Coalición
Primera parte.
Deep Space
Nine
–
Desde este momento la seguridad de Deep Space Nine correrá a cargo de
una escuadra encabezada por un destructor de la clase Imperial – le
informó Vantorel a Sheckil –. Su
trabajo se limitará a administrar la estación. El Annihilator hará el primer turno y permaneceré en Bajor los próximos días.
– Sí, señor – respondió Sheckil
servicial.
–
Nada más. Puede retirarse.
Vantorel
se quedó entonces solo en el antiguo despacho de Sisko y observó el infinito
espacio que se veía a través de la ovalada ventana mirando el cinturón de Denorios. Había informado a
Daran del incidente y los dos habían acordado reforzar la seguridad del agujero de gusano. De alguna manera aquel
incidente mostraba que la Federación
y los restos del Dominion en el
cuadrante Alfa se habían aliado y que habían ido en busca de los ingentes
recursos de estos últimos en el cuadrante Gamma. Y tan solo una persona podía
hacer aquel trabajo: el condestable Odo. Este no había sido capturado, a pesar
que entre las primeras tropas enviadas a la estación había un grupo con la
orden de apresarlo y que estaban equipados con blásters modificados para emitir un pulso de energía de expansión capaz de alterar la forma de los
cambiantes y detectarlos. La posterior desaparición del Persilla con los tripulantes de la estación detenidos, junto a
otros prisioneros, le había hecho sospechar como el cambiante se había escabullido a bordo. La noticia que el primer
ministro Skakaar, que iba a bordo,
estaba libre confirmaba su intuición y descartaba la hipótesis de un accidente
en el transporte. Según el informe de Lepira Odo también había sido afectado
por la enfermedad de los cambiantes,
pero poco antes de la invasión se había curado. Era muy probable que ahora
mismo la Gran Unión estuviera siendo
sanada de aquella misteriosa plaga que podía haber acabado de una vez por todas
con los Fundadores y con su
potencial peligrosidad. Pero ahora era inútil culparse.
No
podía permitir que las reservas de naves y soldados que tenía el Dominion en el
cuadrante Gamma llegaran hasta allí a través del agujero de gusano. La lógica
militar dictaba que este debía cerrarse. Pero si lo destruía, los bajoranos que
adoraban a las criaturas que lo habían construido, se levantarían contra sus
fuerzas, y las revueltas en Bajor y en el resto de sus colonias solo podrían ser sofocadas
con un bombardeo orbital a gran escala que dejara su superficie incapaz de
sostener cualquier forma de vida. Y jamás se unirían
al Imperio y eso interfería con la política. No
es que le importara mucho aquella civilización, pero la propaganda del COMPNOR ya había empezado a mostrar en todo el cuadrante los beneficios que
tenía tener un gobierno afín al Emperador. Empezar a hacer lo mismo con otro
mundo sería contraproducente a corto y medio plazo, la destrucción sería muy
reciente. Además no le gustaba tener que dejar el trabajo a
medias.
Pero
había otras alternativas en vez de destruir el agujero. Durante los preparativos
de la invasión él mismo había sugerido, por motivos estratégicos, dejar el paso
intacto para utilizando durante la futura campaña en el cuadrante Gamma en vez de
cerrarlo definitivamente haciendo detonar una nave en el interior. Luego los
sucesos durante la guerra habían desestimado aquella opción. Los alienígenas
que vivían allí bien podían neutralizar el artefacto o la nave, en realidad ya
lo habían hecho según el informe de Lepira. Incluyendo el haber hecho
desaparecer, sin dejar rastro, una flota de mil quinientas naves del jem’hadar mientras lo atravesaban. Aquellos
alienígenas, los Profetas como los
llamaban los bajoranos, eran unas criaturas extraordinarias dotadas de gran
poder. Pero debía regresar al problema que tenía en aquel momento: evitar la
llegada de una fuerza del dominion liderada por Odo para liberar el cuadrante
Alfa. Por ahora pondría otro campo deminas, como había hecho Sisko durante la guerra con aquellas ingeniosas minas autoreplicadas. Mientras pedía a Bleth
Tanni, su especialista de ciencia y tecnología, que buscara la mejor manera de bloquear
el agujero de gusano sin destruirlo, ni dañar las criaturas que vivían en él.
Y ya que estaba en DS9 Vantorel
decidió que no estaría mal visitar Bajor, que había sido designada como sede del
Cuartel General de la IV Flota era el centro de su poder. Tras la muerte del
Emperador, Daran había reestructurado todos los mandos de alto nivel que había
participado en la invasión y posterior ocupación de los Nuevos Territorios. En
general había otorgado mayor poder a los oficiales del ejército, asignándolos
como gobernadores o moffs de diversos sectores y ampliando la autoridad de
estos. Por supuesto la marina también tenía su parte del pastel de poder. Él
era un ejemplo al convertirse oficialmente en gran moff de todas las zonas bajo
su control a lo largo de los territorios de la Federación que lindaban con la Unión Cardassiana, así como con los breen, los talarianos, tzenquetis o
tholianos. Prácticamente todos los
territorios federales del cuadrante Alfa. Eso le convertía tácitamente en
administrador de todos los planetas de aquellos sectores, con autoridad sobre
los gobernadores de estos. Tenía el control administrativo y la potestad de
hacer lo que quisiera en todos ellos. No era algo que le molestara, en realidad
le dejaba las manos libres ante cualquier situación que pudiera surgir. También tenía la intención de cambiar algunos gobernadores planetarios y ascender a algunos oficiales competentes. Esa era otra
ventaja de su nuevo puesto: ya no tendría que dar explicaciones a los
cuadros de la marina, solo respondía a Daran, heredero legítimo del Emperador
en los Nuevos Territorios, al autoproclamarse regente de facto. Lo que no
molestaba al almirante.
Laredo
Fecha Estelar
53779.4
Diario personal del almirante Paris.
Han pasado seis meses desde que activamos el Operativo Omega. Hoy
llegaré a la base Laredo, centro neurálgico de uno de los grupos de resistencia
que se han creado y el mayor de todos. Sinceramente no imaginé cuando di las
primera órdenes, las más duras de cualquier oficial de la Flota haya dado
jamás, que podríamos llegar a esto. No solo nos hemos organizado, sino que
hemos coordinado los supervivientes de las potencias más importantes: los klingons,
romulanos, dominion, y otros muchos planetas conquistados. Todos luchamos
juntos contra un solo enemigo, la unión hace lo fuerza y ahora todos los
antiguos enemigos estamos unidos en un frente común.
