Nuevo
Orden
Tercera parte.
Dique Espacial, la Tierra
La
reunión se había convocado con carácter de urgencia. Estaban presentes todos
los oficiales superiores y los jefes de los diferentes sectores y almirantes de
las flotas y generales del ejército, así como a los encargados de algunos
planes civiles y políticos. Nadie sabía el motivo aquel repentino requerimiento
y sus expresiones especulativas y llenas de curiosidad lo demostraban. Tampoco
conocían la entrevista que habían tenido Daran y Molzer con Xabor unas horas
antes en aquella misma sala.
Los
dos responsables de la invasión sabían que la noticia de la muerte de Palpatine pronto se sabría. En los
próximos días estaba prevista la llegada de ocho convoyes procedentes de su
galaxia, dos de ellos pertenecientes a empresas corporativas que se iban a
instalar en los Nuevos Territorios. Intentar esconder aquella noticia era imposible.
Así que su mejor opción había sido enfrentarse a ella, en el lugar y en la
manera que ellos deseaban.
Y
el primer paso era hablar con Xabor. Al darle la noticia este palideció de
golpe e incluso había tenido que apoyarse en la mesa para no caerse al suelo.
Molzer le había ofrecido agua, pero que el oficial rechazó con un brusco gesto.
Así, en silencio, con aquel hombre de metro noventa de excelente fuerza física,
sin poder mantenerse en pie, pasaron los minutos. Hasta que poco a poco logró
recobrar la compostura.
Daran
había expresado el gran pesar y el dolor que sentía en aquel momento, y no
podía imaginar lo que podía ocurrirle a una persona que había estado tan cerca
del Emperador. Luego se refirió a la misión que les había sido encomendada y
que en aquellos momentos debía ser mantenida a toda costa. Su deseo de extender
el Nuevo Orden a aquella galaxia y
de mantener el espíritu del Imperio vivo, de tal forma que todo su trabajo
sirviera para respetar la voluntad de Palpatine. Y para ello necesitaban
mantenerse unidos en aquellos tristes momentos y mostrar una única voluntad
frente a aquellos más débiles. Xabor le estuvo escuchando en silencio, para
asentir y visiblemente alterado, abandonar la sala sin mediar palabra alguna.
Por
lo menos hasta pocos minutos antes de iniciar la reunión con el resto de mandos
imperiales. Xabor había entrado en su despacho, ataviado con su uniforme
carmesí de la guardia real.
–
El fuego del Emperador ha de mantenerse encendido – se limitó a decir.
–
Que así sea – replicó Daran, reconociendo en su interior la gran teatralidad de
aquel miembro de los Protectores Soberanos Imperiales. Le dejaba claro que para mantener el control de los Nuevos
Territorios era imprescindible que trabajaran juntos. Pero al mostrar sus
ropajes rojos como la sangre, también le estaba comunicando que no iba a
dejarse usar por él.
Ahora
al entrar en la sala, los presentes pudieron ver a Xabor a la derecha del moff
supremo, con su uniforme carmesí y a la izquierda Molzer. También se había
puesto la elegante, y en cierta manera siniestra, túnica morada, coronada por
un sombrero escalonado, que le identificaba como asesor del Círculo Interno del Emperador y uno de los miembros del verdadero gobierno central del
Imperio y ejecutaba la voluntad del Emperador. Daran, que llevaba un simple
uniforme gris únicamente decorado con la placa de moff supremo, prolongó el
silencio que se había formado al entrar durante un rato, para provocar ansiedad
y nerviosismo en sus oficiales. Luego comunicó a los presentes la tan terrible
noticia:
–
El Emperador ha muerto en Endor,
junto a la segunda Estrella de la Muerte.
En
sus rostros se podía ver con claridad su consternación, en algunos incluso el
miedo en sus ojos. Nadie podía creerlo. Era algo inconcebible. Luego Daran dio
un discurso parecido al que había dado a Xabor: de la labor que estaban
haciendo en los Nuevos Territorios y en que esta debía de continuar en memoria del
Emperador difunto. Concluyó con frases de aliento para sus oficiales y que
juntos podría acabar lo que era deseo de Palpatine y extender el Nuevo Orden en
los Nuevos Territorios.
–
Caballeros, sé que será difícil, pero también sé que lo conseguiremos –
concluyó Daran –. Ahora hemos de pensar en la manera de consolidar nuestras
conquistas.
»
Haremos un descanso. Este es un momento muy duro para todos nosotros. Les ruego
que mantengan la máxima discreción en este asunto, por lo menos hasta anunciar
la noticia al resto de nuestros hombres. Debemos mantener alta la moral y
prepararnos para el futuro. Este es un lugar lleno de oportunidades para la
gente audaz. Les convoco para dentro de una hora.
El
moff supremo se levantó, seguido de Molzer y Xabor, abandonando los tres la
estancia. En esta los diferentes asistentes se agruparon en parejas o tríos,
comentando la terrible noticia. Algunos salieron de la sala.
Eckener permaneció sentado sin
hablar con nadie. Asimilando la noticia. Conocía bien a Daran y sabía que
pretendía quedarse. Sin asegurarse el apoyo de los recursos que disponía el
Imperio en su galaxia su situación era precaria, y la mayoría de los oficiales
de aquella sala lo sabían. Se resumían fácilmente: pocos hombres, pocas naves,
y un inmenso espacio que controlar. Pensando fríamente lo primero que debía de
hacerse era encontrar nuevas fuerzas y asegurarse el abastecimiento, el envío
del material y los equipos, tanto técnicos como humanos, que tenían aun que
llegar de su galaxia.
