Puesto avanzado
de Tierfon
La base rebelde era un hervidero de actividad. Al ataque se le había
asignado la mayor prioridad y participarían en total 47 cazas de cuatro
escuadrones, junto las naves de combate.
Por motivos de seguridad estas últimas no conocían la localización exacta del
puesto avanzado, aunque sí los cazas, que habían descendido hasta la superficie
para repostar y preparar el ataque que se avecinaba. Como en el interior solo
podía acomodar a uno de los escuadrones, los otros tres estaban en la planicie
que se extendía por encima de las instalaciones subterráneas. Hasta allí
también se habían desplazado varios transportes medios GR-75 Gallofree que se
ocupaba del repostaje y rearmamento. Se habían acondicionado tiendas de campaña
para las tripulaciones y los cazas se habían cubierto con una tela de camuflaje
para reducir su detección.
En las entrañas de la base el
escuadrón asignado a Tierfon, los Ases Amarillos se preparaban sus pesados
BTL-A4 Ala-Y. Los veteranos cazabombarderos eran adecuados para el reconocimiento y el ataque y por aquel
escuadrón, que era de entrenamiento, había pasado jóvenes y entusiastas pilotados
como Tomer Darpen, Wes Janson o Jek Tono Porkins.
Mientras en la superficie los otros
tres escuadrones hacían lo propio. Uno de ellos estaba formado por nueve vetustos cazas ARC-170, cuyo nombre en
clave era Violeta. Aquellos cazas,
que habían luchado en la Guerra Clon
habían sido profundamente actualizados, eliminando al artillero de cola por un
sistema automático y sustituido toda la electrónica, que los igualaban a otros
más modernos. Aun así ya no había reemplazos para ellos, ni tampoco piezas de
recuesto, por lo que los mecánicos habían empezado a fabricar ellos mismos las
piezas de repuesto, ya que sus grandes motores eran un quebradero de cabeza. Y
como bien indicaba su nombre, los ARC-170 estaban pintados de violeta, con el
símbolo alado de la Alianza en rojo. Al mando del veterano piloto el comandante
Stan
Lean, (1) se había
especializado en misiones de reconocimiento y bombardeo, obteniendo la fama de
sigilosos y mortales dentro de la Alianza, corroborada por varios informes
imperiales.
Junto a estos estaban los cazabombarderos Ala-Y BTL-S3 de dos pilotos del escuadrón Naranja. Liderados por el teniente Mew, un bith con fama de disciplinado líder, que había logrado devolver la
moral tras una emboscada sufrida en su último combate. Iban a ser los primeros
en atacar las instalaciones de la estación de seguimiento y para ello contaban
con varios cazas y pilotos transferidos desde los Ases Amarillos, por lo que
Mew había intensificado los ejercicios previos a la incursión.
El último de los escuadrones estaba
formado por los nuevos y radiantes T-65 Ala-X del escuadrón Rancor.
Recién formado con las unidades salidas de las factorías secretas rebeldes,
tras conseguir los prototipos y planos de fabricación de la factoría de Incom del
planeta Fresia. Y para manejar
aquellos cazas de superioridad espacial se había reunido una docena de los
mejores pilotos de la Alianza. Iban a llegar a Pas’jaso justo después que el
escuadrón Naranja para darles cobertura una vez estos atrajeran la atención de
los enjambres de TIE que protegían
del sistema, siendo los últimos en salir. Cada fase del asalto estaba
sincronizada y todos pilotos aprovecharon aquellas horas de margen en Tierfon
para estudiar el plan de ataque y revisar sus máquinas.
El dug refunfuñaba mientras hacía la revisión final a su caza. Había
repostado y su droide astromecánico
estaba ya colocado detrás de la carlinga realizando las simulaciones de los viajes por el hiperespacio.
– ¿Qué te ocurre Nierval? – le
preguntó Barmich
acercándose a la nave de su compañero. Este le miró con sus ojos amarillos
subido al motor 4L4 y pareció
calmarse. De todos los pilotos del escuadrón, Barmich (2) era el único que podía decirse en el que confiaba. En tierra
era un tipo tranquilo, al igual que a los mandos de su aparato, pero eso no
impedía que fuera un piloto excepcional, metódico y preciso, el único capaz de
seguirlo, por eso le habían asignado como pareja de vuelo. También era el único
que no le mirada con recelo, como preguntando que hacía un dug entre los
pilotos rebeldes.
