jueves, 19 de diciembre de 2019

El Jedi Perdido - En la oscuridad 10

Base rebelde de Klovan


Atravesaron la atmósfera y se dirigieron hacia la factoría de los cazas Ala-B rebelde. Había sido construida entre los cañones que se extendían más allá de las planicies al este del continente principal, en lo que había sido una antigua mina. En una zona alejada para evitar miradas indiscretas. Durante el descenso no fueron molestados por las fuerzas imperiales, a pesar de encontrarse con varios convoyes con tropas de invasión. Fuertemente escoltados por TIE, naves de descarga de andadores y de asalto Sentinel, que, tras aterrizar, más allá del perímetro del escudo deflector de la base, habían desplegado poderosos AT-AT, junto a los rápidos AT-ST.
            Aterrizaron en el ocaso del día frente a la entrada del bunker de mando. En la zona la actividad era febril: dos corbetas CR-90 estaban despegando tras subir a bordo los últimos civiles, junto a varios transportes medios Gallofree, y algunos cargueros ligeros, que iban a ser protegidos por un grupo de cazas Ala-D. En los últimos meses Klovan se había convertido en un lugar seguro para muchos refugiados procedentes de los combates del Borde Exterior y de otros planetas donde la persecución se había intensificado contra cualquier disidente conocido, real o imaginario. Además, esta se había vuelto más aleatoria para generar más miedo y acallar cualquier futura sedición. Todos aquellos que se habían sentido a salvo en aquel mundo, ahora querían abandonarlo.
            El comandante de la base se acercó a recibirles. Con él estaba Slonda y algunos de los que habían participado en la incursión a Sucra Dar.
            – Me alegro que haya podido salir de esa estación – le dijo el coronel Noza, a quien había conocido en sus anteriores visitas. Era un hombre afable, que siempre había mantenido la convicción de la derrota del Imperio. Por suerte su crónica desorganización era compensada por su segundo, un organizado klovan que se encontraba a su lado –. Unos minutos más y no nos encuentra, en cuanto parta la última nave nos marchamos hacia la ciudad de Ko’tek. Ya solo quedan los soldados del teniente Slonda.
            – Le honra su decisión de quedarse – le dijo Keegan con sinceridad.
            – Ya soy demasiado viejo para ir correteando por la galaxia – se escusó con una sonrisa, que se truncó ante la noticia que debía darle –. Pero usted ha de marcharse inmediatamente, acaban de informarnos que el Executor ha salido del hiperespacio.
            » Ha ignorado a la fuerza naval del almirante Sesfan. Y se dirige directamente hacia aquí – continuó explicando Noza, que intentaba mantener la calma, pero un cierto tono de alarma se le notaba en su voz. No por ende una de las naves más poderosas y mejor armadas del arsenal imperial se aproximaba a su posición.
            – Entonces no pierda tiempo, coronel. Yo seré el último en partir.
            – ¡Que la Fuerza el acompañe! – se despidió el veterano oficial, dirigiéndose hacia varios trazadores pesados de Mekuun y un repulsor Kelliak equipado con dos cañones bláster giratorios, que iban a escoltar la caravana de vehículos que abandonaban el recinto.
            – Me alegro de verle – le saludó entonces Slonda –. Parece que le está cogiendo el gusto a hacer incursiones. ¿Tal vez quera unirse al regimiento?
            – No lo crea – respondió este –. ¿Aún está Zahn en el planeta?
            – Partió hace un rato con el Resplandeciente cargado de civiles.
            – Bien – respondió Keegan, satisfecho porque este estuviera ya a salvo. Ya que aún estaba lejos de haber empezado su cometido.
            – Hay alguien que le está esperando – anunció este, dirigiéndose al interior de la instalación. Le acompañaba Noack, mientras Tedek se quedó junto a la lanzadera Lambda para evaluar los daños en los alerones y comprobar que podía reparar.
            – Si pretende mantener esto, olvídese – le dijo el clawdite mientras entraban en los pasillos vacíos. La sensación de urgencia se apreciaba en cada rincón, con cajas y utensilios descartados y tirados por el suelo en la precipita preparación de la evacuación de aquel lugar –. Apenas somos media docena, y aunque hubiera un regimiento estas defensas no detendrían ni a una manada de tauntauns.
            – Mi intención nunca ha sido la de luchar – le respondió al infiltrador, que pareció entirse aliviado.
            Llegaron a la sala de mando, que también estaba desierta, salvo varios guardias y técnicos klovan que estaban terminando de coordinar los despegues. Junto al holoproyector se encontraba Colek, el antiguo el sirviente de la senadora Takora, actual dirigente del planeta y hermano de su esposa.
            – Traigo saludos de Takora y Zhell – le dijo con una sutil reverencia.
            – Trasmíteles mi afecto – replicó Keegan devolviéndole el gesto.
            – La Reina se alegró al verte en la conferencia de oficiales donde convenciste al almirante Sesfan para atacar a la Esfera de Torpedos.
            – Era lo que se tenía que hacer. Esta ha sido neutralizada, pero el bloqueo se ha iniciado, y la invasión ya ha empezado – anunció con pesar –. El asedio será prolongado y costoso en vidas y recursos.
            – Estamos preparados para ello, gracias a ti – respondió este.
