martes, 12 de noviembre de 2019

El Jedi perdido - En la oscuridad 4


Varykino

            Su yate cromado desaceleró al espacio real a la hora prevista, justo frente a Sukra, el planeta donde orbitaba su luna Sukra Dar. Este era un mundo agrícola colonizado varios siglos atrás gracias a los abusivos préstamos del Clan Bancario. Con el tiempo y gracias a sus fértiles praderas contaba con una extensa y próspera población, que para reducir los intereses de las deudas heredadas de sus antepasados, se habían alineado con los separatistas durante la Guerra Clon. Tras sofocar la rebelión jedi en Felucia, el 327º Cuerpo Estelar ocupó el lugar, no sin antes demostrar que era mejor respetar al Imperio arrasando desde la órbita sus ciudades más importantes. Desde entonces la paz y la justicia del Nuevo Orden habían gobernado el planeta.
            General Eckener, el capitán Said del Icon informa que está a la espera de sus órdenes – informó el piloto por el comunicador interno.
            Este apartó la mirada datapad con el informe que estaba leyendo. Se encontraba en la sala de conferencias de popa, donde en el diseño original de aquella nave se situaba el salón del trono, aunque ahora había una gran mesa de reuniones.
            – Indique al Icon que se aproxime a la luna con nosotros.
            Cuando las dos naves se encontraron en la órbita de la luna, el destructor lanzó una pareja de TIE para escoltar a la lujosa nave, que inició el descenso hacia la atmósfera. Poco después una lanzadera clase Lambda despegaba del hangar inferior, que siguió más despacio al yate de Naboo, junto al resto del escuadrón de cazas.


Sukra Dar

            – ¿Un destructor? – repitió Zahn sorprendido. Aunque él mismo se dijo que no debía de estarlo, ya que los movimientos de Daran indicaban que ahora contaba con naves de combate bajo sus órdenes. Pero era algo que no había previsto.
            – Con esto no había contado, ¿verdad? – le reprochó con acritud Drahk tras su máscara sin disimular su satisfacción por aquella situación y le advirtió –. Si intentamos cualquier cosa nos aplastarán como a insectos.
            – Abortamos, repito abortamos la misión – anunció Zahn por su comunicador a todos los miembros del equipo de infiltradores y a Ajaan en el Resplandeciente –. Que nadie se mueva de donde esté y no intervenga. Nos replegaremos después de que hagan el intercambio. Repito: abortamos la operación.
            Dicho lo cual miró a Keegan que se encontraba a su lado, quien asintió confirmándole que había tomado la mejor decisión. Él se sentía frustrado, maldiciendo su suerte, ya que estaba convencido que acababa de perder la mejor y posiblemente única oportunidad de averiguar qué tramaba Daran.
            Lo primero que escuchó Zahn fue el característico zumbido de los motores de iones de los cazas TIE, que dieron varias pasadas sobre la antena. Pero no estaban reconociendo el área, sus giros eran abiertos y cercanos a la instalación, por lo que dedujo que se trataba de una maniobra intimidatoria para impresionar a los neimoidianos. Por lo que estaban a salvo sino se movían de su escondite detrás de las cajas metálicas que habían colocado para ocultarse. El único consuelo que le quedaba era ver lo que sucedía por encina de sus cabezas gracias a un par de cámaras que habían instalado en el borde de la pista.
            Instantes después apareció el yate cromado de Eckener, con su casco alargado en forma puntiaguda, y con dos grandes motores a cada lado. El cual, pudo reconocer Zahn, era similar al que había usado la Reina Amidala en su misión para salvar Naboo de la invasión de la Federación de Comercio. La elegante nave se acercó a la plataforma, produciéndose un chasquido metálico cuando las patas se posaron sobre esta. Una rampa descendió desde la parte delantera del vientre, de la que apareció media docena de soldados de la muerte cubiertos con armaduras negras. Los reconoció de inmediato: era la escolta de élite de las altas personalidades del Imperio. Que incluía a los oficiales de la Iniciativa Tarkin, como habían hecho con el director Krennic, responsable del diseño y construcción de la Estrella de la Muerte. ¿En qué estaban metidos Daran y Eckener para requerir una protección así?, pensó. ¿Qué misión tan importante les había podido encomendar Tarkin antes de morir en Yavin 4 para necesitar aquellos guardaespaldas?
            Los neimoidianos salieron del hangar y se acercaron a los soldados, que se habían colocado en una formación semicircular debajo de la proa del yate cromado. En ese momento dos oficiales empezaron a descender por la rampa. Uno de ellos media dos metros de alto y tenía los hombros tan anchos como un wookiee. El otro tenía una complexión media, se movía con elegancia y su uniforme gris parecía que hubiera sido confeccionado a medida. Ambos llevaban una gran máscara cuadra que les ocupaba todo el rostro, quedando iluminado por una pequeña luz. Al llegar a la línea de los soldados, estos abrieron la formación para dejar pasar a los dos oficiales, que se detuvieron frente a los neimoidianos. Falan, que estaba a su lado y podía ver la grabación se inclinó  algo nervioso para observar mejor la escena.
            Mientras hablaban una compuerta secundaria de acceso en la popa de la nave se abrió, descendiendo por ella dos soldados, que portaban un pesado arcón refrigerador.
            Intercambiaron unas frases, mientras Pylat mantenía una actitud servicial. Al cabo de poco los soldados despertaron de su aparente letargo y empezaron a observar nerviosamente el cielo, como si buscaran algo. Los dos oficiales también empezaron inquietos a mirar hacia el horizonte, y sin perder tiempo se giraron para retroceder hacia al interior de la nave. En ese instante Falan activó su mochila propulsora y se elevó de su posición hacia la plataforma de aterrizaje, desatándose los infiernos.


