Varykino
Su yate cromado desaceleró al
espacio real a la hora prevista, justo frente a Sukra, el planeta donde
orbitaba su luna Sukra Dar. Este era un mundo agrícola colonizado varios siglos
atrás gracias a los abusivos préstamos del Clan Bancario. Con el tiempo y gracias a sus fértiles praderas contaba con una
extensa y próspera población, que para reducir los intereses de las deudas
heredadas de sus antepasados, se habían alineado con los separatistas durante
la Guerra Clon. Tras sofocar la rebelión jedi en Felucia, el 327º Cuerpo Estelar ocupó el lugar, no sin antes demostrar que era mejor respetar al Imperio arrasando desde la órbita
sus ciudades más importantes. Desde entonces la paz y la justicia del Nuevo Orden habían gobernado el
planeta.
– General Eckener, el capitán Said del Icon informa que está a la espera de sus órdenes – informó el piloto
por el comunicador interno.
Este apartó la mirada datapad con el
informe que estaba leyendo. Se encontraba en la sala de conferencias de popa,
donde en el diseño original de aquella nave se situaba el salón del trono,
aunque ahora había una gran mesa de reuniones.
– Indique al Icon que se aproxime a la luna con nosotros.
Cuando las dos naves se encontraron
en la órbita de la luna, el destructor
lanzó una pareja de TIE para
escoltar a la lujosa nave, que inició el descenso hacia la atmósfera. Poco
después una lanzadera clase Lambda despegaba del hangar inferior,
que siguió más despacio al yate de Naboo,
junto al resto del escuadrón de cazas.
Sukra Dar
– ¿Un destructor? – repitió Zahn
sorprendido. Aunque él mismo se dijo que no debía de estarlo, ya que los
movimientos de Daran indicaban que ahora contaba con naves de combate bajo sus
órdenes. Pero era algo que no había previsto.
– Con esto no había contado, ¿verdad?
– le reprochó con acritud Drahk tras su máscara sin disimular su satisfacción
por aquella situación y le advirtió –. Si intentamos cualquier cosa nos
aplastarán como a insectos.
– Abortamos, repito abortamos la
misión – anunció Zahn por su comunicador a todos los miembros del equipo de
infiltradores y a Ajaan en el Resplandeciente –. Que nadie se
mueva de donde esté y no intervenga. Nos replegaremos después de que hagan el
intercambio. Repito: abortamos la operación.
Dicho lo cual miró a Keegan que se
encontraba a su lado, quien asintió confirmándole que había tomado la mejor
decisión. Él se sentía frustrado, maldiciendo su suerte, ya que estaba
convencido que acababa de perder la mejor y posiblemente única oportunidad de
averiguar qué tramaba Daran.
Lo primero que escuchó Zahn fue el
característico zumbido de los motores de iones de los cazas TIE, que dieron
varias pasadas sobre la antena. Pero no estaban reconociendo el área, sus giros
eran abiertos y cercanos a la instalación, por lo que dedujo que se trataba de
una maniobra intimidatoria para impresionar a los neimoidianos. Por lo que estaban a salvo sino se movían de su
escondite detrás de las cajas metálicas que habían colocado para ocultarse. El
único consuelo que le quedaba era ver lo que sucedía por encina de sus cabezas
gracias a un par de cámaras que habían instalado en el borde de la pista.
Instantes después apareció el yate
cromado de Eckener, con su casco alargado en forma puntiaguda, y con dos
grandes motores a cada lado. El cual, pudo reconocer Zahn, era similar al que
había usado la Reina Amidala en su
misión para salvar Naboo de la
invasión de la Federación de Comercio.
La elegante nave se acercó a la plataforma, produciéndose un chasquido metálico
cuando las patas se posaron sobre esta. Una rampa descendió desde la parte
delantera del vientre, de la que apareció media docena de soldados de la muerte cubiertos con armaduras negras. Los reconoció
de inmediato: era la escolta de élite de las altas personalidades del Imperio. Que
incluía a los oficiales de la Iniciativa Tarkin, como habían hecho con el director Krennic, responsable del diseño y construcción de la Estrella de la Muerte. ¿En qué estaban metidos Daran y Eckener para
requerir una protección así?, pensó. ¿Qué
misión tan importante les había podido encomendar Tarkin antes de morir en Yavin 4 para necesitar aquellos guardaespaldas?
Los neimoidianos salieron del hangar
y se acercaron a los soldados, que se habían colocado en una formación
semicircular debajo de la proa del yate cromado. En ese momento dos oficiales
empezaron a descender por la rampa. Uno de ellos media dos metros de alto y tenía
los hombros tan anchos como un wookiee.