            » Mi señora me ha pedido que te entregue esto – anunció haciendo un gesto a uno de los guardias que le acompañaban y que llevaba un estuche rectangular de madera. Keegan hacía mucho tiempo que no lo veía. El imroosiano lo abrió, mostrando el viejo juego de shah-tezh con el que su maestro y la senadora Takora jugaban en Coruscant mientras él esperaba en la sala contigua. Las piezas estaban perfectamente colocadas en sus huecos, labrados en la madera con su forma. Al extraerlos el exterior del estuche, abierto, hacía de tablero –. Quería habértelo dado ella misma, pero está organizando la defensa.
            – Es un honor demasiado grande para mí – respondió abrumado.
            – Está convencida que el maestro Nalok le hubiera gustado que lo tuvieras.
            » También te traigo los tres holocrones que te custodiaba – continuó Colek haciendo otro gesto a otro guardia, que se adelantó con otra caja –. Zhell cree que ya no están seguros aquí y son demasiado importantes para que puedan caer en manos de Darth Sidious si el Imperio nos conquista.
            – Dale las gracias ambas por haberlos guardado durante estos años – respondió Keegan haciendo otra reverencia. Sabía que Zhell tenía razón al intuir la peligrosidad que suponía que pudieran caer en manos del Emperador, tanto para todos los klovan, como para la propia Takora y su familia.
            – He de regresar a la capital – dijo Colek esgrimiendo una sonrisa –. Pero antes yo también quería despedirme – hizo otro gesto al tercer guardia, que le entregó una cesta que al descubrirla mostró una docena de meilooruns –. No son los del viejo ithoriano, pero espero que los disfrutes.
            – Así lo haré – dijo el adquisidor cogiendo las piezas de fruta con una sonrisa en los labios.
            Colek y su escolta salieron de la sala de control, junto a los últimos técnicos y se dirigieron por las grutas subterráneas hacia las pistas ocultas entre los cañones. Allí les esperaba una lanzadera corelliana CSS-1, que sería escoltada por varios cazas Ala-D.
            – He de pedirle un favor muy importante – le dijo ese momento a Noack.
            – Lo que necesite – respondió este.
            – ¿Podría custodiarme estos objetos? – dijo señalando al juego de shah-tezh y el estuche con los holocrones –. Y si me ocurriera algo a mí, ¿podría entregárselos a la princesa Leia Organa de Alderaan?
            – Por supuesto – dijo con humildad.
            – Se lo agradezco.
            Noack cogió la caja con los holocrones y por un instante sintió una sensación extraña, como un escalofrío por todo el cuerpo.
            – Lo que ha notado es la Fuerza – le explicó, dejando perplejo al sargento de marines especiales, antiguo cocinero y bailarín.
            – ¿La Fuerza? – repitió este perplejo.
            – Es el campo de energía creado por todas las cosas vivas. Nos rodea, nos penetra y mantiene unida a la galaxia – le explicó con calma –. Y eres sensible a ella. Siempre lo has sido.
            » Dile a Tedek que esté preparado para despegar.
            Noack asintió y se marchó pensativo.
            – ¿Otro jedi? – preguntó Slonda cuando el sargento se marchó.
            – Quien sabe – respondió Keegan. En la el holograma proyectado se podían ver las fuerzas imperiales desplegándose cerca de la instalación. También aparecía el súperdestructor de Darth Vader que atravesaba la atmósfera, que con sus diecinueve kilómetros de largo parecía como una sombra siniestra.
            – El coronel Noza ha preparado la instalación para su demolición – continuó el clawdite señalando un detonador remoto que había junto al proyector –. Y yo tengo un Ala-U listo para partir en cuanto active esto. Escoltaremos a su Lambda.
            – Active los explosivos, 90 minutos de cuenta atrás – ordenó Keegan –. Y desactive los escudos. Usted y sus hombres partan con el capitán Tedek en la lanzadera imperial, yo me quedaré con el Ala-U para hacerlo después.
            – ¿Va a esperar a que llegue ese súperdestructor?
            El adquisidor observó al clawdite. A Keegan le agradaba, era tranquilo, y que tenía muy clara la diferencia entre el bien y el mal, estando dispuesto a morir por el primero. La galaxia necesitaba a seres como aquel para después de reinado de Lord Sidious.
            – Es necesario que me quede – respondió simplemente.
            – Entonces yo me quedaré con usted para pilotar ese transporte – replicó el infiltrador, que cogió el detonador e introdujo las claves para activar los explosivos y detonarlos. Salieron a la superficie, reuniendo a los últimos rebeldes que quedaban. Keegan les indicó su intención de permanecer hasta la llegada de las tropas imperiales, y que los supervivientes del Grito de Alderaan, debía partir en la lanzadera Lambda, ya que disponía del Ala-U con Slonda.
            – Creo que hablo por todos – respondió Tedek adelantándose al resto de sus compañeros –. Pero hemos llegado hasta aquí junto, debemos irnos juntos.
            – Yo no tengo ningún otro sitio al que ir ahora mismo – replicó Laren Tral, que había acompañado a Slonda y Keegan en el ataque a Sucra Dar.
            Miró al clawdite, que encogió los hombros. Aquellos rebeldes ya habían tomado su decisión de permanecer allí.


