejó caer por el hueco del ascensor, no sin antes detener su caída junto cuando estaba a punto de golpear el suelo, posándola con suavidad. Tedek fue el último en entrar, seguido de Keegan que volvió a cerrar la trampilla segundos antes que aparecieran más soldados.
            Aquí TG-4735 hay un ascensor, pueden haber huido por aquí – pudo escuchar el adquisidor, en ese momento hizo que uno de las cajas de la cubierta inferior se deslizara y cayera al piso, produciendo un estruendo –. Hay ruido abajo, necesitamos refuerzos.
            Provocada aquella distracción, este continuó hacia el extremo del conducto, que desembocaba en un pasillo auxiliar.
            – Gracias por venir – le dijo Tedek cuando Keegan llegó a su lado –. Nos habían copado todas las rutas, pero no nos atacaban.
            – Ya me lo agradecerá más tarde, ahora hemos de seguir. Por aquí llegaremos al otro extremo de la Esfera.
            – ¿No vamos en busca del teniente Logot? – preguntó el alderaano sorprendido.
            – Si intentamos rescatarle, no podremos de salir – explicó escuetamente Keegan.
            Tedek se quedó parado unos instantes con pesar. No le gustaba dejar a nadie atrás y en el equipo Rojo estaban tres de sus tripulantes, buenos amigos, como su piloto y amigo, así como otros supervivientes de su mundo. Pero también sabía que no podía hacer nada, aquel era el riesgo de la guerra, así que siguió resignado.
            Enseguida se encontraron con uno de los pasillos transversales principales, que atravesaba toda la estación, con las paredes y techos cubiertos de tubos y conducciones de diversos tamaños y colores, cada uno señalado para su función específica: transmisiones eléctricas, conexiones informáticas, sistema de soporte vital, calefacción, agua potable o reciclaje de residuos. Noack, situado en cabeza avanzaba con cautela, se había detenido. Keegan y Tedek se adelantaron hasta llegar a él.
            – ¿Qué ocurre? – preguntó el adquisidor.
            – Creo haber oído voces más adelante – susurró este.
            Keegan asintió, notando también la presencia de un destacamento de bloqueo próximo. En aquel momento el grupo se había doblado en número, por lo que eran más ruidosos y vulnerables. Un rodeo costaría demasiado tiempo y eliminarlos alertaría que estaban usando la red de mantenimiento interna para desplazarse. Pero como siempre había otras alternativas que la Fuerza ponía a la disposición de aquellos que sabían verlas. Y esta estaba de su lado.
            – Quédense aquí, cuando les avisen corran sin detenerse por nada – le dijo a Tedek, quien asintió –. Usted venga conmigo.
            Los dos hombres salieron al pasillo y avanzaron cautelosamente pegados a la pared. A medio camino le hizo señales a Noack para que se detuviera, estando a una distancia que Tedek podía verle, mientras que el sargento también veía al adquisidor. Quien siguió avanzando hasta quedarse cerca del destacamento. Eran una patrulla de ocho soldados de asalto, que, aunque vigilantes, parecían aburridos.
            Se encontraban en una estación recién terminada, aún en proceso de instalación y acondicionamiento de algunos sistemas, aunque obviamente plenamente operativa. Pero llevaba varios años construyéndose en la órbita de Loronar, de manera que la estructura ya había sido colonizada por numerosos parásitos. El antiguo padawan solo tuvo que alterar un poco los instintos, pero con una estación sin toda su dotación significaba que había menos residuos y se encontraban hambrientas. Y aflojar varios pernos de una junta.
            Se escuchó un ruido procedente de uno de los pasillos laterales que puso en alerta a los imperiales.
            TG-8476 y 3911 quédense aquí – ordenó el suboficial al mando –. El resto, seguidme.