Resplandeciente

            La tarea de Ajaan era esperar a que hubieran capturado al oficial imperial, eliminando su escolta y a los neimoidianos, momento en que activaría sus motores e iría rápidamente a recogerles. Mientras permanecía en letargo y mantenía el espacio de la luna controlado con los sensores. Así había localizado a la lanzadera aproximándose desde el planeta, informando de su llegada al equipo de asalto. Después había detectado la aproximación del yate nubiano acompañado por un destructor clase Imperial. Zahn no había advertido de esta posible presencia, aunque sabía por su telepatía que este la desconocía y sería una auténtica sorpresa para él. Pero con aquel destructor en la órbita no podían capturar a su objetivo con seguridad, de maneta que sensatamente este había cancelado el secuestro. Por lo que ahora deberían esperar a que todos se marcharan para recogerles y volver a Tierfon con las manos vacías.
            Conocía a Zahn y sabía que aquella decisión no había sido fácil de tomar para él. Inicialmente el general Draven la había asignado al Resplandeciente para vigilarle y confirmar su verdadera defección de las filas imperiales. Constatando algo desde entonces: su profundo odio al Imperio era auténtico. Pero también notaba que sentía cierto desdén y desprecio a la Alianza a la que consideraba incapaz de derrotar a sus mutuos enemigos. Conocía el potencial de ambos, por lo que tenía claro que la lucha era inútil. Posiblemente la única ancla que le mantenía cuerdo era el vínculo que había forjado con Jonua. El chico era el único superviviente del asentamiento de refugiados que había delatado bajo las torturas que le habían infringido sus antiguos camaradas tras descubrir su traición. (1) Aun así el mayor cambio se había producido al tomar el mando de la Estrella Lejana: ya no bebía y ser útil de una manera real y a veces decisiva, le había dado dinamismo y devuelto la confianza en sí mismo. Además ahora tenía acceso a recursos que le permitían continuar su particular venganza contra su antiguo compañero y amigo: Daran, insuflándole vida como ninguna otra cosa. Lo bueno era que aplicaba ese dinamismo a sus dotes de organización con la tripulación. Poner a salvo a las familias de algunos de ellos había consolidado su liderazgo, transformando la percepción que habían tenido algunos de ellos de su pasado, incluyendo a Moritz, el primer oficial.
            Ahora el adquisidor Keegan también parecía confiar plenamente en él, ¿sería suficiente para terminar de disipar las dudas que la iktotchi aun albergaba con respecto a la lealtad? Este, cuya presencia parecía dominarlo todo, estaba muy bien considerado en los más altos niveles de la Alianza, seguramente porque estos sabían que era un jedi. ¿Pero realmente había cambiado tanto el antiguo cazador del ubiqtorado y se había convertido en un auténtico rebelde?
            Entonces Ajaan tuvo su propia premonición. Hacía tiempo que no sentía una tan poderosa, ni tan lejos de su planeta: la lucha se había desatado en la plataforma del puesto de comunicaciones. Los disparos de bláster zumbaban por todas partes. Los soldados imperiales de negro retrocedían hacia el yate cromado disparando sus armas contra los comandos rebeldes. Un caza TIE surcó el cielo, rociando la estructura que sostenía la antena con sus cañones láser de fuego y destrucción.
            Fue como un flash, rápido, confuso, ruidoso e inevitable. De alguna manera les habían descubierto y si no iba a buscarles antes que la nave nubian despegara, el Imperio arrasaría aquel lugar hasta reducirlo a cenizas.
            Tenía que actuar si quería evitarlo.
            Sin mediar palabra presionó los controles de encendido rápido del reactor principal, y activó los tres poderosos motores, haciendo que el Resplandeciente saltara literalmente de su posición acelerando en dirección al puesto de escucha.
            – ¡A toda la tripulación, preparados para entrar en combate! Recogeremos a nuestros compañeros ahora. ¡Todos a sus puestos!


