Naboo
Cuando de Lattre llegó al espacio puerto de Theed aun hacía frío
y el sol salía tímidamente por el horizonte mientras las brumas matinales subían
desde los lagos. La nave que le esperaba era la Fugi, que solía usar
Shimura para desplazarse. Un antiguo crucero corelliano con tres motores a popa
y una cápsula en proa de la clase Consular. Oficialmente formaba parte
de la flota comercial de la compañía, en concreto a las destinadas al departamento
de minería, pero viendo ahora las antenas que coronaban el casco, el capitán
supo realmente la función que tenía. Su esposa, Crespo y el doctor Bishop
habían insistido en acompañarle hasta allí. Sabía que Isham hubiera querido
acompañarle, pero debía cuidar de sus otros dos hijos. Mientras que Crespo
además de ser su primer oficial, se había convertido con los años en su amigo y
confidente. En la rampa le esperaba Shimura y Chuket, el wookiee que habían salvado hacía años. Ahora ya no tenían que
disimular. Que ciego había estado todo aquel tiempo, trabajando a sus espaldas,
engañándole, pensó de Lattre.
Antes de partir se despidió de su
esposa con un fuerte abrazo. Luego se dirigió a su primer oficial.
– Inicie los preparativos
para la evacuación por si la situación empeora – le ordenó –. Solo la
tripulación y su familia. Elija usted el lugar donde podamos desaparecer y
prepare la destrucción de todo lo que pueda ser comprometido y no podamos llevarnos.
– Sí
capitán – respondió Crespo.
– Alguien tiene que
acompañarte – le dijo Bishop.
De Lattre se limitó a asentir, sabía
que no iba a impedir que su jefe médico viniera en aquel viaje y tal vez le
necesitara. Luego subió por la rampa, saludando fríamente a su jefe de
seguridad. Poco después la Fugi despegó de Naboo y saltó al hiperespacio rumbo al sistema Tierfon.
La noche antes, tras salir de la
reunión Ken Shimura, se dirigió hacia su casa de Theed. Estaba a las afueras de la ciudad, en una pequeña
urbanización construida para los tripulantes del Spirit. Como muchos
otros tripulantes la añoranza de su hogar y sobre todo su familia, le había
llevado a cometer tal vez la única excentricidad en su vida, ya que se había
hecho construir un pequeño edificio de madera y tejas rojas al estilo tradicional
japonés. Tenía una planta cuadrada, un área de trabajo, un salón para recibir
visitas, un dormitorio, baño y cocina, todo decorado con suma sencillez y
separado por puertas correderas. Siendo el jardín, que tenía un pequeño
estanque, lo que más apreciaba de todo el conjunto y que permitía esconder la casa
de miradas indiscretas. Al llegar activó su comunicador subespacial, imposible de rastrear por la tecnología de
aquella galaxia y segundos después apareció el rostro peludo de un wookiee de
ojos verdes acompañado de un gruñido, no le hacía falta su traductor universal
para entender el saludo de su gigante amigo. Tenían que moverse rápido, le dio
instrucciones a Chuket para que enviara un mensaje hiperespacial a su contacto
con la Alianza Rebelde. Era la
primera vez que les pedía algo, esperaba que estos no se demoraran. Después de
cortar la comunicación organizó el grupo que debía acompañarles y llamó al
espacio puerto para que prepararan su nave para partir a la mañana siguiente.
No pudo dormir aquella noche
mientras preparaba el informe sobre la información y la ayuda que había prestado
aquellos años en la lucha contra el Emperador Palpatine. No le fue difícil ya que había guardado entre sus archivos
personales todos los informes, datos y acciones que había impulsado. Sabía que
algún día llegaría aquel momento, no era tan iluso como para creer que su falta
pasaría desapercibida.
Cuando aún era noche cerrada llegó
espacio puerto. Para su sorpresa Chuket acababa de llegar desde la luna Ohma-D’un en una lanzadera.
Al preguntarle que hacía allí, el wookiee respondió que su lazo de amistad no
solo era con el teniente Shimura, sino con todos los tripulantes del Spirit
que les habían salvado de morir a manos de los trandoshanos y su deber era estar junto al capitán en aquellos
momentos.
– Este gesto te honra a ti y a tu
pueblo – replicó Shimura ceremonioso.
Poco después llegó de Lattre con un
semblante serio. Le acompañaba su esposa, el comandante Crespo y el médico de a
bordo. Hacía muchos años que Shimura conocía a su capitán y siempre le había
respetado, era un buen oficial, un gran líder. Era un hombre honorable, recto y
de sólidas convicciones, sobre el que había caído una gran responsabilidad:
proteger a su tripulación en un lugar desconocido y muy hostil. Al verle
despedirse de su mujer se sintió afligido, había traicionado a un amigo, a su
superior, rompiendo todo por lo que este había luchado. Eso le dolía más que
haber quebrantado el juramento de proteger la Primera Directriz que había pronunciado en San Francisco el día en que se graduó como alférez de la Flota
Estelar. Siempre había tenido la esperanza de no tener que decírselo o que este
lo averiguaría de otro modo. Sabía que lo que hacía era justo, pero eso no
reducía su vergüenza. No de aquella manera tan brusca y envuelto en la captura
de su hijo.
