Coalición
Tercera parte.
USS Enterprise-E
–
Buenas noches, consejera – le dijo este y le hizo un ademán para que pasara.
La
habitación estaba en tinieblas y se oía un coro musical que inundaba la
estancia.
–
¿Lenozze di Figaro de Mozart? – preguntó Deanna con una gran
sonrisa.
– Sí. Así creo que se llamaba la obra
– respondió Zahn con una sonrisa medio oculta por las sombras –. Computadora,
aumente la luz. Reduzca el sonido de la música.
»
Una nave impresionante. Me recuerda a un crucero de pasajeros de lujo. Lo
curioso es que sea una nave de combate.
–
Nuestra principal razón de ser es la exploración, comandante – aclaró Deanna
sentándose en el sofá que quedaba debajo de las ventanas –. No la guerra.
–
Por supuesto – replicó –. Imagino que ha venido a comprobar lo que le he
contado a su capitán Picard.
–
Más bien a conocerle mejor – le volvió a rectificar, lo que provocó una gran
sonrisa en el aparente impertérrito rostro del rebelde. Lo mejor sería cambiar
de tema –. El teniente Daniels me ha
dicho que ha pedido permiso para acceder en nuestros bancos de memoria.
–
Habían bloqueado mi terminal. No se moleste por el comentario, yo hubiera hecho
lo mismo. Se preguntará el motivo, ¿verdad?
–
Sí. Sobre todo me pregunto por qué solo ha pedido los de música.
–
Mi madre fue concertista. Quería que siguiera sus pasos. Pero al final decidí
la música no era lo mío – le explicó –. Ahora me relaja escucharla. Me decía
que se puede saber mucho de una raza gracias a su música.
–
¿Aun toca?
–
No – respondió Zahn cerrando la mano amputada de manera instintiva.
–
¿Y qué ha descubierto gracias a nuestra música? – preguntó Deanna para cambiar
de tema tras captar el dolor en los recuerdos del rebelde.
–
Diría que los humanos de la Tierra
son un pueblo culto. Muy complejo. Las orquestas de cámara, por ejemplo, son
muy elaboradas, con una metódica organización para sacar un rendimiento
perfecto. Aunque al mismo tiempo restringen las posibilidades, no son tan
flexibles como creen.
–
¿Y a qué conclusión le lleva eso?
–
Que no se diferencian mucho a los humanos de mi galaxia.
–
¿Cómo ha llegado a formar parte de la Alianza Rebelde? – le preguntó Deanna. En la conversación que habían tenido con
Picard había captado claramente como Zahn ocultaba algo, no mentía, pero sí que
había un halo borroso al hablar del Imperio y de la Alianza Rebelde.
Zahn
miró a la consejera Troi. Sabía que era telépata,
seguramente la abrían enviado para saber si decía la verdad o no. Evidentemente
había captado algo, seguramente lo que sentía hacia Daran o su latente
traición. Esgrimió una sonrisa a la hermosa consejera y su mirada se hundió la
una niebla de los recuerdos de su memoria. Sabía que sería duro, porque debía
ser sincero, por primera vez en tanto tiempo. Por eso no le agradaban los
telépatas, se encontraba desnudo.
–
No siempre fui oficial de la rebelión. Antes era miembro del Servicio de
Inteligencia Imperia: el ubictorado
– comenzó a explicar Zahn y ante su sorpresa, Deaana no se inmutó.
»
Será mejor explicarlo desde el principio. La familia de mi padre llevaban
generaciones siendo altos funcionarios de la Vieja República: militares, embajadores, gobernadores, dirigentes
políticos. Eran días de confusión. Las Guerras Clon habían extendido la destrucción por doquier. La corrupción hacía
décadas que se propagaba por todas las instituciones republicanas. Las razas
luchaban entre sí por el control de sistemas y sectores enteros. El Senado era
incapaz de hacer nada. La República se había convertido en sinónimo de decandencia.
»
Entonces apareció un hombre: Palpatine.
Él trajo un Nuevo Orden a ese caos
que era la República. Mis padres recibieron la llegada del Emperador y el final
del conflicto como la única salvación, el camino correcto para salir del
edificio de podredumbre en que era el gobierno galáctico.
»
Yo era muy joven. Un niño apenas. Y como el hijo de un alto funcionario del
Imperio en ciernes me enrolaron en sus organizaciones juveniles. Ya se puede
imaginar que hicieron allí. Nos enseñaron que los humanos éramos la raza
escogida para gobernar la galaxia. Que nuestras raíces se alargaban hasta los
confines de la historia. Que nos habíamos multiplicado y colonizado las
estrellas. Que éramos mejores y nuestro deber era consolidar el Nuevo Orden de
Palpatine y toda esa propaganda de odio.
–
Sí. En la Tierra también hubo gobiernos así – comentó Deanna.
–
En cuanto pude dejé los estudios de música y me alisté. Era muy joven y estaba
lleno de ambición, de aventura incluso. Tras los test de personalidad me
enviaron a una academia especial, solo reservada para los mejores y salí como
un joven oficial de inteligencia. Allí conocí a Daran y nos hicimos amigos.
»
Para entonces la rebelión ya empezaba a surgir por todas partes, al principio
en pequeños grupos, pero que poco a poco se estaban organizando y coordinando,
así que nuestro trabajo se multiplicó. Nos enviaron al planeta Eriadu del sector Seswenna. Estaba bajo las órdenes del moff Tarkin y mi misión era cazar a los
rebeldes. Trabajaba con Daran y lo hacíamos bien. Demasiado bien y pronto nos
ascendieron.
