Esfera
de Torpedos
Keegan fue descendiendo por el hueco
que había alrededor de la columna de distribución, hasta el siguiente nivel con
consolas de control, situada varias cubiertas por debajo. Después cogió un estrecho
corredor que salía de allí, hasta detenerse al final del mismo.
– Es posible que tengamos que luchar
– anunció el adquisidor, empuñando su sable, pero sin activarlo. Los rebeldes prepararon
sus armas.
Abrió la puerta, apareciendo en un
pasillo solitario, pero donde se escuchaban voces cercanas. Salió despacio,
seguido de Noack, que tenía su rifle preparado. Avanzaron unos metros y de la
esquina se escuchó el ruido de un motor eléctrico, apareciendo instantáneamente
después un pequeño droide ratón, que se detuvo en seco y tras analizar
las figuras que tenía delante, giró con rapidez y regresó por donde había
llegado, emitiendo un pitido similar a un grito de pánico. Los dos rebeldes se
miraron y le siguieron. Al girar la esquina encontraron un distribuidor, con un
puesto de trabajo y media docena de soldados de asalto, que parecían
descansar, con uno de ellos siendo atendido de una herida por un paramédico.
Durante un instante estos se quedaron sorprendidos de su presencia. Noack fue
más rápido al disparar su arma, alcanzando al enemigo que tenía más cerca.
Keegan activo su sable de luz y mientras el resto de rebeldes, que iban
detrás de ellos llegaban a su altura y se unían a Noack abriendo fuego, el
adquisidor fue desviando los rayos de energía. Aunque cogidos de improviso,
reaccionaron con rapidez y devolvieron el fuego, pero fueron rápidamente
recudidos. En pocos segundos el tiroteo cesó, con el distribuidor despejado,
sin ninguna baja rebelde.
Mientras Norp cogían los explosivos cilíndricos que cada soldado llevaba en la espalda, Keegan se dirigió hacia una
de las compuertas.
– Parece que la explosión de la Grito
ha neutralizado los sensores internos – de la estación, explicó Noack, tras
comprobar las pantallas de seguridad del puesto de trabajo, al descubrir que en
estas aparecían fuera de línea.
El adquisidor le hizo un gesto para
apresurarle a continuar.
Abrieron la compuerta que daba a una
bodega de carga y siguieron despacio entre los contenedores de suministros, con
Keegan en cabeza. En el aire se podía notar el olor de ionización de los
bláster. No tardaron en escuchar claramente conversaciones metalizadas que solo
podían proceder de los sistemas de comunicación de los cascos de las armaduras de los soldados del Emperador. Noack hizo señales hacia sus
hombres para que se distribuyeran y quedasen a la espera de instrucciones.
Activó su sable láser y aquello fue
la señal para que el sargento rebelde y dos de sus hombres avanzaran más allá
del lugar donde estaban escondidos. Un numeroso grupo de soldados estaban
parapetados detrás de una barricada improvisada, quedándose sorprendidos de su
presencia. Pero estos reaccionaron con rapidez y respondieron a la lluvia de
blásters que empezaron a recibir, alcanzando a una de las rebeldes que estaban
junto a Noack, a pesar de que Keegan desviaba las descargas con su filo láser. Varios
infiltradores, que habían rodeado la posición aparecieron por los pasillos laterales,
se unieron a la corta lucha, impidiendo así que los imperiales pudieran huir
por los costados. El violento intercambio de disparos no duró mucho y cuando se
lanzó una granada entre las filas de estos, fue el final de su resistencia. Entonces
cesó el ruido y un silencio extraño e irreal se apoderó de la bodega.
El adquisidor, que aún tenía su
sable verde encendido se adelantó hacia la trinchera donde estaban los cuerpos
sin vida de los enemigos.
– ¡Capitán Tedek! El camino está
despejado – dijo al tiempo que mediante la Fuerza hacía levitar una de los
arcones, abriendo un hueco del muro improvisado. El alderaano apareció cauteloso,
hasta que bajó su arma al confirmar que realmente era el adquisidor quien le
había hablado.
– No sabe cuánto me alegro de verlos
– dijo este con visible alivio.
– No hay tiempo – replicó Keegan
desactivando el filo de su sable –. Por aquí, rápido.