            Los andadores AT-AT, con sus más de veinte metros de alto, habían sido concebidos para intimidar a sus enemigos. Con sus cuatro grandes patas, el suelo temblaba a cada uno de sus pasos, mucho antes que estos llegaran o estuvieran al alcance de las armas. Su estructura, fuertemente blindada, además les proporciona una protección casi para cualquier arma que pudiera tener la Alianza. Aun así, su amenaza quedaba minimizada ante la presencia de la gigantesca sombra del súperdestructor Executor. Este había atravesado la atmósfera, deteniéndose un kilómetro por encima de la superficie de Klovan, por lo que su forma triangular tapaba el mando de estrellas suspendidas en el firmamento.
            Los rebeldes estaban en el talud que había sido parte de la trinchera excavada tiempo atrás y formaba parte de las defensas de la base. Solo faltaban Tedek y un piloto, que estaban a bordo de la Lambda y el Ala-U, el resto permanecían estirados, con sus armas preparadas, junto al adquisidor. Aunque este les había advertido que esperaba no tener que luchar.
            – Están cerca – dijo Slonda cuando además del temblor de la tierra debajo de ellos, producido por cada pisada de los AT-AT, se le unió el inconfundible chirrío de sus articulaciones mecánicas. El clawdite se arrastró hasta el borde y observó el horizonte con unos electronbinoculares –. Se acercan tropas…
            – Teniente… Ahora es importante que siga mis instrucciones – le indicó Keegan que subió hasta su lado, el rebelde asintió –. Es imprescindible que Noack, con los objetos custodia, se salve. Retire a los hombres y vayan hasta las lanzaderas, no tendrá otra oportunidad. No mire atrás. Si puedo los acompañaré, sino es así, márchense ¿Lo ha entendido?
            Este volvió a asentir.
            Keegan se levantó y subió a la cima el talud. A unos cien metros había un grupo de saldados de asalto que se habían adelantado a las gigantescas bestias de acero. Pero a quien realmente esperaba estaba frente a todos ellos. Su figura, con la capa hondeando al viento, era siniestra, alta y oscura. No era necesario que hubiera notado la perturbación la Fuerza por su presencia desde antes que descendido del Executor, para saber que Lord Dath Vader era la encarnación de la muerte. El adquisidor rebelde activó el filo verde de su sable de luz.
            Esto hizo que el Lord Sith se adelantara junto a cinco de sus soldados hacia donde estaba Keegan. Ambos se quedaron unos instantes en silencio, observándose mutuamente, con el silencio de la noche solo roto por la rítmica respiración mecánica. Aunque de alguna manera Vader parecía decepcionado, al no ser aquella la misma persona que se había encontrado en Cymoon 1.
            – No pienso luchar – anunció Keegan desactivando su espada de luz.
            – Entonces será más fácil acabar con tu vida – contestó la voz sintetizada por un sintetizador de su casco. No había emoción, ni rabia, ni miedo. Era como una máquina.
            – Ese no es mí destino – replicó con tranquilidad –. Ni el tuyo es matarme, Anakin.
            – Ese nombre no significa nada para mí – respondió el Lord oscuro del Sith, aunque Keegan notó una leve sorpresa y curiosidad por saber quien era aquel que le conocía. A penas nadie en la galaxia conocía su antiguo nombre y los escasos jedis que quedaban no le hubieran llamado de aquella manera tan familiar. Ni Obi-Wan lo había había así en su último encuentro en la Estrella de la Muerte.
            – Como indiquéis, Lord Vader. Pero una vez te conocí, entre los rascacielos de Coruscant cuando te llamabas Anakin Skywalker, pero de eso fue en otra vida.
            Se produjo un largo silencio entre los dos en los que ambos se miraron fijamente.
            – Creo que te recuerdo – dijo al fin Vader tras examinar con sus lentes al antiguo padawan que tenía en frente, y buscando en la memoria de su pasado –. También llegaste más mayor de lo normal al Templo. Tu maestro, Nalok, me pidió que te enseñara a pilotar spiders...
            – Así es – corroboró Keegan – Poco antes de que fueras a mediar en un conflicto fronterizo en Ansion.
            Keegan pensó también en mencionar que había sido justo antes de que tuviera que proteger a la senadora Amidala, pero no quiso tensar la cuerda. Había visto aquel encuentro varias veces a través de las visiones de la Fuerza. Y no siempre terminaba vivo.
