domingo, 19 de junio de 2016

Crossover Star Trek - Star Wars. 18

Capítulo 5
Nuevo Orden
Tercera parte.

Dique Espacial, la Tierra

            La reunión se había convocado con carácter de urgencia. Estaban presentes todos los oficiales superiores y los jefes de los diferentes sectores y almirantes de las flotas y generales del ejército, así como a los encargados de algunos planes civiles y políticos. Nadie sabía el motivo aquel repentino requerimiento y sus expresiones especulativas y llenas de curiosidad lo demostraban. Tampoco conocían la entrevista que habían tenido Daran y Molzer con Xabor unas horas antes en aquella misma sala.
            Los dos responsables de la invasión sabían que la noticia de la muerte de Palpatine pronto se sabría. En los próximos días estaba prevista la llegada de ocho convoyes procedentes de su galaxia, dos de ellos pertenecientes a empresas corporativas que se iban a instalar en los Nuevos Territorios. Intentar esconder aquella noticia era imposible. Así que su mejor opción había sido enfrentarse a ella, en el lugar y en la manera que ellos deseaban.
            Y el primer paso era hablar con Xabor. Al darle la noticia este palideció de golpe e incluso había tenido que apoyarse en la mesa para no caerse al suelo. Molzer le había ofrecido agua, pero que el oficial rechazó con un brusco gesto. Así, en silencio, con aquel hombre de metro noventa de excelente fuerza física, sin poder mantenerse en pie, pasaron los minutos. Hasta que poco a poco logró recobrar la compostura.
            Daran había expresado el gran pesar y el dolor que sentía en aquel momento, y no podía imaginar lo que podía ocurrirle a una persona que había estado tan cerca del Emperador. Luego se refirió a la misión que les había sido encomendada y que en aquellos momentos debía ser mantenida a toda costa. Su deseo de extender el Nuevo Orden a aquella galaxia y de mantener el espíritu del Imperio vivo, de tal forma que todo su trabajo sirviera para respetar la voluntad de Palpatine. Y para ello necesitaban mantenerse unidos en aquellos tristes momentos y mostrar una única voluntad frente a aquellos más débiles. Xabor le estuvo escuchando en silencio, para asentir y visiblemente alterado, abandonar la sala sin mediar palabra alguna.
            Por lo menos hasta pocos minutos antes de iniciar la reunión con el resto de mandos imperiales. Xabor había entrado en su despacho, ataviado con su uniforme carmesí de la guardia real.
            – El fuego del Emperador ha de mantenerse encendido – se limitó a decir.
            – Que así sea – replicó Daran, reconociendo en su interior la gran teatralidad de aquel miembro de los Protectores Soberanos Imperiales. Le dejaba claro que para mantener el control de los Nuevos Territorios era imprescindible que trabajaran juntos. Pero al mostrar sus ropajes rojos como la sangre, también le estaba comunicando que no iba a dejarse usar por él.
            Ahora al entrar en la sala, los presentes pudieron ver a Xabor a la derecha del moff supremo, con su uniforme carmesí y a la izquierda Molzer. También se había puesto la elegante, y en cierta manera siniestra, túnica morada, coronada por un sombrero escalonado, que le identificaba como asesor del Círculo Interno del Emperador y uno de los miembros del verdadero gobierno central del Imperio y ejecutaba la voluntad del Emperador. Daran, que llevaba un simple uniforme gris únicamente decorado con la placa de moff supremo, prolongó el silencio que se había formado al entrar durante un rato, para provocar ansiedad y nerviosismo en sus oficiales. Luego comunicó a los presentes la tan terrible noticia:
            – El Emperador ha muerto en Endor, junto a la segunda Estrella de la Muerte.
            En sus rostros se podía ver con claridad su consternación, en algunos incluso el miedo en sus ojos. Nadie podía creerlo. Era algo inconcebible. Luego Daran dio un discurso parecido al que había dado a Xabor: de la labor que estaban haciendo en los Nuevos Territorios y en que esta debía de continuar en memoria del Emperador difunto. Concluyó con frases de aliento para sus oficiales y que juntos podría acabar lo que era deseo de Palpatine y extender el Nuevo Orden en los Nuevos Territorios.
            – Caballeros, sé que será difícil, pero también sé que lo conseguiremos – concluyó Daran –. Ahora hemos de pensar en la manera de consolidar nuestras conquistas.
            » Haremos un descanso. Este es un momento muy duro para todos nosotros. Les ruego que mantengan la máxima discreción en este asunto, por lo menos hasta anunciar la noticia al resto de nuestros hombres. Debemos mantener alta la moral y prepararnos para el futuro. Este es un lugar lleno de oportunidades para la gente audaz. Les convoco para dentro de una hora.
            El moff supremo se levantó, seguido de Molzer y Xabor, abandonando los tres la estancia. En esta los diferentes asistentes se agruparon en parejas o tríos, comentando la terrible noticia. Algunos salieron de la sala.
            Eckener permaneció sentado sin hablar con nadie. Asimilando la noticia. Conocía bien a Daran y sabía que pretendía quedarse. Sin asegurarse el apoyo de los recursos que disponía el Imperio en su galaxia su situación era precaria, y la mayoría de los oficiales de aquella sala lo sabían. Se resumían fácilmente: pocos hombres, pocas naves, y un inmenso espacio que controlar. Pensando fríamente lo primero que debía de hacerse era encontrar nuevas fuerzas y asegurarse el abastecimiento, el envío del material y los equipos, tanto técnicos como humanos, que tenían aun que llegar de su galaxia.
            Osewn observó la sala y los oficiales que la poblaban. Todos estaban afectados, era evidente. Pero también podía notar una extraña sensación. Una clara intuición sobre una de las últimas frases que había pronunciado Daran: “Este es un lugar lleno de oportunidades para la gente audaz”. Aquello había sido un reto lanzado al aire y por lo que parecía aquellos hombres lo habían captado perfectamente. Todos eran ambiciosos, codiciosos y ante ellos se abría una oportunidad única que no podían rechazar. Y no podía olvidar la presencia de Xabor, con su uniforme carmesí de la Guardia Real del Emperador, aquello era como una provocación. O más bien una demostración de su poder: si era capaz de controlar a los hombres más fanáticos de Palpatine, cualquiera se doblegaría bajo su poder. El nuevo Emperador.
            Una hora después la conferencia se reanudaba. Daran continuó con su discurso de exhortación al Nuevo Orden, a la memoria del Emperador y que ellos honrarían su memoria acabando de someter los Nuevos Territorios.
            – Bien caballeros, la nueva situación hace evidentes algunos cambios en nuestras operaciones y política – dijo concluyendo su discurso –. Nuestros esfuerzos han de centrarse en consolidar nuestras posiciones a lo largo de toda galaxia. En algunos casos es posible que incluso retirarnos de los mundos menos importantes y reforzar otros que ahora por su situación estratégica, producción industrial o población, tengan mayor relevancia. A grandes rasgos se mantendrán las políticas iniciadas en todos los mundos, aunque tendremos que tener menos paciencia que antes. También deberemos flexibilizar a largo plazo las normas de reclutamiento, así como hacerla forzada entre las diferentes especies humanoides más puras. Aunque antes de estos el trabajo de reeducación en estas especies ha de potenciarse…


