El juego continúa.
Segunda parte.
USS Enterprise-E
Picard se quedó solo en su despacho
tras finalizar la última reunión antes de atacar el sistema Barkon. Hacía dos días había recibido órdenes de regresar a
la Base Liberty en vez de dirigirse a la colonia Vega, donde había participado en una reunión en la que le informaron que el
Imperio estaba construyendo dos
estaciones de batalla siguiendo los diseños de las terroríficas Estrellas de la Muerte de Palpatine.
–
Su destrucción es prioritaria – ratificó Nechayev
con firmeza tras hacer el espantoso anuncio.
–
Capitán Picard, usted preparará y liderará el ataque que ha de destruir esos
infernales ingenios de destrucción – le ordenó solemne el almirante Paris.
–
Muy bien. ¿De cuantas naves contaré? – preguntó Picard.
– Las que sean necesarias –
respondió Paris con firmeza.
– Por parte de la Nueva República también puede contar
con todo nuestro apoyo – intervino la princesa Leia –. Según los planos entregados por Vantorel la estación de batalla podrán
utilizar su superláser en la cuarta
fase de construcción, y debido a la utilización de replicadores industriales
esta está muy avanzada. No pienso permitir que un arma similar puede destruir
otros mundos como Alderaan.
– Le agradezco su ayuda princesa –
respondió Picard –. ¿Qué va a ocurrir con el almirante Vantorel?
– Eso es algo que aún no sabemos con
exactitud – respondió Paris –. No sabemos que quiere, ni que puede ganar con
todo esto. Ante todo verificaremos la información que nos ha facilitado, luego
ya veremos a que quiere jugar.
Los datos enviados desde la Unicorn indicaban que aunque una de las
dos Estrellas de la Muerte tenía
activo su gigantesco reactor y sus motores de hiperespacio estaban también
concluidos. Lo que significaba que una vez terminado el refinamiento de la hipermateria extraída del gas tibanna de Barkon VII, aunque la
estación no estuviera completada su construcción podía partir en cualquier
momento y usar su superláser contra el planeta que deseara. Por lo tanto la
fuerza a tenía que abatir era considerable: una de las estaciones de batalla
activa y doce naves que protegían el emplazamiento. Además en la superficie
habían construido una guarnición estándar junto a un emisor de blindaje que proyectaba
sobre las dos estaciones un poderoso escudo de fuerza.
Picard ante sí tenía un panorama estratégico
parecido al que la Nueva República se había enfrentado en la Batalla de Endor. Por desgracia no
tenían tiempo para enviar un equipo al planeta y destruir el gran generador del escudo con su gigantesca
antena ya que el enemigo estaba alerta ante la ofensiva que se estaba
desarrollando por los cuadrante Alfa y Beta dentro de la operación Eclipse. Por
lo que el efecto sorpresa sería nulo: les estaban esperando y la batalla sería
muy sangrienta. La estrategia que había trazado era sencilla: la pequeña y
rápida Aurora de la capitana Shelby escoltaría a la Pretorian al mando de Worf, con la misión
de neutralizar el generador. Con su sistema módulo de ataque multi-vector tenía que destruir el proyector del
escudo en el planeta, para que la Enterprise,
la Ulysses
y el Jupiter
se centraran en la Estrella de la Muerte
que tenía su armamento listo para actuar, mientras que el resto del grupo de
batalla, encabezadas por el Zhukov, se ocuparían de las naves de
protección.
Cuando las Estrellas de la Muerte y sus escoltas hubiera sido destruidas,
equipos planetarios llegados a bordo de la nave de pasajeros Risa Express, transformada en un transporte de tropas, y atacarían
la guarnición estándar del planeta. Allí se creían
que se encontraban la mayoría de los prisioneros que estarían trabajando en la
fabricación de aquellos ingenios infernales. También se esperaba poder capturar
a los técnicos que habían desarrollado aquel proyecto para impedir que pudieran
proseguir con él en el futuro.
No era la primera vez que iba a
participar en una batalla de resultado incierto. La persecución del cubo borg antes de que le capturaran para
asimilarle y convertirle en Locutos el Borg y produjera la destrucción de la flota en la Batalla Wolf 359. En la Batalla del Sector 001 en el 2373 y en las incursiones de los borg liderados por Lore. En Nelvana III en lo que parecía el inicio de una guerra contra los romulanos, o durante el bloqueo de la
frontera klingon/romulana durante la guerra civil de los primeros, en lo que parecía el prefacio de un conflicto entre
las tres potencias. Durante la guerra de la frontera contra los cardassianos y no hacía mucho en la lucha contra el Dominion. Pero en todas aquellas
ocasiones la batalla no se iba a librar contra un arma capaz de destruir, ya no
era nave, sino todo un planeta de un solo golpe. Y si fallaban su enemigo
tendría en su poder la capacidad de someter a toda la galaxia.
USS Defiant
Sisko leyó el mensaje que les habían
hecho llegar desde el monasterio de Tozhat
en el pequeño despacho. Vantorel quería volver a entrevistarse con él, y espera
que esta vez para rebelarle sus planes. El almirante Paris le había indicado que averiguara exactamente que trataba el oficial
imperial tenía prioridad. La información que les había proporcionado sobre la Estrella de la Muerte y su localización eran exactas y lo más extraño de todo,
parecía que allí donde se extendían sus dominios el contraataque del Imperio había sido de menor intensidad
que en el resto de los Nuevos Territorios, como si quisiera demostrar algo a la
Flota Estelar sobre sus intenciones.
Él mismo, junto a la Defiant y la Malinche había defendido la coloniaVolnar de un contraataque que pronto había desistido, como si solo
quisieran hacer acto de presencia para después retirarse. Y en otros lugares
había sucedido lo mismo: Galen, Kazar o las colonias bajoranas de Free Haven en el sistema Sanelar liberada por las fuerzas leales
a Shakaar. Mientras que las
revueltas de Trill o Betazed apenas sí eran repelidas por sus
guarniciones, que no habían casi salido de su propias instalaciones. Además no
se habían producido represalias en aquellos planetas que se habían retirado, al
contrario que muchos otros lugares tras el repliegue enemigo.
