sábado, 26 de octubre de 2019

El Jedi perdido - En la oscuridad 3

Puesto avanzado de Tierfon

            El Resplandeciente aterrizó en una explanada situada en el exterior de la base, por encima del acantilado donde el puesto avanzado había sido horadado en la roca. Bajaron del viejo crucero Ajaan, Zahn y Keegan, que fueron recibidos por el mayor Speria, (1) responsable de aquella instalación, que saludó con afecto al adquisidor y les pidió que le acompañaran hacia el interior del bunker de entrada.
            – El equipo de Slonda llegó hace un par de horas. Su lanzadera era más pequeña, así que está en el hangar – explicó este –. Hemos preparado el comedor para que puedan hacer allí su reunión informativa. Y Leddrell, mí mecánico jefe, ya está fabricando los filtros para metano como solicitaron.
            – Se lo agradezco – replicó Keegan, que conocía al oficial desde que había ayudado a construir aquel lugar.
            – Me sorprendió que usted esté involucrado en esto, no sabía que ahora también organizara este tipo de operaciones – comentó Speria entrando en el ascensor.
            – En realidad yo solo estoy aquí de observador, el comandante Zahn es quien tiene los datos y la motivación para la misión.
            – ¿Usted ya había estado aquí verdad comandante?
            – Preparando el ataque a Pas'jaso. (2)
            – Cierto, del Departamento de Inteligencia – recordó el comandante de la base cuando el ascensor llegó al nivel principal. Les condujo hasta el comedor, que hacía de estancia multiusos, y donde se habían apartado las mesas y sillas e instalado un proyector holográfico portátil.
            – Tendría una última petición – le pidió Keegan a Speria antes de entrar en la sala –, necesitaría un par de sacos de dormir usados y basura.
            – ¿Basura? – repitió este sorprendido.
            – Sí, botellas de agua bacías y envases de raciones de combate. ¿Puede facilitárnoslo?
            – Le preguntaré al cocinero – fue la respuesta antes de cerrar la puerta para dejarles realizar su reunión sin miradas indiscretas.
            Allí ya estaba el grupo de las fuerzas especiales, parte del cual Keegan ya conocía. Su responsable era el clawdite Slonda, que en aquel momento tenía su apariencia natural, con la piel oscura apergaminada, y con sus grandes ojos acuosos. Estaba hablando con un kel dor, con su máscara sobre el rostro, en lo que parecía una discusión, que interrumpieron ante la entrada de los tres recién llegados.
            No hacía falta que al kel dor se le vieran los ojos, su postura defensiva hacia Zahn no dejaba duda alguna: rezumaba hostilidad. Además tenía el antebrazo visiblemente cibernético que le hacía tener un aspecto aún más agresivo. Ambos ya se conocían, el comando rebelde había encabezado el rescate del transporte que había partido de Eriadu al penal de ejecución, pensando rescatar a la agente que había seducido al antiguo operativo del ubiqtorado. Pero solo estaba el segundo. Después de aquello le llevó a un asentamiento de refugiados de las políticas del Imperio, simpatizantes todos ellos de la Alianza, que había sido arrasado y sus habitantes asesinados después de que Zahn confesara su ubicación mientras había sido torturado por sus antiguos compañeros. Ambos se reconocieron y por unos instantes permanecieron mirándose fijamente.
            – Gracias por venir tan apresuradamente – dijo Keegan para romper el incómodo silencio que había generado su entrada –. Este es el comandante Zhan, el responsable de esta operación aprobada por el general Rieekan y el Alto Mando.
            – Comandante – respondió Slonda, estrechándole la mano a este.
            – Conozco al comandante Zhan – contestó Drahk, visiblemente molesto –. Del ubiqtorado.
            – Deserté – le replicó este.
            – Eso dice – insistió el kel dor con desprecio.
            – Por desgracia en esta guerra no podemos tener el lujo de decidir al lado de quien luchamos – respondió Keegan con un tono de confianza.