            A petición de Daran, Eckener se dirigió al despacho del moff supremo tras concluir la reunión.
            – Necesito que hagas un trabajo muy importante – dijo Daran sin evasivas –. Lo primero que tenemos que hacer es obtener ciertas garantías en nuestra galaxia y mantener el grado de suministros y esas cosas.
            – Comprendo.
            – Bien, pero también necesitamos saber que está sucediendo en casa. Llevamos un retraso con relación a los acontecimientos. Necesito que una persona de total confianza para que regrese y estudie la situación. Y solo puedo confiar en ti.
            – ¿A quién más vas a enviar?
            Daran esgrimió una sonrisa de complicidad ante la sagacidad de su amigo.
            – Quiero que el general Kartner traslade de manera inmediata todo el material logístico que está almacenado en nuestra galaxia para nosotros y que así no caigan en otras manos. Con esos suministros podremos mantener nuestra maquinaria en funcionamiento por lo menos los próximos meses. Ordenará a Ferrie, como jefe de operaciones, que tenga planes de contingencia para apoderarse de suministros en nuestra galaxia si es necesario. Mientras yo me encargaré de hablar con las empresas privadas que estas estrellas no dejan de ser un gran mercado virgen para obtener beneficios. Espero lograr ser autosuficientes en menos de un año.
            » Molzer viajará al Centro Imperial, tiene buenos contactos en Coruscant, pero lleva apartado demasiado tiempo y su enemistad con Sate Pestage no augura nada bueno. Ya logró apartarle de la corte al convencer al Emperador que le asignara esta misión y desde que Palpatine se centró en la búsqueda de ese tal Luke Skywalker, como Gran Visir, Pestage es quien gobierna de facto el Imperio.
            » Pero tú irás para averiguar que está sucediendo de verdad. He de entregarte una carta de presentación para Ysanne Isard. ¿Puedes abandonar tus obligaciones aquí?
            – No creo que haya problemas, mi segundo puede sustituirme. Y todos los responsables de sectores trabajan de forma independiente. El ubictorado no se parará por mi ausencia. Tan solo necesitaré un día o tal vez dos – indicó Eckener tras pensar unos segundos –. Quiero hablar con los jefes de sector y dejarles claro cuál será su trabajo y lo que se espera de ellos a partir de ahora.
            – Perfecto. Partirás cuando lo dejes todo dispuesto. Porque hay otra cosa que quiero que hagas: si estoy en lo cierto y el caos se apodera de los antiguos dominios de nuestro Emperador, será un campo abonado para reclutar más tropas y naves que vengan hasta aquí. Quiero que organices, con los contactos que tenemos allí, una red para detectar posibles candidatos.

USS Enterprise

            Picard acabó de leer el informe entregado por Sisko. Lo dejó sobre la mesa de su despacho y miró fijamente al antiguo comandante de DS9. Habían transcurrido más de siete años desde su encuentro en la anterior Enterprise. Entonces Picard se encontró con un oficial resentido que quería dejar la Flota y con un odio acumulado hacia Locutos el borg, el nombre que le habían asignado el colectivo tras asimilarle. Como zángano había dirigido el cubo durante la Batalla de Lobo 359, donde había muerte la esposa del, por entonces, primer oficial de la Saratoga. Ahora Benjamin Laffayet Sisko era uno de los hombres más respetados de la Flota, héroe de la Guerra contra el Dominion y un líder respetado.
            – Su propuesta es arriesgada – indicó Jean-Luc –. Más bien osada.
            – Así es. Pero hemos de aprovechar esta oportunidad, el tiempo corre en nuestra contra, cada instante puede costar vidas. Tal vez dentro de unos meses hayan trasladado las instalaciones – explicó Sisko –. Cuanto más esperemos las probabilidades aumentan.
            – El otro riesgo que veo es que también haría que descubrieran nuestra existencia. Y no somos una fuerza lo suficientemente poderosa como para hacer frente al Imperio – continuó argumentado Picard en contra –. Todavía.
            – Más tarde o más temprano tendremos que mostrarnos – replicó Sisko –. Y hay otro hecho. Este ataque demostrará a la galaxia que la Flota no está vencida, que resistimos y alentará a nuestros conciudadanos y nuestros mismos compañeros que están ahí fuera. Sin olvidar que esta operación nos beneficiará en aspectos como…
            – Sí, ya los he visto, capitán – le interrumpió Picard.
            – Me ordenó planear un ataque – le increpó Sisko –. Hay tiene dos simultáneos. Cogeremos a nuestro enemigo completamente desprevenido. No sabrán lo que les ha ocurrido hasta que estemos bien lejos. Necesitamos un golpe que demuestre que no estamos acabados. También les decimos que han de tener cuidado con nosotros.
            – Muy bien, prepare los ataques capitán Sisko.
            » Una última cosa. La presidenta Troi me ha entregado una solicitud del primer ministro Shakaar. Nos pide oficialmente que utilicemos a su personal a bordo de nuestras naves. Sé que la mayor Kira ha participado en numerosas operaciones a bordo de la Defiant y que el traslado del comandante Worf ha provocado una vacante en su oficialidad. Supongo que ya habría pensado en la coronel para ocupar su puesto. Si es así, ahora es una orden. Si no, cuente con ello.
            » Empiece a organizar su operación y buena suerte. O mejor dicho: buena caza.
            – Gracias, capitán.


