sábado, 16 de diciembre de 2017

El jedi perdido - Adquisidores 1

            Aquel día lo tenía grabado en sus recuerdos a sangre y fuego, literalmente. Había transcurrido con total normalidad en el Templo Jedi: las clases de adiestramiento con su sable de luz con Cin Drallig, de meditación con su maestro sabio Nalok y los estudios en la biblioteca bajo la supervisión de la maestra Jocasta Un. Todo absolutamente normal. Después de cenar se había retirado a su habitación, que compartía con su amigo Whie Malreaux, para seguir las últimas noticias sobre la guerra. Los rumores que corrían por el gran edificio daban a suponer que pronto se acabarían los combates contra las fuerzas separatistas y que entonces los caballeros jedi, que ahora permanecían dispersos por toda la galaxia liderando los ejércitos clon, regresarían a casa para volver a ser guardianes de la paz. Estaba solo en la estancia, pensando en aquellas noticias esperanzadoras, cuando sintió un estremecimiento en la Fuerza, como nunca antes había notado.
            Desde pequeño había sido muy sensible a sus cambios, pero aquello era distinto, una sombra maligna y oscura se acercaba, en realidad ya se encontraba a las puertas del Templo. Por un instante vislumbró sus pasillos con las columnas y paredes marcadas por impactos de blásters, con los suelos cubiertos de cuerpos sin vida de sus amigos. Vio claramente como su amigo Whie caía bajo el sable de luz de Anakin Skywalker, tal y como había predicho la visión que había tenido durante la misión en Vjun. Pero este ya había dejado de ser Anakin, el joven que le había enseñado a pilotar un aerodeslizador un año antes entre los edificios del planeta ciudad. Cuando terminó aquella fugaz visión empezó a temblar aterrorizado por lo que había visto. El miedo le embargó y de manera instintiva fue en busca de su sable de luz y lo activó empuñándolo en dirección a la puerta de su habitación. Lo había construido al llegar al grado de pádawan y su hoja era de color verde, como el de su sabio maestro. Pero no fue aferrar su arma lo que le dio confianza y serenidad, sino recordar algo mucho más importante... La primera lección en su largo camino: que el miedo conducía al lado oscuro, que el miedo llevaba a la ira, la ira al odio y el odio al sufrimiento. Se concentró e intentó relajarse mientras a su alrededor todo le indicaba lo contrario. Pero por fin lo consiguió. Estaba tranquilo y apagó su sable. En ese momento la puerta de su habitación se abrió y apareció la alta figura de su maestro anx, con su prominente estructura craneal que se alzaba sobre su cabeza como una vela.
            – ¿Qué ocurre?
            – Estamos siendo atacados – respondió Nalok con tranquilidad. Como si no ocurriera nada grabe. En realidad su aprendiz le conocía lo suficiente como para darse cuenta que su maestro se comportaba como si nada de lo ocurrido le fuera inesperado.
            – ¿Los separatistas, otra vez?
            – Soldados clon... liderados por un Señor Oscuro.
            – ¿Sith, aquí en Coruscant? Eso es imposible... – replicó incrédulo.
            – Sígueme – se limitó a responder su maestro y le indicó con un ademán y los dos se apresuraron hacia las escaleras. Ahora el fragor de la lucha se oía y se sentía por todas partes. El asalto se había iniciado por la puerta principal, allí habían caído los primeros caballeros, pero la presencia de los soldados clon ahora se notaba en todos los niveles, por todas partes.
            – ¿Hacia donde nos dirigimos maestro?
            – Confía en mí – fue su única respuesta. Su voz era serena y sus movimientos firmes, lo que le infundo confianza. Su pádawan le miró a los ojos por un instante, ya hacía mucho tiempo que sus miradas se habían cruzado en la remota colonia minera de Aktuort. En aquella ocasión había sentido algo extraño, luego supo que aquella sensación se producía cuando se encontraban dos personas sensibles a la Fuerza. Para entonces Nalok ya era un viejo maestro sabio, que había dejado su lugar en el Alto Consejo a otros más jóvenes. Aunque había indicado que su decisión era para seguir estudiando los misterios de la Fuerza como un Cónsul Jedi, a muchos le sorprendió que tomara bajo su protección y aprendizaje a un joven pádawan poco después.
            Los gritos y los disparos les rodeaban por todas partes, mientras las dos figuras iban descendiendo por las escaleras de servicio hacia los niveles inferiores.
            – ¡Maestro! – insistió cuando el gran anx abrió la puerta de un pasillo de mantenimiento –. Podríamos ayudar...
            – No, tu misión es más importante – replicó este con firmeza ante la súplica de su aprendiz.
            – ¿Mi misión? – respondió confundido.
            – Huye ahora y no preocupes, llegará tu hora – prosiguió Nalok y esgrimió una de sus sonrisas cargadas de afecto y amor, mientras le posaba su mano sobre su cabeza, como había hecho muchos años atrás al rescatarle de un destino funesto. Aquella sonrisa le reconfortaba, significaba que por fin tenía un  hogar, un lugar donde sentirse seguro y querido. Un lugar donde ya nadie le temería por sus habilidades, sino todo lo contrario. Aquella sonrisa siempre significó tener una familia. Pero en aquel momento era todo lo contrario. Significaba que su hogar ya no existía, que se encontraba de nuevo solo y que no podía confiar en nadie más que en él mismo.
