domingo, 20 de diciembre de 2015

Crossover Star Trek - Star Wars. 2

Los perros de la guerra
Capítulo 1.
Segunda parte



Cuando parecía que la guerra contra el Dominion
podía finalizar en pocas semanas, el Imperio Romulano
ha empezado a sufrir una serie de devastadores y misteriosos ataques.
Poco después estos se extienden al interior del territorio klingon,
De la Federación y el Dominion en cardassia…


San Francisco, la Tierra

            Aquella reunión se celebraba en una de las salas del edificio que había salido indemne del ataque breen que habían sufrido la Tierra hacia unas semanas. El almirante Paris, encargado del departamento de Búsqueda & Desarrollo se sentó absorto en sus pensamientos. El trabajo le tenía ocupado todo el día: tenía que coordinar diversos programas empezando por un motor más eficiente, a nuevos equipamientos médicos, pasando por sistemas de control atmosféricos planetarios y el proyecto Pathfinder, que acababan de asignarle por petición propia. Y todo ello tenía que conseguirlo con la reducción de recursos que la guerra contra el Dominion había producido en toda la Flota Estelar, lo que le llevaba de cabeza.
            A su lado estaba la almirante Alynna Nechayev responsable de las Operaciones y a la que conocía desde hacía tiempo. Era más, él había tenido el honor de introducirla en los sabores de los canapés de bularian cuando aún no era capitán. Era una mujer de carácter duro y eso le había provocado cierta mala fama entre algunos sectores de la oficialidad. Pero también era uno de los pocos almirantes de alto rango capaz de coger la sartén por el mango y encargarse de las misiones desagradables, como ya había hecho en más de una ocasión. Tras la crisis del almirante Leyton la habían ascendido y ahora ocupaba un puesto de gran responsabilidad coordinando todas las asignaciones de la Flota.
            Se saludaron cortésmente e intentando alejarse por un momento de sus responsabilidades y rebajar la presión que ambos estaban sometidos, Nechayev le explicó el último informe del capitán Sutok, que a bordo del USS Nightwing había logrado escapar de un ataque con las armas disipadoras breen. Ambos habían coincido cuando aquel peculiar vulcano que no seguía las enseñanzas de Surak era un joven oficial imaginativo y aventurero, recordando que habían predicho que si no era degradado por sus ocurrencias iba a llegar lejos.
            Poco después entró el almirante Hayes, promovido a Comandante Supremo de la Flota Estelar tras el último ataque Borg al sector 001.
            – Acabo de hablar con el presidente Min Zife – dijo sin preámbulos al sentarse en la mesa –. Todos sabemos que la situación es grave, así que no es el momento de divagar. Los ataques empezaron contra los romulanos, pasaron al Imperio Klingon y ahora han afectado a cardassia y a la Federación, extendiéndose por todo nuestro territorio con rapidez. Del enemigo no conocemos su naturaleza ni procedencia, pero de sus actos solo cabe deducir que es el inicio de una invasión a gran escala de la galaxia conocida.
            » No sabemos cuáles son sus objetivos concretos, que parecen ser aleatorios y están separados entre sí, en ocasiones a sectores de distancia. Aunque el patrón de sus ataques nos indica que están neutralizando los bases de mando y control. Tampoco conocemos sus intenciones a medio o largo plazo. Pero por lo que conocemos por ahora, hemos de prepararnos para lo peor…
            En ese momento las puertas de la sala de conferencias se abrieron y uno de los asistentes de Hayes entró para entregarle un padd. Lo leyó con calma y tras asentir, su asistente, este salió de la sala.
            – Caballeros, acabo de recibir un mensaje de la Ganymede: la Base Estelar 74 está siendo atacada – un murmullo se alzó entre el resto de almirantes. Todos sabían que Tarsas III era, con su dique espacial, una de las bases de la Flota más importantes de la zona central de la Federación y se encontraba muy cerca de la Tierra –. Con esta ya son 12 en el cuadrante Alfa y 26 en el Beta. Pero hay otro dato igualmente preocupante: según el último informe enviado por el capitán Darryl Oja se detectaron naves de desembarco planetario. Creo que ha llegado la hora para retirar a todo el personal no esencial de nuestras instalaciones. No solo eso. Como comandante de la Flota Estelar, declaro de Código Factor 1, es decir: estatus de invasión a la Federación.
            La reunión prosiguió con la exposición de los datos que se tenían, así como la estrategia a seguir por la Flota para defender su territorio. La intervención final, estuvo a cargo del almirante Coburn sobre la importancia de proteger el sector 001 y los planetas del núcleo de la Federación con el despliegue de una flota móvil. Los ataques eran quirúrgicos allí donde se realizaban y normalmente eran objetivos militares: sobre todo puestos avanzados de abastecimiento, puestos de mando y astilleros. Según el embajador en Qo’noS el cuartel general de las Fuerzas de Defensa Klingon en Ty’Gokor había sido completamente destruido, a pesar que estaban preparados para un ataque inminente. En aquel momento, el que había sido considerado uno de los lugares considerados más inexpugnables y fortificados de la galaxia, era un amasijo de hierros fundidos y escombros flotando en el espacio en el centro del territorio klingon.
            Al concluir la reunión Hayes pidió a los almirantes Paris, Nechayev y Toddman, este último encargado de la seguridad del cuadrante alfa, que no se marcharan.
            – Les he pedido que se quedaran porque tengo que darles una orden… muy delicada. Creo que ha llegado el momento de activar el Operativo Omega.
            Los tres oficiales se miraron entre sí. Sabían que la situación era muy grave, desesperada en realidad. Sobre todo por el completo desconocimiento que tenían sobre aquel nuevo y por lo que parecía terrible enemigo que había surgido de la nada.
            – A partir de este momento no quiero saber nada más de este asunto – continuó Hayes –. Como ya saben, tienen la autoridad necesaria para llevar a cabo sus órdenes.


