Planeta imperial
Pas’jaso
El vehículo del superintendente
Lweston se detuvo frente a la entrada del recinto de abastecimiento. Era un
área inmensa aledaña al espaciopuerto
de la capital, rodeada de un muro de cinco metros de alto, salpicado de torres
coronadas de turbolásers que
apuntaban, tanto al cielo y como a la superficie. Además toda el área
circundante estaba vigilada constantemente por fortalezas flotantes VAPr A9 y parejas de cuadradas y macizas motos deslizadoras C-PH.
Dos soldados de asalto se acercaron al lujoso vehículo de Lweston y le
pidieron la documentación.
– Estos dos oficiales son amigos
míos, han venido desde Corusant para
ver el funcionamiento de las instalaciones – anunció alargándole también las
identificaciones.
El soldado las observó con
detenimiento. Las imágenes de sus documentos correspondían a los dos tenientes
de la marina que estaban sentados con el responsable administrativo del recinto
y los códigos estándar de las credenciales eran correctos. Y habían sido
anotados en la lista de visitas el día antes, y aunque era normal que el
personal de paso en aquel planeta fiel al Nuevo Orden visitara el recinto, sí le extrañó que lo hicieran precisamente el Día del Imperio. La verdad es que tenía
pocas ganas saber el motivo por aquellos dos individuos querían estar en un
mundo tan apestoso como aquel, fuera el día que fuera. Teniendo en cuenta que
al día siguiente tenía previsto desfilar con su unidad por las contaminadas
calles de la capital para demostrar el Poder del Imperio.
– Feliz día del Imperio. Pasen – indicó lacónico con su voz
metálica, entregando las tarjetas de nuevo a Lweston. Este parecía tranquilo,
pero su pulsación estaba disparada y si no fuera por la inyección anti
transpiración que le había dado Keegan al salir de su casa, tendría la frente y
el uniforme empapado de sudor.
Una hora ante, cuando aún las
estrellas brillaban por encima de la nube tóxica que cubría el planeta, se
había encontrado con el rebelde. Le había dado instrucciones de que no
recogiera nada de su casa, tenía que dejarla como si pensara regresar al día
siguiente, por lo que dejó todos los objetos personales. Tampoco hubiera cogido
mucho, aun así obedeció. Quedaron en el garaje del mismo centro comercial donde
se habían reunido la noche antes. El adquisidor ya vestía el uniforme de
oficial imperial y por extraño que pareciera, el superintendente pensó que le
quedaba bien. Le acompañaba otro hombre uniformado y una mujer, que conducía su
gran deslizador. El segundo oficial
subió a su vehículo, un lujoso deslizador Sandpopper de Lweston y en un instante su rostro se transformó en el del
propio intendente, comprendiendo que en realidad aquel ser era un clawdite con capacidades multiformes.
Él subió al espacioso Arrow-23 y salieron del garaje
internándose en la ciudad. Se detuvieron en una esquina y sin mediar palabra,
tras abrir la puerta del deslizador, subieron tres figuras. La última en entrar
fue Desona que echó una rápida mirada a cada lado de la calle, confirmando que
nadie les había seguido. Antes de ella había subido una mujer alta, cubierta
con una capucha, que llevaba en brazos un bebé, precediéndola un niño también
encapuchado de unos cinco años, que nada más subir al vehículo había abrazado a
Lweston.
Sin perder tiempo se alejaron de la
esquina e instantes después se colocó, junto detrás de él, el otro deslizador
deslizador muy elegante, conducido por Falan.
No tardaron en llegar al espacio
puerto, deteniéndose frente a la pista NK-338. Colocándose de tal manera que
nadie podía ver como descendían las cuatro figuras que subieron al Luz Azul. Cuando Vanowen, que custodiaba
la rampa de acceso, cerró la puerta del carguero ligero, los dos vehículos se
dirigieron al local de alquiler y los devolvieron.
En la nave atravesaron la bodega de
carga, ya ocupada con los contenedores metálicos de SuiCom y subieron al nivel
superior, acomodándose en la estancia común. De alguna manera la tensión se
relajó y por fin Lweston pudo acercarse a la mujer que habían recogido y la
abrazó con ternura. Se había quitado la capucha para mostrar el cráneo con los
característicos cuernos zabrak, y la
melena recogida en una larga trenza.