            – Muchos rebeldes proceden de las filas del enemigo – intervino Slonda apoyando al adquisidor –. Como el general Madine a quien tanto tú y como yo servimos. O algunos de los pilotos que se sacrificaron en el ataque a la Estrella de la Muerte como Biggs Darklighter. ¿Dudarías de ellos?
            » Ahora todos somos rebeldes – prosiguió el clawdite en tono conciliador –. Tú me conoces bien Drahk. Y sabes que no me arriesgo innecesariamente. Por eso te digo que sí Zahn está aquí con el adquisidor Keegan, puedo soportar trabajar con un antiguo agente del ubiqtorado.
            » Empecemos la reunión.
            Drahk observó a Zahn, luego a Keegan y finalmente a Slonda a través de la máscara de respiración antiox, que protegía sus ojos del oxígeno del planeta, calibrando la situación. El clawdite era teniente en el 5º Regimiento de Fuerzas Especiales, que estaba especializado en infiltraciones en territorio controlado por el Imperio actuando como agentes secretos y espías. Y era cierto que las veces que habían trabajado juntos este había demostrado su prudencia, y le consideraba un buen profesional, incluso sabía que se había negado a realizar algunas misiones que creyó peligrosas. Al adquisidor no le conocía, pero tenía una presencia de alguien que sabía lo que se hacía, por lo que algo le decía que también podía fiarse de él. Y su instinto se había forjado en los muchos años que llevaba luchando contra el Imperio, por lo que sabía calibrar bien a la gente y este no parecía un fanfarrón. Apenas era un adolescente cuando se había unido a un pequeño grupo de idealistas en el sector Seswenna, hasta unirse a las fuerzas especiales una vez en la Alianza pareció convertirse realmente en la oposición coordinada y capaz de enfrentarse a la tiranía y opresión del Emperador. De Zahn conocía bien su trabajo en el Ubiqtorado. Finalmente asintió.
            El resto de su equipo estaba formado por Falan, un weequay con el que Slonda trabajaba habitualmente. Un zabrack experto en explosivos, un sullustano y el resto eran humanos y humanas, todos ellos eran curtidos miembros del 4º Regimiento de Fuerzas Especiales entrenados para usar el terreno a su favor. Cuando pareció que la discusión había terminado, los soldados se acercaron al proyecto holográfico, que activó Zahn para introducir los planos de la estación que había estado confeccionando a partir de sus recuerdos.
            – Nuestro objetivo es capturar a un oficial de la Inteligencia Imperial que tiene información importante para el futuro de la Alianza y sabemos que en breve estará en un lugar donde será vulnerable.
            » Se reunirá con un proveedor, cuyo nombre en código es Pylat, (3) que fabrica elementos sofisticados de control mental…
            – ¿Informó de ese “elemento sofisticado”? – le interrumpió Drahk.
            – Antes incluso de que tuviera que rescatarme – respondió Zahn visiblemente molesto –. Supongo que el Alto Mando tomó las contramedidas necesarias para evitar que uno de estos aparatos fuera usado contra la nosotros.
            » El lugar es un antiguo puesto de escucha y repetidor de comunicaciones en desuso del Clan Bancario en la luna Sukra Dar, en el sector Thanium – prosiguió explicando, intentando no transmitir el malestar por los comentarios de Drahk –. Su atmósfera tiene poco oxígeno, con altas concentraciones de dióxido de carbono, argón, y metano, por lo que es necesario usar máscaras y gafas protectoras ligeras.
            » Aunque nuestro objetivo actualmente pueda parecer abandonado, en realidad sirve de punto de intercambio seguro. Sus defensas automatizadas están actualizadas, pero están pensadas para defenderse de un ataque aéreo. Por eso nosotros llegaremos por la superficie, utilizando los túneles de servicio del generador que alimenta los sistemas electrónicos y los escudos.
            – ¿Cómo puede saber si esos túneles siguen operativos o qué podemos entrar por ellos sin ser detectados? – preguntó Slonda.