El otro tenía una complexión media, se movía con elegancia y su uniforme gris parecía
que hubiera sido confeccionado a medida. Ambos llevaban una gran máscara cuadra
que les ocupaba todo el rostro, quedando iluminado por una pequeña luz. Al
llegar a la línea de los soldados, estos abrieron la formación para dejar pasar
a los dos oficiales, que se detuvieron frente a los neimoidianos. Falan, que
estaba a su lado y podía ver la grabación se inclinó algo nervioso para observar mejor la escena.
Mientras hablaban una compuerta
secundaria de acceso en la popa de la nave se abrió, descendiendo por ella dos
soldados, que portaban un pesado arcón refrigerador.
Intercambiaron unas frases, mientras
Pylat mantenía una actitud servicial.
Al cabo de poco los soldados despertaron de su aparente letargo y empezaron a
observar nerviosamente el cielo, como si buscaran algo. Los dos oficiales también
empezaron inquietos a mirar hacia el horizonte, y sin perder tiempo se giraron
para retroceder hacia al interior de la nave. En ese instante Falan activó su mochila propulsora y se elevó de su
posición hacia la plataforma de aterrizaje, desatándose los infiernos.
Resplandeciente
La tarea de Ajaan era esperar a que
hubieran capturado al oficial imperial, eliminando su escolta y a los
neimoidianos, momento en que activaría sus motores e iría rápidamente a
recogerles. Mientras permanecía en letargo y mantenía el espacio de la luna
controlado con los sensores. Así había localizado a la lanzadera aproximándose
desde el planeta, informando de su llegada al equipo de asalto. Después había
detectado la aproximación del yate nubiano acompañado por un destructor clase Imperial. Zahn no había advertido de esta posible presencia,
aunque sabía por su telepatía que este la desconocía y sería una auténtica
sorpresa para él. Pero con aquel destructor en la órbita no podían capturar a
su objetivo con seguridad, de maneta que sensatamente este había cancelado el
secuestro. Por lo que ahora deberían esperar a que todos se marcharan para
recogerles y volver a Tierfon con
las manos vacías.
Conocía a Zahn y sabía que aquella
decisión no había sido fácil de tomar para él. Inicialmente el general Draven la había asignado al Resplandeciente para vigilarle y
confirmar su verdadera defección de las filas imperiales. Constatando algo
desde entonces: su profundo odio al Imperio era auténtico. Pero también notaba
que sentía cierto desdén y desprecio a la Alianza a la que consideraba incapaz de derrotar a sus mutuos enemigos.
Conocía el potencial de ambos, por lo que tenía claro que la lucha era inútil.
Posiblemente la única ancla que le mantenía cuerdo era el vínculo que había
forjado con Jonua. El chico era el único superviviente del asentamiento de
refugiados que había delatado bajo las torturas que le habían infringido sus
antiguos camaradas tras descubrir su traición. (1) Aun así el mayor cambio se había producido al tomar el mando
de la Estrella Lejana: ya no bebía y
ser útil de una manera real y a veces decisiva, le había dado dinamismo y devuelto
la confianza en sí mismo. Además ahora tenía acceso a recursos que le permitían
continuar su particular venganza contra su antiguo compañero y amigo: Daran, insuflándole
vida como ninguna otra cosa. Lo bueno era que aplicaba ese dinamismo a sus
dotes de organización con la tripulación. Poner a salvo a las familias de
algunos de ellos había consolidado su liderazgo, transformando la percepción
que habían tenido algunos de ellos de su pasado, incluyendo a Moritz, el primer
oficial.
Ahora el adquisidor Keegan también
parecía confiar plenamente en él, ¿sería suficiente para terminar de disipar
las dudas que la iktotchi aun
albergaba con respecto a la lealtad? Este, cuya presencia parecía dominarlo
todo, estaba muy bien considerado en los más altos niveles de la Alianza,
seguramente porque estos sabían que era un jedi. ¿Pero realmente había cambiado tanto el antiguo cazador del ubiqtorado y se había convertido en
un auténtico rebelde?
Entonces Ajaan tuvo su propia
premonición. Hacía tiempo que no sentía una tan poderosa, ni tan lejos de su
planeta: la lucha se había desatado en la plataforma del puesto de
comunicaciones. Los disparos de bláster zumbaban por todas partes. Los soldados
imperiales de negro retrocedían hacia el yate cromado disparando sus armas
contra los comandos rebeldes. Un caza TIE surcó el cielo, rociando la estructura que sostenía la antena con sus
cañones láser de fuego y destrucción.
Fue como un flash, rápido, confuso,
ruidoso e inevitable. De alguna manera les habían descubierto y si no iba a
buscarles antes que la nave nubian
despegara, el Imperio arrasaría aquel lugar hasta reducirlo a cenizas.
Tenía que actuar si quería evitarlo.
Sin mediar palabra presionó los
controles de encendido rápido del reactor principal, y activó los tres poderosos motores, haciendo que el
Resplandeciente saltara literalmente
de su posición acelerando en dirección al puesto de escucha.