            No tardaron en escucharse algunos gritos y disparos de blásters. Los dos que quedaban se miraron el uno al otro y no dudaron en seguir a sus compañeros, previamente influenciados por una orden mental del adquisidor. Quien al ver que la intersección se encontraba despejada le dijo, también usando la telepatía, a Noack que sus hombres debían de avanzar en aquel momento y rápido. Este obedeció sin darse cuenta que no había escuchado la orden, ni visto señal alguna de Keegan, simplemente advirtió a Tedek con un gesto. Este, que ya había agrupado a los rebeldes en la salida del corredor les ordenó que corrieran. Todos obedecieron, recorriendo como almas perseguidas por el diablo. El alderaano cerraba la marcha, mientras Noack les iba animando a que corrieran más rápido cuando pasaban a su lado. Se unió a Tedek cuando este le alcanzó, llegando a la intersección, donde se encontraba a su vez Keegan, quien los animaba a seguir. Noack solo tuvo tiempo de mirar unos instantes en dirección al pasillo por donde habían ido los imperiales, viendo que les daban la espalda y que parecía rodear algo en el suelo que observaban con curiosidad. No pudo ver más, ya que su instinto de supervivencia era más fuerte que el de la curiosidad, por lo que siguió corriendo para alejarse de aquel lugar. Keegan cerraba la marcha, atento de que los soldados de asalto no prestaran tentación hacia su dirección y les descubrieran alejarse.
            Odio a esos parásitos de las dianogas, solo saben vivir en vertederos – dijo el sargento que encabezaba el destacamento al regresar a su posición. Keegan ya se encargó de implantarle el pensamiento, al igual que al resto de sus hombres, que no hacía falta mirar hacia la dirección por la que se alejaban.
            Lo extraño que se rompiera la compuerta de ese depósito de residuos – sugirió otro.


            Siguieron por el pasillo hasta encontrar una bifurcación, donde Noack se había detenido.
            – ¿Por qué se para? – preguntó Keegan.
            – A partir de aquí hay más luz – señalo el sargento al techo –. Los daños de la explosión ya no afectan a esta área, por lo que los sensores internos estarán operativos.
            – No detecto ninguno – respondió el adquisidor, que hizo un ademán con la cabeza y prosiguió avanzando, seguido del resto.
            – ¿Eso lo sabe gracias a la Fuerza?
            – No, soy keshiano, por lo que literalmente no veo ninguno. Tampoco he visto dispositivos en los conductos que hemos atravesado. Es posible que sea porque no están instalados o no lo harán nunca. Los holocámaras 57C suelen costar dinero y el Imperio necesitaría cientos de millones de dispositivos para cubrir todos sus pasillos de mantenimientos solo de sus naves, sin contar el del resto de sus instalaciones. Por lo que no suelen colocarlos salvo que exista un riesgo real de infiltración, aunque aparezcan en los planos. De esa manera se ahorran miles de millones de créditos que utilizan en otros proyectos. Recuerde que les destruimos la Estrella de la Muerte, una estación 50 veces más grande que esta, por lo que han de buscar cualquier manera para abaratar costes. Como...
            – No poner sensores en los pasillos de mantenimiento – Noack se rio, mientras seguían avanzando por el pasillo. Sorprendiéndose además del propio Keegan, ya que aquella explicación era la vez que más había hablado desde que le conocía.
            No tardaron en notar un aumento de calor y enseguida el tono de la pintura de las paredes se tornó más oscuro en los conductos más grandes.
            – Estamos llegando a la zona de los motores – indicó Keegan, que se dirigió hacia el experto en explosivos –. Cabo Norp ¿puede colocar las cargas que le queden en esta área y que todas detonen a la vez?
            – Claro, eso es un juego de niños – respondió Norp con una gran sonrisa. No era normal que le preguntaran por su trabajo, normalmente se limitaban de decirle que preparara tal o cual cosa para explotar, sin preocuparse de lo difícil que podía ser pensar donde poner la carga para generar el mayor efecto destructivo.
            » Pero si los imperiales intentaran desactivar una sola podrían hacer explotar todas a la vez cuando aún estemos en la estación – advirtió.
            – Es un riesgo que tenemos que correr.