Puesto del Clan Bancario

            Keegan sabía que tener que abortar la operación había sido decepcionante para Zahn, ya que aquella era la mejor manera de localizar a Danar. Y aunque su mayor motivación era la venganza, conocer lo que este estaba tramando para que la Alianza estuviera advertida, también era parte en aquella iniciativa. Conocer de cerca y poder ayudar a la tripulación de la Estrella Lejana y sobre todo la destrucción de Alderaan y compartir el duelo con algunos de ellos le había hecho comprender, más allá de su propia perdida con la muerte de su amada, la maldad que representaba el gobierno de Palpatine. Ahora veía más claro el lado luminoso de su interior que la primera vez que le vio en Tierfon mientras planeaban la incursión en Pas’jaso. Claro que él también había cambiado desde entonces. Zahn, el antiguo y despiadado cazador de rebeldes, ahora se preocupaba y daría la vida por sus nuevos camaradas.
            El lujoso yate cromado se posó en la plataforma, tan cerca que les permitió escuchar perfectamente como los mecanismos y servomotores se sincronizaban tras aterrizar. Los cuatro rebeldes que le acompañaban: Zahn, Drahk, Falan y un chalactano llamado Veklar permanecieron inmóviles, respirando bajo las máscaras de oxígeno despacio, como si el ruido pudiera delatarlos. Y aunque Zahn contaba con el reproductor holográfico conectado a la cámara colocada en el extremo de la pista, para el antiguo padawan le era más fácil concentrarse en la Fuerza para poder escuchar lo que sucedía. La rampa se desplegó y una escuadra, a juzgar por las pisadas de las botas, descendió por esta, mientras que las puertas del hangar se abrían para dejar salir a la delegación neimoidiana. Podo después se escucharon dos juego más de botas, esta vez menos pesadas que las de las armaduras negras que llevaban los soldados de la muerte. Solo podía ser Eckener.
            – Saludos General. He traído la siguiente remesa de artefactos – dijo servilmente Pylat bajo la máscara que también llevaba, aun así podía notar perfectamente miedo en su voz –. Pero como ya le dije, ha sido complicado el proceso en algunas especies. Además las diferencias biológicas no lo hacen fácil. Obligando a un proceso más agresivo, por lo que necesitamos más especímenes para conseguir lo que nos piden. Y eso, por desgracia, incrementa el coste. Exponencialmente.
            – Ya sabes que no nos importa la supervivencia de los sujetos de prueba. Es más la lanzadera le trae más prisioneros, como siempre pides – dijo una voz firme y arrogante, que a pesar de la distorsión de la máscara podía distinguir su acento de Naboo, y que solo podía ser de Eckener –. Sobre el coste le pagamos generosamente, además de mantenerle vivo...
            En ese momento la atención de Keegan se apartó de la conversación, centrándose en una sensación de odio que crecía cerca de él. La Fuerza se expresaba diferente manera en cada individuo. En algunos seres potenciaba sus habilidades o su liderazgo, en algunas razas podía alterar su evolución, como a los iktotchi moldeando sus habilidades de precognición y telepatía. En aquellos que eran sensibles, tras un duro entrenamiento, podían llegar a manipularla y usarla a su antojo. Y así mover objetos con la telequinesis, alterar la voluntad de mentes más débiles, agudizar la destreza con el sable de luz, prever los acontecimientos antes de que sucedieran, acelerar la curación propia y ajena, saltar más alto y ser ágil como un acróbata, esquivar un disparo de bláster, o hacer crecer una abundante cosecha. Alguien muy poderoso incluso podría proyectarse en la otra punta de la galaxia. Las posibilidades eran casi infinitas. En el caso del adquisidor siempre había podido percibir el cambiante futuro y el inamovible pasado. Había aprendido a controlar sus visiones sobre acontecimientos venideros, distinguiendo los que alteraban la continuidad de lo que debía suceder de una manera determinada, a los que su maestro Nalok llamaba fijos en el Tiempo. Y de los cambiantes, los casuales o sin trascendencia en el devenir de la galaxia o incluso del mismo individuo. A veces podía provocarlas si meditaba profundamente, pero normalmente eran aleatorias e imprevisibles, como si la Fuerza Viva fuera caprichosa en lo que le dejaba ver y lo que no. También le habían enseñado a notar el ánimo de los seres vivos. No era telépata, pero esta le ayudaba a saber cómo se sentían aquellos que le rodeaban.
            Por eso captó perfectamente como Falan iba acumulando rabia e ira en su interior. Giró la mirada hacia el weequay, que estaba observando con sus ojos clavados en la proyección que sostenía Zahn en su mano, que mostraba los dos oficiales imperiales hablando con el alienígena.