– ¡A toda la tripulación, preparados
para entrar en combate! Recogeremos a nuestros compañeros ahora. ¡Todos a sus
puestos!
Puesto del Clan
Bancario
Keegan sabía que tener que abortar
la operación había sido decepcionante para Zahn, ya que aquella era la mejor
manera de localizar a Danar. Y aunque su mayor motivación era la venganza,
conocer lo que este estaba tramando para que la Alianza estuviera advertida,
también era parte en aquella iniciativa. Conocer de cerca y poder ayudar a la
tripulación de la Estrella Lejana y
sobre todo la destrucción de Alderaan
y compartir el duelo con algunos de ellos le había hecho comprender, más allá
de su propia perdida con la muerte de su amada, la maldad que representaba el
gobierno de Palpatine. Ahora veía
más claro el lado luminoso de su interior que la primera vez que le vio en Tierfon mientras planeaban la incursión en Pas’jaso. Claro que él
también había cambiado desde entonces. Zahn, el antiguo y despiadado cazador de
rebeldes, ahora se preocupaba y daría la vida por sus nuevos camaradas.
El lujoso yate cromado se posó en la
plataforma, tan cerca que les permitió escuchar perfectamente como los
mecanismos y servomotores se sincronizaban tras aterrizar. Los cuatro rebeldes
que le acompañaban: Zahn, Drahk, Falan y un chalactano llamado Veklar permanecieron inmóviles, respirando bajo
las máscaras de oxígeno despacio, como si el ruido pudiera delatarlos. Y aunque
Zahn contaba con el reproductor holográfico conectado a la cámara colocada en
el extremo de la pista, para el antiguo padawan
le era más fácil concentrarse en la Fuerza para poder escuchar lo que sucedía. La rampa se desplegó y una escuadra,
a juzgar por las pisadas de las botas, descendió por esta, mientras que las
puertas del hangar se abrían para dejar salir a la delegación neimoidiana. Podo
después se escucharon dos juego más de botas, esta vez menos pesadas que las de
las armaduras negras que llevaban los soldados de la muerte. Solo podía ser Eckener.
– Saludos General. He traído la
siguiente remesa de artefactos – dijo servilmente Pylat bajo la máscara que también llevaba, aun así podía notar
perfectamente miedo en su voz –. Pero como ya le dije, ha sido complicado el
proceso en algunas especies. Además las diferencias biológicas no lo hacen
fácil. Obligando a un proceso más agresivo, por lo que necesitamos más especímenes
para conseguir lo que nos piden. Y eso, por desgracia, incrementa el coste. Exponencialmente.
– Ya sabes que no nos importa la
supervivencia de los sujetos de prueba. Es más la lanzadera le trae más prisioneros,
como siempre pides – dijo una voz firme y arrogante, que a pesar de la
distorsión de la máscara podía distinguir su acento de Naboo, y que solo podía
ser de Eckener –. Sobre el coste le pagamos generosamente, además de mantenerle
vivo...
En ese momento la atención de Keegan
se apartó de la conversación, centrándose en una sensación de odio que crecía
cerca de él. La Fuerza se expresaba diferente manera en cada individuo. En
algunos seres potenciaba sus habilidades o su liderazgo, en algunas razas podía
alterar su evolución, como a los iktotchi
moldeando sus habilidades de precognición
y telepatía. En aquellos que eran
sensibles, tras un duro entrenamiento, podían llegar a manipularla y usarla a
su antojo. Y así mover objetos con la telequinesis,
alterar la voluntad de mentes más débiles, agudizar la destreza con el sable de luz, prever los acontecimientos
antes de que sucedieran, acelerar la curación propia y ajena, saltar más alto y
ser ágil como un acróbata, esquivar un disparo de bláster, o hacer crecer una abundante
cosecha. Alguien muy poderoso incluso podría proyectarse en la otra punta de la galaxia. Las posibilidades eran
casi infinitas. En el caso del adquisidor siempre había podido percibir el cambiante
futuro y el inamovible pasado. Había aprendido a controlar sus visiones sobre
acontecimientos venideros, distinguiendo los que alteraban la continuidad de lo
que debía suceder de una manera determinada, a los que su maestro Nalok llamaba
fijos en el Tiempo. Y de los cambiantes, los casuales o sin trascendencia en el
devenir de la galaxia o incluso del mismo individuo. A veces podía provocarlas
si meditaba profundamente, pero normalmente eran aleatorias e imprevisibles,
como si la Fuerza Viva fuera caprichosa en lo que le dejaba ver y lo que no.
También le habían enseñado a notar el ánimo de los seres vivos. No era
telépata, pero esta le ayudaba a saber cómo se sentían aquellos que le rodeaban.
Por eso captó perfectamente como Falan
iba acumulando rabia e ira en su interior. Giró la mirada hacia el weequay, que estaba observando con sus
ojos clavados en la proyección que sostenía Zahn en su mano, que mostraba los
dos oficiales imperiales hablando con el alienígena.
