Diosa Lunar
Era la primera vez que de Lattre
subía a bordo del Diosa Lunar y le
sorprendió lo espacia que era. Tenía dos cubiertas y estaba divida en seis
compartimientos, que Tycho había convertido para usar la cubierta inferior en
la zona de carga, con la superior acondicionada en una zona habitable. Acompañó
a Nit hasta la cabina de pilotaje, que tenía tres asientos: el piloto y
copiloto frente a un cristal rectangular y detrás de estos el del navegante. El
gungan se sentó en los controles de
mando y desenganchó el cordón umbilical con el Spirit, alejándose lentamente. Poco después saltaban al
hiperespacio.
Durante el corto trayecto hasta Naboo,
el doctor Bishop le explicó que la xenopolycythemia
espesaba la sangre, aumentando de
volumen y dificultando la circulación por el sistema sanguíneo y los órganos
internos. Además el corazón y los vasos sanguíneos no podían compensar la cantidad
adicional de plasma, por lo que a medida que los glóbulos rojos comienzan a destruirse
se producía la bilirrubina, que se deposita en el sistema nervioso, provocando
convulsiones al paciente. También provocaba dolores de cabeza por la congestión
de los vasos, así como roturas de los mismos, trombosis y quistes o tumores
renales.
– Normalmente es un trastorno
congénito, pero a mediados del siglo XXII también se había desarrollado un
peligroso patógeno, almacenado en la Estación Fría 12, conocido como el síndrome de la quemadura de la sangre – le
explicó Bishop.
– ¿La que atacaron los humanos aumentados por ingeniería genética del doctor Arik Soong? Recuerdo haberlo estudiado
en la Academia – le interrumpió de
Lattre.
– Eso no sé. Solo que la enfermedad era
incurable, hasta el primer contacto con los fabrini en el 2268. En los bancos de su nave asteroide se encontraba su cura.
– ¿Cuándo viste a Panaka reconociste
algunos de los síntomas?
– Su piel estaba algo amarillenta,
eso ocurre cuando los bebés nacen con la enfermedad congénita. Podría ser un
indicio que su estado es grave. Y las muestras de sangre que me facilitaron, lo
corrobora. Se está muriendo.
– Comprendo. Como también que lo que
te pido va en contra de tu Juramento Hipocrático al ordenarte que no le cures.
– ¿Serías capaz de quebrantar usted
la Primera Directriz? – le preguntó
tras una pausa.
– Eso es algo que siempre me
pregunto – respondió de Lattre pensativo –. En muchas ocasiones se ha quebrantado
para preservar la vida, cambiar una situación injusta o incluso criminal y
corregir un error. Pero romperla también ha provocado sufrimiento, la
desaparición de culturas y formas de vida, civilizaciones enteras. Supongo que
cada caso se ha de estudiar de manera específica y valorar todas las
implicaciones y circunstancias.
– Ya has respondido a la pregunta –
replicó Bishop –. Respetaré la vida y no usaré mis conocimientos en contra de
ella, como bien me recordó Eloy.
Naboo
Cuando el Diosa Lunar aterrizó en el espacio puerto de Theed ya había anochecido en la capital del planeta. De Lattre y
el doctor Bishop, escoltados por Kinapk descendieron por la rampa del carguero
ligero hasta quedarse en frente de la comitiva enviada por Panaka, formada por una escuadra de soldados de asalto al mando del mayor Lorgat. Estos les condujeron
a bordo de un deslizador a través de la ciudad a oscuras hasta el Paseo del Palacio, dejándoles en las
escaleras principales. Se internaron en los solemnes pasillos de altos techos,
decorados con columnas de mármol rojo y a pesar de la poca iluminación entre
las sombras podía apreciarse la grandeza del lugar, hasta llegar a una gran estancia presidida por un trono. En
penumbra estaba sentado un hombre de cabellos encanecidos y mirada perdida. Con
un gesto hizo que los soldados se apartaran, dejando de los tres extranjeros se
acercaran al trono.
– Soy el capitán Jaques de Lattre de
Tassigny de la nave estelar Spirit –
se presentó este quedándose un paso por delante de Bishop y Kinapk. Llevaba el
uniforme rojo, con la insignia dorado en el pecho y su porte era altivo, seguro
de sí mismo.
– Nunca antes habían venido con
uniforme – dijo el moff con voz serena y firme, pero con curiosidad. Ahora sabía
que tenía delante de él a alguien con autoridad, procedente de una sociedad
bien estructurada, posiblemente un guerrero y no una pandilla de
contrabandistas como pretendían aparentar y eso le agradaba y tranquilizaba –.
¿Tienen la cura?
– Mi oficial médico me ha dicho que
tenemos un remedio que podrá mantener su enfermedad a raya, durante un tiempo
indefinido.
– No tienen la cura – dijo resignado
Panaka –. La doctora Ilno me suele someter a baños de bacta cada cierto tiempo. Pero solo remiten los síntomas. Y ya he
llegado a odiar ese maldito líquido, su simple olor me da nauseas.