            – ¿No enviarán tropas a localizarnos aquí cuando descubran que no estábamos por las bodegas? – preguntó Tedek.
            – Por supuesto que sí. Pero para entonces no estaremos donde ellos nos busquen.
            Tras colocar los detonadores termales siguieron avanzando por el pasillo. Al llegar a otra columna distribuidora, empezaron a ascender varios niveles, con Keegan de nuevo encabezando la marcha. Que se detuvo al escuchar voces procedentes de la cubierta por donde tenían que salir. Eran cuatro hombres, dos de ellos estaban chequeando los datos, por lo que eran técnicos. Los otros dos no usaban cascos, por lo que debían ser guardias navales que hacían guardia o incluso otros tripulantes, y no soldados de asalto. Uno de ellos comentaba que tras acabar allí iban a formar parte de las patrullas que estaban registrando las zonas de servicio. El otro se quejó que aquel día tenía programada una conferencia con su esposa que esperaba desde hacía semanas y que con toda aquella situación la habían anulado.
            Se les estaba acabando el tiempo, y no podían esperar a que los técnicos acabaran. Debían actuar en aquel momento. Buscó, usando la telequinesis, una rejilla que estuviera suelta entre las que se encontraban en el suelo, hasta que una de ellas se levantó un poco. Y como si la Fuerza fuera una mano invisible esta salió de su sitio y empezó a elevarse. Uno de los guardias se dio cuenta y empezó a preguntar algo a su compañero, pero no terminó la frase, ya que la rejilla cogió impulso y le golpeó en la cabeza, siguiendo la misma trayectoria hacia el otro guardia, giró en el aire y voló hacia los dos técnicos que estaban supervisando los controles.
            Keegan se impulsó y con un ágil salto calló sobre el suelo de la cubierta, seguido de Noack que al asomar la cabeza por el hueco encontró a los cuatro hombres inconscientes y la rejilla tirada en el suelo, deformada por los golpes.
            – Atentos – le dijo Keegan, que estaba en posición de guardia, empuñaba el sable de luz desactivado, por si aparecía algún otro enemigo.
            – Sí – respondió el sargento rebelde acabado se subir la escalera. El resto del equipo de asalto fue terminando de subir. Ya estaban cerca de su destino y era muy probable que se encontraran con más imperiales.
            Amordazaron a los cuatro técnicos y continuaron, con cautela, por uno de los pasillos. Siguieron hasta una intersección y luego doblaron a la derecha, hasta una compuerta de acceso, que daba al área del montaje de carga anexa al hangar.
            Al entrar se encontraron, justo frente a la puerta, una unidad R4 negra, que no pareció percatarse de aquellos inesperados visitantes. Keegan se sorprendió por un instante, ya que no había percibido su presencia. Y aunque aquel droide de mantenimiento estaría programado con una percepción limitada por motivos de seguridad, permaneciendo ajeno a la presencia de cualquiera fuera de sus funciones, en aquel momento no podía permitirse el lujo de ser desprevenido. Con asombrosa rapidez activó su sable y con un movimiento de muñeca seccionó al R4 su cúpula cónica. Se detuvo en seco y tras una especie de convulsiones las patas se pusieron rígidas y cayó como un peso muerto sobre el piso. El estruendo hizo que los rebeldes entraran más rápido y se repartieran por paredes y junto a los barriles y contenedores, con las armas preparadas para cuando aparecieran soldados advertidos de su presencia.
            Pero nadie pareció percatarse del ruido.
            Keegan, Noack y Tedek se acercaron a la compuerta opuesta y la abrieron un poco para poder ver lo que ocurría al otro lado. En el hangar soldados descendía de una nave de desembarco clase Sentinel, para formar frente a la puerta principal. Parecía que había casi era una compañía, por lo que a bordo habían desalojado las motos deslizadoras 74-Z de la bodega, para traer más efectivos de lo normal. Eran los refuerzos traídos para capturarles. Aunque lo más interesante era una lanzadera clase Lambda situada junto frente a su puerta.