            – Conozco bien a quien controla el lugar, es un neimoidiano y estos son por naturaleza ahorradores, es decir tacaños. Pero esos túneles han de estar despejados para que funcione el reactor geotérmico, que le ahorra a Pylat tener que llevar combustible hasta allí. Para ello cuenta con droides de mantenimiento que se activan si el ordenador detecta alguna anomalía.
            » En el caso de la seguridad, si no actualizó los sistemas cuando le descubrimos, no lo ha hecho desde entonces. Todo el complejo está automatizado de la época de las Guerras Clon, incluidos los sensores internos y los guardias son antiguos droides separatistas, parte de la dotación que quedó desactivada al final del conflicto. Y como no hay recambios estos solo se activan al detectar una nave aproximándose u horas antes de utilizar la instalación.
            – Conoce muy bien ese lugar – comentó Drahk.
            – Estudiamos asaltar el lugar con soldados de asalto sombra, pero al final llegamos un acuerdo más satisfactorio.
            – ¿Cuál? – continuó preguntando inquisitivo el kel dor.
            – Los neimoidianos son muy sensibles a ciertas sustancias químicas – explicó con cierta incomodidad –. Pero si se tiene el antídoto, se puede vivir durante mucho tiempo sin los síntomas.
            – Le envenenaron – aclaró el infiltrador rebelde.
            – Junto a todo su nido – puntualizó Zhan, con un tono de frialdad.
            – ¿Si no pudiéramos capturarle, tenemos que jubilarlo? – preguntó Laren Tral, una de las especialistas en armas pesadas.
            – Nuestro objetivo es el oficial del imperial. Muerto, no nos sirve de nada. Necesitamos interrogarle para conocer lo que están preparando.
            – Mi droide sonda puede hacer un reconocimiento para confirmar si los sistemas defensivos permanecen igual– dijo Slonda para cambiar de tema –. Y si mantiene la misma programación que en las Guerras Clon, tal vez podrá hackear su ordenador y controlarlo a distancia.
            – Eso me dijo Keegam, por lo que si pudiera hacer eso, simplificaría mucho el trabajo – comentó Zhan, que se volvió hacia la proyección de los planos de estación –. Este es el plan…


            Varias horas después ya se había traslado el equipo a bordo del Resplandeciente, donde estaban terminado de instalar los filtros para el metano en los tres motores Dyne 577 de la nave corelliana. Leddrell, un er’kit de piel azulada y largas piernas y brazos que parecía estar permanentemente malhumorado, había construido varias membranas flexibles para proteger las diferentes rejillas de refrigeración. Y mientras esperaban que terminaran de instalarlos, el equipo de infiltración descansaba alrededor de la nave o dentro de ella.
            – ¿Es un droide sonda Víbora? – le preguntó Zahn a Slonda señalando a Probot, el cual había estado ayudando a Leddrell y a Ajaan a colocar los filtros gracias a su capacidad repulsora y los brazos manipuladores.
            – Lo recuperamos tras una misión en Tatooine hace unos años – explicó el clawdite. (4)
            – Eso es muy inusual, están programados para autodestruirse.
            – Tuvo un fallo en su circuito y lo reprogramamos para que fuera leal a la Alianza y con una personalidad más servicial.
            El droide, que se encontraba cerca, emitió una serie de bips agudos, haciendo girar su parte superior, como queriendo reforzar la explicación de Slonda.
            – Supongo que el departamento de inteligencia pudo estudiar sus protocolos y procedimientos.
            – Sí. Pero me ha sido más útil como rastreador y sobre todo para hackear ordenadores. Además es un buen amigo.


Naboo

            El general Eckener ascendió por la rampa de su yate cromado construido por los astilleros del Hangar de Theed especialmente para él. El lujo de aquella nave, que solo estaba al alcance de Reyes, senadores corruptos o grandes fortunas, ahora le pertenecía. Él descendía de las primeras familias que se habían asentado en aquel planeta muchas generaciones antes procedentes de los mundos el Núcleo. Siendo granjeros, sirvientes y soldados, muy lejos de los lujos de los poderosos clanes como los Naberrie, o la casa Tapalo o la Veruna.