– El medicamento que tenemos podrá
eliminar esos baños. No tenemos inconveniente de proporcionárselo. Pero
necesito garantías de que liberará a mi gente.
– ¿Garantías? – repitió este levantándose del trono. Era un hombre fuerte, con el cuerpo imponente del
soldado de antaño, pero aun así visiblemente débil por la enfermedad –. ¿Y yo
tendré garantías de ustedes?
– Mi nave ha sufrido muchos daños.
Estamos intentando llegar hasta Naboo
o a una de sus lunas para poder completar las reparaciones. No tenemos ningún
otro sitio donde ir. Esa es su garantía.
– ¿Y cuándo reparen su nave?
– Somos descendientes de la
tripulación que se estrelló en un remoto planeta del Borde Exterior. No había manera de pedir auxilio, pero por suerte
el planeta tenía suficiente recursos, mucha vegetación y pocos depredadores,
así que nuestros progenitores encontraron la manera de sobrevivir. Hace poco
una nave llegó y nos proporcionó la tecnología para construir una por nuestros
medios y poder salir. No tenemos patria, ni lugar a donde ir.
Aquella explicación hizo que Panaka
soltara una carcajada que resonó por las paredes de mármol de la alta estancia.
– ¡El destino no es bueno con
ustedes! – dijo jactancioso. Se acercó a de Lattre con una sonrisa en sus
labios –. Si ese medicamento me mantiene vivo y sin necesidad de usar el bacta,
les permitiré quedarse en Naboo. Como mis invitados.
Aquella última frase pareció una
sentencia funesta, pero De Lanttre no podía hacer nada por ahora. Se giró hacia
Bishop, el cual sacó un hipospray de
su kit médico. Pero su anfitrión alzó el brazo.
– Antes lo examinará la doctora Ilno
– dijo el gobernador imperial al mayor Lorgat, que se adelantó y cogió el hipospray
dejando la estancia –. Creo que su tripulación está compuesta por cuatrocientos
de tripulantes. Cincuenta, además de los ocho que tengo, serán mis invitados
personales aquí en Theed. De esa
manera fomentaremos nuestra amistad.
– Una vez haya llegado mi gente,
desearía que liberara a Tycho, de esa manera podrá usarlo de enlace – sugirió
entonces de Lattre, que pensaba en poder contar con la ayuda de este si ocurría
lo peor. Panaka le miró y sin decir nada asintió.
De allí fueron conducidos a otra
estancia del palacio, donde se encontraban Shimura con los siete hombres
apresados el día antes. Su jefe de seguridad le recriminó a su capitán la
temeraria decisión que había tomado al dirigirse él al planeta, pero este le
restó importancia. Varias horas después, cuando el sol empezaba a elevarse
sobre la ciudad de Theed, el mayor Lorgat entró en la estancia.
– La doctora Ilno ha confirmado la
validez del medicamento. El moff me ha ordenado llevar a dos de usted
hasta su nave para recoger al resto de sus invitados – dijo con sequedad y no
menos ironía.
– Iré yo y el doctor – respondió de
Lattre mirando a Shimura –. Quédese aquí y cuide del resto.
– Sí señor.
Dicho lo cual Bishop y él siguieron
a Lorgat hasta un aerodeslizador,
que les condujo hasta el espacio puerto militar de la ciudad. Allí subieron a
una nave triangular, que debía de tener algo más de trescientos metros de
largo, con tres poderosos motores en la popa. Les llevaron hasta el puesto de
mando, situado en lo alto de la torre de control, y que estaba dominado por un
gran ventanal frontal, con la posición de pilotaje en la parte central. Cuando
llegaron la tripulación activó los propulsores y despegó rumbó a las
coordenadas que les había entregado Tycho.
Poco después la nave imperial salió
del hiperespacio.
– He de ponerme en contacto con mi
gente – le dijo de Lattre a Lorgat –. Para que sepan que ha ocurrido y que se
prepararen.
– Muy bien – contestó el oficial
admirando el Spirit, pero incapaz de
decir lo que pensaba de esta.
En el puente Crespo estaba esperando
la llegada de la nave imperial, advertido desde la Seleya, que había monitorizado al capitán desde la llegada a Naboo.
Como había sido imposible hacer desistir a su superior de ir él personalmente,
su primer oficial le había pedido que fuera con un comunicador subcutáneo que le había permitido escuchar todo lo que
ocurría.
– Soy el capitán de Lattre,
desactiven las defensas y prepárense para acoplarnos. Necesito que 41
voluntarios para permanecer como huéspedes del moff Panaka – dijo tras conectar con su nave.
– No entiendo… lo que está
ocurriendo – contestó Crespo como si no supiera nada para ganar tiempo y
mantener el secreto de los dispositivos –. Pero nos prepararemos para el acople,
señor.
Tras completar la transmisión, hizo
un gesto a T’Lara y esta coordinó la maniobra entre las dos naves mientras
abandonaba el puente. Cuando la puerta de acceso de abrió, de Lattre y Logat
entraron en el Spirit escoltados por
dos soldados de asalto equipados con armaduras y empuñando armas. Nada más
cruzar el umbral una estridente alarma resonó por los pasillos y cubiertas de
la nave estelar.