»
Además de Daran formaba nuestro equipo Osewn Eckener, que también procedía de
mi planeta natal, Naboo. Se nos
conocía como “El Trío de Tarkin”.
Eckener era el analista del grupo, mientras que Daran era el retorcido, muy
inteligente, el político y yo era la mano de hierro, por decirlo de alguna
manera. Era curioso que entre los tres no hubiera rivalidad, trabajábamos en
verdadero equipo. Una vez Tarkin pronosticó que algún día Daran y yo seríamos
enemigos mortales. Recuerdo habernos reído de eso.
»
Pero un día conocí a una mujer muy hermosa. Pensaba que por casualidad. Tenía
el pelo liso y rojo y los ojos muy oscuros. Fueron los meses más felices de mi
vida. Pero no tardé en descubrir la verdad. Arana pertenecía un operativo de
contrainteligencia rebelde. Fue por casualidad, pero no pude detenerla
o denunciarla. Estaba como hubiera dicho mi madre: encadenado a ella como las
notas musicales en un pergamino. No solo no la denuncié, sino que trabajé para
ella y para la rebelión.
»
En aquel momento no me importaba la política. Solo quería que abandonara la
misión y el planeta para que estuviera a salvo. Pero era testaruda e idealista,
deseaba una galaxia mejor, más justa y sin tiranía. Aunque nunca supe si se había
enamorado realmente de mí o si todo era parte de su trabajo – dijo empañándose los ojos
con lágrimas que no terminaron de brotas –.
O tan solo quería a Arana estuviera a conmigo.
»
Poco después nos descubrieron – dicho lo cual su voz se extinguió en un susurro. Miró su mano derecha y alzándola la fue cerrando despacio. En
ocasiones aun sentía el dolor en sus dedos, claro que ya no había dedos que
dolieran. Deanna volvió a notar aquel dolor.
»
No me dejaron ningún hueso entero. Se afanaron mucho más que con cualquier otro
prisionero. Me daban drogas para aumentar la sensibilidad al dolor. Era de los
suyos y les había traicionado. Daran se ocupó personalmente supervisar que me
dieran un trato especial que me estaba dando Lepira, mi ayudante y pupilo hasta
hacía un día. Aun así no dije nada de lo poco que conocía. Había aguantado el
dolor más allá que muchos otros a los que yo mismo había interrogado… No,
digámoslo con propiedad. Que yo había torturado en aquella misma sala.
–
Es un hombre muy valiente – le dijo Deanna para animarlo. Podía notar como el sufrimiento
de aquellos recuerdos brotaba en su mente, en su alma. Aquello era lo que había
notado, la oscuridad de su interior, el sufrimiento que le aprisionaba.
–
No – dijo en un susurro y al mirarle Deanna vio sus ojos cristalinos, a punto
de verter lágrimas que habían tardado años en brotar –. Varios días bajo las
más horribles torturas no hicieron que hablara. Un instante y todo acabó. Mi
mundo, aquello que me había dado fuerzas. Se derrumbó como un castillo en el
aire.
–
Arana… – dijo Deanna.
–
Sangraba por el labio – su mirada se perdió en el pasado, como si estuviera
sumido en un trance, hablar le costaba un gran esfuerzo, arrastraba cada frase,
cada palabra –. Tenía la cara llena de moratones. Estaba medio desnuda. La
habían violado. Y yo sabía quién. Yo sabía perfectamente que…
»
Me derrumbé en un segundo. Lloré y dije todo lo que sabía. No era mucho.
Algunos contactos que imaginaba que ya habrían desaparecido. Y el emplazamiento
de una pequeña colonia de refugiados donde Arana me había llevado para conocer
a su hermano, que por seguridad no he vuelto a ver. Probablemente nunca
existió.
Hubo
unos segundos de silencio en la cabina, mientras se reponía de haber contado
aquello por primera vez desde hacía ocho años. Respiró hondo y se limpió la
lágrima que le surcaba por la mejilla.
–
Me rescató un grupo de rebeldes cuando me trasladaban desde el centro de
interrogatorios hasta la penitenciaría, donde iban a ejecutarme, lentamente –
dijo más tranquilo –. Querían saber que era lo que sabía y que les había dicho.
»
Luego me llevaron a la colonia. Era un remoto lugar de un planeta poco poblado.
No quedaba nada. Todos sus habitantes habían muerto: familias enteras carbonizadas
en sus casas, la mayoría mientras dormían. Otros intentando huir de un cerco de
soldados bien entrenados y sin ningún escrúpulo a la hora de disparar contra
gente desarmada. A veces aún recuerdo el olor carne quemada que imperaba entre
las ruinas ese día.
»
Aunque en realidad hubo un superviviente. Un niño de diez años que había
quedado atrapado entre los escombros. Desde entonces he cuidado, de alguna
manera, de Jonua.
–
Y permaneció en la Alianza.