– He hablado con Lisser sobre nuestro
patrón de ataque – explicó dejando la herramienta con que estaba revisando el
motor.
– Nuestra misión es proteger el
camino a los Naranja – replicó
tranquilo Barmich –. Lo único que tenemos que hacer es impedir que los cazas
TIE se aproximen demasiado a su ruta.
– Pero es un patrón arcaico y previsible,
si los imperiales hacen bien su trabajo, y de vez en cuando suelen hacerlo, nos
podemos encontrar copados mientras nos alejamos de la luna. Y eso es algo que
no me gustaría.
– Si eso ocurre está previsto que nuestras cañoneras nos abran la ruta de
salida y mantendrá a raya a nuestros perseguidores – le recordó paciente.
El dug bufó receloso.
– Ni me ha escuchado – admitió por
fin el motivo de su enojo –. Ni siguiera ha fingido hacerlo. Se ha negado
diciendo que era tarde para hacer cambios. Pero los planes completos nos los
han entregado ayer, me he pasado horas repasándolos.
» Es como cuando le propuse pintar
unas fauces de rancor a nuestros cazas. Lo desdeñó simplemente porque soy un
dug. Dijo: “No somos piratas, sino la élite
de la Alianza para Restaurar la República” – recordó Nierval imitando a su
oficial superior, lo que hizo que Barmich sonriera –. ¿Y eso qué tiene que ver
con demostrar a nuestro enemigo nuestra determinación en vencer? Esos dibujos
elevarán la moral, y harán temblar a esos imperiales cuando los vean.
– Sabes que en eso te apoyé. El
escuadrón se acaba de formar, venimos de unidades distintas, solo hemos podido
entrenar unas pocas semanas. Es normal que Lisser quiera mantenerse fiel al
manual mientras nos adaptamos los unos a los otros. Y no creo que sea xenófogo,
también hay un gossam y una morseerian…
– Lo sé, lo sé. Neklon y Siriel. Por
lo menos Siriel es una buena piloto – le interrumpió Nierval saltando con
agilidad desde lo alto del motor al interior de la cabina. Había tenido que
cambiar la mayoría de los controles, al igual que el asiento, pensado para
especies más humanas que la suya. Allí cogió su traje de vuelo, que también había
tenido que confeccionárselo especialmente para su especie y con su propio
dinero y volvió a saltar a tierra, junto a Barmich –. Solo espero que el
oficial imperial responsable de la defensa del sistema, tenga la misma
imaginación que nuestro Lisser, porque si no, la mitad del escuadrón no
regresará de esta misión.
Planeta imperial
de Pas’jaso
Antaño aquel lugar había sido uno de
los planetas más industrializados del Núcleo Galáctico, muy cerca de la Región de las Colonias. Se decía que una vez su atmósfera había sido transparente y
no la masa grisácea que se veía a través de la carlinga del carguero ligero.
Estaba tan contaminado que no se podía salir al exterior sin máscara y hacía
tiempo que toda su flora y fauna habían desaparecido. Y junto la contaminación,
la decadencia había llegado al sistema desde hacía varios siglos, coincidiendo con
la escasez de los minerales que se nutría su industria. El único motivo por el
que no había sido abandonado y dejado a su suerte, era que se encontraba en
medio de la ruta comercial Perlemiana
que atravesaba la galaxia hasta Coruscant
en el Núcleo Galáctico. Y como puerto galáctico de paso había recuperado cierta
importancia durante la Guerra Clon,
cuando se había establecido en el planeta una base de abastecimiento de la
República que el Imperio había mantenido. Eso había hecho que algunas grandes
empresas aun mantuvieran factorías en funcionamiento, aunque su capital no
podía dejar de ser una megametrópolis en clara decadencia, donde se mezclaban gigantescos
edificios industriales con zonas de viviendas de forma caótica y sin sentido,
muchas de ellas abandonadas y semiruinosas.
