miércoles, 9 de marzo de 2016

Crossover Star Trek - Star Wars. 8

Capítulo 2
Operativo Omega
Cuarta parte.

Deep Space Nine


            Vantorel observó como la nave cardassiana se acoplaba a uno de los pilones superiores de la estación. El oficial imperial acababa de llegar procedente de la nebulosa Tong Beak, donde había luchado contra las últimas fuerzas organizadas del Dominion al mando del vorta Tholun. Había sido un importante número de supervivientes, liderados por uno de los dirigentes vorta, que habían sido hostigados por los leales a Broca y las naves imperiales. El ubictorado calculaba que el noventa por ciento de la flota del jem’hadar había sido destruida en Cardassia Primera y las naves aniquiladas en Tong Beak podía decirse que el Dominion en el cuadrante Alpha había dejado de existir.
            Ahora iba a entrevistarse con el lídercardassiano y había escogido aquel lugar para recordarle el fracaso que había sido la ocupación de Bajor. Para que no olvidara quien era ahora la potencia dominante en el cuadrante. Broca apareció altivo, escoltado por dos soldados de asalto enfundados en sus blancas corazas. Parecía como si estuviera orgulloso de lo que había hecho. Como si hubiera hecho algo, claro, pensó Vantorel. Pero cada uno era como era y no podía juzgar a Broca. Por muy cara de perro que tuviera.
            – Siéntese por favor – dijo cortésmente Vantorel indicándole la silla que tenía delante de la mesa del despacho –. Me alegro de que haya venido y de poder conocer al fin, legado. Mis superiores, entre ellos el mismísimo Emperador, quieren que le transmita su agradecimiento por su colaboración. Su ayuda para destruir al Dominion y a su jem’hadar ha sido inestimable…
            – Diga a su Emperador que Cardassia está destruida – le interrumpió este sin ocultar su irritación –. Necesitamos la ayuda que nos prometieron. Ahora.
            – Por supuesto. Esa es nuestra intención – contestó Vantorel olvidando las formalidades –. En estos momentos nuestras tropas están ocupando Altair IV. Según nuestros informes la Federación tiene allí replicadoresindustriales que les serán enviados rápidamente.
            – También necesitamos médicos e ingenieros. Reactores para sustituir las centrales eléctricas fuera de servicio, comida – continuó Broca con sus exigencias, estaba desesperado y su tono de voz le delataba –. La devastación en mi planeta fue mucho peor de lo que estimamos y la limpieza de la atmósfera será mucho más complicada de lo previsto. Hemos empezado a quemar los cadáveres en piras en medio de las calles para evitar epidemias.
            – Realmente horrible. Lo lamento de verdad, legado – mintió el almirante –.  Pero en estos momentos estamos en plena ocupación de la Federación. Desgraciadamente no podemos enviarle los técnicos que usted reclama…
            – Nos prometieron toda la ayuda que necesitáramos – le interrumpió Broca.
            En aquel momento Vantorel tuvo la tentación de dispararle el mismo. Nunca había visto tanta arrogancia desplegada ante un oficial de la Armada Imperial. Pero no era el momento de crearse un nuevo enemigo. Ya tenían suficientes. Aunque no descartaba la posibilidad de enviar un par de destructores contra Cardassia y acabar de exterminar aquella raza de arrogantes y orgullosos pálidos lagartos. Podría hacerlo en cualquier momento.
            – Tengo una idea. ¿Qué le parece que enviamos a sus territorios unos cuantos técnicos de la Federación? – le propuso entonces Vantorel. Solo en aquel momento tenía más de diez mil prisioneros hechos en la BaseEstelar 375, en Bajor y DS9. Si los cardassianos se ocupaban de algunos, tendría menos trabajo en alimentarlos y custodiarlos –. Médicos, ingenieros, gente así.
            – Sería de agradecer – respondió secamente Broca.
            – Entonces que así sea. Les entregaré a médicos e ingenieros de la flota estelar. Un regalo, como los planetas más allá de la Zona Desmilitarizada, que ya han empezado a ocupar. Eso sí mis informes no me fallan. Eso es algo que no estaba previsto en nuestro acuerdo.
            – Pensé que les ayudaría si nos ocupábamos nosotros mismos de las fuerzas de la Federación que estaban allí desplegadas – justificó este, sin revelar que aquellas acciones habían sido hechas por fuerzas que no estaban fuera de su control.
            – Claro, claro. Y se lo agradecemos – replicó Vantorel y se puso en pie, ya no quería estar más en presencia del cardassiano –. En cuanto hayamos pacificado Altair IV le enviaremos los replicadores. Mientras cursaré las órdenes para enviarles aquellos técnicos que necesiten.
            – Cardassia se lo agradece – le contestó Broka, marchándose del despacho.
            Cuando Vantorel se quedó solo apretó el comunicador de la mesa.
            – ¿Ha partido el transporte con los primeros prisioneros?
            – Acaba de hacerlo, almirante – le contestó uno de los oficiales que estaba en ops –. Pero aún no ha entrado en el hiperespacio. ¿Quiere que le llamemos?
            – No, gracias – respondió este. Que se esperen. Pensó. Sería mejor interrogarlos antes de entregárselos a Broka. Nunca se sabía lo que podían saber.
            Pero por lo menos el asunto cardassiano ya estaba resuelto, se dijo Vantorel. Al igual que el de Bajor al nombrar a kaiWinn como nueva dirigente del planeta. Había sido reacia y parecía distante al principio, pero cuando comprendió los beneficios personales que podía traerle aquello había aceptado de inmediato. Tras lo cual la ocupación de bajor se convirtió en una mera formalidad. La kai y nueva primera ministra había formado un gabinete y nombrado a un nuevo jefe de la milicia, obviamente sugerido por Lepira y al que este supervisaba personalmente. Al poco tiempo los soldados habían dejado su atrincheramiento de las montañas y regresaron a sus cuarteles, en los que ya se habían requisado todo el armamento pesado. Pocos protestaron, aunque por supuesto debían de ir con mucho cuidado. Tras la ocupación de cardassia sabía que los bajoranos eran un pueblo que debía de ser respetado. Tenían una experiencia en la guerra de guerrillas que hubiera gastado los limitados recursos con que contaban.
            Ahora tan solo tenía que de ocupar los planetas de la Federación asignados a su sector y acabar con la resistencia de los jem’hadar repartidos por el territorio cardassiano, así como prepararse ante una posible ofensiva del Dominion procedente del otro lado del agujero. Sin perder de vista a los arrogantes cardassianos, sobre todo a su legado Broca. El cual, más tarde o más temprano, se le debían de bajar aquellos humos. Por ahora el ataque contra los breen se había retrasado, lo que le daba algo más de margen.
            Vantorel se levantó y paseó por el despacho de Sisko. Había leído mucho sobre él y hubiera deseado conocerlo. Tanto que había ordenado que la Defiant no fuera destruida en la batalla, desgraciadamente esta había escapado. Realmente Sisko y su tripulación se merecían la reputación que les había dado los informes de Lepira. Vantorel cogió la pelota de béisbol que tenía Sisko sobre la mesa.
            – Bien pequeña, tendremos que esperarnos para conocer al Emisario delos Profetas.
            La dejó en su sitio y salió, tenía mucho trabajo que hacer: había planetas a los que conquistar y no querría perderse eso. El primero de la lista: Betazed.