Osewn observó la sala y los
oficiales que la poblaban. Todos estaban afectados, era evidente. Pero también
podía notar una extraña sensación. Una clara intuición sobre una de las últimas
frases que había pronunciado Daran: “Este
es un lugar lleno de oportunidades para la gente audaz”. Aquello había sido
un reto lanzado al aire y por lo que parecía aquellos hombres lo habían captado
perfectamente. Todos eran ambiciosos, codiciosos y ante ellos se abría una
oportunidad única que no podían rechazar. Y no podía olvidar la presencia de
Xabor, con su uniforme carmesí de la Guardia Real del Emperador, aquello era
como una provocación. O más bien una demostración de su poder: si era capaz de
controlar a los hombres más fanáticos de Palpatine, cualquiera se doblegaría
bajo su poder. El nuevo Emperador.
Una
hora después la conferencia se reanudaba. Daran continuó con su discurso de
exhortación al Nuevo Orden, a la memoria del Emperador y que ellos honrarían su
memoria acabando de someter los Nuevos Territorios.
–
Bien caballeros, la nueva situación hace evidentes algunos cambios en nuestras
operaciones y política – dijo concluyendo su discurso –. Nuestros esfuerzos han
de centrarse en consolidar nuestras posiciones a lo largo de toda galaxia. En
algunos casos es posible que incluso retirarnos de los mundos menos importantes
y reforzar otros que ahora por su situación estratégica, producción industrial
o población, tengan mayor relevancia. A grandes rasgos se mantendrán las
políticas iniciadas en todos los mundos, aunque tendremos que tener menos
paciencia que antes. También deberemos flexibilizar a largo plazo las normas de
reclutamiento, así como hacerla forzada entre las diferentes especies
humanoides más puras. Aunque antes de estos el trabajo de reeducación en estas
especies ha de potenciarse…
A
petición de Daran, Eckener se dirigió al despacho del moff supremo tras
concluir la reunión.
–
Necesito que hagas un trabajo muy importante – dijo Daran sin evasivas –. Lo
primero que tenemos que hacer es obtener ciertas garantías en nuestra galaxia y
mantener el grado de suministros y esas cosas.
–
Comprendo.
–
Bien, pero también necesitamos saber que está sucediendo en casa. Llevamos un
retraso con relación a los acontecimientos. Necesito que una persona de total
confianza para que regrese y estudie la situación. Y solo puedo confiar en ti.
–
¿A quién más vas a enviar?
Daran
esgrimió una sonrisa de complicidad ante la sagacidad de su amigo.
–
Quiero que el general Kartner traslade de manera inmediata todo el material
logístico que está almacenado en nuestra galaxia para nosotros y que así no
caigan en otras manos. Con esos suministros podremos mantener nuestra
maquinaria en funcionamiento por lo menos los próximos meses. Ordenará a
Ferrie, como jefe de operaciones, que tenga planes de contingencia para
apoderarse de suministros en nuestra galaxia si es necesario. Mientras yo me
encargaré de hablar con las empresas privadas que estas estrellas no dejan de
ser un gran mercado virgen para obtener beneficios. Espero lograr ser
autosuficientes en menos de un año.
»
Molzer viajará al Centro Imperial, tiene buenos contactos en Coruscant, pero lleva apartado
demasiado tiempo y su enemistad con Sate Pestage no augura nada bueno. Ya logró apartarle de la corte al convencer
al Emperador que le asignara esta misión y desde que Palpatine se centró en la
búsqueda de ese tal Luke Skywalker,
como Gran Visir, Pestage es quien
gobierna de facto el Imperio.
»
Pero tú irás para averiguar que está sucediendo de verdad. He de entregarte una
carta de presentación para Ysanne Isard.
¿Puedes abandonar tus obligaciones aquí?
–
No creo que haya problemas, mi segundo puede sustituirme. Y todos los
responsables de sectores trabajan de forma independiente. El ubictorado no se
parará por mi ausencia. Tan solo necesitaré un día o tal vez dos – indicó
Eckener tras pensar unos segundos –. Quiero hablar con los jefes de sector y
dejarles claro cuál será su trabajo y lo que se espera de ellos a partir de
ahora.
–
Perfecto. Partirás cuando lo dejes todo dispuesto. Porque hay otra cosa que
quiero que hagas: si estoy en lo cierto y el caos se apodera de los antiguos
dominios de nuestro Emperador, será un campo abonado para reclutar más tropas y
naves que vengan hasta aquí. Quiero que organices, con los contactos que
tenemos allí, una red para detectar posibles candidatos.
USS Enterprise
Picard acabó de leer el informe
entregado por Sisko. Lo dejó sobre la mesa de su despacho y miró fijamente al
antiguo comandante de DS9. Habían transcurrido más de siete años desde su
encuentro en la anterior Enterprise. Entonces Picard se
encontró con un oficial resentido que quería dejar la Flota y con un odio
acumulado hacia Locutos el borg, el nombre
que le habían asignado el colectivo
tras asimilarle. Como zángano había dirigido el cubo durante la Batalla de Lobo 359, donde había muerte la esposa del, por entonces, primer oficial
de la Saratoga. Ahora Benjamin Laffayet Sisko era uno de los hombres
más respetados de la Flota, héroe de la Guerra contra el Dominion y un líder respetado.
–
Su propuesta es arriesgada – indicó Jean-Luc –. Más bien osada.
–
Así es. Pero hemos de aprovechar esta oportunidad, el tiempo corre en nuestra
contra, cada instante puede costar vidas. Tal vez dentro de unos meses hayan
trasladado las instalaciones – explicó Sisko –. Cuanto más esperemos las
probabilidades aumentan.
–
El otro riesgo que veo es que también haría que descubrieran nuestra
existencia. Y
no somos una fuerza lo suficientemente poderosa como para hacer frente al
Imperio – continuó argumentado Picard en contra –. Todavía.
– Más tarde o más temprano tendremos
que mostrarnos – replicó Sisko –. Y hay otro hecho. Este ataque demostrará a la
galaxia que la Flota no está vencida, que resistimos y alentará a nuestros
conciudadanos y nuestros mismos compañeros que están ahí fuera. Sin olvidar que
esta operación nos beneficiará en aspectos como…
– Sí, ya los he visto, capitán – le
interrumpió Picard.