Allí es donde el carguero ligero VCX-350 llamado Luz Azul propiedad de Desona Ajel se posó
sobre la pista NK-338 del espacio puerto situado en uno de los barrios
comerciales de la ciudad. Faltaba una hora para que el sol apareciera por
encima de la bruma contaminada que flotaba sobre la capital. Siempre llegaban
antes del amanecer, aprovechando las últimas horas de tranquilidad de la noche,
cuando el turno de guardia de la aduana quería terminar y marcharse a
descansar.
A bordo iba el equipo de tres
infiltradores de la Alianza que el general Cracken había asignado para llevar a cabo la misión. A Ajel le hubiera
gustado que no le acompañaran, pero sabía que este era un oficial competente,
por lo que era sensato seguir sus consejos y no quiso contradecirle. Además se
fiaba de su decisión y conocía al alférez Slonda, un clawdite tranquilo y el silencioso Falan, un weequay con su profundo odio al Imperio, con los que había
trabajado en una misión en Tatooine.
(3) No así la cabo Liana, una especialista
en sabotajes industriales, pero parecía centrada y una profesional. Junto a estos les
acompañaba un hombre bajo y regordete, casi calvo y cuya mirada llena de
aprensión dejaba claro que no era un hombre de acción. Su nombre era Vanowen y
era un técnico civil que tenía que comprar parte de una herramienta que la
alianza necesitaba.
Apagó los motores y se dirigió hacia
la salida de su nave junto con Keegan. El oficial de la aduana apareció poco
después. Su expresión de cansancio indicaba que se había excedido en su turno,
así que no fue muy diligente, observó los documentos y tras comprobar que
estaban en regla autorizó rápidamente el acceso de la tripulación al planeta.
– ¿Cuánto tiempo tienen previsto
permanecer aquí? – preguntó de manera rutinaria, detrás de la máscara
respiratoria que le cubría boca y ojos, sin levantar la mirada del datapad.
– Un par de días a lo sumo –
contestó Keegan.
– ¿Y su tripulación está compuesta
por cuatro humanos, una twi’lek y un weequay? – prosiguió repasando el memorando
de a bordo.
– Así es. Y no tenemos nada que
declarar – respondió Keegan.
– Correcto. Pues bienvenidos a Pas’jaso,
la Perla Azul de la Ruta Perlemariana – indicó sin ningún tipo de convicción
repitiendo la frase publicitaria del planeta que hacía centurias que había
quedado desfasada y les entregó el datapad. Se alejó deseando que pasara rápida
su última hora de trabajo para poder irse a su casa a descansar después del
turno doble que había tenido que hacer. Pero necesitaba los créditos de
aquellas horas extras para la escuela superior de su hija que al permitiría
dejar aquel infecto lugar.
Keegan regresó a bordo del Luz Azul, y mientras esperaban a que
empezara la nueva jornada en el planeta, Desona y Liana se desplazaron hasta
los servicios y tiendas del espacio puerto y alquilaron dos deslizadores. Un
terrestre Arrow-23 de Aratech. Con
sus ocho metros de largo era uno de los modelos civiles más rápidos y podían
llevar 5 pasajeros más piloto y copiloto, por lo que para la misión que tenían
que cumplir era perfecto. Y otro mucho más elegante de Byblos RepulsorDrive, que aunque había visto tiempos mejores, sus
líneas vintage aun mostraban la elegancia de un vehículo de lujo.
Según la documentación aduanera el
motivo de la visita al planeta era la adquisición de varias piezas para
maquinaria pesada descatalogada, que en Pas’jaso aun podían encontrarse. Así
que dejaron a Falan en el Luz Azul,
mientras que Slonda, con apariencia humana para pasar desapercibido y Liana
montaban en el deslizador de lujo y se alejaron del espacio puerto para cumplir
su misión. Mientas que Desola, Keegan y Vanowen se subieron al Arrow-23 y se
internaron en las calles de la capital.
A pesar de ser la primera hora de la
mañana, el sol apenas se notaba entre la bruma verde. Aun así la ciudad estaba
concurrida con vehículos de todo tipo y gente yendo de un lugar a otro, muchos
de ellos ataviados con grandes capuchas para protegerse de la lluvia ácida y
todos ellos con máscaras que cubrían la cara que les permitía respirar aire no
contaminado. En aquella zona cercana al espacio puerto los edificios estaban
ocupados y activos, al contrario de lo que ocurría en la periferia, aun así la
decadencia era visible en muchas fachadas, donde el efecto de la corrosión
hacía mella en el revestimiento exterior.