– ¿Ha tenido respuesta de su
contacto de la rebe... de la Alianza? – preguntó de Lattre mientras la rampa se
cerraba detrás de ellos.
– Acabamos de recibir la respuesta
con el lugar de la cita, señor.
El capitán y Bishop se acomodaron en
el comedor mientras la nave se elevaba y partía de Naboo.
– Desobedeció la orden más sagrada
de la Flota Estelar – le dijo cuándo su oficial de seguridad le entró los padds con la información que había
proporcionado aquellos años a la Alianza. Shimura nunca le había visto de
aquella manera, no le había dirigido más que una furtiva mirada al embarcar,
por lo que sabía que estaba dolido en lo personal, que enfadado en lo
profesional.
– La decisión fue tomada como medida
de seguridad, señor. Estamos en medio de una guerra. Creí oportuno acercarnos a
uno de los dos bandos. Ya que al otro también lo habíamos hecho.
– ¿Cree que me gustaba comer con el moff? ¿Escuchar su discurso xenófobo contra los gungans o cualquier raza
alienígena? ¿O sus tediosas historias cuando
era el mejor tirador con pistola blaster
del planeta?
– No señor.
– Mon Dieu! ¡Pues claro que no! Estamos lejos de casa y nunca
regresaremos. Por eso es importante que mantengamos un mínimo de nuestra
naturaleza. Y esa es la Primera Directriz. Y no es precisamente esa por azar,
sino porque nuestra tecnología alteraría de forma radical la estructura económica
de esta galaxia. Y sabe
perfectamente que no tenía alternativa ante Panaka.
– Señor... – empezó a decir Shimura
visiblemente afectado –. Debido a la gravedad de mis actos, pongo a su
disposición mi cargo, como oficial de seguridad del Spirit.
De Lattre se le quedó mirando a los
ojos por primera vez desde que se había enterado de lo que había hecho. Al
igual que todos, Shimura había envejecido desde la primera vez que le viera,
como un prometedor alférez de seguridad. En su profunda mirada había devoción y
un profundo respeto hacia lo que una vez habían significado un uniforme y una
insignia en el pecho. Hacía diecisiete años que conocía a aquel hombre sereno y
serio, al que siempre había calificado como a uno de los seres más honorables
que había conocido y que seguramente conocería. Aunque jamás entendería porque
en pleno siglo XXIV aquel oficial se regía por los códigos éticos del viejo
Japón.
– Cuando la nave esté llegando a
nuestro objetivo avíseme. Ahora, retírese teniente.
Shimura se cuadró y marcialmente se
giró, saliendo de la sala. De Lattre cogió el padd y empezó a leerlo. El
informe era extenso y muy detallado, como no podía ser de otra manera. Empezaba
con la descripción de cómo se habían puesto en contacto con la Alianza a través
de uno de sus adquisidores, un antiguo miembro de la Orden Jedi, con el que habían contactado a través de un wookiee que
Chuket conocía y que era de total confianza. El adquisidor proporcionó la
manera de enviar información directamente al jefe de la Inteligencia rebelde como una fuente fiable y prometió mantener su
origen en secreto. Algo que hasta aquel momento había mantenido. Luego
detallaba las modificaciones que había realizado en varias naves matriculadas
en la corporación que había utilizado como tapadera para sus operaciones y los
procedimientos para mantener su anonimato. Seguidamente estaban el detalle de
los informes que había entregado, era muy larga y De Lattre no podía ocultar su
disgusto. La mayoría no eran muy relevantes, se centraban en sectores alejados
de Naboo, sobre todo de la Región de Expansión, el Borde Interior, y
el Medio, así como los Territorios del Borde Exterior, donde las fuerzas imperiales estaban más dispersas. Pero a
medida que se acercaban a esa fecha los datos enviados eran cada más concretos
e importantes y no solo se centraban en emplazamiento, movimientos de tropas o
suministros, sino datos técnicos de la Armada
y scandocs políticos del COMNORT tras romper algunos de sus
códigos de comunicaciones de alto nivel. Solo con aquellas comunicaciones
Ronin, como Shimura había pedido que le llamaran, era una de las fuentes más
fiables de la Alianza.
Pero Shimura o Ronin se había ido involucrado
casa vez más en las operaciones rebeldes. Había estado con aquella misma nave,
usando el sistema de ocultación klingon
instalado por Hisrak, en Yavin 4
justo después de la
destrucción de la Estrella de la Muerte. Gracias a su invisibilidad había logrado
indicar la posición de las naves imperiales que habían bloqueado el sistema, permitiendo así que los
rebeldes pudieran escapar. Salvando así a los líderes, técnicos, soldados y
gran cantidad de equipo para continuar con la lucha.
Antes de aquello y sin desvelar su
identidad como Ronin, Shimura, Hisrak y otros miembros de la tripulación se
habían puesto en contacto con la célula de la rebelión en Naboo. No solo
proporcionaban ayuda y organización, su colaboración había ido en aumento y
habían proporcionado, a través del adquisidor con quien habían contactado
tiempo atrás, una importante ayuda logística a las fuerza de la Alianza. No
solo habían entregado toneladas de gas tibanna refinado como combustible y munición para el armamento de la flota rebelde, sino habían usado los replicadores para manufacturar y
ensamblar cientos de torpedos de protones para sus cazas de combate.
