sábado, 7 de diciembre de 2019

El Jedi Perdido - En la oscuridad 8

Violeta 7

            Siempre le había parecido que la visión del espacio era hermosa. Una interminable oscuridad salpicada de estrellas, cada una de las cuales podía albergar infinidad de exóticas maravillas y formas de vida extrañas, algunas benévolas, otras peligrosas. También tenía mil formas y colores en sus nebulosas, combinaciones incalculables en planetas y mundos. Klovan era árido y contaba con un cinturón de asteroides que una vez había sido su luna, destruida por la colisión de un cometa, protectora de su hermana mayor. Aquel cataclismo, que había devastado la superficie por el impacto de miles de fragmentos, sirvió para que mucho tiempo después surgiera una forma de vida sensible e inteligente que había logrado evolucionar y crear una civilización que en su momento fabricó naves que superaron la velocidad de la luz y se unieron a otras en lo que fue una alianza próspera llamada República Galáctica que tras milenios sucumbió a la oscuridad y la maldad del Emperador Palpatine.
            Un fugaz TIE cruzó por delante del cristal de su carlinga e instantes después se convirtió en una bola de fuego y fragmentos de metal. Aquel era el último de los cazas desplegados en el perímetro defensivo exterior enemigo, dejando el camino libre hasta su objetivo. Niven viró un poco su Ala-B para evitar la nube de fragmentos.
            Camino despejado Violeta 7 – dijo Naranja 4, su voz era fría, desprovista de emociones, como la de un droide. Era disciplinado y no se había movido de su lado desde que habían partido, ocupándose de los que se habían acercado demasiado. Mientras que su compañero, Naranja 3 había mantenido un escolta flexible, manteniendo alejados a los cazas enemigos. (1) Era fácil saber porque les habían asignado a aquella tarea, hacía un buen tándem.
            El Osadía estaba terminando de virar, dejando a sus cañones de iones en posición de disparo sobre las naves imperiales. Las cuales, según lo previsto, habían roto la formación y empezaban a perseguirles, dejando un hueco en la defensa de la Esfera de Torpedos. La Grito de Alderaan, la corbeta que había acompañado aceleró sus ocho potentes motores y se dirigió hacia la gran estación de asedio. Aquel era su momento. Aumentó la potencia de su caza para adelantarse al rompe bloqueos corelliano y activo el giroscopio. El mecanismo empezó a girar, haciendo que sus alas en forma de cruz rotaran alrededor de la cabina. Los dientes del mecanismo hacían que el módulo vibrara a medida que la estructura daba vueltas sobre sí mismo. Sus dos Ala-X de escolta se alejaron un poco de ella, manteniéndose a su lado, inmediatamente detrás del caza de asalto. Cualquier intento de interceptarla sería rápidamente neutralizado por aquellos pilotos. Niven insertó las coordenadas de su ruta de aproximación, con la trinchera central cercana a los motores como objetivo. Aquellas debían de ser las defensas que debía de neutralizar. Por suerte su blanco tenía 2.000 metros de diámetro y no era necesario utilizar el láser del ordenador de control de fuego, que, aunque permitía fijar sus armas, también mostraba al enemigo su trayectoria de ataque. Jako estaba a estribor, junto a sus dos acompañantes del escuadrón Naranja, más o menos paralelos, mientras la mole de metal de la Esfera iba haciéndose cada vez más grande. Activó el armamento en la salva programada para la supresión de defensas. De esa manera cuándo disparara, la computadora de a bordo controlaría la cadencia de disparo, mientras ella se centraba en pilotar aquella bestia de combate, lo cual no era tarea fácil.
            Tenían que aproximarse mucho, pero por suerte la Esfera carecía de defensas propias y las principales unidades pesadas enemigas se alejaban en persecución a sus naves, dejándoles el camino expedito. O eso parecía.
            Han detectado nuestra aproximación – informó por DeLattre –. Una avanzadilla de TIE ha cambiado de rumbo, junto a dos fragatas del piquete exterior.
            Tiempo de intercepción tres minutos – calculó Satek.
            Si querían que sus armas tuvieran su máxima efectividad no podían disparar antes de cuatro minutos, por lo que para entonces ya estarían enzarzados luchando contra dos fragatas imperiales que podrían cerrarles el paso.
            Niven, yo me ocupo. ¿Tú lo haces de la esfera? – intervino Jako en ese momento, su noto de voz transmitía seguridad.
            – Sí – contestó la piloto. Instantes después Jako viraba hacia la formación enemiga, junto a sus dos Ala-X. El Ala-B tenía una potencia de fuego equivalente a una corbeta y bien pilotada, como con el sakiyano, podía enfrentarse perfectamente aquellos adversarios. Aun así, sus adversarios eran superior a aquel trío rebelde. Niven no podía hacer nada, salvo desear suerte a su compañero, ya que ella misma tenía una tarea muy importante.
            » Naranja 3 y 4 manténganse a mis nueve y a mis tres – indicó Niven –. Que sus ordenadores de disparo se conecten con el mío en la frecuencia J238p1, coordinaremos el ataque con sus torpedos de protones.
            Muy bien – contestó DeLattre.
            Por seguridad cambiaremos la frecuencia a protocolo Alpha 8 – sugirió Satek cuando los tres ordenadores estuvieron conectados en línea, por si hubieran roto la codificación de las comunicaciones.
            Los tres pequeños cazas prosiguieron su aproximación en formación, sin otra cosa que hacer salvo observar la lucha que se libraba a su alrededor. La flota rebelde se batía en retirada junto a los anillos del planeta, de donde había surgido, como de la nada varios escuadrones de Ala-D, junto a dos cruceros corellianos y media docena de otras naves más pequeñas, que se habían aproximado sin ser detectados a través de los asteroides o por debajo de ellos. Y ahora estaban enzarzados en una dura lucha contra uno de los destructores que había roro su formación para perseguir al Rayo de Esperanza, mientas otros dos maniobraban para evitar que fuera destruido.
