Aquel día lo tenía grabado en sus recuerdos
a sangre y fuego, literalmente. Había transcurrido con total normalidad en el Templo Jedi: las clases de
adiestramiento con su sable de luz
con Cin Drallig, de meditación con
su maestro sabio Nalok y los estudios en la biblioteca bajo la supervisión de
la maestra Jocasta Un. Todo
absolutamente normal. Después de cenar se había retirado a su habitación, que
compartía con su amigo Whie Malreaux,
para seguir las últimas noticias sobre la guerra.
Los rumores que corrían por el gran edificio daban a suponer que pronto se
acabarían los combates contra las fuerzas separatistas y que entonces los caballeros jedi, que ahora permanecían dispersos por toda la galaxia liderando los ejércitos clon, regresarían a casa
para volver a ser guardianes de la paz. Estaba solo en la estancia, pensando en
aquellas noticias esperanzadoras, cuando sintió un estremecimiento en la Fuerza, como nunca antes había notado.
Desde pequeño había sido muy
sensible a sus cambios, pero aquello era distinto, una sombra maligna y oscura se
acercaba, en realidad ya se encontraba a las puertas del Templo. Por un
instante vislumbró sus pasillos con las columnas y paredes marcadas por
impactos de blásters, con los suelos cubiertos de cuerpos sin vida de sus
amigos. Vio claramente como su amigo Whie caía bajo el sable de luz de Anakin Skywalker, tal y como había
predicho la visión que había tenido durante la misión en Vjun. Pero este ya había dejado de ser Anakin, el joven que le
había enseñado a pilotar un aerodeslizador un año antes entre los edificios del
planeta ciudad. Cuando terminó aquella fugaz visión empezó a temblar
aterrorizado por lo que había visto. El miedo le embargó y de manera instintiva
fue en busca de su sable de luz y lo activó empuñándolo en dirección a la
puerta de su habitación. Lo había construido al llegar al grado de pádawan y su hoja era de color verde,
como el de su sabio maestro. Pero no
fue aferrar su arma lo que le dio confianza y serenidad, sino recordar algo
mucho más importante... La primera lección en su largo camino: que el miedo
conducía al lado oscuro, que el miedo llevaba a la ira, la ira al odio y el
odio al sufrimiento. Se concentró e intentó relajarse mientras a su alrededor
todo le indicaba lo contrario. Pero por fin lo consiguió. Estaba tranquilo y
apagó su sable. En ese momento la puerta de su habitación se abrió y apareció la
alta figura de su maestro anx, con
su prominente estructura craneal que se alzaba sobre su cabeza como una vela.
– ¿Qué ocurre?
– Estamos siendo atacados –
respondió Nalok con tranquilidad. Como si no ocurriera nada grabe. En realidad
su aprendiz le conocía lo suficiente como para darse cuenta que su maestro se
comportaba como si nada de lo ocurrido le fuera inesperado.
– ¿Los separatistas, otra vez?
– Soldados clon... liderados por un Señor Oscuro.
– ¿Sith, aquí en Coruscant? Eso es imposible... – replicó
incrédulo.
– Sígueme – se limitó a responder su
maestro y le indicó con un ademán y los dos se apresuraron hacia las escaleras.
Ahora el fragor de la lucha se oía y se sentía por todas partes. El asalto se
había iniciado por la puerta principal, allí habían caído los primeros
caballeros, pero la presencia de los soldados clon ahora se notaba en todos los
niveles, por todas partes.
– ¿Hacia donde nos dirigimos maestro?
– Confía en mí – fue su única respuesta.
Su voz era serena y sus movimientos firmes, lo que le infundo confianza. Su pádawan
le miró a los ojos por un instante, ya hacía mucho tiempo que sus miradas se
habían cruzado en la remota colonia minera de Aktuort. En aquella ocasión había
sentido algo extraño, luego supo que aquella sensación se producía cuando se
encontraban dos personas sensibles a la Fuerza. Para entonces Nalok ya era un
viejo maestro sabio, que había dejado su lugar en el Alto Consejo a otros más jóvenes. Aunque había indicado que su
decisión era para seguir estudiando los misterios de la Fuerza como un Cónsul Jedi, a muchos le sorprendió que
tomara bajo su protección y aprendizaje a un joven pádawan poco después.
Los gritos y los disparos les rodeaban
por todas partes, mientras las dos figuras iban descendiendo por las escaleras
de servicio hacia los niveles inferiores.
