domingo, 10 de julio de 2016

Crossover Star Trek - Star Wars. 21

Capítulo 6
Coalición
Tercera parte.


USS Enterprise-E

            Deanna llamó a la puerta y segundos después apareció Zahn tras ella.
            – Buenas noches, consejera – le dijo este y le hizo un ademán para que pasara.
            La habitación estaba en tinieblas y se oía un coro musical que inundaba la estancia.
            – ¿Lenozze di Figaro de Mozart? – preguntó Deanna con una gran sonrisa.
            – Sí. Así creo que se llamaba la obra – respondió Zahn con una sonrisa medio oculta por las sombras –. Computadora, aumente la luz. Reduzca el sonido de la música.
            » Una nave impresionante. Me recuerda a un crucero de pasajeros de lujo. Lo curioso es que sea una nave de combate.
            – Nuestra principal razón de ser es la exploración, comandante – aclaró Deanna sentándose en el sofá que quedaba debajo de las ventanas –. No la guerra.
            – Por supuesto – replicó –. Imagino que ha venido a comprobar lo que le he contado a su capitán Picard.
            – Más bien a conocerle mejor – le volvió a rectificar, lo que provocó una gran sonrisa en el aparente impertérrito rostro del rebelde. Lo mejor sería cambiar de tema –. El teniente Daniels me ha dicho que ha pedido permiso para acceder en nuestros bancos de memoria.
            – Habían bloqueado mi terminal. No se moleste por el comentario, yo hubiera hecho lo mismo. Se preguntará el motivo, ¿verdad?
            – Sí. Sobre todo me pregunto por qué solo ha pedido los de música.
            – Mi madre fue concertista. Quería que siguiera sus pasos. Pero al final decidí la música no era lo mío – le explicó –. Ahora me relaja escucharla. Me decía que se puede saber mucho de una raza gracias a su música.
            – ¿Aun toca?
            – No – respondió Zahn cerrando la mano amputada de manera instintiva.
            – ¿Y qué ha descubierto gracias a nuestra música? – preguntó Deanna para cambiar de tema tras captar el dolor en los recuerdos del rebelde.
            – Diría que los humanos de la Tierra son un pueblo culto. Muy complejo. Las orquestas de cámara, por ejemplo, son muy elaboradas, con una metódica organización para sacar un rendimiento perfecto. Aunque al mismo tiempo restringen las posibilidades, no son tan flexibles como creen.
            – ¿Y a qué conclusión le lleva eso?
            – Que no se diferencian mucho a los humanos de mi galaxia.
            – ¿Cómo ha llegado a formar parte de la Alianza Rebelde? – le preguntó Deanna. En la conversación que habían tenido con Picard había captado claramente como Zahn ocultaba algo, no mentía, pero sí que había un halo borroso al hablar del Imperio y de la Alianza Rebelde.
            Zahn miró a la consejera Troi. Sabía que era telépata, seguramente la abrían enviado para saber si decía la verdad o no. Evidentemente había captado algo, seguramente lo que sentía hacia Daran o su latente traición. Esgrimió una sonrisa a la hermosa consejera y su mirada se hundió la una niebla de los recuerdos de su memoria. Sabía que sería duro, porque debía ser sincero, por primera vez en tanto tiempo. Por eso no le agradaban los telépatas, se encontraba desnudo.
            – No siempre fui oficial de la rebelión. Antes era miembro del Servicio de Inteligencia Imperia: el ubictorado – comenzó a explicar Zahn y ante su sorpresa, Deaana no se inmutó.
            » Será mejor explicarlo desde el principio. La familia de mi padre llevaban generaciones siendo altos funcionarios de la Vieja República: militares, embajadores, gobernadores, dirigentes políticos. Eran días de confusión. Las Guerras Clon habían extendido la destrucción por doquier. La corrupción hacía décadas que se propagaba por todas las instituciones republicanas. Las razas luchaban entre sí por el control de sistemas y sectores enteros. El Senado era incapaz de hacer nada. La República se había convertido en sinónimo de decandencia.
            » Entonces apareció un hombre: Palpatine. Él trajo un Nuevo Orden a ese caos que era la República. Mis padres recibieron la llegada del Emperador y el final del conflicto como la única salvación, el camino correcto para salir del edificio de podredumbre en que era el gobierno galáctico.
            » Yo era muy joven. Un niño apenas. Y como el hijo de un alto funcionario del Imperio en ciernes me enrolaron en sus organizaciones juveniles. Ya se puede imaginar que hicieron allí. Nos enseñaron que los humanos éramos la raza escogida para gobernar la galaxia. Que nuestras raíces se alargaban hasta los confines de la historia. Que nos habíamos multiplicado y colonizado las estrellas. Que éramos mejores y nuestro deber era consolidar el Nuevo Orden de Palpatine y toda esa propaganda de odio.
            – Sí. En la Tierra también hubo gobiernos así – comentó Deanna.
            – En cuanto pude dejé los estudios de música y me alisté. Era muy joven y estaba lleno de ambición, de aventura incluso. Tras los test de personalidad me enviaron a una academia especial, solo reservada para los mejores y salí como un joven oficial de inteligencia. Allí conocí a Daran y nos hicimos amigos.
            » Para entonces la rebelión ya empezaba a surgir por todas partes, al principio en pequeños grupos, pero que poco a poco se estaban organizando y coordinando, así que nuestro trabajo se multiplicó. Nos enviaron al planeta Eriadu del sector Seswenna. Estaba bajo las órdenes del moff Tarkin y mi misión era cazar a los rebeldes. Trabajaba con Daran y lo hacíamos bien. Demasiado bien y pronto nos ascendieron.