            Cerca de allí Jako iniciaba el ataque. Sus dos Ala-X de escolta habían destruido varios de los TIE, dispersando el resto y en aquel momento se encontraban enzarzados en una lucha con la otra pareja, que más bien parecía un rocambolesco baile por los giros y vueltas que daban los pequeños y maniobrables cazas de Sienar. Cuando el Ala-B tuvo a tiro a la primera de las fragatas empezó a disparar sus cañones de iones y turboláser y lanzando sus torpedos de protones. Esta se defendía con todas las armas que tenía, pero el efecto concentrado del ataque era devastador, ya que todos los impactos se concentraban en una zona reducida y en una cadencia muy rápida, impidiendo que sus defensas se regeneraran a tiempo. Por lo que no tardó en que sus escudos cedieran, siendo alcanzada la estructura de mando por varios torpedos. Mal herida, la nave empezó a virar para alejarse, mientras Jako solo había recibido varios disparos que le habían debilitado los escudos. Virando para alejarse y coger distancia para volver a atacar a la otra fragata. Pero para entonces esta ya se había colocado en posición para resistir la embestida e incluso antes de que estuviera al alcance empezó a disparar contra el Ala-B, obligándole a cambiar de vector. Aquel capitán sabía lo que hacía, ya que iba cambiando de posición, sin parar de disparar a medida que Jako volvía al ataque, siempre mostrando su parte más protegida. Pero lo peor era que así estaba permitiendo que más refuerzos imperiales se dirigieran hacia allí.
            Dos de los cazas ha logrado pasar – informó Satek –. Viro para interceptarlos.
            – ¡Aborte Naranja 4! – ordenó Niven –. Necesitamos coordinar el impacto de nuestros torpedos...
            El Ala-X ya se estaba alejando acelerando al máximo sus motores 4L4.
            No se preocupe Violeta 7, regresará a tiempo – intervino en ese momento DeLattre con un tono de tranquilidad –. Un minuto para iniciar el ataque.
            Niven resopló pensando en lo despreocupados que eran los pilotos de Ala-X. Obviamente el monoplaza de Incom era una maravilla, posiblemente el mejor caza construido desde antes de las Guerras Clon. Y aunque uno de ellos había sido el responsable de la destrucción de la Estrella de la Muerte, eso no hacía a sus pilotos todopoderosos. Por lo que decidió centrarse en su trabajo. En la computadora de tiro del Ala-B los cuadros de distancia estaban cada vez más agrupados. Más allá del cristal de su cabina la Esfera de Torpedos ocupaba todo el horizonte. Su superficie metalizada era inmensa, con los hemisferios perfectamente definidos gracias a la trinchera ecuatorial, precisamente su objetivo. Si ella sentía aprensión al acercarse a una esfera de dos kilómetros, ¿qué debieron de sentir los pilotos que en Yavin 4 se acercaron a otra estación similar, pero de 90 kilómetros de diámetro? Por lo menos esta no estaba erizada en turbolásers, ya que los que tenía estaban todos concentrados alrededor de los tubos lanzatorpedos. Un fallo de soberbia de los diseñadores, que les permitía aproximarse con tranquilidad desde aquel ángulo.
            Apartó aquellos pensamientos, comprobó que la Grito de Alderaan se encontraba en posición, justo detrás de ellos, lista para aprovechar el hueco que iban a abrir en los escudos. Luego repasó la frecuencia de disparo y verificó que estaba haciendo Naranja 4. Uno de los TIE había sido destruido, mientras que él otro se alejaba dañado en las placas solares, mientras Satek regresaba con los postquemadores al máximo. Tal vez llegara a tiempo, pero Niven dudaba que su computadora lograra sincronizarse con la suya y la de DeLattre.
            Un pitido de advertencia la volvió a centrar en sus controles. Diez segundos para iniciar el ataque. Volvió a comprobar la sincronización de los cazas. Como imaginaba Satek no estaba conectado. No había tiempo. Cuatro segundos, tres, dos... su caza se estremeció al abrir fuego, primero los turbolásers que impactaban sobre la superficie del escudo deflector en una amplia zona, gracias al diámetro que giro de las alas. Lo que aprovechaban sus sensores para detectar las fluctuaciones de energía y por tanto la disposición de los proyectores de escudos y los puntos débiles. Normalmente en las zonas donde se encontraban los diferentes campos magnéticos. Momento en que eran lanzados todos sus torpedos de protones, que más lentos que los disparos iónicos, se dirigían hacia las intersecciones de los escudos. A su lado los 4 proyectiles que llevaba Naranja 3 fueron lanzados automática y sincronizadamente por su ordenador de a bordo, juntándose con el resto. Pero antes de alcanzar sus objetivos, los cañones de iones abrieron fuego para neutralizar los escudos con sus impulsos electromagnéticos concentrados. Con las defensas debilitadas, los torpedos, a los que se habían unido los disparados por Satek unos instantes antes, lograron atravesar el campo defensivo que en aquel momento se encontraba momentáneamente colapsado, detonando en la superficie de la Esfera de Torpedos, normalmente los proyectores de escudos. Para entonces una siguiente salva de cañones bláster también alcanza al objetivo, junto a los disparos láser de los dos Ala-X, terminando de destruir los proyectores de escudos o simplemente dañando más devastadoramente el objetivo, que ya no contaba con escudos defensivos y solo tenía el blindaje del casco. Básicamente había replicado la misma táctica que aquella estación había utilizado contra las defensas de Klovan.
            Se produjo una gran explosión en el casco, y los sensores detectaron que el escudo de la zona ecuatorial había colapsado, dejándola desprotegida. Niven viró su caza para alejarse de su objetivo. Logrando ver como la Grito de Alderaan la adelantaba, dirigiéndose directamente hacia la abertura rectangular del hangar situado en la trinchera ecuatorial.


