2ª parte
La conclusión.
Coruscant
Su nombre no deja indiferente a
nadie en la galaxia. Sede del Senado Imperial y del gobierno galáctico más poderoso, centralizado y despiadado
que esta había conocido. Planeta ciudad, con más de un trillón de habitantes hacía
que aquel mundo nunca durmiera. El carguero ligero salió del hiperespacio por uno de los pasillos
habituales por donde llegaban de transportes desde la ruta Perlemiana. El código de la compañía minera por la que aparecía
registrado no levantó sospechas en el puesto aduanero y se le transfirió al controlador
de la ruta espacial D25D que les condujo
hacia el distrito CoCo. El Colectivo de Comercio o más conocido como la Ciudad CoCo se encontraba en las
extensas áreas industriales y la Ciudad Galáctica, ahora llamado Centro Imperial, donde se alzaba el Edifico del Senado, el reconstruido Templo Jedi y los gigantescos
rascacielos que caracterizaban aquel planeta.
Aquel era el lugar perfecto para poder
pasar desapercibidos. En la Ciudad CoCo el
tránsito de todo tipo de vehículos era constante, comerciantes que se dirigían
o volvían de reuniones de negocios, ejecutivos que iban a las numerosas tiendas
y restaurantes, que también eran frecuentadas por pilotos de transporte o
cualquier ser que había recalado en el planeta. Por eso nadie sospecharía de un
transporte matriculado por una empresa perteneciente a una especie que había
firmado acuerdos comerciales con el Imperio.
Aun así Coruscant era uno de los lugares
más peligrosos para un grupo de rebeldes, por eso Keegan había pedido que quien
le acompañara tuviera la documentación en regla y no fuera buscado por ningún
planeta. Desona y uno de los jóvenes pilotos llamado Zarb completaban a un adarian en aquella pequeña tripulación.
La rampa del carguero descendió lentamente frente a una
delegación encabezada por un oficial aduanero coruscanti acompañado por media docena de guardias.
– ¡Documentación! – exigió este
cuando Keegan descendió por la rampa, quien le alargó la tarjeta electrónica,
que introdujo en su datapad. Empezó
a revisar los datos, mientras alzaba la mirada varias veces, escrutando de vez
en cuando al pequeño grupo que tenía delante.
» ¿Cuál es el motivo de su visita? –
preguntó inquisitivo.
– Entregar suministros en nuestras
oficinas de aquí. Todo está detallado en el manifiesto de carga, oficial.
– ¿Cuánto tiempo permanecerán en
Coruscant?
– Un día, a lo sumo dos.
– La tripulación está formado por
dos humanos, una twi’lek y tras
adarians. ¿Piensan visitar el resto de los distritos alguno de ustedes?
– Así es. La documentación está en
regla. ¿Ha terminado? – replicó entonces Keegan tajante, apoyándose con un
rápido gesto de la mano.
– Todo está en regla – indicó el
oficial que parecía molesto al no encontrar nada sospechoso y le devolvió la
tarjeta electrónica –. Que tengan una buena estancia.
Dicho lo cual se giró y salió de la
plataforma de aterrizaje, seguido de los guardias. Inmediatamente un adarian, presumiblemente
el contacto de la oficina de local, que había permanecido por detrás de los
guardias, se acercó a Keegan.
– Me alegra volverle a ver – indicó
este con un ademán de bienvenida con el fuerte acento al hablar el básico, que
tenía su especie al tener unas afiladas crestas óseas en vez de labios. Vestía
ropas elegantes y el tocado sobre la frente demostraban el alto cargo que debía
de ocupar en la compañía –. Aunque no esperaba que fuera tan pronto.
– A mí también me alegra verte de
nuevo y espero no causarte problemas – replicó Keegan y los dos empezaron a
dirigirse hacia la salida, seguidos de Desona y Zarb. Mientras que los
tripulantes adarians empezaban a repostar y descargar algunas cajas de la
bodega.
– He reservado tres habitaciones en
el hotel del espaciopuerto y alquilado un aerodeslizador.
Espero que sea de tu agrado.
– Sin duda. Y agradezco tu ayuda
Yunec.
– La que necesites – indicó el adarian
servilmente. Desona no notó forzada aquella respuesta hacia Keegan, sino una
demostración sincera de agradecimiento. Por lo que se preguntó qué era lo que
su compañero de adquisiciones habría hecho para merecer tal atención. Sobre
todo en una civilización basada en un rígido sistema de castas como los
adarianos, y cuyos dirigentes, como debía de ser aquel individuo de cráneo
agujereado.
Como faltaban algunas horas para la
caída de la noche, y como el viaje había sido largo, aprovecharon aquel tiempo
para ducharse, cambiarse y comer algo en el hotel donde estaban hospedados. Al anochecer
los rebeldes se montaron en un Gaba-18
de tres plazas y partieron por uno de los pasillos aéreos hacia el bosque de
rascacielos de luz, metal y cristal del distrito de entretenimiento.