– Hemos vuelto a tener problemas con
el reactor secundario y continuamos con los altos niveles de radioactividad thalaron – explicó Crespo
con visible preocupación en su voz. Su capitán pensó en lo buen actor que era.
Esta vez en el rostro de Logat sí se
reflejó cierta aprensión y se giró hacia su escolta, la cual bajo su armadura
no tenían que temer a la radiación, pero él sí.
– Necesito que el doctor Bishop
regrese a bordo para tratar a los heridos – dijo entonces de Lattre. Logat
asintió nervioso y regresó al interior de la su nave, de donde salió poco
después Bishop.
– ¿Qué está ocurriendo, por que
suena la alarma? – preguntó extrañado.
– Vengan – dijo Crespo y se internó
por los pasillos del Spirit –.
Imaginé que no les dejarían solos, de manera voluntaria por lo menos. Así que
les hemos hecho creer que la nave está aún irradiada.
– Bien hecho – le indicó de Lattre
entrando en el turboascensor, sabedor que aunque inofensiva el casco tenía
restos de radiación electromagnética
–. No podemos perder tiempo, ¿ha seleccionado a los voluntarios?
– Así es señor. Yo los encabezaré y
usted permanecerá a bordo, al igual que el doctor Bishop. Tras esta farsa ese
oficial comprenderá que ha de dejar al doctor aquí. Por otro lado, supongo que
ha de trabajar en esa no-cura.
– Así es. He de alterar la química
original del medicamento fabrini –
explicó este llegando al puente.
– Solo he dejado que se presenten
aquellos que no son imprescindibles para las reparaciones y los que no tienen
hijos. Y he ordenado a la Seleya que
permanezca en órbita a Naboo para sacarnos a la más mínima situación de
peligro.
– ¿Cuándo estarán preparados para
partir? – preguntó el capitán.
– En cuanto lo ordene, señor.
Un mes después…
Las reparaciones prosiguieron a buen
ritmo, centrándose los trabajos para reforzar el casco, reforzando las partes
más dañadas y vulnerables con campos defuerza gungans adicionales,
suministrados por Nit, el ingeniero de Tycho. Al mismo tiempo habían estado
diseñando un generador de hiperespacio
para poder desplazarse a Naboo.
– ¿Todos los sistemas listos? –
preguntó el capitán.
– Todos, listos. Señor – respondió
Hisrak desde el puesto de trabajo de ingeniería con toda la autoconfianza que
pudo reunir. En ninguna de las numerosas simulaciones se había producido ningún
fallo, y las pruebas realizadas a bordo de la Seleya y varias de las lanzaderas
habían sido un éxito. Aun así el capitán había creído oportuno que fueran
trasladadas a bordo del Diosa Lunar
la mayoría de la tripulación, incluyendo a los niños de abordo, al mando de
Crespo. Entre ellos el doctor doctor Bishop y la cura de la xenopolycythemia para poder negocios
con Panaka y liberar a los que
retenía el Theed.
– Entonces, adelante – ordenó de
Lattre. Las estrellas que salpicaban la pantalla empezaron a acelerar y se
convirtieron en un millar de líneas de luz que se transformó en un remolino
infinito.
– Integridad estructural disminuyendo en un 21% – infirmó T’Lar.
– Redirijan energía auxiliar.
– Pérdida dentro de los parámetros
previstos – indicó T’Lar, aunque su capitán sabía que aquella era la peor de
las estimaciones.
– Si aumenta al 25% aborten salto.
Al salir al espacio real redirijan toda la energía, incluyendo soporte vital,
al campo de integridad.
– Sí, señor.
De Lattre observó el cronómetro que
tenía en la pantalla del reposabrazos de su silla de mando. Estaban cerca de su
destino y el salto iba a ser corto, pero lo que más le preocupaba era que la
nave se desintegrara al desacelerar.
El pequeño contador fue acercándose
a su final.
– Energía dirigida al sistema de
integridad estructural – informó T’Lar.
0:00 y en la pantalla la espiral de
hiperespacio se detuvo en una infinidad de estrellas y a estribor de la
pantalla el planeta de Naboo, con dos de sus lunas justo enfrente suyo. Habían
calculado la hora para que cuando llegaran estuvieran en la trayectoria de la Ohma-D’un, donde Tycho tenía su mina y
podían mantenerse ocultos.
– Hagan un diagnóstico de nivel 1 a
todos los sistemas – ordenó de Lattre tras respirar aliviado, estaban vivos –.
¿Podemos continuar hasta nuestro destino?
– Pérdida mínima de potencia en los
motores de impulso – indicó Hisrak.
– Llévenos hasta allí.
El resto del viaje se realizó sin
complicaciones y gracias a la ruta que les había facilitado Panaka llegaron,
sin ser vistos por nadie, hasta Ohma-D’un,
también llamada Luna de Agua, la más grande que orbitaba sobre el planeta. Años
antes había sido creado un ecosistema
estable usando plantas y animales originales de Naboo, siendo colonizada por
humanos y gungans, que habían fundado la colonia de Nueva Otoh Gunga. Durante las Guerras Clon la luna había sido parte del sistema defensivo del sistema, pero ahora
parecía relegada, cubierta en su mayor parte por pantanos.