Se dirigieron hacia uno de los
extremos de la bodega, junto al hueco de un ascensor que llevaba a la cubierta
inferior. Pero para sorpresa de todos, el adquisidor lo obvio, abriendo una
trampilla que había en la pared.
– ¡Rápido! Noack usted primero, gire
a su derecha y avance rápido, yo cerraré la marcha.
Este asintió y sin verificar si
pudiera haber nadie se introdujo por el estrecho conducto de mantenimiento, más
pensado para droides, que seres vivos. Cuando pasaba Norp, el adquisidor le
pidió una de las cargas, que este le entregó antes de desaparecer por el hueco.
El adquisidor lo programó para que explotara en cinco minutos, y lo dejó caer
por el hueco del ascensor, no sin antes detener su caída junto cuando estaba a
punto de golpear el suelo, posándola con suavidad. Tedek fue el último en
entrar, seguido de Keegan que volvió a cerrar la trampilla segundos antes que
aparecieran más soldados.
– Aquí TG-4735 hay un ascensor,
pueden haber huido por aquí – pudo escuchar el adquisidor, en ese momento
hizo que uno de las cajas de la cubierta inferior se deslizara y cayera al piso,
produciendo un estruendo –. Hay ruido abajo, necesitamos refuerzos.
Provocada aquella distracción, este continuó
hacia el extremo del conducto, que desembocaba en un pasillo auxiliar.
– Gracias por venir – le dijo Tedek
cuando Keegan llegó a su lado –. Nos habían copado todas las rutas, pero no nos
atacaban.
– Ya me lo agradecerá más tarde,
ahora hemos de seguir. Por aquí llegaremos al otro extremo de la Esfera.
– ¿No vamos en busca del teniente Logot?
– preguntó el alderaano sorprendido.
– Si intentamos rescatarle, no
podremos de salir – explicó escuetamente Keegan.
Tedek se quedó parado unos instantes
con pesar. No le gustaba dejar a nadie atrás y en el equipo Rojo estaban tres
de sus tripulantes, buenos amigos, como su piloto y amigo, así como otros
supervivientes de su mundo. Pero también sabía que no podía hacer nada, aquel
era el riesgo de la guerra, así que siguió resignado.
Enseguida se encontraron con uno de
los pasillos transversales principales, que atravesaba toda la estación, con
las paredes y techos cubiertos de tubos y conducciones de diversos tamaños y
colores, cada uno señalado para su función específica: transmisiones
eléctricas, conexiones informáticas, sistema de soporte vital, calefacción, agua
potable o reciclaje de residuos. Noack, situado en cabeza avanzaba con cautela,
se había detenido. Keegan y Tedek se adelantaron hasta llegar a él.
– ¿Qué ocurre? – preguntó el
adquisidor.
– Creo haber oído voces más adelante
– susurró este.
Keegan asintió, notando también la
presencia de un destacamento de bloqueo próximo. En aquel momento el grupo se
había doblado en número, por lo que eran más ruidosos y vulnerables. Un rodeo
costaría demasiado tiempo y eliminarlos alertaría que estaban usando la red de
mantenimiento interna para desplazarse. Pero como siempre había otras
alternativas que la Fuerza ponía a la disposición de aquellos que sabían
verlas. Y esta estaba de su lado.
– Quédense aquí, cuando les avisen
corran sin detenerse por nada – le dijo a Tedek, quien asintió –. Usted venga
conmigo.
Los dos hombres salieron al pasillo
y avanzaron cautelosamente pegados a la pared. A medio camino le hizo señales a
Noack para que se detuviera, estando a una distancia que Tedek podía verle,
mientras que el sargento también veía al adquisidor. Quien siguió avanzando
hasta quedarse cerca del destacamento. Eran una patrulla de ocho soldados de
asalto, que, aunque vigilantes, parecían aburridos.
Se encontraban en una estación
recién terminada, aún en proceso de instalación y acondicionamiento de algunos
sistemas, aunque obviamente plenamente operativa. Pero llevaba varios años
construyéndose en la órbita de Loronar, de manera que la estructura ya
había sido colonizada por numerosos parásitos. El antiguo padawan solo
tuvo que alterar un poco los instintos, pero con una estación sin toda su
dotación significaba que había menos residuos y se encontraban hambrientas. Y
aflojar varios pernos de una junta.