– Me ordenó planear un ataque – le
increpó Sisko –. Hay tiene dos simultáneos. Cogeremos a nuestro enemigo
completamente desprevenido. No sabrán lo que les ha ocurrido hasta que estemos
bien lejos. Necesitamos un golpe que demuestre que no estamos acabados. También
les decimos que han de tener cuidado con nosotros.
– Muy bien, prepare los
ataques capitán Sisko.
»
Una última cosa. La presidenta Troi me ha entregado una solicitud del primer
ministro Shakaar. Nos pide oficialmente que utilicemos a su personal a bordo de
nuestras naves. Sé que la mayor Kira ha participado en numerosas operaciones a
bordo de la Defiant y que el traslado
del comandante Worf ha provocado una vacante en su oficialidad. Supongo que ya
habría pensado en la coronel para ocupar su puesto. Si es así, ahora es una
orden. Si no, cuente con ello.
» Empiece a organizar su operación y
buena suerte. O mejor dicho: buena caza.
– Gracias, capitán.
El
Resplendent
El
interior del viejo crucero de la clase Consular no había recuperado el
esplendor de antaño, pero era una nave confortable para sus ocupantes. Lo
habían comprado con el dinero que Zahn tenía escondido para emergencias poco
después de “unirse” a para la
rebelión, a un comerciante toydariano
llamad Watto de Tatooine que se encontraba en verdaderos apuros económicos con un
señor del crimen hutt. Su estado era
ciertamente lamentable, aun así sus motores estaban en buenas condiciones y
conservaba parte del equipo de comunicaciones de la Antigua República, aunque algo corroído y anticuado. Aun así lo
compró y a través de una adquisidora twi’lek
consiguieron las piezas que necesitaban para repararla y acondicionarla. Además
de remozar los motores y equiparla con sistemas electrónicos modernos, también
se instalaron cañones láser y misiles de protones, todo ello bien oculto de la
vista y de los sensores. Luego la nave fue matriculada en una empresa comercial
corelliana y empezó a trabajar para el departamento de interceptación y
criptografía de la inteligencia rebelde.
Con recursos limitados, y equipos inadecuados, aquel trabajo era una pérdida de
tiempo, pudiendo descifrar solo comunicaciones de bajo nivel que apenas
aportaba información al titánico esfuerzo de la lucha contra la tiranía. Pero
en una incursión para apoderarse de suministros imperiales se habían apoderado
de un descodificador de los que se usaban para las comunicaciones de alto
nivel. Desde entonces habían podido mejorar sus éxitos, pero aunque tenían la
máquina, no siempre poseían los códigos, lo que les dejaba tan tuertos como
siempre lo habían estado.
Hacía
unas semanas que se había separado de la Far Star. Estaban mejor equipados
que la fragata de ataque para misiones de espionaje, además dividiendo sus
efectivos, una de las dos naves podría regresar e informar de las sus pesquisas
realizadas, si eran descubiertos por el Imperio. Por si ocurría aquella
eventualidad el Resplendent había
sido modificado para poder saltar al superhiperespacio. Una media de seguridad
que a nadie le había parecido mal, ya que desde siempre se había pensado que
aquel viejo crucero podría servir como cápsula de escape por si e la Far Star algún día era alcanzado de
muerte.
Gracias a los datos capturados en los
cargueros tenían mapas de algunas regiones de los Nuevos Territorios, aunque
con escasa información sobre aquellos mundos, exceptuando la posición de las
bases de tránsito y almacenes de suministros. Pero precisamente aquellos eran
los lugares que necesitaban, ya que eran los destinos de donde las naves
imperiales se reagrupaban una vez llegaban a aquella galaxia, convirtiéndolos
en sistemas muy transitados. Para empezar había escogido la Estación Llegada
Uno, cuyas instalaciones reflejaban la importancia del lugar como su nombre
daba a entender y en la órbita del cuarto planeta había una estación espacial,
junto a dos complejos de astilleros compuestos por 15 puentes de trabajo unidos
cada uno, que era capaces de albergar, como en aquel momento, a sendos
destructores de la clase Imperial en reparación. Además de
medio centenar de transportes y nave contenedores, incluyendo una pareja de
gigantescas Naves Conteiner con Campo de Seguridad de Loromar, que eran tan pesadas y grandes que para frenar necesitaba
35 horas y 600 millones de kilómetros. Aquella presencia enemiga demostraba que
estaban en el lugar adecuado. Aprovechando el desconocimiento de su llagada se
situaron dentro del sistema, escondiéndose en la capa superficial de uno de un
gigante gaseoso, donde desplegaron sus antenas y sensores, y empezaron rastrear
las comunicaciones, y observar sus movimientos sin ser advertidos.
Sin bases de apoyo, ni planetas
propios donde colocar repetidores del sistema de comunicaciones holográfico,
Zahn había deducido que el Imperio utilizaría transmisiones de larga distancia
ultracompactas, para sortear las gigantescas distancias de la galaxia. El
inconveniente que tenían estos era que siempre debían de transmitirse en lo
mismo canal y que los prefijos de seguridad eran cambiados con intervalos de
tiempo bastante largos, por tanto su descodificación era más fácil. Para ello
contaban con uno de los ordenadores criptográficos más avanzados de su galaxia,
y sobre todo el joven cereano
Al-Ger-To, poseedor de un cerebro binario muy complejo, que le dotaba de una
gran habilidad matemática para el arte de desciframiento de códigos.