El Resplendent

            El interior del viejo crucero de la clase Consular no había recuperado el esplendor de antaño, pero era una nave confortable para sus ocupantes. Lo habían comprado con el dinero que Zahn tenía escondido para emergencias poco después de “unirse” a para la rebelión, a un comerciante toydariano llamad Watto de Tatooine que se encontraba en verdaderos apuros económicos con un señor del crimen hutt. Su estado era ciertamente lamentable, aun así sus motores estaban en buenas condiciones y conservaba parte del equipo de comunicaciones de la Antigua República, aunque algo corroído y anticuado. Aun así lo compró y a través de una adquisidora twi’lek consiguieron las piezas que necesitaban para repararla y acondicionarla. Además de remozar los motores y equiparla con sistemas electrónicos modernos, también se instalaron cañones láser y misiles de protones, todo ello bien oculto de la vista y de los sensores. Luego la nave fue matriculada en una empresa comercial corelliana y empezó a trabajar para el departamento de interceptación y criptografía de la inteligencia rebelde. Con recursos limitados, y equipos inadecuados, aquel trabajo era una pérdida de tiempo, pudiendo descifrar solo comunicaciones de bajo nivel que apenas aportaba información al titánico esfuerzo de la lucha contra la tiranía. Pero en una incursión para apoderarse de suministros imperiales se habían apoderado de un descodificador de los que se usaban para las comunicaciones de alto nivel. Desde entonces habían podido mejorar sus éxitos, pero aunque tenían la máquina, no siempre poseían los códigos, lo que les dejaba tan tuertos como siempre lo habían estado.
            Hacía unas semanas que se había separado de la Far Star. Estaban mejor equipados que la fragata de ataque para misiones de espionaje, además dividiendo sus efectivos, una de las dos naves podría regresar e informar de las sus pesquisas realizadas, si eran descubiertos por el Imperio. Por si ocurría aquella eventualidad el Resplendent había sido modificado para poder saltar al superhiperespacio. Una media de seguridad que a nadie le había parecido mal, ya que desde siempre se había pensado que aquel viejo crucero podría servir como cápsula de escape por si e la Far Star algún día era alcanzado de muerte.
            Gracias a los datos capturados en los cargueros tenían mapas de algunas regiones de los Nuevos Territorios, aunque con escasa información sobre aquellos mundos, exceptuando la posición de las bases de tránsito y almacenes de suministros. Pero precisamente aquellos eran los lugares que necesitaban, ya que eran los destinos de donde las naves imperiales se reagrupaban una vez llegaban a aquella galaxia, convirtiéndolos en sistemas muy transitados. Para empezar había escogido la Estación Llegada Uno, cuyas instalaciones reflejaban la importancia del lugar como su nombre daba a entender y en la órbita del cuarto planeta había una estación espacial, junto a dos complejos de astilleros compuestos por 15 puentes de trabajo unidos cada uno, que era capaces de albergar, como en aquel momento, a sendos destructores de la clase Imperial en reparación. Además de medio centenar de transportes y nave contenedores, incluyendo una pareja de gigantescas Naves Conteiner con Campo de Seguridad de Loromar, que eran tan pesadas y grandes que para frenar necesitaba 35 horas y 600 millones de kilómetros. Aquella presencia enemiga demostraba que estaban en el lugar adecuado. Aprovechando el desconocimiento de su llagada se situaron dentro del sistema, escondiéndose en la capa superficial de uno de un gigante gaseoso, donde desplegaron sus antenas y sensores, y empezaron rastrear las comunicaciones, y observar sus movimientos sin ser advertidos.
            Sin bases de apoyo, ni planetas propios donde colocar repetidores del sistema de comunicaciones holográfico, Zahn había deducido que el Imperio utilizaría transmisiones de larga distancia ultracompactas, para sortear las gigantescas distancias de la galaxia. El inconveniente que tenían estos era que siempre debían de transmitirse en lo mismo canal y que los prefijos de seguridad eran cambiados con intervalos de tiempo bastante largos, por tanto su descodificación era más fácil. Para ello contaban con uno de los ordenadores criptográficos más avanzados de su galaxia, y sobre todo el joven cereano Al-Ger-To, poseedor de un cerebro binario muy complejo, que le dotaba de una gran habilidad matemática para el arte de desciframiento de códigos.
            No tardaron en captar los primeros mensajes y enseguida empezaron a trabajar para descodificar el prefijo de aquellos scandocs. Si se seguían los procedimientos estándar, las comunicaciones de más alto nivel estarían fuertemente cerradas y selladas por varios prefijos, no así las de más bajo, como peticiones de suministros o cosas similares. Por tanto se centraron en estas últimas. Y pronto lograron descodificar uno de los códigos y así localizar las peticiones de aprovisionamiento. Aquello era precisamente lo que deseaban, ya que tras el análisis de los mensajes podrían hacerse una idea de la situación de las fuerzas imperiales: sus reservas, que artículos o piezas de recambio necesitaban más, que lugares eran más propensos al desgaste del material, etcétera. Así como averiguar que unidades estaban combatiendo, cuales habían sido establecidas como guarniciones, o cual era la que se estaba rearmando. Una auténtica mina de oro.
            Luego lograron romper otro código. Este era uno personal y no parecía tener mucho valor, pero poco a poco a Zahn se le abrieron los ojos. Eran conversaciones entre diversos oficiales de suministros destacados en diferentes partes de los Nuevos Territorios. Hablaban sobre todo de las diferentes especies que habían sido conquistadas: había una Federación, un Imperio Klingon y otro llamado Unión Cardassiana que ponía nervioso a uno de los oficiales, porque no paraban de entregarle peticiones de material y personal. Parecía que el Imperio había pactado con una de las potencias de la galaxia. Otro mensaje del mismo oficial alababa las comodidades de sus nuevos aposentos en un planeta llamado Betazed y lo pacíficos que eran los ciudadanos de la Federación.
            Finalmente lograron penetrar en uno puramente militar, el cual fue de mucha utilidad. Desde entonces tuvieron acceso a diversos informes y memorándums de una de las flotas imperiales. En uno de ellos se informaba de una operación de despliegue de tropas en un planeta llamado Relva y de la poca resistencia de la población. Otro hablaba de los movimientos de un grupo que perseguía a naves de la Federación que aún no habían sido neutralizadas cerca del sector 97. Otro se refería a diversas instrucciones de procedimiento, las cuales debían cumplirse a rajatabla y estaba sujetas a grabes penalizaciones. Una de estas medidas era la de mantener los escudos y campos de fuerza alzados en todas las instalaciones y naves. Aquello era realmente extraño para Zahn, ya que significaba un gasto enorme de energía y de combustible.
