Sector Neshig
Hacia tres horas que estaba sentado
en la cabina de su caza en medio de la nada espacial. Otros pilotos tendrían
los brazos y piernas agarrotados por las horas transcurridas, inmóviles en la misma
posición más las horas que había durando la travesía desde la base. Por suerte
Naranja Cuatro tenía una resistencia natural que le permitía aquello y mucho
más. Y para que aquel tiempo no fuera inútil estaba realizando un pequeño
ejercicio mental que había aprendido de pequeño: realizaba una y otra vez cálculos
algebraicos fractales. Siempre había sido un genio para las matemáticas y a lo
largo de su vida estas le había resuelto muchos problemas, tenía que admitirlo.
El zumbido de su unidad R2-D4 le despertó de su abstracción, al
tiempo que la cabina del caza de Incom
cobraba vida. Era una nueva unidad astrométrica algo nerviosa, pensó Naranja Cuatro, tendría que modificar su
programación. Segundos después varios cargueros aparecieron del hiperespacio justo frente la posición
donde se encontraban los cazas rebeldes.
– ¡Aquí jefe naranja pongan sus alas
en posición de ataque!
Accionó los controles de la cabina con
calma y precisión, el ruido hidráulico le indicó que las alas en forma de aspa
estaban abriéndose adecuadamente.
– ¡Naranja Cinco y Seis, diríjanse
al último de los cargueros! – siguió dando órdenes el líder del escuadrón a sus
pilotos –. ¡Siete y Cuatro encárguense del primero! ¡Dos y Tres manténganse en
posición de espera! ¡Ocho, sígame!
Los potentes motores aceleraron,
haciendo saltar las pequeñas naves de las posiciones donde habían estado
esperando, dirigiéndose hacia sus objetivos. Los porta contenedores imperiales de clase 4 empezaron a realizar
maniobras evasivas, mientras sus computadores realizaban frenéticos cálculos
para saltar de nuevo al hiperespacio y escapar de la trampa. Pero los Ala-X eran más rápidos y en unos
segundos se encontraron al alcance de sus armas. Las órdenes eran claras: evitar
que huyeran disparando delante de los puentes de mando y detenerlos para que los
equipos de asalto los abordaran y apoderarse de ellos y su carga. No estaban
lejos de una importante base imperial, por tanto la escaramuza debía ser rápida
para escapar de sus posibles perseguidores.
Todo marchaba como estaba previsto
cuando de repente los sensores detectaron la aparición de otra nave surgiendo
del hiperespacio. Al comprobar los controles vio claramente el perfil de uno de
los viejos destructores republicanos que se había situado detrás de su posición.
Activó los retropropulsores y viró en redondo para ver claramente como Naranja
Dos y Tres caían bajo el fuego enemigo cogidos completamente desprevenidos. El Venator avanzaba hacia el
convoy, dejando tras de sí a los dos cazas inutilizados por sus armas iónicas.
El resto
había dado la vuelta y los Ala-X Cinco y Seis fueron los siguientes en
enfrentarse al enemigo. Aquella nave era una reliquia del final de las Guerras Clon, aun así muchos de ellos
habían sido modificados a lo largo de los años y estaban bien armados, pero
lentos y poco maniobrables en comparación con los hábiles pilotos rebeldes.
Pero la veterana nave era una presa demasiado grande para dos solitarios
cazas y Seis cayó bajo el fuego de sus cañones láser, dañando a Naranja Cinco, que abandonó el ataque.
– ¡Aquí líder Naranja a todos los
cazas: retirada! ¡Repito, retirada!
Naranja Ocho dudó, pero era el más
joven de todos, el resto se abrieron en abanico alejándose de la nave imperial
que ya empezaba a soltar los cazas TIE
para saltar al hiperespacio.
La última mirada de Naranja Cuatro
antes de alejarse de la zona fue a los sensores, que indicaban la inerte
posición de Naranja Tres.
Puesto avanzado de Tierfon
El puesto avanzado estaba excavado profundamente en la roca viva en la
cara de un acantilado que dominaba un inmenso valle de aquel remoto planeta del
sector Sumitra. Su misión era
albergar un escuadrón de cazas que patrullaran aquellos sectores exteriores y
escoltar transportes que pasaran por él, así como un punto de reabastecimiento
de naves en misiones de inteligencia de largo alcance.
El Ala-X conocido como Naranja Cuatro se posó sobre la plataforma de
aterrizaje de la base de Tierfon. En sus posiciones ya podía ver los cazas de
Edgar, Norvak, Fek’tal y el joven Dikki que había llegado antes que él, y que
ya estaban siendo revisados por los técnicos. Para regresar había realizado
tres saltos hiperespaciales evitando que sus posibles perseguidores rastrearan
su ruta. Era el procedimiento estándar tras regresar de una misión de combate y
Naranja Cuatro fue muy concienzudo en ese aspecto.
Abrió la cúpula acristalada mientras
se dirigía hacia su posición con gran precisión y nada más apagar los motores
de repulsión saltó de la cabina. Se quitó el casco, al que había modificado su
interior para acomodar sus orejas y desconectó los controles de su traje de
vuelo. El técnico jefe se le acercó con la expresión cargada de preocupación.
– ¡Es horrible lo que ha ocurrido! –
dijo con la voz rota.
– Su caza solo fue dañado por un impacto iónico. Kanuu vive – le replicó
sereno.
– ¿No lo entiendes? ¡Eso es lo
terrible Satek!
– Por supuesto que sé cuales son las
implicaciones Andern.
– ¡Teniente Satek! – le llamó Edgar
que se acercaba andando por la pista de aterrizaje, deteniéndose junto a los
dos amigos –. Necesito su informe.
– Sí señor. Lo haré inmediatamente.
– Sé que de Lattre se alistó con ustedes
y era su a amigo, lo lamento mucho – dijo con sinceridad el jefe del escuadrón,
que en aquella misión había perdido a tres hombres y Naranja Cinco aun no había
regresado.