– Lo hemos conseguido Chara, somos
libres – dijo el oficial imperial con ternura. Miró al bebé que estaba entre
ambos y sonrió –. Y tú hijo mío, crecerás en un lugar donde nadie mire quien es
tu padre o tu madre.
– Hemos de darnos prisa – intervino
Keegan con serenidad.
– Cuando la nave haya despegado –
insistió Lweston.
– ¿Cuándo volveremos a vernos? –
preguntó la mujer con inquietud.
– En unos días se reunirán en un
planeta refugio de la Alianza – respondió Desona con una gran sonrisa para
tranquilizarla.
– Ya están aquí – informó Vanowen
desde la cabina. Poco después Falan y Liana se reunían con ellos.
Keegan y Lweston se miraron y este
último asintió con determinación. Se arrodilló junto al niño y le dijo que
debía de cuidar a su madre y a su hermano, que solo confiaba en él para llevar
a cabo aquella tarea. Este le respondió muy serio que las protegería con su
vida. Después el superintendente le dio un último beso a su amante e hizo lo
mismo a su hijo que esta sostenía. Y salió de la estancia hacia la bodega
inferior.
Cuando Keegan salía detrás de
Lweston, Vanowen le detuvo en la escalera.
– Se lo que van a hacer ahora – le
dijo con rapidez, sabedor de la prisa que tenía el adquisidor y le alargó una tarjeta de datos –. Si hay espacio en
esas naves, esto nos sería de utilidad. A todos.
Keegan lo cogió y asintió.
En la rampa de acceso le esperaba
Lweston y Desona.
– La idea era salir todos juntos –
le recordó la twi’lek antes de que
salieran de la nave –. ¿Cómo pretendes hacerlo sin el Luz Azul?
– Improvisaré – le contestó Keegan
con una media sonrisa.
» Siempre te preocupas por los
demás. Y eso es bueno. Ahora has de marcharte.
Esta asintió y cuando los dos
hombres vestidos con el uniforme imperial y cubiertos de sendos abrigos largos,
se alejaron, los motores del carguero ligero se encendieron. Poco después su
casco, coronado con los tres grandes motores traseros, se perdía en la nube
toxica que cubría la atmósfera de Pas’jaso.
– Es la hora – indicó Keegan y abrió
la marcha hacia el recinto del espacio puerto. Allí estaba Slonda a los mandos
del deslizador de Lweston, que cogió el relevo, dejando al clawdite adquirir
otro rostro humano.
Atravesaron las puertas blindadas
del recinto que flanqueaban el alto muro y se internaron en la instalación
imperial. Rodearon el macizo edificio administrativo, que databa de las Guerras Clon, donde se encontraban los
barracones de la guarnición, un hospital, pistas de aterrizaje en las azoteas
para lanzaderas y patrulleras y otros servicios auxiliares. Tenían sus propias
fuentes de energía independientes, así como generadores de escudos y cañones tuboláser para defenderse.
Tenía cierta elegancia castrense al mantener la arquitectura republicana,
utilizaba por primera vez en Centro de Operaciones de Coruscant y no las grandes cúpulas metálicas de los complejos administrativos que en los
últimos años se habían convertido en el símbolo de la ocupación planetaria.
Justo delante de la entrada, decorada con el símbolo circular del Imperio, había dos grandes hangares
para andadores y repulsores usados
para el mantenimiento de los vehículos acantonados en Pas’ajo. Una vez pasado
los edificios se encontraron con las plataformas elevadas de aterrizaje, así
como los hangares de las lanzaderas de carga, pequeñas naves y los cazas TIE de protección. A su lado
estaba el corazón de la instalación: junto a varias antenas de control de
droides estaba una torre maciza, de color gris, que albergaba la sala de
control de la base de abastecimiento, que se extendía a lo largo de varias
decenas de hectáreas alineadas en hileras de almacenes idénticos. Eran
estructuras alargadas, con los techos retráctiles y en su interior se extendían
enormes estanterías de acero de todos los tamaños, desde cajas que podía cargar
una persona a contenedores enormes que albergaban piezas enteras de naves
espaciales.
Detuvieron el vehículo en el espacio
reservado para el personal frente a la puerta de la torre y se dirigieron a su
interior.
La sala de control estaba situada en
lo alto del edificio, en una estancia redonda y diáfana. Toda la extensión de
las paredes estaba cubiertas por consolas de trabajo rojas y negras, con
pantallas, botoneras y techados. Había dos huecos para sendas ventanas que
daban al exterior, una dominaba la gran extensión de almacenes de la base y la
otra mostraba el otro extremo, con las plataformas de aterrizaje y el resto de
edificios que se alargaban hasta la entrada principal.