Entonces ocurrió. Los soldados se
pusieron en guardia, alzando sus armas en posición de disparo y empezaron a
mirar nerviosos hacia el cielo buscando algo. Al mismo tiempo los motores del yate nubiano aumentaron la potencia y
los dos oficiales se giraron hacia la rampa. El neimoidiano y los suyos estaban desconcertados ante lo que pasaba a
su alrededor.
Cuando la imagen tridimensional y traslucida
dejó ver por fin el rostro de sus enemigos al girarse, Falan se levantó de
donde estaba y activó la mochila jetpack
que llevaba a la espalda y se elevó hacia la plataforma situada encima de
ellos. Drahk intentó detenerle levantando el brazo para agarrarle, y al no
lograrlo lanzó un grito impotencia. Zahn y Veklar se quedaron sorprendidos por
la repentina reacción de su compañero. Pero Keegan no. Ya que había podido ver
el recuerdo que dominaba el pensamiento de Falan desde que los dos imperiales
habían descendido de la nave. Era un remoto lugar de la superficie de Ringo Vinda. Una patrulla de soldados
con armaduras blancas estaban rodeando a un grupo de civiles desarmados, a los
que registraban sus pertenencias. Su alférez era un hombre muy alto y de anchos
hombros, empuño una pistola bláster amenazando a todos los comerciantes que se
mostraban sumisos y obedientes, sabedores de su impunidad. Este se quejaba que
no tenían nada valioso para requisar en nombre del Emperador y que no iba a
tolerar que le hicieran perder el tiempo a las autoridades que estaban allí
para protegerles. Y cuando parecía que iba a marcharse alzó el arma y disparó
contra el weequay que tenía más cerca. Un joven se arrodilló junto a su hermano
y empezó a llorar invadido de la más profunda de las tristezas, de impotencia,
rabia, y de odio, mientras el imperial se alejaba riendo. Ahora en aquella luna
los dos seres se habían vuelto a juntar.
Cuando Falan por fin confirmó sus
sospechas al ver el rostro del hombre que había matado a su hermano, no lo
dudó. Para entonces ya había quitado el seguro de su rifle E-11. Era el mismo que había cogido de las manos inertes del
primer soldado de asalto que había matado clavándole un vibrocuchillo en la nuca, justo entre la parte de atrás de su
armadura y su casco. Activó su jetpack y saltó hacia la plataforma. Justo cuando
sobrepasó el suelo de la pista empezó a disparar. Y aunque los imperiales estaban
advertidos de la presencia de una nave espacial que había acaban de detectar
los sensores en la superficie de la luna, su repentina aparición les cogió por
sorpresa. Les roció con el fuego de su arma alcanzando a uno de los soldados, aunque no a
su verdadero objetivo. Antes que pudiera corregir sus disparos ya se encontraba
por encima del casco del yate.
Drahk maldijo al weequay cuando este
activó su jetpack. El kel dor estaba
bien entrenado y tenía los reflejos activos, por lo que no dudó en activar su
propia mochila propulsora y seguir a su compañero, ya que en aquel momento solo
había una manera de salir de allí: luchando. Cuando se impulsó hacia la
plataforma los soldados de la muerte estaban mirando hacia la trayectoria de
Falan, que se había ocultado encima del fuselaje de la nave cromada, por lo que
logró abatir a otro de los guardaespaldas de armadura negra, provocando que los
dos oficiales volvieran a tirarse al suelo para protegerse del nuevo atacante.
– ¡Scarif, repito: Scarif! – ordenó Zahn
cuando Drahk salió disparando detrás de Falan. Era la orden para iniciar el
ataque, por lo que todos los rebeldes se pusieron en marcha.
Desde el edificio que sostenía la antena,
Laren Tral observaba la escena con cautela. Su posición elevada le permitía ver
el alargado yate cromado, justo debajo de la puntiaguda proa estaban los
soldados de la muerte, con sus armaduras negras relucientes bajo los focos de
la nave y de la instalación, frente a ellos los neimoidianos. La rebelde de Attahox se alegró que hubieran
abortado la misión, ya que también podía ver la lanzadera Lambda detenida
sobre la antena, junto a un puñado de cazas TIE sobrevolando ruidosamente la instalación. Y más arriba, en la órbita
una poderoso y gigante destructor clase Imperial, con sus turbolásers y el resto de armamento seguramente apuntándoles
directamente hacia ellos. Como infiltradora no era la primera vez que estaba
rodeada de una abrumadora fuerza imperial, pero por lo menos en aquella
ocasión, estos no la estaban buscando. Y si debía enfrentarse al Imperio,
siempre era mejor hacerlo con una potente armada, como el cañón bláster rotatorio Z-6. El cual, según su experiencia, era
tenerlo preparado, como así ocurría cualquier cosa. Y ocurrió. Sin previo aviso
los motores de la nave de Naboo aumentaron de potencia y los soldados de la
muerte se pusieron en alerta. Instantes después el weequay del grupo de Slonda
saltó por el aire impulsado por su jetpack y empezó a disparar sobre el grupo
de imperiales.