No
tardaron en captar los primeros mensajes y enseguida empezaron a trabajar para
descodificar el prefijo de aquellos scandocs. Si se seguían los
procedimientos estándar, las comunicaciones de más alto nivel estarían
fuertemente cerradas y selladas por varios prefijos, no así las de más bajo,
como peticiones de suministros o cosas similares. Por tanto se centraron en
estas últimas. Y pronto lograron descodificar uno de los códigos y así
localizar las peticiones de aprovisionamiento. Aquello era precisamente lo que
deseaban, ya que tras el análisis de los mensajes podrían hacerse una idea de
la situación de las fuerzas imperiales: sus reservas, que artículos o piezas de
recambio necesitaban más, que lugares eran más propensos al desgaste del
material, etcétera. Así como averiguar que unidades estaban combatiendo, cuales
habían sido establecidas como guarniciones, o cual era la que se estaba
rearmando. Una auténtica mina de oro.
Luego
lograron romper otro código. Este era uno personal y no parecía tener mucho
valor, pero poco a poco a Zahn se le abrieron los ojos. Eran conversaciones
entre diversos oficiales de suministros destacados en diferentes partes de los
Nuevos Territorios. Hablaban sobre todo de las diferentes especies que habían
sido conquistadas: había una Federación,
un Imperio Klingon y otro llamado Unión Cardassiana que ponía nervioso a
uno de los oficiales, porque no paraban de entregarle peticiones de material y
personal. Parecía que el Imperio había pactado con una de las potencias de la
galaxia. Otro mensaje del mismo oficial alababa las comodidades de sus nuevos
aposentos en un planeta llamado Betazed
y lo pacíficos que eran los ciudadanos de la Federación.
Finalmente
lograron penetrar en uno puramente militar, el cual fue de mucha utilidad.
Desde entonces tuvieron acceso a diversos informes y memorándums de una de las
flotas imperiales. En uno de ellos se informaba de una operación de despliegue
de tropas en un planeta llamado Relva
y de la poca resistencia de la población. Otro hablaba de los movimientos de un
grupo que perseguía a naves de la Federación que aún no habían sido
neutralizadas cerca del sector 97.
Otro se refería a diversas instrucciones de procedimiento, las cuales debían
cumplirse a rajatabla y estaba sujetas a grabes penalizaciones. Una de estas
medidas era la de mantener los escudos y campos de fuerza alzados en todas las
instalaciones y naves. Aquello era realmente extraño para Zahn, ya que
significaba un gasto enorme de energía y de combustible.
Poco
a poco y a grandes rasgos se hicieron una idea de lo que estaba ocurriendo en
los Nuevos Territorios. La ofensiva de conquista había concluido con éxito, pero
no habían acabado con toda la resistencia. Era en esta donde debía centrar sus
esfuerzos. Zahn tenía que encontrar los supervivientes y descubrir cómo estaba
de organizada. Pero antes de hacer nada debía de averiguar cuál era la
naturaleza de esa Federación o del Imperio Klingon y saber si estos serían
afines a las ideas de la rebelión para pactar con ellos contra su enemigo común.
Entonces
ocurrió. Zahn estaba analizando la información que habían recopilado, sentado
en el antiguo comedor de gala, que junto al salón ahora eran estancias comunes,
donde uno podía leer una holonovela del archivo, jugar una partida a sabacc o a ajedrez dejarik, cuando
recibieron una comunicación enviada por todos los canales imperiales. Un
holomensaje del propio Daran que anunciaba la muerte de Palpatine.
La
noticia dejó helado a Zahn. Toda la tripulación del Resplendent escuchó el discurso de exhortación a los valores del
Nuevo Orden, que todas las operaciones y misiones continuarían sin
interrupción, y del inicio a un año de luto. Pero a bordo se celebró la muerte
de Palpatine como nunca lo habían hecho por nada. Ni por la destrucción de la Estrella de la Muerte en la Batalla de Yavin unos
años atrás. Alguien sacó unas botellas de cerveza lum, todos bebieron felices, incluso Jonua que nunca le dejaban beber acabó
borracho y vomitando.
Zahn
le metió en su cama después de sacarle del baño. El chico nunca había estado
tan feliz, ni cuando le regalaron la moto deslizadora Halcón Estelar de Ikas-Ando
para su último cumpleaños. Su felicidad se reflejaba en su rostro, en su
mirada.
–
Ahora todo volverá a ser como antes – dijo balbuceando, con las mejillas
sonrojadas y los ojos brillantes por el alcohol –. Seremos libres y los Jedi
regresarán para hacer justicia. ¿Verdad?
–
Sí, claro que sí Jonua – replicó Zahn cubriéndole con la manta.
–
Cuando muriera el Emperador volverán los Caballeros Jedi y la oscuridad dejará paso a la luz. Me lo dijo mi padre – explicó con
una sonrisa. Estaba completamente ebrio de felicidad.
Era
la primera vez que Zahn le oía hablar de su padre, de su familia asesinada por
el Imperio. Nunca hablaba de ellos, pero con aquella frase supo que nunca había
dejado de pensar en ellos y que había guardado lo que le había dicho su padre
en su interior, como el mayor de los tesoros hasta que por fin, con la muerte
del tirano, había podido decir en voz alta el recuerdo de los deseos de un
padre para un mundo mejor para su hijo. Cuanto dolor contenido tenía aquel
chico, apenas un niño, seguramente el reflejo de toda la galaxia.
Zahn
le pasó la mano por la el cabello que le caía sobre la frente. Le habían
rescatado de entre los escombros ocho años atrás. Era un niño perdido y
asustado. Estuvieron juntos aquellos primeros días en la misma enfermería y se
formó entre ambos un extraño lazo de unión. Los dos habían perdido su familia:
el pequeño Jonua a sus padres y hermanos. Y él a Arana, lo único que le había
importado en el universo.
–
Duerme – le dijo en un susurro. Jonua sonrió, giró la cabeza y cerró los ojos.