– Este es el acceso al ordenador
central – indicó Lweston señalando una de las consolas –. Desde esta otra se
controlan los droides de trabajo y
desde la de al lado se activa o desactiva el escudo para el paso de las
barcazas automáticas de transporte.
– ¿El resto de técnicos no vendrá
hoy? – preguntó Slonda, volviendo a tener su rostro clawdite, desenfundado su pistola blaster y colocándose junto a
la puerta.
– No. He estado haciendo cambios de
turnos y dando días libres de manera aleatoria como me sugirió Keegan – indicó
mirando a este con resentimiento –. Creía que sería para que no supieran cuando
hubiera desertado. Ahora veo que era por otro propósito.
» Todos son malos perdedores de sabacc, y ninguno se soportan entre sí,
así que no se hablan. Nadie se preguntará si el otro está o no de guardia y no
nos molestarán.
Keegan se colocó junto a la consola
y mirando a Lweston le hizo un gesto para que le permitiera acceso. Este
asintió e introdujo los códigos, permitiendo al adquisidor rebelde poder
controlar las operaciones de la base de abastecimiento. Entonces extrajo de su
bolsillo la tarjeta de datos y lo
colocó en la interface informática. Segundos después en la pantalla empezó a
aparecer la lista del equipo que necesitaban, mientras el ordenador iba
asignando las coordenadas de este a lo largo de los edificios de
almacenamiento.
– Mientras carga la lista, accederé
al control de los droides para que empiecen a recopilar el material – indicó
Lweston.
– Su destino son tres naves en
órbita, con el código de identificación AUTR/7647ER – indicó Keegan acercándose
a Lweston –. Tiene que autorizar la entrega del material como prioridad
Alfa-1-C.
De esa manera si alguien en la
guarnición se preguntaba por el tráfico de transportes durante el Día del
Imperio, comprobarían la existencia de una petición de máxima prioridad
procedente de Coruscant que no solían anunciarse y que debían de ejecutarse sin
demora.
– Lo tenía todo previsto – replicó
el desertor imperial, que se preguntó si hubiera aceptado la ayuda si hubiera
conocido los verdaderos planes del adquisidor. Nunca había sido un convencido
del Nuevo Orden, pero tras terminar la universidad alistarse le había parecido
una buena idea para tener un trabajo estable y remunerado. Pero poco a poco se
le habían abierto los ojos sobre la verdadera naturaleza tiránica del régimen
en el que servía. Con el anuncio de su embarazado cuando había decido desertar.
Pero no era un hombre de acción, un simple ingeniero, y convertirse en fugitivo
del gobierno galáctico más poderoso de la historia no era precisamente la mejor
opción si uno no contaba con amigos que protegieran a su familia. Y él no los
tenía. Y entonces había aparecido aquel hombre bien vestido, de elegantes
maneras y que parecía saberlo todo de él. Instintivamente había confiado en él
y cuando le dijo que podía ayudar a llevar a un lugar seguro a su familia,
aceptó. Así podrían dejar todo atrás, y vivir tranquilo con su esposa y sus
hijos. Verles crecer sin el estigma de ser híbridos zabrak y humanos. Pero
lo que parecía la solución a sus problemas, ahora se había convertido en un
robo a gran escala.
Keegan no contestó. Su mirada era
enigmática, como si conociera algo que nadie más supiera. Aun así desprendía
confianza y seguridad. Pero al mismo tiempo no había maldad en ella.
– Es un material considerable, espero
que esas naves sean grandes– replicó el intendente tras acercarse a la consola
de control de tráfico y con su código personal autorizó la operación logística,
leyendo la lista que había introducido el rebelde.
– Tres Super Transportes XI de Kuat
– replicó Keegan. Cada una de aquellas naves contenedores podían llevar 40.000 contenedores estándar con una masa de 25
millones de toneladas métricas, que en poco tiempo estarían repletos de un
sinfín de material que permitiría prepararse un poco mejor a la Alianza Rebelde para los oscuros
tiempos que se aproximaban.
– Ya se ha cargado su lista. Los
droides empezarán a seleccionar los contenedores y a llevarlos hasta las
barcazas.
– ¿Hay previsto para hoy más
movimientos? – preguntó Slonda.