            » Además de Daran formaba nuestro equipo Osewn Eckener, que también procedía de mi planeta natal, Naboo. Se nos conocía como “El Trío de Tarkin”. Eckener era el analista del grupo, mientras que Daran era el retorcido, muy inteligente, el político y yo era la mano de hierro, por decirlo de alguna manera. Era curioso que entre los tres no hubiera rivalidad, trabajábamos en verdadero equipo. Una vez Tarkin pronosticó que algún día Daran y yo seríamos enemigos mortales. Recuerdo habernos reído de eso.
            » Pero un día conocí a una mujer muy hermosa. Pensaba que por casualidad. Tenía el pelo liso y rojo y los ojos muy oscuros. Fueron los meses más felices de mi vida. Pero no tardé en descubrir la verdad. Arana pertenecía un operativo de contrainteligencia rebelde. Fue por casualidad, pero no pude detenerla o denunciarla. Estaba como hubiera dicho mi madre: encadenado a ella como las notas musicales en un pergamino. No solo no la denuncié, sino que trabajé para ella y para la rebelión.
            » En aquel momento no me importaba la política. Solo quería que abandonara la misión y el planeta para que estuviera a salvo. Pero era testaruda e idealista, deseaba una galaxia mejor, más justa y sin tiranía. Aunque nunca supe si se había enamorado realmente de mí o si todo era parte de su trabajo – dijo empañándose los ojos con lágrimas que no terminaron de brotas –. O tan solo quería a Arana estuviera a conmigo.
            » Poco después nos descubrieron – dicho lo cual su voz se extinguió en un susurro. Miró su mano derecha y alzándola la fue cerrando despacio. En ocasiones aun sentía el dolor en sus dedos, claro que ya no había dedos que dolieran. Deanna volvió a notar aquel dolor.
            » No me dejaron ningún hueso entero. Se afanaron mucho más que con cualquier otro prisionero. Me daban drogas para aumentar la sensibilidad al dolor. Era de los suyos y les había traicionado. Daran se ocupó personalmente supervisar que me dieran un trato especial que me estaba dando Lepira, mi ayudante y pupilo hasta hacía un día. Aun así no dije nada de lo poco que conocía. Había aguantado el dolor más allá que muchos otros a los que yo mismo había interrogado… No, digámoslo con propiedad. Que yo había torturado en aquella misma sala.
            – Es un hombre muy valiente – le dijo Deanna para animarlo. Podía notar como el sufrimiento de aquellos recuerdos brotaba en su mente, en su alma. Aquello era lo que había notado, la oscuridad de su interior, el sufrimiento que le aprisionaba.
            – No – dijo en un susurro y al mirarle Deanna vio sus ojos cristalinos, a punto de verter lágrimas que habían tardado años en brotar –. Varios días bajo las más horribles torturas no hicieron que hablara. Un instante y todo acabó. Mi mundo, aquello que me había dado fuerzas. Se derrumbó como un castillo en el aire.
            – Arana… – dijo Deanna.
            – Sangraba por el labio – su mirada se perdió en el pasado, como si estuviera sumido en un trance, hablar le costaba un gran esfuerzo, arrastraba cada frase, cada palabra –. Tenía la cara llena de moratones. Estaba medio desnuda. La habían violado. Y yo sabía quién. Yo sabía perfectamente que…
            » Me derrumbé en un segundo. Lloré y dije todo lo que sabía. No era mucho. Algunos contactos que imaginaba que ya habrían desaparecido. Y el emplazamiento de una pequeña colonia de refugiados donde Arana me había llevado para conocer a su hermano, que por seguridad no he vuelto a ver. Probablemente nunca existió.
            Hubo unos segundos de silencio en la cabina, mientras se reponía de haber contado aquello por primera vez desde hacía ocho años. Respiró hondo y se limpió la lágrima que le surcaba por la mejilla.
            – Me rescató un grupo de rebeldes cuando me trasladaban desde el centro de interrogatorios hasta la penitenciaría, donde iban a ejecutarme, lentamente – dijo más tranquilo –. Querían saber que era lo que sabía y que les había dicho.
            » Luego me llevaron a la colonia. Era un remoto lugar de un planeta poco poblado. No quedaba nada. Todos sus habitantes habían muerto: familias enteras carbonizadas en sus casas, la mayoría mientras dormían. Otros intentando huir de un cerco de soldados bien entrenados y sin ningún escrúpulo a la hora de disparar contra gente desarmada. A veces aún recuerdo el olor carne quemada que imperaba entre las ruinas ese día.
            » Aunque en realidad hubo un superviviente. Un niño de diez años que había quedado atrapado entre los escombros. Desde entonces he cuidado, de alguna manera, de Jonua.
            – Y permaneció en la Alianza.
            – No tenía ningún otro lugar a donde ir – lo dijo con una sonrisa amargada, como si el destino le hubiera jugado una mala pasada y se obligara a sonreír –. Con mi expediente no era de fiar, así que me destinaron a una nave de vigilancia electrónica. Me dedicada a escuchar lo que decían mis antiguos compañeros. Un día tuvimos que apoyar un ataque. Era una trampa del Imperio y nos estaban esperando, cogí la iniciativa, logré salvar parte de la fuerza rebelde y huir del sistema. Desde entonces soy... no sé muy bien porque, el capitán de la Far Star.
            » ¿He superado la prueba?
            – ¡Oh! Lo siento. Pero no había ninguna prueba que superar, solo quería conocerle mejor – respondió Deanna con jovialidad –. Y de paso invitarle a cenar.
            – Acepto, por supuesto.