– ¡Maestro! – insistió cuando el
gran anx abrió la puerta de un pasillo de mantenimiento –. Podríamos ayudar...
– No, tu misión es más importante –
replicó este con firmeza ante la súplica de su aprendiz.
– ¿Mi misión? – respondió
confundido.
– Huye ahora y no preocupes, llegará
tu hora – prosiguió Nalok y esgrimió una de sus sonrisas cargadas de afecto y
amor, mientras le posaba su mano sobre su cabeza, como había hecho muchos años
atrás al rescatarle de un destino funesto. Aquella sonrisa le reconfortaba,
significaba que por fin tenía un hogar,
un lugar donde sentirse seguro y querido. Un lugar donde ya nadie le temería por
sus habilidades, sino todo lo contrario. Aquella sonrisa siempre significó
tener una familia. Pero en aquel momento era todo lo contrario. Significaba que
su hogar ya no existía, que se encontraba de nuevo solo y que no podía confiar
en nadie más que en él mismo.
» Que la Fuerza te acompañe... mi
querido pádawan – se despidió lleno de afecto.
– Que la Fuerza te acompañe a ti
también, maestro... – respondió con un susurro ahogado por la tristeza.
Nalok giró la cabeza hacia el
pasillo, podía oír los disparos de blaster acercarse, pero aun más fuerte eran
las presencias anodinas de los soldados clon. Sin volverse a mirar al joven, su
maestro presionó los controles y la puerta se cerró rápidamente.
En el interior del estrecho
habitáculo, el pádawan podía sentir claramente lo que ocurría cerca. El maestro
Nalok esperó a que aparecieran los soldados, que al descubrirlo abrieron fuego
sin mediar palabra alguna. Pero sus rayos fueron desviados por el sable de luz,
dos cayeron por sus propios disparos. Aun así a través del pasillo llegaban más
que parecían no tener voluntad, eran entidades vacías, en aquel momento sin
mayor objetivo en sus vidas que cumplir órdenes. Jamás había prestado atención
de aquella manera a los clones que muchas veces había visto en el Templo o
fuera de él, pero ahora tomaban una siniestra forma: no tenían anhelo por nada,
o por lo menos los que se encontraban más allá de aquel mamparo. No tenían
ilusión, ni esperanzas, eran máquinas de carne y hueso. Las descargas se
multiplicaron, cayó otro soldado, el fuego se incrementó con la llegada de más refuerzos.
Nalok los apartaba como podía, algunos los devolvía a los adversarios, otros
iban a parar contra el techo, el suelo o las paredes. Un disparo alcanzó al
maestro en el costado, por un instante su presencia pareció disiparse, pero
consiguió sacar impulso de su interior y alzó de nuevo su arma, pero ya era
demasiado tarde y las máquinas humanas aprovecharon el momento de flaqueza para
acribillarle. Un instante después su esencia se disipó en la Fuerza.
Uno de aquellos soldados se acercó
hasta situarse junto al cuerpo sin vida de Nalok y descargó su rifle una vez
más sobre el anciano caballero jedi. Se quedó parado un instante junto al
cuerpo, como si estuviera observándolo con detenimiento, observando su mortal
obra. Después su atención se centró en la puerta que había al final de aquel
pasillo de servicio. Se acercó despacio, alzó su fusil y presionó los
controles. Esta se abrió dejando ver el interior de un pequeño almacén de droides de limpieza y los productos que
utilizaban. El pádawan concentrado en su maestro hasta ese momento no notó que la
mente de aquel individuo era mucho más compleja que el resto de clones, ni que
su sensibilidad en la Fuerza se proyectaba como una sombra, aun débil, pero
inequívocamente poderosa y oscura. En el instante en que iba a entrar en la
estancia algo le distrajo un instante y giró la cabeza hacia el otro extremo
del pasillo. Segundos después recibía la llamada de algún superior: había resistencia
en la galería central, debían dirigirse hacia allí inmediatamente. Dio órdenes
de sus subordinados y todos los clones se alejaron.
Detrás de la rejilla del sistema de
ventilación un par de ojos vieron como las piernas cubiertas con la armadura de
soldado se alejaban. Aquellos ojos se humedecieron y por las mejillas corrieron
ríos de lágrimas... acaba de sentir la muerte del ser que más quería en aquella
galaxia. De golpe se sintió solo, el resto de presencias de la Fuerza que iban
apagándose, sus amigos y compañeros, no importaban. La luz de su maestro se
había extinguido en un parpadeo, aunque con el tiempo suficiente para darle las
últimas instrucciones: “Tu destino está
ligado a otros y no a la Orden Jedi.