El informe psicológico de Vantorel
era muy extenso gracias a los datos aportados por Lepira y según el antiguo
agente del ubictorado este era el mejor
de todos los oficiales que servían bajo el Moff Supremo Daran. También mostraba
que las represalias en anteriores revueltas habían sido igual de crueles y
brutales como las de cualquier carnicero de Palpatine. ¿Por qué aquel cambio?
¿Tendría algo que ver con lo que le había dicho a Lepira sobre la visita de los
Profetas? ¿Estos tendrían algo que
ver en todo ello? Desde el aviso de sumadre Sarah para que no se casara con Kasidy
estos no se habían mostrado, permaneciendo en letargo durante mucho tiempo.
Entonces
el despacho se transformó en el templo de la estación y a su lado apareció
Sarah.
–
¿Madre?
–
La labor del Emisario está llegando a su
fin.
–
¿Te refieres a la guerra?
–
Has seguido el camino que te marcaron los profetas Benjamín.
»
No decaigas ahora.
–
No tengo intención de hacerlo.
–
Escúchame bien, hijo mío. El fin de tu trayecto no está delante de ti sino detrás
de ti.
Y su despacho regresó de nuevo. ¿Qué
había pasado? ¿Eran buenas noticias? Solo el tiempo lo diría.
Barkon
IV
Al
frente de la construcción de las dos Estrellas de la Muerte se encontraba
Xabor, lo que representaba el mayor honor que podía poseer un antiguo Guardia Real del Emperador: construir
las armas más deseadas por su señor. Él, que había estado a las órdenes directas
de Palpatine, conocía perfectamente
el poder de este: tal vez podía haber hecho creer a sus enemigos que había
muerto en Endor, pero sabía que el
poder del Lado Oscuro, en el que él
mismo había sido adiestrado en sus más elementales enseñanzas, lo haría
regresar. Podía tardar años, pero el gran Señor Oscuro de los Sith volvería a reclamar sus dominios. Y los Nuevos
Territorios estarían esperándole para rendirle pleitesía, de eso bien se
ocuparía él, su humilde servidor. Y para que nadie se interpusiera en aquellos
meses se había dedicado a ampliar su sensibilidad sobre la Fuerza, construyendo su propio sable de luz gracias a los cristales kyber encontrados en las
entrañas de Janus IV y que también
servían para alimentar el superláser.
El
plan original de Daran era construir una estación de batalla, pero él le había
convencido para construir dos. Con estas se consolidarían sus dominios en los
Nuevos Territorios y después de ello la segunda serviría para aplastar a la rebelión
en su galaxia y prepararía el terreno para la resucitación de su amo.
Tras
el estallido de la insurrecciones la defensa se había reducido a un destructor clase Imperial y un par de naves
auxiliares, entre ellas dos cruceros Inmovilizadores 418 capaces
de generar sombras gravitacionales que obligaban a cualquier nave a salir del
hiperespacio muy lejos de la órbita del planeta. Además una de las estaciones de batalla, con su superláser, estaba ya operativa.
Cualquier fuerza enemiga se las veía con una de las armas más poderosas jamás
vista: un destructor de planetas. En pocos días la estación tendría sus
multiplicadores de hiperespacio en condiciones de llevarla hasta cualquier
punto de la galaxia y desplegar su poder. Sería vulnerable al no estar
completado el casco, con su blindaje y sus defensas, y si los contraataques que
se estaban produciendo en Tiburon, Bolarus IX o la represalia contra los gorn no hubieran fracasado, era posible
que se hubieran esperado a hacer sentir todo el peso del legado y el poder de
Palpatine. Pero los informes que estaba recibiendo Xabor eran desalentadores y
sus enemigos les estaban venciendo en todos los frentes. Daran, que había hecho
un excelente trabajo en estudiar y dirigir la invasión de aquellas estrellas
estaba fallando estrepitosamente en mantenerlas sometidas. Era el momento de
que alguien más capaz se ocupara de enseñar a aquellas pusilánimes criaturas
Todo el Poder del Imperio Galáctico.
Mientras
meditaba en sus aposentos a bordo de la primera Estrella de la Muerte las alarmas de ataque empezaron a crepitar.
Al entrar en la sala de control en la pantalla veía el despliegue del ataque de
la Flota Estelar que estaba esperando.
–
Dos naves estelares han salido del hiperespacio
frente a nuestro perímetro de defensa. Cuadrícula 88 – informó el oficial de
guardia, mostrando en la pantalla principal su trayectoria, que les llevaba
hacia el emplazamiento del generador de escudos situado del planeta.
–
Alerte a todas las naves, ordene al Ramda
que les intercepte – ordenó Xabor con tranquilidad. El enemigo estaba lejos y
aun tardaría en llegar a velocidad subluz.
»
¿Podemos virar nosotros? – preguntó entonces, pensando en la posibilidad de
utilizar aquella estación de combate por primera vez.
–
Sí, señor – respondió con orgullo el oficial de armamento. Para hacer las
pruebas de fuego operativas habían concluido los estabilizadores de la estación
para poder girarla sobre su eje y así disparar sobre las lunas de Barkon.
–
Enseñémosle a la Flota Estelar lo que significa Todo el Poder del Imperio.
–
¡Activen los sistemas de armamento! – ordenó a su protocolario.
En
el interior de las entrañas de aquel monstruo tecnológico, los mejores
artilleros de las fuerzas imperiales empezaban los operativos de combate.
–
Detectamos más naves en la cuadrícula 76 – informó en ese momento el oficial de
guardia con tranquilidad.
–
Patéticos – susurró el Guardia Real con desdén –. Que el Stinger las intercepte. Nosotros nos ocuparemos de las dos
primeras.