Se escuchó un ruido procedente de
uno de los pasillos laterales que puso en alerta a los imperiales.
– TG-8476 y 3911 quédense aquí
– ordenó el suboficial al mando –. El resto, seguidme.
No tardaron en escucharse algunos
gritos y disparos de blásters. Los dos que quedaban se miraron el uno al otro y
no dudaron en seguir a sus compañeros, previamente influenciados por una orden
mental del adquisidor. Quien al ver que la intersección se encontraba despejada
le dijo, también usando la telepatía, a Noack que sus hombres debían de
avanzar en aquel momento y rápido. Este obedeció sin darse cuenta que no había
escuchado la orden, ni visto señal alguna de Keegan, simplemente advirtió a
Tedek con un gesto. Este, que ya había agrupado a los rebeldes en la salida del
corredor les ordenó que corrieran. Todos obedecieron, recorriendo como almas
perseguidas por el diablo. El alderaano cerraba la marcha, mientras Noack les
iba animando a que corrieran más rápido cuando pasaban a su lado. Se unió a
Tedek cuando este le alcanzó, llegando a la intersección, donde se encontraba a
su vez Keegan, quien los animaba a seguir. Noack solo tuvo tiempo de mirar unos
instantes en dirección al pasillo por donde habían ido los imperiales, viendo
que les daban la espalda y que parecía rodear algo en el suelo que observaban
con curiosidad. No pudo ver más, ya que su instinto de supervivencia era más
fuerte que el de la curiosidad, por lo que siguió corriendo para alejarse de
aquel lugar. Keegan cerraba la marcha, atento de que los soldados de asalto no prestaran
tentación hacia su dirección y les descubrieran alejarse.
– Odio a esos parásitos de las dianogas,
solo saben vivir en vertederos – dijo el sargento que encabezaba el
destacamento al regresar a su posición. Keegan ya se encargó de implantarle el
pensamiento, al igual que al resto de sus hombres, que no hacía falta mirar
hacia la dirección por la que se alejaban.
– Lo extraño que se rompiera la
compuerta de ese depósito de residuos – sugirió otro.
Siguieron por el pasillo hasta
encontrar una bifurcación, donde Noack se había detenido.
– ¿Por qué se para? – preguntó
Keegan.
– A partir de aquí hay más luz –
señalo el sargento al techo –. Los daños de la explosión ya no afectan a esta
área, por lo que los sensores internos estarán operativos.
– No detecto ninguno – respondió el
adquisidor, que hizo un ademán con la cabeza y prosiguió avanzando, seguido del
resto.
– ¿Eso lo sabe gracias a la Fuerza?
– No, soy keshiano, por lo
que literalmente no veo ninguno. Tampoco he visto dispositivos en los conductos
que hemos atravesado. Es posible que sea porque no están instalados o no lo
harán nunca. Los holocámaras 57C suelen costar dinero y el Imperio
necesitaría cientos de millones de dispositivos para cubrir todos sus pasillos
de mantenimientos solo de sus naves, sin contar el del resto de sus
instalaciones. Por lo que no suelen colocarlos salvo que exista un riesgo real
de infiltración, aunque aparezcan en los planos. De esa manera se ahorran miles
de millones de créditos que utilizan en otros proyectos. Recuerde que les
destruimos la Estrella de la Muerte, una estación 50 veces más
grande que esta, por lo que han de buscar cualquier manera para abaratar
costes. Como...
– No poner sensores en los pasillos
de mantenimiento – Noack se rio, mientras seguían avanzando por el pasillo. Sorprendiéndose
además del propio Keegan, ya que aquella explicación era la vez que más había hablado
desde que le conocía.
No tardaron en notar un aumento de
calor y enseguida el tono de la pintura de las paredes se tornó más oscuro en
los conductos más grandes.
– Estamos llegando a la zona de los
motores – indicó Keegan, que se dirigió hacia el experto en explosivos –. Cabo Norp
¿puede colocar las cargas que le queden en esta área y que todas detonen a la
vez?