            » Que la Fuerza te acompañe... mi querido pádawan – se despidió lleno de afecto.
            – Que la Fuerza te acompañe a ti también, maestro... – respondió con un susurro ahogado por la tristeza.
            Nalok giró la cabeza hacia el pasillo, podía oír los disparos de blaster acercarse, pero aun más fuerte eran las presencias anodinas de los soldados clon. Sin volverse a mirar al joven, su maestro presionó los controles y la puerta se cerró rápidamente.
            En el interior del estrecho habitáculo, el pádawan podía sentir claramente lo que ocurría cerca. El maestro Nalok esperó a que aparecieran los soldados, que al descubrirlo abrieron fuego sin mediar palabra alguna. Pero sus rayos fueron desviados por el sable de luz, dos cayeron por sus propios disparos. Aun así a través del pasillo llegaban más que parecían no tener voluntad, eran entidades vacías, en aquel momento sin mayor objetivo en sus vidas que cumplir órdenes. Jamás había prestado atención de aquella manera a los clones que muchas veces había visto en el Templo o fuera de él, pero ahora tomaban una siniestra forma: no tenían anhelo por nada, o por lo menos los que se encontraban más allá de aquel mamparo. No tenían ilusión, ni esperanzas, eran máquinas de carne y hueso. Las descargas se multiplicaron, cayó otro soldado, el fuego se incrementó con la llegada de más refuerzos. Nalok los apartaba como podía, algunos los devolvía a los adversarios, otros iban a parar contra el techo, el suelo o las paredes. Un disparo alcanzó al maestro en el costado, por un instante su presencia pareció disiparse, pero consiguió sacar impulso de su interior y alzó de nuevo su arma, pero ya era demasiado tarde y las máquinas humanas aprovecharon el momento de flaqueza para acribillarle. Un instante después su esencia se disipó en la Fuerza.
            Uno de aquellos soldados se acercó hasta situarse junto al cuerpo sin vida de Nalok y descargó su rifle una vez más sobre el anciano caballero jedi. Se quedó parado un instante junto al cuerpo, como si estuviera observándolo con detenimiento, observando su mortal obra. Después su atención se centró en la puerta que había al final de aquel pasillo de servicio. Se acercó despacio, alzó su fusil y presionó los controles. Esta se abrió dejando ver el interior de un pequeño almacén de droides de limpieza y los productos que utilizaban. El pádawan concentrado en su maestro hasta ese momento no notó que la mente de aquel individuo era mucho más compleja que el resto de clones, ni que su sensibilidad en la Fuerza se proyectaba como una sombra, aun débil, pero inequívocamente poderosa y oscura. En el instante en que iba a entrar en la estancia algo le distrajo un instante y giró la cabeza hacia el otro extremo del pasillo. Segundos después recibía la llamada de algún superior: había resistencia en la galería central, debían dirigirse hacia allí inmediatamente. Dio órdenes de sus subordinados y todos los clones se alejaron.
            Detrás de la rejilla del sistema de ventilación un par de ojos vieron como las piernas cubiertas con la armadura de soldado se alejaban. Aquellos ojos se humedecieron y por las mejillas corrieron ríos de lágrimas... acaba de sentir la muerte del ser que más quería en aquella galaxia. De golpe se sintió solo, el resto de presencias de la Fuerza que iban apagándose, sus amigos y compañeros, no importaban. La luz de su maestro se había extinguido en un parpadeo, aunque con el tiempo suficiente para darle las últimas instrucciones: “Tu destino está ligado a otros y no a la Orden Jedi. Has de encontrar lo que esta perdido”.
            Se repuso y miró hacia el oscuro tubo de la ventilación, tenía que seguirlo hasta la primera bifurcación, después bajar hasta el nivel inferior. Debía de tener cuidado porque sus enemigos estarían esperando que alguien intentara escapar por allí, pero él era más inteligente que aquellas máquinas de carne y hueso. Debería recordar viejas lecciones de supervivencia y poner en práctica todo lo que había aprendido en aquellos años para lograr huir.
            Cuando los primeros rayos de sol despuntaron sobre los rascacielos de Coruscant una figura sigilosa había conseguido salir del cerco que la Legión 501 había impuesto alrededor del Templo Jedi. Lo primero que debía de hacer era desprenderse de sus ropas y seguidamente salir de aquel mundo hostil y peligroso. De nuevo estaba solo, pero aquella vez tenía un poderoso aliado a su lado que siempre le acompañaría, por muy peligroso que fuera el camino, por muchos obstáculos que encontrara en él: la Fuerza siempre estaría de su lado. Eso se lo había enseñado su sabio maestro poco antes de llegarlo por primera vez al Templo, el mismo día que le tatuó sobre la piel las mismos símbolos que él tenía en la suya, impregnándolos con la energía de la Fuerza.