–
El enemigo ha acelerado a factor 7 de curvatura
– indicó sorprendido uno de los técnico al cargo de los sensores –. Alcanzarán nuestra
posición en menos de un minuto, señor.
–
¿Cómo? – exclamó Xabor sorprendido, aunque se sobrepuso con rapidez de aquella
maniobra imprevista –. Que el Stinger
y el resto de naves les intercepten, lancen todos los cazas. Aceleren la
rotación para destruir las naves que se dirigen al planeta.
–
Forzaremos los impulsores de maniobra – indicó el oficial de navegación.
–
¡Utilice los motores de impulso si es preciso!
–
Sí, señor – replicó enérgico.
Si
la estación de batalla era lo suficientemente rápida girando, ninguna nave
estelar lograría aproximare lo suficiente al generador del escudo.
USS
Pretorian
La
fuerza de protección enemiga estaba muy bien desplegada en el sistema: los cruceros Interdictors proyectaba una sombra gravimétrica que les había obligado salir del hiperespacio muy lejos de su objetivo. Pero
no afectaban al subespacio, así que
la aproximación final la realizarían a velocidad de curvatura, para sorprenderles y reducir el tiempo de respuesta de las
naves enemigas, decidiendo ellos donde y contra quien atacar. Aun así su ruta hacia
la superficie de Barkon IV se
encontraba batida por los turboláseres
un crucero Strike. Su misión era destruir el escudo deflector que protegía
las estaciones de batalla, y para escoltarles les acompañaba la Aurora, mucho más pequeña, pero igual de
rápida y fuertemente armada.
La
nave de la capitana Shelby se
adelantó y lanzó una hondonada de torpedos de fotones que debilitaron su escudo para después concentrar sus disparos phaser sobre el módulo de armamento,
neutralizando así la nave imperial. El primer obstáculo superado.
–
¡Prepárense para la separación! – ordenó Worf cuando la pantalla del puente
estaba ya ocupada completamente por la esfera azulada.
Desde
su asignación al Pretorian Wesley
había entrado en combate en ocho ocasiones, tres de ellas utilizando la
separación de la nave. Una vez acostumbrado a pensar por triplicado las
maniobras módulo multi-vector de ataque no eran tan complicadas, el problema
es que este estaba pensado para operaciones a velocidad de curvatura y de
impulsión en el espacio, y ahora iba a usarlo mientras la nave se internaba en una
atmósfera planetaria. La dificultad entonces se multiplicaba exponencialmente
debido a la fricción con los gases incandescentes que se generaban al atravesar
las capas más altas. Además había tenido muy poco tiempo para ensayar la
maniobra en los simuladores y al principio con resultados desastrosos: se había
desintegrado la mayoría de veces. Tenía que entrar en el ángulo y la velocidad
adecuada, y multiplicarlo por tres: las tres partes de la nave. Tan desesperado
estaba que había pedido ayuda a Sarah Albert, la oficial de operaciones,
alguien que le detestaba ya que años atrás había estado involucrado en la
muerte accidental de su primo: Joshua Albert cuando los dos servían en el Escuadrón Nova en la Academia. Pero para
su sorpresa ella había accedido y habían pasado la última noche simulando la maniobra
en la holocubierta durante horas. Al
final habían hecho los cálculos adecuadas para que la maniobra fuera un éxito.
Ahora
venía el momento de la verdad. Antes de salir del hiperespacio Worf se le había
acercado y con la mano en el hombro le había dado ánimos. “Hace mucho que te conozco Wesley. Y no hay nadie que preferiría que
estuviera a los mandos de mi nave más que tú. Hoy disfrutaremos de una gran
victoria gracias a ti” le había dicho. Y aquello había sido suficiente.
USS
Enterprise-E
La
nave surgió al espacio real ya preparada para entrar en batalla.
–
Máxima velocidad de impulso – ordenó Picard –, solo sesenta segundos.
–
Sí, señor – respondió la piloto Perim.
Al
unísono las nueve naves estelares aceleraron hacia el cuarto planeta del
sistema, con la Pretorian y la Aurora más adelantadas. En la pantalla
principal podían apreciarse las dos pequeñas esferas en construcción que eran
las estaciones de batalla orbitando al planeta.
En
la pantalla que tenía en el reposabrazos de su silla Picard iba contemplando la
cuenta atrás, así como en el despliegue táctico del enemigo. Cuando el tiempo
fue terminándose, se estiró la casaca del uniforme, gesto ya casi automático e
involuntario, y alzó derecho.
–
Engage!
A
una señal enviada desde la Enterprise
todas ellas las naves aceleraron la velocidad de curvatura y superaron la
velocidad de la luz, reduciendo drásticamente el tiempo que les separaba de su
objetivo, encontrándose frente al enemigo en unos segundos. Debían de
aprovechar aquella sorpresa, así que nada más salir de curvatura todas las
naves dispararon sus torpedos de fotones
y quánticos sobre la fuerza de
protección imperial, al tiempo que desde los hangares, cuyas puertas estaban
abierta, los cazas Ala-X del
escuadrón Rancor y los más pesados Ala-B de los Sables de Luz, con el Halcón Milenario para coordinar los ataques.
Mientras Worf no destruyera el proyector del
escudo deflector que protegía la estación de batalla no podían dirigirse hacia
su objetivo.
–
Los cazas han salido, señor – informó Riker después que la media docena de Ala-X
salieran de los hangares de la nave.
–
Abra fuego contra ese crucero Strike
– ordenó Picard a Daniels.
–
La Estrella de la Muerte está girando hacia el planeta – informó Data. Picard se
giró hacia la pequeña pantalla que tenía en el reposabrazos de su silla donde
podía ver la proyección del giro de la aun por completar estación de batalla.
Un
impacto de turboláser hizo que la
nave se zarandeara violentamente, una consola estalló envuelta en chispas y
humo.