La Hibernian desactivó su sistema de ocultación al entrar en el
pequeño sistema que formaban la gigante gaseosa y sus lunas, una de ellas de
clase M. Segundos después a su lado hacía lo propio una nave de la clase Defiant,
la Daedalus.
Las
dos naves estelares acabaron la aproximación de Laredo colocándose en órbita
del azulado planeta, empequeñecido por aquel gigante naranja que flotaba encima
de su cabeza. A bordo de la Daedalus
el almirante Paris observó el resto de los navíos y las instalaciones que
estaban sobre aquella brillante esfera hasta perderse en el horizonte. Conocía
sus nombres gracias al informe que le había entregado el capitán de la Hibernian, aun así su visión le
impresionó. Tal solo era un puñado de naves pero al verla pudo constatar que la
Flota no estaba vencida. Y en aquel momento se reafirmó su renovada confianza
de que vencerían, que acabarían derrotando al Imperio y devolverían la libertad
a sus hogares. Desde que había empezado aquella pesadilla Owen Paris vio la luz
al final del túnel.
Se
colocaron junto a la Enterprise y al Hood, las dos naves con
las que contaba para iniciar la resistencia. No lejos de allí estaba también
una Prometheus,
un as que había pensado guardarse ante la inminente derrota de la Flota, así
como otras naves estelares: el Challenger, la Europe, el Wounded Knee y hasta sumar cerca de
una cuarentena de supervivientes. Y mezcladas con estas pájaros de guerra romulanos, cruceros y pájaros de presa klingons, hasta un crucero de batalla del jem’hadar con varias naves más pequeñas de ataque. Las grandes potencias reunidas. Sí,
esta vez realmente había una esperanza.
–
La Base Estelar Laredo nos saluda, señor – indicó el capitán T’old con
satisfacción.
–
Devuelva el saludo – indicó Paris con renovada confianza.
Poco
después era recibido por el comandante Jordan en la sala de transporte del
edificio principal. Tras presentarle sus respetos le condujo hacia su despacho,
donde le esperaban los capitanes DeSoto,
Picard, Rixx y la presidenta Lwaxana Troi. Luego el antiguo oficial
de la Base Estelar 153 se retiró.
–
Me alegro tanto de que esté a salvo, embaja… presidenta – le dijo cogiéndole
las dos manos con sincero afecto. La conocía desde hacía tiempo y habían
coincidido en varias ocasiones, como en la conferencia de Pacifica del 2365 en que desenmascaró a dos conspiradores antedeanos. Tenía fama de negociadora
difícil de embaucar y de hábitos más bien disolutos y alegres.
–
Yo también me alegro de verle, almirante – replicó Lwaxana –. Siéntese por
favor.
–
Caballeros, señora – dijo Paris al sentarse –. Ha pasado tiempo desde activamos
el operativo Omega y mi viaje es para establecer, o mejor dicho coordinar,
nuestra estrategia de forma conjunta para el futuro. He leído atentamente el
informe que me entregó el capitán Hawass de la Hibernian y quisiera expresar mi
conformidad con las decisiones que han adoptado: nombrar al capitán Picard como
oficial al mando: su experiencia, su conducta a lo largo de toda su carrera y
su liderazgo le avalan. Y la dispersión de sus fuerzas en otro grupo autónomo
al mando del capitán Rixx. Aunque sobre todo estoy impresionado por el número
de naves que han logrado reunir. Del grupo del que procedo tan solo hay una
veintena y ninguna que no sea de la Federación.
»
Como el suyo existen una docena de células, la mayoría originales del Operativo
Omega, como el encabezado por el capitán Sheridan del Agamennon, cuyo
nombre en clave es Metron. Otro es el Botany Bay, con el capitán Amasov de la Endeavor. Desde la Base Estelar 154 de Rigel VI se evacuaron diversos diques
espaciales como los que aquí tienen. Otros están formados por fuerzas
planetarias, equipadas con naves de desembarco
y escoltadas por una pequeña protección naval. También hemos buscado a más
supervivientes de las batallas libradas como el Zhukov que cuenta con
media docena de naves más. Por seguridad ninguno de estos grupos supera la
veintena de naves.
–
¿Y cuál cree usted que debería ser nuestra siguiente decisión? – le preguntó
Lwaxana tras unos segundos de silencio tras aquella nueva información.
– Lo más importante que tenemos que
hacer es recoger la mayor cantidad de información sobre el Imperio y reagrupar
nuestras fuerzas para organizarnos. Las partes más alejadas del núcleo de la Federación no han sido atacadas y nos
hemos puesto en contacto con los gobiernos de esos planetas, así como con la
estructura de la Flota que allí permanece intacta y que se ha organizado
alrededor del almirante Nakamura, de
manera que sabemos que numerosas naves han podido ponerse a salvo. Es un
territorio bastante extenso y difícil de defender, pero podemos contar con la
pequeña red de bases estelares intacta y preparar una resistencia más activa…
Pero tanto los almirantes Nechayev y
Toddman, como yo, somos
perfectamente conscientes de que cualquier acción contra el Imperio será
contestada con represalias sobre la población civil.
En
ese momento Lwaxana se levantó, haciendo que Paris dejara de hablar extrañado
por aquel gesto. La betazoide se
dirigió a la ventana, desde la que podía contemplar el valle donde se había
construido la base. Pudo distinguir varios edificios: la escuela, el hospital,
el templo, el pequeño complejo donde se había instalado el gobierno civil. Todo
se había construido de la nada, apenas unos meses antes aquel paisaje era
virgen, jamás había sido tocado por ningún ser lo suficientemente evolucionado
como para transformarlo. Esfuerzo y trabajo de los supervivientes de la
Federación, convirtiendo aquel lugar en su hogar. El día anterior se había
reunido con el consejo formado para gestionar las infraestructuras de la pequeña
ciudad. Estaba liderado por un alcance que había sido elegido entre los civiles
en una votación democrática que ella había promovido. Además de las familias de
los miembros de la flota, siempre llegaban más refugiados cuando las naves,
enviadas en busca de más supervivientes o para espiar a las fuerzas imperiales,
regresaban para repostar, descansar o reparase. Estos traían relatos de la
situación real de la galaxia ocupada por el enemigo: los asesinatos de líderes
locales, la confiscación arbitraria de propiedades, la encarcelación de los que
se atrevían a protestar o le legalización de la esclavitud como castigo por los
delitos contra el Imperio.
Tras
unos instantes en que planeó un tenso silencio en la habitación, se giró hacia
los cuatro oficiales y captó sus sentimientos.