– ¿Nunca habías estado en Coruscant?
– le preguntó Desona a Zarb, que parecía apabullado ante el número de vehículos
que parecía no tener fin y que jamás descansaban.
– No. Nací en Commenor, es un planeta grande, pero esto es... es… inmenso...
No tardaron en llegar al brillante y
colorido barrio Uscru, donde se
centraban desde hacía siglos los mejores y más refinados locales nocturnos de
aquel planeta ciudad. Los carteles luminosos, anunciando las maravillas de los
distintos clubes, salpicaban los diferentes niveles mientras el aéreodeslizador descendía hacia uno
de los aparcamientos situados por encima de la calle Vos Gesal.
Allí les esperaría Zarb con el motor
encendido y un pequeño dispositivo de escucha preparado por si ocurría algo. Keegan
y Desona descendieron hasta el nivel de la calle y se dirigieron al antiguo y
renombrado club nocturno Outlander.
Ya en aquella primera hora de la
noche estaba atestado de gente que iba y venía, alienígenas de toda la galaxia,
algún droide que parecía fuera de lugar y la pareja de omnipresentes soldados de asalto imperiales con sus
armaduras blancas. Porque Coruscant, capital del Imperio Galáctico, aquella donde
parecía que la incipiente Guerra Civil
que empezaba a aquí y allá en toda la galaxia era algo lejano, también era el
lugar más estrechamente vigilado por los soldados de Palpatine. Pero en aquella calle ninguno de los dos desentonaba con
el resto de paseantes. Desona se había puesto un chaleco corto y ceñido, con
unos pantalones también ajustados y una capa con capucha por encima. La tela
del conjunto era de terciopelo de Malastare,
muy caro y lujoso. Mientras que Keegan llevaba un traje de cuero, unas botas
altas y un abrigo largo de cuello alto. Tan solo Desona iba armada, un pequeño blaster de las tropas exploradoras bien oculto en su
capa.
El interior del local estaba ya muy
concurrido, había una mezcla de buscavidas, vividores, jugadores, humanos y alienígenas
que bebían al son de la música o viendo en las grandes pantallas eventos deportivos
que se celebraban a cientos de años luz de aquel lugar. Las barras y las mesas
de juego también estaban animadas, aunque la atención se centraba en una de ellas,
donde se transmitía una lucha de dos gladiadores droides: un antiguo magmaguardia IG-100 de las Guerras Clon y un droide cangrejo.
Keegan le indicó a Desona que
subieran por las escaleras hasta el nivel superior, dejando el bullicio de la
primera planta a otra menos ruidosa, donde los participantes de una partida sabacc y otros juegos de azar
podían estar más tranquilos. Atravesaron la sala y subieron a un tercer piso,
mucho más reservado y tranquilo. Justo al final de las escaleras un guardia zabrak, con sus cuernos sobresaliendo
del cráneo, uno de los cuales parecía cercenado y le faltaba la punta lo que
acentuaba su cara de poco amigos,les interrumpió el paso.
– Este piso está reservado solo a
los socios del club – dijo lacónico.
– Venimos a ver a miembro – explicó Keegan.
– ¿Están apuntados en la lista?
– No. El señor Hill no anuncia a sus
visitas.
Aquel nombre pareció hacer reaccionar
al guardia, que vaciló un instante.
– Su compañera tendrá que dejar su
arma – dijo al fin.
En ese momento fue Desona quien
vaciló, pero Keegan asintió y esta le entregó al zabrak su blaster.
El tercer piso contaba con varias
barras y otras tantas mesas de juego, todas ellas igualmente repletas de
clientes. Una camarera twi’lek apenas vestida les ofreció traerles bebidas,
pero los dos rebeldes negaron con la cabeza y prosiguieron hasta el extremo de
la sala, donde otro guardia custodiaba un pasillo. Pero al pasar por su lado
pareció ignorarles, quedándose impasible mientras los dos ascendían hacia el
cuarto piso. Keegan finalmente se detuvo frente a una puerta que no tardó en
abrirse sin que este pareciera haber llamado. La estancia era amplia y estaba
tenuemente iluminada, había un sofá que seguía toda la pared, con pequeñas
mesas formando reservados y en las paredes colgaban numerosos pinturas y no
imágenes holográficas como era lo más habitual, lo que sorprendió a Desona, por
el lujo y refinamiento que eso significaba. En el centro había pequeña tarima
circular donde varios bailarines danzaran al son que tocaban tres músicos bith. Estirado en uno de los sofás se
encontraba un muun, largo cual era,
con su alargada cabeza inclinada una montaña de cojines, como si estuviera
durmiendo, tardando aun unos instantes antes de abrir los ojos amarillos y
sonreír a los recién llegados. A un gesto suyo los músicos dejaron de tocar y
junto a los bailarines salieron de la estancia, así como varios camareros que
también estaban en la habitación.