Utopia Planitia, Marte

            La Lokonor estaba estacionada en el interior de uno de los diques secos en que solían construir y reparar las naves en Utopia Planitia. Desde la lanzadera en que el capitán Seek Banzar se acercaba a la fragata de ataque podía ver a esta sobresalir por debajo de la estructura alargada y enrejada del dique. Las reparaciones habían sido bastante serias y habían permanecido demasiado tiempo varados. Además de sustituir la aleta ventral inferior y las reparaciones de la superestructura, también se había actualizado la tecnología de la Federación con que la nave estaba equipada. Las suya había sido una de las primeras unidades enviadas a las Nuevos Territorios y durante varios años se había dedicado a capturar naves enemigas. En aquel momento la equiparon con diversos tipos de armamento: torpedos de fotones, phasers, disruptores de varias potencias, además de los cañones de iones y turbolásers habituales. También tenían sensores de la Flota Estelar, un sistema de ocultación klingon y transportadores de carga y de personal, que facilitaban el abordaje a las naves prendidas. Ahora se habían instalado replicadores que le permitirían ahorrar en gran medida el aprovisionamiento de alimentos y un buen número de piezas de repuesto, al poder "fabricarlas" él mismo a bordo. También se había instalado un sofisticado ordenador de chips isolineales y packs de gel que le permitían tener varias salas holográficas como las que tenían las naves estelares. Pero lo más importante era que por fin ya estaban listos para nuevas misiones.
            Regresaba del Dique Espacial en órbita a la Tierra, donde había recibido su nueva asignación y las órdenes. Debía dirigirse a la antigua Base Estelar Earhart y unirse al destructor Fearsome del capitán Ilbrol con la misión de perseguir a la resistencia que aun mantenían algunas naves estelares en el sector.
            Había estado asignado al estado mayor en el departamento de operaciones y durante aquellos meses había estado muchas veces en la superficie de Marte y en la Tierra. Este último era un hermoso planeta que le recordaba mucho su hogar: Bakura. Lo que le había traído muchos recuerdos de su juventud, antes de que fuera reclutado por el Imperio. Por aquel entonces, hacía una eternidad, cursaba estudios superiores y destacaba en matemáticas y físicas, lo que despertó el interés del moff de su planeta. No había tenido elección y fue enviado a la academia de Corulag, donde solo destacó en astrogración y cartografía, por lo que fue instruido como navegante. Su primer destino fue un crucero Dreadnaught que tenía como misión el mantenimiento del orden por el Borde Exterior y regiones conflictivas de menor importancia. En el Lokonor había pasado sus dieciocho años de servicio en la armada imperial, ascendiendo poco a poco, más por su eficacia en el trabajo diario, que por cualquier otro mérito. Unos años atrás se empezó la formación de la fuerza de debería invadir aquella galaxia y buscaron oficiales capaces de asumir los retos que esto comportaba. Y él era un candidato ideal al cumplir las características requeridas: era eficiente, pero sin que destacara en cualquier otra cosa que en sus habilidades en navegación. Algo esencial para moverse por unos territorios completamente desconocidos.
            Otra característica que influyó era que servía a bordo de una nave de segunda, veterana de las Guerras Clon y por tanto la armada no tenía muchos problemas para deshacerse de ella y entregarla a un moff que estaba preparando una misteriosa operación. Así la Lokonor se dirigió a los astilleros, donde la remozaron completamente, curiosamente utilizando los mismos planos que la rebelión utilizaba para modificar los Dreadnaughts que caían en sus manos y los convertía en fragatas de ataque. Redujeron la tripulación a un tercio; aumentaron su velocidad sublumínica, eliminaron la cubierta de cazas e instalaron un lanzatorpedos para unos proyectiles que jamás había visto antes.
            Al salir de los astilleros le ascendieron a capitán y fue enviado a un remoto sistema donde empezó los entrenamientos en nuevas tácticas de combate, junto con otras naves que jamás había visto. La nueva designación de la Lokonor fue fragata de caza y persecución. Para ello tenía torpedos con una carga explosiva capaz de distorsionar una dimensión llamada subespacio, lo que provocaba que cualquier nave a velocidad de curvatura, una forma arcaica y lenta de superar la velocidad de luz, fuera devuelta al espacio normal inmediatamente. Allí sus cañones iónicos y sus turbolásers debían acabar el trabajo.