Picard
continuaba admirado por la entereza que observaba en ella. Siempre le pareció
un hombre atractivo, con una presencia cautivadora y se burlaba de él solo
porque le divertía su turbación. A pesar de ello le admiraba por la rectitud que
siempre mostraba al defender los valores en que creía, los cuales eran los mismos
en que se había basado la creación de la Federación. Y aunque en su interior
podía ver perfectamente sus miedos, también captaba su determinación por luchar
hasta su último aliento. DeSoto no dejaba de pensar en cómo salir de aquella
situación. Era un hombre inteligente, pero parecía vencido por las
circunstancias, aunque intentaba, con bastante éxito, que su valor sobresaliera
en todas sus acciones. Al igual que Picard lucharía hasta el final para liberar
a los planetas del yugo al que estaban sido sometidos. De Rixx, a pesar de ser
el más joven de todos, le sorprendía la fuerza interior que desprendía el boliano, con una personalidad
pragmática y una convicción que transmitía calma y firmeza a quien le rodeaba. Y
finalmente el veterano almirante Paris. Era un hombre duro, meticuloso, seguro
de sí mismo y muy exigente consigo mismo y con todos aquellos que le rodeaban.
En su rostro pétreo y de facciones impasibles se percibía constantemente un gesto
de decepción ante aquellos que no estaban a la altura de su inteligencia y
recto comportamiento. Sabía que tenía por delante una tarea ingente y que le
sobrepasaba, pero tampoco descansaría hasta ver liberada a la Federación y
estaba completamente dispuesto a ofrecer su vida si fuera necesario. Ahora que
le observaba sabía que tenía un espíritu elevado, con una visión clara dell
futuro: quería una galaxia en paz tal y como la conocían hasta aquel momento. Y
eso la tranquilizaba.
–
Cuando empezó todo esto me encontraba en Betazed
– dijo por fin Lwaxana tras un tenso y largo silencio –. La ocupación del
Dominion podía verse en el rostro de mis compatriotas, en la profanación de los
edificios más sagrados para nosotros o en los aún peores experimentos que
hicieron los cardassianos contra mi gente. Habían pasado la mayor prueba de su
historia y la habían aprobado con creces. A pesar del dolor, del sufrimiento,
miraban al futuro con optimismo. Desgraciadamente el destino nos jugó una nueva
mala pasada.
»
Estamos en guerra almirante. Y nuestro objetivo no solo es sobrevivir. Si no
liberar a nuestros conciudadanos, a nuestros amigos, y a nuestros hermanos.
Nuestro primer deber es no solo protegerlos sino también restaurar la
Federación allí donde ha sido derrotada y devolverles su estado de derecho y su
democracia. Sé que para lograr eso se sufrirán penalidades, como las padeció mi
pueblo bajo el Dominion. Y también sé que todos pasaremos esta dura prueba y al
final la paz y la justicia que representa nuestras instituciones prevalecerán.
No sin esfuerzos, no sin sacrificios. No sin sangre, ni lágrimas. Haga lo que
tenga que hacer almirante – dicho lo cual se giró hacia Picard, DeSoto y Rixx
–. Hagan lo que tengan que hacer, capitanes. Aunque eso suponga represalias y
muertes de inocentes. Porque sus mundos se lo ruegan, su gente se lo exige, su
pueblo se lo agradecerá.
El
silencio planeó sobre el despacho mucho tiempo después de que Lwaxana
concluyera su pequeño discurso.
–
Así se hará presidenta – dijo Paris sobrecogido, con un mayor respeto hacia
Lwaxana del que tenía antes.
–
Pero las acciones que tomen serán decididas junto al poder civil y político –
prosiguió Lwaxana con dureza en su voz, dejando sorprendidos a todos los
oficiales presentes, como pudo leer perfectamente en sus mentes… excepto en
una, claro que Jean-Luc, mucho más intuitivo de lo que él mismo se creía, ya se
lo había imaginado. Había estado en reuniones con ella, Archer de la Inteligencia de la Flota y otros representantes civiles de otras potencias y conocía
las disposiciones que ella misma había tomado con respecto a la organización de
aquel grupo de la resistencia.
»
Se había decidido que la embajadora Elena
de Delta acompañase al capitán Rixx
cuando este forme su base Beta, por si a mí me ocurriera algo, que siempre
hubiera un representare legítimo de la Federación en liberta. Pero ante su
llegada almirante he cambiado de planes. Elena permanecerá aquí y yo le
acompañaré. A partir de este momento todas las decisiones que vaya a tomar
usted y los almirantes Nechayev o Toodman serán tomadas bajo la coordinación
del Presidente de la Federación en
representación del Consejo.
–
No tengo ningún inconveniente, por supuesto – dijo Paris, desconcertado ante
aquella intromisión de los políticos en los asuntos que él pensaban que eran
competencia de los militares, sobre todo en aquellos momentos tan delicados.
Pero estaba tan sorprendido que no pudo reaccionar.
–
Almirante, el Operativo Omega, aunque acertado en su propósito, tiene un
defecto de forma y ejecución imperdonable y que incluso podría considerarse un
acto de sedición por parte de la Flota Estelar – empezó diciendo con suavidad,
escogiendo con cuidado las palabras, mientras iba aumentando la dureza de su
voz. En la mente de los presentes todos se quedaron perplejos ante aquella
acusación, incluyendo a Jean-Luc
»
Y es que en ningún momento se han cursado órdenes para mantener informado al
ejecutivo de la Federación de sus planes. Por supuesto estoy conforme en el secretismo
en que se realizaron los preparativos ante la amenaza de la asimilación de
cualquier que supiera de su existencia por el Colectivo Borg. Pero en el momento en que este se activó, su primer
deber hubiera sido el de, no solo avisar a los representantes legítimos de la
Federación, sino buscarlos y protegerlos. Cosa que no se ha hecho.
»
No pienso tolerar que la Flota, por muy respetables y honorables que sean sus
actos, se tome la libertad de no consultar con los representantes elegidos
democráticamente por los ciudadanos que han de defender. Ni ahora, ni en el
futuro. Recuerde, aunque sean militares y la jurisdicción del Operativo Omega
sea militar, todos ustedes responden a un gobierno civil y están sujetos a las
decisiones políticas que tome el ejecutivo. Sea yo, o cualquier otro
representante legítimo de la Federación – hizo una pausa para que sus palabras
fueran asumidas por Paris y el resto, prosiguiendo con un tono más suave, pero
igual de firme –. Hace mucho tiempo uno de sus políticos dijo: «cedant arma togae».