– No. La semana del Día de Imperio,
suele sr muy tranquilo. Hace tres días se pasó un escuadrón de destructores –
explicó Lweston, pensando que la Armada y el Ejército estaban demasiado
ocupados en desfiles y demostraciones de fuerza recordando a la población su
capacidad de destrucción –. Dos clase Imperial, un Immobilizer 418 y dos cruceros Strike con varias fragatas. Recargaron combustible, armamento,
y partieron enseguida. El próximo cargamento está previsto para dentro de dos
días, se han de llevar recambios para una Flota de Astilleros. Pero supongo que
eso nunca sucederá. ¿Verdad?
Keegan y Lweston se miraron a los
ojos, hasta que el superintendente los apartó. Estaba convencido que aquel robo
implicaría la destrucción de la base de Pas’jaso una vez se apoderaran de todo
el equipo que deseaban. Y allí había todo lo que pudieran necesitar: desde torretas pesadas turboláser o miles de torpedos de protones o misiles de impacto de diversos tamaños
con los que estaban armados los destructores de la clase Imperial o los bombarderos TIE. Junto a generadores de escudos navales, pasando por defensas planetarias
como los cañones de iones de
Astilleros Kuat. Pero también había explosivos, armas ligeras y pesadas de
campaña, células de combustible y energía, escudos de pelotón, mochilas propulsoras,
kits médicos, tanques de bacta, con
reservas de aquel líquido capaz de curar heridas y enfermedades. La lista que
había visto permitiría armar a un poderoso ejército. Todo el arsenal del
Imperio ahora se encontraba a merced de los rebeldes y por lo que podía ver en
la pantalla, aquel hombre no escatimaba en lo que estaba robando. Solo el
armamento más moderno y difícil de conseguir estaba siendo seleccionado ya por
los droides de trabajo, extrayendo los contenedores de los estantes de sus
almacenes con sus rayos tractores y colocándolos en las barcazas automáticas. A
él le había dado la misión de crear y supervisar un depósito completamente
automatizado, controlado por un ordenador y gestionado por droides, sin que
nadie interviniera en la gestión y traslado del material. Y lo había hecho a
conciencia, utilizando tecnología de control de los ejércitos droides de la Federación de Comercio. Una manera de ahorrar en personal. Y que ahora servía para que
nadie supiera lo que estaba pasando realmente ocupados en celebrar el Día del
Imperio.
– El proceso de carga tardará… siete
horas – indicó Lweston tras comprobar el cálculo que había hecho el ordenador
de control –. ¿Qué hacemos mientras tanto?
– Esperar a que termine – indicó
Keegan que cogió la tarjeta que le había entregado Vanowen. Lo colocó en un
datapad que tenía y repasó la lista que el ingeniero de Incom había elaborado –. Aumentaremos la lista de la compra.
¿Tienen algo de esto?
Lweston cogió el datapad y leyó la
lista.
– Sobre todo es maquinaria de
mantenimiento y reparaciones. Tenemos la mayor parte, pero repartida en varias
ubicaciones. Si solo quiere esto aumentaría el tiempo de la operación en algo
menos de una hora – contestó sentándose en la consola y accediendo a los bancos
de memoria –. Aunque también podemos enlistar todos los contenedores que tengan
el material, habrá más lo que necesitan, pero tardaremos solo media hora más de
lo previsto. Eso si hay espacio en sus transportes.
– Lo habrá – replicó Keegan, que
empezó a mirar los registros de entradas para ver si encontraba más material
que pudiera ser útil a la Alianza.
– Pues lo añadiremos al listado
original – iba explicando el intendente –. Hice que el sistema permitiera
aumentar las peticiones, los droides se adaptarán con rapidez. Era una manera
de ahorrar tiempo.
Una vez dadas las órdenes ya solo
tenían que esperar a que terminara todo el proceso, que coincidiría con el
ataque al planeta por parte de los cazas rebeldes. Había calculado que su lista ocuparía el noventa por ciento de
las bodegas de los tres transportes cedidos por Tycho Inc. con la intención de
ocuparlo con otro material que le hubiera pasado por alto, como la lista de Vanowen.
Así que el adquisidor empezó a buscar entre la base de datos. Al cabo de un
rato se quedó como hipnotizado viendo las últimas entradas de material a la
base y le señaló a Lweston uno de los registros de la pantalla.