            Owen Paris se sentó en su despacho del que tenia en el edificio de los cuarteles generales que daban a la había de San Francisco y se acomodó en su silla. Encima de su mesa había un padd con el informe de los estudios iniciales del proyecto Pathfinder y las modificaciones previstas en la matriz MIDAS. No lo leyó. Ya no había motivos para hacerlo. El proyecto había sido anulado de golpe, en realidad todos habían sido cancelados. Miró la fotografía que tenía encima de la mesa. Era su hijo único Thomas cuando aún era un cadete en la academia.
            Nunca se habían entendido, pero por desgracia se había dado cuenta de ello demasiado tarde. Asistió a los funerales de los tripulantes de la Voyager y por primera vez lloró por su hijo. Y de algún modo, en su interior, se había reconciliado con él. Luego como un regalo del cielo había sabido que no había muerto y desde ese momento se había sentido esperanzado de nuevo. Aunque estuviera perdido en la inmensidad del espacio sabía que aún vivía y eso le daba fuerzas y esperaba que hubiera leído su carta. Cada día se preguntaba si estaría bien, o si seguía con su infantil afición al siglo XX, aunque estaba seguro que sí tendría el mismo interés por las chicas. Era incorregible. No creía que hubiera ninguna capaz de llevarlo al redil en toda la galaxia… en todo el universo. E incluso en otros. El único consuelo que tenía era que allí donde estuviera estaba a salvo de todo lo que estaba sucediendo en casa. La capitán Janeway había sido su oficial científico a bordo del Al-Batani, sabía que le cuidaría bien y sabía que le devolvería sano. Si alguien era capaz, esa era ella. Aunque para entonces la cuestión era saber si abría un hogar al que regresar.
            Pero aquel no era el momento para distraerse. Presionó los controles que había en su escritorio y llamó a su secretaria.
            – Cancele todos mis compromisos. Y diga al comandante Peter Harkins que quiero verle. Ahora.
            – Sí, señor.