Has de encontrar lo que esta perdido”.
Se repuso y miró hacia el oscuro
tubo de la ventilación, tenía que seguirlo hasta la primera bifurcación,
después bajar hasta el nivel inferior. Debía de tener cuidado porque sus
enemigos estarían esperando que alguien intentara escapar por allí, pero él era
más inteligente que aquellas máquinas de carne y hueso. Debería recordar viejas
lecciones de supervivencia y poner en práctica todo lo que había aprendido en
aquellos años para lograr huir.
Cuando los primeros rayos de sol
despuntaron sobre los rascacielos de Coruscant una figura sigilosa había
conseguido salir del cerco que la Legión 501 había impuesto alrededor del Templo Jedi. Lo primero que debía de hacer
era desprenderse de sus ropas y seguidamente salir de aquel mundo hostil y
peligroso. De nuevo estaba solo, pero aquella vez tenía un poderoso aliado a su
lado que siempre le acompañaría, por muy peligroso que fuera el camino, por
muchos obstáculos que encontrara en él: la Fuerza siempre estaría de su lado.
Eso se lo había enseñado su sabio maestro poco antes de llegarlo por primera
vez al Templo, el mismo día que le tatuó sobre la piel las mismos símbolos que
él tenía en la suya, impregnándolos con la energía de la Fuerza.
1. Adquisidores
Tres años antes de
la Batallas de Scarif y Yavin 4.
Adquisidores: nombre por el que son conocidos
dentro de la Alianza Rebelde los
encargados de conseguir material, vehículos, armas y todo aquello que se
necesita para luchar contra el Imperio Galáctico.
Puesto avanzado de Tierfon
La nave descendió por entre las
nubes hacia la cresta montañosa, donde las cumbres estaban cubiertas de nieves
perpetuas. La base rebelde estaba siendo construida en el interior de la pared
de un acantilado que dominaba un inmenso valle, con una cordillera a sus
espaldas de grandes barrancos y plagada de frondosos bosques y lagos de aguas
cristalinas. (1) Los trabajos de
acondicionamiento de la caverna horadada en la roca estaba prácticamente
concluidos, aun así los técnicos y pilotos aun vivían en barracones prefabricados
lo alto de la montaña. Cuando las estancias estuvieran listas se alzaría un
perímetro defensivo con el único propósito de retener un ataque imperial
mientras la base era evacuada. Ya que se esperaba que el sigilo fuera su mayor
protección.
– Código de acceso correcto –
replicó una voz desde la improvisada torre de control de Tierfon –. Tienen permiso para aterrizar en la pista
central.
El droide Q9-X3 emitió una serie de pitidos nerviosos.
– Claro que nos han creído –
respondió la copiloto con firmeza.
El carguero AA-9, con su casco alargado y con tres motores en la parte
posterior, parecía lento y torpe mientras terminaba la aproximación y se posaba
suavemente en la pista de tela asfáltica, junto a la cual había una media
docena de naves, cargueros ligueros en su mayoría y algunos cazas de varios
tipos.
– Por fin regresamos sanos y salvos
al hogar – indicó Desona Ajel, la adquisidora twi’lek de piel púrpura, recostándose en el sillón del copiloto.
El piloto
era un hombre joven de complexión atlética, un keshiano pelirrojo, de apariencia indistinguible a la humana, pero
con una vista capaz de percibir un espectro visual mucho más amplio, incluyendo
desde el ultravioleta al infrarrojo. Eso le permitía distinguir objetos mucho
antes que cualquier otro ser vivo. (2)
La miró y arqueó la comisura de los labios en lo que parecía una sonrisa, pero
no dijo nada. Y aquello fue lo máximo que Desona pudo sacar a su compañero de
viaje. Por lo menos, tenía una sonrisa hermosa, pensó la twi’lek. Habían pasado
una semana juntos y decir que Keegan era muy parco en palabras era quedarse
corto. Aunque Desona sí estaba segura que aquel tipo sabía hacer bien su trabajo: tenía que
conseguir los permisos de salida de Esseless
y aquella nave y lo había hecho en un tiempo record.
En la base la expectación por ver lo
que traían era máxima y alrededor de la nave empezaron rápidamente a
congregarse pilotos y técnicos. Y nadie podía negárselo: todos estaban allí
precisamente a causa o por lo que transportaban.