Grito de Alderaan

            Tedek se encontraba en la sala de ingeniería, justo debajo de la antena del sensor principal, y frente a la cámara del reactor que alimentaba los ocho potentes motores de la nave. A través de una pantalla observó como su escolta se alejaba. Las naves rebeldes habían hecho un amago de ataque para apartar a la escuadra de la estación de asedio, mientras un puñado de cazas le habían acompañado despejando el camino de los últimos TIE que había en su camino. El Ala-B había neutralizado los escudos de la zona posterior de la Esfera de Torpedos, dejándole el camino libre. La estrategia había funcionado, y cuando parecía que iba a desviarse de la estación, viró y enfiló directamente hacia su objetivo. Una aproximación controlada para que la fuerza de asalto desembarcara y que el rompe bloqueos permaneciera operativo era completamente ilusorio. En realidad, desde el momento que se había presentado voluntario para aquella misión suicida tenía claro que la única manera de llegar a su interior era chocando con esta. Así que su capitán se dirigió sin ambages hacia el hangar más cercano a los motores y la embistió. Poco antes del impacto activó los impulsores de maniobra delanteros para frenar, al mismo tiempo que apagó los motores, redirigiendo toda la energía a los escudos frontales y al sistema de amortiguación de inercia y se había consagrado a los antiguos Dioses.