El contenido no aparecía, y los
nombres de su origen y destinos estaban en código, pero había reconocido uno:
Amgine4M. Correspondía a una factoría de la empresa que construía los sistemas
de codificación de más alto nivel del Imperio. Lo conocía porque hacía unos
meses había intentado infructuosamente apoderarse de una de aquellas máquinas y
los libros de códigos en su sede de Fondor.
Pero tener a su alcance una remesa de aquellas máquinas, solo había sido la
chispa que había encendido una visión con la numeración de un contenedor que se
guarda junto al primera. Había sido un instante en que había visto numeración
de un contenedor y sentido un estremecimiento de la Fuerza como hacía mucho tiempo que no sentía. Ahora ya sabía
porque estaba allí, el motivo por el que le había llevado a Pas’jaso era
apoderarse de su contenido.
– ¿Qué es esto?
– Lo ignoro – respondió sin darle
importancia, concentrado aun en el trabajo de añadir el nuevo material a la
lista de embarque –. Son envíos del ubictorado,
del COMPNOR o de la Oficina de Seguridad Imperial,
últimamente también de algo llamado la Iniciativa Tarkin. El acceso a sus contenidos está restringido para mí.
El ubictorado era el siniestro
nombre por el que se conocía la dirección del Servicio de Inteligencia
Imperial: un consejo secreto que respondía ante el Emperador. Estos eran los
encargados de supervisar todas las actividades, formulando estrategias para
cada departamento y presentándoles sus objetivos, coordinando todos sus
esfuerzos con el único fin de servir a la voluntad de Palpatine. El COMPNOR era
la organización creada en los albores del Imperio para la preservación del
Nuevo Orden, en cuyo seno se encontraba la Oficina de Seguridad Imperial u OSI,
la organización que se había extendido por toda la galaxia como herramienta de
persecución, represión y opresión de todo lo que fuera ajeno al deseo del
Emperador. Todo lo que representaban aquellas siglas era maligno y obedecía al Lado Oscuro. Cómo aquella Iniciativa
Tarkin, dedicada al desarrollo de nuevas y terribles armas, que estaba bajo la
dirección de gran lacayo de aquel tirano: el cruel y despiadado Wilhuff Tarkin.
– Añada todo eso a la lista… –
indicó Keegan.
– No puedo hacerlo. No tengo acceso
al contenido de sus envíos o moverlos, ni permiso para entrar al edificio –
explicó Lweston –. Si eso ocurriera por error, saltaría la alarma en sus
oficinas y en unos instantes estaríamos rodeados por un equipo de siniestros
soldados de asalto.
Keegan repasó las entradas y salidas
de todos los envíos que tenían como destino el almacén B47. Los orígenes de los
mismos y sus destinos estaban todos cifrados: Nido, Colmillo, Lava, 3492-N, Templo y así
algunos se repetían constantemente. Pero no era necesario saber de dónde
procedía o a donde iban: lo importante era que el uso constante que se estaba
haciendo de aquel lugar. Dejando claro que los jerarcas imperiales creían que
estos pasarían desaparecidos en un lugar de segunda fila como Pas’jaso. Y lo
habían conseguido porque la Alianza desconocía la importancia de aquel lugar. Pero
que en realidad era un punto logístico por donde pasaba material muy sensible
para el propio Emperador Palpatine:
su nombre en clave personal se repetía varias veces en los últimos meses: Sidious.
– La Iniciativa Tarkin – repitió
Keegan.
– Es una división de investigación
de armas avanzadas. Los códigos de traslado son de alta prioridad del OSI.
Suelen llegar en lanzaderas de carga
en tránsito desde Eadu o Scarif, también hay muchos envíos desde
un lugar llamado Jedha. O por lo
menos eso dicen que cuentan los pilotos mientras repuestan.
– Entonces, ¿cómo se trasladan
cuándo llegan esas lanzaderas? – preguntó Slonda, que seguía la conversación
desde su puesto junto a la puerta.
– Hay droides elevadores específicos
para eso y siempre con supervisión de agentes del departamento correspondiente
y una escolta armada.
En el exterior los droides de
trabajo pasaban de un lugar a otro con los contenedores seleccionados e iban
colocándolos en las barcazas que los transportarían fuera del planeta. Poco a
poco la primera de estas naves partió hacia el espacio para encontrarse con el
primer transporte el Sando Agua, en
cuyo puente la gungan Rohna observaba como llegaban los primeros envíos. No se
consideraba una cobarde, pero tenía que confesarse que la adrenalina corría por
sus venas como el agua caía por las cascadas de Theed y tenía los nervios a flor de piel ya que era la primera vez
que actuaba tan abiertamente contra el Imperio.