– Claro, eso es un juego de niños –
respondió Norp con una gran sonrisa. No era normal que le preguntaran por su
trabajo, normalmente se limitaban de decirle que preparara tal o cual cosa para
explotar, sin preocuparse de lo difícil que podía ser pensar donde poner la
carga para generar el mayor efecto destructivo.
» Pero si los imperiales intentaran
desactivar una sola podrían hacer explotar todas a la vez cuando aún estemos en
la estación – advirtió.
– Es un riesgo que tenemos que
correr.
– ¿No enviarán tropas a localizarnos
aquí cuando descubran que no estábamos por las bodegas? – preguntó Tedek.
– Por supuesto que sí. Pero para
entonces no estaremos donde ellos nos busquen.
Tras colocar los detonadores termales siguieron avanzando por el pasillo. Al llegar a otra columna
distribuidora, empezaron a ascender varios niveles, con Keegan de nuevo encabezando
la marcha. Que se detuvo al escuchar voces procedentes de la cubierta por donde
tenían que salir. Eran cuatro hombres, dos de ellos estaban chequeando los
datos, por lo que eran técnicos. Los otros dos no usaban cascos, por lo que
debían ser guardias navales que hacían guardia o incluso otros tripulantes, y
no soldados de asalto. Uno de ellos comentaba que tras acabar allí iban a
formar parte de las patrullas que estaban registrando las zonas de servicio. El
otro se quejó que aquel día tenía programada una conferencia con su esposa que
esperaba desde hacía semanas y que con toda aquella situación la habían
anulado.
Se les estaba acabando el tiempo, y
no podían esperar a que los técnicos acabaran. Debían actuar en aquel momento. Buscó,
usando la telequinesis, una rejilla que estuviera suelta entre las que
se encontraban en el suelo, hasta que una de ellas se levantó un poco. Y como
si la Fuerza fuera una mano invisible esta salió de su sitio y empezó a
elevarse. Uno de los guardias se dio cuenta y empezó a preguntar algo a su
compañero, pero no terminó la frase, ya que la rejilla cogió impulso y le
golpeó en la cabeza, siguiendo la misma trayectoria hacia el otro guardia, giró
en el aire y voló hacia los dos técnicos que estaban supervisando los
controles.
Keegan se impulsó y con un ágil
salto calló sobre el suelo de la cubierta, seguido de Noack que al asomar la
cabeza por el hueco encontró a los cuatro hombres inconscientes y la rejilla tirada
en el suelo, deformada por los golpes.
– Atentos – le dijo Keegan, que
estaba en posición de guardia, empuñaba el sable de luz desactivado, por si
aparecía algún otro enemigo.
– Sí – respondió el sargento rebelde
acabado se subir la escalera. El resto del equipo de asalto fue terminando de subir.
Ya estaban cerca de su destino y era muy probable que se encontraran con más
imperiales.
Amordazaron a los cuatro técnicos y
continuaron, con cautela, por uno de los pasillos. Siguieron hasta una
intersección y luego doblaron a la derecha, hasta una compuerta de acceso, que
daba al área del montaje de carga anexa al hangar.
Al entrar se encontraron, justo
frente a la puerta, una unidad R4 negra, que no pareció percatarse de
aquellos inesperados visitantes. Keegan se sorprendió por un instante, ya que
no había percibido su presencia. Y aunque aquel droide de mantenimiento estaría
programado con una percepción limitada por motivos de seguridad, permaneciendo
ajeno a la presencia de cualquiera fuera de sus funciones, en aquel momento no
podía permitirse el lujo de ser desprevenido. Con asombrosa rapidez activó su
sable y con un movimiento de muñeca seccionó al R4 su cúpula cónica. Se detuvo
en seco y tras una especie de convulsiones las patas se pusieron rígidas y cayó
como un peso muerto sobre el piso. El estruendo hizo que los rebeldes entraran más
rápido y se repartieran por paredes y junto a los barriles y contenedores, con
las armas preparadas para cuando aparecieran soldados advertidos de su
presencia.
Pero nadie pareció percatarse del
ruido.