El Persilla

            La nave se desacopló del dique de Deep Space Nine con suavidad y empezó a alejarse de la estación. Era un StarGalleon especialmente acondicionado para el transporte de prisioneros, de manea que en las bodegas que podían transportar 100.000 toneladas métricas de mercancía, ahora estaban hacinados más de seis mil miembros de la Flota Estelar, oficiales en su mayoría, así como altos dignatarios bajoranos. Su destino era uno de los campos de internamiento que habían establecido en diversos puntos de aquella galaxia. Allí algunos serían reeducados, otros utilizados como mano de obra o simplemente ejecutados.
            La resistencia en el sistema había sido aplastada con suma rapidez, aun así las órdenes eran estrictas y todo viaje debía de ser realizado en convoyes protegidos. Así que el Persilla, acompañado por su gemelo, se dirigió, escoltada por un par de parejas de cazas TIE, hacia el punto de salto donde les esperaba otros tres cargueros y una pareja de barcazas rápidas Skipray. Aquellas cañoneras no eran adecuadas para la escolta, pero se consideraba aquel salto de bajo riesgo, tanto en el punto de partida, donde aún permanecían un gran número de naves, como en los destinos. Calcularon las coordenadas en el ordenador astrogración y sin perder tiempo saltaron al hiperespecio.
            – Bueno, ahora tenemos algo de tiempo para relajarnos – anunció el capitán Beric acomodándose en el asiento del puente. Todos los equipos estaban revisados, la tripulación, aunque mínima era eficiente. También era sensiblemente inferior el destacamento de soldados que llevaba a bordo, su cargamento estaba fuertemente vigilado. Nada podía ir mal en aquel viaje, en aquellos lugares no había fuerzas rebeldes que atacaran los convoyes, así que empezó a relajarse. Según los informes la resistencia en todo el sector había sido erradicada con rapidez. El Dominion había sido vencido de un plumazo y las fuerzas de la Federación derrotadas en varias escaramuzas. No había motivo por el que preocuparse.