Dejó
la habitación, contigua a la suya y sonrió. El hombre de acero, como alguno de
sus hombres le llamaba, sonrió al ver por fin algo de vida en Jonua. Había
intentado alejarse de él, dejándole en un mundo refugio de la rebelión algún
tiempo, pero termina visitándole de vez en cuando. Eran lo más cercano a una
familia que tenían ambos. Por fin, dos años antes, Zahn había aceptado los
insistentes ruegos de Jonua para ir con él. La única condición fue que tenía
que seguir estudiando a bordo de la Far
Star. La tripulación no tardó en adoptarlo y desde el primer día se
convirtió en el hijo de todos.
Después
de dejar a Jonua dormido, Zahn se quedó a su camarote alejándose del bullicio
de hacía la tripulación, que continuaba con la celebración. Pero él quería estar
solo.
Mientras
escuchaba un concierto de la orquestra de Theed,
sacó de un falso libro una botella de coñac abrax, se llenó un vaso del licor aguamarina y la dejó sobre el escritorio.
Palpatine muerto. Era el único pensamiento que tenía en la mente. El Emperador,
a quien una vez juró lealtad infinita, ahora estaba muerto. El ser más poderoso
que la galaxia había conocido, ya no existía. Jamás hubiera imaginado algo así
y menos que sus ejecutores hubieran sido Mon Mothma y aquel calamar superevolucionado del almirante Ackbar. Habían vencido allí donde realmente nunca hubiera
imaginado que lo harían. Pero al final la rebelión había triunfado. Alzó su
copa de abrax y brindó por los vencedores de la batalla de Endor. Aun así sabía que el final de la guerra estaba
muy lejos y que esta iba a ser tan dura y desesperada como hasta entonces. El
poder era demasiado suculento para que los gobernadores y los grandes moff lo
soltaran. Y sobre el ejército o la armada imperial,
ciegos del mismo poder y ambición no se dejarían vencer tan fácilmente. Aunque
sin Palpatine era un hecho que el Imperio había muerto, junto a su Emperador.
Y
mientras, él luchaba en su propia guerra en los Nuevos Territorios. Estaba
solo, acompañado de un puñado de valiente y rebeldes. Aunque mejor les hubiera
valido el apelativo de locos por enfrentarse al Imperio. Pero daría su brazo
derecho por cada uno de ellos. Así que debía empezar a pensar en un plan. Unas
horas antes no hubiera ni siquiera imaginado lo que estaba maquinando: no
dejaba de ser un oficial de inteligencia, recabar información, analizar, y en
ocasiones intervenir, pero siempre con todo el trabajo realizado, ese era su
método. En otras circunstancias simplemente hubiera observado cual era el enemigo
del Imperio entre aquellas estrellas. Tal vez hubiera intentado contactar con
ellos, pero solo si las circunstancias lo hacían apropiado y seguro. Pero la
muerte del Emperador y tal vez los años pasados junto a la rebelión, le
hicieron tomar aquella arriesgada decisión.
Zahn
cogió uno de los últimos mensajes que habían descodificado del canal personal
de aquellos oficiales de suministros y sonrió. Pronto dejarían de escuchar las
conversaciones de los demás y se pondrían a trabajar. Entonces llamaron a la
puerta de la cabina.
–
Los chicos me han pedido que le trajera esto – dijo su navegante iktotchi, sonriendo ampliamente con una
botella de lum en la mano, claramente embriagada por el alcohol. Seeriu era una
mujer normalmente seria y reflexiva, posiblemente por sus capacidades
telepáticas y en aquel momento tenía un aspecto extraño, con sus huesos que se
le marcaban en el cráneo bajo la piel rojiza y los cuerpos cayéndole sobre los
hombros y la sonrisa de felicidad reflejaba en su rostro –. Pensaron que lo
necesitaría, por la muerte del Emperador.
–
Os lo agradezco – replicó Zahn señalando la botella de coñac.
–
¡Venga con nosotros! – le indicó Ajaan.
–
Así lo haré Seeriu – dijo levantándose –. Porque mañana empezaremos a trabajar
de verdad. Y celebraremos de la mejor manera la muerte de Palpatine: acabando
con su maldito Imperio.
–
Así se habla, señor.
Deep Space Nine
La
puerta hidráulica rodó a un lado y ante Lepira se abrió la promenade. En las tiendas
y puestos había decenas de seres paseando y comprando: bajoranos, pakleds, ferengis, kressaris, skrreeas, tzenketis, los cardassianos
de la delegación diplomática y comercial, incluso algún breen que iban y venían junto a soldados y oficiales imperiales
fuera de servicio. No había regresado a Bajor
desde la celebración de la victoria a bordo de la nave insignia de Vantorel. Y
se alegró en ver que la vieja estación cardassiana había vuelto a recuperar el
bullicio y la animación que tenía antes de la aparición del Dominion, cuando DS9 era un centro
comercial de primer orden en toda la galaxia. Aunque tenía que reconocer que
por aquel entonces no solía visitar mucho la estación, demasiado concurrida y
con la mirada de demasiadas personas puesta en ella. Como responsable del ubictorado había preferido instalar su
base de operaciones en la capital de Bajor, un lugar más discreto. Pero tras la
victoria y la ocupación del sistema había pensado que era mejor trasladarse más
cerca del agujero de gusano para
protegerlo.
Lepira
se había puesto un traje civil y había llegado a bordo de uno de los cargueros
de la compañía comercial que se suponía que dirigía. Había querido que fuera
así, manteniendo su coartada de comerciante ante todo el mundo. A bordo de la
estación, exceptuando al oficial al mando y por supuesto sus hombres, nadie más
conocía su verdadera identidad. Primero porque su operativo de inteligencia
trabajaba al ciento por cierto y porque así le era más fácil fundirse entre la
gente de aquella galaxia y pasar desapercibido.
Un
joven bajorano le empujó y tras una rápida disculpa, prosiguió corriendo a
través de la galería. Entonces se fijó que mucha gente se dirigía hacia el
antiguo despacho del condestable Odo, ahora ocupado por el teniente Suba, del Buró de Seguridad Imperial. Frente a
sus puertas se estaba concentrando un gran número de personas, la mayoría
bajoranas, aunque también había muchos curiosos entre ellas.