»
¿Lo han comprendido almirante?
–
Sí, presidenta – respondió Paris rotundo. Estaba atónito, casi aturdido por la
dureza de aquella intervención que no esperaba. Pero recordaba la frase del
legendario cónsul Marco Tulio Cicerón
de la República de Roma, el
incansable enemigo del tirano Cayo Julio César: que las armas cedan a la toga, había dicho. Comprendiendo que Lwaxna acababa de imponer la preeminencia del poder civil
sobre el militar en toda aquella operación.
–
Hemos contactos con fuerzas romulanas, klingons, con la resistencia cardassiana del legado Damar e incluso con el mismísimo Dominion
– prosiguió esta con más dulzura, pero sin permitir que Paris y el resto de
oficiales pudiera recuperarse de su sebera reprimenda –. Es una alianza, por
circunstancias, pero alianza al fin y al cabo ya que solos no lograremos vencer
a nuestro enemigo y expulsarlo de nuestro territorio. He sido informada de
todas ellas y he podido hablar con los representantes de la mayoría de estas
potencias. Pero ahora necesitamos la ayuda de otras potencias de nuestra
galaxia que permanecen intactas: ferengis,
gorns, tholianos, incluso los breens
y de cualquier otra raza que pueda ayudarnos en esta titánica tarea. Hemos de
hacerles entender que si no detenemos todos juntos al Imperio, este tarde o
temprano acabará invadiendo el resto de la galaxia y acabará esclavizando a todos.
Ya lo están haciendo al atacar a los sheliaks
con tanta brutalidad, que será el mayor error que hubieran podido cometer.
»
El primer objetivo, además de seguir buscando a todos los supervivientes que
puedan haber quedado, es el de realizar estos contactos y formalizar esos
acuerdos. Ya se ha empezado a hacerlo y pronto podré reunirme con el nuevo Gran Nagus de los ferengis a
través de su hijo. Para lograr esos
acuerdos nuestros futuros aliados nos han de ver con una férrea voluntad de
resistir, de no ceder ante nuestro enemigo. De manera que de demostrar nuestra
inequívoca convicción de vencer, por eso no nos reagruparemos en las zonas no
ocupadas de la Federación. Esta es la línea que debemos marchar y no
retroceder. Lucharemos entre nuestras estrellas, para liberar a nuestros
planetas.
»
Hemos de volver a formar el Consejo de la Federación con representantes de
todos sus planetas. Hemos de buscarles y ponerles a salvo. Esa es otra de
nuestras prioridades. Mientras tanto he autorizado al capitán Picard que
organizara nuestro primer contraataque. Eso nos dará la oportunidad de anunciar
a toda la galaxia que la Federación no está acabada y que pensamos resistir
allí donde nos encontremos. Y no solo eso, sino también allí donde nosotros
queramos. Demostrará a las otras razas que vencer al Imperio es posible, aun
diezmados como estamos. Será la mejor manera de levantar la moral a miles de
millones de nuestros compatriotas.
»
¿Algún inconveniente?
–
En absoluto – respondió Paris cabizbajo. Hacía muchos años que no le hablaban
de una manera tan severa y mucho menos se lo esperaba de Lwaxana Troi, la
embajadora extravagante y disoluta que conocía. Pero en aquel momento hablaba
en boca del gobierno legítimo de la Federación al que servía él mismo. En
realidad era el último cargo elegido libremente por el Consejo de la Federación
y por tanto en la tradición terrestre era su Comandante Supremo.
Corinth
IV
El
Resplendent salió del hiperespacio
lejos del planeta y se aproximó dando un gran rodeo para evitar las posibles
naves imperiales. Al amparo de la noche aterrizaron relativamente alejados de
la ubicación de la base, que no había sido difícil de localizar: tan solo
tenían que buscar un montón de ruinas chamuscadas. De la bodega descendieron
varias motos deslizadoras y se
dirigieron directamente hacia sus coordenadas. Además de Zahn, le acompañaba
Jonua y dos miembros del grupo de marines: el sargento Morett y Falan, un weequay que se había alistado en la Rebelión para vengar la muerte de su
hermano a manos de un oficial imperial: le había disparado tan solo por
diversión.
Los
sensores habían detectado 476 millones de seres vivos en el planeta, que tenía un
nivel tecnológico muy alto por el tipo de potencia que tenían sus generadores y
sus edificaciones de acero y cristal, con sus núcleos urbanos centrados en dos
de los continentes, normalmente cerca de la costa y en las regiones fértiles
del interior. La base estelar estaba situada junto a una de las ciudades más
grandes y parecían ser un complejo planetario auxiliar de unas instalaciones espaciales,
que ahora tan solo eran restos que giraban en la órbita.
Llegaron
a las instalaciones con la pálida luz del alba, que mostraba diversos complejos
de edificios que se extendían entre pistas y zonas de almacenaje. La mayoría
habían sido reducidos a escombros tras el impacto de las baterías turboláser disparadas desde la órbita. Parecían haber sido
almacenes, hangares y pistas de despegue, así como otros de carácter
administrativo y residencial. Había varias lanzaderas estrelladas por la zona,
seguramente habrían intentado huir, sin éxito, del ataque.
Dejaron
las motos no lejos del recinto, en el linde de un bosque cercano y se acercaron
a una de aquellas lanzaderas. El morro se había incrustado en uno de los
edificios, provocando el derrumbamiento de la pared. Aun así se podía apreciar
su forma de huevo y los dos motores que tenía a los lados y un casco de
construcción elegante y sofisticada. Zahn no había visto una nave similar, no
parecía tener turbinas, ni dispositivos repulsores
que pudiera reconocer. Aun así tenía la sensación de encontrarse delante de un
ingenio muy avanzado.
Revisaron
el resto del complejo y parecían perfectamente comparables a los que había en
las ciudades más importantes de su galaxia. Por lo menos por lo que pudieron
apreciar entre las ruinas. El techo del edificio de oficinas principal se había
hundido encima de la estructura, aplastando los pisos superiores, tras recibir
diversos impactos directos. Aun así parecía que el hall aguantaba bajo la
montaña de escombros. Solo entró él y Falan, uno empuñando una linterna y el
otro un blaster imperial, del que
colgaban grotescos trofeos de los soldados que había abatido y que nadie se
había atrevido a pedir que los quitara.
En
el centro de la recepción Zahn alzó la linterna e iluminó el suelo cubierto de
polvo, ceniza y cascotes. Pero entre estos distinguió un símbolo dibujado: en
el centro había una flecha con una estrella alargada y atravesándolo un rayo
dorado, todo ello dentro de una esfera con símbolos a su alrededor. Entonces
sonó el comlink, que activó saliendo del lugar.