USS Rhode Island

            En la sala de transporte la estaba esperando la capitana de la nave, que debía de tener la edad de su hija Deanna. Tenía el pelo recogido en una infinidad de trenzas que le dejaba la cara despejada, sus ojos, al igual que los de su padre, reflejaban seguridad en sí misma, como pudo captar claramente Lwaxana, ciertamente podía hacer la misión que la habían encomendado.
            – Son la capitana Elisabeth Whatley, bienvenida a bordo de la Rhode Island embajadora – le saludó esta –. Hemos preparado sus habitaciones. Siento que sean pequeñas, pero esta nave no fue diseñada para misiones diplomáticas.
            – No se preocupe por eso. ¿Han llegado el resto de representantes? – le preguntó a la capitana descendiente de la plataforma.
            – Usted es la última – indicó esta –. Dejaremos la órbita inmediatamente. ¿Quiere subir al puente?
            – No capitán, se lo agradezco. Me gustaría descansar.
            – Estoy a su plena disposición, embajadora.
            Tras la reunión Lwaxana había tenido que hablar con las autoridades del planeta y explicarles la decisión de Lojal. El parlamento había sido reunido de nuevo y se había elegido Cort Enaren, uno de los líderes de la resistencia durante la ocupación, miembro de la Cuarta Casa de Betazed y su propio primo, para dirigirlo. No hizo falta muchas explicaciones para que este y el resto de parlamentarios entendieran la situación y estuvieron de acuerdo con la decisión de Lojal, empezando los preparativos para declarar Betazed un planeta libre. Luego y en perspectivas de trabajar alejada del Presidente de la Federación, organizó un pequeño grupo de colaboradores que le acompañaría en su viaje a la Base Estelar Earhart. Primero pidió a la embajadora Eleana de Delta que fuera su consejera. La conocía desde hacía tiempo y sabía que era una buena negociadora, dura e implacable. Poseía además otra habilidad que le agradaba, era una mujer intuitiva, sabía conocer a las personas con rapidez, descubrir su vulnerabilidad y explotarla para su propio beneficio. Conocía a muchos embajadores que huían de ella y otros tantos que había sucumbido en una negociación.
            También escogió a varios ayudantes. El primero fue Kerr Balon, excelente administrador boliano, que había estado mucho tiempo trabajando para el embajador Vadosia. Así como al joven diplomático Jono Arkor como su secretario personal. Era hijo de un buen amigo de su primer esposo y de ella. Estaba falto de experiencia práctica, pero era muy entusiasta y aplicado. Otro punto a su favor, era que tenía una mente clara y bien estructurada, heredada de un abuelo vulcano. Aunque algo lujuriosa con respecto a cierta parte del cuerpo de su esposa, pero eso era algo que le divertía.
            Finalmente había varios embajadores y representes que habían pedido acompañarla, ya que se dirigía hacia donde se encontraban sus planetas. Engon, un anciano diplomático de Ktaris cuya astucia era legendaria y que había negociado la alianza de su planeta con la Federación tras el incidente en que una de las facciones políticas había intentado apoderarse de varias naves de la Flota Estelar en el 2368. Así como Kareel Odan de Trill y el rigelliano Tomorok, conocido como uno de los miembros más cultos del Concejo. Debido a la guerra la pequeña nave de la clase Nova no contaba con toda su, ya reducida, tripulación y había habido espacio para acomodarles a todos.
            Justo antes de partir pasó por su residencia para recoger sus pertenencias. Pero había poco que reunir, la suntuosa casa había sido asaltada por los jem’hadar: los muebles estaban destrozados, las paredes agujereadas y su antaño amplio vestuario eran jirones tirados por el suelo. El señor Homm solo pudo encontrar algunos recuerdos personales y algunos vestidos, que ya había usado en otras ocasiones antes, de ser transportados a la Rhode Island.
            Ahora contemplaba Betazed desde la ventana de su cabina. Era un planeta hermoso. Siempre le conmovía verlo desde el espacio, pero nunca lo había sentido tan desprotegido y vulnerable como entonces. Era una sensación extraña, amarga y dura.
            Notó como una pequeña manitas le cogían la suya. Inclinó la cabeza y vio a su hijo Barin que le miraba con aquellos ojos grandes y negros, con una sonrisa que le iluminaba el rostro. Su nombre significaba pequeño en la lengua tavniana, aunque crecía demasiado rápido.
            – No te preocupes mamá – dijo con su vocecilla suave –. Todo saldrá bien.
            – Claro que sí, cariño… – le contestó devolviéndole la sonrisa. Era curioso, tan pequeño y tan despierto. Si no fuera porque ya lo sabría, a veces parecía que Barin ya hubiera desarrollado sus capacidades telepáticas. Era un niño encantador, y cada vez que lo veía sonreír daba gracias al cielo por haberle conservado a su lado, tan solo en pensar que le hubiera sucedido en manos de su padre Jeyal, se estremecía.
            La sirena característica de la alerta resonó por toda la habitación sobresaltando a madre e hijo. Las luces de posición rojas se encendieron y Barin le apretó la mano con fuerza.
            – Ve con el señor Homn. Y haz lo que te diga, ¿de acuerdo? – le dijo con rapidez. Barin le miró como si no estuviera de acuerdo con aquella orden, pero asintió y se dirigió al dormitorio, donde el gigantesco señor Homn había interrumpido la ardua tarea de adecuar las pertenencias de la embajadora en el pequeño espacio de la cabina.
            – Aquí la capitana Whatley, embajadora Troi – anunció su voz por el sistema de comunicación interno con un tono de alarma –. Hemos detectado diversos puntos de ruptura dimensional. Según nuestros datos estos preceden a la aparición de las naves imperiales.
            – ¿Han partido todas las naves de Betazed? – preguntó Lwaxana.
            – Todavía queda alguna, entre ellas la del almirante Whatley – advirtió con un leve temblor en la voz.
            – Salga inmediatamente del sistema. Es una orden, capitán. No podemos caer en manos del enemigo.
            – Sí embajadora.
            La comunicación se cortó, e instantes después pudo apreciar como Betazed empezaba a empequeñecerse en su ventana mientras la Rhode Island aceleraba alejándose del planeta. Segundos después el pequeño punto luminoso que representaba su hogar desapareció al entrar en velocidad de curvatura. Betazed volvía a ser un planeta bajo ocupación enemiga. Pero además sabía que Lojal estaba a bordo de la nave de Whatley y si este era hecho prisionero la Federación había perdido a dos presidentes de consecutiva. Lwaxana se dirigió a la mesa que había en la cabina y activó el acceso a la base de datos y a las comunicaciones de la Flota.