USS Daedalus

            El capitán T’old regresó de su pequeño despacho y se sentó en la silla de mando. Acababa de recibir un mensaje del cuartel general de la flota.
            – Aquí el puente a toda la tripulación – indicó tras presionar su comunicador –. Hemos recibido órdenes de dirigirnos lo más rápido posible a Tarsas III. Allí la Base Estelar 74 ha informado que está siendo atacada. Nuestras instrucciones son entrar en el sistema con nuestro sistema de ocultación y observar la situación para transmitir los datos al Alto Mando.
            » Sé que la nave es nueva y que muchos de nosotros no nos hemos acostumbrado a ella todavía – continuó para influir ánimos a su dotación –. Pero también sé que esta pequeña nave de la clase Defiant es capaz de enfrentarse a cualquier peligro. Y mucho más con esta buena tripulación que tengo. Que digo, la mejor tripulación de la Flota, para la mejor nave de la Flota.
            – La nave está lista, capitán – indicó su primer oficial sentado en la consola de operaciones. Era un joven teniente comandante que T’old había tenido como oficial táctico cuando él mismo era el segundo a bordo del Venture. Podía confiar en él.
            – Alférez, rumbo a Tarsas III, máxima velocidad – indicó el tiburon.
            La Daedalus aceleró y en segundos desapareció entre las estrellas.


USS Wounded Knee

            – Los ataques a la Federación se han intensificado en las últimas horas – anunció el capitán Otá'taveaénohe a sus oficiales en la Sala de Derrota. Era un hombre alto, de facciones rectas y el pelo recogido en una larga trenza. Hacía dieciséis años que servía a bordo de aquella nave y ocho que era su capitán. Conocía bien a toda su tripulación, la mayoría hacía tanto tiempo como él que estaban destinados allí y les consideraba su familia. Con la que había disfrutado de sus logros, luchado codo con codo y derramado sudor y sangre. También habían pasado juntos el peor momento de su carrera, hacía ahora cinco años, tras la muerte de su hermano a manos de los cardassianos en Dorvan V. En ese momento se había planteado dejar la Flota, incluso tal vez pasarse al maquis y luchar por los suyos. Pero al final había permanecido vistiendo el uniforme que llevaba. Su deseo de explorar la galaxia desde niño había sido más fuerte que su necesidad de venganza. La lealtad hacia su tripulación y el apoyo de estos le habían hecho decidir. Ahora no se arrepentía y durante la guerra contra el dominion ya había devuelto su porción de odio hacia los cardassianos que habían vendido su alma a los fundadores.
            » Tenemos conocimientos del incursiones a las Bases Estelares 11, 157, 295 y 74. Esta última ha dejado de transmitir y se presume su destrucción y la ocupación del planeta.
            » Desgraciadamente pocas de nuestras bases y colonias tienen defensas capaces de repeler ataques de la magnitud de los que estamos sufriendo o han sufrido los romulanos y los klingons. Por eso la Flota ha reorganizado sus fuerzas en todos los sectores y está agrupando sus efectivos en los lugares de mayor importancia estratégica susceptibles de ser atacados. Hemos recibido órdenes de dirigirnos al sistema Solar en el sector 001. ¿Alguna pregunta?
            – ¿Sabemos algo más de estos nuevos… enemigos? – preguntó su jefe de ingenieros.
            – No. La Base Estelar 295 envió imágenes de las naves antes que interceptaran las comunicaciones. El grupo de ataque estaba formado por una decena, la más grande de 1.600 metros de largo y otras auxiliares, como saben más grandes que los pájaros de guerra romulanos de la clase D'deridex. Pero nada de su identidad, no coinciden con nada que tengamos en nuestras bases de datos.