–
¡Los escudos aguantan! – informó Data.
En la pantalla la imagen mostraba al
crucero Strike que habían atacado
virando hacia ellos y devolviendo el fuego. Más allá el Hood y el Zhukov
concentraban sus disparos sobre el destructor de la clase Imperial, el Stinger según los registros. A pesar que
las dos naves estaban equipadas con los escudos adaptables, la batalla era muy
ajustada. Estos habían sido desarrollados por la tripulación del Wounded Knee a partir de las
contramedidas de las armas breen y la captura de diversos cañones de iones,
logrando minimizar el efecto tan devastador que habían tenido durante la
invasión. A su vez los cazas Peregrine y de la Nueva República luchaban ya contra la
maraña de los pequeños y maniobrables cazas TIE. Mientras que el Centaur, la Kumari, la Hibernian y el
resto de naves habían entablado combate con las fuerza de protección de Barkon
IV, con las ráfagas de phasers
mezclándose con los turbolásers y las hondonadas de torpedos de fotones.
Picard sabía que tenían que dar
tiempo a Worf para que destruyera los escudos y aquello requería enfrentarse
directamente contra las fuerzas imperiales en un gran esfuerzo y sacrificio.
Las naves estelares eran mucho más rápidas y maniobrables que sus adversarias,
lo que les proporcionaban mayor versatilidad en el combate y tenían la ventaja
de poder esquivar y evadir el ataque enemigo.
–
¡Concentre el fuego sobre el Stinger!
– ordenó Picard, los escudos del destructor estaban débiles y no lo podían
desaprovechar.
Entonces
vio como la Estrella de Muerte abría
fuego contra la Pretorian que estaba
entrando en la atmósfera planetaria. Una estela de fuego se cruzó en la azulada
curvatura de Barkor IV. Un sobresalto sacudió a Jean-Luc Picard y le clavó en
la silla.
Tardó
unos segundos en reaccionar. Tenía que pensar y rápido. Sin poder neutralizar
los escudos no podrían lanzarse contra la estación de batalla y ante su superláser ninguno de ellos tenía
posibilidad de enfrentarse a ella. De su grupo de batalla tres naves ya estaban
dañadas por culpa de los combates, aun así no creía que tuvieran otra
oportunidad como aquella para destruir aquellas armas. Debía de ganar algo de
tiempo, la Aurora sí había logrado
sobrepasar la atmósfera y con ella aún quedaba una esperanza.
El
Halcón Milenario
Todas
las naves de la Nueva República estaban
asignadas a defender otros planetas de la Federación
y del Imperio Romulano. Aun así la princesa Leia no había querido faltar a
aquella batalla y había enviado dos escuadrones de cazas: los Rancors que no habían tenido la
oportunidad de estar presentes en Endor
y que se merecían estar allí. Y los Sables
de Luz, que eran coordinados desde el Halcón Milenario, como había hecho Lando en Endor.
Repartidos
a bordo de las naves estelares como la Enterprise-E, la Jupiter,
o en el Zhukov, desde donde ellos habían despegado una vez terminada la
aproximación al planeta a velocidad de curvatura. Los Ala-X y los Ala-B
deberían apoyar el ataque a las naves que protegían el sistema y ocuparse de
los cazas TIE que los imperiales
pudieran lanzar contra la fuerza estelar.
Durante los meses de espera el
comandante Nierval no solo se había ocupado de adiestrar en tácticas imperiales
a la Flota Estelar, sino también habían preparado modificaciones en sus cazas
Ala-X con la tecnología de la Federación. Una vez firmada la alianza sus T-65 fueron
equipados con nuevas computadoras de puntería y sensores de mayor resolución,
unos escudos más resistentes y había modificado sus cañones láser por generadores phasicos de mayor potencia.
La
primera línea de cazas TIE fue barrida con suma facilidad, mientras los pesados
Ala-B se lanzaban contra una fragata situada en el flanco de la formación enemiga.
El
gruñido de Chewbacca inundó la pequeña cabina del YT-1300 tras el impacto de un disparo de turboláser. Los misiles,
torpedos, lásers y phasers zumbaban
de un lado a otro, mientras los Rancos
se centraban ahora sobre el destructor, identificado como Stinger, cuyos escudos aguantaban los ataques de las naves
estelares.
Chewbacca
gruñó exaltado alzando los brazos enfadado.
Entonces
la Estrella de la Muerte abrió fuego
sobre la Pretorian.
El
silencio se hizo a bordo de la pequeña cabina de la legendaria nave rebelde. A pesar
de saber que el arma estaba operativa, la impresión fue la misma que había
tenido Lando en Endor la primera vez que disparó la segunda Estrella de la Muerte
de Palpatine sobre el crucero moncalamari.
–
Tenemos que darles más tiempo – indicó Leia sabiendo la importancia de la
destrucción de las estaciones de batalla en aquel momento antes que el Imperio
pudiera desplazarla a otro emplazamiento. Pero también había notado algo
extraño, así que miró a su hermano, sentado al lado. Luke tenía la mirada
perdida en el infinito, lentamente se giró hacia la princesa de Alderaan. Su hermana también había
sentido algo extraño, pero no supo identificar que era.
–
Hemos de dirigirnos al planeta – sentenció el caballero jedi inclinándose hacia el piloto corelliano –. Modifica el rumbo, es
importante.
–
¡Estás loco! – exclamó Han –. ¿Crees que nosotros podemos volver a destruir el proyector del escudo?
–
Han, por favor. He notado algo, en la Fuerza.
Un estremecimiento que jamás había sentido. Hemos de dirigirnos al planeta – le
indicó Leia para convencerle. Este la miró con complicidad de los enamorados
que están al inicio de su relación.
–
Bueno chico, te debo una – respondió su futuro cuñado y abrió un canal de
comunicación –. Aquí Halcón Milenario, comandante Nierval, necesitamos
dos cazas de escolta.