            Poco a poco y a grandes rasgos se hicieron una idea de lo que estaba ocurriendo en los Nuevos Territorios. La ofensiva de conquista había concluido con éxito, pero no habían acabado con toda la resistencia. Era en esta donde debía centrar sus esfuerzos. Zahn tenía que encontrar los supervivientes y descubrir cómo estaba de organizada. Pero antes de hacer nada debía de averiguar cuál era la naturaleza de esa Federación o del Imperio Klingon y saber si estos serían afines a las ideas de la rebelión para pactar con ellos contra su enemigo común.
            Entonces ocurrió. Zahn estaba analizando la información que habían recopilado, sentado en el antiguo comedor de gala, que junto al salón ahora eran estancias comunes, donde uno podía leer una holonovela del archivo, jugar una partida a sabacc o a ajedrez dejarik, cuando recibieron una comunicación enviada por todos los canales imperiales. Un holomensaje del propio Daran que anunciaba la muerte de Palpatine.
            La noticia dejó helado a Zahn. Toda la tripulación del Resplendent escuchó el discurso de exhortación a los valores del Nuevo Orden, que todas las operaciones y misiones continuarían sin interrupción, y del inicio a un año de luto. Pero a bordo se celebró la muerte de Palpatine como nunca lo habían hecho por nada. Ni por la destrucción de la Estrella de la Muerte en la Batalla de Yavin unos años atrás. Alguien sacó unas botellas de cerveza lum, todos bebieron felices, incluso Jonua que nunca le dejaban beber acabó borracho y vomitando.
            Zahn le metió en su cama después de sacarle del baño. El chico nunca había estado tan feliz, ni cuando le regalaron la moto deslizadora Halcón Estelar de Ikas-Ando para su último cumpleaños. Su felicidad se reflejaba en su rostro, en su mirada.
            – Ahora todo volverá a ser como antes – dijo balbuceando, con las mejillas sonrojadas y los ojos brillantes por el alcohol –. Seremos libres y los Jedi regresarán para hacer justicia. ¿Verdad?
            – Sí, claro que sí Jonua – replicó Zahn cubriéndole con la manta.
            – Cuando muriera el Emperador volverán los Caballeros Jedi y la oscuridad dejará paso a la luz. Me lo dijo mi padre – explicó con una sonrisa. Estaba completamente ebrio de felicidad.
            Era la primera vez que Zahn le oía hablar de su padre, de su familia asesinada por el Imperio. Nunca hablaba de ellos, pero con aquella frase supo que nunca había dejado de pensar en ellos y que había guardado lo que le había dicho su padre en su interior, como el mayor de los tesoros hasta que por fin, con la muerte del tirano, había podido decir en voz alta el recuerdo de los deseos de un padre para un mundo mejor para su hijo. Cuanto dolor contenido tenía aquel chico, apenas un niño, seguramente el reflejo de toda la galaxia.
            Zahn le pasó la mano por la el cabello que le caía sobre la frente. Le habían rescatado de entre los escombros ocho años atrás. Era un niño perdido y asustado. Estuvieron juntos aquellos primeros días en la misma enfermería y se formó entre ambos un extraño lazo de unión. Los dos habían perdido su familia: el pequeño Jonua a sus padres y hermanos. Y él a Arana, lo único que le había importado en el universo.
            – Duerme – le dijo en un susurro. Jonua sonrió, giró la cabeza y cerró los ojos.
            Dejó la habitación, contigua a la suya y sonrió. El hombre de acero, como alguno de sus hombres le llamaba, sonrió al ver por fin algo de vida en Jonua. Había intentado alejarse de él, dejándole en un mundo refugio de la rebelión algún tiempo, pero termina visitándole de vez en cuando. Eran lo más cercano a una familia que tenían ambos. Por fin, dos años antes, Zahn había aceptado los insistentes ruegos de Jonua para ir con él. La única condición fue que tenía que seguir estudiando a bordo de la Far Star. La tripulación no tardó en adoptarlo y desde el primer día se convirtió en el hijo de todos.
            Después de dejar a Jonua dormido, Zahn se quedó a su camarote alejándose del bullicio de hacía la tripulación, que continuaba con la celebración. Pero él quería estar solo.
            Mientras escuchaba un concierto de la orquestra de Theed, sacó de un falso libro una botella de coñac abrax, se llenó un vaso del licor aguamarina y la dejó sobre el escritorio. Palpatine muerto. Era el único pensamiento que tenía en la mente. El Emperador, a quien una vez juró lealtad infinita, ahora estaba muerto. El ser más poderoso que la galaxia había conocido, ya no existía. Jamás hubiera imaginado algo así y menos que sus ejecutores hubieran sido Mon Mothma y aquel calamar superevolucionado del almirante Ackbar. Habían vencido allí donde realmente nunca hubiera imaginado que lo harían. Pero al final la rebelión había triunfado. Alzó su copa de abrax y brindó por los vencedores de la batalla de Endor. Aun así sabía que el final de la guerra estaba muy lejos y que esta iba a ser tan dura y desesperada como hasta entonces. El poder era demasiado suculento para que los gobernadores y los grandes moff lo soltaran. Y sobre el ejército o la armada imperial, ciegos del mismo poder y ambición no se dejarían vencer tan fácilmente. Aunque sin Palpatine era un hecho que el Imperio había muerto, junto a su Emperador.
            Y mientras, él luchaba en su propia guerra en los Nuevos Territorios. Estaba solo, acompañado de un puñado de valiente y rebeldes. Aunque mejor les hubiera valido el apelativo de locos por enfrentarse al Imperio. Pero daría su brazo derecho por cada uno de ellos. Así que debía empezar a pensar en un plan. Unas horas antes no hubiera ni siquiera imaginado lo que estaba maquinando: no dejaba de ser un oficial de inteligencia, recabar información, analizar, y en ocasiones intervenir, pero siempre con todo el trabajo realizado, ese era su método. En otras circunstancias simplemente hubiera observado cual era el enemigo del Imperio entre aquellas estrellas. Tal vez hubiera intentado contactar con ellos, pero solo si las circunstancias lo hacían apropiado y seguro. Pero la muerte del Emperador y tal vez los años pasados junto a la rebelión, le hicieron tomar aquella arriesgada decisión.
            Zahn cogió uno de los últimos mensajes que habían descodificado del canal personal de aquellos oficiales de suministros y sonrió. Pronto dejarían de escuchar las conversaciones de los demás y se pondrían a trabajar. Entonces llamaron a la puerta de la cabina.
            – Los chicos me han pedido que le trajera esto – dijo su navegante iktotchi, sonriendo ampliamente con una botella de lum en la mano, claramente embriagada por el alcohol. Seeriu era una mujer normalmente seria y reflexiva, posiblemente por sus capacidades telepáticas y en aquel momento tenía un aspecto extraño, con sus huesos que se le marcaban en el cráneo bajo la piel rojiza y los cuerpos cayéndole sobre los hombros y la sonrisa de felicidad reflejaba en su rostro –. Pensaron que lo necesitaría, por la muerte del Emperador.
            – Os lo agradezco – replicó Zahn señalando la botella de coñac.
            – ¡Venga con nosotros! – le indicó Ajaan.
            – Así lo haré Seeriu – dijo levantándose –. Porque mañana empezaremos a trabajar de verdad. Y celebraremos de la mejor manera la muerte de Palpatine: acabando con su maldito Imperio.
            – Así se habla, señor.
  