            – Es prácticamente imposible que no nos vean – dijo Tedek con frustración. El alderaano nunca había pensado que saldría vivo de aquella estación y ahora veía truncada su esperanza de poder hacerlo, tan cerca del final.
            Keegan observó el alto hangar, que, aunque no disponía de cazas TIE, sí tenía en el techo estructuras con grúas para la manipulación de suministros. Luego giró la mirada al interior de la zona de preparación de carga, donde había bidones, cajas y otros embalajes vacíos. Había ideado un plan.


            Si alguien hubiera vuelto la cabeza habría visto como un módulo estándar de suministros levitaba sobre la cubierta y se introducía en la lanzadera estacionada en un extremo del hangar. Tal vez les hubiera resultado extraño, pero perfectamente podría haber estado usando un repulsor controlado a distancia. Igualmente, los soldados que en aquel momento había llegado procedentes del Aniquilador ya habían empezado a desalojar el lugar con rapidez, ya que otros batallones estaban esperando para aterrizar. Además, la misma Lambda ocultaba, con sus altas aletas estabilizadoras, aquella zona de visión desde la sala de control superior.
            Una vez posado en el interior, de este salió Tedek con su pistola en la mano. Era un transporte de tropas, de manera que dejó el módulo en medio de la bodega, delante de los sillones de los pasajeros. Fue hasta la cabina y se puso a los mandos. Nunca había pilotado aquel modelo, pero sí una lanzadera de carga clase Tribune cuando trabajaba para la empresa de alimentación Carnes y Productor Imperiales en Tyed Kant. Por suerte sus controles eran similares, así que activó el ordenador y el reactor, teniendo cuidado de no encender las luces de posición para no revelar su presencia. Lo mejor de todo era que como aquel era un modelo militar, de manera que estaba preparado con un arranque rápido, permitiendo encender los motores de iones subluz y salir de allí en unos pocos segundos. Solo tenía que esperar al momento adecuado.
            Transportar a los treinta rebeldes tal y como había hecho con el capitán alderaano, usando la telequinesis, era inviable, ya que en cualquier momento se les iban a echar encima. Por lo que tenía que pensar en una manera de, no solo, atraer la atención para que nadie se percatase de que abordaban la lanzadera, sino también mantenerla hasta que salieran de allí, incluso más allá de aquel momento, permitiéndoles alejarse de la estación. Así que Keegan le había preguntado a Norp si podía crear algún tipo de explosivo. Este le enseñó los detonadores termales que había quitado a los soldados abatidos antes de rescatar el grupo de Tedek. Estos, aunque estaban equipados con una clave para evitar que se pudieran usar en su contra, el experto en explosivos había colocado un pequeño dispositivo detonador que se saltaba aquellas medidas de seguridad.
            – Tienen un radio de acción de cinco metros, estos tres podrían volatilizar esta sala. Y les puedo poner un temporizador – dijo enseñándole con orgullo el artefacto pirotécnico.
            – Dos minutos estará bien – sugirió Keegan. El artificiero asintió satisfecho.
            – ¿Te parece colocarlos allí? – le dijo Noack señalando un rincón de la sala, donde había una advertencia de peligro al haber allí un conducto de carburante que pasaba por debajo del suelo. Norp sonrió y tras abrir el cierre y se preparó para activar el mecanismo.
            Los rebeldes se habían colocado junto a la puerta, ahora ya abierta completamente, para salir corriendo a la señal del adquisidor. En el extremo opuesto la Sentinel aumentaba la potencia de sus motores y retiraba la rampa. Se elevó por encima de la cubierta y empezó a desplazarse hacia atrás para salir, cuando la grúa situada en el techo se desprendió precipitándose sobre ella. El estruendo retumbó en todo el hangar, al tiempo que la nave caía golpeada en la estructura lateral por el pesado gancho. De manera instintiva los soldados de asalto se apartaron y perdieron la formación, sorprendidos por aquel accidente.