Además habían puesto a su disposición las instalaciones de los pequeños
astilleros de Elgarik, adquiridos con la intención de aumentar la producción de
los Hangares de Theed, para reparar
y acondicionar algunas de sus naves de combate.
Lo peor era que todo aquello hubiera sido
imposible sin la colaboración de un buen número de miembros de la tripulación,
de gungans y naboosianos que trabajaban para ellos. Todo ello a sus espaldas, ocultado
sus acciones, engañándole y mintiéndole durante años. Aquello era lo más
doloroso, la falsedad en que le habían hecho vivir sus compañeros y amigos.
Personas que habían sido criados en los mismos principios de lealtad y
compañerismo, que habían ido a la Academia de la Flota, compartido las mismas
experiencias, jurado proteger los mismos principios, vivido las mismas
situaciones de peligro, iniciado juntos una nueva vida en aquella galaxia tan
lejana de sus hogares. ¿Cómo podría volver a confiar en ellos si le habían
traicionado de aquella manera tan vil y vergonzosa? ¿Volvería a ser capaz de
impartir órdenes sabiendo que ya las habían infringido de manera tan flagrante,
continuada y consciente? Habían roto su confianza, quebrantado su uniforme. Su
tripulación estaba rota y nada podía volverla a unir.
Flota rebelde
El general Cracken había llegado al Hogar Uno, la nave insignia del almirante Ackbar, seguramente con el informe más importante de toda
su carrera: Palpatine estaba
supervisando la última fase de construcción de su monstruoso ingenio: la
segunda Estrella de la Muerte. Airen Cracken se caracterizaba por ser
un hombre escéptico, pero Mon Mothma
tenía razón: aquel había sido un gran error del Emperador, si el plan de Ackbar
y Madine tenía éxito acabarían por
una vez y para siempre con el Imperio
en la batalla de Endor. O
convertirse en la tumba definitiva a la Alianza.
Poco después recibió una curiosa
comunicación de una de sus mejores fuentes.
Todo había empezado varios años
antes de la batalla de Yavin cuando
Keegan, uno de los adquisidores de mayor confianza de Bail Organa y capaz de conseguir prácticamente cualquier cosa, por
difícil que fuera, le había puesto en contacto con un posible agente externo.
Estos normalmente no gozaban de la confianza necesaria de la Inteligencia de la Alianza, ya que eran
muy poco fiables y normalmente se trataban de engaños imperiales del OSI o el Ubictorado. Pero con el tiempo había aprendido a confiar en Keegan,
uno de aquellos hombres extraordinarios sin los cuales la rebelión no hubiera
sido capaz de fraguarse. Este había dado la palabra de no revelar su identidad
a Ronin, como se quería llamar
aquella fuente, quien se definía como un creyente en la libertad que no podía
permanecer cruzado de brazos ante la tiranía del Imperio Galáctico. Al principio sus informes eran descodificaciones
de comunicaciones de medio y alto rango de los territorios exteriores, scandocs de movimientos de tropas y
suministros: todos ellos habían sido fiables. Incluso algunos habían hecho
posible la captura de convoyes enteros de suministros o advertir alguna
emboscada enemiga. Pero poco a poco el nivel de importancia de sus informes fue
aumentando al facilitar planes estratégicos del Borde Interior y las Colonias,
incluso había enviado las actas de varias sesiones secretas del Senado. Aunque fue
justo después de la destrucción de la primera Estrella de la Muerte cuando
Ronin les habían proporcionado la ayuda directa más importante. Con las
rutas de huida del planeta bloqueadas por la imponente escuadra enemiga, parecía que la primera gran victoria de la
Alianza iba a convertirse también en su última batalla. Pero gracias a los
datos concretos facilitados de su despliegue había hecho posible que la mayor
parte de los miembros de la Alianza escaparan ilesos. ¿Cómo lo había hecho? Era
una incógnita que siempre le había fascinado.
Pero ahora, después de años de
incógnitas alrededor de Ronin, este solicitaba información: la posible
localización de un piloto rebelde capturado en el sector Neshig. (1) Consultó los últimos informes y enseguida
localizó el reporte del comandante Bul Edgar sobre la emboscada sufrida, los
datos del piloto y donde podía estar retenido. No se lo pensó dos veces y le
indicó que debían verse en un lugar seguro: la base de Tierfon. Para su satisfacción, su misterioso agente aceptó.
Cracken se disculpó ante Mon Mothma y partió a bordo de una nave de enlace: un veterano Ala-Y de dos plazas.
Puesto avanzado de Tierfon
La cúpula de la cabina se abrió
cuando el caza correo se posó sobre la caverna de la base Tierfon, habían transcurrido apenas dos días desde la
emboscada.
– Soy el mayor Speria, comandante de
esta base – saludó un joven oficial que tenía una gran cicatriz en la mejilla
derecha. A su lado estaba el comandante Edgar.
