domingo, 17 de noviembre de 2019

El Jedi perdido - En la oscuridad 5


Coruscant

            Su relación con Klovan se remontaba los días posteriores a su huida del Templo Jedi, cuando apenas era un joven de 15 años.
            Había escapado por los conductos de residuos, burlando a los soldados clon enviados a matarle a él y a sus compañeros y maestros. Su mente trabajaba a gran velocidad y con mayor lucidez de lo que se hubiera esperado de un muchacho. Los recuerdos de supervivencia aprendidos en Aktuort y que creía olvidados tras años de comodidad, afloraron. Como si hubieran estado esperando a regresar para cuando los necesitara. Sabía que aquel no era el mejor lugar para desaparecer. El planeta ciudad era inmenso, trillones de seres lo poblaban y aunque parecía que podría perderse con facilidad por sus miles de niveles, regiones, ciudades, sectores y zonas, también era un lugar muy avanzado, lleno de droides, cámaras, y máquinas conectadas a registros informáticos, que en aquel momento ya tendrían su rostro marcado. Los ataques de los Separatistas habían convertido a Coruscant en una fortaleza muy vigilada, posiblemente aquel era el verdadero objetivo, reflexionó. Dooku era un sith y Palpatine había demostrado, enviando los clones al Templo y declarando el Imperio y difamando a los jedis en traidores y enemigos públicos, que él también lo era. Y si los líderes de ambos bandos eran los servidores del Lado Oscuro, ¿no podía ser aquella guerra una maniobra para acabar con la Orden y asumir el poder? Lo que estaba claro era que ya estarían buscándole. Podía compensar aquella situación en parte, ya que era un keshiano, apenas indistinguible de cualquier otro humano, pero la evolución les había dotado de una vista que detectaba un amplio espectro de ondas mucho más completo que estos. De manera que detectaba radiación electromagnética ultravioleta e infrarroja, distinguiendo el calor y literalmente viendo el rastro de un sensor o una cámara de vigilancia oculta.
            Aun así, no poseía créditos para pagar un pasaje, ni documentación que sirviera, aunque las tuviera… Tampoco tenía familia, amigos o contactos a los que acudir para pedir ayuda. Además, aunque pudiera intentar ir de polizón en una de las miles de naves que salían a diario, ¿a dónde ir? Debía buscar un lugar donde esconderse, y allí pensar en siguiente paso. Y el único sitio donde podría encontrar refugio era el inframundo artificial que se extendía por debajo de la superficie cubierta por edificios, ya que estos habían sido construidos unos encima de otros, capa sobre cada. Creando entrañas laberínticas que poco a poco se iban desusando a medida que se elevaban los niveles, dejando partes de ellas abandonadas. Algunas eran rellenarlas con cemento para reforzar los cimientos del siguiente nivel. Mientras que los niveles más profundos se iban convirtiendo en vertederos improvisados, comprimiendo en bloques la basura que era demasiado cara para llevarla fuera del planeta.
            Así había logrado llegar, ocultándose y esquivando los diferentes sistemas de seguridad, hasta las profundidades de la ciudad, muy por debajo de la superficie de acero y cristal. A través de túneles de servicio, por pasillos y escaleras abandonadas, descolgándose por huecos, y abriéndose paso sigilosamente. Pero llevaba horas moviéndose, alejándose del distrito Federal, aquella noche no había dormido y no sabía realmente cuánto tiempo había transcurrido. Se encontraba agotado y necesitaba encontrar un lugar donde descansar, pero que fuera seguro o por lo menos discreto y resguardado.
            Encontró una zona desierta, pero que aún tenía energía. El suelo estaba cubierto de polvo, y la suciedad acumulada indicaba que no habían sido utilizado desde hacía tiempo. Al fondo de uno de los pasillos había una puerta con un letrero con las letras gastadas. Podría haber utilizado el sable de luz para abrir la puerta derritiendo el metal o destrozando la cerradura. Pero eso habría dejado pruebas de que un jedi había pasado por allí. Así que abrió la tapa de los controles que estaba medio corroído, accediendo al mecanismo interno. Lo observó con detenimiento, pero no entendió nada. Él no era un ingeniero. Se le daba bien estudiar, tenía buena memoria y según sus profesores era aplicado y tenía buena capacidad de análisis, pero no así con los trabajos manuales como la mecánica. Así que recurrió a lo único que podía ayudarle: la Fuerza. Se concentró en las diferencias piezas, pero lo que tenía delante era metal y componentes que nunca habían estado vivos. Pero se dio cuenta que tanto unos, como otros, necesitaban electricidad para funcionar, por lo que se centró en esta… y no tardó en detectar a los gusanos de conductos que se alimentaban con los tenues campos eléctricos que rodeaban los cables con corriente. Estos no tenían cabeza, cola o tronco, pero eran seres vivos y por tanto la Fuerza era parte de ellos y ellos de ella. Se concentró en aquellas criaturas y así pudo ver, como si en su cabeza se hubieran iluminado, los planos de las conexiones eléctricas que se extendían por las paredes que le rodeaban. Y como si pudiera canalizar la energía a través de los gusanos activó el mecanismo de apertura del enganche magnético, que produjo un sonido metálico “clack” al abrirse. Entonces solo tuvo que empujar la puerta para entrar en la estancia. Estaba seguro que la maestra Jocasta Nu no estaría muy conforme de la manera que había usado la fuerza, pero esperaba que comprendiera la situación.
            Cerró la puerta tras de sí, notando un fuerte olor a cerrado, mezclado con la humedad y los excrementos de extrañas criaturas. En las paredes podía ver rastros dejados por las babosas de duramento, que habían excavado túneles por las paredes de piedra artificial de aquel edificio. Mucho tiempo atrás debía de haber sido un cuarto de servicio, a juzgar por los restos de las taquillas metálicas que había, medio devoradas por los ácaros de piedra que usar aquel metal en sus exoesqueletos.