            Tras terminar el intensivo entrenamiento su nave viajó hasta los llamados los Nuevos Territorios, donde durante los siguientes años y antes del inicio de la invasión había realizado numerosas incursiones para capturar las naves de las potencias de aquella galaxia. Su primera presa fue una nave estelar, la USS Hera de la que se estudió su tecnología y se interrogó a sus tripulantes para obtener información. Después de aquella captura le habían seguido pájaros de presa klingons, naves gorns o un asqueroso carguero pakled entre otras "piezas". Tras el inicio de las hostilidades había sido asignado a las fuerzas que debía invadir al Imperio Romulano, donde consiguió numerosas victorias antes de que uno de sus pájaros de guerra se lanzara contra su casco en un ataque suicida. Por suerte su timonel había podido reaccionar a tiempo y aunque su nave resultó gravemente dañada, pudieron remolcarla y ahora ya se encontraba completamente reparada.
            Su lanzadera atracó en el dique y sin perder tiempo se dirigió al puente de su nave. Allí se encontró el ajetreo de los últimos momentos antes de la partida.
            – ¿Están todos los oficiales a bordo?
            – No señor. Falta el comandante Congruit – respondió el oficial de guardia –, aún no ha regresado de su permiso.
            – ¡Davith! – exclamó Barzan refiriéndose a su primer oficial –. Intente contactar con él. Y avíseme cuando llegue.
            – Sí señor.
            Aún faltaban varias horas para la partida, Barzan se dirigió a su despacho situado junto al puente de mando. Lo primero que hizo fue quitarse la casaca gris y la gorra, luego se sentó detrás de su escritorio y por el comunicador pidió que le subieran algo para comer. Luego empezó a leer los informes de los diferentes departamentos y jefes de su nave. Todo estaba preparado para la partida: la tripulación había sido completada y por suerte había logrado recuperar a los oficiales y suboficiales que durante aquellos meses habían estado destinados en otros lugares. En algunos casos hacía años que conocía a esos hombres, muchos habían servido, como él, a bordo de la Lokonor antes de su modificación, como su primer oficial, al que había entrenado él mismo en astrogración tiempo atrás. En otros el entrenamiento y los años juntos para aquella misión les había unido en lo más parecido a la amistad que podía encontrarse entre servidores del Imperio, como el oficial del destacamento de asalto, un stormtrooper que curiosamente tenía gran sentido del humor.
            Un joven asistente llamó a la puerta y le dejó el tentempié que había pedido: un bocadillo de pan recién hecho con jamón ibérico, junto a un poco de queso y vino. Un manjar que había degustado en la Tierra y le había encantado, pidiéndole al cocinero de a bordo que consiguiera más para su reserva personal.
            Tras leer los cuadernos de datos con los informes llamó al suboficial superior, un veterano que llevaba más años a bordo de la Lokonor que el propio Banzar y que era el responsable de los tripulantes.
            – Quiero que hagas una cosa Exar – le dijo tuteándole –. Es sobre las salas holográficas. Según las ordenanzas son para entrenamientos y cosas así. ¿Pero verdad que hay horas en las que no se utilizan?
            – Sí, señor.
            – Piensa en crear una especie de créditos o vales entre la tripulación y la oficialidad canjeables por horas en las salas holográficas. Que se consigan por buena conducta, eficiencia, turnos de noche o dobles, cosas así. He traído algunos programas ya preparados de la Tierra. Los llaman holonovelas.
            – Eso alegrará mucho a los hombres. Y levantará la moral – indicó aquel viejo lobo de las estrellas.
            – Hablando de moral, ¿cómo está entre los hombres?
            – Alta, señor. Con ganas de volver a primera línea. Están contentos de volver a bordo.
            – Gracias Exar, cuando tengas la idea dímela – dicho lo cual el suboficial se retiró y Banzar volvió a ponerse la casaca y salió al puente, donde la actividad no había cesado un ápice.
            – ¡Todos los sistemas están listos, señor! – informó el oficial de guardia –. Todas las cubiertas informan que están completas y preparadas para partir.
            – ¿Ha localizado al comandante Congruit?
            – No señor, lo lamento. No responde a nuestras llamadas. ¿Quiere que informe a la Tierra para que le busquen?
            – No – respondió pensativo Barzan –. Informe al astillero que tenemos un problema en… Invéntese algo. Esperaremos media hora más, entonces informe a la Tierra.
            – Sí, señor.
            Justo cuando estaban a punto de informar para que localizaran a Congruit, este indicó que se encontraba en un transporte y que llagaría en unos minutos. Con su primer oficial a bordo y todo preparado, la Lokonor partió de Marte rumbo a Earhart.
            Aunque Congruit se libró de una amonestación oficial, pasó el siguiente mes de haciendo las guardias nocturnas.