1. Adquisidores


Tres años antes de la Batallas de Scarif y Yavin 4.


Adquisidores: nombre por el que son conocidos dentro de la Alianza Rebelde los encargados de conseguir material, vehículos, armas y todo aquello que se necesita para luchar contra el Imperio Galáctico.


Puesto avanzado de Tierfon

            La nave descendió por entre las nubes hacia la cresta montañosa, donde las cumbres estaban cubiertas de nieves perpetuas. La base rebelde estaba siendo construida en el interior de la pared de un acantilado que dominaba un inmenso valle, con una cordillera a sus espaldas de grandes barrancos y plagada de frondosos bosques y lagos de aguas cristalinas. (1) Los trabajos de acondicionamiento de la caverna horadada en la roca estaba prácticamente concluidos, aun así los técnicos y pilotos aun vivían en barracones prefabricados lo alto de la montaña. Cuando las estancias estuvieran listas se alzaría un perímetro defensivo con el único propósito de retener un ataque imperial mientras la base era evacuada. Ya que se esperaba que el sigilo fuera su mayor protección.
            – Código de acceso correcto – replicó una voz desde la improvisada torre de control de Tierfon –. Tienen permiso para aterrizar en la pista central.
            El droide Q9-X3 emitió una serie de pitidos nerviosos.
            – Claro que nos han creído – respondió la copiloto con firmeza.
            El carguero AA-9, con su casco alargado y con tres motores en la parte posterior, parecía lento y torpe mientras terminaba la aproximación y se posaba suavemente en la pista de tela asfáltica, junto a la cual había una media docena de naves, cargueros ligueros en su mayoría y algunos cazas de varios tipos.
            – Por fin regresamos sanos y salvos al hogar – indicó Desona Ajel, la adquisidora twi’lek de piel púrpura, recostándose en el sillón del copiloto.
            El piloto era un hombre joven de complexión atlética, un keshiano pelirrojo, de apariencia indistinguible a la humana, pero con una vista capaz de percibir un espectro visual mucho más amplio, incluyendo desde el ultravioleta al infrarrojo. Eso le permitía distinguir objetos mucho antes que cualquier otro ser vivo. (2) La miró y arqueó la comisura de los labios en lo que parecía una sonrisa, pero no dijo nada. Y aquello fue lo máximo que Desona pudo sacar a su compañero de viaje. Por lo menos, tenía una sonrisa hermosa, pensó la twi’lek. Habían pasado una semana juntos y decir que Keegan era muy parco en palabras era quedarse corto. Aunque Desona sí estaba segura que aquel tipo sabía hacer bien su trabajo: tenía que conseguir los permisos de salida de Esseless y aquella nave y lo había hecho en un tiempo record.
            En la base la expectación por ver lo que traían era máxima y alrededor de la nave empezaron rápidamente a congregarse pilotos y técnicos. Y nadie podía negárselo: todos estaban allí precisamente a causa o por lo que transportaban.
            Por otro lado no podían perder tiempo, debían hacer la descarga con rapidez y regresar lo antes posible con el carguero para que nadie notara su ausencia, así que Desona descendió de la cabina acompañada por el puntiagudo y rechoncho droide Q9 y empezaron la descarga. Desde un control exterior abrió las compuertas inferiores y con la grúa interior empezó a descender el primero de los cazas, que permanecían suspendidos en varias guías a lo largo de toda la bodega principal.
            – ¡Queremos ver nuestras bellezas! – dijo uno de los jóvenes pilotos congregados alrededor del carguero, la expectación era enorme.
            La estupefacción fue total cuando apareció el primero de los vetustos cazas de reconocimiento ARC-170, cuya pintura estaba desgastada y el fuselaje arañado y descuidado.
            – ¡Qué esperabais! – ladró el mayor Stan Speria al ver la reacción de los allí concentrados –. ¿Relucientes Ala-X? Nosotros no somos el Imperio que puede comprar cuantas cosas necesitan, ni ningún gobierno planetario afín. ¡No! Nosotros, para quien no se haya enterado, somos la Alianza Rebelde y luchamos con lo que tenemos y normalmente ganamos. Así que todo el mundo empiece a ayudar a trasladas los vehículos para que los revisen.
            Tras aquella arenga los pilotos y técnicos que instante antes habían estado desilusionados, empezaron a trasladar los cazas a los hangares provisionales a medida que la grúa del carguero iba descendiendo las naves de combate.
            – ¿Ha habido algún problema? – le preguntó Speria acercándose a Desona.
            – Hubo un momento que pensé en lo peor cuando nos interceptó una patrullera aduanera, pero al final todo ha ido muy bien – replicó la twi’lek mientras hacía descender de la bodega el siguiente caza. En total eran dieciséis aparatos que habían pertenecido a la defensa planetaria y anteriormente al Gran Ejército de la República.