Dos
stormtroopers,
visiblemente nerviosos al encontrase en inferioridad numérica, intentaban
contener a la multitud, que desde donde Lepira estaba, parecía que estaba
encabezada por unos monjes. En aquel momento un pelotón de soldados de asalto,
con sus armaduras blancas, salió de otra de las puertas hidráulicas y corrieron
hacia la oficina de seguridad. Para el veterano oficial aquello estaba claro:
se iba a producir un motín y se iba a derramar mucha sangre.
–
¡Por fin le encuentro! – le asaltó uno de sus hombres, que trabajaba encubierto
en la misma empresa que él.
–
¿Qué ha pasado?
–
Han arrestado a Kasidy Yates-Sisko – le explicó bajando la voz,
aunque con el ruido que se estaba formando era muy difícil que nadie pudiera
escucharles –. Como es la esposa del Emisario, los monjes exigen que la dejen
en libertad.
–
¡El Buró de Seguridad, no podían ser más ineptos! – exclamó Lepira dirigiéndose corriendo,
junto a su subordinado, hacia el despacho que tenía su empresa – ¡Vámonos,
rápido!
Este
estaba situado junto a la oficina de la Corporación de Minerías Jupiter, en la plataforma este, al otro extremo de la ahora
abandonada sastrería de Garak. Al
entrar se sentó frente a la mesa del gerente, abrió el comunicador y tras
introducir su clave de acceso se comunicó con el mayor Sheckil, jefe de la estación.
–
¿Qué es lo que quiere? – le preguntó el altivo oficial rubio, visiblemente
alterado y molesto por la inoportuna llamada del jefe del ubictorado del
sector.
–
Suelte a Yates.
–
¿Pero qué dice? – replicó este extrañado –. Es la esposa de un oficial en
paradero desconocido. Nos han ordenado que detengamos a todas aquellas personas
que puedan llevar hasta ellos.
–
Sí, pero Sisko también es el Emisario de los Profetas…
–
Ya conozco esa historia mística…
–
El almirante Vantorel quiere que los bajoranos se unan al Imperio – le
interrumpió Lepira con brusquedad –. ¿No querrá volver a fallar de como en Bespin verdad mayor?
Aquello
puso en guardia Sheckil, recordando cuando había dejado escapar a la princesa Leia Organa en la Ciudad de las Nubes y de la ira de Vader. Siempre se había preguntado por qué el Señor Oscuro de Sith no le había matado entonces con un simple
pensamiento de su mente. Vader ya no estaba allí, pero no volvería a cometer el
mismo error.
–
Muy bien – replicó Sheckil –. La soltaré, pero bajo su responsabilidad.
La
comunicación se cortó y Lepira se acomodó en la silla. Estuvo así unos segundos
y por fin lanzó un largo suspiro de alivio, pasándose la mano por la frente.
Había estado a punto de fastidiarse todos sus planes, lo que hubiera sido una
catástrofe. Así que se tomó su tiempo para recuperar la compostura.
Se
levantó y salió a la promenade, donde
unos minutos después el bullicio había empezado a disminuir, al tiempo que veía
a Kasidy salir de la oficina de seguridad. La había conocido brevemente unos
años atrás, cuando esta transportaba de contrabando equipos médicos y alimentos
para el Maquis y se habían
encontrado en diversas ocasiones. Esperaba que le recordara, así que pensó en
acercarse a preguntarle cómo estaba.
–
Bien, gracias – le respondió está esgrimiendo una sonrisa. Iba acompañada por
un boliano miembro de su tripulación
y un bajorano –. Zepelin, ¿verdad?
–
Thomas Zepelin. Me alegro ver que se acuerda de mí – replicó Lepira.
–
Sí. Competimos por el contrato con el Ministerio de Comercio bajorano – indicó Kasidy –. Y casi consigue arrebatármelo.
–
¿Le apetece tomar una copa? – preguntó al pasar junto a Quark’s –. Así podrá
retomar un poco de aliento.
–
Gracias – asintió Kasidy y se sentaron en una de las mesas del local del
ferengi, quien se acercó enseguida para saber que querían.
–
¿Cómo estás? – le preguntó este con cierto alivio. Lepira se preguntó si por la
liberación de Yates o por el fin del posible disturbio, que seguro que hubiera
interrumpido sus negocios y por tanto de sus beneficios.
–
Bien. Gracias Quark.
–
Me he enterado… – el dueño del local bajó la voz, mirando de reojo a dos
oficiales sentados en la barra – que su emperador ha muerto. Por eso están tan
nerviosos.
–
¿Podrías traernos unas bebidas? – le interrumpió Lepira, el ferengi anotó lo
que querían y se marchó.
–
He oído ese rumor, pero creo que no es la primera vez que se habla de su muerte
– confirmó Lepira, que quiso cambiar de tema de conversación –. ¿Debe de haber
pasado un mal rato?
–
La verdad es que sí – replicó esta –. Uno no sabe a qué atenerse con esa gente.
–
Estoy de acuerdo. Vengo de llevar suministros a Klaestron y si soy sincero, estoy perdiendo mucho dinero por culpa
de que hayan requisado todas mis naves.
–
Nosotros también hemos tenido que transportar equipos por todo el sector
–explicó Brathaw, el ingeniero
boliano de la Xhosa –. Y según nos han dicho, pronto nos dirigiremos a
Cardassia.
– Yo también he de dirigir mis naves
allí – indicó Lepira en el momento en que Quark les traía las bebidas.
–
Me alegro que estés bien, Kasidy – le saludó el ferengi –. Te aseguro que ya
pensaba en lo peor. Como ya he dicho no me gusta nada esos imperiales. Nunca
imaginé encontrarme con alguien más arrogante que los cardassianos. Aunque por
lo menos gastan su dinero aquí. Me alegro de que estés bien.