Home One

            En apenas unas semanas aquella sala del crucero mon calamari estaría repleta de oficiales y pilotos, todos ellos comandantes de la Flota de la Alianza, para informarse del ataque que pondría fin a la existencia de Palpatine. Pero ahora se encontraba ocupada tan solo por un hombre. Paseaba nervioso alrededor del proyecto holográfico, esperaba a que le dijeran la decisión a la petición que había hecho. Sabía que tenía razón, pero también conocía la importante batalla que se avecinaba y sus intenciones podían verse retrasadas.
            La llegada del general Crix Madine le hizo despertar de sus pensamientos. Le acompañaba Mon Mothma, comandante supremo de la Alianza Rebelde. Era la primera vez que la veía en persona y con su túnica blanca y los cordones plateados que rodeaban el pequeño colgante hanna como única ostentación, no ofrecía precisamente la apariencia de una mujer con una firmeza de hierro que como senadora de la vieja República se había opuesto al creciente poder del Emperador y tras el alzamiento del Imperio había formado la rebelión.
            – Comandante Zahn, le presento a Mon Mothma – dijo Madine.
            – Es un placer, señora – replicó educado.
            – El general me ha explicado el informe que ha presentado y su solicitud. Ciertamente es preocupante la desaparición de un número tan importante de naves de nuestros enemigos. Sobre todo en este momento tan… delicado – le empezó a explicar Mothma. Tenía una forma de hablar lenta y reposada que exigía atención para escucharla. Aun así Zahn no podía olvidar que aquella mujer de delicadas maneras era el enemigo público número uno del Imperio –. Pero en estos momentos la Alianza no se puede desprender del número de naves que usted pide. Aun así tiene permiso para ir en busca de ese gran moff Daran. Encuéntrele y con él la localización de esa flota.
            – Gracias, señora. 
           – A usted comandante. Y que la fuerza le acompañe – se despidió la dirigente rebelde antes de salir de la sala de conferencias. En el pasillo le esperaba el almirante Ackbar.
            – Nunca me he fiado de ese hombre – le dijo el calamariano mirando con su ojo derecho hacia la sala de conferencias y a los dos humanos que la ocupaban en aquel momento.
            – Lo sé, estimado amigo – le replicó Mothma con su tono de voz pausado, mientas caminaban por el pasillo hacia los despachos del almirante –. Pero todos nos merecemos el beneficio de la duda. ¿No lo cree usted así? Además hace años que sirve fielmente a la Alianza y su lealtad ha sido garantizada por alguien del que no tenemos ningún tipo de duda.
            – Sigo fin fiarme de él – insistió Ackbar, que no podía olvidar que mientras había sido esclavo de Wilhuff Tarkin en Eriadu había visto aquel mismo hombre entre el círculo de confianza del Gran Moff.
            » Aunque pensaba que el general Cracken estaría en esa reunión – indicó el calamari cambiando de tema para olvidar aquellos recuerdos dolorosos –. Me había dicho que quería acompañar al general Calrissian durante la batalla que se avecina.
            – Ha recibido una comunicación de uno de sus agentes y ha tenido que partir inesperadamente – explicó Mothma y continuó más seria –. Pero ya me había indicado la importancia de encontrar las naves de Daran. Usted mejor que nadie ha de saber que tenemos que conocer que se trae entre manos ese moff. Tenemos pocas opciones al respecto. Y nuestro comandante Zahn está perfectamente capacitado para descubrirlo.
            » Hace tiempo que no sabemos nada de ellas. Y si tenemos éxito en nuestra próxima empresa, pronto la Nueva República se alzará donde ahora oprime el Imperio de Palpatine. Y para entonces, Daran y sus naves jugarán un importante papel.