– Quiero hablar con ustedes, en
privado – se limitó a decir Cracken tras descender del caza que le había
llevado hasta allí.
– Por aquí general – indicó Speria
que le condujo por el hangar hacia el centro de mando, cruzando la línea de Ala-X que los técnicos estaban acabando
de poner a punto. Todos: pilotos, técnicos y soldados les observaban con
curiosidad, la noticia de la llegada del jefe de la Inteligencia no había podido ocultar en un lugar tan pequeño como
aquel, que tenía una dotación de 160 personas. Pasaron junto al centro de mando,
que tenía consolas de trabajo, un proyector holográfico y pantallas de cristal tácticas como en otras muchas otras
bases. Allí también todos detuvieron su actividad para ver pasar a los tres
oficiales que se encerraron en la sala de computadoras.
» Siento no poder ofrecerle otro
sitio general, pero esta es una base pequeña y este es el lugar más privado.
– No se preocupe mayor. He estado en
lugares que no tienen ni este lujo. Bien, quiero que me hablen de uno de sus
pilotos: el teniente Kanuu Delatre.
Speria y Edgar se miraron
sorprendidos: ¿qué querría Cracken de uno de sus hombres?
– Es… era un buen piloto – respondió
Edgar –. Sensato, valiente e inteligente. El destructor que nos emboscó surgió
del hiperespacio justo detrás de él,
no pudo hacer nada para...
– Sí, he leído su informe. ¿Pero qué
saben de él?
– Se alistó como piloto hace casi dos
años procede de Naboo. Formaba parte
de un grupo de jóvenes que desertaron de las fuerzas reales del planeta – empezó a explicar el líder del escuadrón
de caza, cada vez más inquieto –. Todos ellos pasaron las comprobaciones de
seguridad. Sabe trabajar en equipo y es un buen líder. No sé qué más decirle.
– Dice que procede de Naboo... y se
alistó en grupo ¿tiene amigos?
– Siempre ha tenido una mayor
relación con otros dos que vinieron con él: el teniente Satek y el ingeniero
Ardern – contestó Edgar –. Jamás había conocido dos alienígenas de sus
especies. No quiero parecer paranoico, pero ahora que lo menciona siempre me
han parecido extraños. Pero no dudo ni lo más mínimo de su lealtad, me han
salvado la vida más de una vez, señor.
– Quiero hablar con ellos – indicó
Cracken.
Minutos después estaban reunidos en
la sala común. Los dos alienígenas estaban sentados en una mesa: Ardern de piel
azul parecía nervioso. Satek de orejas puntiagudas estaba sereno, impertérrito,
frío como el hielo de Hoth, pensó
Cracken. Al observarlos entendió lo que quería decir con “extraños”. En todas
las puertas Speria había colocado soldados armados, eso no le gustó al jefe de
la inteligencia, pero su presencia y sus preguntas, junto a la emboscada,
habrían hecho saltar las alarmas en la pequeña base. La teniente Shane,
responsable de la seguridad, se le acercó y le entró varios objetos.
– Estaban escondidos entre sus
pertenencias personales.
Uno era una pequeña computadora que
le cabía en una mano. Al abrirla la pantalla se encendió, parecía un escáner
muy sofisticado, todas las inscripciones estaban en un alfabeto que jamás había
visto. El otro aparato era más grande, con dos bobinas redondas en los extremos
y una parte central que las unía.
Cracken siempre había sido un gran
observador y eso le había hecho ser un experto en el comportamiento de enemigos
y aliados. En aquella sala se respiraba tensión, no tanto por parte de Ardern
que estaba nervioso o sobre todo Satek, sino por el resto de oficiales y
soldados rebeldes que en aquel momento les creían unos traidores. Con calma se
acercó a la mesa donde estaban sentados los dos jóvenes y colocó los dos aparatos
sobre esta.
– Siento haber tenido que registrar
sus taquillas.
– Debía de investigarnos, no es
lógico disculparse – replicó Satek alzando una ceja. Su amigo azul pareció
tranquilizarse ante la disculpa, aun así su mirada no podía ocultar su
preocupación.
– Su superior me ha dicho que es un amante de la lógica.
– Más bien la necesito para
sobrevivir, general.
– ¿Para qué sirven? – preguntó
señalando los dos objetos cambiando de tema. No había entendido la respuesta, aunque
comprendió el comentario de Edgar sobre su capacidad de sacarle de sus
casillas. Además aquello no era lo importante en aquel momento.
– Ese es un tricorder, un escáner compacto. Lo otro es una antena subespacial, para enviar mensajes
cortos.
– ¿Subespacio? He oído teorías sobre
eso, pero es muy arcaico.
– Pero seguro – fue la escueta respuesta
de Satek.
– Somos leales a la Alianza –
intervino entonces Ardern –. Solo queremos luchar contra el Imperio y derrotarlo.
– De eso no tengo ninguna duda hijo
– replicó Cracken con calma.
– ¿Y los guardias armados? – preguntó
suspicaz Satek.