–
¿Sí?
–
Lárguense – dijo la voz de Ajaan –. Tenemos compañía.
–
¡Nos vamos! – indicó Zahn con un ademán hacia donde estaban las motos. Al
llegar a estas, oyeron los característicos sonidos de los motores de iones de
cazas imperiales que les sobrevolaban.
–
¿Nos habrán visto? – preguntó Jonua.
–
Diría que no – respondió Zahn. Estaban dentro del bosque y las motos habían
sido ocultadas bajo un manto de camuflaje. El problema era que en aquel momento
no podía partir sino querían ser detectados. Tendrían que esperar a los
acontecimientos.
Poco
después otra pareja de lanzaderas TIE sobrevoló sus cabezas en dirección a la
ciudad. En aquel momento Falan lo oyó por segunda vez. Alguien se movía a sus
espaldas con sigilo. Disimuladamente le hizo una señal a Zahn que entendió.
Segundos después el weequay se alejaba de las motos y se internaba en el bosque,
mientras sus compañeros intentaban disimular su marcha moviéndose entre las
motos.
Un
par de minutos más tarde oyeron el ruido de un forcejeo y Falan apareció
encañonando a un humano de unos treinta años de edad. Llevaba un mono negro,
con las hombreras grises y el cuello amarillo. En el pecho llevaba un símbolo
dorado en forma de triángulo, muy parecido al que había visto en el hall. Zahn
estaba sorprendido al ver un humano como él. ¿Cómo podía ser tan lejos de su
galaxia? ¿Tal vez descendientes de lejanos viajeros? Aunque en aquel momento
aquello no era la más importante.
–
¿Flota Estelar? – le preguntó Zahn. En los ojos del hombre se reflejaba miedo,
mientras iba mirando a Zahn y a Falan, un weequay de rostro cadavérico y de
piel cuarteada, cuya expresión era de pocos amigos.
No
le había entendido, así que ordenó a Falan que bajara el arma. Lo intentó
varias veces, sin éxito. No hablaban una lengua parecida y Zahn no tenía a mano
ningún droide de protocolo. Aun así
estaba seguro de que aquel hombre pertenecía a la Flota Estelar. Y eran humanos
como ellos, bueno, como él.
Por
encima de sus cabezas apareció un par de lanzaderas Sentinel y otras parejas de cazas TIE escoltando una vieja nave de
asalto de la clase Acclamator, que dirigían hacia la ciudad.
–
Esto se está poniendo feo – indicó Morett –. Todavía estamos a tiempo antes de
que vengan hacia aquí. Sugiero que nos alejemos ahora.
–
Sí – replicó Zahn –. Falan, atúrdelo, quiero interrogarlo a bordo.
El
Persilla
A
aquellas horas los pasillos permanecían en calma en la nave capturada por los
tripulantes de DS9. Aunque durante todo el día innumerables técnicos y
oficiales de todas las potencias escudriñaban cada rincón de tecnología para
analizarla y averiguar su funcionamiento hasta el más pequeño detalle.
Se estudiaban todos los aspectos
imaginables: desde los materiales y la forma de su construcción, hasta su
distribución interna, pasando por sus sistemas: propulsión, armamento,
sensores, soporte de vida, su ordenados y la información que contenía,
comunicaciones, su tecnología médica, incluso las pertenencias personales de la
tripulación. Todo ello era estudiado y analizado para buscar cualquier dato que
fuera relevante.
Geordi
escuchó los pasos sobre el metal de la cubierta mientras examinaba parte de los
sistemas auxiliares del multiplicador de hipervelocidad. Le fascinaba aquella tecnología: simple y eficiente, capaz
de impulsar aquella nave a otra dimensión, más allá de la velocidad de la luz,
con la ventaja de no necesitar conductos transcurvatura preestablecidos con el borg.
Se arrastró por el angosto tubo de mantenimiento y salió al pasillo, justo para
ver quien estaba doblando la esquina del pasillo.
Lo
primero que sintió fue por supuesto sorpresa, luego una cierta sensación de
incomodidad, finalmente una curiosa impresión de conocer al romulano que tenía
delante. Aunque no acababa de situarle. Se LaForge no se confundía, por las insignias
de su cuello, tenía era un mayor: era alto, con el rostro altivo de
superioridad, que junto a su impecable uniforme de rectas líneas y grandes
hombreras le daban una presencia algo intimidatoria. Claro que por la
experiencia del jefe de ingenieros, aquello era una gran fachada.
»
¡Se ha puesto implantes oculares! – dijo este sorprendido y perdiendo su
perenne actitud arrogante típica en los de su raza.
– ¿Nos conocemos? – le preguntó Geordi
desconcertado.
– Una vez, hace algunos años –
respondió el romulano –. En Galordon Core.
Aquello le sobresaltó. ¡Bochra! Era
el centurión romulano que se había estrellado en aquel planeta, donde él mismo
se había quedado atrapado cuando habían descendido a investigar como parte del
equipo de misión. Solos, no les habían tenido más remedio que colaborar para
poder salir de aquel inhóspito lugar utilizando su VISOR a modo de detector de emisiones de neutrino para poder avisar al Enterprise
de su posición y ser transportados.
– Sí, ahora le reconozco – replicó
Geordi alargándole la mano para estrechársela. Bochra la miró con curiosidad y
tras pensar que significaba aquello y recordarlo, extendió la suya y esgrimió
una sonrisa de satisfacción por aquel logro. La última vez que le había visto
había sido en el puente de mando, ambos cubiertos de barro y nunca imaginó que
volvería a cruzarse con él.
Un rechoncho droide de astrogración de color amarillo y cúpula transparente apareció
por el pasillo y empezó a silbar una cancioncilla inconexa.
– ¡No R3-C4! Ahora no puedo
atenderte – le respondió Geordi. El androide soltó una especie de respingo de
silbidos, se giró sobre sí mismo torpemente y regresó por donde había
aparecido.
– ¿Le entiende? – le preguntó
Bochra.
– Sí. Bueno, Data está fascinado
con… todos estos robots. Modificó mi traductor universal para que pudiera
entender su forma de comunicarse – explicó Geordi –. La verdad es que han sido
muy útiles facilitándonos mucha información. Son muy serviciales, aunque todos
tienen personalidad propia. En el caso de ese R3 es algo arisco e impaciente,
pero responde a todas las preguntas que se le formulan. Parece que le gusta ser
el centro de atención, por una vez, supongo.