Deep Space Nine


            La puerta hidráulica rodó a un lado y ante Lepira se abrió la promenade. En las tiendas y puestos había decenas de seres paseando y comprando: bajoranos, pakleds, ferengis, kressaris, skrreeas, tzenketis, los cardassianos de la delegación diplomática y comercial, incluso algún breen que iban y venían junto a soldados y oficiales imperiales fuera de servicio. No había regresado a Bajor desde la celebración de la victoria a bordo de la nave insignia de Vantorel. Y se alegró en ver que la vieja estación cardassiana había vuelto a recuperar el bullicio y la animación que tenía antes de la aparición del Dominion, cuando DS9 era un centro comercial de primer orden en toda la galaxia. Aunque tenía que reconocer que por aquel entonces no solía visitar mucho la estación, demasiado concurrida y con la mirada de demasiadas personas puesta en ella. Como responsable del ubictorado había preferido instalar su base de operaciones en la capital de Bajor, un lugar más discreto. Pero tras la victoria y la ocupación del sistema había pensado que era mejor trasladarse más cerca del agujero de gusano para protegerlo.
            Lepira se había puesto un traje civil y había llegado a bordo de uno de los cargueros de la compañía comercial que se suponía que dirigía. Había querido que fuera así, manteniendo su coartada de comerciante ante todo el mundo. A bordo de la estación, exceptuando al oficial al mando y por supuesto sus hombres, nadie más conocía su verdadera identidad. Primero porque su operativo de inteligencia trabajaba al ciento por cierto y porque así le era más fácil fundirse entre la gente de aquella galaxia y pasar desapercibido.
            Un joven bajorano le empujó y tras una rápida disculpa, prosiguió corriendo a través de la galería. Entonces se fijó que mucha gente se dirigía hacia el antiguo despacho del condestable Odo, ahora ocupado por el teniente Suba, del Buró de Seguridad Imperial. Frente a sus puertas se estaba concentrando un gran número de personas, la mayoría bajoranas, aunque también había muchos curiosos entre ellas.
            Dos stormtroopers, visiblemente nerviosos al encontrase en inferioridad numérica, intentaban contener a la multitud, que desde donde Lepira estaba, parecía que estaba encabezada por unos monjes. En aquel momento un pelotón de soldados de asalto, con sus armaduras blancas, salió de otra de las puertas hidráulicas y corrieron hacia la oficina de seguridad. Para el veterano oficial aquello estaba claro: se iba a producir un motín y se iba a derramar mucha sangre.
            – ¡Por fin le encuentro! – le asaltó uno de sus hombres, que trabajaba encubierto en la misma empresa que él.
            – ¿Qué ha pasado?
            – Han arrestado a Kasidy Yates-Sisko – le explicó bajando la voz, aunque con el ruido que se estaba formando era muy difícil que nadie pudiera escucharles –. Como es la esposa del Emisario, los monjes exigen que la dejen en libertad.
            – ¡El Buró de Seguridad, no podían ser más ineptos! – exclamó Lepira dirigiéndose corriendo, junto a su subordinado, hacia el despacho que tenía su empresa – ¡Vámonos, rápido!
            Este estaba situado junto a la oficina de la Corporación de Minerías Jupiter, en la plataforma este, al otro extremo de la ahora abandonada sastrería de Garak. Al entrar se sentó frente a la mesa del gerente, abrió el comunicador y tras introducir su clave de acceso se comunicó con el mayor Sheckil, jefe de la estación.
            – ¿Qué es lo que quiere? – le preguntó el altivo oficial rubio, visiblemente alterado y molesto por la inoportuna llamada del jefe del ubictorado del sector.
            – Suelte a Yates.
            – ¿Pero qué dice? – replicó este extrañado –. Es la esposa de un oficial en paradero desconocido. Nos han ordenado que detengamos a todas aquellas personas que puedan llevar hasta ellos.
            – Sí, pero Sisko también es el Emisario de los Profetas
            – Ya conozco esa historia mística…
            – El almirante Vantorel quiere que los bajoranos se unan al Imperio – le interrumpió Lepira con brusquedad –. ¿No querrá volver a fallar de como en Bespin verdad mayor?
            Aquello puso en guardia Sheckil, recordando cuando había dejado escapar a la princesa Leia Organa en la Ciudad de las Nubes y de la ira de Vader. Siempre se había preguntado por qué el Señor Oscuro de Sith no le había matado entonces con un simple pensamiento de su mente. Vader ya no estaba allí, pero no volvería a cometer el mismo error.