            – Me pareció que eras muy joven para aprender – recordó el antiguo caballero Jedi, sin mencionar que a la misma edad que había ensañado al pasawan él ya competía en las carreras de vainas en el circuito de Mos Espa.
            » Parecías estar asustado por todo.
            – En realidad estaba excitado porque me enseñara el gran Anakin. Todos mis compañeros te admirábamos. Y mi maestro pensó que ver el gran Planeta Ciudad sería un buen cambio de rutina para mí.
            – Tu maestro era un poderoso vidente de la Fuerza, pero no vio la caída de la Orden Jedi – se jactó el Sith, el cual no había dejado de empuñar su brillante sable de luz roja sangre.
            – Sí que la vio. Pero no era su destino detenerte, ni a tu maestro, Lord Sidious.
            Eso produjo otro momento de silencio entre ambos, ¿era posible que el poderoso Vader se hubiera sorprendido por aquella revelación? Aunque a Keegan no le hubiera extrañado. Este había encabezado el asalto al Templo, matando a muchos de sus antiguos compañeros, incluso a los más jóvenes aprendices a sangre fría. Para poder obtener el conocimiento con el que salvar a su amada y a sus hijos, pero solo había conseguido matarla a ella y al fruto de su amor, condenándole al eterno sufrimiento. Pudiendo percibir claramente la amargura, la ira y el rencor que sentía hacia sí mismo por aquello y que presamente era lo alimentaba el Lado Oscuro. ¿Qué efecto le produciría a aquel asesino saber que alguien conocía su destino y no hizo nada para detenerle?
            – Decían que tú también eras capaz de sentir las visiones de la Fuerza como tu maestro. Dime, antes de que termine con tu existencia, ¿cuál es mi destino?
            – Tu destino... está ligado al de tu hijo Luke Skywalker.
            Al pronunciar aquel nombre Vader permaneció en silencio durante unos instantes, que al adquisidor rebelde le parecieron horas. Finalmente, y de una manera sutil, pero definitiva, destensó la mano mecánica que sostenía su sable de luz.
            Keegan alzó la mano donde tenía su arma desactivada, y lo hizo levitar, dirigiéndoselo hacia el Lord Sith.
            – Dile a tu maestro que acabaste con mi vida – le sugirió el adquisidor –. Y entrégale mí arma como prueba. Mi sino no está ligado a la lucha entre los Jedi y los Sith. Sino encontrar lo que una vez se perdió.
            El sable llegó a Vader, que lo cogió con la mano que tenía libre, observándolo durante unos instantes. Luego alzó la mirada hacia el antiguo padawan. Estaba indefenso sobre el talud, sin armas, simplemente mirándole. Sentía una perturbación en la Fuerza como solo la notaba cuando estaba en presencia de alguien entrenado en ella. Pero también advirtió una pequeña oscuridad en su presencia, no todo era luz en él.
            – ¿Qué es eso que una vez se perdió? – repitió Vader, ya con curiosidad.
            – Todavía lo desconozco.
            El Sith se giró hacia el grupo de soldados de asalto que tenía a su alrededor, seis miembros de la Legión 501, leales soldados del Emperador, que habían sido testigos de aquella conversación. El más cercano estaba al alcance del cortante filo láser. Mataría a los otros tres antes que sus compañeros pudieran reaccionar. Pero para cuando lo hicieran ya sería demasiado tarde. No dejaría testigos.
            Keegan pudo sentir claramente la determinación de Vader cuando este sostuvo su sable en la mano. Tenía varios cristales de kyber, por lo que podía construir otro, como había hecho con este tras la Gran Purga. Estos no dejaban de ser herramientas y él apenas lo utilizaba. Era más poderoso en otras habilidades de la Fuerza. Se giró cuando la cabeza del primer soldado de asalto era cercenada por el Sith para no dejar testigos.
            Descendió por el talud hacia la plataforma de aterrizaje, donde estaba la lanzadera Lambda con los supervivientes de la Grito de Alderaan y el Ala-U de Slonda.
            – Vámonos – dijo subiendo al vehículo del clawdite. A su lado se encontraba Noack con los holocrónes y el juego.
            Ya había sembrado la semilla para que se cumpliera la Profecía de Aquel que Debía Traer el Equilibrio a la Fuerza. Su parte ya estaba hecha. Ahora Vader redoblaría sus esfuerzos en buscar a su hijo. Lanzaría miles de sondas en busca de un aliado para derrotar al Emperador, y así completar la tradición Sith de asesinar a su maestro. No imaginaba que para ello Anakin regresaría del lado oscuro.