–
¡Rancor Uno, enterado! – replicó el dug a través de la radio –. Rancor 8
tome el mando del escuadrón. Rancor 3, colóquese a mi lado.
–
¡Rancor 8, entendido! – replicó su
oficial ejecutivo.
–
¡Rancor 3, en posición!
Con su escolta, Han aceleró los motores sublumínicos y viró hacia
Barkon IV. Los cañones cuádruples láser del carguero del contrabandista no
cesaban de disparar, mientras los Ala-X con las fauces de rancor pintado en el morro se mantenían agazapados junto la nave
corelliana.
IKS
Ch’Tang
Cuando el almirante Paris le informó del ataque sobre Barkon IV, Martok acababa
de terminar la rápida lucha contra las fuerzas imperiales que ocupaban Narendra III con ayuda de una nave
romulana. Todo un gesto diplomático por parte del pretor Hiren, que había enviado una nave liderada por la comandante T’Shara, su propia esposa, para
liberar la colonia que había sido el epicentro de algunos de los episodios de
su historia mutua. Tras estudiar el plan de Picard no detectó un grave problema:
contaba con pocas naves para lograr el éxito. De esa manera el canciller no
dudó en embarcarse en un pájaro de presa
y saltó al hiperespacio rumbo a la batalla.
Los campos gravitacionales creados
por los cruceros Inmbilizadores le obligaron a salir hiperespacio a gran distancia considerable del planeta, por lo que
Martok tuvo que observar la batalla a máxima ampliación mientras aceleraba a
máxima velocidad de curvatura.
– Estamos a treinta segundos –
informó el timonel y en ese momento pudieron ver como aquella pequeña Estrella de la Muerte abría fuego sobre
la Pretorian, que se convirtió en una
bola incandescente en la órbita del planeta.
Martok golpeó el brazo de la silla
de mando con frustración mientas lanzaba un alarido y para advertir a Sto-vo-kor
de la llegada de un guerrero: su amigo Worf que estaba al mando de la Pretorian. Había llegado tarde.
–
¡Hoy es un gran día para morir! – dijo entre dientes el guerrero de un solo ojo,
perdido cuando estaba prisionero del Dominion
en combate contra un jem’hadar –.
Ejecuten la maniobra de aproximación. Prepárense para abrir fuego.
El pájaro de presa sobrepasó a
máxima velocidad las dos Estrellas de la
Muerte y la lucha entre las naves estelares y las fuerzas imperiales, lanzándose
en picado contra la atmósfera planetaria. En la pantalla podía ver como la Aurora era obligada a dejar el ataque
por culpa de la tupida defensa planetaria con grabes daños tras disparar los torpedos quánticos que no habían
afectado al escudo que rodeada el generador que a su vez protegía las estaciones
de batalla. Aunque esa distracción permitió a Martok aproximarse lo suficiente
como para disparar contra la antena proyectora del blindaje, virar su trayectoria y salir de la atmósfera. Por detrás de
la nave klingon el torpedo fásico atravesó el escudo como si no existiera y
estalló en la base de la torre, provocando una gigantesca explosión en cadena y
el final de la protección de las Estrellas
de la Muerte.
–
Póngase con Picard – ordenó Martok, y segundos después el capitán de la Enterprise aparecía en la pantalla del Ch’Tang
–. El escudo ha sido destruido. Capitán, haga que la muerte de Worf sea una
victoria aplastante.
–
Eso se lo puedo asegurar, canciller –
contestó Picard que enseguida viró sus naves para lanzarse contra las Estrellas de la Muerte, que ahora giraba
para disparar contra las naves estelares que proseguían la batalla.
–
Canciller, le dije que esos torpedos eran seguros – replicó la oficial romulana que estaba al lado del klingon.
–
Comandante T’Shara, nunca dudé de usted. Solo de la estabilidad de esos
dispositivos. Ahora creo que será mejor que ayudemos a nuestros aliados de la Federación para que de este día
compongan gloriosas canciones.
–
Me encantará oír la estrofa donde aparecen los torpedos fásicos romulanos.
–
Será la más extraña de todas, de eso se lo aseguro – ladró Martok con una carcajada,
pero en su mente no podía apartar la visión de la nave de su mejor amigo envuelta
en llamas. Sí, de ese día iban a componer canciones y el nombre de Worf saldría
en ellas, de eso también estaba seguro.
El
Annihilator
Vantorel
entró en la enfermería de oficiales donde su médico personal estaba atendiendo
a Eckener de sus quemaduras en el costado derecho.
–
¿No cree que estaría mejor en un tanque bacta?
–
Es posible. Pero mi personal ha sido entrenado con los métodos médicos de la Federación – replicó el almirante –. No
ha de temer nada. Además así es más rápido y necesito hablar con usted.
El
jefe de la ubictorado en los Nuevos
Territorios acababa de subir a bordo desde la cápsula de escape que le había
salvado la vida. Eckener se echó de nuevo en la biocama mientras el doctor aplicaba un regenerador dermal sobre las heridas. Y aunque hubiera preferido
algunas horas en un tanque bacta, Eckener debía de agradecer el estar vivo, ninguno
más de sus subordinados podían decir lo mismo.
Todo había ocurrido muy rápido. Tras
acabar la comunicación con Vantorel y antes de salir de su despacho una
gigantesca explosión le había lanzado contra el mamparo. Lo siguiente que
recordaba era que alguien le arrastraba por el suelo. Todo ardía a su
alrededor, la cara le quemaba, el uniforme le abrasaba. Luego otra sacudida y durante
un segundo vio como el puente del Conqueror
se empequeñecía entre explosiones. Alzó la vista para saber donde estaba y
creyó estar en el interior de la cápsula de escape personal del comandante del superdestructor.