            – Lo importante es que los hayamos conseguido y parecen estar en buen estado...
            – Eso es algo que he de decidir yo, señor – les interrumpió Leddrell. Era el responsable de mantenimiento de la base, un larguirucho er’kit de largas piernas y brazos de piel azulada, que parecía estar permanentemente malhumorado.
            – Mi contacto aseguró que sí que lo estaban – replicó Desona enojada.
            – Eso lo tendremos que ver... – replicó este suspicaz.
            – Estoy seguro que no tendremos ningún problema grabe y si surge lo resolveremos – intercedió Speria mediador y el er’kit se alejó con sus andares desgarbados para examinar el caza que acababan de sacar del carguero –. Es un poco cascarrabias, pero sabe hacer bien su trabajo. Pásate esta noche por mis habitaciones... y charlaremos.


            La estancia de Speria no era más que un módulo prefabricado de un camarote de una nave de carga que también utilizaba de oficina y sala de reuniones y que al día siguiente sería traslado al interior de la base en construcción. Pero aquella noche la luz tenue de las velas y la mesa elegantemente puesta no dejaban lugar a la duda sobre la intimidad que existía entre el responsable del puesto avanzado y la twi’lek. Además esta había dejado la ropa de trabajo cómoda que normalmente llevaba y se había puesto un chaleco azul ajustado que dejaba al descubierto todo el vientre y una diadema de metal con el símbolo de clan Ajel.
            – Estas muy hermosa esta noche – le dijo Speria admirando su belleza.
            – Y tú siempre tan atento – replicó esta besando a su anfitrión.
            – Tengo una cosa para ti... – anunció el oficial tras el largo beso, entregándole una caja de madera lujosamente tallada. La twi’lek la cogió con cuidado y al abrirla ahogó un grito de sorpresa.
            – Es precioso...
            – Es un colgante de jade de Joiol – el rostro de Speria resplandecía mientras Desona se colocaba aquella delicada joya.
            Los dos se sentaron uno frente al otro y empezaron a cenar un roedor nativo de aquel planeta.
            – El doctor Vaocan dice que tienen muchos nutrientes – explicó Speria al ver la cara de repugnancia de Desona ante el plato que tenía sobre la mesa –. En realidad no sabe tan mal como aparenta.
            – Y bueno, ahora que tienes tus cazas – dijo la twi’lek después de comprobar que la carne de aquel animal estaba mucho mejor que su aspecto –. ¿Crees que tus pilotos están preparados?
            – La verdad es que sí. Son jóvenes, pero la mayor parte proceden de las fuerzas de seguridad de Centares que se alzaron contra el despiadado expolio que el Imperio está causando en su sistema. Pilotaban cazabombarderos, y algunos de ellos entraron en combate contra piratas. Forman un grupo compacto en cuyos corazones late la fuerza de la libertad. Lo peor es que por ahora no tienen ningún oficial al mando, pedí que tuviera experiencia, para que les convierta en el mejor escuadrón de la Alianza, tienen madera para ello.
            – Poco a poco nos vamos pareciendo a un auténtico ejército y no grupos aislados que pelean dando bandazos a un gigante. También me alegro que te hayan dado el mando de estaba base.
            – El general Merrick quiere que se convierta en una especie de lugar de entrenamiento para nuevos escuadrones. En mi última estancia en Dantooine me contó que Organa y Mon Mothma quieren unir a todos los grupos y hacer una declaración pública.