            La nave se sacudió por una explosión cercana. Keegan observó los rostros de los infiltradores que le acompañaban en la bodega, y no hacía falta ser sensible a la Fuerza para notar que sentían miedo. Tenían la expresión encogida y la mirada vacía del que sabe que aquella misión es de las que no se vuelve. Solo se escuchaba el sonido de la maquinaria de la corbeta corelliana y el respirar de los soldados. Pero todos comprendían que darían más tiempo a completar la defensa de Klovan, salvando así millones de vidas. Todos ellos eran infiltradores navales del Primer Regimiento que se habían presentado voluntarios, aun así, la tensión era palpable, miedo reprimido, en algunos una indiferencia autoinducida. Todos ellos se habían convertido en soldados profesionales, y no era la primera vez que hacían algo similar. Una sacudida, seguida de otra más fuerte. Las luces se apagaron por un instante. La incertidumbre de que era lo que estaba ocurrido fuera era tal vez la peor de aquella circunstancia.
            – No sé si se acuerda de mí – dijo Noack que estaba a su lado. Habían clavado a la pared una serie de tiras sintéticas con las que estaban sujetos, al igual que el resto de equipo, para evitar que pudieran salir despedidos por el impacto –, pero ya nos habíamos visto antes...
            En Tierfon, cuando se construía la base. (2)
            – ¡Exacto! Tiene buena memoria. Usted era toda una celebridad allí. Todos decían que podía conseguir cualquier cosa. Yo acababa de enrolarme en la Alianza huyendo del Imperio. Me alegra ver a gente conocida, en estos años han desaparecido muchos amigos.
            – ¿Y cómo ha pasado de ayudante de cocina a sargento? – le preguntó el adquisidor. Estaban aferrados al mamparo, no podía moverse y un poco de conversación tranquilizaría al suboficial.
            – ¿Me recuerda? – preguntó sorprendido.
            – Parecía que todo te asustaba – recordó.
            – Y lo hacía – reconoció –. Entrenábamos para defender el puesto avanzado y tenía buena puntería. Supongo que en rebelión uno nunca puede ser siempre un pinche de cocina – explicó con naturalidad –. También quería decirle que para mí y los soldados que le acompañaremos no es la primera vez que asaltamos una nave. Son pequeños laberintos, le aconsejo que se quede cerca de mí y haga lo que yo le diga. Le protegeremos y le sacaremos de allí.
            – Le agradezco sus palabras sargento – se limitó a responder Keegan. Este sonrió con sinceridad y apoyó la cabeza en el mamparo, permaneciendo en silencio.
            Había visto su muerte, pero todo estaba en movimiento a su alrededor. Ya en su día había sentido como la Fuerza fluía en él. Ahora esta les había vuelto a unir y cerca de aquel momento en que una explosión le segaba la vida.
            – ¿Impacto en, tres, dos, uno...! – advirtió la voz del capitán por la megafonía. A pesar que habían redirigido la potencia de los amortiguadores de inercia hacia aquella sala, a pesar de estar advertidos, a pesar de los escudos frontales a máxima potencia y los impulsores de maniobra para frenar, el golpe fue tremendo, haciéndoles rebotar contra el mamparo a pesar de estar amarrados a este. Alguien salió despedido al desprenderse uno de los enganches de las correas lanzando un alarido mientras atravesaba la bodega. Una plancha del techo se desprendió con un gran estruendo, varios sistemas tuvieron una subida de tensión y estallaron en una nube de chispas y humo, provocando el inconfundible olor a cable quemado. La luz principal se apagó, solo quedando las de emergencia a las esquinas de la estancia, que reflejaban una luz tenebrosa y entre sombras. Varios de los soldados encendieron sus linternas.
            – ¡Se acabó la hora de la siesta! – dijo la voz serena y autoritaria del teniente Logot, cortando con su vibrocuchillo la correa –. ¡Equipo Rojo, en pie!
            – ¡Equipo Morado, conmigo! – anunció el sargento Noack.
            – ¡Equipo Amarillo, listos! – replicó el responsable de estos, el cabo Reud, un pequeño talpini.
            La escotilla de la estancia se abrió y la luz exterior entró desde el pasillo. Los destrozos allí eran más visibles, con partes del fuselaje arrancado, mamparos retorcidos, chispas, humo y fuego. Noack le prestó su cuchillo y Keegan se cortó los amarres. A su alrededor los soldados, aun conmocionado, iban poniéndose en pie. Uno de ellos se acercó al compañero cuyas tiras sintéticas no habían aguantado el impacto, pero su cuello se había partido. El adquisidor fue de los primeros en salir, aún algo aturdido por el impacto. Se apoyó en la pared para concentrarse en la Fuerza y poder ver más allá de la nave, en el interior de la Esfera, captando las formas de vida que había en esta: sus emociones, sus nervios y temores.
            – Aquí solo estorba – dijo la voz de un soldado detrás de él, que había tomado el gesto de centrarse en la Fuerza como una debilidad.
            – ¡Déjale en paz Chod! – dijo la voz del sargento.
            Keegan alzó la vista despacio, observando como los soldados iban saliendo de la estancia, con sus armas preparadas, algunos con su fe puesta en sobrevivir, otros no les importaban morir, no tenían nada que perder, varios se pusieron en manos de sus dioses y de la misma Fuerza. Notó miedo, valentía, determinación, odio. Todos sabían lo que les esperaba. Se preguntó si los caballeros jedi y los padawans que lucharon en las Guerras Clon tendrían aquella sensación de serenidad que él estaba experimentando en aquel momento, cuando dejó su destino en los misteriosos caminos de la Fuerza.
            – ¿Se encuentra bien? – preguntó el suboficial.
            – Sígame sargento – respondió Keegan –. Se acerca un pelotón de soldados de asalto.