            Fue durante aquellos instantes de caos, en los que nadie se percató como una treintena de rebeldes salían disparados de la sala contigua hacia la lanzadera Lambda. El último en subir fue Keegan, quien había desbloqueado el gancho para hacerlo caer sobre la nave de desembarco. Tedek activó los motores de impulso, y retrajo la rampa para saltar hacia el exterior. En ese momento la Sentinel disparó los misiles que tenía en el morro, que atravesó la pared y estalló en la estancia siguiente, arrancando parte de los mamparos y propagando un incendio.
            Tedek aceleró en ese instante y salió disparado de la Esfera de Torpedos segundos antes que los detonadores preparados por Norp estallaran, prendiendo el combustible y generando una explosión aun mayor, que llenó de llamas toda aquella sección.
            – ¡Podría haberme avisado del misil, hubiera activado los escudos! – se quedó el alderaano mientas aceleraba para evitar que la lengua de fuego les engullera.
            – Eso no lo he provocado yo – replicó Keegan.
            Entonces pudieron observar la fila de transportes que estaban esperando a entrar en la estación.
            – ¡Por todos los Dioses! – exclamó el alderaano al contar por lo menos una veintena de Sentinel, cada una de las cuales podía transportar casi un centenar de soldados. Entendiendo porque no habían ido a buscar a Logot: aquellos solo eran una parte de todos los efectivos que habrían llegado y que en aquellos momentos estaban buscándolos por todos los rincones de la estación.
            – Venían a por mí – dijo tranquilamente Keegan, que estaba apoyado en el respaldo del asiento del copiloto.
            En la radio crepitó la señal que estaban recibiendo una comunicación.
            Entonces el antiguo padawan supo que era el momento, necesitaba una nueva distracción para poder atravesar las líneas imperiales hacia la superficie. Se había jurado no volver a detonar un explosivo a distancia desde Pas'jaso, donde habían muerto, por su culpa, miles de civiles inocentes al hacer desaparecer el depósito de suministros imperial. Y aunque en aquel momento era necesario evitar que el Emperador descubriera que había robado varios objetos allí almacenado, estaba pagando un precio mucho mayor del que hubiera imaginado. Ya que aquellas muertes le pesaban como unas cadenas que le arrastraban hacia la oscuridad. (1)
             Recordaba el lugar donde Norp había colocado los detonadores a lo largo de la ruta que habían seguido, por lo que solo tuvo que hacer el camino de regreso mentalmente, hasta el depósito auxiliar de sistema de soporte del motor auxiliar. Mientras que hacía tiempo que había memorizado el mecanismo de ignición de las cargas: que tenía un modo temporizador, otro para detonarlo a distancia con una radiofrecuencia y uno manual, como si de una granada de mano se tratara. Se concentró en este, solo era necesario que uno de los dispositivos explotara para que el resto le siguiera. En su mente imaginó que la espoleta interna se activaba generado un breve estallido de energía que forzaba al baradium, altamente volátil, e iniciar una reacción de fusión y la Fuerza hizo que así ocurriera. La primera explosión la siguieron de manera simultánea la del resto de detonadores, arrasando el pasillo por donde los rebeldes habían pasado, así como los diferentes elementos del sistema de propulsión donde estaban colocados. Así el fuego se extendió por los inyectores, las válvulas de regulación, el sistema de refrigeración, hasta alcanzar la cámara de fusión antimateria, mientras que por el otro extremo llegó hasta las turbinas, los reactores auxiliares de fusión, sus depósitos de combustible, los conductos de supresión y distribución....
            La bola de fuego, tan caliente como el magma expulsado por un volcán fue extendiéndose por el interior de la Esfera, inundando los pasillos, distribuidores, zonas de viviendas, conductos de turboascensores, almacenes, salas de sensores, devastando su interior. Los depósitos de combustible, que Fusch había ordenado sellar y que estaban reforzados para evitar precisamente su explosión, funcionaron y evitaron una deflagración aún mayor. También se salvaron los depósitos de torpedos, cuyos cierres estancos evitaron que el fuego entrara y expandiera el desastre. A pesar de ello la estación había dejado de estar operativa.