– ¡Lamuo-be-o-veee! – empezó a
maldecir su compañero Nau en sullustés.
– ¡Y yo que sé que está haciendo! –
contestó Laren y sin tiempo de colocándose la máscara sobre el rostro se
levantó alzando el cañón rotatorio y empezó a disparar a través de la ventana
rompiendo el cristal. Lo que hacía el entrenamiento constante era actuar de
manera instintiva y Laren lo hizo, de manera que roció la plataforma con fuego
de supresión con la idea de abrir una cortina de fuego para permitir que sus
compañeros pudieran actuar. Y esta cayó sobre los neimoidianos, que estaban
fuera de la protección de la proa del yate cromado, por lo que la mayoría de
ellos fueron alcanzados por los rápidos disparos de su arma, mientras los
supervivientes intentaban huir en desbandada hacia el interior del hangar. Pero
de esa manera mantenía a los imperiales acotados para que sus compañeros
pudieran tenerlos a tiro.
Desde otra ventana del edificio, Jon
y Sa'lata, que eran el otro equipo armado con el mismo arma rotatoria, a su vez
empezaron a disparar contra los cazas TIE que se encontraban sobrevolando la
antena.
Slonda estaba observando lo que
ocurría gracias a las mismas holocámaras situadas en la plataforma de aterrizaje. Y al ver que los
soldados imperiales se ponían en alerta imaginó que algo estaba pasando. Una
filtración en la Alianza era poco probable, ya que la operación se había
preparado en poco tiempo y la mayor parte de las personas que la conocían
estaban en aquella luna. Pero tal vez los neuimoidianos se habían cansado de
depender del Imperio para sobrevivir al envenenamiento de su nido. O incluso
una facción independiente, como el Amanecer Carmesí o el poderoso Sol Negro, podían haber descubierto la existencia de aquel aparato manipulador
y quisieran también apoderarse de él. En todo caso debía de estar preparado
para la acción. Por suerte el Resplandeciente estaba cerca y les
podía sacar de allí si las cosas se complicaban. Entonces pudo ver, justo en el
extremo de la imagen holográfica, como Falan aparecía por el costado de la
plataforma y empezaba a disparar sobre los imperiales. Poco después Zhan
empezaba a gritar por el comunicador la señal de acción: ¡Scarif!
– ¡Vamos muchachos! – dijo mirando
al equipo que estaba a su lado, activando su jetpack y junto al resto salieron
disparados hacia arriba. Tenía su bláster preparado y nada más superar el suelo
de la plataforma empezó a disparar. Pero la reputación de los soldados de la muerte no era en vano y
aunque habían sido sorprendidos por el ataque de Falan, no ocurrió así como el
resto. Así que Slonda pudo ver como Timker y Brance, que estaban a su lado,
eran alcanzados en pleno vuelo, el primero continuó elevándose y la segunda
perdió el control de su mochila y cayó por el precipicio que había debajo de
ellos.
Falan aprovechó aquel momento para
descender desde la parte superior del fuselaje del yate nubian hasta la plataforma. No dejó de disparar, esta vez
buscado con más cuidado a su objetivo. Los soldados de la muerte, que se habían
colocado alrededor de los dos oficiales para protegerlos no dejaban de devolver
el fuego que les llegaba de todos lados. Vio como el asesino de su hermano ya
estaba casi en la rampa con el arma en la mano, mirando asustado a su
alrededor. Se acercó a uno de los contenedores que había en un lado y
parapetado continuó disparando. Pero una explosión por encima de él hizo alzar
la mirada de manera instintiva, viendo como uno de los cazas TIE se alejaba después de disparar contra uno de los equipos
armados con los bláster repetidores pesados. Instintivamente se agachó, el
tiempo suficiente para que su presa se escapara.
Zahn activó su jetpack y saltó hasta
la plataforma de aterrizaje, a la altura de los motores dobles del crucero
cromado. Encontrándose cada a cada con los dos imperiales que habían cargado el
antídoto para Pylat y su nido, y que
estaban por detrás de Eckener y sus escoltas. Estaban asustados y sorprendidos
de su aparición, aun así tuvieron tiempo de desenfundar sus blásters antes que
el comandante rebelde disparara y les abatiera. Cuando cayeron al suelo pudo
ver a Eckener, su antiguo compañero. Era reservado, analítico hasta en sus más
simples decisiones diarias, como decidir qué comer o el vestido más adecuado
para acudir a un evento social. Pero siempre se habían llevado bien y respetado
el uno en el otro. Alzó su arma y le apuntó. El caos sobre la plataforma era
total, con los soldados de ambos bandos caían por los disparos que cruzaban de
un lado a otro. Pero él no pudo disparar a quien una vez consideró un amigo.