            A pesar de lo cansado que estaba, no podía dormir, ahora que no tenía que estar buscando un escondite y ocultarse mientras huía, empezó a penar en lo que había sucedido y en qué hacer a partir de ese momento. El Canciller Supremo no se limitaría a aniquilar a la Orden Jedi, aquel sería el primer paso para implantar su tiranía sobre la galaxia, y para eso lo primero sería fortalecer su posición en el núcleo de la recién extinta República. Poco después del amanecer había podido ver desde una ventana, las columnas de humo que se elevaban desde la maciza estructura del que había considerado su hogar. Pero nadie parecía preocupado, ni apenado. Las rutas aéreas de que se desplazaban cerca del edificio siguieran como si nada mientras sus amigos eran exterminados. Se dio cuenta que a los habitantes de Coruscant, o de la galaxia, ya no les importaban que los jedis, guardianes de la paz, estuvieran extinguiéndose, solo su propia seguridad. Era como si se hubiera perdido la búsqueda del bien común, y solo pensaran en sí mismos. ¿Tal vez fuera aquel egoísmo la verdadera corrupción que había en la República?
            No eran necesarias sus habilidades en la Fuerza para vislumbrar el futuro, para saber que debía abandonar aquel mundo, pero para ello necesitaba una estrategia y trazar un plan. Además, vagar por la galaxia, huyendo, escondiéndose, estaba seguro que era la mejor manera de ser capturado y ejecutado por los soldados clon de Palpatine o por alguien peor.
            Las autoridades le estarían buscando, por lo que hacerlo solo era muy arriesgado. Necesitaba buscar ayuda de alguien de confianza. ¿Pero quién? Si el Senado había declarado el Imperio Galáctico con una ovación, estaba seguro que la mayoría de los senadores estarían bajo la influencia del señor Oscuro del Sith. Pero no todos podían haber sido corrompidos, lo demostraba la noticia de la holonet que había podido ver en una pantalla de una galería con comercios que había tenido que atravesar al no encontrar otro pasillo menos transitado. En ella se decía que un grupo de 63 senadores habían sido detenidos por alta traición. Había reconocido los nombres de Shea Sadashassa de Herdessa, Ivor Drake de Kestos Menor, Fang Zar del sector Sern, Steamdrinker de Tynna, y Tanner Cadaman de Feenix… Conocía a la mayoría de aquellos nombres, todos firmantes de la Delegación de los 2.000, que advertía de los peligros de la acumulación de poderes de Palpatine. No podía ser que todos los seres decentes del senado se hubieran sido doblegados por el tirano. ¿Pero en quien podía confiar?
            Su maestro se veía con numerosos senadores y embajadores, y a veces él le acompañaba. Pero solo eran tres con quienes se reunía de manera habitual. Uno era Fang Zar, los otros eran Bail Organa, y la senadora Takora, del planeta Klovan. Pero como había comprobado gracias a las noticias el primero había sido arrestado. Y aunque el alderaano y la klovan se habían apresurado en declarar su lealtad al nuevo Emperador, estaba convencido que igualmente estarían vigilados. En realidad, la mayoría de los que se había opuesto de alguna manera al Gran Canciller o estaban relacionados con jedis lo estarían. Con el representante de Alderaan su maestro solía tomar el té y hablar de la situación política y en ocasiones de la guerra, momento en que él prestaba más atención. Era uno de los hombres más respetados de la República y poseía una gran presencia y una personalidad magnética, que cuando le prestaba la atención a alguien, le hacía parecer a uno que era el centro de la galaxia. O por lo menos eso le parecía a él, un joven padawan y aprendiz de su amigo, cuando este le tenía la deferencia de escuchar sus argumentos aquellas veces que se atrevía a decirlas en voz alta.
            En cambio, con Takora solía reunirse todas las semanas, en que el centaxday (1) no hubiera sesión en el senado, para jugar a un juego de tablero con piezas que parecían muy antiguas. Más joven que Organa, no solía prestarle mucha atención, apenas le saludaba, quedándose con su maestro en su despacho, mientras él esperaba en la antecámara. Por eso en varias ocasiones, por sugerencia del propio Nalok, había acompañado a su criado Colek a comprar fruta. Este era un joven imroosiano, que tenía la piel de color marfil con un aspecto de tiza, evolucionada para resistir las extremas temperaturas de su mundo. El lugar donde tenían que ir se encontraba en una zona de comercios subterráneos de la Ciudad CoCo, por lo que abandonar el Distrito Federal, donde se encontraba el Edifico del Senado y el Templo, e internarse en la inmensidad de aquel planeta ciudad, lleno de seres de toda la galaxia, de sonidos, de olores, de miradas, de pensamientos y recuerdos tan diferentes le había resultado algo abrumadora al principio. Sobre todo, contrastaban con la tranquilidad del Templo a la que se había acostumbrado. Pero tras los primeros viajes se había acostumbrado a ir en buscar de los meilooruns junto a Colek y casi le parecía una aventura. Además, el imroosiano una vez le había cogido confianza se convirtió en una interesante fuente de información sobre los niveles inferiores de Coruscant. Como locales de moda, la ropa o los peinados que se llevaban, y de alguna manera le había cogido aprecio.
            Entonces recordó lo que una vez le había dicho su maestro Nalok «Si algún día necesitas ayuda, recuerda que puedes confiar en la senadora Takora». Y además conocía la manera de ponerse en contacto con ella sin que los agentes del Emperador le encontraran.