– Tiene razón – replicó el general
que se giró e hizo un ademán para que se retiraran. Estos miraron hacia Speria
que contrariado confirmó la orden –. Compréndales, están desconcertados.
– Así es. Pero no han de temer nada
– puntualizó Satek –. Y si usted está aquí, general Cracken, la lógica me lleva
a deducir que pronto tendremos compañía.
– Ronin.
– Yo le advertí de la captura de
Kanuu. Lo que sabe no puede caer en manos de nuestro despiadado adversario. Y
aunque sé que al comandante Edgar y al mayor Speria les gustaría asaltar el
lugar donde estará retenido, no tienen efectivos suficientes. Además, justo
antes de su llegada nos han informado que hemos de partir hacia Sullust con todo lo que queda del escuadrón.
– Así es teniente Satek, la batalla
más decisiva está a punto de librarse.
– Señor, la comunicación que estaba
esperando – anunció en ese un técnico procedente del centro de mando.
– Acompáñenme – dijo Cracken y los
tres se salieron de la sala común, seguidos por Speria y Edgar, que no
entendían nada de lo que estaba sucediendo.
¿Ardern y Satek eran espías o no?
Se colocaron frente al proyector
holográfico y al activarlo apareció una imagen tridimensional de un rostro de
un hombre firme y de mirada serena, pensó Cracken. No había imaginado a Ronin
de aquella manera.
– Soy el capitán Jaques de Lattre de
Tassigny.
– Yo soy el general Airen Cracken de
la Alianza Rebelde, es un honor poder conocer al fin a Ronin.
– Se equivoca de hombre, general –
respondió cortante –. Será mejor que hablemos en persona.
– Conoce la localización de nuestro puesto
avanzado. Puede tomar tierra en la parte posterior de las instalaciones.
El rostro de de Lattre desapareció.
Cracken estaba desconcertado. El padre del piloto capturado estaba allí, pero
no era Ronin y la actitud que tenía
era más cercana al enfado, que a la ansiedad por rescatar a su hijo. Además se
había identificado como capitán, un rango militar. El rebelde no pudo reprimir
una sonrisa, todo aquel asunto se estaba poniendo cada vez más interesante.
– ¿Ha dado nuestra posición? – ladró
Speria sorprendido e irritado.
– Así es. Mayor, la localización de
este lugar está tan segura como antes, ya que se la proporcioné a uno de las
fuentes más valiosas que la Alianza ha tenido durante estos últimos años. Usted
estuvo en Yavin, sin ese hombre no
hubiéramos podido evacuar ni a la mitad de la gente que pudo pasar el bloqueo
tras la destrucción de la Estrella de la Muerte. Y así podría
decirle un centenar más de situaciones en las que nos proporcionó información
vital. Estoy aquí para conocerle al fin o eso creía. Aunque parece que acabamos
de conocer al padre de uno de nuestros pilotos. Les puedo dar mi palabra que la
lealtad de Satek y Ardern está fuera de toda duda.
– Detectamos una nave entrando en el
perímetro defensivo – informó uno de los técnicos y segundos después apareció
la proyección holográfica de un antiguo crucero diplomático corelliano aproximándose a los riscos donde se había
construido la base.
De Lattre apagó la pantalla y dejó
que la alférez Meets pilotara el Fugi hacia el puesto avanzado rebelde. Atravesaron
la capa de nubes hasta un gran valle que terminaba en un abrupto acantilado,
por encima de esta podía verse las defensas y las torres de control que habían
construido en aquel remoto lugar. Poco después tomaron tierra junto a una alta torre
de observación y la entrada de un bunker en la parte trasera de la base, donde
le esperaba Cracken y otros oficiales, además de Satek y Ardern. De la nave corelliana
descendió Shimura, Chucket, Bishop y de Lattre.
– Bienvenidos a Tierfon – les saludó
Cracken.
– Gracias, general. Le presento a mi
jefe de seguridad, Ken Shimura. Al que conoce como Ronin. El doctor
Bishop y este es Chucket, un buen amigo.
A lo que el wookiee replicó con un gruñido afirmado aquello.
– Sean todos bienvenidos. También a
Chucket de cuyo pueblo solo tengo palabras de respeto y admiración – contestó
Cracken que hizo las presentaciones con la oficialidad de la alianza.
– Larga y próspera vida Satek – le
saludó entonces de Lattre alzando la mano y saludando al estilo tradicional vulcano –. Te traigo recuerdos de tu
madre.
– Larga y próspera vida a usted. Le
agradezco su mensaje y cuando vuelva a verla dígale que estoy bien y satisfecho
de luchar por nuestros principios.
– Me alegro de verte Ardern – le
dijo al boliano estrechándole la
mano con fuerza y afecto. Además de ser un gran amigo de su hijo desde la
infancia, les unía los difíciles momentos que habían pasado años atrás. Era el
único de los niños de la Spirit que
había quedado huérfano en el accidente y siempre había intentado compensar
aquel hecho, procurando hacerle de padre o por lo menos ser alguien con el que
podía contar siempre que lo necesitara.
– También me alegro de verle,
capitán – replicó el boliano –. Lamento lo de Kanuu.