– En la guerra siempre se producen
bajas, lamentarlo no nos los devolverá. Aun así la lógica nos indica que hoy
caímos en una emboscada – fue la gélida respuesta de Satek alzando la ceja.
– Esa raza tuya, vulcana. Jamás la entenderé – espetó
Edgar para mirar luego hacia el jefe técnico: un boliano de piel azul y el rostro dividido de arriba abajo por la
mitad como una trinchera. Las tres: De Lattre, Andern y Satek eran una piña y
aunque no dudaba de su lealtad a la Alianza
siempre le habían parecido gente algo extraña. Aunque Satek se llevaba la
palma, reconocía que era el mejor piloto con el que había luchado nunca, pero
era capaz de sacarle de las casillas simplemente con alzar su ceja –. Reunión
informativa en una hora.
Theed, Naboo
La capital del hermoso planeta de Naboo tenía un color muy especial a
aquella hora de la mañana. Era primavera y con la primera brisa de la mañana el
aire estaba inundado del aroma dulzón de las plantas del jardín en pleno
floreciendo, que entraba por la ventana abierta.
Para Jaques aquel era un día
especial: cumplía sesenta años. Se miró al espejo y se vio viejo: las canas le
habían aparecido ya hacía muchos años, aunque ahora su cabello estaba
completamente gris y se había retirado para dejarle una prominente frente. Las
arrugas se habían extendido alrededor de las bolsas de sus ojos y la comisura
de los labios. Aun así conservaba su forma física, sobre todo gracias al
ejercicio diario y a una sana dieta.
Acabó de afeitarse con una cuchilla
láser para quedar bien apurado y se dirigió a la cocina. El droide le preparó
un poco de café y unas tostadas con mermelada. Al poco apareció su mujer bajorana. Laren no había cambiado nada
y se conservaba tan hermosa como la primera vez que la había visto en aquel local
recreativo junto a la tabla del dom-jot.
– Buenos días – la saludó y le dio
un beso.
– Recuerda que esta noche vienen a
cenar Johachim, T’Lar e Insa, Eloy y su mujer, Hisrak y Vitali. Una cena
íntima, vaya.
– Me parece bien. Me apetece algo
así, íntimo.
– Pues sí – replicó Laren –. Ya
estás mayor y no quiero estresarte.
– Pues esta noche no parecía que te
importara que estuviera mayor.
– Eso es para que no te oxides –
puntualizó esgrimiendo una sonrisa pícara. Su esposo alargó la mano y cogió la suya
para besarla.
– Tuve mucha suerte al conocerte –
replicó Jaques –. No sé que habría hecho sin ti.
– Seguramente estarías gordo y
amargado. Además, como el vino, tú has mejorado con los años – fue la respuesta
cariñosa de su esposa.
Dejó el deslizador en su plaza
privada del parquin subterráneo y subió hasta los lujosos pasillos y estancias
que recordaban al esplendor barroco que caracterizaba la cultura del planeta.
Saludó a su secretaria gungana y entró en su despacho. Sobre la mesa ya tenía
los documentos rutinarios: resultados de producción de las minas de Ohma-D’un, los informes del departamento
de calidad y el de ventas sobre el refinado del gas tibanna, memorandos de la sección de investigación técnica...
Jamás hubiera imaginado que a los sesenta años sería un empresario al frente de
un conglomerado industrial. Jaques de Lattre de Tassigny había nacido en la colonia de New Paris, donde sus abuelos
se habían instalado a finales del siglo XXIII desde la Tierra. Había ingresado en la Academia de la Flota Estelar a los dieciocho años con el objetivo de llegar hasta donde
nadie había llegado antes. Se graduó el noveno de su promoción y había servido
en muchos destinos, acumulando condecoraciones y ascensos, hasta que quince
años antes le habían promovido a capitán de una de las naves estelares más
modernas y poderosas de la Flota: el USS Spirit de la clase Akira. En el 2363 había
sido incluida en un programa de modificación en Utopia Planitia para sustituir el hangar de proa por un mayor
equipamiento científico, que incluía laboratorios exobiológicos más completos,
un ordenador más potente como los existentes en la clase Galaxy y adaptar su interior para acoger a las
familias de la tripulación. Aquel había sido, junto al nacimiento de sus hijos,
uno de los días más felices de su vida. Aunque si lo miraba fríamente, sí había
llegado hasta donde ningún otro hombre había ido.
Jaques miró la holofotografía de que tenía sobre su mesa. Allí estaba toda su
familia en una excursión campestre a los lagos hacía cinco años. Su hijo mayor
Kannu sonreía alegre junto a su hermana Natalie y el pequeño Jan. Aquella había
sido una jornada feliz mientras celebraban su cincuenta y cinco aniversario.
El día transcurrió tranquilo, en el
que de Lattre de Tassigny había asistido a una tediosa comida con el moff del sector Chommell. Quarsh Panaka era un antiguo oficial de
carrera poco refinado, normalmente pesimista, orgulloso de sus logros en el
pasado, como la derrota de la Federación de Comercio y la protección de los Monarcas
del planeta. Pero con el advenimiento del Imperio se había decantado por su
autoridad central, siendo designado por el propio Emperador Palpatine para controlar su planeta natal, elegido como
agradecimiento por los servicios prestados defendiendo el planeta durante las
Guerras Clon. Desde entonces había llevado con mano firme las riendas del
planeta y el sector, aplicando el humanocentrismo
que caracterizaba el Imperio Galáctico, aprovechando las revueltas gungans para
reducir su autonomía, al mismo tiempo que dejaba a los gobernantes de Naboo sin
apenas poder ejecutivo en el planeta.