– El parco Keegan de nuevo en
Coruscant – dijo el muun cuando estuvieron solos y seguidamente hizo un gesto
condescendiente para que los dos rebeldes se sentaron a su lado –. ¿Te han gustado
mis zelosianos? Son excelentes en la
sincronicidad de sus movimientos.
» Claro que dudo que el adquisidor
rebelde haya venido a hablar de mis bailarines. ¿Qué deseas de mí esta vez? – dicho
lo cual keshiano sacó de su abrigo un
pequeño datapad con la lista que les había entregado Leddrell y se lo alargó al
muun que lo examinó detenidamente y cuando pareció satisfecho se lo devolvió a Keegan.
» Los computadores Fabriech son fáciles de conseguir, pero
los interferentes Bertriak son otra
historia. Parece ser que tienen la costumbre de entorpecer en los sistemas de
armamento imperiales y eso a nuestro amado Emperador no le gusta mucho –
replicó sarcástico –. Pero veré que
puedo hacer. ¿Eso es todo?
– Y los planos y esquemas de
fabricación – respondió Keegan, a lo que el muun rio abriendo mucho su delgada
boca, lo que provocó un extraño efecto en su alargada cabeza.
– Me reiría más si no supiera que lo
dice en serio – respondió.
Keegan se limitó a asentir. Hecho lo
cual hizo un gesto a Desona indicándole que ya podía salir.
– Puedes salir que aquella puerta –
indicó el muun señalando la que habían utilizado los bailarines –. Te conducirá
a otra calle, menos transitada.
Keegan asintió y seguido de la
twi’lek abandonaron la estancia por los pasillos y escaleras de servicio. Al
llegar al segundo piso se encontraron con el mismo guardia zabrak que les había
interrumpido el paso poco antes y le entregó su arma a Desona. Instantes
después los dos rebeldes volvían a estar en el exterior, en una calle paralela
a Vos Gesal.
– No podemos pagar el precio del
mercado negro de ese equipo – indicó Desona saliendo al exterior, pero Keegan
no replicó, se limitó a mirarla con calma –. ¿Crees que no me he dado cuenta?
Ese muun era del clan BancarioInterGaláctico. Aunque tienen la costumbre de financiar a los dos bandos de
una guerra, no creo que esté muy dispuesto a regalarnos equipo valorado en
miles de créditos.
– ¿También se ha fijado que era el
hijo de San Hill?
– ¿Y qué tiene que ver eso? –
replicó la twi’lek desconcertada. Recordaba que este había sido el Presidente del
Clan Bancario y uno de los líderes militares más influyentes de la Confederación de Sistemas Independientes
durante las Guerras Clon. Por tanto
uno de los seres que más había intrigado para que la antigua República se desangrara, permitiendo que la tiranía del
Imperio se alzara con el clamor de una ovación allí donde antes había habido
paz y justicia.
– Odia tanto a Palpatine como
cualquiera – fue la respuesta de Keegan –. Su padre fue asesinado por Lord Darth Vader, servidor del
Emperador, el último día de la guerra. El rancio abolengo del clan bancario
también da importancia a la venganza, además de a los beneficios.
Desona quedó asombrada. Era la
primera vez que Keegan daba tantas explicaciones, pero también por primera vez
parecía que aquel adquisidor frío y metódico dejaba traslucir algún tipo de
sentimiento.
– ¿Cuándo nos entregará el material?
– Avisarán con un anuncio en la Holonet, luego la entrega será en el
lugar acostumbrado.
Dos semanas después
Para llegar al lugar de entrega
utilizaron la nave de Desona, el Luz Azul, un carguero ligero VCX-350 corelliano, que se posó suavemente en el
muelle 15 del espaciopuerto de Mos Kaike. La ciudad
había sido construida en el interior de un cañón redondeado, en cuyo centro se
alzaba el palacio de un poderoso jefe mafioso de los cárteles hutt. Su ubicación podría haber rivalizado con Mos Eisley o Mos Espa, pero había terminado eclipsado por la rivalidad entre los
clanes Besadii y Desilijic, la ciudad del cañón se había
quedado relegada en importancia en el planeta.
– ¿Siempre haces negocios en lugares
tan inhóspitos? – le preguntó Desona con un gesto de disgusto. Estaba claro que
en aquel lugar, bajo la esfera hutt,
no solían hacerse preguntas sobre los negocios que allí se hacían, si se les
paga bien, claro, y donde la esclavitud aún se practicaba impunemente.
– ¿Escrupulosa?
– No es eso. No me gustan los hutts.
Después de pasar los trámites los
corruptos aduaneros de Tatooine, el pequeño grupo de rebeldes empezó a
prepararse. En aquella ocasión además de Zarb, les acompañaban otros tres
soldados de las fuerzas especiales
que servían en Tierfon: un humano,
un weequay y un clawdite
de nombre Slonda. En aquel planeta era preferible la potencia de fuego, que a
la discreción de Coruscant.