Executor

            El gigantesco rostro holográfico de Palpatine, deformado por el ataque de Mace Windu en Coruscant años atrás, se proyectaba frente a su arrodillado aprendiz.
            – No era Skywalker. Sino un jedi perdido. Su luz ha sido extinguida, como la de otros antes que él – anunció mostrando el sable que le había entregado Keegan a modo de prueba de su final.
            Una reliquia de un tiempo pasado – replicó el Emperador con desprecio al ver el arma –. Es importante redoblar nuestros esfuerzos para encontrar a ese piloto.
            – Así se hará, maestro.
            Por otro lado, tu almirante ha hecho un buen trabajo en Klovan. Tal vez tengamos una misión especial para él. (1)
            – Sí, mi señor – respondió Vader.
            La imagen desapareció, dejando al Lord Sith en silencio y sumido en sus pensamientos. Su amo le había mentido al decirle que Padmé había muerto sin dar a luz a su hijo. Después de descubrir quién era aquel piloto que destruyó la Estrella de la Muerte, la idea de unirse a su hijo para vencer al Emperador había empezado a formarse en su mente. Tenía la convicción de encontrarle y seducirle al Lado Oscuro, para gobernar juntos la galaxia. Y ahora sabía que era posible, aquel antiguo padawan a quien una vez había enseñado a pilotar, le había confirmado que su destino estaba al lado de su vástago.
            Lord Vader entró en el puente, encontrando al almirante Ozzel junto a las consolas de comunicaciones, coordinando la retirada del sistema, ya que el asedio y sometimiento del mismo iba a dejarse en fuerzas del sector. Además, la impetuosa entrada en la atmósfera había producido algunos daños leves en el súperdestructor que debían repararse.
            – Ordene a todas naves que lancen todas las sondas para explorar hasta en el último rincón de la galaxia – indicó.
            – Indicaré a todas las naves de la escuadra que....
            – No me ha entendido almirante Ozzel – le interrumpió Vader cortante –, he dicho todas naves de la Armada Imperial.
            – ¿Todas? – repitió este estupefacto.
            – Todas, almirante.
            Vader se giró y abandonó el puente de mando. Debía meditar cuál sería su siguiente paso para localizar a su hijo.