Hicieron dos paradas en sendas empresas
de compra venta de maquinaria de segunda mano, donde estuvieron comprobando el
material que había para terminar sin encontrar el equipo que necesitaban. El
tercer local en el que entraron era la compañía SuiCom, cuyo cartel indicaba
que se encontraba en liquidación. Al entrar en las desiertas oficinas,
encontraron un hombre sentado en uno de los escritorios, leyendo un datapad que
dejó sobre la mesa. Debía de tener unos sesenta años, con una barba encanecida
de varios días, así como ampollas rojas que dejaban claro que la contaminación
había marcado su rostro. Tenía el pelo largo algo enmarañado, mientras que su
ropa estaba arrugada y ajada. Observó con detenimiento a los tres visitantes,
mirando con cierto menosprecio a Desola, para quedarse mirando finalmente a
Keegan.
– ¿Qué desean? – dijo con desgana.
– Venimos adquirir cierto equipo –
replicó el adquisidor –. Nos envía Mace Windu.
– No conozco a ningún Windu –
replicó el hombre aumentando su recelo en la mirada –. Pero sí a Adi Gallia.
– Entonces también conocerá a Oppo Rancisis – prosiguió Keegan.
– Bienvenidos a Pas’jaso, la Perla
Azul de la Ruta Perlemariana – replicó entonces este con una leve reverencia y sin
disimular su burla en el tono de su voz, haciendo un ademán hacia una puerta al
otro extremo de la estancia –. Pasen por aquí, lo que están buscando les está
esperando.
Se giró y se dirigió a la puerta,
presionó varios botones del panel de control y esta se abrió hidráulicamente,
dando paso a una gran nave industrial. Debía tener varios centenares de metros
de largo y una veintena de alto. Las ventanas estaban cubiertas por la
contaminación ambiental, dando al lugar una luz lúgubre y triste. Estaba en su
mayor parte vacía, a excepción de una docena de contenedores metálicos situados
cerca de la puerta. El hombre se detuvo junto a estos, donde se podía leer el
nombre de la empresa SuiCom en una impresión gastada por el tiempo y el uso.
– Aquí tienen – dijo abriendo uno de
los contenedores –. Una cortadora de precisión embalada y lista para llevarse.
Vanowen miró a los dos adquisidores
interrogativo y cuando Keegan asintió se precipitó hacia los contenedores.
Examinó el contenido de la que habría abierto aquel hombre y luego el resto.
Las abría y con ojo de cirujano observaba la pieza que contenía, asintiendo
para sí y pasando al siguiente. Al terminar se giró hacia sus acompañantes,
tenía una expresión de satisfacción, como aquel que hubiera encontrado la
solución a un crucigrama que se le había resistido durante horas.
– Servirán – dijo al fin.
– Claro que servirá – replicó
suspicaz el hombre de SuiCom –. Nosotros fabricábamos carrocerías para los
aerodeslizadores de Narglatch AirTech,
los más lujosos del mercado antes de las Guerras
Clon. Muchos senadores republicanos tenían esos vehículos.
» Pero ya hace tiempo que nadie
quiere ese tipo de precisión. Espero que ustedes logren darle un buen uso
cortando las planchas para el fuselaje de los Ala-X.
– ¿Cómo puede saber eso? – dijo
desconcertado Vanowen.
– No lo sabía hasta que se lo ha
confirmado usted – replicó Desola.
– Muy inteligente la twi’lek – contestó el hombre rascándose
una de las ampollas de su cara –. Pero su secreto está bien guardado, no se han
de preocupar. La cortadora láser es precisa en 1 micras y decían que podía
cortar hasta el hierro mandaloriano.
Pero siempre pensé que exageraban.
– Enviad esta tarde las cajas a la pista
NK-338 – indicó Keegan.
– Allí estarán.
– Si se las estaban guardando, ¿por
qué hemos tenido que ir a otros dos sitios y perder casi cuatro horas? –
preguntó entonces Vanowen.