Keegan, Noack y Tedek se acercaron a
la compuerta opuesta y la abrieron un poco para poder ver lo que ocurría al
otro lado. En el hangar soldados descendía de una nave de desembarco clase Sentinel,
para formar frente a la puerta principal. Parecía que había casi era una
compañía, por lo que a bordo habían desalojado las motos deslizadoras 74-Z
de la bodega, para traer más efectivos de lo normal. Eran los refuerzos traídos
para capturarles. Aunque lo más interesante era una lanzadera clase Lambda
situada junto frente a su puerta.
– Es prácticamente imposible que no
nos vean – dijo Tedek con frustración. El alderaano nunca había pensado que
saldría vivo de aquella estación y ahora veía truncada su esperanza de poder
hacerlo, tan cerca del final.
Keegan observó el alto hangar, que,
aunque no disponía de cazas TIE, sí tenía en el techo estructuras con
grúas para la manipulación de suministros. Luego giró la mirada al interior de
la zona de preparación de carga, donde había bidones, cajas y otros embalajes vacíos.
Había ideado un plan.
Si alguien hubiera vuelto la cabeza
habría visto como un módulo estándar de suministros levitaba sobre la cubierta
y se introducía en la lanzadera estacionada en un extremo del hangar. Tal vez
les hubiera resultado extraño, pero perfectamente podría haber estado usando un
repulsor controlado a distancia. Igualmente, los soldados que en aquel
momento había llegado procedentes del Aniquilador ya habían empezado a
desalojar el lugar con rapidez, ya que otros batallones estaban esperando para
aterrizar. Además, la misma Lambda ocultaba, con sus altas aletas
estabilizadoras, aquella zona de visión desde la sala de control superior.
Una vez posado en el interior, de
este salió Tedek con su pistola en la mano. Era un transporte de tropas, de
manera que dejó el módulo en medio de la bodega, delante de los sillones de los
pasajeros. Fue hasta la cabina y se puso a los mandos. Nunca había pilotado aquel
modelo, pero sí una lanzadera de carga clase Tribune cuando
trabajaba para la empresa de alimentación Carnes y Productor Imperiales
en Tyed Kant. Por suerte sus controles eran similares, así que activó el
ordenador y el reactor, teniendo cuidado de no encender las luces de posición
para no revelar su presencia. Lo mejor de todo era que como aquel era un modelo
militar, de manera que estaba preparado con un arranque rápido, permitiendo encender
los motores de iones subluz y salir de allí en unos pocos segundos. Solo tenía
que esperar al momento adecuado.
Transportar a los treinta rebeldes tal
y como había hecho con el capitán alderaano, usando la telequinesis, era
inviable, ya que en cualquier momento se les iban a echar encima. Por lo que
tenía que pensar en una manera de, no solo, atraer la atención para que nadie
se percatase de que abordaban la lanzadera, sino también mantenerla hasta que
salieran de allí, incluso más allá de aquel momento, permitiéndoles alejarse de
la estación. Así que Keegan le había preguntado a Norp si podía crear algún
tipo de explosivo. Este le enseñó los detonadores termales que había quitado a
los soldados abatidos antes de rescatar el grupo de Tedek. Estos, aunque
estaban equipados con una clave para evitar que se pudieran usar en su contra,
el experto en explosivos había colocado un pequeño dispositivo detonador que se
saltaba aquellas medidas de seguridad.
– Tienen un radio de acción de cinco
metros, estos tres podrían volatilizar esta sala. Y les puedo poner un
temporizador – dijo enseñándole con orgullo el artefacto pirotécnico.
– Dos minutos estará bien – sugirió
Keegan. El artificiero asintió satisfecho.
– ¿Te parece colocarlos allí? – le
dijo Noack señalando un rincón de la sala, donde había una advertencia de
peligro al haber allí un conducto de carburante que pasaba por debajo del
suelo. Norp sonrió y tras abrir el cierre y se preparó para activar el
mecanismo.
Los rebeldes se habían colocado
junto a la puerta, ahora ya abierta completamente, para salir corriendo a la
señal del adquisidor. En el extremo opuesto la Sentinel aumentaba la potencia
de sus motores y retiraba la rampa. Se elevó por encima de la cubierta y empezó
a desplazarse hacia atrás para salir, cuando la grúa situada en el techo se
desprendió precipitándose sobre ella. El estruendo retumbó en todo el hangar, al
tiempo que la nave caía golpeada en la estructura lateral por el pesado gancho.