Por otro lado no podían perder
tiempo, debían hacer la descarga con rapidez y regresar lo antes posible con el
carguero para que nadie notara su ausencia, así que Desona descendió de la
cabina acompañada por el puntiagudo y rechoncho droide Q9 y empezaron la
descarga. Desde un control exterior abrió las compuertas inferiores y con la
grúa interior empezó a descender el primero de los cazas, que permanecían
suspendidos en varias guías a lo largo de toda la bodega principal.
– ¡Queremos ver nuestras bellezas! –
dijo uno de los jóvenes pilotos congregados alrededor del carguero, la
expectación era enorme.
La estupefacción fue total cuando
apareció el primero de los vetustos cazas de reconocimiento ARC-170, cuya pintura estaba desgastada y el fuselaje
arañado y descuidado.
– ¡Qué esperabais! – ladró el mayor Stan
Speria al ver la reacción de los allí concentrados –. ¿Relucientes Ala-X? Nosotros no somos el Imperio que
puede comprar cuantas cosas necesitan, ni ningún gobierno planetario afín. ¡No!
Nosotros, para quien no se haya enterado, somos la Alianza Rebelde y luchamos
con lo que tenemos y normalmente ganamos. Así que todo el mundo empiece a
ayudar a trasladas los vehículos para que los revisen.
Tras aquella arenga los pilotos y
técnicos que instante antes habían estado desilusionados, empezaron a trasladar
los cazas a los hangares provisionales a medida que la grúa del carguero iba
descendiendo las naves de combate.
– ¿Ha habido algún problema? – le
preguntó Speria acercándose a Desona.
– Hubo un momento que pensé en lo
peor cuando nos interceptó una patrullera aduanera, pero al final todo ha ido
muy bien – replicó la twi’lek mientras hacía descender de la bodega el
siguiente caza. En total eran dieciséis aparatos que habían pertenecido a la defensa
planetaria y anteriormente al Gran Ejército de la República.
– Lo importante es que los hayamos
conseguido y parecen estar en buen estado...
– Eso es algo que he de decidir yo,
señor – les interrumpió Leddrell. Era el responsable de mantenimiento de la
base, un larguirucho er’kit de
largas piernas y brazos de piel azulada, que parecía estar permanentemente
malhumorado.
– Mi contacto aseguró que sí que lo
estaban – replicó Desona enojada.
– Eso lo tendremos que ver... –
replicó este suspicaz.
– Estoy seguro que no tendremos
ningún problema grabe y si surge lo resolveremos – intercedió Speria mediador y
el er’kit se alejó con sus andares desgarbados para examinar el caza que
acababan de sacar del carguero –. Es un poco cascarrabias, pero sabe hacer bien
su trabajo. Pásate esta noche por mis habitaciones... y charlaremos.
La estancia de Speria no era más que
un módulo prefabricado de un camarote de una nave de carga que también
utilizaba de oficina y sala de reuniones y que al día siguiente sería traslado
al interior de la base en construcción. Pero aquella noche la luz tenue de las
velas y la mesa elegantemente puesta no dejaban lugar a la duda sobre la
intimidad que existía entre el responsable del puesto avanzado y la twi’lek.
Además esta había dejado la ropa de trabajo cómoda que normalmente llevaba y se
había puesto un chaleco azul ajustado que dejaba al descubierto todo el vientre
y una diadema de metal con el símbolo de clan Ajel.
– Estas muy hermosa esta noche – le
dijo Speria admirando su belleza.
– Y tú siempre tan atento – replicó
esta besando a su anfitrión.
– Tengo una cosa para ti... – anunció
el oficial tras el largo beso, entregándole una caja de madera lujosamente
tallada. La twi’lek la cogió con cuidado y al abrirla ahogó un grito de
sorpresa.
– Es precioso...
– Es un colgante de jade de Joiol – el rostro de Speria
resplandecía mientras Desona se colocaba aquella delicada joya.
Los dos se sentaron uno frente al
otro y empezaron a cenar un roedor nativo de aquel planeta.
– El doctor Vaocan dice que tienen muchos
nutrientes – explicó Speria al ver la cara de repugnancia de Desona ante el
plato que tenía sobre la mesa –. En realidad no sabe tan mal como aparenta.
– Y bueno, ahora que tienes tus
cazas – dijo la twi’lek después de comprobar que la carne de aquel animal
estaba mucho mejor que su aspecto –. ¿Crees que tus pilotos están preparados?