– Fascinante. Tal vez le pida a ese
Data que modifique mi traductor.
– Le encantará hacerlo – respondió
Geordi –. Yo estaba haciendo tiempo para ir a cenar y ya había acabado aquí.
¿Había venido buscando a sus técnicos? Se marcharon hace algún rato.
– En realidad he venido a verle –
indicó Bochra –. Me alegré al saber que estaba a salvo a bordo de la Enterprise.
– ¿De veras? Se lo agradezco. ¿En
qué nave estaba usted?
– A bordo de la Preator. Es el interdictor de ala vertical, es un
prototipo. Además, soy su comandante.
– ¡Enhorabuena! Me he fijado en esa nave, parece magnífica.
– y lo es. Es mi primer mando. Escapamos por
los pelos del ataque… Fue una masacre –
explicó con profundo pesar, que se reflejaba claramente en su afligido rostro
–. Atacaron las instalaciones de los astilleros y las de los civiles sin
distinguirlas. Tan solo lograron sobrevivir medio centenar de técnicos y sus
familias.
–
¿La suya?… – se atrevió a preguntar Geordi.
–
No. Mi esposa e hijos estaban en Romulus. Pero tampoco sé nada de ellos.
–
Deseo sinceramente que se encuentren bien. Se lo aseguro.
–
Se lo agradezco.
–
Le invito a cenar – propuso Geordi cambiando de tema –. He quedado con Leah, la
doctora Brahms, una ingeniera de Utopia Planitia. Pero estoy seguro que
no le importar que usted venga. ¿Qué le parece?
–
Hoy no puedo – respondió Bochra –. Me han ordenado regresar a territorio
romulano. Como
el Preator es la nave más rápida me
utilizan de correo ente aquí y el resto de grupos del Imperio. Tan solo quería saludarle antes de marcharme. Tal vez a mi regreso. No
había podido
agradecerle lo que hizo por mí en Galordon Core.
–
Estábamos los dos atrapados. ¿Recuerda?
– Por supuesto. Pero también quería
disculparme, lamento que mi informe sobre su VISOR cayera en malas manos – dijo
enigmáticamente Bochra, sonrió y tras una leve inclinación de la cabeza, se
giró y empezó a salir del pasillo, aunque antes de doblar una esquina miró de
nuevo a Geordi –. Me gustaba más con su VISOR. Buenas noches.
Tras
lo cual giró la esquina y desapareció, dejando al ingeniero jefe boquiabierto y
confuso tras aquellos últimos comentarios tan poco claros.
Laredo
En
uno los edificios de la colonia hondeaba un pabellón rojizo con el símbolo de
Bajor: era la sede del Gobierno de Shakaar en el exilio, que estaba formado por
varios ministros que habían estado prisioneros a bordo del Persilla. Junto a estos también había varios centenares de miembros
de la milicia, que gracias al goteo de deserciones su número aumentaba cada
día. Pero Shakaar era consciente que
ahora Bajor no estaba sola y que toda resistencia tenía que estar coordinada
para el gobierno de la presidenta Troi
y el resto de potencias de la galaxia. Por eso, lo primero que había hecho
había sido hacer saber al pueblo bajorano que su gobierno legítimo aún existía
y que lucharía de nuevo por su libertad. Después envió al oficial de mayor
graduación que había a bordo del Persilla
para que averiguara que estaba ocurriendo en su planeta y empezara a organizar
la resistencia.
El
coronel Lenaris Holem, al que
Shakaar conocía desde los tiempos de la ocupación cardassiana acababa de regresar de su misión.
–
La situación está tranquila, pero tensa – informó con calma –. El Imperio ha
construido dos instalaciones, una de sus guarniciones a las afueras de la
capital y una gran base cerca de la ciudad de Tempasa. Allí han ocupado los antiguos cuarteles de la 9ª Orden Cardassiana, convirtiéndolo en
el Cuartel General de la IV Flota Imperial. Hay otras bases pero más pequeñas
en la ciudad de Tamulna y en la península de Trilar. También han
ocupado las antiguas dependencias romulanas en la luna de Derna. Un lugar estratégico para controlar la entra y
salida de naves del planeta.
»
Por ahora las fuerzas imperiales solo patrullan las cercanías de sus
instalaciones y no están interfiriendo en la vida bajorana. Aun así la
sensación que se palpa es de inquietud: están esperando que ocurra lo mismo que
hicieron los cardassianos de un momento a otro. Se ven muchas pintadas en ciudades
pidiendo que el Imperio se marche y también ha habido manifestaciones
espontáneas, mientas que el gobierno de kai Winn intenta convencer a la población de las buenas intenciones de nuestros
ocupantes. Ponen como ejemplo la recuperación del Orbe de la Unión y los vedeks,
como sacerdotes y personas respetadas, están abogando por la paz y la
confianza. Pero todos saben que los cardassianos también llegaron con buenas
palabras y grandes promesas. Por otro lado el comercio ha vuelto a normalizarse
como antes de la guerra y ya no hay restricciones de energía o alimentos,
incluso se vuelve a hablar de construir de una estación espacial. Mientras
tanto la seguridad del planeta continúa bajo el control de la Milicia, al mando del general Alhana Rez.
–
Conozco bien al general Alhana – recordó Shakaar. Había sido un líder de otra
célula de la resistencia, un hombre sin tacha, honorable y muy respetado. Tras
la liberación había utilizado su posición para mediar en las disputas de las
diferentes facciones, con fama de imparcial y ecuánime. Sabía que era
profundamente religioso, mientras que a nivel político se le vinculaba a la
facción ortodoxa, aunque hasta ese momento no se había decantado de manera tan
clara y se le considera moderado.
–
La gente no está disgustada con Alhana. Los oficiales con los que he hablado me
han dicho que hace grandes esfuerzos para mantener el orden sin utilizar la
violencia. Se ha presentado muchas veces allí donde parecía que los disturbios
iban a superar las meras manifestaciones. Es la voz de kai Winn y la gente le
escucha. La cuestión será hasta cuándo.
–
¿Y Winn? – preguntó la ministra de ciencias Rozahn sin poder ocultar cierta hostilidad en su voz contra la
líder de la religión bajorana. Llevaba el pelo recogido en una trenza diadema
por detrás de la cabeza y era reconocida por ser una mujer pragmática y con
fama de no amilanarse ante las dificultades. Ya formaba parte del gobierno provisional antes de la
elección de Shakaar y este le había mantenido en su puesto por su inteligencia
y sincera convicción en convertir a su planeta en un mundo avanzado y moderno
como cualquier otro.