–
No tenía ningún otro lugar a donde ir – lo dijo con una sonrisa amargada, como
si el destino le hubiera jugado una mala pasada y se obligara a sonreír –. Con
mi expediente no era de fiar, así que me destinaron a una nave de vigilancia
electrónica. Me dedicada a escuchar lo que decían mis antiguos compañeros. Un
día tuvimos que apoyar un ataque. Era una trampa del Imperio y nos estaban
esperando, cogí la iniciativa, logré salvar parte de la fuerza rebelde y huir
del sistema. Desde entonces soy... no sé muy bien porque, el capitán de la Far Star.
»
¿He superado la prueba?
–
¡Oh! Lo siento. Pero no había ninguna prueba que superar, solo quería conocerle
mejor – respondió Deanna con jovialidad –. Y de paso invitarle a cenar.
–
Acepto, por supuesto.
Utopia
Planitia, Marte
La
Lokonor estaba estacionada en el
interior de uno de los diques secos en que solían construir y reparar las naves
en Utopia Planitia. Desde la
lanzadera en que el capitán Seek Banzar se acercaba a la fragata de ataque
podía ver a esta sobresalir por debajo de la estructura alargada y enrejada del
dique. Las reparaciones habían sido bastante serias y habían permanecido
demasiado tiempo varados. Además de sustituir la aleta ventral inferior y las
reparaciones de la superestructura, también se había actualizado la tecnología
de la Federación con que la nave estaba equipada. Las suya había sido una de
las primeras unidades enviadas a las Nuevos Territorios y durante varios años
se había dedicado a capturar naves enemigas. En aquel momento la equiparon con
diversos tipos de armamento: torpedos de fotones, phasers, disruptores de varias potencias, además
de los cañones de iones y turbolásers habituales. También tenían
sensores de la Flota Estelar, un sistema de ocultación klingon y transportadores
de carga y de personal, que facilitaban el abordaje a las naves prendidas.
Ahora se habían instalado replicadores
que le permitirían ahorrar en gran medida el aprovisionamiento de alimentos y
un buen número de piezas de repuesto, al poder "fabricarlas" él mismo
a bordo. También se había instalado un sofisticado ordenador de chips isolineales y packs de gel que le permitían tener
varias salas holográficas como las
que tenían las naves estelares. Pero lo más importante era que por fin ya
estaban listos para nuevas misiones.
Regresaba
del Dique Espacial en órbita a la Tierra, donde había recibido su nueva
asignación y las órdenes. Debía dirigirse a la antigua Base Estelar Earhart y unirse al destructor Fearsome del capitán Ilbrol con la
misión de perseguir a la resistencia que aun mantenían algunas naves estelares
en el sector.
Había
estado asignado al estado mayor en el departamento de operaciones y durante
aquellos meses había estado muchas veces en la superficie de Marte y en la
Tierra. Este último era un hermoso planeta que le recordaba mucho su hogar: Bakura. Lo que le había traído muchos
recuerdos de su juventud, antes de que fuera reclutado por el Imperio. Por
aquel entonces, hacía una eternidad, cursaba estudios superiores y destacaba en
matemáticas y físicas, lo que despertó el interés del moff de su planeta. No
había tenido elección y fue enviado a la academia de Corulag, donde solo destacó en astrogración
y cartografía, por lo que fue instruido como navegante. Su primer destino fue un
crucero Dreadnaught que tenía como misión el mantenimiento del orden
por el Borde Exterior y regiones
conflictivas de menor importancia. En el Lokonor
había pasado sus dieciocho años de servicio en la armada imperial, ascendiendo poco a poco, más por su eficacia en el
trabajo diario, que por cualquier otro mérito. Unos años atrás se empezó la
formación de la fuerza de debería invadir aquella galaxia y buscaron oficiales
capaces de asumir los retos que esto comportaba. Y él era un candidato ideal al
cumplir las características requeridas: era eficiente, pero sin que destacara
en cualquier otra cosa que en sus habilidades en navegación. Algo esencial para
moverse por unos territorios completamente desconocidos.
Otra
característica que influyó era que servía a bordo de una nave de segunda,
veterana de las Guerras Clon y por
tanto la armada no tenía muchos problemas para deshacerse de ella y entregarla
a un moff que estaba preparando una misteriosa operación. Así la Lokonor se dirigió a los astilleros,
donde la remozaron completamente, curiosamente utilizando los mismos planos que
la rebelión utilizaba para modificar los Dreadnaughts
que caían en sus manos y los convertía en fragatas de ataque. Redujeron la tripulación a un tercio; aumentaron su
velocidad sublumínica, eliminaron la cubierta de cazas e instalaron un
lanzatorpedos para unos proyectiles que jamás había visto antes.
Al
salir de los astilleros le ascendieron a capitán y fue enviado a un remoto
sistema donde empezó los entrenamientos en nuevas tácticas de combate, junto
con otras naves que jamás había visto. La nueva
designación de la Lokonor fue fragata
de caza y persecución. Para ello tenía torpedos con una carga explosiva capaz
de distorsionar una dimensión llamada subespacio,
lo que provocaba que cualquier nave a velocidad de curvatura, una forma arcaica y lenta de superar la velocidad de luz, fuera
devuelta al espacio normal inmediatamente. Allí sus cañones iónicos y sus
turbolásers debían acabar el trabajo.