            Siempre se había destacado en los estudios, desde pequeño había sido muy observador, metódico y reflexivo, poco dado a juegos deportivos. Alentado por su abuela a hacerse una carrera, no le costó conseguir una beca para ir a la Universidad de Theed para cursar administración pública. Allí se había codeado con los hijos de la élite del planeta, aunque siempre había sentido que no formaba parte de ellos, pero sobre todo que nunca le permitirían desarrollar todo su potencial. Por eso decidió trasladarse a Coruscant, el centro de la galaxia, núcleo del Imperio en consolidación y crecimiento. Su familia colaboró pidiendo dinero prestado y finalmente pudo trasladarse al mundo ciudad, un lugar de oportunidades para aquellos que osaran tomarlas. Aunque fueron estas las que se fijaron en él. Ávidos de nuevos miembros para las organizaciones en plena expansión, los servicios de inteligencia buscaban nuevos candidatos en todos los sectores. Mientras estudiaba administración galáctica sus profesores, ante su gran memoria analítica, le pidieron que hiciera un test fuera del programa académico, y a los pocos días le habían trasladado a una academia secreta de la subdivisión de Adquisiciones Especiales de la Biblioteca Imperial, antes de la República. Le habían reclutado para la Ubiqtorado.
            No era ambicioso, para él eso era un peligroso defecto que podía nublar el juicio y generar errores. Era mejor observar, estudiar, calibrar y aprovecharse de las debilidades de sus adversarios para adelantarse a ellos o derrotarles. Y esa forma de actuar, pensar y de ser, fue moldeada, aumentada y pulida para servir al Emperador. No tardó en destacar como analista, descubriendo estrategias y planes del enemigo, encontrando pistas allí donde nadie lo había hecho y fue ascendiendo, trabajando bajo el mando del Gran Moff Tarkin. A quien le gustaba rodearse de personal originaria de mundos de los Territorios del Borde Exterior como él mismo, menos refinados que los elitistas reclutas del Núcleo de la Galaxia. Fue destinado a un equipo de inteligencia formado por otros dos oficiales, con los que pronto se forjó una auténtica relación de respeto profesional. Se complementaban y lograron algunos éxitos que les hicieron destacar en las altas esferas y sobre todo obtener la confianza de Tarkin. Hasta que uno de ellos traicionó al Nuevo Orden y se pasó a las filas de la Rebelión. Y había sido una desgracia, ya que le agradaba trabajar con Zhan, que además era originario del mismo Naboo, aunque nunca se habían conocido cuando ambos vivían en el planeta.
            Poco después de su deserción Tarkin les asignó a Daran y a él, a una nueva misión: un estudio de viabilidad, que no tardó en convertirse en una vasta operación para añadir nuevos territorios al Imperio de Palpatine. Proporcionándoles acceso a una ingente cantidad de recursos y autoridad, como poder construirse aquella nave, un lujoso yate de clase J, para desplazarse a su voluntad. Lo bautizó Varykino, el hermoso lago donde había nacido y se había criado.
            Aquella era la grandeza del Imperio, que alguien como él, que procedía de una condición humilde, pero que fuera capaz y audaz, podía llegar a lo más alto de poder, y tener acceso a cualquier recurso de la galaxia, por inalcanzable que pareciera.
            El yate activó sus cuatro motores y se elevó sobre el suelo del hangar, acelerando y alejándose de Theed hacia el espacio exterior. Tenía una cita en el remoto lugar de Sukra Dar, donde recogería varios dispositivos de control mental que necesitaba para preparar su misión. No se consideraba humanocentrista, como otros muchos seguidores del Nuevo Orden, pero reconocía que le daban asco los neimoidianos. No solo porque habían invadido su planeta una década antes de las Guerras Clon, sino porque su civilización en sí le parecía despreciable. En su estado larval solo sobrevivían aquellos que eran más codiciosos y acaparaban más comida, dejando que el resto muriera de hambre, lo que provocaba que toda la sociedad fuera avariciosa y temerosa, habidos de acumular riquezas sin compartir los recursos, y por tanto parásitos.