            Se despertó sobresaltado, con el corazón acelerado y empapado de sudor. De manera instintiva alargó la mano y empuñó su sable de luz, con la mirada clavada en la puerta, esperando que de un momento a otro se abriera y entraran en torrente tropas clon encabezadas por Anakin Skywalker para matarle. Aunque este ya no era el chico alocado que le había enseñado a pilotar un aerodeslizador entre los rascacielos de Coruscant. Ahora era un servidor del Lado Oscuro de la Fuerza. Y cuando comprendió que nadie iba a entrar para matarle, empezó a calmarse, desactivando su arma y sumiendo a la habitación en la oscuridad. Ya había descansado y ahora debía ponerse en marcha. E ir en busca de la senadora Takora.
            Entre los armarios pudo encontrar algo de ropa abandonada en una taquilla, le estaba ancha y olía a humedad. Pero precisamente eso podría ayudarle, el olor haría que muchos coruscantis se alejaran de él. Por desgracia los guardias tenían filtros en sus cascos, por lo que debía de evitarlos.
            Al ponérsela notó la trenza de aprendiz que le colgaba de la cabeza. Debía pasar desapercibido, por lo que tenía que cortársela, encendió su sable y con cuidado de no quemarse con su poderoso filo láser, se la cortó. Aquella era una de las señales más significativas de su estatus de padawan, y el día que se la había podido hacer se había sentido orgulloso, comprendiendo que en aquel momento formaba parte de algo más grande que él mismo: de la Orden Jedi. La sostuvo entre sus dedos unos instantes, y pensó en tirarla al suelo, ya que pertenecía a su pasado. Pero en ese momento tuvo una visión de su futuro, en la que sostenía en la mano, con el puño de una camisa limpia, al igual que su palma, no como en aquel momento, sucia por el polvo y la mugre de su huida. Así que la guardó.
            Antes de abandonar su refugio estuvo meditando para calmarse y así canalizar y controlar sus miedos en busca de la serenidad, recordando el mantra del maestro Yoda: el miedo es el camino al Lado Oscuro, el miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, y el odio lleva el sufrimiento. Más templado y con sus nervios bajo control, se dirigió a la Ciudad CoCo por los niveles inferiores, manteniéndose alejado y esquivando las cámaras de seguridad y las grandes aglomeraciones, evitando coger un transporte donde pudieran reconocerle. No tenía prisa ya que Colek siempre iba el segundo día de la semana, que era cuando llegaba la mercancía del Borde Exterior y aún faltaba varios días para entonces. Ese tiempo le permitiría ir andando, también intentaría cambiarse de ropa y comer algo.
            Aquel lugar era como estar en un mundo al revés, donde en lo que una vez había sido la superficie, ahora los edificios más altos se habían convertido en los cimientos de un gigantesco segundo piso. La iluminación era completamente artificial, procedente de los carteles luminosos de las tiendas o de las ventanas, excepto en los huecos por donde se accedía desde el exterior, donde se filtraba una tenue luz natural.
            A pesar de ir por las zonas más peligrosas de la capital del recién proclamado Imperio Galáctico, logró llegar a su destino sin incidentes. La tienda estaba situada en lo que había sido la superficie antes de la última ampliación que había sufrido la Ciudad del Colectivo de Comercio. Ahora la antigua calle exterior era una concurrida galería, que empezaba a notar que los locales y restaurantes más importantes se habían mudado tras elevar el barrio comercial. Aun así, la frutería tenía muchos clientes que buscaban sus exóticos productos. Como había tenido tiempo estudiado los diferentes edificios, encontró un local situado en frente que tenía un pequeño almacén que no se usaba en el segundo piso, y que contaba con una ventana que daba a la galería comercial. Allí podía esconderse y descansar, al mismo tiempo que vigilaba la frutería.