Tras
terminar el intensivo entrenamiento su nave viajó hasta los llamados los Nuevos
Territorios, donde durante los siguientes años y antes del inicio de la
invasión había realizado numerosas incursiones para capturar las naves de las
potencias de aquella galaxia. Su primera presa fue una nave estelar, la USS Hera
de la que se estudió su tecnología y se interrogó a sus tripulantes para
obtener información. Después de aquella captura le habían seguido pájaros de presa klingons, naves gorns o
un asqueroso carguero pakled entre
otras "piezas". Tras el inicio de las hostilidades había sido
asignado a las fuerzas que debía invadir al Imperio Romulano, donde consiguió numerosas victorias antes de que
uno de sus pájaros de guerra se lanzara contra su casco en un ataque suicida.
Por suerte su timonel había podido reaccionar a tiempo y aunque su nave resultó
gravemente dañada, pudieron remolcarla y ahora ya se encontraba completamente
reparada.
Su
lanzadera atracó en el dique y sin perder tiempo se dirigió al puente de su
nave. Allí se encontró el ajetreo de los últimos momentos antes de la partida.
–
¿Están todos los oficiales a bordo?
–
No señor. Falta el comandante Congruit – respondió el oficial de guardia –, aún
no ha regresado de su permiso.
–
¡Davith! – exclamó Barzan refiriéndose a su primer oficial –. Intente contactar
con él. Y avíseme cuando llegue.
–
Sí señor.
Aún
faltaban varias horas para la partida, Barzan se dirigió a su despacho situado
junto al puente de mando. Lo primero que hizo fue quitarse la casaca gris y la
gorra, luego se sentó detrás de su escritorio y por el comunicador pidió que le
subieran algo para comer. Luego empezó a leer los informes de los diferentes
departamentos y jefes de su nave. Todo estaba preparado para la partida: la tripulación
había sido completada y por suerte había logrado recuperar a los oficiales y
suboficiales que durante aquellos meses habían estado destinados en otros
lugares. En algunos casos hacía años que conocía a esos hombres, muchos habían
servido, como él, a bordo de la Lokonor
antes de su modificación, como su primer oficial, al que había entrenado él
mismo en astrogración tiempo atrás. En otros el entrenamiento y los años juntos
para aquella misión les había unido en lo más parecido a la amistad que podía
encontrarse entre servidores del Imperio, como el oficial del destacamento de
asalto, un stormtrooper que curiosamente tenía gran sentido del humor.
Un
joven asistente llamó a la puerta y le dejó el tentempié que había pedido: un
bocadillo de pan recién hecho con jamón ibérico, junto a un poco de queso y
vino. Un manjar que había degustado en la Tierra y le había encantado,
pidiéndole al cocinero de a bordo que consiguiera más para su reserva personal.
Tras
leer los cuadernos de datos con los informes llamó al suboficial superior, un
veterano que llevaba más años a bordo de la Lokonor
que el propio Banzar y que era el responsable de los tripulantes.
–
Quiero que hagas una cosa Exar – le dijo tuteándole –. Es sobre las salas
holográficas. Según las ordenanzas son para entrenamientos y cosas así. ¿Pero
verdad que hay horas en las que no se utilizan?
–
Sí, señor.
–
Piensa en crear una especie de créditos o vales entre la tripulación y la
oficialidad canjeables por horas en las salas holográficas. Que se consigan por
buena conducta, eficiencia, turnos de noche o dobles, cosas así. He traído
algunos programas ya preparados de la Tierra. Los llaman holonovelas.
–
Eso alegrará mucho a los hombres. Y levantará la moral – indicó aquel viejo
lobo de las estrellas.
–
Hablando de moral, ¿cómo está entre los hombres?
–
Alta, señor. Con ganas de volver a primera línea. Están contentos de volver a
bordo.
– Gracias Exar, cuando tengas la
idea dímela – dicho lo cual el suboficial se retiró y Banzar volvió a ponerse la
casaca y salió al puente, donde la actividad no había cesado un ápice.
–
¡Todos los sistemas están listos, señor! – informó el oficial de guardia –.
Todas las cubiertas informan que están completas y preparadas para partir.
–
¿Ha localizado al comandante Congruit?
–
No señor, lo lamento. No responde a nuestras llamadas. ¿Quiere que informe a la
Tierra para que le busquen?
–
No – respondió pensativo Barzan –. Informe al astillero que tenemos un problema
en… Invéntese algo. Esperaremos media hora más, entonces informe a la Tierra.
–
Sí, señor.
Justo
cuando estaban a punto de informar para que localizaran a Congruit, este indicó
que se encontraba en un transporte y que llagaría en unos minutos. Con su
primer oficial a bordo y todo preparado, la Lokonor
partió de Marte rumbo a Earhart.
Aunque
Congruit se libró de una amonestación oficial, pasó el siguiente mes de
haciendo las guardias nocturnas.
USS
Enterprise-E
– Para cenar nos acompañará Wil, si
le parece bien – explicó Deanna entrando en el Once-Frontal, donde había
numerosas mesas ocupadas por otros tantos oficiales. Ninguno de los allí
reunidos pudo dejar de girarse para ver entrar al representante de la rebelión.
En
una de las mesas estaba el primer oficial que se levantó para recibirles.
–
¿Qué le parece nuestra nave? – le preguntó Riker al sentarse.
–
Nunca había visto nada semejante – contestó animado –. Y he visto poco de ella.
Pero para empezar sus transportadores son dignos de ser calificados de magia.
–
Estoy convencido que muy pronto podremos ofrecerle un recorrido más completo –
indicó Riker –. Seguro que habrá más cosas que le sorprenderán.
–
De eso no me cabe la menor duda.