Epilogo
El Jedi Perdido: Equilibrio


Un día después de la Batalla de Endor

            Mientras esperaba había estado observando por la ventana los restos de la segunda Estrella de la Muerte, que ahora se encontraban esparcidos en el espacio, orbitando aquel remoto planeta. La presencia de Darth Sidious aún era perceptible. No en vano había sido uno de los seres más poderosos en el uso de la Fuerza y del Lado Oscuro de la historia. En aquel lugar había muerto quien había ordenado asesinar a sus amigos y a su maestro. Y aunque tendría que sentir alegría por el fin del tirano, no era así. No sentía nada. Ni tampoco calma. Tal vez el tiempo había cicatrizado las heridas, tal vez porque la lucha de Palpatine era tan diferente a la suya, que su final no le provocaba ningún sentimiento. Ni bueno, ni malo.
            Percibió como se acercaba por el pasillo. Estaba algo inquieto, pero seguro de sí mismo. Había llegado de la superficie hacía poco tras incinerar el cuerpo de su padre, el recuperado jedi Anakin Skywalker. La Fuerza era poderosa en el nuevo caballero, como lo había sido en su progenitor.
            Se giró cuando la puerta de la pequeña sala de reuniones se abrió. Este se disculpó por haberle hecho esperar. Keegan observó al joven héroe, antiguo piloto de la Alianza, destructor de la primera Estrella de la Muerte y héroe de Yavin, futura cabeza visible de la Nueva Orden Jedi. Vestía de negro, algo apropiado. Su mirada de ojos claros era firme, segura.
            Los dos hombres estaban separados por una mesa, de pie, mirándose, examinándose, ambos eran poderosos en la Fuerza, pero no había ninguna disputa entre ellos, más bien un mutuo respeto. Se encontraban a bordo de la nave calamari Hogar Uno que orbitaba alrededor de Endor.
            – Es un honor conocerle – dijo el adquisidor con gran respeto, rompiendo entonces el silencio que había planeado entre ambos. Este era un keshiano, una raza casi humana, solo distinguible por sus ojos, algo más grandes y de colores extraños. En su caso amarillos.
            – El honor es mío en realidad, al estar ante otro caballero Jedi – replicó alagado Luke Skywalker.
            – Nunca lo fui. Dejé el Templo como un simple padawan – le corrió este esgrimiendo una media sonrisa –. En cambio, la Fuerza es poderosa en usted y fue entrenado por el mismísimo maestro Yoda. Percibí el estremecimiento en la Fuerza cuando murió. Me entristeció su final. Con él murió una parte importante de la historia de galaxia.
            – No me hables de usted. Soy mucho más joven que tú.
            – Como gustes. Maestro.
            – Tampoco soy un maestro.
            – Pero lo serás.
            – No recibí las lecciones en el Templo Jedi como tú – le recordó.
            – Esos días quedan lejos – respondió con nostalgia.
            – Quiero crear una nueva Academia Jedi. Y entrenar a futuros caballeros en los caminos del lado luminoso – anunció por fin Skywalker, sabía que tenía que ir rápidamente al asunto que le había hecho reunirse con Keegan después de haberle estado buscando durante tanto tiempo. Había rumores que un jedi trabajaba para la Alianza como un adquisidor, pero siempre que trataba de localizarle y conocerle, este había partido hacía poco o había enviado a otro para la cita. Era como si le estuviera evitando, hasta que por fin este había pedido verle, justo después de la batalla que había tenido lugar allí.
            – Es una noble intención.
            – Para eso necesito ayuda. Me gustaría que compartieras tus conocimientos y tu experiencia.
            Keegan asintió meditabundo. Pero no contestó.
            – Hace años que formas parte de la Alianza. Bail Organa confiaba en tu juicio y deduzco que conocía tu origen Jedi – continuó Skywalker al ver que su interlocutor se limitaba a mirarle, asintiendo como única respuesta –. Durante ese tiempo ayudaste a que la rebelión fuera más fuerte para luchar contra Palpatine y su reino de terror. Y aunque este ha caído, su Imperio aún es fuerte, solo la guía de unos nuevos Caballeros puede hacer realidad el resurgimiento de una Nueva República justa y pacífica.
            – ¿En qué podría ayudar al hombre que derrotó al Emperador?
            – En realidad fue mi padre.
            – Quien no lo hubiera podido hacer sin ti. Tú le hiciste recordar lo que era sentir de nuevo el amor hacia tu madre, y no solo resentimiento e ira por haberla matado.
            » También noté la muerte de Palpatine – dijo mirando hacia el espacio. Hacía donde hacía poco se encontraba la estación de batalla que alguien había denominado “terror tecnológico” y que había sido destruida como su antecesora por aquella pusilánime rebelión. Y en ese momento se produjo un silencio que Skywalker no quiso interrumpir al notar que Keegan estaba sumido en sus recuerdos.