– La verdad es que sí. Son jóvenes,
pero la mayor parte proceden de las fuerzas de seguridad de Centares que se alzaron contra el
despiadado expolio que el Imperio está causando en su sistema. Pilotaban cazabombarderos,
y algunos de ellos entraron en combate contra piratas. Forman un grupo compacto
en cuyos corazones late la fuerza de la libertad. Lo peor es que por ahora no
tienen ningún oficial al mando, pedí que tuviera experiencia, para que les convierta
en el mejor escuadrón de la Alianza, tienen madera para ello.
– Poco a poco nos vamos pareciendo a
un auténtico ejército y no grupos aislados que pelean dando bandazos a un
gigante. También me alegro que te hayan dado el mando de estaba base.
– El general Merrick quiere que se convierta en una especie de lugar de
entrenamiento para nuevos escuadrones. En mi última estancia en Dantooine me contó que Organa y Mon Mothma quieren
unir a todos los grupos y hacer una declaración pública.
– Para eso necesitamos una fuerza
que pueda hacer frente a la Armada Imperial. Y para eso tenemos que reunir el mayor número de naves de
combate. Con cruceros y destructores se ganan las guerras, los soldados son
importantes, pero si no podemos trasladarlos y protegerlos desde el espacio,
¿para qué nos sirven?
– Tú lo has de saber mejor que yo
que eso es muy difícil. Tanto obtenerlas esas naves de combate, como después
mantenerlas. Se necesita carburante en abundancia, munición y astilleros con
recambios... Y aun tardaremos en poder utilizar los cruceros calamari que estos están transformando y construyendo.
» Por ahora tenemos esta base y
otras parecidas repartidas por la galaxia, y los cazas que has traído. Desde
aquí estamos al alcance de una docena de sectores con muchos sistemas con
presencia imperial. Nuestra misión es dar cobertura a todas las células rebeldes
y hacer todo el daño posible a nuestro enemigo. Pero tienes razón, necesitamos
naves grandes y tú eres la que consigue cosas. Habla con Organa cuando vayas a
Dantooine, él escuchará tu propuesta.
» Ahora dime, ¿Cómo ha ido el viaje
con Keegan?
– Es muy callado, pero eso es
evidente. Es inteligente y metódico. Cuando nos detuvo la patrullera me dijo
que no me moviera y que estuviera preparada, luego fue a recibirles a la
escotilla, solo. Dos minutos después nos daban permiso para salir del sistema.
Al regresar le pregunté que había pasado y se limitó a decir que se habían confundido
de nave – narró la twi’lek.
» Todos los adquisidores tenemos una
especialidad, ¿cuál es la suya?
– Organa me dijo que encuentra cosas
difíciles. Que si necesitara algo complicado no dudara en pedírselo. Tiene
buenos contactos en muchos planetas del Círculo Medio e Interior, algunos afines
a nuestra causa, incluso en el Núcleo.
Consiguió todo el equipo electrónico que tenemos: los sensores, el sistema de comunicaciones
o el generador de escudos. Todo es material militar de alta calidad y muy
avanzado. También trajo consigo el equipo de técnicos adarianos que han escavado la caverna de la base.
– Sí, vi su nave al llegar y me
pareció extraño verles aquí, sé que han mantenido su asiendo en el Senado proporcionando grandes
cantidades de minerales en bruto y refinados para la maquinaria de guerra del Emperador. Pero no sabía que también colaboraban
con la Alianza.
– En realidad tengo entendido que acogieron
a algunos jedis tras la Gran Purga y
no suelen rechazar a refugiados afines a nuestros ideales – explicó Speria.
– ¿Y los contrató Keegan?
– Son reservados, pero no tanto como
ese adquisidor. Por lo que he hablado con ellos no aprecian mucho al Imperio.
Trabajan dentro de una gran compañía minera y los responsables del departamento
de logística simpatizan con la Alianza. Tienen decenas de equipos como ellos en
toda la galaxia y centenares de naves de transporte, dentro de la empresa nadie
se pregunta que hacen esos equipos en todo momento. Ya han construido varias
bases como esta y por su propia seguridad no saben dónde trabajan, ni quieren
saberlo, con ayudarnos saben que están luchando contra la tiranía y con eso
están satisfechos.
– Un hombre de muchos recursos –
dijo pensativa Desona pensando en Keegan.
– No eres la única a la que intriga
ese hombre. No pienses mal, tiene la confianza de Organa y esa es la mayor de
las credenciales que pudiera tener, pero es tan reservado, siempre está solo.