Tras el almuerzo decidió tomarse la
tarde libre y fue a recoger a su hijo pequeño a la escuela. Tenía ya quince
años y era casi un hombre, siempre estaba feliz y con la misma ilusión que su
padre de convertirse en un explorador y navegar por las estrellas. Sus dos
hijos habían salido a su padre en aquel aspecto: eran valientes y les fascinaban
las estrellas. Natalie se parecía más a su madre y como esta era una científica
nata. Jan cogió los mandos del potente vehículo aéreo que ya pilotaba
magistralmente y salieron de Theed para poder acelerar al máximo y surcar las
planicies del planeta arras de las copas de los árboles.
Regresaron poco antes de la hora de
la cena. Para de Lattre de Tassigny iba a ser una velada tranquila, tan solo la
oficialidad del Spirit, los buenos camaradas de tiempos mejores. Eloy
Crespo, su primer oficial se había casado con una profesora de Alderaan hacía unos años. En realidad
todos ellos, excepto Shimura, vivían en Naboo y todos trabajaban en Tycho Inc.
como parte de la tapadera que usaban para pasar desapercibidos, por lo que se
veían muy a menudo. Tras ducharse, se vistió con un elegante traje gris claro de
cuello alto confeccionado a mano en Malastare.
– No te oí entrar – comentó de
Lattre dirigiéndose hacia el mueble bar para servirse también una copa. Aunque
antes de que pudiera hacer nada Eloy le interceptó y con una gran sonrisa le
cogió el hombro.
– Mejor que no aparezcas con esto en
la mano – dijo mientras se presionaba el comunicador que llevaba en forma de
broche –. Transporte para dos. Energía.
Su salón se convirtió en una niebla
y segundos después fue apareciendo una gran sala abovedada. Donde habían
colocado numerosas mesas alargadas, ocupadas por los tripulantes del Spirit
que estallaron en un aplauso cuando acabó de materializándose. Sobre sus
cabezas pendía la bandera de la Federación:
azul cielo, con el símbolo tachonado de estrellas y cubierto con dos hojas de
laurel. Y a su lado el segundo estandarte era el de la Flota Estelar con la
estrella alargada en el centro, cruzada por un cometa. Los aplausos se
prolongaron durante una inmensidad para de Lattre, que aunque lo intentó, no
pudo contener la emoción.
Su esposa Isham Laren se le
acercó y le abrazó en un gesto de cariño, para ocultar las lágrimas de su
esposo. En ese momento le susurró que le quería, mientras este le replicaba que
aquello se lo pagaría. Poco a poco fue superando la sorpresa y se sentó en la
mesa que presidía la sala. En esta estaba toda la oficialidad del Spirit.
– Bien, no me esperaba esto. Y no
tengo nada preparado – empezó con unas palabras cuando los aplausos cesaron –.
Desde pequeño siempre quise ser como Archer
o Kirk, pero no me dieron el mando
de la Enterprise, ese honor
se lo concedieron a otro francés...
– el comentario levantó carcajadas entre los allí congregados –. En cambio me
dieron el mando de otra nave, el USS Spirit que por suerte tenía la
mejor y más grande tripulación del universo.
Aquello provocó otro ensordecedor
aplauso, lo que permitió a de Lattre sentarse. Luego fue Crespo quien dio el
siguiente discurso, esta vez mucho más largo y en nombre de todos los presentes.
Después los droides camareros empezaron a
servir la cena, todos eran platos procedentes de los diferentes lugares de
origen de la tripulación: Tierra, Vulcano,
Bolarus IX, Tiburon, Trill, Rigel y dos docenas más de planetas,
todos ellos replicados utilizando el
banco de datos del Spirit.
La cena transcurrió distendida, había
algunos miembros de la tripulación que debido a diversas causas hacía tiempo
que no se veía o simplemente porque en aquella sala, con las puertas vigiladas
nadie tenía que preocuparse en que decir o que no poder decir. También porque
estaban sirviendo abundante vino de
semillas traídas de la Tierra por uno de los botánicos de abordo y eso ayudaba
a relajarse.
Entre todo aquel alboroto nadie se
dio cuenta que mientras terminaban el segundo plato el teniente Shimura, el
oficial táctico, se había ausentado tras recibir un mensaje a través de su comlink.
Al poco rato regresó con una profunda cara de preocupación. Se acercó a Crespo
y después a de Lattre, que estaba hablando en ese momento con Hisrak, su
ingeniero jefe denobulan. Se
disculpó por interrumpirles, pero les dijo que tenía que hablar con ellos en
privado y los cuatro salieron hacia un pequeño despacho que había junto a
aquella sala del complejo de Tycho Inc.
– ¿Qué ocurre? – preguntó de Lattre,
la expresión de seriedad de su jefe de seguridad y tácticas no adelantaba nada
bueno.
– Acabamos de recibir esta comunicación subespacial. Tiene cinco
horas de demora – respondió Shimura que accionó los controles del pequeño
ordenador del despacho. En la pantalla apareció el rostro del joven vulcano
Satek, hijo de la oficial de operaciones, la teniente T’Lar.
«Estoy en la obligación de
informar que durante una misión rutinaria contra las fuerzas Imperiales, Kanuu
ha caído prisionero. La Rebelión no tiene recursos para un intento de rescate y
la lógica indica la peligrosidad para todos si rebela cualquier cosa durante
los interrogatorios a los que será sometido. Larga y próspera vida».
El silencio inundó el despacho
después de que la pantalla apareciera el símbolo de Tycho Inc., que tenía
cierto parecido con el de la Federación,
con un círculo de estrellas alrededor de media corona de laurel. Tanto Shimura como
Crespo y Hisrak miraron a su superior, que tenía el rostro petrificado. Ninguno
de los tres se atrevió a decir o hacer nada. Quien había caído en manos del
cruel Imperio era el hijo de su capitán, a quién habían visto crecer y marchar
para luchar por algo en que todos creían.
– Reúna a los oficiales del puente –
ordenó enérgico de Lattre al recobrar la compostura. Shimura asintió
marcialmente y salió del despacho. Instantes después entraban con el T’Lar, el
doctor Bishop y la teniente Isham Laren esposa de de Lattre y jefa del
departamento de cartografía. Volvieron a pasar el mensaje.