El Persilla

            Hacía poco que habían saltado al hiperespacio desde Bajor. Las puertas del puente se abrieron y entró uno de los oficiales del ubictorado que habían asignado al transporte de prisioneros.
            – Teniente ¿qué le trae por aquí? – le preguntó Beric cuando el oficial se detuvo a su lado –. ¿Ya ha acabado de acomodar a sus prisioneros?
            – Invitados del Imperio, capitán. No lo olvide – se jactó este.
            – Por supuesto – replicó este siguiendo la burla del oficial.
            – He subido para decirle que el control ambiental de la bodega de carga… creo que la seis, está averiado – dijo colocando las manos en la espalda.
            – Alférez, averigüe que ocurre con el control ambiental de esa cubierta – ordenó Beric a uno de los técnicos que estaban en el puente. Este se levantó y se dirigió a una de las consolas que se encontraban cerca de la entrada del mismo y empezó a manipular los controles –. ¿Solo ha subido para eso, teniente? – prosiguió Beric.
            – Y por su excelente licor twi’lek que tiene usted guardado en su cabina – continuó esgrimiendo una sonrisa.
            – Ya decía yo – replicó Beric devolviéndole el gesto. Cogió el comunicador que tenía en el bolsillo de su casaca y pidió que le trajeran la bebida.
            Al capitán Beric nunca le habían gustado los oficiales del ubictorado. Uno nunca sabía por dónde le podían salir. Pero siempre era mejor tenerlos a buenas, sobre todo cuando viajaban a bordo de la nave de uno. La verdad era que si aún servía en la Armada Imperial era tan solo porque le quedaba muy poco para jubilarse y no quería perder la pensión de una larga vida de viajes interestelares. Recordaba los tiempos antes que el Nuevo Orden anexionara la flota mercante de la vieja República, cuando se dedicaba a dar vueltas por todos los planetas repletos de mercancías de todo tipo, desde grandes tanques de combustible, hasta piezas de motores de repulsión. E incluso una vez había llevado un rebaño de apestosos banthas de Tatooine hasta un remoto planeta para colonizarlo. Pero últimamente la marina imperial le había entregado el trabajo de transportar prisioneros de un lado a otro de la galaxia. Imaginaba que le habían elegido porque era un hombre fiel y cauto. Ya se lo había dicho el capitán del primer carguero en el que se enroló: “Si quieres prosperar en este negocio, no husmees en la carga, sé discreto y mantén la boca cerrada”.
            Poco después un androide de protocolo apareció llevando una bandeja con la botella de líquido verde y tres vasos.
            – Me lo trae un viejo conocido desde una colonia del Borde Exterior. Me sale caro, pero es el mejor que he probado nunca – le explicó Beric mientras servía el espeso licor en su vaso y el del oficial.
            – Señor, ya he localizado la avería y he enviado a los droides de reparación – informó entonces el joven técnico, recién salido de la Escuela de Ingeniería Imperial de Ansion.
            – Bien, vuelva a su puesto – replicó Beric entregando el vaso al oficial de inteligencia –. La característica que le hace ser tan excelente es que mantiene un toque aromático, a pesar de su alto grado de alcohol.
            El oficial asintió con la cabeza y bebió un sorbo del licor, haciendo un gesto de agrado. Entonces Beric bebió el suyo y mientras lo hacía creyó recordar haber visto un tercer vaso. ¿Por qué su droide le había traído tres vasos? Pero al bajar la vista en la bandeja ya solo quedaba la botella.
            Se extrañó y le fue a preguntar al representante del ubictorado. Pero no pudo. Una forma amorfa y de color dorado estaba justo detrás de este y lo que parecían unas extremidades se convertía en una mano sobre el hombro del oficial para apretarlo con fuerza, este puso los ojos en blanco, al tiempo que sus dedos dejaban escapar el vaso con el licor, que cayó al suelo rompiéndose en pedazos.
            La figura amorfa acabó de coger aspecto humano, llevaba un uniforme marrón, sus facciones eran rectas, como si hubieran sido cortadas con un cuchillo. En la mano llevaba el bláster del oficial que le había quitado al tiempo que le dejaba sin sentido. Le estaba apuntando.
            – Diga a sus hombres que se aparten de los controles. O le mataré – dijo aquella figura humanoide. Beric no podía articular palabra, nunca había visto algo semejante, tan solo logró hacer un gesto para que sus tripulantes hicieran lo que aquello le decía.
            Advertidos por el ruido del vaso, estos contemplaban asombrados la escena. ¿De dónde había salido aquel alienígena? Aun así obedecieron a su capitán.
            – Selle el puente – prosiguió este.
            Beric se acercó a la puerta y la cerró sin dejar de apartar la vista de aquello, porque no había otra forma de calificarlo.
            – Muévanse todos hacia allí – replicó el humanoide sin dejar de apuntar al capitán de la nave, que hizo otro ademán hacia el rincón donde había señalado aquello.
            » Quiero que tú inundes las cubiertas con gas – dijo haciendo un ademán al técnico que había manipulado el control ambiental segundos antes –. Si no, les mataré aquí mismo.
            Vaciló, aun así empezó a salir del grupo, cuando Beric se lo impidió.
            – Lo haré yo – dijo tajante dirigiéndose a la consola. Y sin perder tiempo empezó a manipular los controles, sellando el puente y empezando a inundar este con gas. No iba a permitir que aquello se apoderara de su nave. Segundos después empezó a notar algo extraño en el aire, su vista se nubló y sintió como iba perdiendo el conocimiento. Pero antes quería ver caer a aquello también al suelo. Se giró y aunque ya veía borroso, el humanoide permanecía en pie mirándole extrañado. Segundos después perdía el conocimiento y se derrumbaba en el suelo.


USS Rhode Island

            – Lo acaban de anunciar por los canales civiles – confirmó la capitana Elisabeth Whatley tras captar una comunicación de la Federation News Network desde Betazed, anunciando la rendición de las últimas naves de la Flota Estelar y la ocupación del planeta –. Pero creo que debemos considerarla fidedigna.
            Entre las dos mujeres se hizo un silencio que se prolongó durante bastante tiempo. Lwaxana podía leer en la mente de Whatley la gran simpatía que tenía esta por Betazed y los sentimientos que brotaban en su interior: rabia, dolor e impotencia. Pero al mismo tiempo una férrea voluntad de proteger a la última representante legal de la Federación, la última orden que le había dado su padre, el almirante Charlie Whatley, del que también habían informado que había caído prisionero.
            – Soy joven, señora embajadora – empezó a decir, creyendo que debía explicar ciertas cosas. Sentía una gran responsabilidad sobre sus hombros en aquellos momentos, pero la misma determinación y confianza en sí misma. Y aunque Lwaxana ya las conocía no la interrumpió, porque la misma oficial necesitaba dar aquel discurso para auto afirmarse –. Fui de las primeras de mi promoción y antes de convertirme en comandante de esta nave, participé en duros combates al principio de la guerra contra el Dominion. Y a bordo de Rhode Island he realizado varias exitosas incursiones en territorio enemigo para recabar información. Mi tripulación y yo estamos perfectamente capacitados para llevarla sana y salva a la Base Estelar Earhart. Cueste lo que cueste, Presidenta Troi. Lo doy mi palabra como oficial.
            – Y sé que lo haría, capitán – le contestó Lwaxana mirándola con dulzura, era necesario abordar con delicadeza el cambio de planes que tenía previsto una vez había comprendido que Lojal había caído prisionero y ella se hubiera convertido en la última representante de la Federación –. Pero usted no me llevará a la Base Estelar Earhart.
            – ¿No? – le preguntó Whatley desconcertada.
            – Earhart más tarde o más temprano caerá, como lo han hecho Betazed, la Tierra y muchos otros planetas – hizo una pausa para que la oficial asimilara aquello, mientras leía como Whatley confirmaba mentalmente cada una de sus palabras –. La Federación ha de sobrevivir y esta ha de tener un gobierno legítimo. Y aunque nos duela hemos de admitir que poco a poco el resto de los mundos de la Federación serán… está siendo ocupada por el enemigo. Esta reunión ha sido la última en la que los representantes de nuestros gobiernos han podido reunirse en auténtica libertad. Y hasta que no volvamos a hacerlo, yo represento al Consejo, por tanto a todos los ciudadanos que votaron a sus representes democráticamente.
            » Lo que le diré ahora, teóricamente yo no tendría por qué saberlo. Pero justo después del último ataque borg a la Tierra, durante una ceremonia diplomática, estuve charlando con la almirante Nechayev y pudiendo leer claramente que durante esas horas críticas la Flota había puesto en marcha un operativo llamado Omega. Su objetivo era preservar la esencia de la Federación. Entre lo que pude averiguar, parte de este plan es poner a salvo un número indeterminado de naves y que estas continúen la lucha.
            » No sé si ahora se ha puesto en marcha. Pero imagino que sí, ya que nos encontramos en una posición muy parecida a una asimilaciónborg. Aunque esperemos que no sea tan terrible. Hemos de unirnos a este grupo de naves, cueste lo que cueste. Esas son sus nuevas órdenes.
            – Por supuesto.
            – Conocí muy poco a su padre – continuó con la intención de infundir ánimos a la hija de este –. Pero cuando me dijo que esta nave estaba a mi disposición, pude saber que estaba muy orgulloso de usted. No sé lo que ocurrió con su hermano Kevin, pero noté que se quedaba tranquilo al dejarme en sus manos y que yo no estaría en peligro. No lo hizo con el egoísmo de proteger a su hija. Sabía que me serviría con honor, lealtad e inteligencia. Y ahora sé que tenía razón. Confío plenamente en usted, capitana. Y su padre también.
            – Gracias presidenta Troi – contestó está casi en un susurro. La había emocionado y animado hasta tal punto que Whatley iría hasta el infierno si se lo podía. La betazoide esperaba que no fuera necesario.
            – Llámeme Lwaxana – dijo ésta quitándose importancia –. Lo primero que debemos hacer es localizar a mi buen amigo Jean-Luc y su Enterprise. A bordo está mi hija, que tiene su edad. Estuve mirando si estaba con el almirante Hayes en la Tierra, pero no lo encontré. Tampoco la pude localizar que la asignaran a ningún otro grupo defensivo. Y conociendo a mi Jean-Luc debe de estar asignado al Operativo Omega. Si no, ya hubiese aparecido defendiendo alguno de nuestros planetas.
            » Creo que hay un canal privado que solo pueden utilizarlo los capitanes y que no deja rastros… sí, el Código 47 – dijo tras leerlo en la mente de Whatley –. Intente ponerse en contacto con la Enterprise.