            » Y sí, estuve en el Templo. Allí conocí a otro Skywalker. También estuve el día en que el Señor del Sith Lord Darth Vader lo atacó, matando a todos mis compañeros y maestros – dijo al fin y en su profunda mirada Luke pudo notar como los dolorosos recuerdos brotaban en su mente, trasladándole a un lugar y un momento que de alguna manera nunca había podido abandonar –. Mi mejor amigo Whie Malreaux murió bajo la hoja de la espada de luz de Vader. Sentí claramente como su vida se apagaba en un parpadeo.
            » También advertí como Anakin regresaba del Lado Oscuro para matar a su antiguo amo. Y me alegré por ello. Así la profecía que una vez vio mi maestro se cumplió finalmente.
            Aquella frase le dijo mirando al hijo de Anakin y esgrimió una sonrisa que este comprendió que solo había sinceridad en sus palabras.
            – ¿Te unirás a mí para crear la nueva Academia Jedi? – insistió Skywalker tras un corto silencio. No había insistencia en su pregunta. Pero sí quería saber si podía contar con aquel adquisidor para sus planes de reconstruir lo que había sido destruido antes de que él naciera.
            – No – respondió Keegan con firmeza, sin atisbo de vacilación.
            – ¿Puedo preguntarte el motivo?
            – La respuesta es simple. Porque ese no es mi destino.
            – ¿Tu destino? – repitió Skywalker desconcertado.
            – Todos tenemos un destino joven Skywalker – le respondió Keegan, usando la misma manera que Darth Vader en su enfrentamiento en Bespin, provocando que Luke se estremeciera al recordar aquel momento –. El de Vader era acabar con la orden Jedi y el de Anakin era regresar del lado Oscuro para traer el equilibrio a la Fuerza eliminando a su maestro Sidious y terminar con la estirpe de los Sith. El tuyo es crear un nueva Academia Jedi. Y yo tengo el mío.
            – ¿Entonces la decisión es irrevocable? – preguntó con pesar, tras reponerse ante la negativa.
            – Hace tiempo que descubrí que nadie decide nada.
            – Por lo menos podría conocer el motivo por el que no te unes a mí en la tarea de crear una nueva Orden – le pidió Skywalker impregnando la pregunta con total inocencia y curiosidad.
            – Mi maestro fue el venerable maestro sabio Nalok – respondió Keegan mirando de nuevo hacia el infinito. En su mente podía ver el callejón donde había visto por primera vez a su mentor. Había sentido algo extraño todo aquel día, se había asustado y como si estuviera perseguido por alguien o algo, se había escondido en todos los rincones que conocía. Aun así, una y otra vez notaba como aquello se acercaba. Corrió, como nunca había corrido, sabiendo de alguna manera que no podía escapar, hasta que aquella sensación lo atrapó. Recordaba que se había asustado de la cresta ósea que sobresalía como una vela del cráneo del anx. Creyó que se le acercaba lentamente para convertirse su festín. Hasta que salió de la penumbra y pudo ver sus ojos. Eran bondadosos y eso le calmó. Y se sintió estúpido por haber estado huyendo, escondiéndose todo el día. Nalok le alargó la mano y el niño aterrado la cogió, sabiendo que nunca más estaría solo.
            » Era conocido por su capacidad de visión de la Fuerza. Era muy anciano cuando se dirigió a Aktuort, el planeta donde nací, tras verme en una de sus visiones y me llevó al Templo Jedi como su aprendiz – hablaba lentamente, como si quisiera retener el recuerdo de aquellos momentos lejanos el máximo tiempo posible –. Fue la primera vez que he considerado tener un hogar. Pero sé que nunca volveré allí, ya que desapareció hace tiempo. Lo último que me dijo Nalok, mientras sentía como a mí alrededor masacraban a mis amigos, era que mi destino estaba ligado a otros y no a la Orden Jedi. Por eso he de rechazar tu oferta.
            » Solo puedo desearte que la Fuerza te acompañe en tu empeño. Pero sé que no es necesario, ya que te he visto a la cabeza de la Nueva Orden.
            Tras esto Keegan le hizo una ligera reverencia con la cabeza, un gesto de respeto.
            – Y llegará el día en que mi sable de luz estará a tu lado, maestro Skywalker. Pero hasta entonces, nuestros destinos avanzan por sendas separadas.
            – Espero que sea pronto.
            – El universo se expande. Ese es un hecho científico. Por tanto, es cambiante. Siempre en movimiento. Al igual que el destino de cada uno. Pero ese momento siempre es estático. Mi sable estará a tu lado ese día.
            – Que la Fuerza te acompañe, caballero Keegan – fue la respuesta de Skywalker, sabedor que la decisión de este se había tomado hacía tiempo.
            – En realidad, yo solo fui un simple padawan.
            Le volvió a corregir Keegan, esgrimiendo por un instante una sonrisa para darle ánimos y se marchó de la sala sin mirar atrás. (1)