            – Muy bien – replicó Sheckil –. La soltaré, pero bajo su responsabilidad.
            La comunicación se cortó y Lepira se acomodó en la silla. Estuvo así unos segundos y por fin lanzó un largo suspiro de alivio, pasándose la mano por la frente. Había estado a punto de fastidiarse todos sus planes, lo que hubiera sido una catástrofe. Así que se tomó su tiempo para recuperar la compostura.
            Se levantó y salió a la promenade, donde unos minutos después el bullicio había empezado a disminuir, al tiempo que veía a Kasidy salir de la oficina de seguridad. La había conocido brevemente unos años atrás, cuando esta transportaba de contrabando equipos médicos y alimentos para el Maquis y se habían encontrado en diversas ocasiones. Esperaba que le recordara, así que pensó en acercarse a preguntarle cómo estaba.
            – Bien, gracias – le respondió está esgrimiendo una sonrisa. Iba acompañada por un boliano miembro de su tripulación y un bajorano –. Zepelin, ¿verdad?
            – Thomas Zepelin. Me alegro ver que se acuerda de mí – replicó Lepira.
            – Sí. Competimos por el contrato con el Ministerio de Comercio bajorano – indicó Kasidy –. Y casi consigue arrebatármelo.
            – ¿Le apetece tomar una copa? – preguntó al pasar junto a Quark’s –. Así podrá retomar un poco de aliento.
            – Gracias – asintió Kasidy y se sentaron en una de las mesas del local del ferengi, quien se acercó enseguida para saber que querían.
            – ¿Cómo estás? – le preguntó este con cierto alivio. Lepira se preguntó si por la liberación de Yates o por el fin del posible disturbio, que seguro que hubiera interrumpido sus negocios y por tanto de sus beneficios.
            – Bien. Gracias Quark.
            – Me he enterado… – el dueño del local bajó la voz, mirando de reojo a dos oficiales sentados en la barra – que su emperador ha muerto. Por eso están tan nerviosos.
            – ¿Podrías traernos unas bebidas? – le interrumpió Lepira, el ferengi anotó lo que querían y se marchó.
            – ¿Será cierta la muerte de Palpatine? – se preguntó Kasidy.
            – He oído ese rumor, pero creo que no es la primera vez que se habla de su muerte – confirmó Lepira, que quiso cambiar de tema de conversación –. ¿Debe de haber pasado un mal rato?
            – La verdad es que sí – replicó esta –. Uno no sabe a qué atenerse con esa gente.
            – Estoy de acuerdo. Vengo de llevar suministros a Klaestron y si soy sincero, estoy perdiendo mucho dinero por culpa de que hayan requisado todas mis naves.
            – Nosotros también hemos tenido que transportar equipos por todo el sector –explicó Brathaw, el ingeniero boliano de la Xhosa –. Y según nos han dicho, pronto nos dirigiremos a Cardassia.
            – Yo también he de dirigir mis naves allí – indicó Lepira en el momento en que Quark les traía las bebidas.
            – Me alegro que estés bien, Kasidy – le saludó el ferengi –. Te aseguro que ya pensaba en lo peor. Como ya he dicho no me gusta nada esos imperiales. Nunca imaginé encontrarme con alguien más arrogante que los cardassianos. Aunque por lo menos gastan su dinero aquí. Me alegro de que estés bien.
            – Gracias, Quark. Por cierto, ¿has vuelto a conectar a Vic’s?
            – Sí. ¡Y no me fue fácil! Las restricciones de energía son lo peor de todo. Y todos los programas han de pasar la censura imperial – continuó quejándose –. Vic estuvo a punto de no hacerlo, por tener control sobre su programa, ya sabes. Pero al final cedieron, aunque ya no puede estar conectado las veinte seis horas del día, tan solo la mitad. Y con ciertas restricciones en sus parámetros – entonces el ferengi se inclinó y continuó en un tono más bajo –. Pero Vic ya ha encontrado la manera de saltarse las barreras de sus nuevas limitaciones.
            Tras lo cual, el ferengi se alejó hacia la barra.
            – Ese Vic es el holograma que tiene conciencia, ¿verdad? – preguntó Lepira, con cierto alivio ante la marcha de Quark.
            – Sí. No parece un holograma – explicó Kasidy –. ¿Nunca ha estado en Vic’s?
            – No. Pero siempre he tenido ganas de ir – contestó con una media sonrisa.
            – Entonces le invito a cenar esta noche. Le aseguro que se lo pasará bien. Tendremos que celebrar de alguna manera la noticia de la muerte de ese tirano.