USS Enterprise-E 

            – Para cenar nos acompañará Wil, si le parece bien – explicó Deanna entrando en el Once-Frontal, donde había numerosas mesas ocupadas por otros tantos oficiales. Ninguno de los allí reunidos pudo dejar de girarse para ver entrar al representante de la rebelión.
            En una de las mesas estaba el primer oficial que se levantó para recibirles.
            – ¿Qué le parece nuestra nave? – le preguntó Riker al sentarse.
            – Nunca había visto nada semejante – contestó animado –. Y he visto poco de ella. Pero para empezar sus transportadores son dignos de ser calificados de magia.
            – Estoy convencido que muy pronto podremos ofrecerle un recorrido más completo – indicó Riker –. Seguro que habrá más cosas que le sorprenderán.
            – De eso no me cabe la menor duda.
            – Discúlpenme, ¿podría acompañarles? – preguntó un oficial que se había acercado a su mesa. Tenía la piel brillante, pero con textura y los ojos amarillos.
            – Por supuesto – contestó Deanna –. Le presento al comandante Data, nuestro oficial científico.
            – Un placer – replicó Data alargando la mano. Zahn le devolvió el saludo, notando una piel rugosa y caliente, casi humana, pero la sensación al tacto era indefinida.
            – ¿Qué van a tomar? – preguntó entonces un camarero.
            – Yo una ensalada andoriana – dijo Deanna – y un filete de avestruz rigeliana, que creo que está muy bien.
            – Se ha convertido en nuestra especialidad – replicó el camarero –. ¿Y usted comandante Riker?
            – Otra ensalada andoriana y de segundo un corazón de targ, poco hecho.
            – Yo tomaré lo mismo que la consejera – indicó Zahn.
            – Muy bien – contestó el camarero y se marchó.
            – ¿Usted no come, comandante Data?
            – No, yo soy un androide.
            – ¿Un droide miembro de la oficialidad? – indicó Zahn sorprendido –. Nosotros también tenemos droides, pero los utilizamos como herramientas, máquinas. Algunos, si no se les reprograma a menudo pueden desarrollar personalidad, pero nunca podría considerar iguales que los humanos y ni mucho menos llegar a ser un oficial. No son más que sirvientes.
            – Tiene usted razón. He estado estudiando sus droides. Sobre todo sus circuitos y programas de inteligencia artificial, centrándome en los parámetros de personalidad que poseen. Son realmente complejos y sofisticados, pero están muy limitados a tareas específicas. Yo fui creado con un cerebro positrónico capaz de evolucionar a partir de mi programación original y dotado de una consciencia plena. Me considero un ser pensante e inteligente, mis posibilidades son prácticamente ilimitadas. Puedo llegar a tomar decisiones partiendo de razonamientos lógicos sin tener toda la información suficiente, lo que ustedes llaman intuición.
            » Se me construyó a semejanza de los humanos, poseo un sistema respiratorio funcional, mi piel tiene poros, al igual que la suya, puede crecerme el pelo o las uñas. Incluso poseo sensibilidad artística, pinto, toco el violín y bailo. También puedo ingerir y degustar alimentos y bebidas. Puedo soñar y hace unos pocos años que poseo sentimientos: miedo, alegría, tristeza. Mi mayor ambición es llegar a ser lo más parecido a un ser humano.
            – Fascinante – fue lo único que pudo decir Zahn –. Tan solo oyéndole sé que por lo menos no se asemeja a ningún otro droide que haya conocido.
            – Gracias comandante Zhan.
            – También hemos de decir que la Federación le otorgó a Data la totalidad de los Derechos Civiles que nuestra constitución reconoce para todos los seres sensibles – puntualizó Deanna con una sonrisa de satisfacción –. Aunque el mayor logro de Data, para mí es su enorme corazón capaz de hacer amigos en todas partes.
            – Le agradezco el cumplido, consejera – replicó Data, y Zahn creyó que se sonrojaba un poco.
            – Es la verdad – continuó Riker girándose hacia Zahn, que parecía disfrutar de las explicaciones de Data –. Comandante, háblenos de su galaxia.
            – Por favor llámeme simplemente Zahn. Mi galaxia. Tiene lugares hermosos, especies de todo tipo. Pero creo que hace demasiado tiempo que no conoce el significado de la palabra paz. Tras la Guerra Clon que devastó la Vieja República, llegó la tiranía del Imperio y entonces estalló lenta, pero inexorable, la guerra civil.
            » Pero hablemos de las cosas hermosas que hay. Por ejemplo Coruscant, es la capital del Imperio y ya lo fue de la República. Toda su superficie está cubierta por una ciudad de rascacielos gigantescos, apenas sí hay espacio que no haya sido edificado. Y aunque parezca un monstruo, este planeta metrópoli guarda riquezas y maravillas inimaginables…