Beta Antares

            Los pequeños y discretos astilleros de Beta Antares estaban situados en el mismo sistema que el gran complejo que se extendía como una telaraña en la órbita a Antares IV. En cambio Beta tan solo tenía media docena de diques secos de forma romboide y un complejo de oficinas, aún en construcción, con los talleres y algún laboratorio en órbita a una pequeña luna.
            Los tres primeros diques tenían las primeras naves de su clase. Uno tan solo contaba con el armazón; la segunda tenía el casco ya ensamblado, con motores y deflectores instalados; mientras que la tercera la nave estaba casi completamente construida, tan solo faltaba acabar de instalar algunos sistemas internos. Los otros tres diques tenían tres naves que habían sido modificadas desde su casco original, algunas aun sin ensamblar, pero ya se encontraban en un estado avanzado de construcción.
            Desde el complejo de oficinas el capitán Peter Harzel observaba los cercanos diques donde las lanzaderas y las cápsulas de trabajo no dejaban de sobrevolar las estructuras. Este estaba pensando en la orden que acababa de recibir, cuando por el horizonte vio aparecer los dos cargueros que veían para iniciar el traslado.
            Al girarse se encontró con los jefes de departamento de los pequeños astilleros que tenía a su cargo. Todos conocían ya las órdenes y aquella reunión era un trámite que no quería dejar escapar, tenía poco tiempo y se tenía que trabajar en grupo.
            – Iré al grano. No creo que sea el momento de los discursos – empezó diciendo Harzel, que tampoco era un hombre muy hablador –. Hemos de evacuar. Recogeremos el material pesado y nos marcharemos con los diques.
            – ¿Cuánto tiempo tendremos? – preguntó su segundo Hugo DeValois.
            – Lo antes posible – respondió secamente –. Dentro de unas pocas horas llegarán los remolcadores de Beta Antares IV. Para entonces ya deberemos tenerlo todo listo – un murmullo se levantó de entre los presentes –. Acaban de llegar dos cargueros en los que pondremos todo el material de nuestros almacenes. Jefe Owyeung ese es su trabajo. Recambios, equipo herramientas, maquinaria, todo lo que usted crea oportuno para reanudar nuestro trabajo en otro lugar. Tenga en cuenta que no tendremos el soporte de la Flota o la Federación. Confío plenamente en su criterio. Estaremos solos.
            – Sí señor – respondió este empezando a calcular mentalmente lo que tenía que recoger. Era el responsable de mantenimiento, resolutivo y eficiente como nadie que Harzel hubiera conocido.
            – Teniente Swaol, prepare los diques secos para su traslado. Sé que ensayó esta maniobra el año pasado ante un eventual ataque del jem’hadar.
            – No se preocupe, señor – replicó el halii con seguridad.
            – Comandante Millán, ¿cuál es el estado de la Pretorian?
            – Hemos realizado los exámenes del rendimiento de la estructura y están dentro de los parámetros, así como los de la eficiencia de los motores trabajando en conjunto y también son satisfactorios – respondió la supervisora de las pruebas de las naves en su fase final de construcción –. Los sistemas auxiliares ya instalados funcionan sin problemas, lo único es que no están todos. Faltan la mayoría de las cabinas, el equipo de la enfermería y el científico de los laboratorios, los lanzatorpedos…
            – ¿La nave está en condiciones de navegar? – le interrumpió Harzel.
            – Los motores y todos los sistemas de ingeniería, el ordenador y los sensores básicos, funcionan sin ningún problema – respondió rotunda Millán –. No puede entrar en combate, aun, pero está en condiciones.
            – Entonces no hay nada más que hablar. Prepárela para llevárnosla.
            – Entendido.
            – Que los equipos de la Constitution y la Pathfinder hagan lo propio con sus naves. Por desgracia la Horatio tendremos que dejarla aquí. Hugo quiero que hagas una cosa muy importante – le dijo a su segundo, al que conocía desde los tiempos que los dos estudiaban ingeniería en la Universidad Politécnica de París, antes de que sus carreras les separaran: uno hacia la Flota Estelar y el otro a la ingeniería civil, para encontrarse de nuevo en aquel proyecto.
            » He contactado con el capitán de la Clipper Maru, quiero que evacues en ella a todas las familias de los nuestros.
            – Bien.
            – Que el resto ayude a los demás en todo lo que puedan. El espacio será reducido, cojan tan solo lo esencial. Nos esperan momentos difíciles, pero si permanecemos unidos, todo saldrá bien.
            Dicho lo cual los hombres y mujeres que tenía a su cargo se levantaron y salieron del despacho de Harzel que hacía a la vez de sala de reuniones. El único que se quedó rezagado fue DeValois.
            – ¿Lo que he de hacer también estaba en tus órdenes? – le preguntó son tapujos.
            – No – respondió este tras un silencio.
            DeValois no dijo nada. Asintió y girando sobre sus talones salió del despacho. Una de las razones por las que no se había unido a la Flota era aquella manía en obedecer órdenes. No se consideraba un rebelde hacia la autoridad o un contestatario. Pero la rigidez militar por la que se regía la Flota le había llevado a no unirse a esta, por lo menos como oficial, ahora era un civil que trabajaba para ellos. Era un ingeniero excepcional y con eso tan solo bastaba.