Lo primero que los soldados de
Slonda hicieron fue inspeccionar el muelle, mientras Keegan, Desona y Zarb se dirigían a
ver al contacto de este. Debían de bajar hasta el mercado, situado en el
interior del sima, no lejos del palacio que se alzaba en el centro. Resguardado
de los implacables soles binarios por la sombra de las paredes, las enrevesadas
calles de Mos Taike se movían centenares de seres, humanos con ponchos,
pequeños jawas obsesionados con
piezas tecnológicas, borrachos gamorreanos,
enigmáticos niktos, anomids con sus máscaras respiratorias,
rodianos con sus antenas cónicas, morseerianos, farguls y decenas de otras especies procedentes de todos los
rincones de la galaxia. El mercado estaba repleto de pequeñas tiendas de comida
y agua, souvenirs, ropa de todos los estilos y necesidades, de herramientas y
materiales electrónicos, extrañas piezas procedentes de desguaces, de droides
usados o instrumentos musicales. Mercenarios, contrabandistas, buscavidas o
simplemente gente que intentaba sobrevivir en aquel remoto lugar paseaban entre
los toldos de los puestos en busca de aquello que necesitaban o simplemente
para seguir un día más.
El contacto era un comerciante
local, un gran de tres ojos de
nombre Chork, que tenía una pequeña tienda de antigüedades. En realidad este ya
era una antigüedad que se sostenía gracias a un bastón y tenía la piel cetrina
con una fina barba cana en las mejillas y en la parte inferior del hocico. Los
objetos estaban acumulados en estanterías, había pergaminos y libros, esculturas,
tapices y otras decoraciones, armas arcaicas junto a armaduras sacadas de algún
museo antropológico, herramientas simples o cualquier cachivache imaginable o
por imaginar.
– Pasen, pasen ilustres clientes –
dijo Chork levantándose de un vetusto escritorio al verles entrar en la sombra
del toldo de su tienda –. Todo está a la venta – prosiguió el gran sonriendo y
mostrando su amarillenta dentadura –. ¿Tal vez buscaban algo especial?
– Una antigua edición de los
Cantares de Alderaan – dijo Keegan.
– Ha tenido suerte, mucha suerte,
caballero – replicó Chork haciendo un gesto de paciencia se dirigió al
escritorio donde había estado sentado y cogió de la estantería que había detrás
un libro encuadernado en tela que parecía que estuviera a punto de deshacerse
en las manos del gran –. Es un ejemplar muy raro.
Keegan lo cogió con delicadeza y
empezó a pasar las hojas despacio, como si estuviera examinando el libro.
Asintió y se giró hacia sus compañeros.
– Comprad algo.
La twi’lek asintió y empezó a mirar por las estanterías, al igual que
el joven piloto. Al poco los tres salían con un objeto. Desona con una caja de
madera cuidadosamente labrada que al abrirla activaba un proyector holográfico
y una canción tradicional de Taris.
Zarb escogió un juego de cartas kuari para zinbiddle
para habían pasado por muchas manos, pero que estaba completo. Después
emprendieron el regreso paseando entre los puestos del mercado.
– Nos están siguiendo – anunció poco
después Desona.
– Un narquois – contestó Keegan que ya se había dado cuenta de su
presencia desde que salieron de la tienda de Chork.
– ¿Qué hacemos? – preguntó Zarb que
distraído con el ajetreo de las calles no se había dado cuenta.
– Den un par de vueltas por el
mercado, después diríjanse hasta la nave y espérenme. Yo me encargaré.
Dicho lo cual Keegan pareció
despedirse de sus compañeros y se alejó por una de las calles que salían de la
avenida principal. Desona se le quedó mirando mientras se perdía entre la
gente, tenía una expresión de seguridad que no dejaba resquicio a la duda. Y
era la segunda vez que se la veía, la anterior había sido cuando las detuvo la
patrullera saliendo de Esseless. En
aquel momento pensaba que estaban a punto de ser atrapada, pero todo se
resolvió con rapidez y sencillez.
– Hace dos horas que se separaron –
recordó Slonda inquieto en el interior del Luz Azul. No sabían nada del
adquisidor y el clawdite empezaba a ponerse nervioso. Tatooine era uno de los
lugares más inseguros de la galaxia: territorio de los señores del crimen,
encuentro de caza recompensas y asesinos –. Propongo ir a buscarle.
– No, debemos permanecer aquí –
replicó Desona. Tenía una intuición extraña, debían de dejar hacer a su
compañero adquisidor.
– Apenas sabemos nada de esta misión
– insistió Slonda, aflorando su verdadera preocupación –. Ni nombres de sus
contactos, ni si son de fiar. Y esta es importante.
– Por lo poco que conozco a Keegan,
es de fiar y sus contactos también. Pero si no ha regresado al declive de los
dos soles, saldremos en su busca.
– No creo que sea necesario esperar
tanto – dijo Zarb señalando la puerta del muelle, por donde acababa de entrar Keegan.