La Far Star

            Treson Moritz estaba esperando un mensaje de su superior desde hacía varios días. Habían estado en contacto casi diariamente desde que había partido a bordo del Resplendent, enviándole las comunicaciones interceptadas e informes de sus actividades. Pero al oficial de la Alianza no le había gustado lo sucedido en las ruinas de Corinth IV, tan solo tenían órdenes de observar, nada más. Aunque tenía que reconocer que la información recogida era muy importante: sobre todo lo relacionado con los datos de las potencias y razas de aquellas estrellas. Al poco había recibido una comunicación informando del contacto con una nave de la Flota Estelar. Aquello tampoco no le había gustado en absoluto, Zahn se estaba excediendo en su misión, pero no podía hacer nada en ese momento, tan solo observar de cerca los acontecimientos e intervenir si fuera necesario. Por eso ahora se encontraba a pocos años luz de aquel sistema donde Zahn se había reunido días después con un alto oficial de la Flota Estelar. Y acudiría a la más mínima señal de peligro, para lo que ya había desplegado los cazas para saltar al hiperespacio.
            – Recibimos una comunicación del Resplendent – indicó uno de los técnicos y Moritz lleno de impaciencia le hizo un ademán para que la emitiera en el proyecto holográfico.
            – Comandante Moritz, me alegro verle de nuevo – le saludó Zahn. Lo que significaba que todo había ido bien. Si por el contrario iniciaba la frase sin el “de nuevo”, quería decir que las negociaciones habían fracasado. Lo que el alderaano hiciera después, ya estaba a su elección: intentar rescatarlos o dejarles a su suerte.
            – Lo mismo digo comandante – respondió Moritz con una sonrisa –. ¿Ha podido concluir satisfactoriamente las conversaciones?
            – Así es. La Federación ha aceptado toda la ayuda que les podamos proporcionar, aunque esta sea limitada. Pero será mejor que hablemos en persona.
            – Muy bien. Estaremos allí en enseguida. Moritz fuera.
            Entonces la actividad a bordo de la fragata rebelde, sosegada desde hacía tiempo, se aceleró de golpe. Se conectaron los sistemas, encendieron los motores y en pocos minutos la FarStar escoltado por la mitad del escuadrón de Ala-X saltó al hiperespacio. Saliendo de él apenas unos instantes después. Justo delante de ellos se encontraban la Enterprise, la Defiant y el Resplendent.
            Moritz observó las dos naves de la Flota Estelar mientras los cazas de Nierval se aproximaban pero sin pasar demasiado cerca. Se había pasado toda la vida entre las estrellas y no había visto nunca nada semejante. Eran elegantes y de acabado elaborado, pero al mismo tiempo tenían un aspecto agresivo, poderoso. A simple vista se deducía que procedían de una cultura avanzada y sofisticada. Aquello coincidía con la información del Imperio sobre ellos.


Bolarus IX

            Ak-746 salió de la ducha y empezó a secarse. Venía de un ejercicio de entrenamiento simulado con su unidad que había durado desde el amanecer. Aquella era la última maniobra real y había sido excelente, la sincronización de sus hombres era perfecta con los vehículos andadores y su artillería, los ejercicios ensayados repetidamente habían dado sus frutos y ahora la 111ª Legión Stormtrooper estaba dispuesta a dar más victorias al Imperio.
            Mientras se secaba observó las cicatrices que tenía en su cuerpo. El impacto de blaster en el costado derecho, la marca del inicio de su brazo cibernético, la quemadura de su muslo izquierdo y otras imperceptibles. Ak-746 era único y aquellas marcas en su piel lo demostraban. Procedía de las primeras generaciones de soldados clon que habían salido de las fábricas de Kamino tras la victoria sobre las fuerzas secesionistas de la Vieja República y no conocía a ningún otro soldado tan viejo como él. Incluso empezaba a tener canas en las sienes. Había sido criado para mandar y de jefe de pelotón con el paso de los años se habían convertido en el comandante de una legión de soldados de asalto. Era el mejor entre los mejores, un superviviente nato, un soldado alterado para sobresalir entre todos y aplastar a todos los enemigos del Emperador y del Imperio. No respetaba a nada, ni a nadie, porque todos eran inferiores a él, todos eran imperfectos, no válidos. Se había enfrentado a lo largo de su vida a centenares de especies y nadie le había vencido ni una sola vez.
            El sonido del comlink le despertó de sus pensamientos.
            – ¡Ak-746 preséntese inmediatamente en el despacho del general Pion!
            Terminó de vestirse y se dirigió hacia los edificios de mando. Habían ocupado las instalaciones de la Flota Estelar en Bolarus, situadas sobre una colina cerca de la capital, justo al lado del puerto espacial con los hangares y pistas de aterrizaje para naves. Minutos después el soldado clon entraba en el despacho de su oficial superior. Llevaba puesta su armadura blanca y el casco debajo del brazo derecho en perfecta alineación con su pecho. Se cuadró.
            – Se presenta Ak-746, señor.
            – Tenemos nuevas órdenes para su legión, comandante.
            – Será un honor cumplirlas, señor.
            – Han de dirigirse a Eltanis IV y aplastar una revuelta que se ha extendido por esa colonia kobliad y que como siempre las fuerzas regulares del ejército no consiguen controlar.
            – La 111ª Legión acabará el trabajo para gloria del Imperio, señor.
            – Partirá inmediatamente junto a la 494ª Legión a bordo del Dark Mantle. Usted tendrá el mando táctico.
            – ¿Alguna recomendación?
            – Ese sector está muy nervioso, haga una demostración de fuerza.
            – Sí señor – y dicho lo cual salió de la estancia.