            Entonces ocurrió. Los soldados se pusieron en guardia, alzando sus armas en posición de disparo y empezaron a mirar nerviosos hacia el cielo buscando algo. Al mismo tiempo los motores del yate nubiano aumentaron la potencia y los dos oficiales se giraron hacia la rampa. El neimoidiano y los suyos estaban desconcertados ante lo que pasaba a su alrededor.
            Cuando la imagen tridimensional y traslucida dejó ver por fin el rostro de sus enemigos al girarse, Falan se levantó de donde estaba y activó la mochila jetpack que llevaba a la espalda y se elevó hacia la plataforma situada encima de ellos. Drahk intentó detenerle levantando el brazo para agarrarle, y al no lograrlo lanzó un grito impotencia. Zahn y Veklar se quedaron sorprendidos por la repentina reacción de su compañero. Pero Keegan no. Ya que había podido ver el recuerdo que dominaba el pensamiento de Falan desde que los dos imperiales habían descendido de la nave. Era un remoto lugar de la superficie de Ringo Vinda. Una patrulla de soldados con armaduras blancas estaban rodeando a un grupo de civiles desarmados, a los que registraban sus pertenencias. Su alférez era un hombre muy alto y de anchos hombros, empuño una pistola bláster amenazando a todos los comerciantes que se mostraban sumisos y obedientes, sabedores de su impunidad. Este se quejaba que no tenían nada valioso para requisar en nombre del Emperador y que no iba a tolerar que le hicieran perder el tiempo a las autoridades que estaban allí para protegerles. Y cuando parecía que iba a marcharse alzó el arma y disparó contra el weequay que tenía más cerca. Un joven se arrodilló junto a su hermano y empezó a llorar invadido de la más profunda de las tristezas, de impotencia, rabia, y de odio, mientras el imperial se alejaba riendo. Ahora en aquella luna los dos seres se habían vuelto a juntar.
            Cuando Falan por fin confirmó sus sospechas al ver el rostro del hombre que había matado a su hermano, no lo dudó. Para entonces ya había quitado el seguro de su rifle E-11. Era el mismo que había cogido de las manos inertes del primer soldado de asalto que había matado clavándole un vibrocuchillo en la nuca, justo entre la parte de atrás de su armadura y su casco. Activó su jetpack y saltó hacia la plataforma. Justo cuando sobrepasó el suelo de la pista empezó a disparar. Y aunque los imperiales estaban advertidos de la presencia de una nave espacial que había acaban de detectar los sensores en la superficie de la luna, su repentina aparición les cogió por sorpresa. Les roció con el fuego de su arma  alcanzando a uno de los soldados, aunque no a su verdadero objetivo. Antes que pudiera corregir sus disparos ya se encontraba por encima del casco del yate.
            Drahk maldijo al weequay cuando este activó su jetpack. El kel dor estaba bien entrenado y tenía los reflejos activos, por lo que no dudó en activar su propia mochila propulsora y seguir a su compañero, ya que en aquel momento solo había una manera de salir de allí: luchando. Cuando se impulsó hacia la plataforma los soldados de la muerte estaban mirando hacia la trayectoria de Falan, que se había ocultado encima del fuselaje de la nave cromada, por lo que logró abatir a otro de los guardaespaldas de armadura negra, provocando que los dos oficiales volvieran a tirarse al suelo para protegerse del nuevo atacante.
            – ¡Scarif, repito: Scarif! – ordenó Zahn cuando Drahk salió disparando detrás de Falan. Era la orden para iniciar el ataque, por lo que todos los rebeldes se pusieron en marcha.
            Desde el edificio que sostenía la antena, Laren Tral observaba la escena con cautela. Su posición elevada le permitía ver el alargado yate cromado, justo debajo de la puntiaguda proa estaban los soldados de la muerte, con sus armaduras negras relucientes bajo los focos de la nave y de la instalación, frente a ellos los neimoidianos. La rebelde de Attahox se alegró que hubieran abortado la misión, ya que también podía ver la lanzadera Lambda detenida sobre la antena, junto a un puñado de cazas TIE sobrevolando ruidosamente la instalación. Y más arriba, en la órbita una poderoso y gigante destructor clase Imperial, con sus turbolásers y el resto de armamento seguramente apuntándoles directamente hacia ellos. Como infiltradora no era la primera vez que estaba rodeada de una abrumadora fuerza imperial, pero por lo menos en aquella ocasión, estos no la estaban buscando. Y si debía enfrentarse al Imperio, siempre era mejor hacerlo con una potente armada, como el cañón bláster rotatorio Z-6. El cual, según su experiencia, era tenerlo preparado, como así ocurría cualquier cosa. Y ocurrió. Sin previo aviso los motores de la nave de Naboo aumentaron de potencia y los soldados de la muerte se pusieron en alerta. Instantes después el weequay del grupo de Slonda saltó por el aire impulsado por su jetpack y empezó a disparar sobre el grupo de imperiales.