Ya habían terminado de cenar, así
que ahora le tocaba el turno a ella en entregarle el regalo que traía para él...
El Imperio había empezado a tomarse más
enserio la amenaza que representaba la Alianza Rebelde, sobre todo a medida que
se habían ido organizado mejor. Y como una de las maneras que esta tenía para
armarse era la adquisición de material militar antiguo, como los cazabombarderos Ala-Y, había extremado
las medidas de seguridad alrededor del desguace de las armas sobrantes de las
Guerras Clon y de los mundos afines. En Esseless, donde sus fuerzas defensivas
estaban siendo desmovilizadas, Desona tenía un conocido que podía
proporcionarle unos cazas a punto de ser desguazados, pero no tenía manera de
sacarlos del planeta. Cómo él había organizado la construcción y obtenido el
material para Tierfon, el general Grafis,
responsable de Suministros & Armamento,
le había preguntado si podía colaborar. No era algo difícil: solo necesitaba un
transporte y la documentación. Encontrar una nave lo suficientemente grade
había sido fácil gracias a una compañía con la que simpatizaba con la causa y
trabajaba desde los Mundos de Núcleo hasta la Región de Expansión, por lo que
había podido introducirla en el planeta sin levantar sospechas: como centro
industrial había una gran cantidad de tráfico naval y no fueron detectados.
Allí intercambiaron cubos de chatarra que simulara la destrucción de los cazas
de reconocimiento por las unidades intactas. Tras recoger estos y una vez
dejados en el puesto avanzado, Keegan se dirigió al sistema Damoria, donde debía de devolver el carguero AA-9 después
de borrar sus registros de navegación.
El trabajo había sido un éxito y
ahora la Alianza poseía un escuadrón de potentes ARC-170 sin que la Armada Imperial supiera de su
existencia.
Regresó a Tierfon para coincidir con
la pequeña celebración que marcaba el final de la construcción de la base. Se
habían montado varias hogueras junto al improvisado campamento situado en la
cima del acantilado, donde estaban asando varias criaturas vacuna, similares a nerf, que habían cazado y traído hasta
allí varios de los pilotos. Estaban reunidos en grupos, los adarian por un
lado, los técnicos por otro, los soldados, los pilotos y los oficiales, cada
uno alrededor de una pequeña fogata. Adarian, humanos de diferentes orígenes,
rodianos, clawdites, grans, kel dors, o utais, aun
así todo estaban reunidos por la misma causa: la libertad.
Desona fue a recibirle para invitarle
a que se uniera a todo el resto de la dotación del puesto avanzado. «Tú has hecho posible todo esto, construir la
base, traer los cazas. Esto es gracias a ti» dijo la twi’lek sincera.
Keegan quiso responder que otros habían contribuido también, pero esta ya le
estaba llevándolo hacia donde estaban la mayoría de oficiales, indicándole que
se sentara entre el comandante Speria y el doctor Vaocan. Todos ellos le
recibieron con amabilidad y Vaocan le alargó una botella de cerveza bellorian
que rechazó con amabilidad.
El ayudante del cocinero se le
acercó para entregarle un plato con un pedazo recién cortado del nerf asado.
Era un chico delgado y de baja estatura, algo enclenque, lo que le hacía
aparentar ser más joven de lo que era, que tenía las puntas del pelo teñidas de
azul, tal y como era moda en aquel momento entre los jóvenes de los mundos del
Núcleo. Se llamaba Noack y Keegan pudo ver en un instante su pasado de
diversión sin preocupaciones, bailes, fiestas, sexo. Pero también una amistad
casual, un regalo aparentemente inocente, una denuncia por envía. Su
sufrimiento en la cárcel. Su familia había sobornado a un funcionario para
liberarle, para pasar a la clandestinidad gracias a alguien que conoció en la
celda. Ahora se encontraba allí, como lavaplatos, fuera completamente de su
ambiente, apartado de los demás, asustado de todos y de todo. Aun así tenía una
mirada inteligente, observaba en silencio lo que le rodeaba, absorbiendo lo que
ocurría a su alrededor. Su interior era más fuerte de lo que aparentaba, la
Fuerza fluía en él, aunque jamás la hubiera podido dominar. Aun así cuando
lograra controlar su miedo, podría convertirse en un líder. En su futuro, no
muy lejano, veía una batalla desesperada. Una explosión y su muerte. Pero aquel
no era un momento fijo en su destino. Podía ser cambiado y que tuviera una vida
larga y encontrar la felicidad.