Tras saludar al weequay rebelde
apostado a la sombra de la entrada del carguero ligero, subió la rampa de
acceso y se dirigió a la sala común, donde el resto le estaban esperado.
– ¿Qué ha averiguado? – preguntó el
clawdite con impaciencia.
– El narquois estaba vigilando al
anticuario y debía informar a un kubaz
llamado Garindan de visitantes
extraños – respondió Keegan.
– ¿Y para quién trabajará ese kubaz?
– preguntó Desona.
– Para el Imperio – afirmó sin ninguna duda en su voz.
– ¿El Imperio? – repitió Slonda
receloso –. ¿Está seguro?
– Chork suministra armas a los hutt,
por lo que estos no se meten en el resto de sus negocios. Si alguien le vigila
es que van detrás de los computadores de tiro o los interferentes. No de
nosotros.
– Saben que estamos aquí – afirmó
Slonda preocupado.
– Pero no sabe quiénes somos. Esa es
nuestra ventaja.
– ¿Cuál es tu plan? – le preguntó Desona.
Por lo que le conocía ya sabía que su compañero tendría pensado que hacer.
– Seguiremos con el intercambio,
pero adelantándonos a los imperiales – se giró hacia Slonda –. Vigilaremos a
Garindan para descubrir cuál es su contacto. Quiero llevarme lo que hemos
venido a buscar. El futuro de la Alianza
depende de ello.
– ¿Está seguro que el material que
hemos venido a buscar está aquí?
– Tanto como que hay dos soles en
este sistema.
– ¿Cuándo se hará la entrega? –
quiso confirmar Desona.
– Mañana al anochecer, en el
interior del desierto.
El clawdite asintió sin estar
convencido, con sus enemigos en el planeta, su misión se había convertido en
mucho más peligrosa que una simple recogida de armamento. Y ahora tenía que
prepararse para seguir a aquel kubaz con los datos que le transmitió el
adquisidor. Slonda había trabajado para las fuerzas de seguridad de varios
sistemas antes de unirse a la Rebelión y debía de admitir que aquel tipo
parecía saber lo que se traía entre manos. Cuando le habían asignado aquella
misión indagó sobre Keegan, pero la Inteligenciade la Alianza parecía no saber nada de él, salvo que tenía el respaldo de
los líderes de la Alianza Organa y Mothma.
Garindan tenía su base de
operaciones en una cantina situada en uno de los bordes del cañón. Era un lugar
donde especies de todo tipo se mezclaban y tramaban sus próximos negocios
mientras una banda de músicos tocaba una canción pegadiza. Slonda, cuya raza
era capaz de cambiar de aspecto, transformó su cuerpo para parecerse a un
humano más y se sentó en la barra, desde donde podía ver los movimientos del
kubaz. Fuera del local le esperaba el weequay para apoyarle si fuera necesario.
A la caída del sol el kubaz se
levantó, pagó sus consumiciones y salió del local. Slonda hizo lo mismo y le
siguió. Pero por si Garindan fuera más listo de lo que parecía al salir de la
calle el aspecto del clawdita había cambiado y ahora tenía el rostro verde y
las facciones de un falleen. Para
completar el disfraz dejó en el suelo la capa que había llevado puesta y se
internó por las calles, donde la recogió su compañero de apoyo, que le siguió a
gran distancia.
Su presa le llevó por los callejones
casi vacíos hacia uno de los ascensores que llevaban a la parte superior del
cañón donde había sido construida la ciudad. En la zona que se extendía
alrededor del borde de la depresión en los últimos años habían construido un
amplio asentamiento con almacenes, talleres, el espacio puerto y las casas de
los que no se podían permitir vivir en la zona más resguardada de los dos
soles. Garindan prosiguió despreocupado hacia la parte industrial, entrando en
un edificio alargado con un cartel que anunciaba un taller de repulsores. Cautamente Slonda evitó
acercarse y cuando la puerta se cerró tras el kubaz apreció una esfera flotante
con dos aletas inferiores del droide espía Mark IV. Aquello era la prueba definitiva de que trabajaba para el
Imperio.
El agente rebelde no podía quedarse
en aquella esquina, así que buscó un lugar mejor para vigilar el lugar, lo
encontró junto a una bóveda de un edificio cercano fuera del perímetro de
patrulla del droide. En aquel momento se alegró de haber cogido un pequeño
equipo de vigilancia con un electrobinoculares
de múltiple espectro y que su ropa fuera opaca a la mayor parte de sensores
simples. Tras confirmar la rutina de vigilancia se acercó al edificio para
investigar más de cerca. A media noche Slonda se alejó de su posición de
observación y se dirigió hacia el espacio puerto. Sabía que para entonces sus
compañeros ya estarían listos para proseguir con la vigilancia, y si sus enemigos
se movían lo sabrían enseguida.