            – Para eso necesitamos una fuerza que pueda hacer frente a la Armada Imperial. Y para eso tenemos que reunir el mayor número de naves de combate. Con cruceros y destructores se ganan las guerras, los soldados son importantes, pero si no podemos trasladarlos y protegerlos desde el espacio, ¿para qué nos sirven?
            – Tú lo has de saber mejor que yo que eso es muy difícil. Tanto obtenerlas esas naves de combate, como después mantenerlas. Se necesita carburante en abundancia, munición y astilleros con recambios... Y aun tardaremos en poder utilizar los cruceros calamari que estos están transformando y construyendo.
            » Por ahora tenemos esta base y otras parecidas repartidas por la galaxia, y los cazas que has traído. Desde aquí estamos al alcance de una docena de sectores con muchos sistemas con presencia imperial. Nuestra misión es dar cobertura a todas las células rebeldes y hacer todo el daño posible a nuestro enemigo. Pero tienes razón, necesitamos naves grandes y tú eres la que consigue cosas. Habla con Organa cuando vayas a Dantooine, él escuchará tu propuesta.
            » Ahora dime, ¿Cómo ha ido el viaje con Keegan?
            – Es muy callado, pero eso es evidente. Es inteligente y metódico. Cuando nos detuvo la patrullera me dijo que no me moviera y que estuviera preparada, luego fue a recibirles a la escotilla, solo. Dos minutos después nos daban permiso para salir del sistema. Al regresar le pregunté que había pasado y se limitó a decir que se habían confundido de nave – narró la twi’lek.
            » Todos los adquisidores tenemos una especialidad, ¿cuál es la suya?
            – Organa me dijo que encuentra cosas difíciles. Que si necesitara algo complicado no dudara en pedírselo. Tiene buenos contactos en muchos planetas del Círculo Medio e Interior, algunos afines a nuestra causa, incluso en el Núcleo. Consiguió todo el equipo electrónico que tenemos: los sensores, el sistema de comunicaciones o el generador de escudos. Todo es material militar de alta calidad y muy avanzado. También trajo consigo el equipo de técnicos adarianos que han escavado la caverna de la base.
            – Sí, vi su nave al llegar y me pareció extraño verles aquí, sé que han mantenido su asiendo en el Senado proporcionando grandes cantidades de minerales en bruto y refinados para la maquinaria de guerra del Emperador. Pero no sabía que también colaboraban con la Alianza.
            – En realidad tengo entendido que acogieron a algunos jedis tras la Gran Purga y no suelen rechazar a refugiados afines a nuestros ideales – explicó Speria.
            – ¿Y los contrató Keegan?
            – Son reservados, pero no tanto como ese adquisidor. Por lo que he hablado con ellos no aprecian mucho al Imperio. Trabajan dentro de una gran compañía minera y los responsables del departamento de logística simpatizan con la Alianza. Tienen decenas de equipos como ellos en toda la galaxia y centenares de naves de transporte, dentro de la empresa nadie se pregunta que hacen esos equipos en todo momento. Ya han construido varias bases como esta y por su propia seguridad no saben dónde trabajan, ni quieren saberlo, con ayudarnos saben que están luchando contra la tiranía y con eso están satisfechos.
            – Un hombre de muchos recursos – dijo pensativa Desona pensando en Keegan.
            – No eres la única a la que intriga ese hombre. No pienses mal, tiene la confianza de Organa y esa es la mayor de las credenciales que pudiera tener, pero es tan reservado, siempre está solo.
            Ya habían terminado de cenar, así que ahora le tocaba el turno a ella en entregarle el regalo que traía para él...