Los soldados de la muerte que
quedaban se habían colocado alrededor del oficial de mayor rango, que había
logrado alcanzar el principio de la rampa de acceso a su nave. Uno de ellos,
que llevaba una hombrera de rango, también negra, y estaba armado tan solo con
una pistola, se acercó al oficial, lo cogió por la cintura con un brazo y en
volandas. Mientas otro de sus hombres se colocaba en la trayectoria de los
disparos rebeldes, siendo alcanzado por estos. Lo que permitió llegar al
interior del yate, logrando poner a salvo a quien debía proteger. En ese
momento los motores de la nave aceleraron y con suma rapidez despegó de la
plataforma impulsándose hacia atrás, incluso antes de que la rampa se empezara
a plegar, donde aún estaba agarrado el otro oficial más corpulento.
Mientras se alejaba su casco recibió
numerosos disparos rebeldes.
Al dejar la plataforma despejada,
los dos últimos soldados de la muerte que quedaban en ella empezaron a correr
hacia el hangar del edificio para refugiarse, siendo abatido uno de ellos antes
de llegar a este. El ruido de los cuatro motores del yate se alejaba, el de los
motores iónicos de los dos TIE que le acompañaban volvieron a acercarse. Entonces
el cielo se iluminó por la explosión de uno de ellos, que se convirtió en una
bola de fuego. Justo detrás apareció el Resplandeciente que desaceleró al
llegar al acantilado donde se alzaba la instalación para colocarse debajo de la
instalación, como se había previsto. Y aunque el resto de cazas hacían una
barrera cubriendo la retirada del yate cromado, que se alejaba junto a la lanzadera Lambda, el último de la pareja que sobrevolaba la antena empezó
a disparar sobre la plataforma de aterrizaje, y el crucero corelliano que se
encontraba debajo, con sus cañones láser.
Mientras todos los rebeldes le devolvían el fuego, incluyendo el equipo de
Laren que con su bláster rotatorio.
Mientras Drahk y Veklar dispararon con
sus armas contra el caza que se aproximaba, el kel dor observó como Zahn, que se encontraba en el extremo más
alejado del edificio, alzaba su pistola y les apuntaba. Y por un instante pensó
que el antiguo agente del ubiqtorado
por fin rebelaba su verdadera lealtad. Disparó contra ellos y la descarga de
energía le pasó por delante de su rostro, sintiendo perfectamente el calor del
plasma incandescente. Se giró hacia esa dirección y entonces vio como el último
de los soldados de la muerte, que se encontraba junto a la puerta del hangar, como
una sombra espectral, recibía el impacto en la parte inferior de su casco, que salió
despedido por la fuerza de la descarga. En ese momento varias explosiones
cubrieron toda la plataforma con bolas de fuego, levantando fragmentos del
pavimento que volaron por los aires.
Cuando los impactos del TIE se
disiparon y este se alejó de la antena, los rebeldes empezaron a dirigirse
hacia el Resplandeciente. Con sus jetpack saltaron hacia la parte
superior del casco, donde las escotillas estaban abiertas para que pasaran a la
relativa seguridad de su interior.
Slonda, su Programador, había
indicado que no podía dañarse al oficial imperial que debían capturar. Para
Probot cumplir las órdenes era su primera directriz, proteger al Programador y
al resto de sus compañeros rebeldes la segunda, luchar contra el Imperio por la
Alianza la tercera. Por eso hasta que el yate cromado no empezó alejarse de la
instalación de comunicaciones, el antiguo droide sonda Víbora no activó los sistemas de defensa. Debía de cumplir las
órdenes: no dañar al objetivo. Ahora que este se alejaba en su brillante nave,
el resto de cazas TIE de escolta se agrupaban para atacar. Era el momento. Así
que activó los protocolos remotos de los antiguos tanques droides IG-227 Hailfire,
que hacía décadas que habían perdido sus grandes ruedas, y se habían convertido
en las defensas fijas. La luz roja de sus cabezas ovaladas se activó y
empezaron a rotar, mientras sus sensores de calor buscaban sus objetivos: cazas
enemigos. Cuando estos enfilaron hacia la gran antena, las cuatro cabezas con
sus dos racimos de misiles ya estaban
apuntándoles. Probot sabía que aquella no era una base de la Alianza, por lo
que era prescindible y no era necesario preservar sus defensas. Su contraataque
permitiría que el Programador y sus compañeros tuvieron tiempo para alcanzar la
nave. Así que casi un centenar de proyectiles salieron despedidos hacia los
desprevenidos cazas imperiales, que sorprendidos por aquella inesperada
reacción apenas pudieron reaccionar, siendo alcanzados todos ellos, que
estallaron en el aire, envueltos en explosiones, nubes de humo y fragmentos de
metralla que empezaron a caer al precipicio que se extendía más allá del puesto
de escucha.