– Garindan no tardó en salir del
taller – explicó Slonda en el interior del Luz Azul –. No esperaban que
les observaran y estaban muy confiados. Identifiqué una docena de individuos,
diría que es una unidad de comandos equipados con varios vehículos repulsores
que estaban preparando para entrar en acción. Por sus armaduras, diría que eran
comandos de asalto.
– Ya saben que la entrega se
realizará mañana – dedujo Keegan, y que probablemente estuvieran actuando bajo
las órdenes directas del ubictorado
por el tipo de material y la persona que lo suministraba. Pero también sabía
que la Alianza necesitaba aquellos equipos como el oxígeno que respiraban para
las batallas que iban a librarse en el futuro –. Pero contamos con la ventaja
de que ellos no saben dónde estamos y nosotros sí dónde están ellos.
» Esto es lo que haremos.... – y Keegan
explicó su plan.
Slonda tenía a sus espaldas muchas
operaciones encubiertas y el plan de aquel adquisidor no estaba mal, algo
arriesgado, sobre todo sin un segundo equipo de apoyo, pero en aquellas
circunstancias tampoco podían pedir más. Por lo menos supo que Keegan tenía
conocimientos y experiencia en aquel tipo de operaciones.
Desona advirtió un cambio su
compañero adquisidor. Durante su exposición parecía dotado de una confianza y
un dinamismo que no había notado antes. Siempre le había visto seguro de sí
mismo, pero en aquel momento lo compartía... Algo había cambiado en el adquisidor
que había conocido varias semanas antes, algo sutil pero le daba un liderazgo
que antes no había desplegado.
El lugar de la entrega estaba
situado en los restos de una nave que se había estrellado en pleno desierto
mucho tiempo atrás, en paralelo a una que parecía desafiar a las dunas que se
extendían como un océano infinito. Saqueada por los jawas y erosionada por el sol y la arena, apenas sobresalía de la
superficie desértica del planeta la popa con sus motores oxidados.
Los primeros en llegar fueron los
hombres de Hill a bordo de un carguero cuando
los soles ya estaban declinando. Sabían que debían ser rápidos con la entrega y
antes de que llegaran los rebeldes ya estaban preparados los droides equipados con repulsores para
trasladar el material. No era la primera vez que el guardaespaldas de Hill se encargaba
de hacer alguna entrega con aquel adquisidor, que solía ser muy puntual, por
eso al ver que no aparecía empezó a ponerse nervioso. Cuando faltaba poco para
anochecer y estaba a punto de ordenar recoger y marcharse, apareció en el
horizonte, con los dos soles a su espalda, una nave de ancho fuselaje y tres
abultados motores externos en la parte posterior.
– Chicos, preparaos – dijo el zabrak con el cuerno quebrado a su
gente, que desenfundaron sus blasters.
El Luz Azul se posó junto al carguero y de la rampa
descendió Keegan acompañado por un joven humano. En la carlinga de la nave
estaba sentada la twi’lek que le había acompañado a Coruscant.
– Llegáis tarde – le increpó.
– Empecemos – fue la réplica de Keegan.
El zabrak se giró hacia su gente e
hizo un ademán para que los droides de carga descendieran de la bodega con las
cajas que guardaban el preciado equipo.
Entonces empezó todo.
Lo primero que se oyeron fueron unos
potentes motores, instantes después aparecieron de detrás del carguero media
docena de motos repulsoras como si
hubieran saltado de la nada y acelerando a toda potencia se acercaron hacia las
dos naves. En realidad habían estado enterrados bajo la arena a la espera que
llegara la hora de la entrega. Detrás de ellas les seguían un vehículo de escolta que, armado con su
potente cañón blaster, empezó a
disparar.
La gente del zabrak que tenían las
armas preparadas, empezaron a disparar sobre las motos imperiales, que saltaban
y se deslizaban impunes mientras volaban en círculos. El vehículo de asalto
disparaba contra el carguero del Clan Bancario inutilizando sus motores, ya que era la única de las dos naves que
tenía a tiro.
– ¡Que los droides no paren! –
ordenó Keegan, mientas los disparos blaster zumbaban por todas partes.
Sabía que los hombres de Hill trabajaban por dinero y la emboscada les haría
vacilar y huir pensando solamente en ellos.
Las motos se elevaron para empezar a
dar vueltas sobre las dos naves, lo que las dejó a la vista del cañón blaster doble
de la nave de Desona, que abrió fuego destruyendo las dos primeras. Al
convertirse en dos bolas de fuego, obligaron al resto a virar hacia el macizo
rocoso que tenían a su espalda, incluyendo el repulsor de escolta, que al virar
recibió un impacto en los motores y tras una tremenda explosión se desplomó
contra la árida superficie de Tatooine. Al mismo tiempo el resto de comandos empezaron
a ser alcanzados por un certero fuego procedente de una duna no muy lejana de
su flanco.