Aceptó el plato y sonrió al chico,
que le devolvió tímidamente el amable gesto. Este cogió un pedazo de carne y la
masticó. Era sabrosa, incluso estaba condimentada con algún tipo de salsa o
hierbas aromáticas. Observó entonces a la gente que se encontraba a su
alrededor. Desona era una adquisidora con buenos contactos por media galaxia, la
mayoría heredados de una larga tradición de su clan familiar de comerciantes,
además era una twi'lek inteligente, perspicaz, valerosa y sobre todo no hacía
preguntas. Tenía un instinto forjado por la libertad, detestaba la opresión que
representaba el Imperio y deseaba un futuro mejor para todos. Era el prototipo
de luchadora de la rebelión: una inconformista que estaba dispuesta a dar la
vida por la libertad.
Speria era un hombre robusto, con la
mirada serena, decían que era de decisiones rápidas y palabra lentas. Era un
oficial profesional de Virujansi,
que se había negado a unirse a la Armada Imperial tras la disolución de la Caballería del Aire Enrarecida. Junto a
su superior, el general Merrick, se había unido a la Alianza por su sincero
rechazo a lo que representaba el gobierno de Palpatine. Era leal a la causa,
que creía justa y tenía una convicción sincera de luchar hasta el final por
ella. Con hombres como aquel era la única manera que la Alianza venciera en
aquella desigual lucha.
El doc rodiano era algo diferente,
un pacifista convencido, había tenido que luchar contra sus principios para
unirse a la Alianza, pero lo que había visto demasiadas injusticias para
quedarse con los brazos cruzados.
El Imperio Galáctico se había alzado
sobre las cenizas de una guerra que había devastado la galaxia. Las Guerras
Clon le había dotado de un poderoso y basto ejército y el fin de estas había
sido recibido por los habitantes de miles y miles de sistemas como una
bendición. El caos, la corrupción, la injusticia social que muchos veían que
representaba la República, ahora ya denominada Antigua, era el pretexto para
alzarse como dictador a Palpatine. Y para lograrlo había exterminado a los
Jedi, acusándoles de traición, mientras que los billones de seres que le
vitoreaban desconocían que este era en realidad un servidor del Lado Oscuro, un
poderoso Lord Sith que había engañado y manipulado a todo el mundo en su único
beneficio: controlar y dominar la galaxia para moldearla a su gusto, sin jedis
que pudieran oponerle resistencia, sin nadie que le desafiara. Pero en aquello
el meticuloso, pérfido y traicionero Palpatine se había equivocado. Porque
todos los seres anhelan la libertad en el fondo de sus corazones y eso sería su
gran error: subestimar a los más débiles, a los que tenían la convicción de
luchar por ideales de justicia y paz. El Lord Sith no creyó que nadie le
opusiera resistencia, subestimó los sentimientos de libertad. Y esa sería su
perdición.
Al día siguiente empezaron a
trasladarse al interior de la caverna. Los técnicos adarian habían acabado el
acondicionamiento de la base en un tiempo record. El generador estaba en
funcionamiento y se había instalado cañerías y el cableado para los equipos
electrónicos e informáticos. El resto no era muy diferente a otros puestos
avanzados que la creciente rebelión estaba construyendo a lo largo y ancho de
la galaxia: en el interior de una caverna excavada en la roca viva se extendía
un gran hangar principal para los cazas y otra nave de pequeño tamaño como un
carguero ligero o una lanzadera de largo alcance. Al final de la cueva había espacios
adicionales, para puesto de mando, los dormitorios, salas comunes y todo
aquello que fuera necesario para la espartana vida diaria. La sala de mando
tenía en el centro un proyector holográfico y varias mamparas de cristal tácticas para el seguimiento de
las misiones a distancia, así como numerosos puestos de control de sensores y
otros sistemas con varias pantallas en la pared. La mayoría de los sofisticados
sistemas eran pasivos para evitar que las emisiones electrónicas fueran
descubiertas por ocasionales patrullas imperiales, por lo que el puesto de
mando debía de estar siempre con un personal mínimo para atender la consola.
Otra zona bien equipada era la enfermería, que contaba con tanques bacta y dos droides médicos, que hubieran envidiado muchos planetas en desarrollo. En total se
podía atender a una veintena de heridos de diferentes consideraciones y
dolencias. Mientras que las habitaciones eran módulos reaprovechados de naves salidas
de desguaces, incluida la cocina.