El Resplandeciente
La estrella de Pas’jaso se podía
identificar con claridad en el firmamento. Su luz brillaba con mayor intensidad
que el resto del firmamento, como un faro en la noche. Aun así el espacio que
había alrededor de la nave rebelde era oscuro, solitario y frío. Habían salido
del hiperespacio justo en el borde
del sistema, situado sobre el plano del mismo, justo encima de Pas’jaso III, el
que antaño había sido una esfera azul, ahora su atmósfera contaminada lo hacía
parecer parduzco. Claro que a aquella distancia no podían distinguir los
planetas que orbitaban su estrella. Las coordenadas las había calculado por Al-Ger-To,
el criptógrafo cereano asignada por
Cracken. Era joven, apenas un imberbe recién salido de la universidad de
ingeniería, pero cuyo cerebro binario le permitía hacer cálculos infinitamente
más rápido que cualquiera. Según estos la posición en la que se encontraba les
permitiría captar con mayor nitidez las transmisiones de salida y entrada del
sistema.
– ¿Algo interesante? – preguntó Zhan
entrando en la sala de descifrado, situada en la parte frontal de la nave, en
el antiguo salón cápsula. Usado para reuniones diplomáticas, se le había
quietado la mesa redonda que aún conservaba cuando compraron la nave y las
sillas de los costados donde se sentaban los ayudantes de los asistentes, para
ubicar el equipo que tenían. Estos eran varios transmisores utilizados por la Armada Imperial, con los que podían
captar sus comunicaciones. Y junto a estos un descodificador que habían
conseguido gracias a un contacto dentro del gobierno de Mygeeto. Era un modelo algo anticuado, aun así aún se usaba por un
buen número de naves de combate, normalmente de segunda fila, aun así se podía
considerar un modelo estándar. De manera que si tenían suerte y lograban dar
con el código de encriptación, aun podían leer los scandocs y los mensajes
del enemigo.
– Nada – respondió Al-Ger-To con
tono de asqueo –. Solo hemos captado la misma morralla de tránsito de siempre.
– Hasta que no empiece el jaleo, no habrá
nada interesante – comentó Zhan.
– Entonces no falta mucho – indicó
detrás de ellos Seeriu Ajan, que traía varias barritas alimenticias que entregó
al cereano.
– Un par de horas – confirmó Zhan –,
hasta que lleguen los primeros cazas.
En ese momento uno de los botones de
los controles se iluminó por un instante y en la pantalla principal apareció
una pequeña línea de texto.
– ¿Y eso? – preguntó Zhan.
– Una señal automática – contestó
despreocupado Al-Ger-To abriendo el envoltorio de las barritas que engullía con
asiduidad –. Se dirige hacia el planeta cada hora en punto. He intentado
desbloquearla, pero está codificada con una clave operativa de la marina. Con
este equipo tardaría varios días en poder leer un fragmento del mensaje.
–Tienes que aprender mucho de la
eficiencia de la Armada Imperial –
dijo Zhan que se acercó a la pantalla, donde solo aparecía una línea de texto
ilegible. Haciendo que Al-Ger-To a interesarse con lo que estaba ocurriendo.
Desde la puerta Seeriu observaba fijamente al antiguo espía del ubictorado.
» ¿Dices que se emite cada hora? –
preguntó segundos después.
– Sí. Cada hora en punto.
– Es la señal de baliza. Protocolo
de espera estándar en misiones de combate dentro de territorio amigo – explicó
Zhan.
– ¿Qué quieres decir? – preguntó
Seeriu detrás de ellos.
– Que es una trampa – contestó Zhan
con tranquilidad –. Y que hay una fuerza de combate no muy lejos de aquí, a la
espera de que los rebeldes aparezcan para aplastarlos.
– ¿Qué podemos hacer? – preguntó
Al-Ger-To sobresaltado.
– Nada, porque todas nuestras naves
están en el hiperespacio – contestó Seeriu con seriedad, calculando las
diferentes posibilidades que tenían en aquel momento.
» Y no tenemos las frecuencias, ni
los códigos para advertir al primer grupo de cazas.
– ¡Pero tendremos que advertirles! –
insistió el cereano.