USS Daedalus

            La pequeña nave de la clase Defiant se había escondido tras su sistema de ocultación unos cuantos años luz de distancia de Tarsas y ahora se estaba acercando. El sistema tenía dos planetas de clase M, diversas estaciones en otros planetas y lunas y una población cercana a los nueve mil millones de seres. Era un importante puerto espacial del centro de la Federación, encrucijada de numerosas rutas de comercio que se extendían por todo el cuadrante Alfa y Beta. Por eso la Flota había escogido la Base Estelar 74 para construir el segundo Dique Estelar. Cuya infraestructura proporcionaba además de un puesto de mando y control, las instalaciones necesarias de reparación y abastecimiento de sus naves. También era un importante centro de investigación y formación de oficiales y tripulantes, entre otros muchos servicios. Por lo que era sin lugar a dudas un objetivo de primer orden. Junto a los sectores centrales de la Federación, como el de vulvano o el 001.
            A máxima amplificación en la pantalla apareció Tarsas III: un planeta azul, muy parecido al Tiburon natal de T’old. Pero pronto aquella relación desapareció de su mente al aparecer tras la curva del planeta el Dique Estelar. Aunque estaban lejos podían apreciarse claramente los efectos de ataque: la estación se había defendido con determinación a juzgar por los numerosos impactos en la estructura. Podía ver boquetes en el dique superior donde antes había estado una de las puertas de entrada. En otras partes del cuerpo se apreciaban más daños: en la zona central y en la esfera inferior. Al aproximarse se veían muchos otros de menor importancia, las estructuras superiores parecían haber recibido un fuerte bombardeo. Según los sensores la energía principal había fallado, aun así la auxiliar mantenía el soporte vital en la mayor parte, así como de los campos de fuerza. También mostraba muchas formas de vida, al igual que descargas de armas de energía, lo que significaba que aún se luchaba en el interior del dique.
            No lejos de este se agrupaba la fuerza enemiga. Estaba formada por algo menos de medio centenar de naves, dos de las cuales, de forma triangular medían mil seiscientos metros de largo y estaban increíblemente armadas. Junto a estas había otras tres mucho mayores, eran como tres grandes anillos y en el centro una esfera de tres mil metros de diámetro, de la que no paraban de salir lanzaderas y naves de desembarco. El resto eran naves más pequeñas: desde los seiscientos metros a lanzaderas que iban y venían de las naves, dirigiéndose al planeta o hacia el dique estelar. Pero lo que más le sorprendió fue ver aquellas pequeñas naves que volaban en pareja. Con la consola que tenía el asiento del capitán dirigió los sensores hacia un de aquellas diminutas naves formadas por una carlinga redonda y dos alas hexagonales. Cazas, pensó.
            Era un espectáculo aterrador. T’old sabía que en Tarsas habían por lo menos una docena de naves de combate de la Flota, ¿dónde estaban? Claro que su ausencia solo podía significar su destrucción.
            – Regístrelo todo, comandante – le ordenó a su primero, que hacía tiempo que escaneaba con sus sensores todo el sistema –. Céntrese en las naves enemigas.
            – Sí señor.
            – Detecto una nave que pretende salir del sistema – informó unos minutos después el oficial táctico.
            – En pantalla – indicó T’old y el dique estelar dejó paso a un pequeño carguero rigeliano, algo desvencijado, pero capaz de trasladarse de un sistema a otro sin problemas una buena carga de mercancías. No lejos de ellos pudo ver como varias de las parejas de aquellos cazas se acercaban con una rapidez sorprende al carguero. Al llegar junto a este empezaron a dispararle.
            T’old pensó en lo fácil que sería destruir aquellas pequeñas naves sin escudos con el poderoso armamento de la Daedalus. También pensó en los compañeros, oficiales, tripulantes y familiares de la flota que estaban a bordo del dique estelar. Pero luego recordó las naves enemigas que le superaban en número y potencia de fuego. Y finalmente en la misión.