            Noack advirtió el tono de autoridad en la voz del adquisidor y tras hacer una señal a otro soldado, le siguió por el pasillo hasta una escalera que lo condujo a la cubierta superior, donde se encontraron con el fuselaje partido por la mitad por culpa del fuerte impacto al envestir la Esfera. Al reforzar la integridad estructural en una parte concreta de la nave, el resto del fuselaje no había podido aguantar el esfuerzo, resquebrajando el casco justo donde se iniciaba la zona donde estaban ellos resguardados. Más allá de este se podía ver el hangar de la estación de batalla: la nave rebelde había entrado en su interior como un vibrocuchillo y estaba incrustada en uno de los mamparos, con llamas y humo por todos lados. Por suerte el campo de fuerza aguantaba y había evitado que fueran succionados hacia el espacio. Desde su posición podían ver la puerta romboide de acceso, que en aquel momento estaba abierta, con los primeros soldados de asalto cruzándola.
            – Cúbrame – le dijo el adquisidor, sacando del interior de su chaqueta un alargado tubo metálico que empuño con firmeza, activando el cristal de kyber, haciendo emerger un filo verde brillante del sable de luz que se había construido poco después de llegar a Klovan con Galdar veinte años antes.
            Noack le observó fascinado, con una expresión de asombro y sorpresa. Era la primera vez que veía un sable de luz, aunque había leído y escuchado historias sobre ellos y sobre todo de aquellos que los empuñaban.
            – Los soldados sargento – le recordó Keegan.
            – Sí, sí – balbuceó este que se arrodilló junto al mamparo resquebrajado de la nave corelliana, alzó su rifle bláster y se lo colocó la culata en el hombro apuntando hacía el enemigo, que se estaba acercando al partido fuselaje. El otro soldado que le acompañaba hizo lo mismo y empezaron a disparar.
            Keegan saltó los metros que le separaban del suelo empuñando su sable, y justo cuando se posó sobre el suelo, los soldados que respondieron el fuego de cobertura que venía de las cubiertas superiores de la nave. Aprovechó ese momento de confusión para, usando la Fuerza, buscar los controles de los sistemas del hangar. Hacía años que rastreaba la energía eléctrica, como si de una forma de vida se tratara, gracias a memorizar los planos y esquemas imperiales, permitiéndole manipular la tecnología, apagando y encendiendo mecanismos electrónicos, tal que mentes débiles y maleables. Se enfocó en la puerta hasta localizar sus mandos y provocó que saltara el cierre de seguridad por descompresión, lo que hizo que ambas hojas se cerraran con rapidez ante la sorpresa de los soldados que las custodiaban, después provocó una sobrecarga para quemar los servohidráulicos e impedir así que volvieran a abrirse.
            Una ráfaga de plasma incandescente le pasó tan cerca de donde estaba, que sintió el calor en la cara. Alzó su hoja verde de su sable y empezó a desviar los siguientes disparos, permitiendo que el sargento Noack pudiera acabar con los últimos soldados que habían quedado aislados.
            Ya sin enemigos a los que desviar sus blásters buscó, gracias a su capacidad de ver el espectro infrarrojo, los sistemas de seguridad que les estarían observando. Cogió algo de impulso con el brazo y con la hoja de luz activada lanzó el sable hacia el techo haciendo que su filo destruyera los holocámaras. Así como el cristal de la cabina de control situado encima de ellos, lo que hizo que los cristales cayeran con un estruendo al impactar contra el suelo. Mientras el adquisidor recuperaba su arma sin que pareciera esforzarse. Se giró y encontró al teniente Logot y al capitán Tedek, que estaban boquiabiertos, mirándole con los ojos como platos de sorpresa, tras descender de la maltrecha nave.
            – Esperen aquí.
            Miró hacia la sala de control, y dio un salto de 15 metros hasta el alfeizar de la ventana destruida instantes antes. Encontrando dos técnicos que se habían convertido en observadores privilegiados de lo que acababa de ocurrir. Ambos estaban aterrados, sin saber muy bien que había sucedido para que aquel rebelde saltara como lo había hecho de manera sobrenatural. Al tenerlos delante pudo tener una fugaz visión del pasado de cada uno y al saltar al piso alzó el sable y seccionó la cabeza al cabo responsable del hangar. Había visto como había disfrutado al asesinar a un grupo de jawas y de su posición de poder cuando estuvo destino en Tattoine durante su servicio voluntario como soldado de asalto, antes de ser asignado a la rama auxiliar de la marina como técnico, asesinando.
            Luego se giró hacia al más joven de los dos, advirtiendo la alegría que había sentido al ingresar directamente, gracias a sus estudios de ingeniería, como técnico al ser reclutado forzosamente en Taanab. Nunca había hecho daño a nadie y solo deseaba no tener que hacerlo en los años que le quedaban al servicio del Emperador, que en secreto detestaba por obligarle a alejarse de los suyos.
            – Vete – le dijo. Este se levantó de un salto de la silla y salió corriendo por la puerta sin mirar atrás.
            En ese momento Keegan se giró hacia su derecha alzando el sable para defenderse, pero no había nadie. Se quedó por un instante paralizado, con el corazón latiendo con rapidez, porque había sentido claramente una perturbación en la Fuerza, como si una sombra le observara. Y tuvo la certeza que no era la primera vez que se encontraba cerca de ese ser, pero era una sensación lejana, perdida en el tiempo de su memoria. En la sala de control no había nadie más, estaba solo, por lo que desactivó la hoja de su sable y se sacudió aquella perturbadora sensación de la mente, recordando el mantra del maestro Yoda: El miedo es el camino hacia el lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento, el sufrimiento al lado oscuro.
            Se centró en lo que tenía que hacer, provocó un cortocircuito en la puerta de entrada para que no pudiera abrirse con facilidad. Y se giró para ver el hangar que estaba por debajo de él a través del ventanal destruido. Todos los rebeldes habían desembarcado de la Grito y se reunían en grupos, mientras ya empezaban a cortar los mamparos para salir de allí.