De manera instintiva los soldados de asalto se apartaron y perdieron la
formación, sorprendidos por aquel accidente.
Fue durante aquellos instantes de
caos, en los que nadie se percató como una treintena de rebeldes salían
disparados de la sala contigua hacia la lanzadera Lambda. El último en
subir fue Keegan, quien había desbloqueado el gancho para hacerlo caer sobre la
nave de desembarco. Tedek activó los motores de impulso, y retrajo la rampa para
saltar hacia el exterior. En ese momento la Sentinel disparó los misiles
que tenía en el morro, que atravesó la pared y estalló en la estancia
siguiente, arrancando parte de los mamparos y propagando un incendio.
Tedek aceleró en ese instante y
salió disparado de la Esfera de Torpedos segundos antes que los detonadores
preparados por Norp estallaran, prendiendo el combustible y generando una
explosión aun mayor, que llenó de llamas toda aquella sección.
– ¡Podría haberme avisado del misil,
hubiera activado los escudos! – se quedó el alderaano mientas aceleraba para
evitar que la lengua de fuego les engullera.
– Eso no lo he provocado yo –
replicó Keegan.
Entonces pudieron observar la fila
de transportes que estaban esperando a entrar en la estación.
– ¡Por todos los Dioses! – exclamó
el alderaano al contar por lo menos una veintena de Sentinel, cada una
de las cuales podía transportar casi un centenar de soldados. Entendiendo porque
no habían ido a buscar a Logot: aquellos solo eran una parte de todos los
efectivos que habrían llegado y que en aquellos momentos estaban buscándolos
por todos los rincones de la estación.
– Venían a por mí – dijo
tranquilamente Keegan, que estaba apoyado en el respaldo del asiento del
copiloto.
En la radio crepitó la señal que
estaban recibiendo una comunicación.
Entonces el antiguo padawan supo que
era el momento, necesitaba una nueva distracción para poder atravesar las
líneas imperiales hacia la superficie. Se había jurado no volver a detonar un
explosivo a distancia desde Pas'jaso, donde habían muerto, por su culpa, miles
de civiles inocentes al hacer desaparecer el depósito de suministros imperial.
Y aunque en aquel momento era necesario evitar que el Emperador descubriera que
había robado varios objetos allí almacenado, estaba pagando un precio mucho
mayor del que hubiera imaginado. Ya que aquellas muertes le pesaban como unas
cadenas que le arrastraban hacia la oscuridad. (1)
Recordaba el lugar donde Norp había colocado
los detonadores a lo largo de la ruta que habían seguido, por lo que solo tuvo
que hacer el camino de regreso mentalmente, hasta el depósito auxiliar de
sistema de soporte del motor auxiliar. Mientras que hacía tiempo que había memorizado
el mecanismo de ignición de las cargas: que tenía un modo temporizador, otro
para detonarlo a distancia con una radiofrecuencia y uno manual, como si de una
granada de mano se tratara. Se concentró en este, solo era necesario que uno de
los dispositivos explotara para que el resto le siguiera. En su mente imaginó que
la espoleta interna se activaba generado un breve estallido de energía que
forzaba al baradium, altamente volátil, e iniciar una reacción de fusión
y la Fuerza hizo que así ocurriera. La primera explosión la siguieron de
manera simultánea la del resto de detonadores, arrasando el pasillo por donde
los rebeldes habían pasado, así como los diferentes elementos del sistema de
propulsión donde estaban colocados. Así el fuego se extendió por los
inyectores, las válvulas de regulación, el sistema de refrigeración, hasta
alcanzar la cámara de fusión antimateria, mientras que por el otro extremo
llegó hasta las turbinas, los reactores auxiliares de fusión, sus depósitos de
combustible, los conductos de supresión y distribución....
La bola de fuego, tan caliente como
el magma expulsado por un volcán fue extendiéndose por el interior de la Esfera,
inundando los pasillos, distribuidores, zonas de viviendas, conductos de
turboascensores, almacenes, salas de sensores, devastando su interior. Los
depósitos de combustible, que Fusch había ordenado sellar y que estaban
reforzados para evitar precisamente su explosión, funcionaron y evitaron una
deflagración aún mayor. También se salvaron los depósitos de torpedos, cuyos
cierres estancos evitaron que el fuego entrara y expandiera el desastre. A
pesar de ello la estación había dejado de estar operativa.