            Por fin llegó el cemtaxday y por la mañana le trajeron al anciano "cabeza de martillo" que regentaba la frutería los arcones con el género del Borde Exterior, entre ellas los meiloorun. Por. Y justo después del medio día apareció Colek. Ya estaba esperándole y le abordó en la entrada. Este le reconoció enseguida, sin sorprenderse, ni hacer ningún gesto de sorpresa, pareció continuar mirando el género. Algo extraño ya que siempre compraba únicamente las piezas de meiloorun que ya le tenían reservadas. Así que el padawan se acercó y fingió hacer lo mismo a su lado.
            – Me vigilan – advirtió este en voz baja sin mirarle –. Ve al club Nómada. Pregunta por Galdar.
            Dicho lo cual se giró hacia el frutero ithoriano y le pidió sus habituales meiloorun. Los pagó y se marchó. Él permaneció un poco más en la tienda, hasta que el dueño le recriminó que estuviera mirando sin comprar nada, momento que aprovechó para marcharse.
            Recordaba haber pasado por delante del Club Nómada cuando estaba llegando a aquel sector. Había memorizando la ruta que había seguido para poder huir si el encuentro con el criado de la senadora Takora resultaba ser una trampa, pero Colek parecía estar preparado por si él apareciera. Retrocedió sobre sus pasos hasta una estrecha calle, de edificios bajos, que contrastaban con los altos rascacielos que sostenían el nivel superior del planeta ciudad. Había numerosos locales, entre ellos un restaurante de comida rápida y sus carteles luminosos permitían ver la decadencia del lugar. Estuvo un rato estudiando la gente que entraba y salía, temeroso ya que cualquiera podía ser un agente imperial. Varios individuos jugaban debajo de un balcón a dados y sus ricas y gritos eran perfectamente audibles. Estuvo observando a los que entraban y salían del lugar donde tenía que ir: algunos vestían con ropas elegantes, otros desviaban la mirada, como si no quisiera que le vieran salir de allí. Pero no parecía estar vigilado, no detectó que alguien pasara por su puerta más de una vez, tampoco había muchos droides por la zona. Decidió entrar.
            La puerta se abrió al ponerse delante y salió una música agradable. El interior estaba en mejor estado de lo que hubiera imaginado viendo la calle, aunque se notaba que había visto días mejores. A la derecha se encontraba una barra lateral, con las bebidas detrás. A la izquierda había un pequeño escenario elevado donde un esbelto bailarín twi'leck se movía con desgana ante un público mínimo. En el extremo un grupo jugaban a cartas en una mesa, en la que uno de ellos miró a la entrada cuando se abrió la puerta, pero no tardó en centrarse de nuevo en la partida. Se acercó a la barra, detrás de la cual una esvelta imroosiana, como Colek, que tenía un largo pendiente en la oreja derecha y que apenas había desviado la mirada cuando se abrió la puerta mientas hablaba tranquilamente con uno de los clientes.
            – Disculpe, pregunto por Galdar – dijo titubeando. La mujer le miró de arriba abajo, arqueó una ceja sorprendida, hizo una mueca con cierto reproche y encogió los hombros.
            – Galdar, preguntan por ti – dijo mirando hacia uno de los reservados –. Cada vez te los buscas más jovencitos.
            Del reservado se incorporó una sombra que entre las tinieblas le observó durante unos instantes, que al padawan le parecieron eternos. Finalmente se levantó un humano con el pelo canoso, al igual que su barba, tenía una mirada profunda, pero tranquila. Vestía una chaqueta oscura, aunque siempre le recordaría con el traje espacial que llevaba a bordo de su nave. En ese momento tuvo una visión gracias a la Fuerza, en la aquel hombre, mucho más joven, reía y bebía en una mesa donde estaba sentado su maestro Nalok, también más joven. Entonces el aprendiz supo que estaba a salvo y su cuerpo se relajó de la tensión que había estado acumulando desde hacía días. Y sonrió por primera vez.