– Es un planetoide de clase L – informó T’Lar –. Su atmósfera
es muy tenue, reforzada durante su terraformación,
por lo que retiene más calor de lo habitual gracias al fenómeno invernadero.
Está compuesta de oxígeno, dióxido de carbono y nitrógeno, en cantidades
reducidas. Hay abundante de agua y poca variedad en su flora y fauna. Los
vientos en la zona de aterrizaje no superan la fuerza 1.
– Alférez Meets ponga rumbo a las
coordenadas.
Poco a poco el Spirit fue internándose en la ligera estratosfera, lo que provocó
que la gran nave diera varios bandazos al no haber sido diseñada para aquella
maniobra. Finalmente pudo atravesar la capa de nubes y enderezarse para
dirigirse hacia un pequeño valle rodeado de onduladas montañas. En uno de los
recodos estaba la pequeña mina, con barias barracas militares que habían visto
mejores tiempos. Había varios edificios que formaban un pequeño círculo con los
metálicos prefabricados que servían de almacenes y un generador. Junto a estos,
es una gran explanada, estaban los soportes que los ingenieros de la flota
habían construido en los últimos días y que tenían que aguantar el peso de la
nave estelar una vez posada en la superficie. Iban a estar colocados debajo de
la estructura del plato y las barquillas, y estaban distribuidos para permitir
que los tres millones de toneladas de su desplazamiento de la Spirit se distribuyeran de manera
homogénea y evitar que las fuerzas de torsión dañaran el casco.
Meets había estado ensayado en la holocubierta la delicada maniobra que
si no se hacía con precisión condenaría a la nave estelar a no poder volver a
despegar y salir de aquella luna. Supervisado todo el tiempo por T’Lar, la
joven piloto usó los impulsores de maniobra para acercarse a los soportes y
colocarse justo encima de estos, guiada por las señales de localización situadas
en estos, aun así parecía que el Spirit
caía como una piedra hacia la superficie pantanosa. A quinientos metros
activaron un motor de repulsión que
les había proporcionado Tycho y que colocado en lo que había sido el deflector
principal pareció que frenaba la caída. Una vibración empezó a notarse en todas
las cubiertas provocada por la tensión de las fuerzas gravitacionales que les
empujaban hacia la superficie y la nave, que se resistía a ser arrastrada. La
consola de ingeniería estalló por la sobrecarga, obligando al alférez Golwat a
conseguir un extintor de mando y apagar el pequeño fuego eléctrico, mientras los
mamparos chirriaban como si estuvieran a punto de quebrarse. De Lattre vio en
la pantalla de su silla de mando como
la integridad estructural estaba
debilitándose por momentos, pero también podía ver como la superficie de
Ohma-D’un se acercaba cada vez más lentamente. Los campos de fuerza de la
sección frontal se colapsaron, la integridad del casco se redujo con rapidez. De
golpe sintió un fuerte estruendo, las luces del puente parpadearon y el capitán
apenas pudo mantenerse en su puesto. Alzó la vista a la pantalla principal,
estaban parados y podía ver las colinas de la Luna de Agua detenidas y frente a
su nave.
Se acercó al piloto, que estaba
lívida, respirando con rapidez sin retirar las manos de los controles de vuelo.
Durante las simulaciones había sido la mejor y era conocida por mantener la
calma en todas las situaciones, aunque posar en la superficie de un planeta una
nave que no había sido diseñada para ello, era una hazaña digna de los mejores.
– Bien hecho alférez – dijo de
Lattre apagando él mismo los impulsores de maniobra de la nave y el generador
de repulsión. Se giró para ver el resto del puente, el alférez Golwat había
redirigido las funciones de la consola a otro puesto de trabajo, T’Lar le
miraba imperturbable.
– Nos hemos desviado 21 centímetros
hacia proa. Casi bloqueamos los accesos a las bodegas de carga de la cubierta
once – dijo alzando una ceja.
– Con eso me doy por satisfecho –
replicó de Lattre que presionó su comunicador –. A todas las secciones, hemos
alunizado. Reporten sus daños a ingeniería para una evaluación. Todos han hecho
un gran trabajo, les felicito. Capitán fuera.
La clase Akira había sido
diseñada entre otras funciones para llevar cazas hasta las zonas de conflicto,
como durante las Guerras de la Frontera contra los cardassianos. Pero el Spirit
había sido modificado eliminando el hangar
frontal para ampliar su equipamiento científico y albergar las familias de los
tripulantes, pero el de popa aun podía albergar una veintena de lanzaderas. Desde
las pequeñas del Tipo 15, a las de mayor
autonomía como los Tipo 6 y 7 o de carga Tipo 9A, así como las pequeñas unidades de manipulación de
carga, llamadas coloquialmente abejas trabajadoras. Las cuales habían estado transportando los paneles replicados
del casco en las zonas exteriores para ensamblarlos antes del viaje hasta
Ohma-D’un. Tradicionalmente los nombres de sus lanzaderas se habían referido a
lunas y muchas de habían sido bautizadas por los hijos de los tripulantes en la
escuela. Por ejemplo Jeraddo, que era una luna de Bajor y había sido propuesta por el
hijo mayor del capitán. O Praxis,
luna de Qo’noS bautizada así tras
dar la historia del Imperio Klingon.