– ¿Entramos dentro? – sugirió Speria
y poco después se encontraban de nuevo en el centro de control de la base
subterránea.
– Bien, estoy aquí para rescatar a
mi hijo – dijo de Lattre sin rodeos –. Lo que desearía es saber dónde pueden
retenerle.
– Yo soy su oficial al mando –
replicó Edgar –. Antes de nada me gustaría decirle que es un gran piloto. Una
vez me dijo que lo había aprendido todo de usted. Me alegra conocerle al fin,
aunque sea en estas circunstancias.
– Gracias, comandante. Kanuu pudo
enviarme hace unos meses una carta donde hablaba muy bien de usted, se alegraba
de tener un oficial competente y que cuidaba de su gente. Ahora si me disculpa,
me gustaría centrarme en el rescate.
– Por supuesto – respondió
respetuoso. Él también era padre, sus dos hijas estaban con su madre, en uno de
los mundos refugio de la Alianza. Y
la mayor, toda una señorita, ya le escribía diciéndole que quería ser piloto
como él. Mientras que el hombre que tenía delante se había identificado como un
oficial y la seguridad que desplegaba su postura y semblante lo demostraban,
aun así no podía imaginar por el calvario que debía de estar pasando. Él mismo
luchaba para que sus hijas estuvieran a salvo de la tiranía del Imperio.
– Sabemos que la nave que nos atacó
tiene su base en Corvanni IV,
situado en el sector Neshig – explicó Speria mientras en el
proyector holográfico aparecía las imágenes del sistema y sus diferentes
características –. Es una base de importancia media/alta de la Armada Imperial y del OSI en los sectores del Borde Interior y está muy bien
fortificada. Además del puerto y las estaciones orbitales armadas, los centros
urbanos están protegidos por escudos deflectores
y cañones turboláser planetarios. Además
Neshig cuenta con varios cuarteles de tropas de asalto y del ejército regular. La protección del sistema está a cargo de
varias naves menores, como el destructor Venator
que nos interceptó. Pero está cerca de otras bases, los refuerzos no tardarían
en llegar si se produjera un ataque.
» Según los informes que tenemos el centro de
inteligencia, donde suponemos que estará su hijo, está en una de las
instalaciones a las afueras de la capital. Es una guarnición estándar IM-455:
con su perímetro electrificado y la monstruosa estructura blindada en el
centro.
» Descartaría un ataque frontal:
necesitaríamos media Flota de la Alianza
para hacerlo. ¿Qué sugiere?
De Lattre no tenía ninguna intención
de un enfrentamiento directo, el sigilo era lo único que les protegía y así
debía de seguir. También se había dado cuenta que los oficiales rebeldes habían
hecho sus deberes y conocían bien el objetivo. Además había hablado el
responsable de la base, no el jefe de la inteligencia, así que este se guardaba
alguna información para más adelante.
– ¿Shimura? – preguntó de Lattre
tras una pausa con un tono frío.
– Los bloques de detención están en
los niveles del uno al cinco y el personal de inteligencia no suele superar los
cincuenta miembros. Pero Corvanni IV es el cuartel general del moff del sector, seguramente en este caso
habrá unos cien o ciento cincuenta oficiales y técnicos. Y las tropas estarán
entrenadas para evitar asaltos de comando. La valoración del comandante Edgar
es correcta: la Alianza necesitaría varios cruceros calamari y la mitad de las tropas especiales del general Madine
para asaltar el lugar.
» Lo más difícil será desactivar el escudo del perímetro exterior.
El resto entrar y salir.
Chucket entonces lanzó un gruñido
advirtiendo un detalle en la operación.
– Sí, tienes razón, tendremos que
destruir cualquier registro que hayan dejado.
– ¿Entrar, salir? Estamos hablando
de una auténtica fortaleza – dijo sorprendido Edgar, que hubiera dado lo
que fuera para rescatar a sus dos pilotos capturados –. ¿Cómo piensan entrar? ¿No creerán que se
quedarán con las manos cruzadas mientras rescatan a los prisioneros? Han de
atravesar el perímetro desde la valla exterior, donde hay patrullas de andadores ST, motos deslizadoras y los cazas TIE que constantemente están patrullando el área. Estuve en el asalto a la
guarnición de Danier: fue una carnicería y contábamos entonces con un regimiento
entero de buenos soldados, artillería de campaña y cazas de apoyo.
– Esto no es una operación de la
Alianza Rebelde – intervino entonces de Lattre categórico –. Nosotros nos
ocuparemos de rescatar de todos los que estén en esa prisión infernal. Solo le
pedí al general Cracken información sobre el paradero de mi hijo, a cambio de
los servicios proporcionados por mi oficial de seguridad durante los últimos
años. Del resto no se han de preocupar.
– ¿Y tienen a una flota con un
ejército allí fuera esperándoles? – le increpó Speria, más por el desconcierto
y la frustración, que por enfado.