            – ¿Zhell puedo usar tu despacho? – le preguntó a la camarera.
            – Bueno – suspiró la camarera imroosiana resignada. Galdar hizo un ademán con la cabeza para que le siguiera y pasaron a una estancia adjunta que tenía un sofá, una mesa de trabajo, varias filas de pantallas que cubrían todo el local y el exterior del mismo.
            – Hace un rato que te hemos visto – dijo señalando a las cámaras –. No te escondes muy bien. Pero eres prudente. Y no te han seguido.
            – Mí maestro me dijo...
            – Sé lo que te dijo tu maestro, mi amigo Nalok – le interrumpió –. Hueles como un gamorreano. Supongo que no te has bañado desde... dese hace días – se detuvo para no mencionar el ataque al Templo –. Primero te bañaras y te cambiarás de ropa. Colek trajo algo de tu talla el otro día. ¿Has comido?
            – Poco.
            – Le pediré a Zhell que te prepare algo. Allí tienes el baño – indicó señalando una puerta del despacho, al tiempo que se dirigía a un armario empotrado, de donde sacó la ropa que le había dicho. Era elegante y de buna calidad, una camisa de color crema, un chaleco negro con bordados amarillos, un pantalón, con su cinturón y un par de botas altas. Al ver la camisa se dio cuenta que era la misma de la visión que había tenido unos días atrás, después de cortarse su trenza de padawan.
            – ¿Vendrá la senadora? – preguntó antes de entrar en el baño.
            – Si puede lo hará más tarde, aquí estas entre amigos.
            La ducha caliente y la ropa limpia pareció que hicieran un milagro, dándole algo de dignidad y revitalizándole. Todo era de su talla, excepto las botas, que le apretaban un poco. Al salir, en la mesa habían dejado un plato con lo que parecía una especie de estofado de carne, que al olerlo provocó un retortijón en el estómago.
            – Creo que le gustará tu comida – le dijo Galdar.
            – No esperaba menos – respondió la Zhell riendo –. Os dejo solos – dicho lo cual se dirigió al padawan. Tenía una mirada más amigable que la de hacía un rato, y su sonrisa le parecía sincera, recordándole la de Colek. Y este siempre había sido amable con él –. Bienvenido al Nómada.
            – ¿Cuándo conociste a mí maestro?
            Aquella pregunta pareció desconcertar a Galdar, que le miró extrañado durante unos instantes, hasta que pareció caer en la cuenta de algo y esgrimió una media sonrisa de complicidad.
            – No imaginaba que fueras tan metomentodo en los recuerdos de los demás. Pero por algo eres el aprendiz de Nolak – replico con una carcajada –. Hace mucho, nos salvó la vida de mí padre y la mía. Siempre fuimos lo que este definía como comerciantes libres.
            – Contrabandistas.
            – Chico listo. Ahora dime, ¿cómo has sobrevivido?
            El padawan le explicó como su maestro se había sacrificado para que pudiera salir del Templo y como se había dirigido a los niveles inferiores por cloacas, túneles y pasillos de servicio en desuso. Hasta que recordó que Nolak le había dicho que podía confiar en la senadora Takora, cuyo criado siempre compraba en la misma frutería de la ciudad, situada no lejos de allí.
            – ¿Hay más supervivientes?
            – Si los hay, estarán bien escondidos. Todas las autoridades y agencias de la Antigua República, ahora imperiales, incluyendo sus soldados clon, han lanzado una auténtica cacería contra vosotros. Poniendo precio a vuestras cabezas.
            » Ahora deberías descansar. Si Takora puede venir, no lo hará hasta la noche. Eso si puede hacerlo hoy. Hay habitaciones arriba, por lo que podrás dormir cómodamente.
            – ¿Cómo sé que no me venderás a Palpatine? – preguntó suspicaz.
            – Tal vez no seas tan metomentodo como tú maestro – bromeó volviendo a poner aquella media sonrisa –. Te acompañare a donde puedas descansar.