            Tedek aprovechó ese momento para acelerar los motores y terminar de desplegar las aletas estabilizadoras, cruzándose con el resto de Sentinels, mientras se dirigía hacia la atmósfera de Klovan sin que pareciera que les prestaran mucha atención. A su lado Noack cambió la frecuencia del sistema de comunicaciones.
            – Phoenix Perdido a quien esté recibiendo esta transmisión: lanzadera Lambda con rebeldes a bordo. Aquí Phoenix Perdido a quien esté recibiendo esta transmisión: lanzadera Lambda con rebeldes a bordo...
            – Nos cierran el paso – anunció entonces Tedek con un tono frío, del que sabe que todo ha terminado. Señaló más allá del cristal, donde se podía ver un escuadrón de cazas situados en frente suyo, justo al borde del cinturón de asteroides.
            – Bueno señores, ha sido divertido mientras ha durado – comentó Noack repitiendo la frase que siempre decía Daler, su mejor amigo, cuando trabajaba de bailarín en los clubs nocturnos de Rendili, en lo que le había sido una eternidad. Sorprendiéndose al recordar al twi'lek después de tantos años.
            – No pienso irme sin luchar – dijo entre dientes Tedek activando el armamento. Sabía que sus cañones láser no iban a hacer mucho contra aquellos TIE Interceptores, pero había jurado luchar hasta su último alienta para vengar la muerte de su familia y sus amigos en la destrucción de su hogar.
            Keegan les observó y sonrió, sabiendo que se encontraba en buena compañía. Y que aquel no iba a ser su final.
            – Nos están dejando pasar – indicó entonces el alderaano incrédulo, observando como los TIE se abrían en abanico sobre su trayectoria para abrirles un pasillo entre ellos. Al acercarse viraron en redondo y se colocaron a su alrededor sin dispararles y empezaron a escoltarles. Estaban tan cerca que podían ver en su fuselaje esférico, a través del hueco de sus alas en forma de daga, las marcas de derribos y la de su escuadrón: una especie de espectro fantasmagórico.
            – ¿Por qué no nos atacan? – se preguntó Noack observando fascinado aquella situación.
            – Porque hay alguien en camino que viene a cazarme – explicó con tranquilidad el adquisidor –. Y no quieren que salga del sistema.
            – ¿Quién va a venir a buscarle, sino es la Flota Imperial? – preguntó Tedek sorprendido.
            – El enemigo ancestral de los jedis: un señor Oscuro del Sith.
            » Siga transmitiendo – le dijo este a Noack a medida que Klovan iba acercándose, ocupando casi toda la visión frontal. El rebelde asintió y prosiguió emitiendo la clave acordada antes del asalto.
            – Si detectan a nuestros nuevos amigos no creo que nos dejen pasar – advirtió Tedek pesimista. Instantes después recibieron respuesta.
            Phoenix Perdido, aquí Defensa Klovan, detectamos cazas imperiales a su alrededor – dijo la voz metálica –. Verifiquen identidad, corto.
            – Dígales que el Tesoro de Galdar regresa a casa – le dijo Keegan mencionando el nombre de la nave que una vez se convirtió en un segundo hogar.
            Noack así lo hizo, produciendo un largo silencio tanto en la respuesta, como en la cabina de la lanzadera.
            Confirmado, viren a vector 276, enviamos escolta – respondió la transmisión.
Al virar los TIE Interceptores rompieron la formación y regresaron hacia la escuadra imperial en órbita.
            Poco después aparecieron dos cazas Ala-D.
            Les escoltaremos hasta su destino – indicaron al colocarse a los lados de la lanzadera. Y así hicieron hasta que sobrevolaron la planicie donde habían construido la factoría y base rebelde.



Próximamente la conclusión…
El Jedi Perdido: En la oscuridad (10)


Notas de producción:
(1) La destrucción de parte de la capital de Pas’jaso se narra en El Jedi perdido 2: Rayo de Esperanza.


Links relacionados:

No hay comentarios:

Publicar un comentario