–
Dicen que se vio obligada a firmar la Carta Imperial por el bien de Bajor, pero todo el mundo sabe que gracias a esto
por fin se ha convertido de nuevo en primera ministra – respondió Holem –. Aun
así está extraña. No asiste a las reuniones de la Asamblea de Vedeks o a la Cámara de Ministros y eso no es habitual en ella. Ha delegado sus responsabilidades nombrando a gente de su
entorno, la mayoría de ellos respetables y competentes, Alhana es un ejemplo de
ello. Uno de los oficiales con los que me entrevisté me dijo que Alhana ha
organizado una fuerza de protección alrededor de Winn, todos ellos gente de su
antigua célula, muchos de son de su propia familia.
–
Alhana teme un atentado contra la kai – reflexionó el ministro Gettor. Sencillo y leal a Shakaar se había distinguido
como un diestro administrador durante la reforma agraria que había impulsado
unos años atrás.
–
La cuestión es saber si por parte del Imperio o de los bajoranos – intervino
Kira.
–
¿Pudiste averiguar si ha habido algún movimiento para preparar una resistencia
organizada?
–
Hablé con Orta – respondió Lenaris refiriéndose a uno de los legendarios
líderes de la resistencia –. Dice que hay varios grupos que han desempolvado
las antiguas armas, se puso inmediatamente bajo tu dirección y dice que todos
te seguirán. Eres el primer ministro legítimo, la gente te votó y confían en
ti. Hablará con ellos y esperarán tus órdenes. Yo mismo regresé a bordo de una
nave de asalto cuya tripulación quería estar a tu lado.
–
Gracias por informarnos de tu viaje Lenaris. Sé que no has descansado y te lo
mereces. Mañana nos volveremos a reunir – indicó Shakaar –. Ahora quisiera
hablar con la coronel Kira a solas.
Todos
asintieron y salieron de la pequeña sala de reuniones. Kira imaginó que Edon
querría que le informara sobre la asignación de miembros de la milicia entre
las naves estelares que estaba coordinando, pero se sorprendió ante el tono
íntimo en que empleó cuando estuvieron solos.
– ¿Cómo te encuentras, Nerys?
–
No te entiendo.
–
Hace tiempo que nos conocemos – le recordó innecesariamente, Shakaar había sido
su líder en la célula de la resistencia
cuando luchaban por liberar su mundo de los cardassianos. Años después le habían
pedido a Kira que convenciera a su amigo que devolviera una maquinaria que este
se había apoderado para limpiar las tierras de labranza de su provincia,
envenenadas por los cardassianos antes de dejar el planeta. Y cuya revuelta
había llevado a Shakaar a convertirse en Primer Ministro de Bajor. Retomada la
relación durante un breve tiempo se habían convertido en amantes. Ahora le
hablaba como amigo preocupada por ella.
»
Quería saber si estabas bien. Por Odo.
–
Estoy bien – respondió ella apenas en un susurro audible. Se levantó de la
silla y se dirigió hacia la ventana de la sala, donde el crepúsculo se veía
recortado entre los edificios de la colonia –. Sabía que era lo que tenía que
hacer. Es un hombre justo y bondadoso. No podía dejar morir a su gente a pesar
de los crímenes que han cometido en nombre de ese orden que imponen a sangre y
fuego.
–
Te amaba.
–
Y siempre lo hará – dijo Nerys recordando el momento en que Odo le anunció que
debía marcharse.
«He de curar a mi gente» le dijo en lo
alto de una de las colinas que rodeaban la colonia y que podía ver desde la
ventana. Era un día hermoso poco después del Festival de la Gratitud. «¿Durante
cuánto tiempo?» le preguntó ella. «Es
hora de que me reincorpore a la Gran Unión» le respondió para darle a
entender que no sabía y podría no regresar nunca. «¿Cuánto te irás?» le
preguntó Nerys, sabiendo que era lo que su amado tenía que hacer, por él mismo,
por todos ellos. Odo no contestó. «Podrías
volver tras curar a los tuyos» le sugirió. «Podría» fue su escueta respuesta. «Pero no lo harás», dijo resignada. «Nerys. Sabes que mis sentimientos por ti no cambiarán. Pero tengo que
hacer esto. Mi gente me necesita. Además necesitan saber lo que yo sé. Aprender
lo que yo he aprendido. Es la única manera que experimenten la confianza que yo
tengo con vosotros y que entiendan que los sólidos no tienen por qué ser una
amenaza». «No necesitas justificar
nada Odo» respondió sincera. «Solo
hay una cosa». «Lo que sea»
respondió él. «Me gustaría acompañarte a
tu planeta». «Me encantaría. Pero no
puede ser. La misión es arriesga». Kira sabía que atravesar una vez el
agujero de gusano no será fácil, atravesarlo de vuelta será imposible. «Nerys,
siempre estarás conmigo, siempre» dicho lo cual sonrió y se transformó su
uniforme en un esmoquin «dijiste que me
sentaba bien». Y así le recordaba, sonriendo sobre aquella colina, con su elegante
traje negro.
Shakaar
abrazó a su amiga, cuyas lágrimas resbalaban por sus mejillas.
El
Resplendent
–
Está nervioso – indicó Ajaan, refiriéndose al oficial de la flota estelar que
había capturado, aunque era algo evidente, ya que estaba maniatado, en una nave
extraña y rodeado de alienígenas extraños y unos humanos desconocidos –. Aun
así mantiene control de sí mismo. Se pregunta qué le vamos a hacer.
–
¿Puedes comunicarte con él? – le preguntó Zahn, recibiendo de la iktotchi una mirada cargada de cierto
desdén.
–
Tengo ciertas capacidades telepáticas – le explicó –. Pero no puedo entablar
una comunicación con alguien que no las tenga.
–
El Imperio sí puede comunicarse con ellos – dijo Zahn reflexivo –. Desátenle. Y
denle algo de comer. Luego llévenlo a una de las cabinas de popa.
–
¿Qué estás pensando? – le preguntó Ajaan saliendo del comedor de gala.
–
Volver esta noche. Y raptar alguno de los oficiales imperiales.
–
Es peligroso.
–
¿Y qué no lo es? No te preocupes, no saben que estamos aquí y nadie sabrá que
pasó.
–
Lo que me preocupa es como salir de esta. Allí arriba hay un crucero Dreadnaught
y varios transportes – le explicó Ajaan y antes de que Zahn pudiera decir nada,
prosiguió –. Sí, seguiré observando a nuestro invitado.
Odiaba
cuando se adelantaba a lo que iba a decir.