USS Enterprise-E

            La nave médica Francis Crick se alejó cargada con los heridos de la Base Estelar 234, de la pequeña formación compuesta por el Jupiter, la Tirpitz, la Enterprise y el Valkyrie, que se les acababa de unir.
            Picard tenía delante de él las órdenes procedentes del Alto Mando de la Flota y tenía la sensación de que estaba reviviendo el pasado. La única diferencia era que en la mesa tenía sentados a otros tres capitanes de la Flota en la misma situación.
            – Bien caballeros, estas son nuestras órdenes – dijo tras un largo silencio –. Permanecer en este sector con silencio de radio hasta nueva orden.
            – Es de lógica suponer que el Comandando de la Flota nos está reservando por algún propósito especial – intervino el vulcano Satelk, capitán del Jupiter, su pétrea expresión no dejaba asomar ningún atisbo de emoción, pero estaba claro que quería darle algún tipo de sentido a aquella orden.
            – La cuestión es saber cuál es ese propósito – replicó T’Yua, la capitana tiburon de la Tirpitz.
            – Lo peor de todo es la espera – puntualizó la capitana Deborah Wenz del Valkyrie –, sobre todo cuando nuestros compañeros y amigos están luchando allí fuera.
            – Pero no podemos hacer nada más que esperar – concluyó Satelk rompiendo el silencio que la intervención de Wenz había provocado en el observatorio.


USS Hood

            El capitán Robert DeSoto había permanecido en el puente de su nave desde que había recibido las órdenes y no podía dejar de reflejar su preocupación. Desde el inicio de la guerra contra el Dominion había estado desplegado junto a la 5ª Flota, donde había visto muchos combates a lo largo de frontera con vulcano y participado en numerosas batallas, como la Operación Return para recuperar DS9 de las garras de los fundadores o en Chin’toka la primera vez. Una escaramuza contra naves carcassianas cerca de Septimus III mientras apoyaba a las fuerzas klingon que estaban atacando el planeta les dejó dique seco varias semanas, de manera que para la Segunda Batalla de Chin’toka estaban lejos de la zona de guerra. Desde entonces habían estado patrullando la Zone Neutral Romulana para evitar incursiones, casi como un descanso después de tanta lucha. Acababan de recibir las instrucciones para modificar la nave y así evitar el efecto de las armas de drenaje de energía breen, por lo que en breve volverían a la brecha, cuando recibieron por segunda vez una arden de máxima prioridad del Alto Mando: dirigirse inmediatamente a la Tierra y esperar instrucciones. Era más, debía evitar todo contacto con otras naves, así como instalaciones de la Flota y la Federación, manteniendo un estricto silencio de radio. Y preparar la nave para una evacuación planetaria.
            Y por segunda vez así lo había hecho. La vez anterior un cubo borg había estado a punto de llegar a la Tierra procedente del sector Typhoon y asimilar a su población. Por suerte la Enterprise de Jean-Luc había detenido al colectivo, justo a tiempo. Pero ahora el enemigo que amenazaba a la Federación… no tenía ni nombre.
            – Recibimos una comunicación, señor – informó su primera oficial.
            – ¿Está precedida por la palabra clave? – preguntó este.
            – Así es señor. “Tornado” – le confirmó esta asintiendo, también estaba preocupada y aunque intentaba mantener la calma, DeSoto podía leer claramente su tensión, como la de muchos de sus tripulantes y oficiales –. Nos ordenan preparar la nave para una evacuación.
            – Procedan – ordenó DeSoto. Su primera oficial asintió de nuevo y salió del puente para acabar de disponer la nave. Como era la segunda vez que le requerían de aquella manera, la mayor parte del trabajo ya estaba hecho e incluso en aquel momento podían exceder del límite de evacuación si fuera necesario.
            DeSoto miró la pantalla que tenía en su silla que mostraban las últimas órdenes despachadas por el Alto Mando para el resto de la Flota. Las concentraciones de naves y el despliegue de fuerzas indicaban que se estaban replegando entorno a los planetas más importantes de la Federación: Vulcano, Andoria, Tellar, la Tierra. También podía ver la cada vez más extensa lista de bases y naves atacadas.