            Hacía tiempo que tenían tratos con Pylat, por lo que no tenía nada que temer. Aun así en su trabajo era necesario ser precavido y llevaba consigo una escolta encabezada por el teniente Unec. Este no le gustaba, era estúpido, cruel y mezquino, pero para infundir temor hacía bien su trabajo. Era una mole de casi dos metros de alto y con un cuerpo musculoso, su apariencia imponía, eso lo reconocía y la intimidación con individuos como los de la calaña de Pylat era parte de la relación que tenían. Por lo demás era como estar acompañado por un gamorreano, aunque este olía mejor. Así que prefería recogerlo en el último momento para tener que pasar el menor tiempo posible con él. Por eso había llegado directamente a Naboo con la escolta de soldados de la muerte, que eran la otra parte de la fantochada que iban a montar.
            A la hora indicada el alargado yate cromado regresó al espacio real, encontrándose con el destructor clase Imperial que iba a protegerles y que lanzaría una escuadra de cazas para acompañarles mientras permanecía en la órbita.


Sukra Dar

            Su destino se encontraba en alto de una cresta montañosa, con una gran explanada sin vegetación alguna a su alrededor. La instalación no era muy diferente a otras: la enorme antena parabólica para comunicaciones hiperespaciales estaba situada encima del edificio de control, del que sobresalía la plataforma de aterrizaje que sobresalía sobre el acantilado y el valle que se extendía debajo.
            El Resplandeciente atravesó la atmósfera lejos de su objetivo, acercándose en un vuelo a baja altura para evitar ser descubiertos, aterrizando más allá de la altiplanicie que se extendía desde el puesto de escucha, ocultándose entre los cañones.
            La fuerza de asalto estaba formada por catorce rebeldes, encabezados por Slonda, con Drahk como segundo, y diez infiltradores, junto a Zahn y Keegan. Todos llevaban equipo básico: un poncho para protegerse de la lluvia de metano líquido de la atmósfera, un respirador y gafas sencillas, que era suficiente para protegerles durante el tiempo que iban a estar, unas raciones de combate, su arma reglamentaria y recargas extras. Zahn había calculado el tiempo que Eckener tardaría en llegar una vez partiera de Naboo al finalizar la Fiesta de Primavera, lo que hacía que el grupo llegara unas horas antes al puesto de escucha para preparar la emboscada. Aun así debían de llegar allí andando, portando las armas y el equipo pesado, como el oxígeno extra, en varias carretillas repulsoras.
            El avance a través de los caminos naturales que serpenteaban los cañones horadados en la roca por el agua y el viento era lento, hacía que un kilómetro en línea recta fueran tres por los desfiladeros. Probot, gracias a sus sensores de vigilancia abría la marcha, escaneando la ruta y evitando los lugares donde podría ser detectados. Lo que no dejaba de ser extraño para aquellos curtidos rebeldes, ser protegidos por un siniestro droide Víbora.
            Durante la ruta se encontraron con un LAAT del Ejército de la República abatido. El fuselaje estaba dañado por el impacto de alguna arma, y el metal corroído por el tiempo. Mientras que en su interior aún estaban los cadáveres de los pilotos y la dotación de soldados clon, ahora esqueletos dentro de sus trajes de vuelo y armaduras. Eran la mostración que la galaxia llevaba décadas en una lucha contigua.
            Slonda decidió aprovechar aquel encuentro para hacer una pausa y descansar.
            – Sus armaduras están pintadas de amarillo – comentó Heiler, el zabrak experto en explosivos que se había internado para examinar los restos del transporte –. Y llevan kamas de cuero, como los soldados mandalorianos.