            – ¡Lamuo-be-o-veee! – empezó a maldecir su compañero Nau en sullustés.
            – ¡Y yo que sé que está haciendo! – contestó Laren y sin tiempo de colocándose la máscara sobre el rostro se levantó alzando el cañón rotatorio y empezó a disparar a través de la ventana rompiendo el cristal. Lo que hacía el entrenamiento constante era actuar de manera instintiva y Laren lo hizo, de manera que roció la plataforma con fuego de supresión con la idea de abrir una cortina de fuego para permitir que sus compañeros pudieran actuar. Y esta cayó sobre los neimoidianos, que estaban fuera de la protección de la proa del yate cromado, por lo que la mayoría de ellos fueron alcanzados por los rápidos disparos de su arma, mientras los supervivientes intentaban huir en desbandada hacia el interior del hangar. Pero de esa manera mantenía a los imperiales acotados para que sus compañeros pudieran tenerlos a tiro.
            Desde otra ventana del edificio, Jon y Sa'lata, que eran el otro equipo armado con el mismo arma rotatoria, a su vez empezaron a disparar contra los cazas TIE que se encontraban sobrevolando la antena.
            Slonda estaba observando lo que ocurría gracias a las mismas holocámaras situadas en la plataforma de aterrizaje. Y al ver que los soldados imperiales se ponían en alerta imaginó que algo estaba pasando. Una filtración en la Alianza era poco probable, ya que la operación se había preparado en poco tiempo y la mayor parte de las personas que la conocían estaban en aquella luna. Pero tal vez los neuimoidianos se habían cansado de depender del Imperio para sobrevivir al envenenamiento de su nido. O incluso una facción independiente, como el Amanecer Carmesí o el poderoso Sol Negro, podían haber descubierto la existencia de aquel aparato manipulador y quisieran también apoderarse de él. En todo caso debía de estar preparado para la acción. Por suerte el Resplandeciente estaba cerca y les podía sacar de allí si las cosas se complicaban. Entonces pudo ver, justo en el extremo de la imagen holográfica, como Falan aparecía por el costado de la plataforma y empezaba a disparar sobre los imperiales. Poco después Zhan empezaba a gritar por el comunicador la señal de acción: ¡Scarif!
            – ¡Vamos muchachos! – dijo mirando al equipo que estaba a su lado, activando su jetpack y junto al resto salieron disparados hacia arriba. Tenía su bláster preparado y nada más superar el suelo de la plataforma empezó a disparar. Pero la reputación de los soldados de la muerte no era en vano y aunque habían sido sorprendidos por el ataque de Falan, no ocurrió así como el resto. Así que Slonda pudo ver como Timker y Brance, que estaban a su lado, eran alcanzados en pleno vuelo, el primero continuó elevándose y la segunda perdió el control de su mochila y cayó por el precipicio que había debajo de ellos.
            Falan aprovechó aquel momento para descender desde la parte superior del fuselaje del yate nubian hasta la plataforma. No dejó de disparar, esta vez buscado con más cuidado a su objetivo. Los soldados de la muerte, que se habían colocado alrededor de los dos oficiales para protegerlos no dejaban de devolver el fuego que les llegaba de todos lados. Vio como el asesino de su hermano ya estaba casi en la rampa con el arma en la mano, mirando asustado a su alrededor. Se acercó a uno de los contenedores que había en un lado y parapetado continuó disparando. Pero una explosión por encima de él hizo alzar la mirada de manera instintiva, viendo como uno de los cazas TIE se alejaba después de disparar contra uno de los equipos armados con los bláster repetidores pesados. Instintivamente se agachó, el tiempo suficiente para que su presa se escapara.
            Zahn activó su jetpack y saltó hasta la plataforma de aterrizaje, a la altura de los motores dobles del crucero cromado. Encontrándose cada a cada con los dos imperiales que habían cargado el antídoto para Pylat y su nido, y que estaban por detrás de Eckener y sus escoltas. Estaban asustados y sorprendidos de su aparición, aun así tuvieron tiempo de desenfundar sus blásters antes que el comandante rebelde disparara y les abatiera. Cuando cayeron al suelo pudo ver a Eckener, su antiguo compañero. Era reservado, analítico hasta en sus más simples decisiones diarias, como decidir qué comer o el vestido más adecuado para acudir a un evento social. Pero siempre se habían llevado bien y respetado el uno en el otro. Alzó su arma y le apuntó. El caos sobre la plataforma era total, con los soldados de ambos bandos caían por los disparos que cruzaban de un lado a otro. Pero él no pudo disparar a quien una vez consideró un amigo.