Tras terminar Isham, la madre de
Kannu, se sentó en uno de los sillones del despacho, con la mirada perdida y el
rostro invadido por la preocupación.
– Sugerencias – pidió el capitán
manteniendo la serenidad.
– No hay otra opción, hemos de
rescatarle – fue la fría respuesta de T’Lar.
– Ellos sabían a lo que se exponían
– replicó de Lattre, sorprendiendo a todos, incluso su esposa, que le miró
atónita –. Y nosotros también.
– Eso no implica que no podamos
realizar una operación de rescate – intervino Crespo –. Si descubren que
tenemos una tecnología que puede transportarnos
de un lugar a otro o crear comida y materia de la nada, mañana surgirá del hiperespacio
una flota que arrasará este planeta y todo lo que contiene para encontrarnos. Y
Kanuu sabe lo suficiente como para que el Imperio nos pueda rastrear. Hemos de
rescatarle por nuestra propia seguridad y para proteger la Primera Directriz.
– El comandante Crespo tiene razón –
confirmó con rapidez Hisrak y con apremio y preocupación en su voz –.
Rescatándole estaremos protegiendo nuestro secreto.
– ¿Cómo lo haremos? No sabemos donde
se encuentra retenido – advirtió Isham, ya recuperada de la impresión ante la
noticia de la captura de su hijo.
– Para ese tipo de casos, ya se
tomaron las medidas de contingencia necesarias – anunció Shimura con un tono
tranquilo, sorprendiendo a su superior.
– ¿Qué tipo de medidas?
– Aquellas que podían
proporcionarnos información en caso... – empezó a responder algo dubitativo.
– Teniente, es una orden. ¿Qué
medidas tomó? – insistió de Lattre furioso.
– ¿Qué? – replicó perplejo de Lattre
–. ¿Qué tipo de información?
– Movimientos tácticos de la Armada Imperial, intercepción de
comunicaciones...
– Eso está violando directamente la
Primera Directriz de no intervención...
– Conozco perfectamente la Primera
Directriz, señor – le cortó Shimura. Era la primera vez que se enfrentaba a su
superior y todos estaban más que sorprendidos. El jefe de seguridad era un
hombre duro, que se tomaba su responsabilidad como si fueran los códigos que
sus ancestros samuráis habían tenido hacia sus señores.
– ¿En el fondo que significa no
intervenir en el desarrollo de otras especies? – intervino entonces el doctor
Bishop que se había sentado en un sofá del despacho. Todos se giraron hacia
este, aun sostenía su copa de vino en su mano –. Ya lo hemos hecho. Diariamente
lo hacemos, intervenir, modificar el normal desarrollo de esta gente.
– Siempre se hizo con el único
objetivo de preservar nuestra seguridad...
– Hace mucho que nos conocemos
Jaques – le interrumpió Bishop –. ¿Qué crees que hicimos con los wookis de la luna de Ohma-D’un? Interferir y salvarles la
vida. Controlar esta compañía y así tener una tapadera para poder ocultarnos. ¿Y Panaka? ¿Qué hubiera ocurrido si no lo hubiéramos hecho? Y otras tantas pequeñas cosas.
Tal vez no hemos proporcionado la tecnología para que esta gente cambiara la
faz de esta galaxia, pero hemos intervenido en su normal desarrollo desde que
llegamos. Además estamos atrapados aquí. ¿Y nuestros hijos, que pasará con
ellos?
– Hace dos años ya tuvimos esta
misma discusión... – dijo de Lattre.
– Y te diré lo mismo que te dije
entonces: nosotros moriríamos por respetar la Primera Directriz. Los que están
en este despacho y los que están en la sala contigua. Pero tu hijo no. Él nunca
juró defenderla. ¿Qué harán nuestros hijos, continuar cruzados de brazo como
nosotros? Ellos tienen un futuro por delante.
– Lo que dices tiene lógica – dijo
T’Lar entonces –. Pero nuestros actos han sido dictados para sobrevivir en un
entorno hostil. Lo que hayamos podido hacer ha afectado a una mínima porción
del desarrollo de esta galaxia.
– Tu lógica es incuestionable. Pero Shimura
utiliza nuestra tecnología para informar a la Alianza Rebelde sobre el Imperio.
Y eso ya ha salvado o costado vidas a uno y otro bando de esta guerra. ¿Quién
sabe lo que eso podría significar? No hemos utilizado lo que más podría dañar
su desarrollo, pero nuestros actos han influido de alguna u otra manera en este
entorno.
– No creo que esto sea lo más
importante ahora, si hemos o no debemos intervenir – dijo Crespo decidido a
zanjar aquella discusión, que hacia tiempo que dividía a la tripulación –. Lo
que sí está claro es que la información que Kanuu pueda proporcionar es una
amenaza para nosotros. Hemos de rescatarle lo antes posible.
– Sí, centrémonos en lo que es ahora
importante – replicó Isham, que no podía olvidar que era su hijo el que estaba
en las garras de una organización cruel y despiadada.
– Teniente Shimura, ¿qué sugiere? –
preguntó entonces de Lattre con un tono de voz gélido.
– Ponernos en contacto con el general Airen Cracken, el jefe de la
inteligencia de la Alianza y a quien le he proporcionado la información. Le
pediré que nos diga donde está retenido, la misión no puede ser muy complicada.
– ¿Ha hecho algún acto más que violara
la Primera Directriz, teniente?
– No creo que eso sea ahora
relevante... – empezó a decir Bishop.
– Doctor creo que decidiré yo lo que
es o no es relevante. Aun soy el comandante de esta tripulación y su
responsable – le cortó de Lattre y se volvió hacia Shimura.