Sala de mando, ET6

            El capitán Fusch observaba la imagen holográfrica del hangar número 7, donde la corbeta corelliana se había estrellado y desde la que empezaban a desembarcar rebeldes armados. Confirmando que aquel no era un ataque desesperado, sino un plan para neutralizar la estación de asedio desde dentro. No dejaba de ser desesperado, pero más factible que la diversión que acababan de realizar las naves de combate. Entonces uno de los asaltantes empuñó un sable de luz, la arcaica arma de los caballeros jedi. No era la primera vez que veía uno en acción, pero aquello había sido hacía mucho, casi en otra vida, cuando era un joven oficial naval durante las Guerras Clon. Después estos habían intentado tomar el gobierno de la Republica que decían defender en un traicionero golpe de estado, que solo gracias al entonces Gran Canciller Palpatine, se había logrado evitar. Y ahora, veinte años después estos volvían a intentar tomar el control a través de la autodenominada Alianza. Sabía, gracias a las reuniones de situación con Vantorel, que un jedi llamado Luke Skywalker estaba entre las filas de aquellos terroristas y que precisamente sus órdenes era localizarlo bajo la coordinación de Lord Darth Vader. Entonces la proyección holográfica del sable se acercó hacia ellos hasta que la imagen se interrumpió.
            – Póngame con el Aniquilador – ordenó Fusch. Instantes después apareció la imagen de Vantorel.
            Capitán, ¿necesita más tropas para repeler la incursión? – le preguntó su superior nada más aparecer.
            – No almirante, la situación está controlada y lograremos rechazarlo – indicó restando importancia a una veintena de asaltantes. A bordo contaba con un regimiento de infantería con tres mil soldados de asalto y veinte mil tripulantes, más que suficientes para reducir a aquellos rebeldes –. Le llamo porque uno de ellos es... bueno, porta un sable de luz. Le envío la grabación.
            Ha hecho bien – respondió Vantorel, tras desviar la mirada para ver lo que lo acababan de enviarle, quedándose pensativo unos instantes –. Solo contenga el asalto, no se enfrente a ellos, solo aíslelos. Es una orden. Le enviaré más soldados – hizo una pequeña pausa.
            » Capitán, capturar a ese... hombre, es más importante para el Emperador que la seguridad de la propia Esfera que comanda. Tenga cuidado.
            – Sí señor, así se hará – respondió Fusch y su superior desapareció.
            » Sellen los accesos a los almacenes de proyectiles, concentren a los soldados en sus accesos, al igual que al reactor principal. ¡Rápido!
            – Sí señor – respondió el oficial de guardia, que se dirigió hacia los puestos de trabajo correspondientes.
            – Impediremos que puedan hacernos daño – le dijo a el teniente Jorak. Este ya había accedido a los planos internos y los hizo aparecer en el proyector.
            – La mejor manera es crear varios cinturones de puntos de bloqueo a lo largo de sus posibles rutas de avance – indicó mostrando los planos de las cubiertas cercanas al hangar número 7 –. El problema es que tienen acceso a las bodegas de carga y todas ellas se comunican unas con otras hasta los depósitos de municiones.
            – Si llegaran a ellos podrían crear una explosión catastrófica – dijo el comandante Brank, el responsable de la Esfera, la cual estaba siendo alistada en los astilleros de Loronar, y contaba con la dotación mínima, cuando llegó la orden de Coruscant de entregar el mando al capitán Fusch. Este y Jorak le miraron sorprendidos de que un oficial dijera algo tan obvio.
            – Hay muchas estancias de grandes dimensiones en las secciones: bodegas, pasillos de servicio... – continuó Jorak ignorando a Brank –. Podríamos intentar atraparles allí...
            – El almirante ha indicado concretamente contenerlos y eso haremos – recordó Fusch, que había aprendido que Vantorel nunca ordenaba nada sin un motivo fundado. Aquel veterano de las Guerras Clon había visto pasar muchos superiores mediocres, que solo querían medrar y lograr los privilegios del rango o la posición. Pero Vantorel era diferente: era un auténtico profesional como pocos había conocido. Además, se preocupaba de su gente, tanto de su seguridad, como de que estos tuvieran el mejor material disponible. Conocía la táctica y la estrategia naval y las aplicaba en sus órdenes, dictadas con lógica militar y no por sus caprichos. Le seguiría allí donde fuera.
            » Solo puntos de bloqueo para que no pasen. Armaremos a la tripulación si es necesario hasta la llegada de los refuerzos. Pero no haremos nada más. Nos retiraremos y acordonaremos primero los arsenales, almacenes de torpedos y los hangares para que no puedan huir, para ir ampliando la zona desde allí hacia las secciones cercanas al hangar 7 – se giró hacia Brank.
            » ¿Por qué aún no está aquí el responsable del regimiento de infantería?
            – No, no le hemos la... llamado – respondió este tartamudeando.
            – ¿Entonces cómo va a coordinar la defensa? ¡Que se presente inmediatamente!
            Este se alejó hacia la estación de seguridad.
            – ¿Cómo cree esta gente que vamos a ganar esta guerra? – se preguntó en voz alta Fusch. Jorak prefirió no contestar, limitándose a buscar en los planos por dónde podrían avanzar los asaltantes rebeldes para detenerles.
            » Mientras viene ese soldado, dígame teniente, ¿cómo supo dónde estaban los generadores de escudo planetario?
            Nada más llegar al sistema, Jarok había subido a la Esfera de Torpedos, indicado la zona donde debía disparar. Brank argumentó que el proceso de localizar los diferentes proyectores de campos de fuerza era una tarea ardua que requeriría muchas horas. Aun así, Fusch había ordenado rastrear con los sofisticados sensores de la estación las coordenadas indicadas. Confirmando los datos del joven teniente. Y mientras se colocaban en la zona de la órbita ya despejada por las naves de Vantorel, se habían cargado los tubos lanzadores de torpedos de protones, disparándolos sobre el escudo que defendía el planeta y terminando con él.
            – Mi padre trabajaba como ingeniero para Kuat – respondió este –. Se encargaba de diseñar las redes energéticas de sus plantas de fabricación, y mi madre era exobotánica. No imagina lo similares que son un sistema eficiente de producción eléctrico, con el de las enredaderas de Kashyyyk o las estructuras de los nenúfaros de Ithor. Las de Klovan seguían un perfil similar.
            – ¿Lo dedujo gracias a unas plantas? – dijo Fusch incrédulo.
            – Básicamente, sí – admitió Jarok un poco avergonzado.
            Fusch río a carcajadas y le dio y golpe en la espalda de complicidad.
            – No creo que nadie se lo vaya a creer – dijo riendo. En ese momento se presentó el oficial de los soldados de asalto destacados en la estación y el veterano capitán recuperó la serenidad para organizar las zonas de bloqueo.