            Los soldados de la muerte que quedaban se habían colocado alrededor del oficial de mayor rango, que había logrado alcanzar el principio de la rampa de acceso a su nave. Uno de ellos, que llevaba una hombrera de rango, también negra, y estaba armado tan solo con una pistola, se acercó al oficial, lo cogió por la cintura con un brazo y en volandas. Mientas otro de sus hombres se colocaba en la trayectoria de los disparos rebeldes, siendo alcanzado por estos. Lo que permitió llegar al interior del yate, logrando poner a salvo a quien debía proteger. En ese momento los motores de la nave aceleraron y con suma rapidez despegó de la plataforma impulsándose hacia atrás, incluso antes de que la rampa se empezara a plegar, donde aún estaba agarrado el otro oficial más corpulento.
            Mientras se alejaba su casco recibió numerosos disparos rebeldes.
            Al dejar la plataforma despejada, los dos últimos soldados de la muerte que quedaban en ella empezaron a correr hacia el hangar del edificio para refugiarse, siendo abatido uno de ellos antes de llegar a este. El ruido de los cuatro motores del yate se alejaba, el de los motores iónicos de los dos TIE que le acompañaban volvieron a acercarse. Entonces el cielo se iluminó por la explosión de uno de ellos, que se convirtió en una bola de fuego. Justo detrás apareció el Resplandeciente que desaceleró al llegar al acantilado donde se alzaba la instalación para colocarse debajo de la instalación, como se había previsto. Y aunque el resto de cazas hacían una barrera cubriendo la retirada del yate cromado, que se alejaba junto a la lanzadera Lambda, el último de la pareja que sobrevolaba la antena empezó a disparar sobre la plataforma de aterrizaje, y el crucero corelliano que se encontraba debajo, con sus cañones láser. Mientras todos los rebeldes le devolvían el fuego, incluyendo el equipo de Laren que con su bláster rotatorio.
            Mientras Drahk y Veklar dispararon con sus armas contra el caza que se aproximaba, el kel dor observó como Zahn, que se encontraba en el extremo más alejado del edificio, alzaba su pistola y les apuntaba. Y por un instante pensó que el antiguo agente del ubiqtorado por fin rebelaba su verdadera lealtad. Disparó contra ellos y la descarga de energía le pasó por delante de su rostro, sintiendo perfectamente el calor del plasma incandescente. Se giró hacia esa dirección y entonces vio como el último de los soldados de la muerte, que se encontraba junto a la puerta del hangar, como una sombra espectral, recibía el impacto en la parte inferior de su casco, que salió despedido por la fuerza de la descarga. En ese momento varias explosiones cubrieron toda la plataforma con bolas de fuego, levantando fragmentos del pavimento que volaron por los aires.
            Cuando los impactos del TIE se disiparon y este se alejó de la antena, los rebeldes empezaron a dirigirse hacia el Resplandeciente. Con sus jetpack saltaron hacia la parte superior del casco, donde las escotillas estaban abiertas para que pasaran a la relativa seguridad de su interior.
            Slonda, su Programador, había indicado que no podía dañarse al oficial imperial que debían capturar. Para Probot cumplir las órdenes era su primera directriz, proteger al Programador y al resto de sus compañeros rebeldes la segunda, luchar contra el Imperio por la Alianza la tercera. Por eso hasta que el yate cromado no empezó alejarse de la instalación de comunicaciones, el antiguo droide sonda Víbora no activó los sistemas de defensa. Debía de cumplir las órdenes: no dañar al objetivo. Ahora que este se alejaba en su brillante nave, el resto de cazas TIE de escolta se agrupaban para atacar. Era el momento. Así que activó los protocolos remotos de los antiguos tanques droides IG-227 Hailfire, que hacía décadas que habían perdido sus grandes ruedas, y se habían convertido en las defensas fijas. La luz roja de sus cabezas ovaladas se activó y empezaron a rotar, mientras sus sensores de calor buscaban sus objetivos: cazas enemigos. Cuando estos enfilaron hacia la gran antena, las cuatro cabezas con sus dos racimos de  misiles ya estaban apuntándoles. Probot sabía que aquella no era una base de la Alianza, por lo que era prescindible y no era necesario preservar sus defensas. Su contraataque permitiría que el Programador y sus compañeros tuvieron tiempo para alcanzar la nave. Así que casi un centenar de proyectiles salieron despedidos hacia los desprevenidos cazas imperiales, que sorprendidos por aquella inesperada reacción apenas pudieron reaccionar, siendo alcanzados todos ellos, que estallaron en el aire, envueltos en explosiones, nubes de humo y fragmentos de metralla que empezaron a caer al precipicio que se extendía más allá del puesto de escucha.