Home One


            Cuando Mothma salió de la sala de conferencias, el general Madine le informó de la decisión del mando de la Alianza y sus órdenes específicas. No tardó mucho en salir al pasillo que llevaba a los hangares, donde le esperaba su asistente. Había encontrado a Jonua cuando el muchacho tenía diez años, herido de gravedad en una colonia arrasada por las tropas imperiales, donde, de alguna manera, ambos habían perdido a sus seres queridos. Con el tiempo se había convertido para este en una especie de mentor, de eso hacía seis años.
            – ¿Nos las han dado? – le preguntó Jonua impaciente.
            – Más o menos – respondió Zahn enigmático.
            – ¿Cómo que más o menos? – insistió Jonua –. ¿Pero cuántas tenemos?
            – La Far Star – le explicó Zhan, dejando al joven ayudante pasmado.
            – ¿Tan solo eso? Pero… pero si Daran tiene la flota más grande que el Imperio haya desplegado jamás – insistió incrédulo.
            – Nuestra misión es localizar a Daran y sus naves y luego informar al alto mando. Aun gracias que nos han dejado los cazas.
            – ¡Están locos!
            – Tranquilo Jonua. La paciencia es una virtud que te hemos de empezar a enseñarte.
            Cogieron el ascensor y enseguida llegaron hasta una de las cubiertas inferiores de la nave calamariana, donde se había acoplado la nave de Zahn. Era un viejo crucero de la clase Consular utilizado antaño por los enviados del Senado, ahora extinto por orden del Emperador. Por supuesto ya no estaba pintado de rojo y había sido convenientemente modernizado: tanto en lo que se refería a motores, equipos electrónicos y por supuesto estaba fuertemente armado. Técnicamente aquella nave estaba bajo el control de la Inteligencia de la Alianza del general Airen Cracken, y se utilizaba para escuchar y decodificar las transmisiones enemigas, complementando así el trabajo de los bothans. Aunque también servía para misiones de penetración dentro del territorio imperial, momento en que estaba bajo el mando de las Fuerzas Especiales del general Madine, como en aquella ocasión.
            La vieja nave republicana cuyo nombre Resplendent evocaba otros tiempos, se desacopló del crucero calamari y tras encender los motores se internó entre el resto de naves de la flota rebelde. Fragatas Nebulon-B se mezclaban con corbetas corellianas junto con todo tipo de naves, desde un viejo crucero de la clase Recusant, a las nuevas fragatas de asalto Mk-II y todo tipo de transportes, mientras que parejas de cazas de escolta revoloteaban por la flota como pequeños insectos. Para muchos aquella flota que se estaba empezando a reunir en el sector Sullust era una fuerza impresionante, pero Zahn sabía que frente a una Armada Imperial tan solo la suerte o aquello que llamaban la Fuerza, podría llevarles a la victoria.
            Algo más alejada del grueso de la Flota apareció la Far Star, una fragata de combate Nebulon-C más grande y pesadamente armada que sus hermanas que tanto se nutrían la flota rebelde. Pero su historia no era muy distinta a estas. Tras una masacre por parte de tropas imperiales de un asentamiento que se había opuesto al Nuevo Orden, parte de la tripulación se amotinó durante las pruebas de rendimiento para los Astilleros de Propulsores de Kuat. Encabezados por el su jefe de ingenieros, eliminaron a los pocos oficiales imperiales que estaban a bordo y uniéndose con la nave a la rebelión. Al principio había servido como escolta de convoyes, protegiendo y defendiendo planetas afines a la Alianza y participando en combates contra las fuerzas imperiales en los sectores exteriores. Pero poco a poco se había destacado como una nave capaz de realizar operaciones arriesgadas, infiltrándose en el corazón de la galaxia para llevar equipos de Fuerzas Especiales, convirtiéndose en una pequeña unidad de élite de la rebelión.
            El Resplendent planeó ante la proa de la fragata, sobrevolando la popa para poder posarse suavemente sobre el robusto cuello de la nave. La última de las modificaciones sufridas por la Far Star había sido la colocación de unos amarrajes electromagnéticos y un tubo umbilical para acoplar las dos naves. El viejo crucero plegó las antenas que aún conservaba y con ayuda del rayo tractor se colocó cuidadosamente en su sitio. Tras asegurar los inmovilizadores, desactivaron los motores y apagaron el equipo electrónico.
            Zahn y Jonua salieron del crucero encontrándose con un pequeño comité de bienvenida formado por su ingeniero jefe y su primer oficial.
            – ¿Qué han dicho? – preguntó Carl, el ingeniero con la misma impaciencia que había mostrado Jonua. Tenía una copiosa barba debido a una prometa que había hecho de no afeitársela hasta la muerte de Palpatine.
            – Nos vamos, pero solos – se limitó a decir Zahn, ante lo cual sus oficiales se miraron con cierta preocupación –. Vallamos a mi cabina. Allí hablaremos.