Con aquella amenaza neutralizada y con
un destructor clase Imperial en órbita, Probot sabía que la misión ya había
concluido y podía dejar su puesto controlando el ordenador de la estación.
Igualmente pensó que el escudo deflector podía hacerles ganar un poco de tiempo
cuando empezara el bombardeo, así que lo activo y se dirigió hacia el Resplandeciente, satisfecho por haber
cumplido con sus directrices: no había dañado a su objetivo; había protegido a
su Programador y había luchado por la Alianza Rebelde. Había sido un día exitoso.
Cuando el ruido del motor iónico se
alejó, se produjo un extraño silencio, Zahn se levantó del suelo, donde le
había lanzado la onda expansiva. Sentía la cara caliente, quemada por la
explosión. Miró a su alrededor, descubriendo un panorama desolador: cinco cadáveres
de soldados de la muerte, la mayoría de los neimoidianos que no habían logrado alcanzar el hangar, e impactos
humeantes de los cañones láser, junto a uno de los cuales se encontraban los
cuerpos inertes de Veklar y Drahk. Se acercó hacia ellos para comprobar su
estado. El primero había recibido la mayor parte de la energía y estaba como si
se hubiera derretido parte de su cuerpo, con el resto parcialmente calcinado,
aunque su rostro permanecía intacto, pero con una expresión desencajada de
dolor. A su lado al kel dor se le veía el hueso de la pierna derecha y su brazo cibernético estaba dañado, con
algunas piezas desprendidas. Aun así parecía estar bien, aunque había visto
como un impacto cercano de un arma de energía podía dejar el cuerpo ileso, con
los órganos internos derretidos por la descarga electroestática residual, por
lo que deseó que Drahk estuviera aún vivo. Este le despreciaba porque había
delatado, cuando le torturaban, la ubicación de un campamento de refugiados
donde había muerto su mejor amigo y la familia de este. Pero lo que este nunca
llegaría a entender, era el desprecio que sentía hacia sí mismo al no haber
tenido la fuerza de voluntad para no revelar aquella información. Y este era
mucho mayor del que sentiría el kel dor por él nunca.
– ¡Vamos! – dijo la voz de Keegan a
su lado. Zahn asintió y se inclinó para coger al infiltrador rebelde por debajo
de su hombro, mientras el adquisidor hacía lo mismo con el otro.
En ese momento una maraña de misiles
salieron disparados del techo del edificio hacia el resto de cazas TIE que se
aproximaban, destruyéndolos en una serie de explosiones que cubrieron el cielo.
Se acercaron al borde de la
plataforma, un par de metros debajo de la cual se encontraba el fuselaje del Resplandeciente, sobre el que ya se
encontraba Slonda, Heiler y el sullustano
que estaban entrando por la escotilla, mientras Probot accedía por una compuerta
inferior que habían abierto para él, gracias a su capacidad repulsora. Saltaron
hasta allí y sin perder tiempo se dirigieron a la escotilla, ayudando a
introducir a Drahk, que permanecía inconsciente. En el interior la actividad
era frenética. Falan, que ya había entrado cogió al herido y se lo llevó a la
enfermería.
Zahn se dirigió al puente, donde
Ajaan se encontraba frente a los controles del piloto. Detrás de él apareció Slonda
y Keegan.
– ¡Estamos todos! – dijo el clawdite, que había sido el último
en entrar.
La iktotchi asintió y empujó los controles de la nave acelerando los motores
al máximo, al tiempo que inclinaba la nave hacia la atmósfera de la luna,
mostrando el firmamento estrellado a través del cristal frontal. Zahn se agarró
al respaldo del piloto, Slonda al del navegante y Keegan a la compuerta de la
carlinga que se encontraba cerrada.
– El destructor ha abierto fuego
contra nosotros – indicó su navegante en un todo que no pudo ocultar su
nerviosismo.
– Preparaos – fue lo único que dijo
Ajaan y sin más dilación activó el multiplicador de hiperespacio y la nave aceleró más allá de la velocidad de la luz en un
instante usando las coordenadas de salto ya establecidas. Unos segundos antes
que los disparos de turboláser
alcanzaran la antena y toda su área circundante. (2)
– ¿Quién ha caído? – preguntó Zahn –.
De mí equipo Veklar está muerto y Drahk herido.
– Timker y Brance del mío –
respondió Slonda completando el recuento– y Jon y Sa'lata que estaban en la
parte del edificio atacado por el TIE.
» Y por todos los diablos, ¿pero qué
es lo que ha pasado?
– Ese weequay que trabaja contigo se ha vuelto loco y ha empezado a
disparar contra los soldados de la muerte como si no hubiera mañana – respondió
Zahn.
– Tardaremos unos minutos en salir
al espacio real para hacer la primera corrección de curso – intervino entonces Ajaan
–, que Falan vaya al salón frontal.