–
Gracias, Quark. Por cierto, ¿has vuelto a conectar a Vic’s?
–
Sí. ¡Y no me fue fácil! Las restricciones de energía son lo peor de todo. Y
todos los programas han de pasar la censura imperial – continuó quejándose –. Vic estuvo a punto de no hacerlo, por
tener control sobre su programa, ya sabes. Pero al final cedieron, aunque ya no
puede estar conectado las veinte seis horas del día, tan solo la mitad. Y con
ciertas restricciones en sus parámetros – entonces el ferengi se inclinó y
continuó en un tono más bajo –. Pero Vic ya ha encontrado la manera de saltarse
las barreras de sus nuevas limitaciones.
Tras
lo cual, el ferengi se alejó hacia la barra.
–
Ese Vic es el holograma que tiene conciencia, ¿verdad? – preguntó Lepira, con
cierto alivio ante la marcha de Quark.
–
Sí. No parece un holograma – explicó Kasidy –. ¿Nunca ha estado en Vic’s?
–
No. Pero siempre he tenido ganas de ir – contestó con una media sonrisa.
–
Entonces le invito a cenar esta noche. Le aseguro que se lo pasará bien.
Tendremos que celebrar de alguna manera la noticia de la muerte de ese tirano.
El
Resplendent
A
la mañana siguiente de la celebración por la muerte de Palpatine, Zahn se
dirigió a hablar con su navegante. En la nave flotaba un ambiente de resaca, de
la docena tripulantes solo unos pocos estaban en pie: el resto dormía tras una
noche de fiesta. Todos se lo merecían, habían luchado mucho en aquella guerra y
aquello era el punto de inflexión de su rebelión. Ahora el Imperio estaba
definitivamente tocado de muerte y aquellos aguerridos soldados lo sabían. Al
igual que sabían que la guerra aun duraría mucho tiempo antes de que la
República volviera a gobernar sus mundos.
Subió
a la cubierta del puente atravesando el salón de la tripulación, donde Jonua
estaba leyendo varios hololibros sobre astrogración, era joven y aunque podía
notarse el malestar por la resaca, había vuelto a sus estudios, casi recuperado
de la noche anterior. Al llegar al piso superior Zahn se detuvo junto a la
posición de su navegante.
–
Ajaan, necesito que me digas si sabemos dónde está Corinth IV… – indicó Zahn
mostrándole una libreta de datos.
–
Está en nuestros mapas – le informó la iktotchi
tras consultar con el ordenador de navegación, girándose hacia su superior con
curiosidad –. ¿Para qué quieres saberlo?
–
Muy pronto uno de los oficiales de suministros ha de ir allí para ayudar en la
construcción de una guarnición. El mensaje indica que en el planeta había una base estelar de la Federación – le explicó al navegante –. Quiero saber más
cosas sobre la gente de estos mundos antes de hacer nada. Y solo con las
comunicaciones imperiales no podemos averiguar si le conviene a la rebelión contactar
con ellos.
–
Estamos acostumbrados a incursiones en territorio enemigo, además no nos
esperan – sugirió Ajaan pensativa, también había llegado a la misma conclusión
que Zahn sobre lo limitados que estaban en aquel momento sobre los
conocimientos de los mundos y habitantes de aquella galaxia –. Entramos,
investigamos y salimos sin que nadie se haya dado cuenta de nada. Me parece
bien.
–
Entonces prepáralo todo – le indicó Zahn que estaba cansado de estar sentado y
necesitaba un poco de acción. Y como podía ver en la actitud de su navegante,
su tripulación también pensaba igual. Normalmente la iktorchi era reflexiva y prudente,
pero ahora su rostro también se había animado ante la sugerencia de tomar la
iniciativa a los acontecimientos y que estos no les arrastraran.
Pocos
minutos después el crucero consular viraba y aceleraba hasta saltar al
hiperespacio rumbo hacia la Base Estelar 38.
El
Carida
El almirante Vrad
Corran era un hombre alto y corpulento, cuyas
facciones rectas y duras le daban un aire temible. Este observaba los restos
de la batalla, los pedazos de las naves sheliaks estaban esparcidos alrededor de aquella colonia. La Corporación Sheliak se había negado
reiteradamente en pactar con el Imperio y ahora iba a ser sometida a un
merecido castigo. Aquel era el primer asalto: la colonia de Tau Cygna V, estaba siendo barrida de
la faz de la galaxia bajo los turbolásers
de su nave insignia, un destructor pesado de la clase Allegiance. Donado a la marina imperial por el
gobierno de Carida, el planeta sede
de la Academia Militar, tenía dos
mil doscientos metros de largo y casi el doble de potencia de fuego de un
destructor de la clase Imperial.
Pensaba en lo inconcebible que había sido el desprecio que habían desplegado
los sheliaks, al llamar “infección humana” a los enviados imperiales. Se habían
negado incluso a entablar negociaciones. Ahora observaba como aquel planeta era
vaporizado, mientras el fuego, el humo y el vapor empezaban a ocultar la
superficie.
–
El Clairvoyance informa que ha tomado
contacto con fuerzas enemigas en Armens – le informó su enlace de
comunicaciones.
–
Magnífico, dígale al capitán Merus que se ensañe con esas cosas como si estos
hubieran asesinado al Emperador.