USS Enterprise-E

            – Recibimos una comunicación – informó Daniels –. Código 47, señor.
            Picard se quedó pensando un momento. El capitán miró a su número uno, que encogió los hombros. Luego consultó con su consejera.
            – No perdemos nada, supongo – replicó Deanna.
            – Pásela a mi despacho – ordenó Picard y se dirigió a este. Activó la pantalla y se identificó. Ante él apareció el rostro de una joven oficial a la que no conocía, pero sí a la persona que tenía al lado.
            – Capitán Picard, soy Elisabeth Whatley capitana de la Rhode Island – dijo presentándose –. Los dos sabemos que no hay tiempo que perder. He partido de Betazed donde se ha reunido el Consejo de la Federación que ha nombrado al embajador Lojal de vulcano como presidente y a Lwaxana Troi como vicepresidenta. Desgraciadamente Lojal ha sido hecho prisionero. Por tanto me acompaña la última representante elegida democráticamente por nuestros gobiernos.
            – Prosiga – dijo lacónico Picard, entonces se adelantó Lwaxana.
            – Hemos de encontrarnos Jean-Luc. ¿Me equivoco si digo que han activado el Operativo Omega? – este no respondió nada –. Tu silencio te delata y no hace falta tener telepatía para adivinarlo.
            – Dentro de once días – fue la respuesta de Picard tras una pausa. La Rhode Island era una nave pequeña, de la clase Nova con una velocidad limitada, por lo que tenía que citarles en un lugar relativamente cercano a Betazed, pero discreto para poder tener un encuentro fuera de las miradas del Imperio –. En el lugar del que hablamos la última vez que nos vimos.
            – Muy bien. Allí estaremos, Jean-Luc.
            – Picard fuera – y dicho lo cual en la pantalla apareció el símbolo de la Federación. En su despacho el capitán de la Enterprise se quedó en silencio, pensativo en lo que acababa de ocurrir. Y esperaba que la excéntrica Lwaxana recordara la última conversación que habían tenido y supiera donde debían encontrarse –. Deanna, venga inmediatamente.
            – Sí, capitán – respondió esta por el comunicador. Unos segundos después aparecía por la puerta y Picard le informó de la conversación que acababa de tener –. Presidenta de la Federación. ¡Mi madre! Esta sí que es buena.
            Fue lo único que pudo responder Deanna ante aquella noticia.