            El Imperio había empezado a tomarse más enserio la amenaza que representaba la Alianza Rebelde, sobre todo a medida que se habían ido organizado mejor. Y como una de las maneras que esta tenía para armarse era la adquisición de material militar antiguo, como los cazabombarderos Ala-Y, había extremado las medidas de seguridad alrededor del desguace de las armas sobrantes de las Guerras Clon y de los mundos afines. En Esseless, donde sus fuerzas defensivas estaban siendo desmovilizadas, Desona tenía un conocido que podía proporcionarle unos cazas a punto de ser desguazados, pero no tenía manera de sacarlos del planeta. Cómo él había organizado la construcción y obtenido el material para Tierfon, el general Grafis, responsable de Suministros & Armamento, le había preguntado si podía colaborar. No era algo difícil: solo necesitaba un transporte y la documentación. Encontrar una nave lo suficientemente grade había sido fácil gracias a una compañía con la que simpatizaba con la causa y trabajaba desde los Mundos de Núcleo hasta la Región de Expansión, por lo que había podido introducirla en el planeta sin levantar sospechas: como centro industrial había una gran cantidad de tráfico naval y no fueron detectados. Allí intercambiaron cubos de chatarra que simulara la destrucción de los cazas de reconocimiento por las unidades intactas. Tras recoger estos y una vez dejados en el puesto avanzado, Keegan se dirigió al sistema Damoria, donde debía de devolver el carguero AA-9 después de borrar sus registros de navegación.
            El trabajo había sido un éxito y ahora la Alianza poseía un escuadrón de potentes ARC-170 sin que la Armada Imperial supiera de su existencia.
            Regresó a Tierfon para coincidir con la pequeña celebración que marcaba el final de la construcción de la base. Se habían montado varias hogueras junto al improvisado campamento situado en la cima del acantilado, donde estaban asando varias criaturas vacuna, similares a nerf, que habían cazado y traído hasta allí varios de los pilotos. Estaban reunidos en grupos, los adarian por un lado, los técnicos por otro, los soldados, los pilotos y los oficiales, cada uno alrededor de una pequeña fogata. Adarian, humanos de diferentes orígenes, rodianos, clawdites, grans, kel dors, o utais, aun así todo estaban reunidos por la misma causa: la libertad.
            Desona fue a recibirle para invitarle a que se uniera a todo el resto de la dotación del puesto avanzado. «Tú has hecho posible todo esto, construir la base, traer los cazas. Esto es gracias a ti» dijo la twi’lek sincera. Keegan quiso responder que otros habían contribuido también, pero esta ya le estaba llevándolo hacia donde estaban la mayoría de oficiales, indicándole que se sentara entre el comandante Speria y el doctor Vaocan. Todos ellos le recibieron con amabilidad y Vaocan le alargó una botella de cerveza bellorian que rechazó con amabilidad.
            El ayudante del cocinero se le acercó para entregarle un plato con un pedazo recién cortado del nerf asado. Era un chico delgado y de baja estatura, algo enclenque, lo que le hacía aparentar ser más joven de lo que era, que tenía las puntas del pelo teñidas de azul, tal y como era moda en aquel momento entre los jóvenes de los mundos del Núcleo. Se llamaba Noack y Keegan pudo ver en un instante su pasado de diversión sin preocupaciones, bailes, fiestas, sexo. Pero también una amistad casual, un regalo aparentemente inocente, una denuncia por envía. Su sufrimiento en la cárcel. Su familia había sobornado a un funcionario para liberarle, para pasar a la clandestinidad gracias a alguien que conoció en la celda. Ahora se encontraba allí, como lavaplatos, fuera completamente de su ambiente, apartado de los demás, asustado de todos y de todo. Aun así tenía una mirada inteligente, observaba en silencio lo que le rodeaba, absorbiendo lo que ocurría a su alrededor. Su interior era más fuerte de lo que aparentaba, la Fuerza fluía en él, aunque jamás la hubiera podido dominar. Aun así cuando lograra controlar su miedo, podría convertirse en un líder. En su futuro, no muy lejano, veía una batalla desesperada. Una explosión y su muerte. Pero aquel no era un momento fijo en su destino. Podía ser cambiado y que tuviera una vida larga y encontrar la felicidad.
            Aceptó el plato y sonrió al chico, que le devolvió tímidamente el amable gesto. Este cogió un pedazo de carne y la masticó. Era sabrosa, incluso estaba condimentada con algún tipo de salsa o hierbas aromáticas. Observó entonces a la gente que se encontraba a su alrededor. Desona era una adquisidora con buenos contactos por media galaxia, la mayoría heredados de una larga tradición de su clan familiar de comerciantes, además era una twi'lek inteligente, perspicaz, valerosa y sobre todo no hacía preguntas. Tenía un instinto forjado por la libertad, detestaba la opresión que representaba el Imperio y deseaba un futuro mejor para todos. Era el prototipo de luchadora de la rebelión: una inconformista que estaba dispuesta a dar la vida por la libertad.
            Speria era un hombre robusto, con la mirada serena, decían que era de decisiones rápidas y palabra lentas. Era un oficial profesional de Virujansi, que se había negado a unirse a la Armada Imperial tras la disolución de la Caballería del Aire Enrarecida. Junto a su superior, el general Merrick, se había unido a la Alianza por su sincero rechazo a lo que representaba el gobierno de Palpatine. Era leal a la causa, que creía justa y tenía una convicción sincera de luchar hasta el final por ella. Con hombres como aquel era la única manera que la Alianza venciera en aquella desigual lucha.
            El doc rodiano era algo diferente, un pacifista convencido, había tenido que luchar contra sus principios para unirse a la Alianza, pero lo que había visto demasiadas injusticias para quedarse con los brazos cruzados.
            El Imperio Galáctico se había alzado sobre las cenizas de una guerra que había devastado la galaxia. Las Guerras Clon le había dotado de un poderoso y basto ejército y el fin de estas había sido recibido por los habitantes de miles y miles de sistemas como una bendición. El caos, la corrupción, la injusticia social que muchos veían que representaba la República, ahora ya denominada Antigua, era el pretexto para alzarse como dictador a Palpatine. Y para lograrlo había exterminado a los Jedi, acusándoles de traición, mientras que los billones de seres que le vitoreaban desconocían que este era en realidad un servidor del Lado Oscuro, un poderoso Lord Sith que había engañado y manipulado a todo el mundo en su único beneficio: controlar y dominar la galaxia para moldearla a su gusto, sin jedis que pudieran oponerle resistencia, sin nadie que le desafiara. Pero en aquello el meticuloso, pérfido y traicionero Palpatine se había equivocado. Porque todos los seres anhelan la libertad en el fondo de sus corazones y eso sería su gran error: subestimar a los más débiles, a los que tenían la convicción de luchar por ideales de justicia y paz. El Lord Sith no creyó que nadie le opusiera resistencia, subestimó los sentimientos de libertad. Y esa sería su perdición.