Antes de perder plenamente el conocimiento pudo distinguir a su ayuda de cámara
a los mandos de pilotaje. Cuando recobró el conocimiento llamó a Vantorel que
envió una nave a su encuentro. Su instinto le había dicho que no debía
comunicarse a Daran, no era que este no tolerara los fracasos como el Emperador o Darth Vader, en ese sentido su antiguo compañero tenía una política
mucho más lógica: nadie aprende de sus errores si estaba muerto. Pero sabía que
su amigo se encontraba en una situación sin salida, mientras que intuía que el
almirante estaba planeaba algo.
Los
dos se habían estado carteando desde hacía meses. Al principio solo hablaban de táctica, aunque
también de impresiones personales, se notaba que Vantorel no quería correr
riesgos. Pero al poco tiempo alguna confidencia se habían dicho, realizada como
tanteo, para ver la reacción del otro y hasta donde podían llegar. Los dos eran
hombres inteligentes y eso les unía y sus intereses no se mezclaban, lo cual
era perfecto, porque eso indicaba que no competirían el uno contra el otro.
Además Vantorel jugaba con una ventaja: a Eckener no le gustaba su misión y
sabía sus limitaciones en algunos aspectos. Sin contar que la presencia de
Gorden era más que una molestia táctica. Ese había sido el motivo por el que
Eckener se había acercado a Vantorel aquella noche en el Quantum Café en los Cuarteles de la Flota en San Francisco, poco después de llegar de Coruscant. Era lo suficientemente listo para saber a quien pedir
consejos en un campo que desconocía. Por otra parte Vantorel siempre le había
parecido estar de buenas con alguien tan poderoso como era en aquel momento
Eckener: jefe del ubictorado y responsable de aniquilar la resistencia con el Conqueror. Tan solo una persona, antes
que él, había podido tener tanto poder en el Imperio: Darth Vader.
–
¿Para qué querías verme? – le preguntó Eckener sin rodeos cuando el médico les
dejó solos.
–
He tomado una decisión y quisiera que estuvieras a mi lado.
–
Dime – dijo Eckener y pensó desde cuando se tuteaban, pero no lo recordó.
–
Quiero abandonar mis posiciones y dejar a Daran a su suerte. Está acabado y su
situación es precaria. No creo que dure mucho.
–
¿Y dónde piensas ir? – le preguntó tras un largo silencio en el que estuvo asimilando
aquello. Desertar era lo único que no se le había ocurrido.
–
Más allá de la frontera de cardassia
y crear tal vez nuestro nuevo hogar.
–
¿Un nuevo Imperio?
–
Un solo hombre tiene más posibilidades de equivocarse, que muchos.
–
Entiendo. ¿Y yo?
–
Necesito tu experiencia como espía. Más ahora que toda la red que tenían ha
sido completamente descubierta.
–
¿Descubierta? ¿Qué quieres decir?
–
Lepira traicionó al Imperio. Cuando informó que se había convertido en agente
doble... bueno no mintió, pero hacía años que trabajaba para los bajoranos y ahora lo hace para la
Federación. Les entregó toda la información que poseía y que había acumulado desde
que había sido destinado a los Nuevos Territorios. No solo de su sector, sino
centenares de documentos...
– ¿Desde cuándo lo sabes? – preguntó
pensativo, la traición de Lepira significaba que todos o casi todos sus agentes
eran inútiles. Había perdido toda su red de espionaje en la Vía Láctea.
–
Lo sospechaba desde hace unas semanas, con certeza desde hace pocos días.
–
¿Desde hace unas semanas, días…? – repitió estupefacto Eckener –. ¿Y por qué no
informó de eso?
–
El daño ya estaba hecho. Y necesitaba a Lepira para entrar en contacto con la Federación
de una forma segura.
– Hay algo más – continuó con una calma gélida y calculadora –. Daran estaba construyendo dos Estrellas de la Muerte en un lugar llamado Barkon IV, que está siendo atacadas por la Flota Estelar en este momento. Con los torpedos fásicos romulanos, capaces de atravesar cualquier escudo, deduzco que serán destruidas pronto.
Se
produjo un silencio entre los dos oficiales. El jefe del ubictorado observó a
Vantorel: estaba tranquilo, lúcido, sabía perfectamente lo que estaba haciendo.
Eckener supo que no estaba improvisando. Si hacía semanas que conocía la
verdad de Lepira, eso significaba que todo estaba ya dispuesto para replegar
sus fuerzas: seguramente con sus familias, todas las instalaciones bajo el
control de la IV Flota... formada mayoritariamente por oficiales leales a
Vantorel. Contraespionaje Interno
siempre había advertido de la peligrosidad de mantener juntos a tantos
oficiales con aquel tipo de lealtad personal. Aunque nunca pensó que aquello
podía convertirse en un peligro real.
Ahora
le pedía que abandonara todo lo que había creído desde su niñez. El Nuevo
Orden, la lealtad al Emperador y al Imperio. Dejar todo aquello y enfrentarse a
lo desconocido... era una decisión muy importante. ¿Cuál era la idea de
Vantorel? ¿Qué proyectos tenía y que pretendía? Era algo que tenía que saber
antes de decidir nada. Más cuando Lepira había puesto al descubierto toda su
red duramente tejida a lo largo y ancho de toda la Vía Láctea. Claro que aquello también era un nuevo reto.
–
Necesito pensarlo – pidió Eckener. Vantoren asintió y le dejó solo en la enfermería.
La misma donde le había entregado a Lepira los planos de la Estrella de la Muerte que en aquellos
momentos estaban siendo atacadas.
USS
Pretorian
Sentado
en su silla el capitán Worf seguía el giro de una de las Estrellas de la Muerte
enanas, mientras supervisaba la aproximación a su objetivo. Era una maniobra
muy arriesgada, más aun teniendo en cuenta la presencia del superláser en la estación de batalla,
como si el hacha de los antiguos Dioses klingons pendiera sobre sus cabezas. Estando en su mano destruirlas, como
sus ancestros habían matado a sus Dioses. Y cuando parecía que lo habían
logrado... un haz verde brillante iluminó la pantalla, que mostraba la incandescente
atmósfera de Barkon IV.