– A través de un adquisidor rebelde hice
un trato para proporcionar información sin que se revelara su fuente, desde
entonces les ofrecimos datos de transmisiones descodificadas y despliegues
imperiales, siempre de otros sectores del Borde Medio o de los Territorios del Borde Exterior, para no comprometer nuestra ubicación. Más recientemente hemos
proporcionado apoyo logístico a la Flota de la Alianza y ayudando a la célula
del planeta a sacar algunos disidentes y transportar algunos materiales sin
pasar por la aduana imperial.
– Mon Dieu! – exclamó De Lattre –. ¿Quién más estaba al corriente de
todo esto?
– Yo y algunos hombres de ingeniería
ayudamos – respondió Hisrak entonces, en su rostro había cierto grado de
turbación –. Modificamos algunas naves con sistemas de ocultación klingon que
obtuvimos de los archivos, sensores subespaciales, transportadores y otra
tecnología. Siempre tuvimos cuidado para que nada de ello cayera en manos
imperiales, señor.
– ¿Tú sabías algo de todo esto? – le preguntó el capitán a su primer oficial.
– No estaba al tanto de los pormenores – contestó Crespo midiendo sus palabras –. Pero sabía que se estaba haciendo.
– Quiero un informe detallado de toda
la ayuda que haya proporcionado a ese general Cracken – ordenó De Lattre con severidad, sin ocultar el enfado que en aquel momento sentía hacia la mayoría de sus oficiales –. Y contacte con la
Rebelión para que le digan dónde está mi hijo.
La cena de celebración no se
reanudó, todos los presentes se habían enterado de lo sucedido y regresaron a
sus casas preocupados. La tripulación del Spirit se había convertido con
los años en una gran familia, se conocían y conocían a sus hijos, sabían de los
unos y de los otros. Y todos tenían su posición con respecto a la Primera
Directriz y las decisiones que ello implicaba.
Aquella noche de Lattre no pudo
dormir. Se pasó las horas en el despacho de su casa, meditando en lo que iba a
suceder. Y recordando lo que había ocurrido en aquellos años.
USS Spirit
La sirena de colisión aun resonaba
fuertemente entre el humo. El impacto de la onda expansiva les había alcanzado
de lleno, lanzándoles al aire y zarandeándoles mientras las consolas estallaban
por culpa de las sobrecargas. Un panel del techo se había desprendido por culpa
del violento choque y en un instante la destrucción se había apoderado del
puente de mando.
– ¡Computadora, informe del control
de daños! – pidió el capitán, incorporándose pesadamente. El ordenador no
respondió. El humo le impedía respirar con normalidad y los ojos le escocían.
Cuando logró sentarse en su silla, intentó
saber que estaba ocurriendo a su alrededor. El alférez Kanek estaba en el suelo
junto a la posición del piloto inerte,
mientras que T’Lar, situada en la consola contigua de operaciones intentaba
incorporarse apoyándose en su silla. La pantalla principal estaba apagada y un
pequeño incendio se empezaba a extender a la derecha de esta. De Lattre se
levantó con la intención de apagarlo con el extintor de mano, al comprobar que
los automáticos no estaban haciendo su trabajo. Entonces tropezó con el cuerpo
de su primer oficial. Crespo estaba en el suelo, con una gran mancha de sangre
que se extendía junto la cabeza, tras haber recibido un fuerte golpe al caerle
encima la sección del techo. Se inclinó para comprobar su pulso... era débil,
pero aun tenía. Presionó su comunicador –. Enfermería envíen al puente un
equipo médico, hay heridos de gravedad.
– ¡Entendido! – fue la brusca
repuesta del doctor Bishop –. Lo enviaremos cuando podamos, hay bajas por toda
la nave...
Al levantarse vio como T’Lar ya
estaba apagando el pequeño incendio con el extintor de mano. Así que de Lattre
se centró en ver como estaba el resto de la tripulación del puente. El
siguiente que pudo ver que estaba bien, fue a Shimura, que ya se había
incorporado y tenía extendido un tricorder
sobre el cuerpo del oficial científico, el teniente comandante Abdel Khalaf.
Pero la expresión con la que cerró el escáner de mano no dejaba dudas de su
estado: había muerto.
– Teniente, necesitamos saber la
situación de la nave – le ordenó de Lattre. Este asintió y se dirigió a las
posiciones de trabajo. Mientras que el capitán se rasgaba el uniforme para
colocar sobre la cabeza de Crespo una venda improvisada.
– El ordenador principal está
desactivado – informó poco después su jefe de seguridad –, recibimos informes
solo de los sistemas secundarios, los sensores internos solo funcionan al 48%...
hemos perdido las comunicaciones en la mayor parte de las secciones, entre
ellas ingeniería. Campos de fuerza
alzados en fisuras en el casco en la cubierta uno, seis a cinco y de diez a
doce. La integridad estructural está
solo a un veinticinco por ciento. El reactor
está desactivado, se han expulsado los contenedores de anti-materia... señor.
El capitán se sentó de nuevo en su silla
y accedió a la información a través del pequeño terminal que tenía el
reposabrazos, la zona del deflector era una de las más dañadas. Parecía que
este se hubiera volatilizado, llevándose consigo parte del casco y la vida de varias
decenas de
sus tripulantes. La situación era muy grave, con ingeniería encontrándose muy
cerca, la nave podía perderse y sin posibilidad de contactar con esta, era
necesario tomar el control de la situación.
– Shimura baje a la cubierta quince
y que evacuen toda esa área, active los campos de fuerza para crear una burbuja
segura y desconecte el resto.
– Sí señor – respondió este saliendo
del puente sin perder tiempo.