Hangar 7

            Keegan descendió de la sala de control de un salto, acercándose a los responsables rebeldes.
            El capitán Tedek se le acercó con decisión.
            – El reactor de la Grito aún está operativo, podemos sobrecargarlo y provocar su explosión. Dañaría gravemente esta parte de la estación – explicó con convicción, dirigiéndose a él, buscando su aprobación. Podía percibir que la actitud de los rebeldes que le rodeaban había cambiado, observándole con mayor respeto, casi devoción en algunos, imbuido de un halo de autoridad que no deseaba, ni quería.
            » Será su último grito – bromeó Terek.
            – ¿Cuánto tiempo tendríamos?
            – Veinte minutos.
            – Hágalo – confirmó Keegan.
            – Debió decirnos quien era realmente – le dijo el teniente en un tono de reproche.
            – Lo que yo sea no cambia la misión – replicó Keegan, tampoco estoy habituado a decirlo, pensó para sí mismo a modo de escusa personal.
            – Aquí nos dividimos – anunció Logot –, el Equipo Rojo irá por las bodegas de carga de las cubiertas inferiores, intentaremos llegar a los almacenes de torpedos. Mientras que el Equipo Amarillo nos seguirán y se disviarán más adelante. Avancen con rapidez y aléjense de aquí para evitar la explosión. El Equipo Morado irá hacia el reactor.
            Keegan supo que el teniente no sobreviviría a aquel día, ni nadie de su grupo.
            Aproximadamente cada grupo tenía unos quince integrantes, entre infiltradores y marineros de la Grito. Cada uno de ellos contaban con al menos dos cortadores de fusión para abrir mamparos para internarse en la estación. La pericia de Tedek había logrado que se estrellaran en el hangar más cercano a los motores, por lo que estaban algo más cerca del reactor principal. Como la estación tenía un diámetro de 1.900 metros, se encontraban a 900 metros de su objetivo, aunque si no podían llegar a este, intentarían inutilizar sus motores u otras partes de sistema de energía o propulsión.
            Los equipos Rojo y Amarillo empezaron a descender, con cuerdas sintéticas, por los huecos de ascensores y montacargas hacia las bodegas de los niveles inferiores. El equipo Morado se encontraba a su alrededor, uno de ellos, un snivviano, había activado el cortador de fusión y estaba haciendo un agujero en el mamparo, tal vez uno de los más gruesos de la nave, con excepción del blindaje del reactor. Del impacto de la Grito, uno de los fragmentos había dañado la compuerta de salida.
            – Déjeme, por favor – le pidió Keegan con amabilidad al sorprendido soldado, que dejó el cortador y se apartó un par de pasos. El adquisidor activó su sable de luz, colocando la punta verde sobre el metal de la pared, por donde se introdujo con suma facilidad casi hasta la empuñadura, para empezar a moverle para abrir una abertura. Se escuchaba perfectamente el crepitar del acero fundiéndose bajo la hoja láser que cortaba el acero como margarina. Instantes después había abierto un hueco, que tras empujarlo cayó como una losa al suelo, dejando ver el taller de mantenimiento de lanzaderas que había al otro lado de la pared.
            – Con un par de estos podríamos abrirnos paso hasta el centro del mismísimo infierno – dijo sorprendido el snivviano abriendo sus grandes hocicos.
            El sargento Noack fue el primero en pasar, seguido del resto del equipo, siendo Keegan el último en dejar en hueco de la pared donde la Grito de Alderaan había impactado en la Esfera. Había llamas y en unos minutos la explosión de su reactor arrasaría toda aquella zona. Aun así, se quedó unos instantes observando la cabina de control situada encima del hangar. Y por un instante creyó ver de nuevo aquella sombra observándole, acechando desde lo alto. Sintió un escalofrío cuando recordó la vez que había notado aquella misma presencia. En otra vida. En Coruscant.