La Far Star

            Zahn subió a bordo de la Far Star usando los transportadores de la Enterprise y se reunió con sus oficiales, para explicar la conversación que había tenido con Picard. Vendell, que se había afeitado cumpliendo la promesa de hacerlo tras la muerte de Palpatine, fue el más crítico al respecto del contacto con la Flota, argumentó que además de no tener autorización para ello, no se habían acumulado la suficiente información para arriesgarse a un contacto tan directo. Drahk, el jefe del destacamento de marines le secundó ante la posición de peligro que había puesto a la Alianza ante un acercamiento sin conocer a la Federación. Sin embargo su artillero, el teniente Owen Rio, indicó que se debía de luchar contra el Imperio con todos los aliados posibles y que la Flota Estelar parecía una potencia en que se podía confiar, según por lo menos los datos capturados al enemigo de ambos. Y lo mismo pensaba el doctor Sel’Sabagno. La discusión igualmente la zanjó Moritz al indicar que aquello no era una democracia y que se debían acatar las órdenes de los superiores. Aun así indicó que toda negociación formal debía de ser dirigida desde los altos mandos de la Alianza.
            Concluida la reunión Zahn y Moritz tenían que trasladarse a la nave estelar para acabar de concretar el acuerdo con la Federación. Aunque antes de partir Zahn le pidió a su primer oficial hablar en privado. Permanecieron unos instantes en silencio, por fin Zahn miró a Treson Moritz a los ojos.
            – ¿Cuantos años hace que nos conocemos?
            – Cinco – respondió el aldeaarano.
            – Tras estos años te considero un amigo – empezó a decir, pero no era el momento, ni la persona para andarse con rodeos –. Desde que me reuní con Picard he estado pensado. El tiempo es esencial y aunque deleguemos las cuestiones más importantes del tratado entre la Federación y la rebelión, hemos de empezar a trabajar unidos ahora. Esta es la propuesta en firme que he decidido hacer. Me quedaré con el Resplendent en esta galaxia, junto al destacamento de Drahk y los cazas. También a Ajaan, como mi segunda. Aquí seremos más útiles luchando contra el Imperio. Tú retornaras la nuestra galaxia a bordo de la Far Star e informarás de todo lo que hemos averiguado.
            » No digas nada – le cortó antes de que este pudiera hablar –. Mi intención es ayudarles en cuestiones de inteligencia, sin revelar nada que pueda poner en peligro a la rebelión, ni aquí, ni en nuestra galaxia.
            » Sé que Madine te ordenó matarme si intentaba traicionar a la Rebelión. Me crie dentro del Nuevo Orden y fui oficial del ubictorado. Hasta hace ocho años era el enemigo, el peor de todos. Picard y su gente saben que fui oficial del Imperio y seguro que también me vigilarán. Además puedes ordenar a Ajaan y a Drahk que permanezca a mi lado y ejecuten esa orden por ti. Incluso creo que Drahk lo haría con placer.
            » Nuestro deber es aplastar al Imperio y su ideología. Allí donde esté. Y como te he dicho, aquí seré más útil que en cualquier otro lugar.
            – También esta Daran, ¿no? – indicó Moritz cuando Zahn hubo acabado.
            – Sí. También está Daran. Es cierto, quiero acabar con él.
            – En la reunión no he dicho una cosa, porque estamos en una cadena de mando y yo, como tu segundo, no debo de cuestionar tus órdenes delante de la tripulación. Pero no deberías haber contactado con la Federación. Te has excedido de las órdenes y puesto en riesgo la misión y lo que es más importante: tu tripulación – dijo sereno –. No eres un oficial de la marina, sino un espía y comprendo que esta misión te afecta personalmente, y has puesto tú venganza frente a la seguridad de la Far Star. Pero lo que está hecho, hecho está. Y tus intuiciones siempre han sido acertadas, eso también lo he de reconocer y la misión es más apropiada para ti, que para mí.
            » Yo también había pensado en que te quedaras – cambio Moritz de tema después de un prolongado silencio –. También había pensado en que Drahk se quedara, no precisamente para vigilarte. Conoce muy bien al Imperio, te hará un buen servicio. Al igual que Nierval con sus Ala-X. Tan solo me quedaré un par de cazas para dar cobertura a la Far Star en el viaje de regreso.
            Moritz se levantó, como si lo que iba a decir no lo pudiera decir sentado. Puso las manos a la espalda y una expresión de profunda concentración.
            – Cuando me dijeron que asumirías el mando no entendí el motivo. Pero el general Cracken me dijo que alguien de la total confianza de Bail Organa respondía por ti. Pero también me advirtió quien habías sido y que habías hecho en el pasado. Ajaan me explicó que no dudaba de tu odio al Imperio y me explicó tu historia. Después observé como te esforzabas como capitán de esta nave, lo que hacías con la tripulación para cohesionarla e intentabas aprender los protocolos como oficial naval, algo que nunca habías pretendido ser. Pero jamás te he considerado un amigo.
            » Y en realidad fue Cracken que me dijo que no dudara en matarte si ponían la nave o la tripulación en peligro o creía que ibas a traicionar a la Alianza. Aun así siempre me he preguntado si sería capaz de hacerlo – sus ojos tenían una extraña mirada, como si estuviera nublada –. Una vez creí que sí podría. Cuando supe de la destrucción de Alderaan y el asesinato de mi familia. Incluso lo deseé. Nunca había, ni he vuelto a pensar algo semejante. Ya que no sé si pudiera hacerlo a sangre fría. En un combate entre naves hay distancia, no puedes ver al enemigo, se lucha por sobrevivir – Moritz miró fijamente a los ojos a Zahn –. Eso es lo que nos diferencia. Tu sí podrías. Has matado a sangre fría. Y lo volverás a hacer. Yo nunca podré, aunque me fuera la vida en ello.
            » Mi mujer dijo una vez que tenía el don de conocer a las personas. Y con el tiempo puedo decir que no creo que traicionaras a la Alianza. Excepto en una cuestión. Cuídate de Daran, el odio es lo único que puede vencerte. Siempre has estado observándole, esperando el momento de saltar encima de él y acabar con él. Que no te ciegue tú sed de venganza y ante todo, nunca pongas en peligro la vida de otros para saciarla.
            Zahn no supo que decir, tan solo logró esgrimir una media sonrisa. En aquello último tenía mucha razón: Moritz era capaz de reconocer el corazón de las personas. Todo lo contrario de lo que era Zahn: entrenado para desconfiar de ellas.
            – Treson – dijo por fin Zahn tras una larga pausa –. Nunca te he dicho que me gustaría ser como tú. Pero no fui educado para ello. El odio y la venganza siempre han sido mí motivación… En ocasiones me gustaría ser un buen hombre, como tú.
            Moritz no respondió, miró a Zahn, inclinó la cabeza asintiendo y salió de su despacho. El antiguo oficial imperial se volvió a sentar y respiró hondo. Se levantó y se dirigió hacia el hangar, donde una lanzadera les iba a llevar a la Enterprise.