            Al día siguiente empezaron a trasladarse al interior de la caverna. Los técnicos adarian habían acabado el acondicionamiento de la base en un tiempo record. El generador estaba en funcionamiento y se había instalado cañerías y el cableado para los equipos electrónicos e informáticos. El resto no era muy diferente a otros puestos avanzados que la creciente rebelión estaba construyendo a lo largo y ancho de la galaxia: en el interior de una caverna excavada en la roca viva se extendía un gran hangar principal para los cazas y otra nave de pequeño tamaño como un carguero ligero o una lanzadera de largo alcance. Al final de la cueva había espacios adicionales, para puesto de mando, los dormitorios, salas comunes y todo aquello que fuera necesario para la espartana vida diaria. La sala de mando tenía en el centro un proyector holográfico y varias mamparas de cristal tácticas para el seguimiento de las misiones a distancia, así como numerosos puestos de control de sensores y otros sistemas con varias pantallas en la pared. La mayoría de los sofisticados sistemas eran pasivos para evitar que las emisiones electrónicas fueran descubiertas por ocasionales patrullas imperiales, por lo que el puesto de mando debía de estar siempre con un personal mínimo para atender la consola. Otra zona bien equipada era la enfermería, que contaba con tanques bacta y dos droides médicos, que hubieran envidiado muchos planetas en desarrollo. En total se podía atender a una veintena de heridos de diferentes consideraciones y dolencias. Mientras que las habitaciones eran módulos reaprovechados de naves salidas de desguaces, incluida la cocina.
            Cuando todo estuviera concluido se desarmaría el campamento exterior, se quitarían las pistas provisionales de tela asfáltica y se ocultarían las estancias de la base. Solo quedaría visible la torre de control y vigilancia, las defensas y un poderoso escudo deflector.
            Y a la mañana siguiente se organizó la primera reunión de situación a la que asistieron además de la oficialidad y los dos adquisidores.
            – He recibido esta nota de Beil Organa y desearía leerla antes de empezar la reunión – dijo Stan con orgullo.
            » A los valientes luchadores por la libertad: hoy damos un paso más hacia el fin de la tiranía del Emperador al poner en activo este puesto de cazas. Vosotros que os movéis por las peligrosas sombras de la lucha abierta contra el Imperio, a todos vosotros: los amantes de la justicia y la libertad de la galaxia os estarán eternamente agradecidos y están a vuestro lado. Que la Fuerza os acompañe.
            Tras aquellas breves palabras los distintos jefes fueron dando sus exposiciones, iniciadas por el teniente Barrer, primer oficial y responsable de los sistemas electrónicos, que indicó que estaban instalado los sensores y los ordenadores y que pronto empezarían sus pruebas de rendimiento, avanzando que tenía una pequeña lista de material adicional que necesitaba. El capitán Kubac, el oficial al mando del batallón de protección, indicó que en unos días realizaría diversos simulacros para verificar la seguridad de la instalación ante un accidente o un ataque imperial. El doctor Vaocan anunció que la enfermería ya estaba lista para atender a cualquier herido y elogió el material aportado por Keegan. Mientras que el oficial de inteligencia iktotchi, el teniente Seeriu Ajan, se limitó a indicar que todo el personal había pasado los controles de seguridad, aunque advirtió que igualmente todos debían de mantenerse alerta. El último en hablar fue Leddrell, el ingeniero al cargo de la puesta a punto y el mantenimiento de los cazas.
            – He terminado de revisar todos los cazas – empezó diciendo –. De ellos tendré que canibalizar las piezas de dos para poder dejar el resto en condiciones aceptables de vuelo. Como me pidió el mayor Speria eliminaremos al artillero de popa, lo sustituiré por un equipo autónomo como el que llevan los Ala-Y de reconocimiento, que supervisará el artillero. Aun así necesito el material que hay en esta lista para completar su puesta a punto – y le entregó a Desona un datapad.
            – ¿Cómo quieres que encuentre catorce computadores de tiro Fabriech ANq 6.5 o interferentes Bertriak? – ladró Desona tras dar un vistazo a la lista –. Todos estos son equipos de alta tecnología... la mayoría están sujetos a leyes muy restrictivas.
            – Necesito ese material... si quieres que esos pilotos regresen después de cada misión – replicó Leddrell –. Además, usted consiguió las especificaciones originales de Incom para esos vetustos cazas para poder construir nosotros mismos los recambios. El material de mi lista es el equipo electrónico estándar del Ala-X.
            – Yo sé donde podemos encontrar la mayor parte de la lista – indicó impasible Keegan tras leerla –. Pero puede ser peligroso.