            – Su comandante fue el oficial clon Bly – respondió Zahn –. Pero que recuerde esta luna no fue atacada, supongo que pertenecerían a una misión de reconocimiento cuando ocuparon el sistema o estaban asediando Felusia, no lejos de aquí.
            – No creía que supiera tanto de las Guerras Clon – comentó Keegan.
            – Me documenté cuando investigamos el lugar – restó importancia.
            – ¿No deberíamos enterrarlos? – sugirió alguien del grupo.
            – Eran clones, no tenían familia más allá de su unidad – respondió Drahk –. Son muertos que nunca serán recordados, ni nadie sabrá, ni se preguntará que habrá ocurrido con ellos. Olvidándose su sacrificio o su destino. Además, no tenemos tiempo.
            Tras aquellas palabras frías, pero que al mismo tiempo habían sido pronunciadas con la solemnidad que solo un soldado puede hablar de otro, el equipo permaneció en silencio. Estaba claro que el kel dor también hablaba de ellos y de la guerra que luchaban contra el Imperio. Minutos después prosiguieron la marcha.
            Cuando se alejaron Keegan permaneció un instante observando el antiguo LAAT y se preguntó si aquellos clones habían conocido a la maestra Aayla Secura y si habían participado en su asesinato tras recibir la Orden 66. En todo caso no merecían ser enterrados, habían sido creados con el único objetivo de ayudar a Palpatine a apoderarse de la República desde dentro. Herramientas de un Lord del Sith para subyugar la libertad de todos los seres de la galaxia y ejecutores de una traición a sangre fría contra los caballeros jedis que les habían liderado y acompañado durante decenas de batallas, convirtiéndose en sus camaradas de armas.
            Varias horas después alcanzaron la puerta de los túneles de servicio. Al llegar a esta el grupo se dispersó por las inmediaciones, protegiéndose con las rocas, como si una horda de enemigos fuera a salir por aquella puerta. Mientras tanto Probot extendió una de sus brazos articulados con su interface informática para conectarse al terminal de acceso estándar y acceder al ordenador de la antigua estación separatista. Se hizo pasar por un protocolo de mantenimiento hasta llegar los sistemas de seguridad, desactivando las alarmas, y haciendo que los sensores de vigilancia registraran en bucle últimos minutos antes de su llegada para no detectarlos.
            – ¿Por qué tardas tanto? – preguntó Slonda al droide, que permanecía levitando junto a la puerta. Este respondió con una serie de sonidos –. Sí, es una buena idea.
            El clawdite se acercó a Keegan, Zahn y Drahk.
            – Probot está cotejando su plano – dijo este a Zahn –, con el de las instalaciones. Dice que es muy preciso, para venir de un humano.
            Una vez abrieron la puerta, el droide sonda volvió a encabezar la marcha por los pasillos horadados en la roca. Esta vez más rápido hacia su objetivo, gracias al haber podido la máscara al estar en una zona con atmósfera de oxígeno.
            Finalmente llegaron al edificio de la antigua instalación, desplegándose con rapidez por ella para completar lo que cada uno tenía asignado. Las dos parejas de armas pesadas subieron por las escaleras metálicas hasta los pisos superiores del edificio que sostenía la antena. Desde allí cubrirían la plataforma donde iba a aterrizar la nave de Eckener para hacer el intercambio. Mientras que Heiler colocaba una serie de explosivos por el recinto para hacerlos estallar para cubrir su retirada. Debía de hacer que la estructura se derrumbara, pero dejando parte de la estructura solo parcialmente dañado. El resto del equipo de quedó en el hangar principal, abrieron las compuertas y empezaron a trasladar los contenedores que había allí almacenados en la plataforma de aterrizaje y en las pasarelas inferiores, donde esperarían para emboscar a sus enemigos.