            Durmió varias horas en una cómoda cama, y fue Zhell quien le fue a buscar, para llevarle de nuevo al despacho del Club Nómada. Allí estaba Galdar y la senadora, quien dibujó una gran sonrisa en su rostro al verle entrar, acercándose y abrazándole, tan diferente a la frialdad e indiferencia con la que siempre le había tratado.
            – Me alegré tanto cuando Colek me informó que te había visto en la frutería. Temía lo peor – dijo con auténtico alivio –. Estoy tan apenada con la muerte de Nalok, ya me ha contado Galdar como murió…
            – ¿Mi maestro sabía lo que iba a suceder? – quiso saber sin preámbulos.
            Takora permaneció en silencio durante unos instantes, miró nerviosamente a Galdar y a Zhell, y luego de nuevo al padawan.
            – No lo sé. Nunca dijo que iba a ocurrir, solo que un día ibas a necesitarnos. Sí sabía que se acercaban tiempos aciagos para todos y nos advirtió que debíamos estar preparados – admitió con pesar –. Pero también predijo que tras la oscuridad regresaría la luz. Le conocía bien, por lo que estoy convencida que tendría buenos motivos para no advertir a nadie de lo que está sucediendo. Y que esa responsabilidad le comía el alma.
            » Pero ahora no hemos de pensar en él, sino en ti. Tenemos que sacarle de Coruscant – dijo mirando a Galdar.
            – Será difícil, todos los espacio-puertos están muy vigilados y las naves que son detectadas fuera de las rutas de entrada o salida, son abatidas – advirtió Galdar –. El estado de excepción es muy estricto tras el atentado contra Palpatine en el Senado.
            » Hay listas con los jedis que se sabe que estaban en el planeta y no han sido asesinados o capturados – dijo mirando al padawan, confirmando que él estaba en ellas.
            – Entonces debemos de hacer que ya no esté en esas listas – sugirió Zhell.
            – Eso podría funcionar – respondió pensativo Galdar –. Conozco a alguien que podría ser útil. Y Kaz me debe un par de favores.
            – ¿Kaz? – preguntó le senadora.
            – Un cazarrecompensas – explicó este –. Le encanta incinerar a sus víctimas y se ha hecho un pequeño nombre tras cazar un saboteador separatista hace unos meses.
            – Habla demasiado – advirtió la imroosiana.
            – Entonces se le tendrá que hacer callar luego – sugirió Takora con determinación, sorprendiendo al joven padawan que un representante público hablara de esa manera.
            – Podríamos hacer un clon, acelerando el proceso en unos días sería igual que el crio – sugirió Galdar.
            – Un simple análisis lo descubriría – advirtió Zhell.
            – Entonces que no lo hagan – dijo el padawan, centrando la mirada de todos –. Entregad esto a las autoridades y no harán preguntas.
            Estaba alargando la mano, en la que sostenía su sable de luz.
            – Podría funcionar – respondió la senadora asintiendo admirada, sabedora de lo que significaba desprenderse su arma para un jedi.
            – Que también les entregue esto – continuó sacándose del bolsillo la trenza que se había cortado. Al mirar su mano sosteniendo su pelo, supo que su visión se había cumplido.
            – Y con esto no hará falta clonar a nadie, y podréis salir antes del planeta.
            – ¿Y quién será el pobre diablo que nos deje su cadáver? – preguntó Galdar.
            – De eso me encargo yo – respondió Zhell –. Uno de los clientes trabaja en la morgue del distrito D1-321. Y ese sí sabe callarse – miró al padawan –. Ya sé sus medidas. Volveré pronto.
            – Que la Fuerza te acompañe – le deseó la senadora afectuosamente. Las dos mujeres se acercaron y pusieron sus manos sobre la mejilla de la otra en un gesto de gran ternura.
             – Que la Fuerza te acompañe a ti también – replicó Zhell, que salió del despacho.