Fin.


Notas de producción:
(1) Obviamente esa nueva misión en la planificación de la invasión de los Nuevos Territorios en la Vía Láctea, que se desarrolla en el relato del Crossover Star Trek –Star Wars.


(2) Esta escena fue escrita en junio de 2014, antes del estreno del Episodio VII: El despertarde la Fuerza y obviamente del Episodio VIII: Los últimos jedis. No la he querido cambiar ya que me parece un epílogo perfecto para nuestro protagonista. Terminando así la trilogía de relatos en que está involucrado en la lucha entre el Imperio y la Alianza Rebelde. Ahora ha de emprender la búsqueda de su destino y de aquello que se perdió.

Según el nuevo canon Luke Skywalker tiró la toalla después de la destrucción de la Nueva Academia Jedi que había creado. Ese exilio autoimpuesto en un lugar remoto (y desconocido) de la galaxia, con la intención que con él muera la Orden Jedi, rompe todo lo que representa Luke en la trilogía original y le contradice como personaje. Es la confirmación más rotunda que la trama de esta nueva trilogía es un auténtico despropósito. ¿Cómo puede asumir él la responsabilidad de algo que hicieron sus maestros cuarenta años atrás? En todo caso me parece más épico que la Nueva Academia Jedi tal y como lo hace en Legends, que, aun habiendo sus altibajos, tiene un desarrollo mucho más interesante que la nueva trilogía.




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2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Muchas gracias Santiago!!!

      Que tengas tu también unas felices fiestas!!!

      Que disfrutes de los tuyos y no te prives de aquello que más te guste.

      Un fuerte saludo!!
      Ll. C. H.

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