–
Discúlpenme, ¿podría acompañarles? – preguntó un oficial que se había acercado
a su mesa. Tenía la piel brillante, pero con textura y los ojos amarillos.
–
Por supuesto – contestó Deanna –. Le presento al comandante Data, nuestro
oficial científico.
–
Un placer – replicó Data alargando la mano. Zahn le devolvió el saludo, notando
una piel rugosa y caliente, casi humana, pero la sensación al tacto era
indefinida.
–
¿Qué van a tomar? – preguntó entonces un camarero.
–
Yo una ensalada andoriana – dijo Deanna – y un filete de avestruz rigeliana,
que creo que está muy bien.
–
Se ha convertido en nuestra especialidad – replicó el camarero –. ¿Y usted
comandante Riker?
–
Otra ensalada andoriana y de segundo un corazón de targ, poco hecho.
–
Yo tomaré lo mismo que la consejera – indicó Zahn.
–
Muy bien – contestó el camarero y se marchó.
– ¿Usted no come, comandante Data?
– No, yo soy un androide.
–
¿Un droide miembro de la
oficialidad? – indicó Zahn sorprendido –. Nosotros también tenemos droides,
pero los utilizamos como herramientas, máquinas. Algunos, si no se les
reprograma a menudo pueden desarrollar personalidad, pero nunca podría
considerar iguales que los humanos y ni mucho menos llegar a ser un oficial. No
son más que sirvientes.
–
Tiene usted razón. He estado estudiando sus droides. Sobre todo sus circuitos y
programas de inteligencia artificial, centrándome en los parámetros de
personalidad que poseen. Son realmente complejos y sofisticados, pero están muy
limitados a tareas específicas. Yo fui creado con un cerebro positrónico capaz de evolucionar a partir de mi
programación original y dotado de una consciencia plena. Me considero un ser
pensante e inteligente, mis posibilidades son prácticamente ilimitadas. Puedo
llegar a tomar decisiones partiendo de razonamientos lógicos sin tener toda la
información suficiente, lo que ustedes llaman intuición.
»
Se me construyó a semejanza de los humanos, poseo un sistema respiratorio
funcional, mi piel tiene poros, al igual que la suya, puede crecerme el pelo o
las uñas. Incluso poseo sensibilidad artística, pinto, toco el violín y bailo.
También puedo ingerir y degustar alimentos y bebidas. Puedo soñar y hace unos
pocos años que poseo sentimientos: miedo, alegría, tristeza. Mi mayor ambición
es llegar a ser lo más parecido a un ser humano.
–
Fascinante – fue lo único que pudo decir Zahn –. Tan solo oyéndole sé que por
lo menos no se asemeja a ningún otro droide que haya conocido.
–
Gracias comandante Zhan.
–
También hemos de decir que la Federación le otorgó a Data la totalidad de los
Derechos Civiles que nuestra constitución reconoce para todos los seres sensibles
– puntualizó Deanna con una sonrisa de satisfacción –. Aunque el mayor logro de
Data, para mí es su enorme corazón capaz de hacer amigos en todas partes.
–
Le agradezco el cumplido, consejera – replicó Data, y Zahn creyó que se sonrojaba
un poco.
–
Es la verdad – continuó Riker girándose hacia Zahn, que parecía disfrutar de
las explicaciones de Data –. Comandante, háblenos de su galaxia.
–
Por favor llámeme simplemente Zahn. Mi galaxia. Tiene lugares hermosos,
especies de todo tipo. Pero creo que hace demasiado tiempo que no conoce el
significado de la palabra paz. Tras la Guerra Clon que devastó la Vieja República,
llegó la tiranía del Imperio y entonces estalló lenta, pero inexorable, la
guerra civil.
»
Pero hablemos de las cosas hermosas que hay. Por ejemplo Coruscant, es la capital del Imperio y ya lo fue de la República.
Toda su superficie está cubierta por una ciudad de rascacielos gigantescos,
apenas sí hay espacio que no haya sido edificado. Y aunque parezca un monstruo,
este planeta metrópoli guarda riquezas y maravillas inimaginables…
La
Far Star
Treson
Moritz estaba
esperando un mensaje de su superior desde hacía varios días. Habían estado en
contacto casi diariamente desde que había partido a bordo del Resplendent, enviándole las
comunicaciones interceptadas e informes de sus actividades. Pero al oficial de
la Alianza no le había gustado lo sucedido en las ruinas de Corinth IV, tan solo tenían órdenes de
observar, nada más. Aunque tenía que reconocer que la información recogida era
muy importante: sobre todo lo relacionado con los datos de las potencias y razas
de aquellas estrellas. Al poco había recibido una comunicación informando del
contacto con una nave de la Flota Estelar. Aquello tampoco no le había gustado
en absoluto, Zahn se estaba excediendo en su misión, pero no podía hacer nada
en ese momento, tan solo observar de cerca los acontecimientos e intervenir si
fuera necesario. Por eso ahora se encontraba a pocos años luz de aquel sistema
donde Zahn se había reunido días después con un alto oficial de la Flota
Estelar. Y acudiría a la más mínima señal de peligro, para lo que ya había
desplegado los cazas para saltar al hiperespacio.
– Recibimos una comunicación del Resplendent – indicó uno de los técnicos
y Moritz lleno de impaciencia le hizo un ademán para que la emitiera en el
proyecto holográfico.