Al completar el giro las motos
restantes entraron en el ángulo de tiro de los
hombres de Hill, que resguardados junto a su carguero no dejaban de
disparar, derribando a otro de ellos. Al volver a girar hacia las dunas y a
campo abierto entraron en el campo de tiro de Slonda, que se encontraba bien
oculto en las dunas, armado con un rifle pesado de repetición, que terminó por derribar
los últimos los soldados del Emperador.
Cuando los últimos restos de las
motos cayeron al desierto, un silencio sepulcral se apoderó de aquel remoto
lugar, roto únicamente por el ulular del viento y el crepitar de las
llamas.
– ¡Lo hemos conseguido! – dijo Zarb
apartándose del hueco de la rampa, donde se había refugiado y completaba la
entrada del material. Aún tenía su arma humeante y bien aferrada entre las
manos.
– Recoge sus armas, serán útiles a
la causa – le dijo la twi’lek bajando desde la cabina, donde había dejado a los
mandos a su droide astrométrico.
El piloto rebelde asintió y se
dirigió hacia donde se encontraban los cuerpos de los comandos abatidos.
Keegan le siguió, deteniéndose junto
a los droides que llevaban las cajas con los equipos, que se habían detenido y posado
durante el tiroteo, que se elevaran y terminaran de llevarlos al interior de la
bodega de la nave corelliana. Estos tímidamente se alzaron y aún
asustados se dirigieron hacia la
rampa de acceso.
– ¡Nos estaban esperando! – ladró el
zabrak acercándose.
– Uno de los tuyos le pasó la
información al Imperio – le espetó Keegan con una voz gélida y sin atisbo de
sentimientos.
Ante tal respuesta el jefe de los
guardaespaldas de Hill no supo que decir.
– Los planos – le pidió alargando la
mano. Este dudó durante unos instantes, luego sacó una tarjeta de datos y se la
entregó al adquisidor, que lo observó durante un instante, sabedor que con
aquella información la Alianza podría equipar a sus cazas de sistemas
electrónicos a medida que empezaran a construirlos.
En ese momento este se giró con
brusquedad hacia donde habían estado esperando sus enemigos. De debajo de la
arena surgió de improviso un droide sonda víbora, cuyo color negro contrastaba con el marrón claro de la área
que iba cayendo a medida que se elevaba gracias a su sistema repulsor, dejando
sus extremidades inferiores libres de la arena y giraba los sensores de su
cabeza. Estaba muy cerca de Zarb, en quien centró uno de sus ovalados sensores,
como si le mirara directamente, calculando las variables dentro de su
programación de búsqueda, caza y destrucción que tenía almacenados en sus
circuitos. El muchacho se quedó paralizado mientras que el cuerpo del probot giraba hacia donde se encontraba,
sin que su sensor dejara de vigilarle, para permitir que la pequeña arma que
tenía su bastidor quedara a tiro del rebelde. A varios metros de distancia el
adquisidor observa la escena. Alzó la mano y buscó dentro del droide los
controles de lógica, control y procesado de información. Le gustaban las
máquinas, eran simples: placas procesadoras, cables, engranajes móviles, mecánica
sencilla que sostenía un programa que emulaba la personalidad de los seres
vivos de una manera simple, casi infantil. Mientras buscaba el procesador
central vio aquel probot lejos de las
arenas de Tattoine, operativo y funcional, en un mundo de tinieblas en un día
de lluvia, pero este brillaba, como si fuera la luz de una vela en una noche
oscura. Keegan encontró lo que buscaba, justo cuando el arma del droide quedaba
apuntando a Zarb. Pero de súbito el armazón metálico se convulsionó, como si
hubiera recibido una descarga eléctrica, las pinzas inferiores se extendieron,
la cabeza dio vueltas y lanzó una especie de grito y caía sobre la arena
inerte.
Zarb se sobresaltó y se cayó al
suelo sorprendido por aquel incidente, dándose cuenta que si el probot no hubiera sufrida aquel extraño
fallo, en ese momento estaría muerto.
– Nunca dejes de estar atento hasta que
no abandones el lugar del combate – le advirtió Keegan cuando llegó a su lado y
le alargó el brazo para ayudar a que el joven piloto se incorporara.
– Por lo menos tenemos los
computadores... ahora podremos vencerles... – dijo a modo de disculpa,
avergonzado por no haber mantenido la profesionalidad como el resto de sus
compañeros.
– Ya se han trasladado todas las
cajas – informó Desona llegando también a su lado.
– ¿Podemos recoger ese droide? – le
preguntó a la twi’lek, que pensó que podría ser útil a la inteligencia de la
Alianza o como piezas de repuesto. Asintió y fue en busca algo para transportar
aquel montón de chatarra inerte sobre la arena del desierto.
Poco después esta apareció con una carretilla
repulsora y con ayuda de Zarb subieron el siniestro cuerpo circular del droide sonda.