Tedek aprovechó ese momento para
acelerar los motores y terminar de desplegar las aletas estabilizadoras,
cruzándose con el resto de Sentinels, mientras se dirigía hacia la
atmósfera de Klovan sin que pareciera que les prestaran mucha atención. A su
lado Noack cambió la frecuencia del sistema de comunicaciones.
– Phoenix Perdido a quien esté
recibiendo esta transmisión: lanzadera Lambda con rebeldes a bordo. Aquí
Phoenix Perdido a quien esté recibiendo esta transmisión: lanzadera Lambda con
rebeldes a bordo...
– Nos cierran el paso – anunció
entonces Tedek con un tono frío, del que sabe que todo ha terminado. Señaló más
allá del cristal, donde se podía ver un escuadrón de cazas situados en frente
suyo, justo al borde del cinturón de asteroides.
– Bueno señores, ha sido divertido
mientras ha durado – comentó Noack repitiendo la frase que siempre decía Daler,
su mejor amigo, cuando trabajaba de bailarín en los clubs nocturnos de Rendili,
en lo que le había sido una eternidad. Sorprendiéndose al recordar al twi'lek
después de tantos años.
– No pienso irme sin luchar – dijo
entre dientes Tedek activando el armamento. Sabía que sus cañones láser
no iban a hacer mucho contra aquellos TIE Interceptores, pero había
jurado luchar hasta su último alienta para vengar la muerte de su familia y sus
amigos en la destrucción de su hogar.
Keegan les observó y sonrió,
sabiendo que se encontraba en buena compañía. Y que aquel no iba a ser su
final.
– Nos están dejando pasar – indicó
entonces el alderaano incrédulo, observando como los TIE se abrían en abanico
sobre su trayectoria para abrirles un pasillo entre ellos. Al acercarse viraron
en redondo y se colocaron a su alrededor sin dispararles y empezaron a
escoltarles. Estaban tan cerca que podían ver en su fuselaje esférico, a través
del hueco de sus alas en forma de daga, las marcas de derribos y la de su
escuadrón: una especie de espectro fantasmagórico.
– ¿Por qué no nos atacan? – se
preguntó Noack observando fascinado aquella situación.
– Porque hay alguien en camino que
viene a cazarme – explicó con tranquilidad el adquisidor –. Y no quieren que
salga del sistema.
– ¿Quién va a venir a buscarle, sino
es la Flota Imperial? – preguntó Tedek sorprendido.
– El enemigo ancestral de los jedis:
un señor Oscuro del Sith.
» Siga transmitiendo – le dijo este
a Noack a medida que Klovan iba acercándose, ocupando casi toda la visión
frontal. El rebelde asintió y prosiguió emitiendo la clave acordada antes del
asalto.
– Si detectan a nuestros nuevos
amigos no creo que nos dejen pasar – advirtió Tedek pesimista. Instantes
después recibieron respuesta.
– Phoenix Perdido, aquí Defensa
Klovan, detectamos cazas imperiales a su alrededor – dijo la voz metálica –.
Verifiquen identidad, corto.
– Dígales que el Tesoro de Galdar
regresa a casa – le dijo Keegan mencionando el nombre de la nave que una vez se
convirtió en un segundo hogar.
Noack así lo hizo, produciendo un
largo silencio tanto en la respuesta, como en la cabina de la lanzadera.
– Confirmado, viren a vector 276,
enviamos escolta – respondió la transmisión.
Al
virar los TIE Interceptores rompieron la formación y regresaron hacia la
escuadra imperial en órbita.
Poco después aparecieron dos cazas
Ala-D.
– Les escoltaremos hasta su
destino – indicaron al colocarse a los lados de la lanzadera. Y así
hicieron hasta que sobrevolaron la planicie donde habían construido la factoría
y base rebelde.
Próximamente la conclusión…
El Jedi Perdido:
En la oscuridad (10)
Notas
de producción:
(1) La destrucción de
parte de la capital de Pas’jaso se narra en El Jedi perdido 2: Rayo de Esperanza.
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