            Al cruzar el agujero que había hecho en la pared, observó que los rebeldes estaban colocados en posición defensiva apoyados en las cajas de repuestos y maquinaria, con sus armas listas, pero esperándole y la mayoría le observaban con fascinación. Tras la Gran Purga la propaganda de Palpatine había convertido a los jedis en leyenda y a la Fuerza en algo místico e irreal. Pero mil generaciones de Guardianes de la Paz, diplomáticos, mediadores y exploradores, a pesar que la Orden nunca había buscado publicidad en su servicio público a la República, había dejado una huella indeleble en el recuerdo colectivo de la galaxia. Todos aquellos soldados le habían reconocido como su líder, algo para el que solo era necesario mirarlos a los ojos para darse cuenta.
            Se aproximó al siguiente mamparo y lo perforó con la misma facilidad que el anterior. La sala a la que accedió a una sala de descanso, con varias mesas y sillas, un proyector holográfico y carteles de propaganda.  No se detuvieron mucho en las siguientes estancias en las que entraron, apremiados por aumentar el espacio con la explosión que provocaría la sobrecarga en la Grito. Tras abrir el cuarto agujero, Keegan se acercó a la salida, concentrándose en el mecanismo de apertura, desbloqueando el motor hidráulico. Empujó la puerta, encontrando que el pasillo estaba despejado, así que los rebeldes avanzaron por este hacia la siguiente intersección. Escuchándose solo el ruido metálico de sus botas sobre la cubierta. Cuando todos hubieron pasado cerró de nuevo la compuerta y avanzó hasta donde se encontraba Noack.
            Encontraron un distribuidor donde desembocaban varios pasillos, con un puesto de trabajo seguridad vacío, con varios escáneres de múltiple espectro. Uno de los soldados se subió al podio y comprobó los controles.
            – Está desactivado – confirmó.
            – Esto es extraño – dijo Noack –. Aquí tendría que haber un destacamento protegiendo esto. Y no hay nadie.
            – Sigamos avanzando – indicó Keegan señalando un de los pasillos. Los hombres se colocaron a los lados y el adquisidor activó los mecanismos de apertura y las dos hojas de acero romboides se deslizaron mostrando el pasillo expedito.
            Noack no lo dudó y fue el primero en avanzar por él, seguido del resto del grupo. Keegan cerraba la formación, volviendo a bloquear el acceso detrás de ellos. Sin perder tiempo prosiguieron hacia la siguiente compuerta blindada situada a veinte metros, volviéndola a abrir de la misma manera.
            – ¿No podría usar esa magia y activar las cámaras de seguridad para averiguar qué sucede? – le preguntó Noack.
            – No es magia, sino la Fuerza viva que lo rodea todo – contestó Keegan.
            – No quería ofenderle – respondió el sargento, que quiso decirle que conocía lo que significaba el uso de la Fuerza y quienes eran realmente los jedis. Y que con él allí le había devuelto su esperanza en ganar aquel conflicto. Pero no lo dijo.
            – Además lo único que hago es mover los elementos mecánicos por telequinesis – le explicó notando la incomodidad de este –, no puedo controlar un programa informático o algo que no sea activar un circuito eléctrico mediante un elemento físico y que conozca su funcionamiento o haya visto un diagrama suyo.
            Siguieron avanzando por el pasillo hasta la siguiente intersección, donde se encontraba el foso del grupo de turboascensores, que según los planos se encontraban cada 100 metros. Esta también se encontraba vacía.
            – Es el momento – recordó uno de los rebeldes. Todos se agazaparon, sentándose en el suelo. Rezando para que la estructura de duracero y la estación amortiguaran el efecto de la explosión.
            – ¿Cree que aguantarán? – preguntó Noack señalando la pared metálica por donde habían venido. Del hangar les separaban varias decenas de metros y varios mamparos. ¿Serían suficientes para resistir la onda expansiva?
            – Esperemos que sí – respondió Keegan. Pero tenía que confesar que no era ingeniero y solo podía confiar en la Fuerza y en su destino.
            Aunque estuvieran advertidos, la explosión del reactor de la corbeta corelliana sacudió la estructura violentamente. Los mamparos se retorcieron, la luz se apagó, encendiéndose solo los de tenues focos de emergencia. Varios paneles del techo se desprendieron. Y una de las compuertas del turboascensor salió despedida hacia delante acompañada de una lengua de fuego, que se extinguió en un instante. Después de lo cual se produjo una calma y un silencio espectral. Unos segundos después empezaron a sonar las alarmas de emergencia.
            Keegan fue el primero en levantarse, seguido del resto de rebeldes.
            – Norp, deja algún regalo a nuestros amigos – dijo Noack a uno de sus soldados.
            – ¿Proximidad? – sugirió Norp, un hombre alto, con una barba recortada y que empezaba a encanecerse, sacando un detonador térmico de su mochila.
            – No creo que volvamos por aquí – confirmó el suboficial.
            Para entonces el adquisidor ya había abierto la siguiente puerta y los rebeldes avanzaban por el siguiente tramo de corredor.
            A la mitad de este Keegan se detuvo frente una rejilla del suelo.
            – Por aquí – dijo buscando el cierre electrónico estándar, que no tardó en desbloquear. Luego sacó esta de su marco, dejando ver un estrecho conducto de acceso. Noack fue el primero en bajar, seguido del resto del grupo, siendo el último el adquisidor, que se ocupó de volver a colocar la rejilla en su sitio mediante la telequinesis.
            Tras salir del conducto de conexión se encontró con uno largo pasillo de mantenimiento, sus paredes, techos y suelos recorridos por grandes tuberías. Los rebeldes se habían parapetado a cada lado, esperando que Keegan les indicara por donde seguir. Este hizo un recorrido mental desde que había salido del hangar: habían seguido paralelos al casco exterior, dirigiéndose hacia los motores de impulsión. Ahora debían de girar hacia su izquierda y seguir estos hacia el reactor. Señaló hacia uno de los extremos del largo conducto y empezó a caminar en aquella dirección. El resto le siguió.
            Sin tener que detenerse para abrir puerta, el grupo avanzó con más rapidez, aunque con cautela, siguiendo por el corredor hasta llegar a una zona en el que el techo descendía y cambiaba de color y el material con el que estaba construido.
            – Este es un depósito de combustible, posiblemente del reactor auxiliar – indicó uno de los ingenieros de la Grito que los acompañaban.
            – Bien, entonces pronto dejará de serlo – respondió Noack, que se giró hacia Norp, su experto en explosivos –. Ya sabes.
            Norp asintió, y con varios rebeldes se repartieron varios detonadores térmicos. Un pequeño y ágil ardeniano de cuatro brazos trepó por las tuberías y fue colocando, gracias al magnetismo de la base de la carga, varias de estas por el techo.
            – Me preocupa que no hayamos visto a ningún imperial todavía – le comentó Noack a Keegan mientras minaban aquella zona.
            Este pareció no prestarle atención durante unos instantes, para girar su mirada en dirección al pasillo.
            – A mí también – le respondió volviendo a mirarle –. Pero imagino que será por mí presencia. Cuando sus hombres terminen hemos de seguir.
            Una vez colocaron los explosivos, prosiguieron hasta encontrarse con la intersección con otro pasillo que se cruzaba con el que estaban siguiendo. Keegan le indicó que Noack que debían seguir el nuevo tramo y el resto de rebeldes les siguieron con cautela. Este era similar al que acababan de abandonar. Al llegar al siguiente pasillo Keegan volvió indicar que debían seguirlo.
            – Esto nos hace retroceder en la dirección por la que hemos venido – advirtió uno de los rebeldes.
            – Lo sé – respondió el adquisidor con seguridad –. Pero es necesario.
            No transcurrió mucho hasta que llegaron a otra intersección, en la que había una columna de distribución de energía que se elevaba hacia el techo varios pisos por encima de sus cabezas. Numerosos tubos y conductos de energía y otros suministros parecían coincidir en aquella sección. Mientras que en las paredes había varias consolas de trabajo rojas y negra con las pantallas y teclados de supervisión.
            – No volveremos por aquí – comentó Keegan y Noack hizo un gesto a Norp para que colocara varias cargas más, que este ocultó fuera de la vista, entre las diferentes tuberías que ascendían hacia las cubiertas superiores.
            » Descendamos – dijo Keegan tras localizar una trampilla junto a la columna. Se metió y bajó por la escalera, seguido del resto de rebeldes, cerrando el grupo Noack.




Continuará…


Notas de producción:
(1) DeLattre y Satek son dos pilotos que aparecen en el relato USS Spirit.

(2) La mención de Noack se hace en el relato El Jedi perdido 1: Adquisidores.


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