– Para no despertar sospechas –
Desola –. Hemos de cubrir nuestra cuartada para que no descubran nuestros
contactos en el planeta.
– La twi’lek vuelve a mostrar su
inteligencia – intervino el hombre con claro desdén.
– ¿Tiene algún problema con mi raza?
– le preguntó desafiante.
– No con la suya. Solo con todos los
alienígenas – respondió este sin amilanarse y esgrimiendo una sonrisa de
soberbia –, desde que la Federación de Comercio asesinó a mis hijos en Aargonar.
Aunque por lo menos les agradezco que no hayan traído consigo ningún maldito droide.
– Basta de discusiones, ahora todos
tenemos el mismo enemigo – intervino Keegan haciendo un sutil ademán de la
mano.
– Basta de discusiones. Ahora
tenemos todos el mismo enemigo – asintió el hombre repitiendo lo que había
dicho el adquisidor con una mirada distraída, como si acaba de acordarse de
algo remoto –. El Imperio tenía que traernos paz y solo ha traído tiranía y
muerte.
» Construye esos cazas y ayudad a
destruir a Palpatine para siempre – dijo dirigiéndose a Vanowen con un tono de
odio que superaba las palabras de desprecio que había tenido cuando habló de
los alienígenas.
– Eso, eso aremos – replicó el
ingeniero de Incom sorprendido por
aquellas revelaciones del anciano.
Cuando salieron de las oficinas de
SuiCom era cerca del mediodía, así que regresaron al Luz Azul para almorzar. La primera parte de la operación ya estaba
casi concluida, solo faltaba que les trajeran la docena de contenedores que
habían examinado. Así que la tarde transcurrió realizando la documentación
aduanera para el transporte de aquel material a una fábrica en una remota
colonia sullustana. Allí se
encontraban los talleres de una pequeña filial de la Corporación SoroSuub cuyos administradores eran afines a la Alianza
en contra de la política afín al Imperio del consejo sullustano. La gestión se alargó varias horas mientras se
completaba la pesada burocracia y se pagaban las tasas de exportación. Todo
debía quedar debidamente registrado para eliminar cualquier indicio de
evidencia que pudiera llevar a la inteligencia imperial tras los seguidores rebeldes
en Pas’jaso.
Antes del anochecer Slonda y Liana
también volvieron al carguero con el resultado de su exploración alrededor de
las instalaciones imperiales del planeta. Y mientras compartían la información
que había recopilado, Keegan salió de la nave y cogiendo el deslizador aéreo
que ellas habían utilizado y se internó de nuevo en la capital.
Sin mucho tráfico en las vías
aéreas, su elegante vehículo se dirigió hacia el barrio financiero y de la
administración planetaria. Allí los rascacielos de acero y cristal aun
mantenían cierto lustre, incluso la contaminación parecía ser menos severa que
en el resto de la capital. Era donde se había refugiado la pequeña élite que gobernaba
aquel mundo, alejados de las zonas yermas y de los edificios abandonados y
ruinosos. Y en el centro de los edificios habían erigido una cúpula de cristal
para crear un lugar para su ocio y diversión, con pequeños jardines de exuberantes
plantas multicolores protegidas tras aquel plexiglás luminoso.
Entró en el garaje de un gran
edificio que era el centro comercial más lujoso del planeta y dejó el
deslizador, dirigiéndose tranquilamente hacia la zona superior, que gracias a
las imágenes holográficas proyectaban en la cúpula de vidrio un cielo limpio,
salpicado de estrellas, donde incluso se podía ver su rocosa y brillante luna. No
se diferenciaba a otros muchos lugares como aquel que existía en miles de
mundos de la galaxia, con tiendas repletas de artículos de lujo y locales donde
degustar lejanos manjares. No podía competir con las zonas recreativas más
exclusivas de Coruscant o Canto Bight, aun así
todos los que estaban bajo la cúpula llevaban sus mejores vestidos y galas. Y
no era para menos, ya que aquella era la primera de las dos noches que
festejaban el Día del Imperio, que
conmemoraba la autoproclamación de Palpatine como Emperador galáctico, el fin de la República y el inicio de la Gran Purga de los jedis. Por eso todos los establecimientos mostraban la
bandera imperial como muestra de lealtad y agradecimiento, Mientras que en las
pantallas se mostraban la repetición constante del discurso, en la gran cámara de convocación, del que
hasta ese momento era el Canciller Supremo
proclamando, acompañada de una gran ovación, el fin de la libertad y el inicio
de la tiranía. Por
eso era el sitio y el lugar perfecto para entrevistarse con una de la persona
que había conocido durante uno de sus viajes a Pas’jaso y que les ayudaría a localizar
lo que la Alianza necesitaba.