– Comandante Moritz, me alegro verle
de nuevo – le saludó Zahn. Lo que significaba que todo había ido bien. Si por
el contrario iniciaba la frase sin el “de nuevo”, quería decir que las
negociaciones habían fracasado. Lo que el alderaano
hiciera después, ya estaba a su elección: intentar rescatarlos o dejarles a su
suerte.
– Lo mismo digo comandante –
respondió Moritz con una sonrisa –. ¿Ha podido concluir satisfactoriamente las
conversaciones?
– Así es. La Federación ha aceptado
toda la ayuda que les podamos proporcionar, aunque esta sea limitada. Pero será
mejor que hablemos en persona.
– Muy bien. Estaremos allí en
enseguida. Moritz fuera.
Entonces la actividad a bordo de la
fragata rebelde, sosegada desde hacía tiempo, se aceleró de golpe. Se conectaron
los sistemas, encendieron los motores y en pocos minutos la FarStar escoltado por la mitad del escuadrón de Ala-X saltó al hiperespacio. Saliendo de él apenas unos instantes
después. Justo delante de ellos se encontraban la Enterprise, la Defiant
y el Resplendent.
Moritz observó las dos naves de la
Flota Estelar mientras los cazas de Nierval se aproximaban pero sin pasar
demasiado cerca. Se había pasado toda la vida entre las estrellas y no había
visto nunca nada semejante. Eran elegantes y de acabado elaborado, pero al
mismo tiempo tenían un aspecto agresivo, poderoso. A simple vista se deducía
que procedían de una cultura avanzada y sofisticada. Aquello coincidía con la
información del Imperio sobre ellos.
Bolarus
IX
Ak-746
salió de la ducha y empezó a secarse. Venía de un ejercicio de entrenamiento
simulado con su unidad que había durado desde el amanecer. Aquella era la
última maniobra real y había sido excelente, la sincronización de sus hombres
era perfecta con los vehículos andadores y su artillería, los ejercicios
ensayados repetidamente habían dado sus frutos y ahora la 111ª Legión Stormtrooper estaba dispuesta a dar más
victorias al Imperio.
Mientras
se secaba observó las cicatrices que tenía en su cuerpo. El impacto de blaster
en el costado derecho, la marca del inicio de su brazo cibernético, la
quemadura de su muslo izquierdo y otras imperceptibles. Ak-746 era único y
aquellas marcas en su piel lo demostraban. Procedía de las primeras
generaciones de soldados clon que
habían salido de las fábricas de Kamino
tras la victoria sobre las fuerzas secesionistas de la Vieja República
y no conocía a ningún otro soldado tan viejo como él. Incluso empezaba a tener
canas en las sienes. Había sido criado para mandar y de jefe de pelotón con el
paso de los años se habían convertido en el comandante de una legión de
soldados de asalto. Era el mejor entre los mejores, un superviviente nato, un
soldado alterado para sobresalir entre todos y aplastar a todos los enemigos
del Emperador y del Imperio. No respetaba a nada, ni a
nadie, porque todos eran inferiores a él, todos eran imperfectos, no válidos.
Se había enfrentado a lo largo de su vida a centenares de especies y nadie le
había vencido ni una sola vez.
El
sonido del comlink le despertó de sus pensamientos.
–
¡Ak-746 preséntese inmediatamente en el despacho del general Pion!
Terminó
de vestirse y se dirigió hacia los edificios de mando. Habían ocupado las
instalaciones de la Flota Estelar en Bolarus,
situadas sobre una colina cerca de la capital, justo al lado del puerto
espacial con los hangares y pistas de aterrizaje para naves. Minutos después el
soldado clon entraba en el despacho de su oficial superior. Llevaba puesta su
armadura blanca y el casco debajo del brazo derecho en perfecta alineación con
su pecho. Se cuadró.
–
Se presenta Ak-746, señor.
–
Tenemos nuevas órdenes para su legión, comandante.
–
Será un honor cumplirlas, señor.
–
Han de dirigirse a Eltanis IV y aplastar una revuelta que se ha extendido por
esa colonia kobliad y que como
siempre las fuerzas regulares del ejército no consiguen controlar.
–
La 111ª Legión acabará el trabajo para gloria del Imperio, señor.
–
Partirá inmediatamente junto a la 494ª Legión a bordo del Dark Mantle. Usted tendrá el mando táctico.
–
¿Alguna recomendación?
– Ese sector está muy nervioso, haga
una demostración de fuerza.
–
Sí señor – y dicho lo cual salió de la estancia.
La
Far Star
Zahn subió a bordo de la Far Star usando los transportadores de
la Enterprise y se reunió con sus
oficiales, para explicar la conversación que había tenido con Picard. Vendell,
que se había afeitado cumpliendo la promesa de hacerlo tras la muerte de Palpatine, fue el más crítico al
respecto del contacto con la Flota, argumentó que además de no tener
autorización para ello, no se habían acumulado la suficiente información para
arriesgarse a un contacto tan directo. Drahk,
el jefe del destacamento de marines le secundó ante la posición de peligro que
había puesto a la Alianza ante un acercamiento sin conocer a la Federación. Sin embargo su artillero, el teniente Owen Rio, indicó que se debía de luchar contra el Imperio con todos
los aliados posibles y que la Flota Estelar parecía una potencia en que se
podía confiar, según por lo menos los datos capturados al enemigo de ambos. Y
lo mismo pensaba el doctor Sel’Sabagno.