De Lattre se giró hacia T’Lar, que
estaba activando los controles ambientales para limpiar el enrarecido aire del
puente. Tenían que ir paso a paso y el primero era controlar las grietas en el
casco y saber que estaba sucediendo en ingeniería, lo que ya se estaba
realizando. Lo siguiente sería atender a los heridos de la tripulación y
evaluar los daños para empezar a repararlos. Poco a poco los informes empezaron
a llegar a medida que los responsables encontraban la manera de contactar con
el puente: del módulo de armamento; de las diferentes secciones científicas; de
la cubierta nueve, sección 36: ningún herido. Eso le alivió, ya que significaba
que todos los niños que había a bordo estaban bien. Mientras que el parte más
preocupante procedía de la enfermería con las bajas que llevaban registradas
hasta ese momento y que sumaban más de un centenar de heridos de diversa
consideración. Era un desastre total.
Estaban persiguiendo a un marauder ferengi que, según habían informado las autoridades de Peliar Zel, se había apoderado de un generador experimental. Parecía
que les habían acorralado en un pequeño sistema estelar binario cuando estos habían
intentado utilizar una pequeña estrella de neutrones para despistarles. Por culpa de la radiación electromagnética que emitía aquel púlsar no habían detectado la anomalía subespacial hasta que fue demasiado tarde. Entonces los ferengis desaparecieron en una bola
brillante que les engulló en un instante.
– Envíe un mensaje a la Flota
Estelar con nuestra posición y daños – le ordenó a T’Lar mientras volvía su
atención de nuevo sobre su primer oficial. Tenía el pulso débil y no había
podido contener la hemorragia. Miró hacia la puerta, pensando en el tiempo que
transcurriría antes de que el doctor Bishop pudiera enviar a alguien. Se
levantó y buscó el botiquín de primeros auxilios que había detrás de los
paneles de las paredes del puente.
– La Flota no responde, señor –
informó entonces T’Lar.
– No estamos lejos de nuestras
bases. ¿Ha probado en otras frecuencias?
– No hay ninguna respuesta por los canales subespaciales. Tampoco capto ninguna
otra señal – explicó la vulcana con su tono pausado y sin sentimientos. Eso
hizo que de Lattre se preocupara.
– Limitados.
– Haga un rastreo de la zona...
T’Lar se puso a trabajar de forma
frenética en la posición de operaciones, que aun parpadeaba, dañada por la
sobrecarga de la explosión subespacial. Poco después la pantalla se encendió
entre interferencias, que no impedían aun así distinguir bien lo que tenían
delante.
– Estamos fuera del sistema – empezó
a informar T’Lar –. Detecto restos metálicos cercanos, posiblemente la nave
ferengi.
– Localice la posición – ordenó
mientras intentaba descifrar las señales que podía ver en el tricorder. En ese
momento de Lattre se arrepintió de no haber asistido al curso de primeros
auxilios que le propuso Bishop un año antes.
– El ordenador no responde, señor.
Pero no estamos donde debíamos estar. Detecto diversos sistemas cercanos que
antes no estaban...
En ese momento las puertas se
abrieron y entraron dos miembros del equipo médico que se pusieron a
estabilizar a Crespo.
No había pasado no media hora desde
el accidente y parecía que la situación estaba controlada una vez se habían
asegurado las grietas en el casco, de manera que se de Lattre había pedido que
los oficiales del puente celebraran una reunión en su despacho para informarse
de la situación y coordinar todos los esfuerzos. Su jefe de ingenieros había
subido un padd con el diagrama de sistemas maestros donde se
mostraban la situación real de la nave. No había ni una sola cubierta sin que
se señalara algún sistema o quepo dañado.
– Los daños a bordo son masivos –
indicó el denobulano que tenía
rasguños y moratones en el rostro y su uniforme estaba rasgado y chamuscado –.
La mayor parte de la fuerza de la explosión fue absorbida por el deflector principal de navegación, el
sistema de propulsión y los escudos, que se han fundido completamente. La
sobrecarga resultante se distribuyó a otros sistemas: sobre todo a través de
los relés de ODN, afectando a todas
las consolas y terminales en algún grado y otro. Así los accesos LCARS no funcionan en la mayoría de las
cubiertas. Creo que eso en realidad fue una suerte, ya que la fuerza de la
tensión se distribuyó de manera uniforme por todas las cubiertas y evitó que se
concentrara de manera catastrófica. Por suerte el primer diagnóstico del ordenador central apenas ha recibido daños,
seguramente gracias sus procesadores subespaciales.
» El reactor principal se ha
desalineado, los conductos de plasma a las barquillas han reventado, las bobinas de las barquillas tienen todas
ellas fisuras, y los colectores bussard
están literalmente carbonizados. El deflector principal ha sido complemente
destruido con todos sus equipos, generando numerosas aberturas en el casco. La
lista de las reparaciones urgentes es interminable: algunas cubiertas no tienen
gravedad y el soporte vital está a un 68%. La carena secundaria está dañada en
un 53% y no hay energía de la cubierta cinco a la trece. La integridad estructural
está debilitada pero se mantiene.
» No creo que otra nave hubiera
resistido la detonación subespacial de esa magnitud. En realidad me sorprende
que hayamos sobrevivido – concluyó Hisrak con un tono algo más optimista.
De Lattre asintió y se giró hacia su
consejero, que estaba allí en nombre del doctor Bishop.
– Se han contabilizado 49 muertos,
entre ellos una docena de desaparecidos al ser arrastrados al espacio – empezó
a informar Nara con tristeza en su voz –. Hay medio centenar de heridos entre
moderados y muy grabes. La mayoría son quemaduras de plasma de segundo y tercer
grado e importantes contusiones. En estado crítico hay seis tripulantes
expuestos a descomprensión antes de que se activaran los campos de fuerza. Como
estábamos en alerta roja, la escuela estaba preparada y solo se han producido
algunos golpes leves y cortes de poca importancia. Aunque los niños más pequeños
están muy nerviosos y asustados.
– Todos han hecho un buen trabajo. Ahora
les informaré que aun no hemos podido contactar con la Flota Estelar, es más,
según los sensores de navegación no estamos cerca de ningún sistema estelar
conocido – explicó de Lattre con toda la calma que pudo transmitir. Los rostros
de sus subordinados no pudieron ocultar su asombro. Para evitar que pudieran
desconcentrarse en la tarea más importante en aquel momento: reparar la nave,
no les permitió poder pensar en aquella situación.