            Mientras tanto Zahn, Slonda, Drakh y Keegan se dirigieron al puesto de mando junto a Probot, que se conectó directamente al ordenador central. Al cabo de unos segundos las luces se encendieron, activándose las diferentes funciones mientras giraba la concesión cilíndrica del terminal. No tardó en emitir una serie de pitidos y su proyector holográfico mostró los sistemas de la computadora que controlaba.
            – La inteligencia artificial es bastante básica – tradujo Slonda mientras observaba la información de los comandos de mando mostrada su droide –. Cuenta con protocolos de vigilancia que se activan remotamente. Aún está en letargo, sin que haya recibido órdenes externas.
            – ¿Tal vez se equivocó y no hay nadie en camino? – sugirió Drahk.
            – Vendrán – replicó Zahn sin mirar al kel dor.
            – Probot ha iniciado la reprogramación que le permitirá controlar el ordenador y los droides a distancia, incluyendo las defensas automatizadas.
            Cuando este terminó, bajaron al hangar, donde iban a esperar. Zahn miró el reloj satisfecho: si sus cálculos eran correctos faltaban pocas hora para la llegada de Pylat y un poco más tarde para la del Varykino y su presa. Cogió una ración de combate tipo T, era una barra de lo que parecían cereales comprimidos y la única que soportaba comer. Cuando terminó la llevó hasta una de las estancias laterales y la tiró al suelo, junto los sacos de dormir y el resto de envases vacíos que había traído desde el puesto de Tierfon, para dejarlos allí para cuando el Imperio investigara el secuestro de Eckener. Eso demostraría que habían estado días allí esperando, alejando las sospechas de la célula rebelde de Naboo. No se encontraba nervioso, nunca lo estaba antes de iniciar una misión, pero debía alimentarse un poco después de la caminata hasta llegar allí. Después de beber agua comprobó que su pistola bláster estuviera en buen estado. Era un viejo modelo S-5 fabricado su mundo natal y la única pertenencia que había conservado de su infancia. Con un arma igual había aprendido a disparar cuando formaba parte de los grupos juveniles de COMPNOR, la organización encargada de preparar con excursiones, adiestramiento paramilitar y adoctrinamiento a los jóvenes humanos de todo el Imperio para servir al Emperador de por vida. Su instructor de tiro le había enseñado que era capaz de hacer todo aquello que se propusiera, recordándole más cercano a él que su propio padre.
            Le sacudieron y se despertó sobresaltado. Justo frente a sus ojos tenía la máscara de Drakh. Su estructura ósea alrededor de esta, le daba una apariencia agresiva, acentuada por su desconfianza, casi patológica que tenía hacia él, le hicieron pensar por un instante que iba a acabar con él en aquel lugar.
            – El ordenador ha resucitado – dijo su cortante voz metalizada y se apartó de Zahn con brusquedad, como si le incomodara estar tan cerca de él.
            Eso significaba que habían enviado la señal de activación y quedaban tan solo una hora para el intercambio. Se estiró los músculos entumecidos por haberse quedado dormido sobre el suelo duro. Las luces ya estaban encendidas y podía escucharse el rumor de la maquinaria encendiéndose. Poco después aparecieron las primeras parejas de droides de batalla B1 que les ignoraron como si no estuvieran allí, tal y como les había reprogramado Probot unas horas antes. Además los sensores estaban calibrados para no advertir su presencia, como si fueran espectros incorpóreos, por lo que cuando reportara la situación indicaría que todo estaba despejado y en orden.
            La radio crepitó, escuchándose la voz metalizada de Ajaan.
            Aquí Nido de pylat, se aproxima una lanzadera – anunció este a la hora prevista –, según su configuración es naimoidiana. Tiempo estimado de llegada 21 minutos.
            – Copiado, Lanzadera Uno en ruta. Manténgase a la espera. Corto – respondió Slonda, que se giró hacia Zahn –. Espero que sigan siendo igual de despreocupados, sino la misión terminará pronto.