Los tres oficiales, además de Keegan
bajaron a la cápsula frontal que hacía de sala de descodificación, donde estaba
instalada la máquina Amgine4M robada en el almacén de Pas’jaso. Pidieron al técnico que la desalojara y enseguida
llegó Falan procedente de la enfermería. Parecía tranquilo.
– ¿Por qué empezaste a disparar sin
que se te lo ordenara? – preguntó Slonda. Conocía a Falan desde hacía tiempo y
habían trabajo juntos numerosas veces. Y aunque tenía la reprobable costumbre
de coleccionar trofeos de algunos oficiales imperiales que había matado, el
clawdite siempre lo había atribuido a querer forjarse una fama de despiadado,
que a una brutalidad real. Ya que hasta entonces había demostrado ser un
soldado disciplinado, del que se podía confiar para cumplir órdenes delicadas.
– Quien acompañaba al objetivo, mató
a mí hermano – respondió con calma.
– ¿Tú hermano? – repitió sorprendido.
Conocía el incidente por el que había empezado a luchar contra el Imperio,
hasta acabar en las filas de la Alianza.
– ¿Está seguro? – preguntó Zahn.
– ¿Usted no estaría seguro de quien
asesinó a su esposa? ¿No estamos aquí por qué está cazando aquel que la mató? –
replicó el weequay con rotundidad, dejando a Zahn sin palabras.
– Somos profesionales. No puedes
empezar a disparar desobedeciendo órdenes. Por tu culpa hoy han muerto cinco
rebeldes.
– Todo el tiempo muere gente –
respondió Falan, marcando cada palabra –. En un instante murieron todos en Alderaan. Y muchos otros lugares. En Scarif, en Vrogas Vas, en Haidoral Primera y en Mako-Ta o en Pas’jaso. Siempre muere alguien. En
cualquier parte.
– Te garantizo que esto no se
quedará aquí – replicó el jefe de los infiltradores conteniendo su rabia –.
Retírate.
Falan dejó la estancia sin mirar
atrás. Slonda lanzó una maldición que dejó en silencio a los presentes.
– ¿Qué es lo que va hacer? ¿Abrirle
un expediente disciplinario? – preguntó Zahn con ironía.
– Ya no puedo fiarme de él – replicó
el clawdite fulminó con la mirada al antiguo espía –. Si tanto le agrada
asígnelo a su nave...
– ¿Cómo es que llegó tan pronto? –
preguntó Keegan a Ajaan para desviar la conversación y reducir la tensión que
se estaba generando.
– Tuve una premonición de lo que iba
a suceder – respondió la iktotchi con tranquilidad.
Un pitido de alarma anunció que la
nave estaba a punto de salir del hiperespacio, por lo que Ajaan y Zahn se
dirigieron al puente. Slonda salió después en dirección a la enfermería,
dejando solo a Keegan. Este observó aquella estancia, era la primera vez que
estaba allí, pero ya la había visto antes, en una visión en la sala de control
del almacén logístico de Pas’jaso, al ver el nombre del fabricante de las
máquinas de descodificación. Así supo, mediante una visión de la Fuerza, que
debía apoderarse de aquel envío, para que estuviera allí, en el Resplandeciente.
(3)
Regresando a aquel momento, podía
notar claramente que Slonda estaba afligido, ya que no soportaba perder a
soldados inútilmente. Por desgracia no sabía que no todo había sido en vano: en
su bolsillo tenía un pequeño estuche procedente del maletín de Pylat que durante el tiroteo había sido
alcanzado por el disparo de un bláster, esparciendo parte de su contenido por
el suelo de la plataforma, de donde él había recogido uno de los estuches.
– A toda la tripulación – anunció entonces Ajaan por la megafonía
interna –. Acabamos de recibir nuevas
órdenes: en vez de regresar a Tierfon
hemos de reunirnos con la Estrella Lejana que ha sido asignada a la defensa de Klovan. Su sistema está siendo
atacado por poderosas fuerzas enemigas.
Keegan se quedó pasmado, Klovan era
el planeta en que se había refugiado tras la Gran Purga y el asesinato de todos los jóvenes iniciados, padawans y caballeros jedi del Templo, incluyendo a su maestro Nalok.
Y que se había convertido en un segundo hogar para él.
Continuará…
Notas de
producción:
(1) Este personaje
aparece en el Crossover Star Trek – StarWars, siendo mencionado en El Jedi Perdido 2. Rayo de Esperanza.
(2) Se ha utilizado
para ilustrar la estación de comunicaciones del Clan Bancario el puesto de
escucha de Rishi, aparecido en el capítulo Rookies (1.14) de la serie
animada de Star Wars: The Clon Wars.
(3) De esta manera se
justifica que esté el descodificador de alto nivel a bordo del Resplandeciente durante el relato Crossover Star Trek – Star Wars.
Links
relacionados:
No hay comentarios:
Publicar un comentario