– Por favor, caballeros, no nos
alteremos. No olvidemos que todos tenemos el mismo enemigo – intervino Cracken
para calmar la situación que empezaba a tornarse demasiado tensa. Luego se giró
hacia de Lattre –. Le hemos facilitado lo que nos pidió, pero también estoy
dispuesto a facilitarle cualquier ayuda adicional que necesite. Los datos
proceden de nuestra célula en Corvanni, que puede proporcionarle el apoyo logístico
que puedan necesitar: hacer un reconocimiento del área, o confirmar algún cambio
que se haya producido, ya que la información tiene algunos meses de antigüedad.
– No será necesario, general. Aunque
le agradezco su ofrecimiento – contestó de Lattre cortes, pero tajante.
– Siempre estuvimos en deuda con
usted y con su jefe de seguridad. Además nos encontramos en el punto de
inflexión de esta Guerra Civil, y en
unos pocos días tal vez la lucha haya cambiado definitivamente de tornas.
Entonces podríamos proporcionar toda la ayuda que necesite. Tan solo desearía
que esta amistad se prolongue más allá del día de hoy.
– Eso no creo que sea posible –
contestó de Lattre –. Desearía poder decir otra cosa, pero no podrá ser
general. Mi subordinado desobedeció una orden directa y rompió el mismo
compromiso que yo hice hace tiempo. Le deseo toda la suerte en su lucha contra
el Imperio.
Chucket lanzó un gruñido de
protesta. De Lattre se giró lentamente hacia el gigantesco wookiee y esgrimió
una sonrisa tranquilizadora.
– Hice un juramento, tan fuerte como
tu deuda de vida. Sé que de todos,
tú lo entiendes mejor que nadie. He de cumplir mi obligación y dar mi vida por
si fuera necesario.
Este lanzó un refunfuño de
resignación.
– Señores les agradezco la ayuda
facilitada – dijo de Lattre volviéndose hacia los oficiales de la Alianza –. Me
pondré en contacto con usted para indicarle donde están los prisioneros que
hayamos podido liberar. Esa será la última comunicación de Ronin,
general.
– ¿Y su hijo? – preguntó Edgar.
– Seguirá su camino, como hizo hace
dos años. Es un buen piloto y le conozco bien, espero que la Alianza vuelva a
admitirlo entre sus filas.
– Se lo garantizo – respondió Edgar
–. No comprendo muy bien lo que ha sucedido hoy aquí, ni entiendo muchas cosas,
pero lamento que no pueda unirse en nuestra lucha. Conociendo a su hijo, sé que
usted y su gente serían grandes aliados. Que la Fuerza le acompañe en el rescate
de Kenuu. Y espero que pronto vuelva a volar a mi lado.
– Comandante Edgar, de eso no tenga
ninguna duda. Mayor, General.
Dicho lo cual de Lattre salió de la
sala de control, seguido del wookiee, el doctor Bishop y de Shimura, que antes
estrechó la mano de Cracken. Cuando los visitantes cogieron los elevadores para
subir a la superficie, Airen extendió su palma y contempló el chip de
información que Ronin le había
entregado. Fascinante, pensó el
general.
Cracken permaneció en la sala de
control mientras la nave de Ronin y el
resto de su grupo despegada de Tierfon. Y aprovechó para acceder a los datos
que contenía el chip que le había entregado, leyendo la transcripción de una
orden general de la Armada Imperial,
coordinando la retirada de gran número de destructores estelares de todos los sectores. Desgraciadamente no indicaba su destino.
Si esa información era importante o no, solo la historia lo diría, ya que en
aquel momento la suerte ya estaba hecha en Endor. ¡Que los dados vuelen altos!, pensó el general rebelde.
Cuando Speria y el resto de los
oficiales, que habían acompañado a de Lattre y su gente, regresaron de la
superficie, les entregó a Satek y Ardern los dos objetos que habían encontrado
entre sus pertenencias, luego les indicó que podían volver a sus respectivos
deberes, en voz alta, con claridad para que fuera escuchado por todos los presentes
y no hubiera confusiones. Por lo poco que conocía al responsable de aquella
base y al jefe del escuadrón Naranja, sabía que estos no iban a tratar a
aquellos dos jóvenes de manera diferente a lo que lo había hecho hasta
entonces.
Luego pensó en la reunión que acaba
de celebrar con Ronin y su superior. Quedaba claro que formaban parte de
un grupo bien definido, con clara jerarquía y estructura. Se habían
identificado como capitán, oficial de seguridad y médico de a bordo, por lo que
eran la tripulación de una nave. ¿Tal vez formaría parte de una organización mayor?
Por lo que había entendido entre líneas tenían un juramento que Shimura había roto
al ponerse en contacto con ellos sin que su oficial superior lo supiera. Si eso
era así este les impediría interferir de alguna manera con lo que estaba
sucediendo en la galaxia. Por otro lado sus hijos no estaban ligados a aquel
juramento y su espíritu de justicia y libertad les había empujado a unirse a la
Alianza. Y como podía demostrar las acciones de Shimura, parte de los padres
empezaban a no ser indiferentes frente a la tiranía de Palpatine y habían empezado
a quebrantar sus propias leyes.
¿Podrían proceder de un lugar
lejano, fuera de los límites explorados de la galaxia? Tal vez de un lugar no
muy distinto a la antigua República: diferentes especies trabajando unidas con
un gobierno democrático. ¿Si no por qué iban a ser los wookies sus aliados y
amigos?