            – Bueno, tengo algo que darte – dijo Takora, haciéndole un gesto a Galdar, que se dirigió a una de las paredes, colocando su palma sobre uno de los plafones, abriéndose para mostrar una caja fuerte que había detrás. La abrió tecleando el código numérico y de ella sacó una caja de madera rectangular. Se la entregó la senadora, que pareció cogerla con reverencia sagrada.
            » Es para ti, de tu maestro.
            El padawan lo cogió la caja con el mismo cuidado, observándola mientras le dejaban solo. La madera había sido labrada a mano hacía mucho tiempo, con una inscripción cuyo alfabeto no logró identificar. Al abrirla encontró dos holocrones cuidadosamente colocados en su interior. Uno era cuadrado y tenía los mismos símbolos esféricos del tatuaje que cubría su cuerpo y que su maestro le había dibujado mediante la Fuerza antes de llegar al Templo. El otro era similar a los que había visto en los Archivos Jedi.
            Al cogerlo se iluminó con una luz azulada, sus puntas se movieron y empezó a levitar. Poda percibir la Fuerza que emanaba de su interior, exactamente la misma que sentía cuando se encontraba meditando con su maestro Nalok, como si este estuviera a su lado. Y su figura emanó de su interior, como si le estuviera mirando desde el más allá. Sus grandes y bondadosos ojos, el pliegue en las mejillas del ser reptiliano que se creaban al sonreír, como si el anciano anx no hubiera muerto en el Templo, protegiéndole para salvándole, hacía apenas unos días.
            «Mi buen padawan. Mi alumno. Mi amigo. Mi hijo. Solo tú puedes activarlo, por lo que, si me estás viendo esto, significa que sobreviviste y que has contactado con la senadora Takora y el rufián de Galdar. Confía en ellos como si fueran tus hermanos, porque de alguna manera también son como mis hijos. Galdar me acompañó por la galaxia de niño, junto a su padre, en muchas aventuras cuando yo era un simple caballero alocado. Colaboré con la familia de Takora a liberar su mundo de un terrible tirano, por lo que siempre serán tus aliados. La concepción de la sociedad klovan es cooperar mutuamente, por lo que recuerdan a quienes les ayudaron. Nunca lo olvides.
            » Si te preguntas si sabía que iba a suceder en el Templo, la respuesta es que sí. Aunque ahora no lo creas así debía de ocurrir para que se cumpla la profecía, que yo he visto gracias a las visiones del siempre cambiante futuro, sobre Aquel que ha de traer el equilibrio a la Fuerza. Espero que algún día comprendas porque no pude hacer nada. Y me perdones.
            » Tú, al igual que yo tenemos esa habilidad, mi joven padawan. La Fuerza se manifiesta de esa manera en nosotros, mostrándonos lo que puede o ha de ser. Esa es nuestro sino. Y no podemos huir de él, aunque quieras. Te lo aseguro, porque yo lo intenté durante años, y no pude. Solo espero poder ser de utilizada para que puedas soportar el peso que llevan tus jóvenes hombros. Por eso en este holocrón he vertido mis conocimientos. Úsalo siempre que lo necesites, porque te lo dejé para seguir enseñándote y formándote en los caminos de la Fuerza viva.
            » Sobre el otro holocrón que está junto a este, solo puedo decirte que es parte de tú destino, pero has de ser más poderoso de lo que eres ahora para abrirlo. Pero tu potencial es mayor del que fue una vez el mío. Mi confianza en ti es plena. Mi cometido era encontrarte y entrenarte, mientras que el tuyo es localizar lo que hace siglos que se perdió y ha de ser hallado. Pero antes a otro como tú has de encontrar. La lucha entre la luz y la oscuridad continuará sin nosotros, mi joven padawan, pero tengo la esperanza que será la luz la que prevalezca. Pero esa no es nuestra responsabilidad»
            Cuando la imagen de Nolak desapareció y la luz del holocrón se extinguió, una lágrima corría por la mejilla del padawan. Fue la última vez que lloró.