Wesley
había iniciado la separación activando el módulo multi-vector de asalto, dividiendo literalmente la nave en tres partes
completamente autónomas que guiadas por la sofisticada computadora la
convertían en un arma letal. Entonces todo se detuvo. El manto de fuego de la
estratosfera se congeló en la pantalla y la luz verde que hasta un instante
antes estaba a punto de fundirles parecía detenida al otro extremo de la misma
pantalla principal.
En
el puente no se escuchaba nada, ni el ruido de los motores, ni explosiones, simplemente silencio.
–
Tenemos que evacuar, capitán – intervino Wesley girándose hacia Worf mientras
todo permanecía en silencio.
El
klingon miró fijamente al joven
alférez provisional a quien vigilaba a que se fuera a dormir a su hora a bordo
de la Enterprise-D. Observó la
pantalla, que parecía haberse congelado y recordó el incidente en Dorvan V, justo antes de que Wesley
renunciara a la Academia. Allí había iniciado una particular formación con el Viajero, un extraño ser con
asombrosos poderes, que en una ocasión había enviado la nave hasta la lejana galaxia M-33 e incluso más allá, al final del universo. Wesley, según
aquel ser, tenía un extraordinario don, ¿tal vez capaz de detener el tiempo?
Aunque no era el momento de buscar explicaciones, ni de perder el tiempo. Se
levantó despacio, asintió con firmeza y presionó los controles de su silla.
–
¡A toda la tripulación abandonen la nave! Repito, abandonen la nave. Diríjanse
a las salas de transporte
inmediatamente.
Worf fue el último en dejar el
puente hacia el transportador de emergencia, llevando junto a la teniente
Albert a Wesley, que había estado en trance durante aquellos minutos,
manteniendo la concentración mientras detenía el tiempo. Era evidente que cada
vez le costaba más, incluso su cuerpo había empezado a desvanecerse, como si se
fusionara con otra dimensión.
En
el momento en que Wesley se materializaba en la superficie de Barkon IV el
tiempo volvió a su ritmo normal y la Pretorian
se convirtió en una bola de fuego, que como si tres lenguas se trataran
empezaban a descender hacía la superficie del planeta.
–
Prepararemos un perímetro defensivo – ordenó Worf.
Se
habían transportado todos en una zona boscosa junto a un lago, no muy lejos de
la guarnición imperial. Sobre sus
cabezas la estela dejada por la explosión de su nave aun era visible en el
cielo. La situación era complicada: se encontraban en territorio enemigo,
rodeados por este y con una batalla incierta sin que ellos hubieran podido
destruir el generador del blindaje. Si al final tenían éxito, estaba previsto
que varios grupos de asalto se trasladaran al planeta para liberar a los
prisioneros. Si la misión fracasaba... estaba dispuesto a luchar hasta el
final.
»
Teniente Albert, la dejaré al mando de los heridos y aquellos oficiales que no
estén preparados para la lucha – indicó Worf –. El resto ocuparemos posiciones
defensivas a la espera de nuestros compañeros.
–
Muy bien señor – respondió esta y tras un momento de titubeo –. ¿Capitán, qué
es lo que ha ocurrido hay arriba?
–
En el universo hay cosas que son difíciles de explicar – fue la escueta respuesta
del klingon y tras lo cual armó su rifle. Había tenido el tiempo justo para
poder recoger equipo de combate de la armería antes de dejar la nave. Pero
antes de partir Worf se dirigió hacia Wesley, que estaba sentado, apoyado en un
árbol, visiblemente agotado –. ¿Se encuentra bien alférez?
–
Sí señor. Solo cansado.
–
Quédese aquí, cuide a los heridos. Es una orden.
–
Capitán, tropas imperiales se están transportado por la zona – informó entonces
el oficial táctico, con un tricorder
en la mano –. Por lo menos un batallón.
–
¡Prepárense! Tomen posiciones – gritó el Worf, que sabía que unos seiscientos
enemigos estaban materializándose a su alrededor.
Los
primeros soldados de asalto
aparecieron poco después, avanzaban despacio, en hileras, sabedores de donde se
encontraban la dotación de la Pretorian
gracias a sus sensores. Estos se habían colocado entre los árboles y arbustos,
repartidos en una amplia zona coronada por un promontorio y delimitada por un
pequeño riachuelo. No era un lugar perfecto para defenderse, pero no había otro
y aunque sabía que su tripulación no estaba preparada para un combate cuerpo a
cuerpo, del centenar de oficiales y marineros, tan solo una tercera parte
estaba entrenado para ello. Aun así el klingon podía ver en los ojos de todos
ellos el fuego del guerrero: todos tenían amigos muertos o prisioneros, la
mayoría de los planetas donde habían nacido estaban ocupados por sus despóticas
fuerzas, de manera que en aquel momento no hubiera preferido tener a nadie más
a su lado que aquellos hombres, mujeres y transgéneros que formaban su tripulación.
Las
tropas enemigas no tardaron en disparar contra los primeros hombres destacados
por Worf. Eran los de seguridad y los que tenían experiencia en combate, por lo
que se comandante esperaba que ellos aguantaran el peso de la lucha hasta la
llegada de refuerzos. Pero con estos también llegaron las primeras motos deslizadoras enviadas desde la
cercana guarnición, pronto llegarían los andadores y más refuerzos.
La
lucha se extendió rápidamente por toda la zona. Los disparos de blaster y phaser se entremezclaban, volaban las granadas sónicas y las explosiones, los gritos y las llamadas. Aun
así la primera línea, metida en los agujeros que habían cavado a toda prisa,
aguantó más de lo que nadie esperaba y rechazaron al primer grupo de soldados.
Worf ordenó retirarse a la segunda línea, había demasiados heridos y en un
círculo más pequeño la defensa estaría mejor coordinada.