Notas de producción:
(1) Este relato lo empecé a escribir en diciembre‎ de ‎2012 y originalmente el puesto avanzado no era el de Tierfon, aunque siempre fue la inspiración para esta base rebelde. Finalmente decidí ubicar la historia en el puesto avanzado de cazas que aparecía en La guía del juego del rol de West & Games, la misma que había utilizado en el relato del USS Spirit.

(2) El personaje Keegan era originalmente un epicanthix, una raza casi humana, pero la cambié por keshiano, mencionada en la novela Star Wars: Antes del despertar, de Greg Rucka, ya que sus características físicas me parecieron más interesantes.


Ll. C. H.


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2 comentarios:

  1. Aunque sea pronto para comentar...no lo es para darte las gracias, otro relato es para mi un regalo de Navidad anticipado
    Gracias, Gracias Gracias :)

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    Respuestas
    1. Hola de nuevo Bel!

      Este es un relato introductorio y por tanto corto. Solo dos partes. En esta nos centramos en cómo se conseguían los cazas que tan importancia tuvieron en las batallas de Yavin 4 o Scarif. En el siguiente, que espero poder publicar en breve, mostraré como creo que se formó la flota de la Alianza Rebelde.

      Espero que te gusten.

      Un fuerte saludo y Feliz Año Nuevo!!!

      Ll. C. H.

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