            Durante los siguientes tres días Galdar y Zhell estuvieron ejecutando el plan para hacer creer al Emperador que el joven padawan había sido localizado y abatido por Kaz, un cazarrecompensas grindalid en los niveles inferiores de Coruscant.
            – Ya está todo listo – anunció Galdar entrando en el despacho del Club Nómoda.
            El joven padawan abrió los ojos, interrumpiendo su meditación.
            – Acaban de quitarte de la lista de los jedis buscados – continuó con satisfacción, dirigiéndose al mueble bajo que había detrás de la mesa, del que sacó dos largos vasos y una botella de licor –. Celebrémoslo.
            – Yo no bebo.
            – No sabía que los jedis no bebíais. Nolak lo hacía – replicó Galdar llenando los dos vasos. Alzó uno de ellos y se lo alargó.
            – Es que nunca he bebido – confesó este algo avergonzado cogiéndolo.
            – Pues es un buen día para empezar – replicó el contrabandista –. Porque hoy celebramos tu muerte.
            Cogió el vaso, que tenía un líquido verde, con destellos de luz, como si fueran estrellas. Se lo acercó a los labios tomando un sorbo de un líquido frío y algo dulce, por lo que continuó bebiendo, pero cuando este llegó a su garganta sintió como si le quemara. Retiró el bajo e hizo un gesto de disgusto, que hizo reír al contrabandista.
            – Tómatelo con calma – dijo este cogiendo el vaso.
            » Por si a alguien se le ocurre comprobar la historia de Kaz partiremos esta misma noche hacia Klovan. Allí estarás a salvo – explicó Galdar tras acabar su Galaxia Verde.
            » Nalok me pidió que te cuidara. Y eso haré. Aun así, es importante que a partir de ahora ocultes quién eres y que puedes llegar a hacer. O al final el Imperio te descubrirá y empezará a darte caza como a un perro de las praderas. Si han logrado purgar a toda la Orden Jedi, con todo el poder que tenía, imagínate lo que podrían hacer contigo que estás solo.
            Este asintió.
            – Hemos aprovechado la carta de identidad del chico que nos han prestado su cadáver para que fuera el tuyo, para confeccionar tu documentación – dijo finalmente entregándole una tarjeta de datos –. ¿De qué murió?
            – No lo sé. El distrito D1-321 es una zona industrial, pero también hay áreas abandonadas. Tal vez un accidente, tal vez vivía en la calle. Por desgracia a nadie le importa. Parece ser que llegó hace ocho meses del Borde Exterior, posiblemente en busca de un futuro mejor.
            – ¿De dónde era?
            – Eso a nadie le importa.
            – A mí sí.
            – Del culo de la galaxia... Tatooine. Se llamaba Keegan.
            – Entonces, él morirá con mí nombre, y yo viviré con el suyo.



Continuará…


Notas de producción:
(1) El calendario del universo de Star Wars conforma la semana en 5 días: primeday, centaxday, taungsday, zhellday, benduday. Un mes tiene 7 semanas repartidos en 35 días. Un año lo forman 10 meses más 3 días feriados, que en total tienen 368 días. Todo ello tomando como referencia el ciclo solar de Coruscant.



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2 comentarios:

  1. LLevo mucho tiempo desconectada pero sigo aqui y disfrutando de los relatos y articulos. no puedo escribir mucho pero no quiero que tengas la sensacion de que me fui sin despedirme. Sigue publicando me encanta cada cosa que escribes y los relatos son estupendos.

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    Respuestas
    1. Hola Bel!

      Encantado de saber de ti. No te preocupes, lo importarte es saber que sigues allí, como una lectora fiel. Unas pocas palabras, un comentario de cualquier de los que leéis el blog, ya es suficiente. Solo espero que pronto tengas más tiempo para que puedas hacer aquello que más te guste.

      Espero poder terminar la trilogía del Jedi Perdido este mes de diciembre.

      Un fuerte saludo,
      Ll. C. H.

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