El Persilla

            Odo vio como Beric se desplomaba así como el resto de sus tripulantes. Era una lástima que él no necesitara respirar. Libre de vigilar a sus prisioneros Odo tiró el arma que había empuñado al suelo y se colocó frente a los controles para estudiarlos. Parecían primitivos, pero sencillos, en el centro había una pantalla con el esquema de las cubiertas y el resto estaba lleno de botones. Una característica de su raza era la capacidad innata de identificar, entender y hablar los idiomas de los que los suyos llamaban “solidos” sin necesidad de un traductor universal, y que había perfeccionado durante las sesiones con su congénere durante la ocupación del Dominion de DS9. Ahora podía entender básicamente lo que indicaban los controles. Además había observado al técnico y al capitán, así que empezó a desviar los conductos y sellar las diferentes bodegas, inundando el resto de pasillos y dependencias de la nave. Luego se trasladó a una de las consolas, seguramente la de seguridad, ya que en sus pantallas iban pasando las imágenes de los diferentes compartimentos de la nave y empezó a buscar entre las bodegas de carga. Los prisioneros estaban hacinados: por lo menos debería haber varios millares de miembros de la flota y de la miliciade bajor, que se identificaban por sus uniformes marrones. También pudo observar su obra y como los tripulantes de aquella nave yacían en el suelo. La nave era suya. Eso estaba claro.
            Limpió de nuevo el ambiente y sin perder tiempo salió del puente en dirección a la bodega número dos. En medio del pasillo empezó a oír los pasos metálicos que le seguían. Se colocó en un rincón y esperó a que apareciera su próxima presa. Sorprendiéndose al encontrar una figura humanoide completamente metalizada, de un color apagado, como de una aleación de peltre.
            Esta empezó a hablar con voz metálica y chillona, alzando los brazos de arriba abajo, como si estuviera horrorizada.
            – ¿Eres un robot?
            – ¡Ah! Mi nombre es G-5YQ, relaciones cibernéticas humanas. Estoy programado con más de seis millones de lenguas diferentes… – se volvió a presentar en bajorano, el primer idioma que había aprendido el condestable tras ser rescatado en el Cinturón de Denorios, muchos años atrás.
            Odo le miró y pensó en dispararle, pero había dejado el arma en el puente, aquella hubiera sido la única vez que una pistola le sirviera de algo útil. Sin interrumpirle le flanqueó y prosiguió su camino hacia la bodega. Detrás de él escuchó los pasos de aquella máquina.
            Junto a la bodega había dos guardias en el suelo, llevaban uniformes negros y el casco abierto, los apartó y abrió la puerta, encontrando una muchedumbre apiñada en el interior. En primera fila había numerosos oficiales de la flota que le miraron sorprendidos. Pero no tenía tiempo que perder, así que se dispuso a llamar a… cuando…
            – ¡Odo! – era la voz de Kira.
            – ¡Nerys! – replicó este mientras el murmullo de la bodega se alzaba de volumen. Abriéndose paso apareció Kira, que aun llevaba puesto el uniforme de la Flota. A su lado estaba Bashir y el Primer Ministro Shakaar –. ¡Nerys!
            Los dos se fundieron en un abrazo al encontrarse.
            – Sabía que no nos abandonarías.
            – Nunca Nerys – le susurró al oído. Entonces sintió unos golpecitos en el hombro, girándose para ver que era. Aquella cosa plateada.
            – Disculpe, quiera decirle que además estoy programado para el protocolo…
            – ¿Qué es esto? – preguntó Kira separándose de Odo.
            – Aun no lo sé, pero si no se calla lo desmontaré – replicó Odo hastiado.
            – Soy la capitana Elizabeth Shelby de la nave estelar Sutherland – se presentó una oficial de la flota con el pelo rubio, que estaba junto a Shakaar –. ¿Ha eliminado a los guardias?
            – Y me he apoderado de la nave.

Tenak’talar

            Weyoun observaba a la líder del Dominion que permanecía estirada en una cama. Hacía mucho tiempo que no podía transformase en su forma líquida y todo su cuerpo se estaba secando. Su rostro estaba cubierto por capas de piel seca, que se desprendía ante cualquier roce, por muy leve que fuera, incluso el del aire.
            – Mi leal Weyoun… – dijo en un susurro la fundadora girando cabeza, cuyo pelo enmarañado se desgajó sobre la almohada –. Has sido el único sólido en el que he confiado…
            – Yo solo vivo para serviros… – dijo el vorta con absoluta sinceridad con la voz rota por la emoción de aquel alago sin parangón –. Si pudiera intercambiarme con usted.
            – Si fuera tan simple…
            Tras aquellas palabras su líder, su Dios, empezó a cuartearse con rapidez y el antaño poderoso cuerpo de la fundadora se convirtió en unos segundos en un montículo de cenizas encima de aquel lecho.
            Weyoun contempló los restos de su Dios y se sintió solo, desvalido. Su vida ya no tenía sentido. Había fallado a la Gran Unión, al Dominion.
            Los dos jem’hadars que custodiaban la puerta de entrada se miraron y sin mediar palabra alzaron sus fusiles, apuntándose mutuamente y dispararon. Cayeron muertos al suelo. Un silencio sepulcral se apoderó de la pequeña estancia.
            Miró a los dos soldados que se habían inmolado al no poder proteger a la Fundadora. Y ahora, cuando informara a la tripulación el resto de los soldados harían lo mismo. Se suicidarían por no haber podido salvar a su fundador.
            Weyoun se sintió sumamente perdido. Damar había destruido la factoría de Rondac III donde estaba almacenada su matriz original en una venganza personal y cruel. Una vez muerto aquel cuerpo nadie podría devolverlo a la vida. Ahora la estirpe Weyoun, que había servido con absoluta lealtad y devoción a los fundadores, incluyendo a su manera, la copia que había resultado fallida en el proceso de clonación, se perdería y no podría servir nunca más a los fundadores. Su promesa de inmortalidad había sido mancillada. Pero no porque sus amados dioses hubieran querido, lejos de su centro de poder en el cuadrante Gamma, el destino se había alineado contra los que una vez dieron su palabra a los vorta de formar parte de algo mucho mayor. En realidad la razón de existir de los vorta ya no existía. Porque en poco tiempo no habría nadie a quien obedecer, ni a quien mandar, ni nada que administrar en nombre de la Gran Unión, en nombre del Dominion y de sus Fundadores. En el otro extremo de la galaxia la Gran Unión estaba moribunda por culpa de aquel virus morfogénico que les impedía retornar a su forma líquida. Todo lo que se había creado en los últimos 20.000 años se perdería. El caos volvería a reinar allí donde se había extendido el orden. Tan solo le quedaba la activación del implante de terminación. El vorta se acercó la mano al cuello, así podría morir, para siempre, junto a la última fundadora...
            Entonces se dio cuanta. Aquel cambiante al que había servido con lealtad, convertido ahora en polvo, no era el último Fundador en el cuadrante Alfa. Odo. El sí era el último fundador sano de la galaxia.
            De golpe, su vida volvía a tener sentido. Serviría al último de los cambiantes, el cual sería el padre de una nueva Gran Unión, un nuevo Dominion. Construido junto a Weyund. El último Weyoun y el último Fundador juntos crearían un nuevo porvenir.


Continuará…

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