El
ayudante asintió y se dirigió hacia las consolas de comunicaciones. La elección
de aquellas dos colonias no era casual. Armens era el sistema que la Federación
había cedido en un tratado para que
fuera colonizado por los sheliaks, firmando un tratado que contaba con 500.000
palabras y había sido confeccionado por 372 especialistas lingüistas. Todo
porque aquellas criaturas se creían superiores a los humanos. Cuanta arrogancia
que él mismo se ocuparía de disipar para siempre. En Tau Cygna V había ocurrido
algo parecido unos años más tarde, cuando las exigencias sheliaks habían
provocado la evacuación de una colonia de humanos que hacía décadas que estaba
asentada, todo para evitar un enfrentamiento. Que débil era la Federación, pensó Corran. ¿Y aquella
era la potencia que tanto temían los agentes de inteligencia? Que cedían sus
mundos para no enfrentarse en una guerra abierta. Corran prefería los klingons o los romulanos, razas de soldados como él mismo, arrogantes, seguros de
sí mismos: enemigos a tener en cuenta, no aquella Federación. La derrota de los
sheliaks al menos sería la prueba de la superioridad humana en aquella galaxia.
Y un primer tributo tras la muerte del Emperador, aquella victoria sería
dedicada a Palpatine.
–
Detectamos tres naves de combate enemigas aproximándose, almirante – le indicó
su jefe de estado mayor.
–
Ordene que el capitán Jerjerrod y su Nebula tomen el relevo del
bombardeo orbital. Y vire para interceptarlos.
–
Sí señor.
Deep Space Nine
Sheckil estaba en el despacho
estudiando los informes de situación de la estación. Las quejas del jefe de
mantenimiento sobre las constantes averías que tenía que hacer frente habían
disminuido en las últimas semanas. Aunque antes del ataque se había preparado
un grupo de ingenieros para que se ocuparan de la antigua estación cardassiana, la situación se había desbordado de tal
manera que habían tenido que pedir ayuda a los bajoranos. Obviamente no era una
situación del agrado de Sheckil al aumentar los riesgos en la seguridad, pero
el equipo enviado por el general Alhana, el bajorano que había sido designado
como responsable de la seguridad en Bajor,
había logrado recudir las averías y quejas de visitantes y tripulantes de
manera drástica, y por el momento no había ocurrido ningún acto de sabotaje.
Otros informes que tenía eran las peticiones de tránsito de la estación, que
iban en aumento a medida que la normalidad tras la invasión se extendía por el
cuadrante. Aunque este incremento en la llegada de naves significaba una
ampliación en las peticiones de mantenimiento de las mismas, de combustible y
aprovisionamiento. Por suerte este había sido subcontratado a una empresa
externa: Hazar-Zepelin Corporation.
Aunque
no estuviera en su jurisdicción Sheckil también leía los scandocs procedentes
de Bajor, sabía que cualquier cosa que ocurriera en el planeta, se extendía a
su estación. Por ahora el nuevo gobierno encabezado por kai Winn, junto al
general de la
milicia Alhana se esforzaban por mantener el orden, aunque era normal que se
produjeran algunos tumultos aislados, pero cada vez se producían más y con
mayor brevedad. Sobre todo después que se extendiera que Shakaar, el primer ministro, había
escapado del cautiverio y seguía la lucha contra el Imperio. Por suerte la
mayoría de los alborotos eran de poca importancia, pintadas y algunas
deserciones de miembros de la milicia, el último grupo había sido apenas un día
antes a bordo de una nave de asalto, y aquello sí era preocupante.
–
Mayor, una de las naves que se aproxima a
la estación ha dejado de transmitir – indicó por el comlink el oficial de
guardia. Sheckil salió del despacho y ordenó que pusieran en la pantalla su
aproximación, pero los sensores no lograban dar una imagen clara.
»
Antes de enmudecer informaron de fallos en su reactor – siguió informando de la
situación –. Ahora las distorsiones radioactivas nos impiden hacer una lectura
clara.
–
¿Estaba prevista la llegada de esa nave?
–
Es la ruta y el horario de un carguero xepolite, señor – respondió uno de sus subalternos –. El registro indica
que es el Tarjok.
–
Está a punto de entrar en nuestro perímetro defensivo, señor – indicó el
oficial táctico.
–
Alcen los escudos – ordenó Sheckil con tranquilidad –. Preparen armamento.
Abran fuego cuando entren en alcance.
–
Cinco seguros para abrir fuego – indicó el artillero –. Torpedos de fotones fijados en objetivo. Cuatro segundos.
En
el exterior de la estación los lanzadores de torpedos y los emisores phaser pesados que la Flota
Estelar había instalado para defenderse del Dominion se activaron. Se retiraron
las cubiertas y estos se prepararon para abrir fuego de nuevo.
–
¡Detecto tres naves separándose del carguero! – ladró el técnico de sensores –.
Estaban enmascarados alrededor de la radiación. Son... ¡del jem’hadar!
–
¡Fuego a discreción! – ordenó Sheckil e instantes después el armamento
instalado por la Federación años atrás empezó a abrir fuego contra las tres
pequeñas naves, que a su vez habían respondido al ataque y se movían para
evitar los proyectiles disparados contra ellas.
En
el duelo una de las tres naves fue destruida antes de que alcanzar el perímetro
cercano de la estación. Otra se separó de su pareja y se lanzó directamente
contra una fragata Nebulon-B que estaba virando lentamente para poder apuntar sus turbolásers, desapareciendo las dos en
una bola de fuego. Finalmente la última de las naves del jem’hadar también fue
destruida por los disparos de DS9 mientras intentaba mantener una trayectoria
que la llevaría a impactar la zona del centro de operaciones.
–
¡Informe de daños! – ladró Sheckil mientras un técnico apagaba el fuego de una
de las consolas que se había sobrecargado y explotado durante el corto combate –.
Que los cazas acaben con ese carguero...
–
Ha escapado, señor.
–
¡Que lo persigan!
–
Por el agujero de gusano, señor.
–
¿Qué? – exclamó atónito Sheckil –. ¡Por todos los diablos! Llame inmediatamente
al almirante Vantorel. Prioridad máxima.
Poco
después Sheckil se sentaba en el asiento de su despacho tras hablar con
Vantorel, el cual le indicó que se dirigía hacia Bajor de inmediato.
Aquel
era el fin de su carrera, ya había acumulado demasiados errores, pensó Sheckil.
Continuará…
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