Cuando todo
estuviera concluido se desarmaría el campamento exterior, se quitarían las
pistas provisionales de tela asfáltica y se ocultarían las estancias de la base.
Solo quedaría visible la
torre de control y vigilancia, las defensas y un poderoso escudo deflector.
Y a la
mañana siguiente se organizó la primera reunión de situación a la que
asistieron además de la
oficialidad y los dos adquisidores.
– He recibido esta nota de Beil
Organa y desearía leerla antes de empezar la reunión – dijo Stan con orgullo.
» A los valientes luchadores por la
libertad: hoy damos un paso más hacia el fin de la tiranía del Emperador al
poner en activo este puesto de cazas. Vosotros que os movéis por las peligrosas
sombras de la lucha abierta contra el Imperio, a todos vosotros: los amantes de
la justicia y la libertad de la galaxia os estarán eternamente agradecidos y
están a vuestro lado. Que la Fuerza os acompañe.
Tras aquellas breves palabras los
distintos jefes fueron dando sus exposiciones, iniciadas por el teniente Barrer,
primer oficial y responsable de los sistemas electrónicos, que indicó que
estaban instalado los sensores y los ordenadores y que pronto empezarían sus
pruebas de rendimiento, avanzando que tenía una pequeña lista de material
adicional que necesitaba. El capitán Kubac, el oficial al mando del batallón de
protección, indicó que en unos días realizaría diversos simulacros para
verificar la seguridad de la instalación ante un accidente o un ataque
imperial. El doctor Vaocan anunció que la enfermería ya estaba lista para atender a cualquier
herido y elogió el material aportado por Keegan. Mientras que el oficial de
inteligencia iktotchi, el teniente
Seeriu Ajan, se limitó a indicar que todo el personal había pasado los
controles de seguridad, aunque advirtió que igualmente todos debían de
mantenerse alerta. El último en hablar fue Leddrell, el ingeniero al cargo de
la puesta a punto y el mantenimiento de los cazas.
– He terminado de revisar todos los
cazas – empezó diciendo –. De ellos tendré que canibalizar las piezas de dos
para poder dejar el resto en condiciones aceptables de vuelo. Como me pidió el mayor
Speria eliminaremos al artillero de popa, lo sustituiré por un equipo autónomo
como el que llevan los Ala-Y de reconocimiento, que supervisará el artillero.
Aun así necesito el material que hay en esta lista para completar su puesta a
punto – y le entregó a Desona un datapad.
– ¿Cómo quieres que encuentre
catorce computadores de tiro Fabriech ANq 6.5 o interferentes Bertriak? – ladró Desona tras dar un vistazo a la
lista –. Todos estos son equipos de alta tecnología... la mayoría están sujetos
a leyes muy restrictivas.
– Necesito ese material... si
quieres que esos pilotos regresen después de cada misión – replicó Leddrell –.
Además, usted consiguió las especificaciones originales de Incom para esos vetustos cazas para poder construir nosotros mismos
los recambios. El material de mi lista es el equipo electrónico estándar del Ala-X.
– Yo sé donde podemos encontrar la
mayor parte de la lista – indicó impasible Keegan tras leerla –. Pero puede ser
peligroso.
Notas de producción:
(1) Este relato lo empecé a escribir en diciembre
de 2012 y originalmente el puesto avanzado no era el de Tierfon, aunque siempre fue la inspiración para esta base rebelde.
Finalmente decidí ubicar la historia en el puesto avanzado de cazas que
aparecía en La guía del juego del rol de West & Games, la misma que había
utilizado en el relato del USS Spirit.
(2) El personaje Keegan era originalmente un epicanthix, una raza casi humana, pero la cambié por keshiano,
mencionada en la novela Star Wars: Antes
del despertar, de Greg Rucka, ya que sus características físicas me
parecieron más interesantes.
Ll. C. H.
Otros relatos:
Aunque sea pronto para comentar...no lo es para darte las gracias, otro relato es para mi un regalo de Navidad anticipado
ResponderEliminarGracias, Gracias Gracias :)
Hola de nuevo Bel!
EliminarEste es un relato introductorio y por tanto corto. Solo dos partes. En esta nos centramos en cómo se conseguían los cazas que tan importancia tuvieron en las batallas de Yavin 4 o Scarif. En el siguiente, que espero poder publicar en breve, mostraré como creo que se formó la flota de la Alianza Rebelde.
Espero que te gusten.
Un fuerte saludo y Feliz Año Nuevo!!!
Ll. C. H.