También estaba la Luna o la Tanisse, el satélite de Holberg 917G, planeta originario de
otro tripulante. Para aquel viaje habían preparado especialmente la T’Rukhemai
u Ojo del que Vigila en vulcano, la luna de T’Rukh, el Vigilante, el
mundo hermano de Vulcano. De Tipo 7
le habían quitado el número de serie del Spirit
y las marcas de la Flota Estelar, además de desmontar aquel equipo electrónico
sensible como el transportador y sus
sensores más sofisticados. Iba a ir hasta Naboo
y no quería que si la lanzadera fuera a ser examinada por el Imperio, estos no pudieran encontrar
ninguna información relevante. Para aumentar el engaño y hacer que resultara
poco susceptible de ser investigada, la habían abollado el casco y simulado corrosión
en varias zonas.
– Creo que han hecho un buen
trabajo, señor. El jefe Reinhardt usó ácido orientine para corroer el casco y lo lijaron todo – explicó Meets, que iba a acompañarle como
piloto en su segundo viaje desde su encuentro con Panaka para suministrarle el medicamento para la xenopolycythemia. Tenía la intención de
poder ir recuperando a los cincuenta rehenes a medida que estrechaba su
relación con el moff. Este era un soldado, por lo que esperaba que aquella
situación, digna de un criminal, al final le cansara y les dejara en libertad.
Mientras tanto tenía que acudir para cenar con él.
Descendió hasta el espacio puerto de Theed y fue conducido
hasta el Palacio Real. En las
estancias personales del gobernador, este le esperaba para cenar. Era la
primera vez que ambos se encontraban a solas. Su anfitrión había recuperado el
color en la piel y no se le veía débil por su enfermedad, confirmando que los
dos primeros tratamientos habían resultado eficaces.
– La doctora Ilno me ha dicho que no
puede reproducir su medicamento – dijo durante la cena –. Aunque sí ha
confirmado que remite la proliferación de los glóbulos rojos en mi sangre. Muy
efectivo, por lo menos durante un tiempo.
» Por otro lado me fijé en su nave,
el Spirit, creo recordar que así se
llamaba, en el momento de su llegada a Ohma-D’un. Una nave interesante.
Hicieron un bien trabajo en construirla, por lo que deduzco que son buenos
ingenieros.
– Hicimos lo que pudimos – replicó
de Lattre, que había esperado mayor discreción en su llegada.
– Eso me ha dado una idea, para su
futuro. Este planeta posee una pequeña compañía, el Cuerpo de Ingeniería de Cazas Espaciales del Palacio de Theed. Es un nombre más largo que la importancia de la empresa, por eso se le llama simplemente Hangar de Theed. Es la responsable del diseño y
construcción de nuestras naves espaciales. Pero está dirigido por un hombre
poco imaginativo. Estoy seguro que su pericia técnica haría florecer el negocio,
que lleva tiempo decaído.
– No sé si podríamos hacer lo que
nos pide – dijo de Lattre cauto –. Ya sabe que estuvimos tiempo en un remoto
lugar, desconocemos gran parte de la tecnología.
– Soy un soldado y he estado en
batalla, capitán. Durante las Guerras Clon pude ver muchas naves dañadas y pocos podrían haber sobrevivido a unos
daños tan extensos como los que sufrió su nave, que además construyeron ustedes
mismos. Su pericia técnica creo que está a la altura del reto que les propongo.
Además, estoy seguro que con mi ayuda podría proporcionar nuevos contratos para
otros planetas de este sector e incluso del resto del Imperio. De esa manera
también podría trasladarse aquí a Naboo
y dejar esa insalubre Ohma-D’un.
» Además, su medicina solo atenúa mí
enfermedad. ¿Si se fueran, quién me mantendría con vida? ¿Y quién les podría
proteger mejor que yo?
Panaka cogió la copa de vino que
tenía la alzó e hizo un sutil gesto, acompañado de una leve sonrisa y bebió de
la copa. De Lattre supo que el juego acababa de terminar en aquel momento y
nunca saldrían de aquel planeta.
USS Spirit
– Es una trampa – sugirió Bishop
cuando de Lattre regresó a la nave. Estaba reunido con Crespo, T’Lar, Hisrak,
Nara y a través del comunicador subespacial con Shimura que permanecían en
Naboo.
– No lo creo – respondió Nara, que
como consejera había hecho un perfil psicológico de Panaka –. Es un soldado
inteligente, bastante pesimista que suele prepararse para lo peor, pero parece
que la nueva perspectiva de seguir viviendo le habrá cambiado su perspectiva
vital. No es un bruto, pero tampoco refinado. Le gusta la caza y tiene buena
puntería. Lo que quiere es tenernos controlados.