» Hisrak empiece a preparar a su
gente para una situación de aislamiento y organice la prioridad de las
reparaciones. Tiene a su disposición los recursos de todos los departamentos.
Tenientes Shimura y T’Lar póngase al servicio de ingeniería. La teniente Isham,
como jefa de cartografía,
se pondrá a trabajar para identificar donde nos encontramos.
– ¿No sabemos dónde estamos? –
preguntó perplejo el denobulano.
– Así es. Ninguna estrella que
detectamos corresponde a la que tenemos en nuestros archivos cartográficos. Fuimos
alcanzado con una explosión subespacial masiva, que bien podría ser una supernova en miniatura, si ha sido así
hemos podido caer en su pozo gravitacional y a través de un agujero de gusano hayamos sido enviados
a algún punto distante de la galaxia. Pero aún no sabemos que ha podido ocurrir.
» Nada más caballeros, póngase a
trabajar.
Todos asintieron y aunque
conmocionados por la noticia regresaron a sus puestos para continuar trabajando
en las reparaciones, dejando a de Lattre solo. Este miró durante unos instantes
a su alrededor, la estancia era un caos: todos los pequeños recuerdos estaban
por los suelos, la maqueta del USS Spirit se había partido en tres
partes, los libros de los grandes escritores franceses de la Ilustración
estaban por el suelo, mezclados con la tierra y las plantas que habían decorado
el ventanal, las holofotografías y los dibujos de sus hijos que tenía en la
pared se habían desprendido... toda la nave debía de estar igual. Él tampoco
podía perder el tiempo, así que salió de su despacho detrás de sus oficiales.
– ¿Dónde está el doctor Bishop? – le
preguntó a una enfermera.
– En la unidad quirúrgica, señor. Si
me disculpa – dicho lo cual se dirigió hacia uno de los heridos para aplicarle
un calmante. La actividad ya no era tan frenética como hacia un rato, pero la
enfermería aun estaba atestada de heridos. Todas las camas estaban ocupadas con
quemados, en una bio-cama del lateral
pudo ver a su primer oficial y amigo Eloy Crespo. Sobre su frente habían colocado dos
estimuladores neurales para controlar su actividad cerebral y tenía otras
pequeñas cicatrices en la cara, pero parecía descansar plácidamente en ese
momento, ajeno completamente al desastre que reinaba a su alrededor.
– Tiene heridas internas grabes –
dijo la voz de Bishop detrás de Lattre –. Pudimos detener la hemorragia interna
y bajar la inflamación, ahora deberemos esperar para ver hasta que grado quedó
afectado su cerebro.
– ¿Y el resto de la tripulación?
– Las quemaduras son dolorosas, pero
podemos curarles. Me preocupan más los heridos por la descompresión, sus daños
internos en algunos casos son masivos. ¿Qué ha pasado?
– Detectamos una anomalía espacial
cuando perseguíamos a los ferengis. Estos quisieron utilizarla para
despistarnos, pero algo salió mal y se produjo una explosión subespacial que
creó un agujero de gusano y nos arrastró por él. Estamos detectado una radicación de antimateria que estamos
analizando, tal vez a bordo llevaran algo que ayudó en la ruptura. Aun no
sabemos dónde estamos, pero no tenemos contacto con la Flota Estelar.
– Así que no puedo esperar mucha
ayuda – dedujo el doctor, empezando a pensar en los cambios de tratamiento que
tenía que iniciar con los heridos, algunos de los cuales se había limitado a
mantenerlos estables a la espera de llevarlos hasta una instalación más
completa.
– Así es.
– Ves poniéndome al corriente de lo
que suceda, por favor – dijo Bishop y regresó de nuevo a la unidad de cirugía.
De Lattre salió de la enfermería y
antes de dirigirse a cartografía estelar
se tomó la licencia de ir a la escuela.
Esta estaba situada en la zona más segura de la nave y en línea directa con las
cápsulas de escape por si fuera
necesario su evacuación.
Además de una maestra para la
educación de la veintena de hijos de la tripulación que vivían a bordo, en
momentos de crisis la consejera Nara y otros dos miembros civiles de la
dotación debían de cuidar de los niños. La más pequeño apenas tenía unos meses
de vida y era la hija de la alférez Chi’etla y el mayor era el hijo de T’Lar.
Al entrar su hijo Jan se le echo encima, era el pequeño de sus tres vástagos,
tenía cinco años y empezó a llorar muerto de pánico. Natalie era ya toda una
señorita, pero en su padre notó que en sus ojos también había miedo cuando se
abrazaron. Kanuu, cuyo nombre era el mismo que el abuelo materno asesinado por
los cardassianos, parecía que estaba
más entero, aun así su padre detectó preocupación en su mirada. Tras calmar a
Jan y dejando en los brazos de su hermano mayor, preguntó por el resto de los
niños. La profesora dijo que todos estaban bien, pero le informó que la madre
de uno de ellos estaba entre las bajas confirmadas. Ardern, era el hijo de
Lysia, una ingeniera boliana que
había muerto por culpa de la explosión del deflector principal.
– ¿Se lo han dicho? – preguntó de
Lattre.
– Aun no – respondió Nara, que
estaba junto a la profesora –. ¿Quiere que se lo diga?
– No. Me corresponde a mí hablar con
él – replicó este, que de golpe se encontró frente al peor momento de su vida
–. ¿Cómo puedo decírselo?
– Será muy duro diga lo que diga. Intente
ser sincero – sugirió su consejera.
De Lattre asintió y se dirigió hacia
donde estaba el chico, que debía tener unos once años terrestres. De Lattre se
colocó a su lado e intentó poner la mejor cara que pudo.