            Con aquella amenaza neutralizada y con un destructor clase Imperial en órbita, Probot sabía que la misión ya había concluido y podía dejar su puesto controlando el ordenador de la estación. Igualmente pensó que el escudo deflector podía hacerles ganar un poco de tiempo cuando empezara el bombardeo, así que lo activo y se dirigió hacia el Resplandeciente, satisfecho por haber cumplido con sus directrices: no había dañado a su objetivo; había protegido a su Programador y había luchado por la Alianza Rebelde. Había sido un día exitoso.
            Cuando el ruido del motor iónico se alejó, se produjo un extraño silencio, Zahn se levantó del suelo, donde le había lanzado la onda expansiva. Sentía la cara caliente, quemada por la explosión. Miró a su alrededor, descubriendo un panorama desolador: cinco cadáveres de soldados de la muerte, la mayoría de los neimoidianos que no habían logrado alcanzar el hangar, e impactos humeantes de los cañones láser, junto a uno de los cuales se encontraban los cuerpos inertes de Veklar y Drahk. Se acercó hacia ellos para comprobar su estado. El primero había recibido la mayor parte de la energía y estaba como si se hubiera derretido parte de su cuerpo, con el resto parcialmente calcinado, aunque su rostro permanecía intacto, pero con una expresión desencajada de dolor. A su lado al kel dor se le veía el hueso de la pierna derecha y su brazo cibernético estaba dañado, con algunas piezas desprendidas. Aun así parecía estar bien, aunque había visto como un impacto cercano de un arma de energía podía dejar el cuerpo ileso, con los órganos internos derretidos por la descarga electroestática residual, por lo que deseó que Drahk estuviera aún vivo. Este le despreciaba porque había delatado, cuando le torturaban, la ubicación de un campamento de refugiados donde había muerto su mejor amigo y la familia de este. Pero lo que este nunca llegaría a entender, era el desprecio que sentía hacia sí mismo al no haber tenido la fuerza de voluntad para no revelar aquella información. Y este era mucho mayor del que sentiría el kel dor por él nunca.
            – ¡Vamos! – dijo la voz de Keegan a su lado. Zahn asintió y se inclinó para coger al infiltrador rebelde por debajo de su hombro, mientras el adquisidor hacía lo mismo con el otro.
            En ese momento una maraña de misiles salieron disparados del techo del edificio hacia el resto de cazas TIE que se aproximaban, destruyéndolos en una serie de explosiones que cubrieron el cielo.
            Se acercaron al borde de la plataforma, un par de metros debajo de la cual se encontraba el fuselaje del Resplandeciente, sobre el que ya se encontraba Slonda, Heiler y el sullustano que estaban entrando por la escotilla, mientras Probot accedía por una compuerta inferior que habían abierto para él, gracias a su capacidad repulsora. Saltaron hasta allí y sin perder tiempo se dirigieron a la escotilla, ayudando a introducir a Drahk, que permanecía inconsciente. En el interior la actividad era frenética. Falan, que ya había entrado cogió al herido y se lo llevó a la enfermería.
            Zahn se dirigió al puente, donde Ajaan se encontraba frente a los controles del piloto. Detrás de él apareció Slonda y Keegan.
            – ¡Estamos todos! – dijo el clawdite, que había sido el último en entrar.
            La iktotchi asintió y empujó los controles de la nave acelerando los motores al máximo, al tiempo que inclinaba la nave hacia la atmósfera de la luna, mostrando el firmamento estrellado a través del cristal frontal. Zahn se agarró al respaldo del piloto, Slonda al del navegante y Keegan a la compuerta de la carlinga que se encontraba cerrada.
            – El destructor ha abierto fuego contra nosotros – indicó su navegante en un todo que no pudo ocultar su nerviosismo.
            – Preparaos – fue lo único que dijo Ajaan y sin más dilación activó el multiplicador de hiperespacio y la nave aceleró más allá de la velocidad de la luz en un instante usando las coordenadas de salto ya establecidas. Unos segundos antes que los disparos de turboláser alcanzaran la antena y toda su área circundante. (2)