– Yo también creo lo mismo – dijo la
voz de Shimura desde el planeta –. El alférez Jenowa ha visitado el hospital y
le han hecho las pruebas para implantarle un brazo cibernético. En unos días lo
tendrán listo para operarle. Tenemos comida, acceso a la HoloNet y aunque los guardias rodean la casa donde estamos, pero podemos
salir al jardín. No es un delincuente, estoy seguro que retenernos aquí no es
de su agrado.
– Recordemos que tampoco es un
angelito – replicó Bishop.
– Puede ser racista, pero por lo que
sabemos no le veo como un hombre sin escrúpulos como otros representantes imperiales
– insistió Crespo.
– Si dividimos nuestra tripulación,
tardaremos más tiempo en poder reparar el Spirit
– recordó T’Lar aplicando la lógica a su argumento.
– En un astillero tardaríamos varios
meses en dejar la nave de nuevo plenamente operativa – intervino entonces
Hisrak –. Pero no hay ninguno cerca. Les recuerdo que hemos de sustituir gran
parte de las barquillas de curvatura.
Todo el deflector principal de navegación con todo su equipo y sellar las múltiples grietas del casco. No tenemos antimateria y apenas nos queda deuterio.
También hemos de sumar los circuitos isolineales y las conexiones ODN que
están fundidos por todas las cubiertas, incluyendo los paneles de LCARS además de otros cientos de pequeños
daños. Y aún no he examinado a fondo el corazón del reactor. Sé que el cristal de dilithio está en buen
estado, pero no he abierto ni los inyectores para estudiarlos y me temo lo
peor. Esta nave permanecerá en esta luna de Ohma-D’un mucho, mucho tiempo,
estemos toda la tripulación o parte de ella.
– Panaka sabe que mantenernos con
vida, significa su supervivencia – dijo Crespo tras la contundente intervención
de Hisrak –. Si cree que nos controla, podría darnos el tiempo para reparar la
nave. Y podríamos aprender mucho más de este lugar, del cual creo que
tardaremos en irnos.
Aquella noche de Lattre le expuso a
su esposa lo que había ocurrido y decido con la oficialidad de la nave.
– Tengo la sensación de estar
abriendo una Caja de Pandora – le
dijo con pesimismo.
– No creo que en este momento
tengamos otra alternativa – dijo esta –. Y podía haber enviado sus
naves para capturarnos y retenernos en el planeta. Y si no lo ha hecho, no creo
que lo haga más adelante. Y como ha dicho Crespo, esto nos dará tiempo para
adaptarnos a este lugar. Ahora que las cosas están más tranquilas y hemos
llegado a Ohma-D’un, la gente ha empezado a darse cuenta que estaremos mucho
tiempo en esta galaxia. Posiblemente el resto de nuestras vidas. El teniente
Reklat ha estado estudiando la cultura de Naboo, no es un mal lugar y parece
menos peligroso que el resto del Imperio Galáctico.
» ¿Sabes por qué crees que me
enamoré de ti?
– ¿Por qué era guapo y apuesto?
– Porque eras un buen hombre.
Saldremos de esta Jaques y sabrás guiarnos y buscarás la mejor manera de
sobrevivir. De eso no tengo ninguna duda.
Naboo / Ohma-D’un
La ciudad de Theed se extendía por una planicie surcada de ríos y canales, cubierta
de exuberante vegetación que se confundía con sus edificios que se perdían
entre los lagos, hasta acabar abruptamente en un precipicio, por donde caían
brillantes cascadas. Panaka les
había acomodado en unas casas situadas en un barrio residencial, a las afueras
de la capital, el mismo donde habían estado Shimura y la media docena más de
rehenes. No podía decirse que el moff
era tacaño, las casas eran nuevas y todas tenían pequeños jardines, estaban
amuebladas y tenían electrodomésticos y droides, por lo que podían vivir
cómodamente el centenar de tripulantes y oficiales que el gobernador había
sugerido tener en el planea. Aunque por lo menos ya no se encontraban vigilados
y poseían deslizadores para poder desplazarse. Su intención era que de momento
la mayor parte de la tripulación, incluidas las familias, permaneciera a bordo
del Spirit continuando con las
reparaciones, mientras intentaba ganarse el afecto de los ingenieros de Theed.
Ya que no había tardado en conseguir que la reina Kylantha cesara al anterior responsable, un humano procedente
de una respetada familia naboosiana, argumentando una supuesta experiencia de
la gente de de Lattre en el Borde Exterior. Ahora él era el nuevo director del Cuerpo de Ingenieros del Palacio Real, por lo que para hacerse una
idea de lo que tenía entre manos, este había llevado a Hisrak y Nara, así como
algunos ingenieros como el jefe Reinhardt y a la alférez Petrova que deberían
asesorarle a las instalaciones de diseño y fabricación. El recibimiento fue
frio por parte de los trabajadores, que les enseñaron la factoría donde se
ensamblaban los cazas estelares N-1,
casi de manera artesanal y los yates de lujo usados tradicionalmente por la
casa real.