– Te he de contar algo que ha pasado
durante el accidente.
– ¿Es sobre mi madre verdad? –
preguntó intuitivo, sus ojos claros se clavaron en él como si fuera una tabla
de salvación. Seguramente las miradas de Nara y la profesora le habrían alertado.
Además muchos padres habían pasado por la escuela para ver a sus hijos, el
silencio de su madre debía de haberle alertado.
– Sí – dijo sintiendo un nudo en la
garganta –. Hubo una gran explosión en la zona donde estaba.
– ¿Ha muerto? – preguntó directo,
con la sinceridad de la infancia.
– Fue muy valiente – solo puso decir
formándose un nudo en la garganta que le apagó la voz impidiéndole decir nada
más. ¿Qué hubiera ocurrido con sus hijos si él hubiera sido una de las bajas? ¿Qué
hubiera ocurrido con sus hijos si hubiera sido él uno de los caídos? De golpe
sintió todo el peso de la responsabilidad, como una sola que tenía que
soportar. Además conocía personalmente a Lysia ya que Ardern tenía la misma
edad que Kanuu y era uno de sus mejores amigos. La recordaba alegre e
inteligente, mientras que los informes de su superior la describían como
trabajadora y emprendedora –. Estaba muy orgullosa de ti. Y te quería mucho.
– Ya lo sé capitán – dijo el boliano
esgrimiendo una sonrisa en su rostro, teñida de amargura. El chico quería
comportarse como un adulto y que su capitán se sintiera orgulloso de él.
– Ahora todos somos tu familia,
Ardern – continuó tras recomponerse. Los bolianos formaban familias numerosas,
con co-esposos y co-esposas, de manera que era normal que los hijos fueran
criados en comunidad, por lo que esperaba que eso facilitara las cosas y le
ayuda en el futuro. En todo caso no permitiría que se sintiera solo –. No
permitiré que nunca te sientas solo. Todos somos tu familia. Te lo prometo. ¿De
acuerdo?
– Sí capitán – replicó Ardern con
pesar, pero intentando mostrarse fuerte.
– Si necesitas cualquier cosa, dímelo.
Ahora he de irme, pero la consejera Nara estará pendiente de lo que necesites.
Sentada en una de las posiciones de
trabajo del laboratorio se encontraba la responsable del departamento la teniente
Isham, concentrada en los cálculos que estaba repitiendo por cuarta vez. Al oír
abrirse las puertas se giró, esgrimiendo una sonrisa al ver al capitán. Se
levantó y los dos se fundieron en un abrazo. Eran oficiales y esposos,
conocían los riesgos que entrañaba la exploración espacial, aun así habían elegido
vivir juntos y crear una familia a bordo de una nave estelar.
– Me hubiera muerto si te hubiera
pasado algo a ti o a los niños – dijo en su sollozo Jaques que por primera vez
dio rienda suelta a la tensión y las lágrimas le inundaron los ojos y se deslizaron
por sus mejillas.
– ¡Tranquilo Jaques! – respondió su
esposa mientras le besaba. Los dos estaban llorando de saber que su familia se
encontraba a salvo.
– No debería haber seguido a esa
maldita nave o tendría que haber detectado la anomalía, los sensores la
detectaron a tiempo – se recriminó.
– No te culpes, no lo podías prever
– le replicó su esposa con cariño –. Te conozco y harás lo mejor para tu
tripulación y tu familia.
– He pasado a ver a los chicos.
Están asustados, pero bien.
– Tienen la pasta de su padre –
replicó con orgullo.
– La de su madre, igual que sus ojos
y sus narices – dijo cariñoso acariciando suavemente la rugosa nariz bajorana
de su esposa.
– Ahora vienen las malas noticias –
anunció ésta volviendo a la realidad en la que se encontraban.
Eso hizo poner en alerta a de
Lattre, que apartándose de su esposa se secó las lágrimas, volviendo a ser el
oficial al mando. Isham le señaló la pantalla en que había estado trabajando.
– He utilizado todos los patrones
estelares para marcar nuestra posición en la Vía Láctea, usando como bien sabes
el núcleo de la galaxia en sus múltiples posiciones, situándonos en los cuatro
cuadrantes. Nada coincidía. Así que utilicé el siguiente patrón: las galaxias
más próximas. Entonces encontré las primeras similitudes: M33, la pequeña Nube de Magallanes, NGC-3370, NGC-2812,
M64, el objeto Hoag...
– ¿Dónde estamos? – interrumpió de
Lattre, que imaginaba por donde iba su esposa.
– ¿Cómo es posible? – farfulló
incrédulo ante la noticia.
– No lo sé. Pero es así Jaques. Por
desgracia no me equivoco.
De Lattre retrocedió un paso y se
sentó en la silla que estaba junto a la consola donde había trabajado su esposa.
Y se sintió abatido. No lo hubiera hecho frente a ningún otro oficial que no
fuera ella, con la que no tenía secretos, era la columna donde siempre se podía
apoyar sin miedo. Se sintió agobiado y se tocó el cuello alto de la nueva
casaca con nerviosismo. Estaba solo en medio de un lugar completamente desconocido,
sin esperar ninguna ayuda exterior. Seguramente la Flota les daría por muertos.
Detectarían la detonación subespacial y les asignarían a la lista de naves
desaparecidas en servicio junto a la Columbia, o a la Bozeman,
incluso harían un responso en los jardines del Cuartel General de San Francisco. Pero en realidad estaban en otra
galaxia, perdidos en la inmensidad de lo desconocido, frente al mayor reto que
se podría enfrentar un explorador: sobrevivir en un ambiente hostil.
– ¿Te molesta el nuevo uniforme? –
le preguntó colocándole una mano sobre la mejilla. Conocía bien a su esposo,
era un hombre de fuertes convicciones, inteligente y valiente. Aquella noticia
le podía afectar, pero solo para hacerle más fuerte.
– Tengo que decírselo a la
tripulación.