El Resplendent

            A la mañana siguiente de la celebración por la muerte de Palpatine, Zahn se dirigió a hablar con su navegante. En la nave flotaba un ambiente de resaca, de la docena tripulantes solo unos pocos estaban en pie: el resto dormía tras una noche de fiesta. Todos se lo merecían, habían luchado mucho en aquella guerra y aquello era el punto de inflexión de su rebelión. Ahora el Imperio estaba definitivamente tocado de muerte y aquellos aguerridos soldados lo sabían. Al igual que sabían que la guerra aun duraría mucho tiempo antes de que la República volviera a gobernar sus mundos.
            Subió a la cubierta del puente atravesando el salón de la tripulación, donde Jonua estaba leyendo varios hololibros sobre astrogración, era joven y aunque podía notarse el malestar por la resaca, había vuelto a sus estudios, casi recuperado de la noche anterior. Al llegar al piso superior Zahn se detuvo junto a la posición de su navegante.
            – Ajaan, necesito que me digas si sabemos dónde está Corinth IV… – indicó Zahn mostrándole una libreta de datos.
            – Está en nuestros mapas – le informó la iktotchi tras consultar con el ordenador de navegación, girándose hacia su superior con curiosidad –. ¿Para qué quieres saberlo?
            – Muy pronto uno de los oficiales de suministros ha de ir allí para ayudar en la construcción de una guarnición. El mensaje indica que en el planeta había una base estelar de la Federación  – le explicó al navegante –. Quiero saber más cosas sobre la gente de estos mundos antes de hacer nada. Y solo con las comunicaciones imperiales no podemos averiguar si le conviene a la rebelión contactar con ellos.
            – Estamos acostumbrados a incursiones en territorio enemigo, además no nos esperan – sugirió Ajaan pensativa, también había llegado a la misma conclusión que Zahn sobre lo limitados que estaban en aquel momento sobre los conocimientos de los mundos y habitantes de aquella galaxia –. Entramos, investigamos y salimos sin que nadie se haya dado cuenta de nada. Me parece bien.
            – Entonces prepáralo todo – le indicó Zahn que estaba cansado de estar sentado y necesitaba un poco de acción. Y como podía ver en la actitud de su navegante, su tripulación también pensaba igual. Normalmente la iktorchi era reflexiva y prudente, pero ahora su rostro también se había animado ante la sugerencia de tomar la iniciativa a los acontecimientos y que estos no les arrastraran.
            Pocos minutos después el crucero consular viraba y aceleraba hasta saltar al hiperespacio rumbo hacia la Base Estelar 38.


El Carida

            El almirante Vrad Corran era un hombre alto y corpulento, cuyas facciones rectas y duras le daban un aire temible. Este observaba los restos de la batalla, los pedazos de las naves sheliaks estaban esparcidos alrededor de aquella colonia. La Corporación Sheliak se había negado reiteradamente en pactar con el Imperio y ahora iba a ser sometida a un merecido castigo. Aquel era el primer asalto: la colonia de Tau Cygna V, estaba siendo barrida de la faz de la galaxia bajo los turbolásers de su nave insignia, un destructor pesado de la clase Allegiance. Donado a la marina imperial por el gobierno de Carida, el planeta sede de la Academia Militar, tenía dos mil doscientos metros de largo y casi el doble de potencia de fuego de un destructor de la clase Imperial. Pensaba en lo inconcebible que había sido el desprecio que habían desplegado los sheliaks, al llamar “infección humana” a los enviados imperiales. Se habían negado incluso a entablar negociaciones. Ahora observaba como aquel planeta era vaporizado, mientras el fuego, el humo y el vapor empezaban a ocultar la superficie.
            – El Clairvoyance informa que ha tomado contacto con fuerzas enemigas en Armens – le informó su enlace de comunicaciones.
            – Magnífico, dígale al capitán Merus que se ensañe con esas cosas como si estos hubieran asesinado al Emperador.
            El ayudante asintió y se dirigió hacia las consolas de comunicaciones. La elección de aquellas dos colonias no era casual. Armens era el sistema que la Federación había cedido en un tratado para que fuera colonizado por los sheliaks, firmando un tratado que contaba con 500.000 palabras y había sido confeccionado por 372 especialistas lingüistas. Todo porque aquellas criaturas se creían superiores a los humanos. Cuanta arrogancia que él mismo se ocuparía de disipar para siempre. En Tau Cygna V había ocurrido algo parecido unos años más tarde, cuando las exigencias sheliaks habían provocado la evacuación de una colonia de humanos que hacía décadas que estaba asentada, todo para evitar un enfrentamiento. Que débil era la Federación, pensó Corran. ¿Y aquella era la potencia que tanto temían los agentes de inteligencia? Que cedían sus mundos para no enfrentarse en una guerra abierta. Corran prefería los klingons o los romulanos, razas de soldados como él mismo, arrogantes, seguros de sí mismos: enemigos a tener en cuenta, no aquella Federación. La derrota de los sheliaks al menos sería la prueba de la superioridad humana en aquella galaxia. Y un primer tributo tras la muerte del Emperador, aquella victoria sería dedicada a Palpatine.
            – Detectamos tres naves de combate enemigas aproximándose, almirante – le indicó su jefe de estado mayor.
            – Ordene que el capitán Jerjerrod y su Nebula tomen el relevo del bombardeo orbital. Y vire para interceptarlos.
            – Sí señor.