La discusión igualmente la zanjó Moritz al indicar que aquello no era una
democracia y que se debían acatar las órdenes de los superiores. Aun así indicó
que toda negociación formal debía de ser dirigida desde los altos mandos de la
Alianza.
Concluida la reunión Zahn y Moritz
tenían que trasladarse a la nave estelar para acabar de concretar el acuerdo
con la Federación. Aunque antes de partir Zahn le pidió a su primer oficial
hablar en privado. Permanecieron unos
instantes en silencio, por fin Zahn miró a Treson Moritz a los ojos.
–
¿Cuantos años hace que nos conocemos?
–
Cinco – respondió el aldeaarano.
–
Tras estos años te considero un amigo – empezó a decir, pero no era el momento,
ni la persona para andarse con rodeos –. Desde que me reuní con Picard he
estado pensado. El tiempo es esencial y aunque deleguemos las cuestiones más
importantes del tratado entre la Federación y la rebelión, hemos de empezar a
trabajar unidos ahora. Esta es la propuesta en firme que he decidido hacer. Me
quedaré con el Resplendent en esta
galaxia, junto al destacamento de Drahk y los cazas. También a Ajaan, como mi
segunda. Aquí seremos más útiles luchando contra el Imperio. Tú retornaras la
nuestra galaxia a bordo de la Far Star
e informarás de todo lo que hemos averiguado.
»
No digas nada – le cortó antes de que este pudiera hablar –. Mi intención es
ayudarles en cuestiones de inteligencia, sin revelar nada que pueda poner en
peligro a la rebelión, ni aquí, ni en nuestra galaxia.
»
Sé que Madine te ordenó matarme si
intentaba traicionar a la Rebelión. Me crie dentro del Nuevo Orden y fui oficial del ubictorado.
Hasta hace ocho años era el enemigo, el peor de todos. Picard y su gente saben
que fui oficial del Imperio y seguro que también me vigilarán. Además puedes
ordenar a Ajaan y a Drahk que permanezca a mi lado y ejecuten esa orden por ti.
Incluso creo que Drahk lo haría con placer.
»
Nuestro deber es aplastar al Imperio y su ideología. Allí donde esté. Y como te
he dicho, aquí seré más útil que en cualquier otro lugar.
–
También esta Daran, ¿no? – indicó Moritz cuando Zahn hubo acabado.
–
Sí. También está Daran. Es cierto, quiero acabar con él.
–
En la reunión no he dicho una cosa, porque estamos en una cadena de mando y yo,
como tu segundo, no debo de cuestionar tus órdenes delante de la tripulación.
Pero no deberías haber contactado con la Federación. Te has excedido de las
órdenes y puesto en riesgo la misión y lo que es más importante: tu tripulación
– dijo sereno –. No eres un oficial de la marina, sino un espía y comprendo que
esta misión te afecta personalmente, y has puesto tú venganza frente a la
seguridad de la Far Star. Pero lo que
está hecho, hecho está. Y tus intuiciones siempre han sido acertadas, eso
también lo he de reconocer y la misión es más apropiada para ti, que para mí.
»
Yo también había pensado en que te quedaras – cambio Moritz de tema después de
un prolongado silencio –. También había pensado en que Drahk se quedara, no
precisamente para vigilarte. Conoce muy bien al Imperio, te hará un buen
servicio. Al igual que Nierval con sus Ala-X.
Tan solo me quedaré un par de cazas para dar cobertura a la Far Star en el viaje de regreso.
Moritz
se levantó, como si lo que iba a decir no lo pudiera decir sentado. Puso las
manos a la espalda y una expresión de profunda concentración.
–
Cuando me dijeron que asumirías el mando no entendí el motivo. Pero el general Cracken me dijo que alguien de
la total confianza de Bail Organa
respondía por ti. Pero también me advirtió quien habías sido y que habías hecho
en el pasado. Ajaan me explicó que no dudaba de tu odio al Imperio y me explicó
tu historia. Después observé como te esforzabas como capitán de esta nave, lo
que hacías con la tripulación para cohesionarla e intentabas aprender los
protocolos como oficial naval, algo que nunca habías pretendido ser. Pero jamás
te he considerado un amigo.
»
Y en realidad fue Cracken que me dijo que no dudara en matarte si ponían la
nave o la tripulación en peligro o creía que ibas a traicionar a la Alianza. Aun
así siempre me he preguntado si sería capaz de hacerlo – sus ojos tenían una
extraña mirada, como si estuviera nublada –. Una vez creí que sí podría. Cuando
supe de la destrucción de Alderaan y
el asesinato de mi familia. Incluso lo deseé. Nunca había, ni he vuelto a pensar
algo semejante. Ya que no sé si pudiera hacerlo a sangre fría. En un combate
entre naves hay distancia, no puedes ver al enemigo, se lucha por sobrevivir –
Moritz miró fijamente a los ojos a Zahn –. Eso es lo que nos diferencia. Tu sí
podrías. Has matado a sangre fría. Y lo volverás a hacer. Yo nunca podré,
aunque me fuera la vida en ello.
»
Mi mujer dijo una vez que tenía el don de conocer a las personas. Y con el
tiempo puedo decir que no creo que traicionaras a la Alianza. Excepto en una
cuestión. Cuídate de Daran, el odio es lo único que puede vencerte. Siempre has
estado observándole, esperando el momento de saltar encima de él y acabar con
él. Que no te ciegue tú sed de venganza y ante todo, nunca pongas en peligro la
vida de otros para saciarla.