– Antes tendríamos que confirmar su
presencia y composición – indicó Zhan –. ¿Puedes localizar el origen de la
señal?
– Creo que sí – indicó este, que se
giró hacia el ordenador y empezó a recuperar la información almacenada. Se
había entretenido unas horas antes en intentar descodificar el mensaje, por lo
que tenía los datos de varias señales almacenados, pero no tardó en alzar la
mirada negando con la cabeza –. Tenemos que triangular su posición, para eso es
necesario que cambiemos nosotros el lugar de recepción. Entonces sería un juego
de niños.
– ¡Hágalo! – ordenó Zhan girándose
hacia Seeriu, pero este ya había salido hacia la cabina del piloto para
introducir los cálculos en la computadora de navegación.
Planeta imperial
Pas’jaso
Las naves contenedores Sando Agua, Behpour y Eleuabad
estaban preparadas para partir, a pesar que el proceso de carga se había
alargado al aumentar el material trasladado desde el depósito logístico. En sus
computadoras de navegación estaban introducidas las coordenadas y los multiplicadores de hiperespacio listos
para saltar al recibir en el momento acordado. Justo con la llegada de los
cazas de la Alianza, aprovechando el más que posible pánico y confusión que
causarían entre las naves en órbita y el movimiento de las fuerza de patrulla
para defender la luna del planeta. En la superficie Keegan miró a sus
compañeros. Lweston estaba aterrado, sabía que el ataque era inminente y
hubiera preferido estar ya lejos de allí. Slonda era un profesional y
permanecía tranquilo. Además conocía a Keegan y confiaba en que le sacaría de
allí. El silencioso adquisidor le daba confianza y le transmitía confianza, era
un hombre templado que parecía saber exactamente qué hacer en todo momento.
– Las últimas barcazas saldrán en
unos minutos – anunció Lweston con cierto alivio. El sol había salido unas
horas antes sobre el brumoso horizonte del planeta y habían ya notado el
aumento de movimiento en la guarnición aledaña, preparando los vehículos y las
tropas para el desfile del Día del Imperio.
– Ahora solo falta que cargue esto –
le dijo Keegan entregándole otra tarjeta de datos al superintendente.
– ¿Un virus? – preguntó el
superintendente, aunque más bien fue una afirmación. Ya no había más tiempo
para incluir más material en los envíos. Había intuido que el destino de la base
era la de ser destruida aquel día. Un bombardeo quirúrgico produciría pocas
víctimas inocentes, aunque estaba seguro que muchos de sus compañeros, algunos
a los que consideraba amigos, morirían. Pero ya no había alternativa. Su suerte
estaba ligada a aquellos rebeldes, y al éxito de su misión. Cogió el disco y lo
introdujo en la ranura.
– Impedirá que los escudos se
activen – respondió el adquisidor.
– Necesitamos una lanzadera para
salir de aquí – dijo entonces Slonda señalando la ventana desde donde se podían
ver los estacionamientos de estas. Ya habían terminado lo que habían venido
hacer, y no era bueno estar cerca de aquel lugar cuando llegaran los cazas ARC-170 del escuadrón Violeta.
– Pero antes hemos de ir al almacén
B47 – anunció Keegan.
– Está usted loco – le increpó
Lweston, que se giró hacia el clawdite, buscando un aliado –. Si hacemos eso
estamos muertos.
Continuará…
Notas de
producción:
(1) La Iniciativa
Tarkin ha sido incorporada con posterioridad, en principio en el almacén B47
estaba reservado para envíos delicados de la Oficina de Seguridad Imperial y el
ubictorado. Este se formó tras caída de la República, con la agrupación de
varias organizaciones de esta: la Organización de Seguridad de la República, el
Departamento de Servicio de Inteligencia del Senado, el consorcio Interestelar
de Inteligencia del Senado y el eufemísticamente llamada Subdivisión de
Adquisiciones Especiales de la Biblioteca de la República. El ubictorado sería
el cuerpo de gobierno de la unificación de todas estas agencias. La eficacia de
su transición y expansión llevó a la creación del COMPNOR y el OSI.
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ResponderEliminarHola Santiago!
ResponderEliminarMe alegro mucho que te guste. Con esta serie de historias quería explorar el universo de Star Wars.
Te recomiendo leer, si no lo has hecho ya claro, el primer relato del Jedi Perdido, así como el Crossover Star Trek – Star Wars y la aventura del USS Spirit.
Un fuerte saludo!
Ll. C. H.