Keegan entregó al droide de
recepción del restaurante su abrigo largo que le protegía de la lluvia ácida y
se internó en el salón principal. Llevaba un chaleco negro con los clásicos
dibujos dorados del sistema Iego,
también conocido como de las Mil Lunas, con una camisa de color crema de seda
de Malastare debajo. Era un conjunto
elegante que no desentonaba en aquel local elitista. Nadie le prestó mucha
atención mientras se acercaba a uno de los reservados, donde le esperaba un
hombre de mediana edad, con el pelo cano que le daba un aspecto elegante y
apuesto. Al levantase para estrecharle la mano a Keegan se estiró la túnica de
su uniforme gris oliva, en cuyo pecho lucía los galones rojos y azules de mayor
del ejército imperial.
– Es un placer volverle a ver,
superintendente Lweston – le saludó Keegan con tranquilidad y luego se sentó
frente a su interlocutor.
– ¿Cree que es prudente volver a
citarnos aquí por segunda vez? – indicó este nervioso, aun así lo disimulaba
bien.
– Los lugares públicos son los
mejores sitios para charlar sin que nadie sospeche nada – replicó al tiempo que
llegaba un droide camarero para tomarles nota de lo que iban a beber –. Nadie
sospechará nada de dos amigos cenando.
– Espero que todo esté dispuesto –
dijo después de que les trajeran dos brandis corellianos –. Solo de pensar en alargar esta situación, me revuelve el
estómago.
– Todo saldrá bien. Les sacaremos
del planeta mañana – anunció Keegan esgrimiendo una amplia sonrisa –. La noche
previa al Día del Imperio.
– Perfecto – replicó Lweston
visiblemente aliviado.
– Pero antes, como ya le dije,
necesito que me haga un favor.
– Por supuesto, pero no me dijo que
era exactamente – indicó el oficial volviendo a ponerse cauteloso.
Keegan sacó del bolsillo de su
chaleco una tarjeta de datos y lo
colocó sobre la mesa. Lweston lo miró con recelo.
– Es una lista de material que se
encuentra en sus almacenes. Pero solo
se puede sacar con la autorización del superintendente. De usted.
– Eso, eso es imposible – replicó
Lweston turbado –. Las instalaciones están protegidas por soldados de asalto… tropas de élite. Es muy arriesgado entrar, ya
no le digo salir. Además si se enteraran de que yo he facilitado ese material a
la rebelión…
– Le garantizo que nadie se enterará
de lo que ha hecho. Como le dije, la Alianza le protegerá después de su
deserción.
– No dudo de su palabra pero… es muy
peligroso – insistió Lweston con sus ojos clavados en la tarjeta de datos.
Finalmente subió la mirada hasta cruzarse con la del adquisidor. Sabía que este
le había engañado, pero en el fondo de su corazón ya lo esperaba. Nadie hacía
nada gratis –. De acuerdo, pero antes de ayudarles, quiero ver como mi familia sale
de este planeta y se encuentra a salvo.
– Así será. ¿Pedimos el primer
plato?
Continuará…
Notas de
producción:
(1) Para conocer el
origen del escuadrón Violeta de cazas ARC-170, liderado por el comandante Stan Lean podéis leer el relato El Jedi Perdido: Adquisidores,
publicado en este blog.
(2) Los personajes
de Nierval y Barmich aparecen en el Crossover Star Trek – Star Wars. Y al igual que
otros personajes he aprovechado los relatos del Jedi Perdido para explicar más sobre su paso por la Alianza Rebelde.
(3) La citada misión
en Tatooine se puede leer en el primer rolado del Jedi Perdido: Adquisidores, publicado en este blog.
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