USS Tempus Fugit


            El almirante Minoru Genda estaba intranquilo mientras repasaba el informe de evacuación. Todo el personal del Departamento de Investigación Temporal había sido ya trasladado. Este se estaba formado por un variopinto número de técnicos e investigadores que se dedicaban a estudiar los viajes a través de tiempo. Catalogando y clasificando anomalías y sucesos para determinar la posible alteración en la línea temporal, junto a las violaciones temporales registradas. Algún día, en el futuro, intervendrían. Mientras simplemente se dedicaban a observar. Lo había creado el almirante Archer en los albores de la Federación y desde entonces habían averiguado muchas cosas. Los técnicos y sus familias estaban en dos transportes de pasajeros civiles acondicionados para la llevar el máximo de ocupantes, mientras que los artefactos que habían recopilado en los últimos siglos se encontraban a bordo del carguero Norkova. Para escoltarles contaba con la joya de la corona: la nave estelar Tempus Fugit. Esta había sido su gran logro: la primera nave diseñada especialmente para servir en el Departamento de Investigación Temporal, que él dirigía. Era una nave de la clase Intrepid construida en Utopia Planitia siguiendo las especificaciones de su departamento.
            La información de los ordenadores en su sede de Roma ya se había transferido al de la Tempus Fugit y estos ya habían sido incinerados. Nadie tendría acceso a los datos que su departamento había acumulado desde su creación en el 2155.
            – El transporte Risa Express informa que ya está listo – le indicó el oficial de operaciones.
            – Entonces es hora de partir. Alférez DeLorian, ponga rumbo al sector Gamma Trianguli – ordenó Genda. Segundos después las tres naves salían de la órbita terrestre.


USS Wounded Knee

            El capitán Otá'taveaénohe observaba la flota que se había reunido en el centro del sector 001, junto al sistema Solar. En total casi quinientas naves estelares encabezadas por el prototipo de la clase Sovereing, de mismo nombre. Podía distinguir todos los tipos, desde las veteranas Excelsiors y Mirandas, hasta las más avanzadas como la Prometheus, pasando por Akiras, Nebulas, Renaissances, New Orlenas, o Sabers. No lejos de su posición podía distinguir al USS Yorktown, la Destiny, Livingston o la Zodiac entre muchas otras. Conocía los nombres de sus capitanes y de otros oficiales con los que había servido o compartido cursos y misiones, celebrado victorias y consolado en derrotas. La flor y nata de la Flota defendiendo su hogar.
            Otá'taveaénohe sabía que aquella iba a ser una batalla encarnizada. Había participado en otras muchas a lo largo de su carrera: en las Guerras de la Frontera contra los cardassianos y más recientemente contra el Dominion, como el primer ataque a Chin’toka hacía casi un año o los intentos de liberar Betazed. Pero su instinto le decía que el enfrentamiento en el que iban a participar que tenían enfrente iba a muy diferente. Allí se iba a decidir el futuro de la Federación: como lo había sido Wolf 359 o Typhoon no hacía mucho tiempo. La única incógnita era saber quiénes eran aquellos misteriosos enemigos.
            – Recibimos comunicación desde el Sovereign, señor – informó su oficial científico –. Es el contraalmirante Coburn.
            – En pantalla – ordenó Otá'taveaénohe acomodándose en su silla.
            – Comandantes de las naves estelares – empezó a decir Coburn, que tras el ataque breen a la Tierra había sido asignado al mando de la 3ª Flota y responsable de proteger el sistema Solar. Estaba sentado en el centro de coordinación naval de su nave insignia, en el corazón de la defensa del sistema y sus profundos ojos azules dejaban claro, junto a su dura expresión, que la situación era tensa y que batalla sería desesperada –. He de informarles que acabamos de recibir una comunicación desde Vulcano. Han detectado la aparición de una fuerza hostil junto al sistema. Poco después las comunicaciones se han interrumpido. La Base Estelar 12 también ha dejado de transmitir y Alpha Centauri informa de posibles incursiones cerca de su espacio.
            » Agrúpense según la disposición que han recibido. La batalla será coordinada desde la nave estelar Galaxy y el mando de la armada estará a bordo de la Sovereing. Alerta roja, estaciones de batalla.
            Coburn tenía fama de frío y calculador, pero Otá'taveaénohe había esperado una arenga antes de la batalla, tal vez un discurso inspirador. Pero solo habían tenido una escueta información y unas instrucciones de combate.