USS Enterprise-E 

            En el hangar de la nave estelar fueron recibidos por Riker quien pidió disculpas por la ausencia de Picard y Sisko, que se encontraban conferenciando con sus superiores en aquel mismo momento. Y mientras esperaban a que se iniciara la reunión, el primer oficial les enseñó el interior de la Enterprise. En ingeniería LaForge les mostró el reactor principal y explicó el funcionamiento de la velocidad de curvatura y su relación con el subespacio, que los hombres de la Alianza Rebelde desconocían completamente. Luego les enseñó la holocubierta, quedando maravillados por aquella tecnología. Después pasó por la enfermería donde la doctora Crusher les explicó las diferencias que habían descubierto entre su medicina y la de la Federación, después les mostró cartografía estelar y el arboretum y cuando Riker empezaba a no tener nada más que mostrarles, Data llegó para indicarles que ya podían subir al observatorio.
            Allí les esperaban los capitanes de la Flota Estelar.
            – Siéntense, caballeros – les pidió Picard tras las presentaciones –. Siento el retraso, pero estábamos acabando de concretar ciertos puntos con mis superiores.
            La reunión transcurrió tranquila y Zahn y Moritz les plantearon su intención de dejar a parte de sus hombres y material, mientras la Far Star regresaba para informar a la cúpula dirigente de la Alianza.
            – Comprendo las limitaciones que su situación les impone – intervino Picard cuando Zahn acabó de exponer sus intenciones –. Y la presidenta de la Federación y el Alto Mando de la Flota están muy interesados en colaborar con la Alianza Rebelde. En un principio me han autorizado a concretar nuestra relación inmediata. Y han expresado su deseo de poder formalizar relaciones diplomáticos con la Alianza. Tenemos un enemigo en común y la unión siempre hace la fuerza. Por tanto si su intención es la de regresar con la Far Star a su galaxia, eso nos proporciona una ocasión única. Si lo permiten, quisiéramos que una delegación del Cuerpo Diplomático partiera con ustedes para establecer esta relación entre las dos potencias. Si lo autorizan, partirán inmediatamente de nuestra base a bordo de la nave más rápida.
            Zahn miró a Moritz que hizo un gesto de asentimiento. Era una magnífica idea en realidad, pensaron los rebeldes. De aquella manera sus acciones en la Vía Láctea se reforzarían con la presencia de aquellos diplomáticos de la Federación.
            – Será un honor acoger tan dignos emisarios – indicó Moritz.
            – Entonces caballeros pasemos a cual será nuestra relación de forma inmediata – prosiguió Picard –. La Federación reconocerá a la Alianza Rebelde como oposición al Imperio en su galaxia y dará su apoyo logístico a las naves que esta ha desplazado a la Vía Láctea. Cuando se funde la Nueva República serán para nosotros los gobernantes legítimos.
            » Durante el tiempo que estén en esta galaxia, sus fuerzas permanecerían autónomas en cuestiones operativas y estratégicas. No así de logística, por lo que el Resplendent y de sus cazas, recibirán todo el soporte de nuestras naves e instalaciones. La cooperación se basará en el intercambio de información y conocimientos de las fuerzas imperiales. La Federación hará en principio de enlace entre ustedes y el resto de nuestros aliados en la lucha contra el Imperio: los klingons, los romulanos, la resistencia cardassiana del legado Damar y las fuerzas del Dominion en el cuadrante Alfa, así como el gobierno legítimo de Bajor del primer ministro Shakaar, que por ahora son las potencias que forman nuestra resistencia.
            » ¿Les parecen adecuados estos términos?
            – Personalmente sí – contestó Zahn –. Por supuesto la última palabra la tendrá el Consejo de la Alianza.
            – Por supuesto – replicó Picard satisfecho –. Entonces si no hay nada más que aclarar, podemos dejar zanjada esta cuestión.
            Zahn miró a Moritz, que asintió complacido.
            – Hoy es un día histórico – indicó Picard –. Y espero que sea el principio de una larga relación amistad entre nuestros dos pueblos.
            – Los enemigos del Imperio se han unido para luchar contra la maldad que representa – indicó Zahn –. Hoy es un mal día para el Imperio.
            – Que así sea – puntualizó Moritz satisfecho.



Continuará…

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