No podía permitir que la Alianza
perdiera a unos aliados tan valiosos. Fueran quienes fueran. Cuando concluyera
la decisiva batalla que estaba a punto de librarse en Endor se dirigiría a
Naboo. Se pondría en contacto con la célula del planeta e intentaría conocer
más cosas sobre aquellos extraordinarios individuos y de esa manera convencer a
aquel capitán de que prosiguiera con su lucha junto a la Alianza Rebelde.
El Fugi
Corvanni IV
había sido colonizado hacía siglos por habitantes del núcleo y se había
desarrollado entre una mezcla de ciudades modernas, con rascacielos de cristal
y acero con zonas rurales de granjas y campos de cultivos. En la capital, Ciudad Gandalom, se
concentraban las grandes industrias tecnológicas, como Gandalom Paramedicinales Inc. dedicada al desarrollo e
investigación de medicamentos. Como el planeta estaba situado entre el Bordo Interior y las Colonias, el comercio era muy intenso y
el planeta era un lugar próspero y bullicioso, aun así cuando el Fugi
salió del hiperespacio, lejos de las
rutas habituales de comercio e instantes después se activó su sistema de ocultación. Con unos equipos
antiguos, de la época de las Guerras Clon, su parrilla de sensores apenas había notado un objeto saliendo al
espacio normal, por lo que no habían sido identificados. Se aproximaron al
planeta y se colocaban en órbita escaneando la guarnición donde estaría preso
el hijo del capitán
Los resultados los transmitieron
directamente al salón principal donde se encontraba de Lattre, Shimura, el
equipo de asalto que había seleccionado el jefe de seguridad antes de partir de
Naboo, el doctor Bishop y Chuket.
Sobre la mesa redonda apareció la
imagen holográfica de la guarnición imperial estándar. Una estructura hexagonal gris oscura, erizada con torres turboláser y coronadas por los
tres toboganes de lanzamiento de cazas TIE.
– Cracken nos ha facilitado datos
muy precisos de las defensas y el despliegue imperial en el sistema. Según la
Alianza esta es la instalación donde el OSI
lleva a todos los rebeldes capturados en el sector para su procesamiento – puntualizó
Shimura con apreciable desprecio en su voz –. El bloque de detención está
situado en la parte trasera de la estructura de la base y va desde el nivel
uno, al cinco – el holograma mostró los planos de dicha sección –. El nivel
tres tiene acceso directo a la plataforma
de aterrizaje y al hangar de AT-AT’s,
en este mismo piso también se encuentran los despachos de los interrogadores.
El generador principal que alimenta las pantallas deflectoras se encuentra en
el subsuelo, junto a los sistemas ambientales.
» El plan es transportar a dos
hombres a los sótanos en el momento en que bajen los escudos para sabotear el
soporte vital, introduciendo un potente gas somnífero en las áreas del OSI. Al
mismo tiempo desactivaremos el generador principal dejándoles sin escudos,
permitiendo transportar a todos los
presos al Diosa Lunar, que tardará una hora en llegar. Al mismo tiempo
materializaremos cargas explosivos en diversas zonas para crear distracciones
en todo su perímetro que disperse sus recursos y evite que nos detecten. Una
vez logremos sacar a todos los prisioneros, una potente carga de ultritium colocada junto al generador
destruiría la guarnición por completo.
– Hemos de saber si Kennu ha...
dicho algo durante los interrogatorios – indicó de Lattre, a lo que Chuket
agregó un gruñido –. Muy bien, si así lo deseas, vendrás conmigo.
– Señor he de protestar – intervino
Shimura –. La normativa...
– ¿Usted me habla de normativas? –
le interrumpió de Lattre bruscamente y se giró hacia el resto de sus
subordinados –. Teniente Benzarrouk usted se encargará de transportarse a los
sótanos con el alférez Nalak. Cuando coloquen los explosivos regresarán al Fugi
donde el teniente Shimura coordinará toda la operación. Mientras tanto el
teniente Kinapk junto a Chuket y yo lo haremos en el bloque de detención. Si
encontramos resistencia volverán a transportarse para apoyarnos.
Al poco de llegar el Diosa Lunar
se desactivó la pantalla deflectora principal de la guarnición para permitir
que una pareja de cazas TIE
saliera de patrullar, ocasión que utilizaron para transportar a Benzarrouk y a
Nalak a los sótanos. Ambos apenas podían en la oscuridad y menos oír debido al
ruido que producía toda la maquinaria, aun así no les fue difícil acceder a los
controles ambientales e introducir el gas en los conductos. Para que los
sistemas de seguridad no saltaran antes accedieron al ordenador a través de un tricorder modificado para simular el
lenguaje de los sistemas informáticos e impidieron cualquier bloqueo automático. Todo dependía de no ser detectados.
Notas de producción:
(1) Originalmente el sector mencionado era Narter,
pero tras ubicar el puesto avanzado de Tierfon durante la confección de su
ficha, decidí buscar otro lugar que hubiera sido mencionado en la saga. Se ha
cambiado en la primera entrega del USS Spirit
la ubicación.
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