            – ¿Quién ha caído? – preguntó Zahn –. De mí equipo Veklar está muerto y Drahk herido.
            – Timker y Brance del mío – respondió Slonda completando el recuento– y Jon y Sa'lata que estaban en la parte del edificio atacado por el TIE.
            » Y por todos los diablos, ¿pero qué es lo que ha pasado?
            – Ese weequay que trabaja contigo se ha vuelto loco y ha empezado a disparar contra los soldados de la muerte como si no hubiera mañana – respondió Zahn.
            – Tardaremos unos minutos en salir al espacio real para hacer la primera corrección de curso – intervino entonces Ajaan –, que Falan vaya al salón frontal.
            Los tres oficiales, además de Keegan bajaron a la cápsula frontal que hacía de sala de descodificación, donde estaba instalada la máquina Amgine4M robada en el almacén de Pas’jaso. Pidieron al técnico que la desalojara y enseguida llegó Falan procedente de la enfermería. Parecía tranquilo.
            – ¿Por qué empezaste a disparar sin que se te lo ordenara? – preguntó Slonda. Conocía a Falan desde hacía tiempo y habían trabajo juntos numerosas veces. Y aunque tenía la reprobable costumbre de coleccionar trofeos de algunos oficiales imperiales que había matado, el clawdite siempre lo había atribuido a querer forjarse una fama de despiadado, que a una brutalidad real. Ya que hasta entonces había demostrado ser un soldado disciplinado, del que se podía confiar para cumplir órdenes delicadas.
            – Quien acompañaba al objetivo, mató a mí hermano – respondió con calma.
            – ¿Tú hermano? – repitió sorprendido. Conocía el incidente por el que había empezado a luchar contra el Imperio, hasta acabar en las filas de la Alianza.
            – ¿Está seguro? – preguntó Zahn.
            – ¿Usted no estaría seguro de quien asesinó a su esposa? ¿No estamos aquí por qué está cazando aquel que la mató? – replicó el weequay con rotundidad, dejando a Zahn sin palabras.
            – Somos profesionales. No puedes empezar a disparar desobedeciendo órdenes. Por tu culpa hoy han muerto cinco rebeldes.
            – Todo el tiempo muere gente – respondió Falan, marcando cada palabra –. En un instante murieron todos en Alderaan. Y muchos otros lugares. En Scarif, en Vrogas Vas, en Haidoral Primera y en Mako-Ta o en Pas’jaso. Siempre muere alguien. En cualquier parte.
            – Te garantizo que esto no se quedará aquí – replicó el jefe de los infiltradores conteniendo su rabia –. Retírate.
            Falan dejó la estancia sin mirar atrás. Slonda lanzó una maldición que dejó en silencio a los presentes.
            – ¿Qué es lo que va hacer? ¿Abrirle un expediente disciplinario? – preguntó Zahn con ironía.
            – Ya no puedo fiarme de él – replicó el clawdite fulminó con la mirada al antiguo espía –. Si tanto le agrada asígnelo a su nave...
            – ¿Cómo es que llegó tan pronto? – preguntó Keegan a Ajaan para desviar la conversación y reducir la tensión que se estaba generando.
            – Tuve una premonición de lo que iba a suceder – respondió la iktotchi con tranquilidad.
            Un pitido de alarma anunció que la nave estaba a punto de salir del hiperespacio, por lo que Ajaan y Zahn se dirigieron al puente. Slonda salió después en dirección a la enfermería, dejando solo a Keegan. Este observó aquella estancia, era la primera vez que estaba allí, pero ya la había visto antes, en una visión en la sala de control del almacén logístico de Pas’jaso, al ver el nombre del fabricante de las máquinas de descodificación. Así supo, mediante una visión de la Fuerza, que debía apoderarse de aquel envío, para que estuviera allí, en el Resplandeciente. (3)
            Regresando a aquel momento, podía notar claramente que Slonda estaba afligido, ya que no soportaba perder a soldados inútilmente. Por desgracia no sabía que no todo había sido en vano: en su bolsillo tenía un pequeño estuche procedente del maletín de Pylat que durante el tiroteo había sido alcanzado por el disparo de un bláster, esparciendo parte de su contenido por el suelo de la plataforma, de donde él había recogido uno de los estuches.
            A toda la tripulación – anunció entonces Ajaan por la megafonía interna –. Acabamos de recibir nuevas órdenes: en vez de regresar a Tierfon hemos de reunirnos con la Estrella Lejana que ha sido asignada a la defensa de Klovan. Su sistema está siendo atacado por poderosas fuerzas enemigas.
            Keegan se quedó pasmado, Klovan era el planeta en que se había refugiado tras la Gran Purga y el asesinato de todos los jóvenes iniciados, padawans y caballeros jedi del Templo, incluyendo a su maestro Nalok. Y que se había convertido en un segundo hogar para él.



Continuará…



Notas de producción:
(1) Este personaje aparece en el Crossover Star Trek – StarWars, siendo mencionado en El Jedi Perdido 2. Rayo de Esperanza.

(2) Se ha utilizado para ilustrar la estación de comunicaciones del Clan Bancario el puesto de escucha de Rishi, aparecido en el capítulo Rookies (1.14) de la serie animada de Star Wars: The Clon Wars.

(3) De esta manera se justifica que esté el descodificador de alto nivel a bordo del Resplandeciente durante el relato Crossover Star Trek – Star Wars.

  
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