Al mismo tiempo el teniente Shimura
se encargaría de cumplir el trato que habían hecho con Tycho. A bordo de la Seleya y acompañado de Ilreck del
departamento científico, despegaron del Spirit
y empezaron a escáner la superficie de Ohma-D’un
en busca de la especia kassoti, que
también se encontraba en Rori, la
otra luna de Naboo.
– He introducido en el ordenador los
elementos atómicos de la muestra que nos entregó – dijo Ilreck –. Cuando los
sensores los detecten, nos dará la posición de los posibles yacimientos.
– Hemos divido la luna en varias
secciones – explicó Shimura mientras la runabout
despega y dejaba el hangar –. Tardaremos algunas horas en completar un escáner
básico de esta luna. Si no hay nada concluyente, lo revisaremos con los
ordenadores de a bordo para buscar datos que nos hayamos saltado.
Una hora después Ilreck sacaba un
termo y se servía un poco en una taza. Se había tenido mucho cuidado en que
Tycho o Nit vieran algunas tecnologías más delicadas como los replicadores.
– Es una infusión – explicó –. He
traído varias tazas. Por si quieren.
– Gracias – indicó Tycho con agrado.
La misión era tediosa y ni Shimura, ni Ilreck, un alienígena que le recordaba
por sus antenas a los balosar aunque
este tenía la piel azul, eran poco habladores.
En ese momento un pitido de alarma
resonó en la cabina.
– Parece que los sensores han
detectado el kassoti – dijo Ilreck –. Cuadrante 23-457, también hay otra nave.
Parece que alguien se le han adelantado.
– No sabía que hubiera alguien más –
dijo Tycho con un tono de preocupación –. ¿Puede descender sin que nos vean?
Shimura asintió e hizo virar la Seleya mientras descendía a una
distancia prudencial de la nave que habían detectado. Dejó a Ilreck a bordo y
junto a Tycho se acercaron hasta el borde de una pequeña hondonada donde podían
observar el lugar de alunizaje. La nave tenía unos cuarenta metros de longitud,
era robusta y la parte superior sobresalía hacia la proa como si de un ariete
se tratara en un ángulo de 30 grados. Cerca de ésta varios reptiles de escamas
verdes, muy parecidos a los gorn, custodiando
a una docena de alienígenas altos y de gran pelaje. Los primeros estaban
fuertemente armados y provistos de armaduras corporales, mientras que los
segundos permanecían encadenados y con picos estaban golpeando en la roca.
– ¡Trandoshanos! – exclamó Tycho alterado –. No hace mucho que están
aquí, aún no han montado un campamento.
– ¿Quiénes son? – preguntó Shimura.
– Esclavistas, suelen utilizar a los
wookiees – explicó con rapidez,
ansioso de alejarse de allí –. Pero no sabía que estuvieran en el sistema de Naboo…
Debemos marcharnos antes de que nos encuentren.
– ¿Y dejarlos así?
– No podemos hacer nada… – en ese
momento un gruñido les hizo girarse, para encontrarse con dos trandoshanos. Uno
de ellos alzó su rifle y con la culata golpeó la cabeza de Shimura, que perdió
el conocimiento.
Lo primero que notó fue el fuerte
olor a putrefacción que le rodeaba. Estaba aturdido y un fuerte dolor de cabeza
embotaba sus sentidos, pero podía oír una especie de gruñidos, silbidos y otros
sonidos a su alrededor. Y aunque no pudiera enfocar bien, podía distinguir que
se encontraba en el interior de la nave que había visto. Los trandoshanos
parecían estar enfrascados en una animada conversación, uno de ellos examinaba
con interés su tricorder, los binoculares tácticos, la pistola phaser y el resto de su equipo. Mientras, situado en el
otro extremo de la estancia parecía estar desollando algún tipo de animal que
no alcanza a ver. Él se encontraba maniatado, aunque por suerte le habían
puesto las esposas con los brazos por delante, por lo que aún tenía cierta
movilidad. Poco a poco pudo recuperar sus sentidos y reparó que a su lado
estaba Tycho, que le daba la espalda y aún permanecía inconsciente. Uno de los
reptiles se dio cuenta que su prisionero estaba despierto y se dirigió hacia
él.
– No nos gustan los mirones – dijo
en básico, que entendía gracias a su traductor universal, mientras le
observaba con sus enormes ojos rojos, humedeciéndose las escamas de los labios
con su gruesa lengua –. Conocíamos a ese, pero a ti no. Ni tampoco a tu amigo,
el de la nave que os trajo.
– Ilreck… – farfulló el oficial de
seguridad.
– El balosar azul… Mi amigo Ssboruk ha obtenido muchos puntos jagganath por su piel. Nuestra
diosa Scorekeeper estará orgullosa
de él. Tú no vales muchos puntos.