Para entonces Falan, el weequay, que
había estado disparando desde las rocas, había llegado hasta donde se
encontraban los restos de las motos repulsoras y sus pilotos derribados. Se
detuvo al lado del primero de los cuerpos, enfundados en armaduras de soldados
exploradores, recogió su pistola blaster, el rifle y los paquetes de energía
que llevaban, disparándole en la cabeza antes de acercarse al otro comando. Cuando
pasó junto a Keegan, llevando las armas hombro, pudo notar con suma facilidad
el odio que sentía hacia el Imperio y todos sus soldados, los mismos que habían
asesinado a su hermano solo por diversión. No le dijo nada, no era necesario. Aquella
era una pequeña tempestad que el Emperador había sembrado con sus vientos de opresión
y tiranía.
– ¡Todo listo! – indicó Desona desde
la rampa de su nave.
Keegan se giró para marcharse.
– Mi nave ha sido alcanzada... –
balbuceó entonces el zabrak esperando ayuda de los rebeldes.
– Ese no es mi problema – le
interrumpió Keegan –. Y dile a tu jefe que para la próxima vez escoja mejor a
su gente.
Dicho lo cual prosiguió hasta el rampa
del carguero, subió y se quedó junto a la compuerta mientras los motores
radiales Dyne 577 aumentaron de potencia y elevaron la nave , dejando tras de
sí una nube de polvo. Se acercó hacia la duna donde había partido el misil que
había derribado al repulsor de asalto y recogió a Slonda. Allí había
permanecido oculto en la arena desde aquella mañana y había observado la
llegada del comando imperial, avisando de su ubicación de su escondite al Luz
Azul para que pudiera posarse de tal manera que permaneciera fuera del arco
de fuego enemigo. Con todos los rebeldes a bordo el carguero ligero se alejó
hacia Mos Taiken para recoger al último miembro del equipo, que se había
quedado en el enclave del desierto para avisar de la partida de sus enemigos.
Mientras se alejaban Keegan observó
las arenas del desierto calentadas por los dos soles de aquel remoto planeta,
tan importante para el destino de la galaxia y en la lucha entre los jedi y los
sith. Allí donde había nacido Anakin Skywalker, que iba a traer el equilibrio a
la Fuerza, y estaba creciendo su hijo bajo la protección del antiguo caballero
jedi. Pero aquel no era el camino de su destino.
Cerró la compuerta y la nave se perdió
en la oscuridad de la incipiente noche.
Junto al humeante carguero del clan
bancario el zabrak les estuvo observando hasta que se perdieron en el cielo de
Tatooine.
– ¿Qué hacemos ahora? – le preguntó
uno de sus hombres.
Para el zabrak estaba claro: debía
eliminar al informante y como no sabía quien era, les mataría a todos.
Fin.
Ll. C. H.
Notas de producción:
Este
relato lo empecé a escribir en diciembre de 2012 con la idea de explorar el
universo de Star Wars de una manera narrativa, fuera del Crossover Star Trek - Star Wars que
para aquel entonces ya estaba prácticamente terminado. La idea era iniciar una
serie de historias sobre mi querida era de la rebelión y las centré en un jedi
o como vemos en el flashback inicial, un antiguo pádawan que trabaja para
derrotar al Emperador Palpatine junto a la incipiente Rebelión. Con el tiempo
utilicé estos relatos para completar el background de alguno de los personajes
que aparecerán en el Crossover de Star Trek - Star Wars como el almirante Vantorel y el comandante Zahn, el antiguo
agente del ubictorado que lucha junto a los rebeldes. Y aunque se pueden leer
por separado, sí creo que un lector del Crossover podrá encontrar un buen
complemento en esta serie de relatos del Jedi Perdido. Espero que os gusten.
Otros relatos:
Patxi Galvez, del grupo de Facebook Fans Star Wars España ha comentado:
ResponderEliminarEs una de las cosas que me llama la atención del Canon Disney. En Legends, la Alianza tenía astilleros y fábricas para dotarse de material militar. En la continuidad nueva, parece que tiran casi exclusivamente de material robado, comprado al submundo criminal o cedido por afines ideológicos.
Dicho eso, buena historia ;-)
Hola Patxi,
Ante todo me alegro que te gustara la historia. Estos relatos los escribí como aproximación del universo de Star Wars, después de escribir un crossover con Star Trek. Te recomiendo que lo leas, si te gustó el Jedi Perdido, claro. El siguiente relato, que quiero empezar a publicar este mes de julio, justo habla de los astilleros que tiene la Alianza.
Respondiendo a tu comentario yo siempre creí que era una mezcla de ambas cosas: que la Alianza tenía sus fábricas secretas y astilleros, como se indican en el juego de rol de West & Games. Y que robaba todo lo que se podía.
Un fuerte saludo.
Ll. C. H.
Excelente relato. Saludos
ResponderEliminarHe descubierto esto por casualidad y me ha encantado. Al inicio creí que era una historia narrada a través de partidas de rol de STAR WARS (que yo soy narrador asiduo) pero luego he visto que no, que es simplemente puro arte e imaginación. Te felicito y espero poder disfrutar con el desenlace de esta historia.
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