Montados
en sus motos Morett, Falan y él regresaron a las instalaciones de la Flota.
Llegaron poco antes del anochecer y vieron como en el recinto de la base
estelar habían empezado a trabajar los droides bulldozers, los removedores de
tierra y los taladores de árboles FLR,
para dejar la zona expedita que los grandes EVS de construcción, cuyas siluetas ya se podían ver recortadas en
la noche, erigieran la guarnición imperial para controlar y someter a la población de aquel planeta. El ruido
de la maquinaria y la noche les daba cierta protección, así que los tres
rebeldes se internaron en los edificios destruidos y se acercaron a las
barracas que los trabajadores ya habían levantado.
Lo
que a Zahn le sorprendió fue la facilidad con que se habían logrado internar en
aquella zona. Habían visto guardias, aunque eran soldados de ejército, no stormtrooper
de elite con sus armaduras. Seguramente el grueso de las fuerzas estaba en
la ciudad. O bien podía haber relajado así la seguridad tras la conmoción de la
muerte de Palpatine.
Bordearon
los barracones de droides y se acercaron a uno que estaba iluminado y con una
antena de comunicaciones, que debía de ser del ingeniero al mando de las obras.
Apostado
junto a la ventana pudo escuchar un par de voces y al oír el nombre de Cartal
en la conversación esgrimió una sonrisa en sus labios. Era el oficial de suministros
que se había trasladado desde su puesto en Krios Primera. Aquel era el momento. Colocó su arma en aturdir e indicó a Morett
que abriera la puerta para que Falan y él entraran en la barraca y
neutralizaran a los dos oficiales imperiales. Contó hasta tres…
La
puerta se abrió cuando Morett provocó un cortocircuito en el cierre y el weequay saltó al interior seguido de
Zahn, los dos disparando contra los desconcertados oficiales. Segundos después
habían logrado su objetivo. Falan cogió al ingeniero a hombros y se acercó a la
puerta, mientras Zahn buscaba entre los objetos personales que había encima de
la mesa. Cogió una computadora de bolsillo y numerosas cartas de datos, un
proyector holográfico y una pequeña caja metálica con una etiqueta que ponía “Traductor Universal” que se guardó en
una bolsa que llevaba. Luego se subió al hombro al oficial de suministros, el
cual era muy joven para ser coronel y responsable de un área que comprendía
varios sectores, pensó Zahn.
Dando
un rodeo llegaron hasta las motos deslizadoras. Amordazaron y maniataron a los
dos oficiales, que colocaron sobre la parte trasera de dos de las motos y se
alejaron a la máxima velocidad que les permitía la visibilidad y volar muy
pegados al suelo por el peso extra que llevaban. No tardaron en llegar al Resplendent, que ante su sorpresa tenía
los motores encendidos y lista para despegar.
–
Han dado la señal de alarma – indicó Ajaar que les esperaba fuera de la nave –.
Por ahora piensan que han sido los civiles, pero pronto empezarán a buscar
fuera de la ciudad y desde las naves en órbita. Si nos marchamos ahora aun
podré utilizar este planeta como escudo para alejarme sin que nos detecten.
–
Pues larguémonos – fue lo único que dijo Zahn mientras subían la pasarela hacia
el interior del antiguo crucero republicano.
–
¡Asquerosos rebeldes! – ladró el coronel Cartal maniatado en la sala de
mantenimiento de droides. El ingeniero se llama Glinko.
–
Si no me dice lo que quiero saber, se lo haré pasar mal – le dijo Zahn
suavemente. El semblante de Cartal se endureció aún más.
–
No les diré nada. Golpéenme, no servirá de… – no pudo acabar la frase al
propinarle Zahn un puñetazo que hizo caer al suelo.
–
Pónganle de pie – ordenó Zahn a Falan, que le levantó con brusquedad y le
volvió a sentar en el taburete –. ¿Cómo se comunican con los indígenas de esta
galaxia? ¿Utilizan droides de protocolo?
–
¡Vallase al infierno! – replicó Cartal escupiéndole, pero se quedó a medio
camino, cayendo en el suelo de metal.
–
No hace falta. Ya estamos en él – le contestó justo antes de golpearle de
nuevo, haciéndole que se desplomara en el suelo –. Si no habla, la próxima vez
lo haré con una descarga eléctrica… – Zahn se detuvo y miró a Glinko –. O se lo
haré a usted, mejor. Sí. Creo que me servirá mucho más si le electrocuto un
rato.
El
ingeniero tragó saliva, sudaba a chorros, que le caían por la mejilla como si
fuera un grifo. Tenía poco pelo y su barriga indicaba que apenas hacía ejercicio.
Zahn sabía que iba a ser este quien se doblegaría.
–
¿Qué tal en los testículos? – sugirió poniendo la sonrisa más macabra que pudo.
Lo cual no le era complicado, teniendo en cuenta la cicatriz que tenía en el
rostro, recuerdo de una de las sesiones de tortura que le habían sometido en
las celdas de Eriadu. Donde los
golpes y las descargas habían sido mucho más reales y brutales, no como aquel
paripé para asustar a aquel gordo y miedoso ingeniero.
–
Se llama traductor universal… – dijo en un susurro, muerto de miedo –. Es un
aparato que se pone en la oreja, en muy pequeño. Está en una caja metálica.
Zahn
recordó haberla cogido y sin decir nada salió de la sala y se dirigió al
comedor de gala, donde Jonua examinaba el botín traído de la antigua base
estelar.
–
Esto es increíble – dijo Jonua al ver entrar a Zahn –. En este ordenador están
los datos que buscabas de la Federación,
del Imperio Klingon, Romulano, hay miles de especies
clasificadas. Datos históricos, culturales, económicos, su estructura política
y las personas más destacadas.
Zahn
abrió la caja metálica mientras Jonua le explicaba aquello entusiasmado. En su
interior encontró un aparato de pequeñas dimensiones, no más grande que una
uña. Lo miró con atención y luego se lo colocó en la oreja y sin decir nada
salió del comedor hacia la habitación donde habían encerrado a aquel oficial de
la Flota Estelar. Abrió la puerta y le encontró estirado en la cama, con la
mirada clavada en el techo. Se levantó de un salto.
Inmediatamente
empezó a hablar.
–
Soy el teniente Kevin Roston de la Flota Estelar. Exijo hablar con un oficial
superior – dijo de forma que Zahn lo entendía perfectamente.
–
Mi nombre es Zahn. Luchamos contra el Imperio – dijo y el oficial esbozó una
sonrisa de alivio.
Continuará…
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