            – Yo también lo espero – respondió Zahn desenfundando su bláster. Se pusieron las máscaras, abrieron las puertas del hangar y los dos equipos salieron a la plataforma de aterrizaje, descendiendo hasta las dos pasarelas de servicio que había en los lados de la estructura colgante. Al pasar junto a dos droides B1 uno de ellos pareció girar su cabeza como si le hubiera visto.
            Plataforma despejada. Roger, roger – dijo este volviendo a ponerse firmes.
            Zahn alzó la mirada para observar otras parejas de antiguos droides de batalla separatista apostados en la parte superior del edificio, dentro del cual aguardaban dos parejas de rebeldes, cada una con un bláster pesado rotatorio que les cubriría desde lo alto. Luego descendió las escaleras y se ocultó detrás de unos arcones de material que habían colocado como para peto para ocultarse. El viento arreciaba, por lo que el cielo estaba despejado, dejando ver el mando de estrellas más allá de la atmósfera lunar. Se colocó junto a Keegan, que con Falan, Drack y Veklar, formaban su equipo de asalto. Slonda y otros tres infiltradores estaban en el otro extremo de la plataforma y saltarían al unísono para a apresar a Eckener.
            Minutos después una pequeña nave apareció en el firmamento y enfiló directamente la estación. Extendió las cuatro delgadas patas y se posó suavemente, desplegando una rampa de la que no tardaron de bajar varios guardias que se dirigieron a los dos droides de batalla, que les informaron que todo estaba despejado. Entonces apareció, con el boato de un gran líder, otro neimoidiano y descendió hasta la plataforma, llevando un voluminoso maletín. Este siempre se había creído uno de aquellos dirigentes de la Federación de Comercio, que según se contaba, se habían vendido a un señor Oscuro del Sith. Y por ello llevaba una pequeña mitra y se rodeaba de lujo. Cuando en realidad era un científico neuronal que había encontrado la manera de alterar la voluntad de otros seres mediante hondas neuroeléctricas. Y que desde que había caído en las manos del Ubiqtorado, de Tarkin, de Daran y las suyas, además era un moribundo que necesitaba una extraña encima para que su sistema nervoso no le matara entre terribles dolores y convulsiones. Zahn siempre le había considerado alguien cobarde y despreciable. Se detuvo junto a los guardias y los droides.
            – ¿Por qué están estos contenedores aquí fuera? – preguntó señalando las cajas metálicas y que nadie había movido desde los enfrentamientos entre la República y la Confederación de Sistemas Independientes.
            Uno de los conductos del soporte vital del hangar se ha desprendido y los hemos retirado para… – antes de que el droide terminara de explicarse Pylat se alejó de este hacia el interior del hangar.
            – Este lugar se cae a pedazos, tal vez deberíamos buscarnos otro sitio para hacer odiosas estas entregas – fue diciéndose más para él, que para los guardias que le acompañaban.
            ¡Qué mal educado! – le dijo el droide a su compañero.
            Ya te digo – replicó este.
            Después la lanzadera se elevó unos centímetros sobre el suelo y tras darse la vuelta, se introdujo lentamente en el hangar, cerrándose las puertas tras esta.
            – Aquí Nido, acaba de aparecer el yate nubian en órbita – anunció la voz nerviosa de Ajaan en los auriculares de Zahn –, pero le acompaña un destructor estelar clase Imperial, repito, clase Imperial.



Continuará…



Notas de producción:
(1) El mayor Stan Speria ha aparecido en los dos relatos del Jedi Perdido: Adquisidores y la segunda parte Rayo de Esperanza. Siendo su primera aparición en el USS Spirit.

(2) El ataque a Pas’jaso se desarrolla en el segundo relato del Jedi Perdido: Rayo de Esperanza.

(3) Pylat era un pájaro muy apreciado por los neimoidianos, para los que simbolizaba la riqueza y el estatus, creando envidia entre los que no poseía tales aves.

(4) La misión en Tatooine mencionada por Slonda transcurre en el primer relato del Jedi Perdido: Adquisidores. Mientras que este personaje aparece en ambos relatos.



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