Zahn
no supo que decir, tan solo logró esgrimir una media sonrisa. En aquello último
tenía mucha razón: Moritz era capaz de reconocer el corazón de las personas.
Todo lo contrario de lo que era Zahn: entrenado para desconfiar de ellas.
–
Treson – dijo por fin Zahn tras una larga pausa –. Nunca te he dicho que me
gustaría ser como tú. Pero no fui educado para ello. El odio y la venganza
siempre han sido mí motivación… En ocasiones me gustaría ser un buen hombre, como
tú.
Moritz
no respondió, miró a Zahn, inclinó la cabeza asintiendo y salió de su despacho.
El antiguo oficial imperial se volvió a sentar y respiró hondo. Se levantó y se
dirigió hacia el hangar, donde una lanzadera les iba a llevar a la Enterprise.
USS Enterprise-E
En
el hangar de la nave estelar fueron recibidos por Riker quien pidió disculpas
por la ausencia de Picard y Sisko, que se encontraban conferenciando con sus
superiores en aquel mismo momento. Y mientras esperaban a que se iniciara la
reunión, el primer oficial les enseñó el interior de la Enterprise. En ingeniería LaForge les mostró el reactor principal y explicó el
funcionamiento de la velocidad de curvatura y su relación con el subespacio, que los hombres de la Alianza
Rebelde desconocían completamente. Luego les enseñó la holocubierta, quedando maravillados por aquella tecnología. Después
pasó por la enfermería donde la doctora Crusher les explicó las diferencias que
habían descubierto entre su medicina y la de la Federación, después les mostró cartografía estelar y el arboretum y cuando
Riker empezaba a no tener nada más que mostrarles, Data llegó para indicarles
que ya podían subir al observatorio.
Allí
les esperaban los capitanes de la Flota Estelar.
–
Siéntense, caballeros – les pidió Picard tras las presentaciones –. Siento el
retraso, pero estábamos acabando de concretar ciertos puntos con mis
superiores.
La
reunión transcurrió tranquila y Zahn y Moritz les plantearon su intención de
dejar a parte de sus hombres y material, mientras la Far Star regresaba para informar a la cúpula dirigente de la
Alianza.
–
Comprendo las limitaciones que su situación les impone – intervino Picard
cuando Zahn acabó de exponer sus intenciones –. Y la presidenta de la
Federación y el Alto Mando de la Flota están muy interesados en colaborar con
la Alianza Rebelde. En un principio
me han autorizado a concretar nuestra relación inmediata. Y han expresado su
deseo de poder formalizar relaciones diplomáticos con la Alianza. Tenemos un
enemigo en común y la unión siempre hace la fuerza. Por tanto si su intención es
la de regresar con la Far Star a su
galaxia, eso nos proporciona una ocasión única. Si lo permiten, quisiéramos que
una delegación del Cuerpo Diplomático
partiera con ustedes para establecer esta relación entre las dos potencias. Si
lo autorizan, partirán inmediatamente de nuestra base a bordo de la nave más
rápida.
Zahn miró a Moritz que hizo un gesto
de asentimiento. Era una magnífica idea en realidad, pensaron los rebeldes. De
aquella manera sus acciones en la Vía Láctea se reforzarían con la presencia de
aquellos diplomáticos de la Federación.
–
Será un honor acoger tan dignos emisarios – indicó Moritz.
–
Entonces caballeros pasemos a cual será nuestra relación de forma inmediata –
prosiguió Picard –. La Federación reconocerá a la Alianza Rebelde como
oposición al Imperio en su galaxia y dará su apoyo logístico a las naves que
esta ha desplazado a la Vía Láctea.
Cuando se funde la Nueva República
serán para nosotros los gobernantes legítimos.
»
Durante el tiempo que estén en esta galaxia, sus fuerzas permanecerían
autónomas en cuestiones operativas y estratégicas. No así de logística, por lo
que el Resplendent y de sus cazas,
recibirán todo el soporte de nuestras naves e instalaciones. La cooperación se
basará en el intercambio de información y conocimientos de las fuerzas imperiales.
La Federación hará en principio de enlace entre ustedes y el resto de nuestros
aliados en la lucha contra el Imperio: los klingons,
los romulanos, la resistencia cardassiana del legado Damar y las fuerzas del Dominion en el cuadrante Alfa, así como
el gobierno legítimo de Bajor del primer ministro Shakaar, que por ahora
son las potencias que forman nuestra resistencia.
»
¿Les parecen adecuados estos términos?
–
Personalmente sí – contestó Zahn –. Por supuesto la última palabra la tendrá el
Consejo de la Alianza.
–
Por supuesto – replicó Picard satisfecho –. Entonces si no hay nada más que
aclarar, podemos dejar zanjada esta cuestión.
Zahn
miró a Moritz, que asintió complacido.
–
Hoy es un día histórico – indicó Picard –. Y espero que sea el principio de una
larga relación amistad entre nuestros dos pueblos.
–
Los enemigos del Imperio se han unido para luchar contra la maldad que
representa – indicó Zahn –. Hoy es un mal día para el Imperio.
–
Que así sea – puntualizó Moritz satisfecho.
Continuará…
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