  

Deep Space Nine


            Sheckil estaba en el despacho estudiando los informes de situación de la estación. Las quejas del jefe de mantenimiento sobre las constantes averías que tenía que hacer frente habían disminuido en las últimas semanas. Aunque antes del ataque se había preparado un grupo de ingenieros para que se ocuparan de la antigua estación cardassiana, la situación se había desbordado de tal manera que habían tenido que pedir ayuda a los bajoranos. Obviamente no era una situación del agrado de Sheckil al aumentar los riesgos en la seguridad, pero el equipo enviado por el general Alhana, el bajorano que había sido designado como responsable de la seguridad en Bajor, había logrado recudir las averías y quejas de visitantes y tripulantes de manera drástica, y por el momento no había ocurrido ningún acto de sabotaje. Otros informes que tenía eran las peticiones de tránsito de la estación, que iban en aumento a medida que la normalidad tras la invasión se extendía por el cuadrante. Aunque este incremento en la llegada de naves significaba una ampliación en las peticiones de mantenimiento de las mismas, de combustible y aprovisionamiento. Por suerte este había sido subcontratado a una empresa externa: Hazar-Zepelin Corporation.
            Aunque no estuviera en su jurisdicción Sheckil también leía los scandocs procedentes de Bajor, sabía que cualquier cosa que ocurriera en el planeta, se extendía a su estación. Por ahora el nuevo gobierno encabezado por kai Winn, junto al general de la milicia Alhana se esforzaban por mantener el orden, aunque era normal que se produjeran algunos tumultos aislados, pero cada vez se producían más y con mayor brevedad. Sobre todo después que se extendiera que Shakaar, el primer ministro, había escapado del cautiverio y seguía la lucha contra el Imperio. Por suerte la mayoría de los alborotos eran de poca importancia, pintadas y algunas deserciones de miembros de la milicia, el último grupo había sido apenas un día antes a bordo de una nave de asalto, y aquello sí era preocupante.
            – Mayor, una de las naves que se aproxima a la estación ha dejado de transmitir – indicó por el comlink el oficial de guardia. Sheckil salió del despacho y ordenó que pusieran en la pantalla su aproximación, pero los sensores no lograban dar una imagen clara.
            » Antes de enmudecer informaron de fallos en su reactor – siguió informando de la situación –. Ahora las distorsiones radioactivas nos impiden hacer una lectura clara.
            – ¿Estaba prevista la llegada de esa nave?
            – Es la ruta y el horario de un carguero xepolite, señor – respondió uno de sus subalternos –. El registro indica que es el Tarjok.
            – Está a punto de entrar en nuestro perímetro defensivo, señor – indicó el oficial táctico.
            – Alcen los escudos – ordenó Sheckil con tranquilidad –. Preparen armamento. Abran fuego cuando entren en alcance.
            – Cinco seguros para abrir fuego – indicó el artillero –. Torpedos de fotones fijados en objetivo. Cuatro segundos.
            En el exterior de la estación los lanzadores de torpedos y los emisores phaser pesados que la Flota Estelar había instalado para defenderse del Dominion se activaron. Se retiraron las cubiertas y estos se prepararon para abrir fuego de nuevo.
            – ¡Detecto tres naves separándose del carguero! – ladró el técnico de sensores –. Estaban enmascarados alrededor de la radiación. Son... ¡del jem’hadar!
            – ¡Fuego a discreción! – ordenó Sheckil e instantes después el armamento instalado por la Federación años atrás empezó a abrir fuego contra las tres pequeñas naves, que a su vez habían respondido al ataque y se movían para evitar los proyectiles disparados contra ellas.
            En el duelo una de las tres naves fue destruida antes de que alcanzar el perímetro cercano de la estación. Otra se separó de su pareja y se lanzó directamente contra una fragata Nebulon-B que estaba virando lentamente para poder apuntar sus turbolásers, desapareciendo las dos en una bola de fuego. Finalmente la última de las naves del jem’hadar también fue destruida por los disparos de DS9 mientras intentaba mantener una trayectoria que la llevaría a impactar la zona del centro de operaciones.
            – ¡Informe de daños! – ladró Sheckil mientras un técnico apagaba el fuego de una de las consolas que se había sobrecargado y explotado durante el corto combate –. Que los cazas acaben con ese carguero...
            – Ha escapado, señor.
            – ¡Que lo persigan!
            – Por el agujero de gusano, señor.
            – ¿Qué? – exclamó atónito Sheckil –. ¡Por todos los diablos! Llame inmediatamente al almirante Vantorel. Prioridad máxima.
            Poco después Sheckil se sentaba en el asiento de su despacho tras hablar con Vantorel, el cual le indicó que se dirigía hacia Bajor de inmediato.
            Aquel era el fin de su carrera, ya había acumulado demasiados errores, pensó Sheckil.


Continuará…

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