            En aquel momento las instalaciones orbitales estaban desiertas y silenciosas. La estación había sido construida con la idea de establecer un centro logístico entre los cuadrantes Alfa y Beta. Así la estructura ovalada superior albergaba un gigantesco almacén en el que se podía encontrar prácticamente cualquier suministro, desde barquillas de curvatura completas, a tricorders personales. Lo suficientemente alejada de la frontera cardassiana, durante la guerra contra el Dominion no había sufrido ataques, pero sí había servido para enviar aquel material de repuesto hacia la zona de combates. Ante la aparición de aquel nuevo enemigo, todo el personal no esencial había sido evacuado a las antiguas instalaciones subterráneas de una mina de dilithio ya agotada, situadas en la luna cercana. Solo se había quedado el personal mínimo e imprescindible. Pero aquella noche la actividad había sido febril en los almacenes, plataformas de transporte de carga y talleres. Pocas horas antes habían llegado la USS Lagrange y la USS Janaran con nuevas órdenes de máxima prioridad. Desde entonces los técnicos de los almacenes orbitales no habían parado de trabajar.
            A las dos de la mañana la última lanzadera salía por las compuertas del gran contenedor en forma de lágrima que estaba acoplado bajo el casco de la Lagrange, un gran transporte de la clase Macpherson. Que en aquel momento estaba completamente cargado con la larga lista de suministros que había recibido directamente desde los Cuarteles Generales de la Flota en San Francisco. El joven capitán de la nave logística observaba desde el despacho del comandante de la base los últimos trabajos de traslado de los contenedores antes de partir.
            – ¿Está seguro que no quiere acompañarme? – le preguntó Deilog apartando la vista de los ventanales.
            – Gracias, pero no – le replicó Skock sin que su pétreo rostro vulcano cambiara –. Nuestras órdenes las hemos recibido por Código 47, fuera de los canales habituales y que no deja rastro. A mí me han especificaron que no dejara rastro en mis archivos del abastecimiento que se ha llevado. Lo que lleva a la conclusión lógica que no quiere que nadie sepa que usted ha estado aquí. Si autodestruyera la estación nuestro enemigo podría pensar que se ha hecho para ocultar algo. Y por otro lado, el bien de la minoría, supera al de la mayoría. Además este es mi puesto, aquí debo permanecer.
            – Como quiera, comandante – dijo Deilog asintiendo, sabía que era inútil insistir con un orejas puntiagudas –. En cuanto acabemos de acomodar a los civiles y a su personal, partiremos. No quiero permanecer aquí mucho tiempo.
            – La Base Estelar 145 y 301 ya han sido atacadas. No están lejos de este sistema, es lógico que esta base de abastecimiento sea su siguiente objetivo – continuó el vulcano con una fría racionalidad.
            – Lamento oír eso – dijo Deilog.
            – Es ilógico lamentar algo que está fuera del control de uno mismo – prosiguió Skock alzándose de detrás de su mesa –. Además es una pérdida de tiempo. Los oficiales que se quedan son voluntarios, no se ha de preocupar de nuestro destino. Lucharemos para darles tiempo a ustedes para alejarse y destruiremos las instalaciones. Aunque como dirían los humanos, gracias.
            – Comandante, ha sido un honor conocerle – replicó Deilog alzando su mano de azul y saludando a la manera tradicional vulcana. El andoriano no podía negar la valentía de aquel orejas puntiagudas, un auténtico guerrero –. Larga y próspera vida.
            – Larga y próspera vida, capitán – le devolvió el saludo Skock. Tras lo cual vio cómo su colega andoriano salía de su despacho. Este tenía una mirada serena, pensó el vulcano mientras este se alejaba, atravesando la sala de operaciones y despidiéndose de los dos voluntarios que se habían quedado. Era un ser valiente, honorable y gracias a oficiales como él la Federación prevalecería.
            Ya solo en su despacho, Skock se sentó detrás de su escrito y tras coger un padd empezó a escribir una carta. Sabía que sería prácticamente imposible que esta llegara a su destino pero ya que estaban sumidos en algo fuera de todo control y por tanto completamente irracional, era lógico hacer algo ilógico en ese momento. Así que empezó a escribirla.
            Poco antes que la Lagrange y la Janaran, esta última de la clase Niagara, ambas cargadas de suministros y refugiados se alejaban del sistema, Skock envió la carta al capitán Deilog, para que si pudiera, la entregara a su destinataria.


Continuará....

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