Dicho lo cual cogió su rifle y
volvió a golpearle, aunque esta vez logró cubrirse la cabeza con los brazos. Y
creyendo haberle dejado de nuevo inconsciente, los dos trandoshanos salieron de
la nave ante un alboroto en el exterior. Shimura permaneció inmóvil hasta que se
sintió a solas. Dolorido se incorporó y miró por la rampa de acceso, donde los
reptiles parecían enfrascados en azotar a los pobres wookiees. Podía esperar
refuerzos del Spirit, pero no creía
que sobreviviera tanto, por lo que había dicho, no creía que Ilreck lo hubiera
hecho. Tenía que buscar la manera de liberarse de los grilletes que llevaba,
sorprendiéndose vio que todo su equipo aún estaba sobre el estante donde habían
estado examinando, probablemente se creían seguros por su mayor fuerza física y
no creían tener miedo de aquel humano. Se levantó y cogió su tricorder, activándolo
para que buscara la frecuencia de las esposas magnéticas, tardando apenas unos
segundos en conseguir desactivarlas. Cogió el phaser que también habían dejado
y se acercó a Tycho, descubriendo que estaba muerto. Los gruñidos le
advirtieron que estaban de regreso, así que se apartó de la vista que ofrecía
la rampa del interior de la nave. Eran criaturas altas y fuertes, además de
crueles, por lo que no dudó en poner su pistola para matar.
Cuando el primer réptil aún estaba
subiendo por la rampa de acceso, Shimura se asomó por la puerta y disparó una
descarga que le hizo derrumbarse sobre el compañero que le seguía
inmediatamente. Se colocó en medio de la puerta para tener una mayor visión y buscó
al resto de los esclavistas. Los otros tres estaban junto a los wookiess, mirando
sorprendidos en su dirección. El oficial de seguridad no dudó y disparó contra
uno de ellos, que cayó fulminado. En ese momento notó como el segundo trandoshano
de la rampa se incorporaba, bajó el brazo para dispararle, pero este le agarró
la pierna y arrastró hacia delante, cayendo hacia el suelo y perdiendo el
phaser en la caída.
Este saltó a su lado y desenvainó un
gigantesco cuchillo que llevaba, alzándolo para coger inercia y clavárselo.
Pero cuando lo tenía por encima de su cabeza el gigantesco reptil se detuvo de
golpe. Intentó balbucear algo con la lengua rosada entre sus labios escamosos,
sus ojos se salieron de sus órbitas, y permaneció durante unos segundos inmóvil
antes de caer como un peso muerto al lado de Shimura, con un pico clavado en su
espalda, justo en la base del cuello.
Y allí donde se había alzado su
atacante ahora estaba un wookiee de pelaje marrón, con una barba oscura
trenzada en tres tirabuzones, que le observaba con unos penetrantes ojos verdes
con curiosidad y ninguna agresividad en su mirada.
El wookiee emitió varios gruñidos y
extendió su brazo para ayudar a Shimura a incorporarse. Una vez en pie pudo ver
que el resto de prisioneros también estaban libres. Uno de ellos había cogido
el rifle del guardia que él había abatido, acabado con otro de sus compañeros.
Mientras que el último reptil había muerto a manos de sus antiguos prisioneros
y de los picos que les obligaban a usar.
– ¿Hay más de ellos? – preguntó
Shimura.
Su salvador volvió a emitir un
sonido ininteligible para el oficial de la flota, aunque era claramente una
negación. La criatura volvió a gruñir, esta vez con un tono de satisfacción,
sus peludas facciones mostraban una sonrisa y le golpeó el hombro para
demostrar su camaradería. En ese momento notó una punzada de dolor, dándose
cuenta que en la caída se había dislocado el brazo.
USS Spirit
La enfermera apagó el regenerador dermal que había estado
sanando la herida que tenía en la frente.
–
Le dolerá la cabeza, tómeselo con calma – dijo con una sonrisa –. Si el hombro
le molesta, venga y le daremos un calmante. Pero si no se excede, eso no ha de
suceder.
– ¿Y nuestros peludos invitados? –
preguntó el jefe de seguridad, tras aceptar el consejo de la enfermera mientras
manipulaba su brazo, ya curado.
– El doctor Bishop los ha examinado,
aunque antes ha tenido que bajar los datos médicos de la HoloNet – explicó esta –. Aparte de magulladuras, heridas mal curadas
y desnutrición. Están bien.
Y como si estuviera preparado en ese
momento entró el gigantesco alienígena de oscura barba y el jefe médico.
– Aquí está su salvador – dijo el
doctor –. Ya hemos cargado el shyriiwook,
la lengua de los wookiees, en nuestros traductores universales.
– Mi nombre es Chuket – se presentó
este, aunque sus gruñidos ya eran inteligibles –. Entre mi pueblo cuando alguien
nos salva la vida, estamos obligados a hacer lo mismo, protegerlo y dar la
nuestra si fuera necesario a nuestro salvador de por vida. Sin ti, no
hubiéramos podido escaparnos de los trandoshanos. Te debemos la vida.
– Y yo a ti, la mía – le recordó Shimura
respetuoso. A lo que la gigantesca criatura peluda respondió con una sonora
carcajada que resonó por la enfermería.