De
golpe el ruido de motores iónicos resonó sobre sus cabezas. Segundos después
los cazas TIE, procedentes de la
guarnición, aparecieron como insectos oscuros en busca de su carnaza. Pero uno
de ellos estalló sobre sus cabezas y la inconfundible silueta de dos cazas Ala-X ocultaron la estrella de Barkon por un instante y empezaron a
disparar sobre los sorprendidos imperiales que no tardaron en desaparecer del
cielo. Detrás de estos un carguero ligero corelliano que disparó sus cañones láser cuádruples y miles de impacto
sobre las tropas de tierra, sembrando la destrucción hasta hacerles desistir
del ataque, huyendo en desorden. Poco descendió junto al riachuelo donde se
centraban los supervivientes del Pretorian.
La rampa se abrió y apareció un hombre vestido de negro, justo detrás de este
salió un gigantesco wookie armado
con una ballesta y una mujer.
Leia Organa se acercó a Worf, que
portaba un blastec E-11 que había
arrebatado a un soldado de asalto al que había abatido con la culata de su
rifle poco antes.
–
Evacuaremos a sus heridos y a todos aquellos que podamos – le indicó la líder
de la rebelión, pistola blaster en mano.
–
Su llegada ha sido primordial – agradeció el klingon –. ¿Cómo sabían dónde
estábamos?
–
Eso pregúnteselo a mi hermano.
–
Luke Skywalker, caballero Jedi – se presentó este, mientras los dos Ala-X de Nierval
sobrevolaban la zona buscando más imperiales. Pero este no dijo mucho más, sacó
del cinto su cilindro alargado y al presionar un botón un haz de luz verde se
convirtió en un sable láser –. Hay otra presencia... del lado Oscuro.
Y
sin decir más se internó en el bosque, mientras los tripulantes de la Pretorian empezaban a llevaban a los
heridos hacia el Halcón Milenario.
Lo
primero que había presentido era que alguien había detenido el tiempo. Para el
universo había sido una fracción de segundos, pero Luke había percibido varios
minutos en los que había durado la perturbación. Nunca había notado algo con
tanto poder, ni ante la presencia de su maestreo Yoda o del Emperador. Lo
que sí había intuido era que aquel poder procedía del lado luminoso y se había
utilizado para salvar vidas. Tenía que llegar hasta el, tenía que conocer quien
era aquel que utilizaba la Fuerza de
esa manera en aquella galaxia. Ahora, en el planeta había percibido otro poderoso
en ella, pero este instruido en el lado tenebroso.
Su odio era grande, como la luz de una vela en una habitación oscura y le
delataba. Y las dos presencias estaban muy cerca.
Se
oyeron varios disparos, algunos gritos y las dos presencias juntas. Detrás de
unos arbustos Luke vio a varios oficiales de la Flota muertos en el suelo, otra
semiaturdida y a su lado un joven, algo más joven que él, apoyado en un árbol,
frente a un oficial de uniforme carmesí blandiendo un sable de luz de energía roja.
–
¡Me buscabas a mí! – ladró Luke –. Soy Luke Skywalker.
–
¡Skyyywaaalkeeer! – repitió Xabor al girarse hacia este, sus ojos estaban
inyectados en sangre e ira. No lo dudó y se lanzó corriendo blandiendo su sable.
Inundado por el odio hacia el ser que había matado a su maestro y señor:
Palpatine. El fuego de la venganza hacía que el lado Oscuro crecía en el
interior del guardia real mientras
se aproximaba corriendo el caballero jedi, que estaba esperando la acometida de
Xabor.
Skywalker
plantó los pies en el suelo y se preparó para luchar contra el esbirro del
emperador blandiendo su espada láser con las dos manos. Estaba sereno, seguro
de que el bien prevalecería.
De
golpe Xabor se detuvo, puso los ojos en blanco y en un instante desapareció en
medio de un alarido de dolor mientras sus moléculas se incineraban. Lo único
que quedó fue su sable de luz, que rodó a los pies de Skywalker, apagado.
Wesley
y Luke se giraron hacia la procedencia del disparo phaser. Alberth se derrumbó
con la pistola en la mano. En ese mismo momento una explosión iluminó el cielo
allí donde la Estrella de la Muerte
se estaba construyendo. Era el mismo instante el último servidor de Palpatine moría,
junto al último de los terrores tecnológicos ideados en la mente del Emperador.
USS
Enterprise-E
Sin
el blindaje que protegiera las estaciones de batalla Picard ordenó a las naves dirigirse
a la que había disparado. Indicó que se preparan torpedos de tricobalto, que tenían un mayor poder de destrucción
que los de quánticos, y poco
utilizados por el deterioro que causaban en el subespacio. Pero también eran ideales para acabar con grandes
estructuras, como aquellas dos pequeñas Estrellas de la Muerte. No por nada se les llamaba “munición de demolición”.
El
Ulysses y el Jupiter se colocaron junto a la Enterprise y las tres abandonaron la lucha para dirigirse hacia su
objetivo. El cual con la fuerza de protección enzarzada en la lucha contra las
naves estelares y con el superláser
apuntando aún al planeta, se encontraba indefensa. Aceleraron a máximo impulso y
se aproximaron hacia las esferas a medio construir. Con sus 65 kilómetros de
diámetro, a pesar de ser mucho más pequeñas que sus antecesoras, su diámetro
ocupaba toda la pantalla. Debía de alcanzar el núcleo del reactor, aun expuesto
a través de las diferentes cubiertas y zonas del casco sin completar. Una
maraña de cazas TIE se interpusieron
en medio, pero fueron barridos por los phasers
dirigidos por los ordenadores de puntería de las naves. Cuando se encontraron
al alcance de sus proyectiles dispararon: la Jupiter disparó los torpedos de fotones en cadena concentrando su poder de
destrucción en un punto concreto, mientras la Enterprise y la Ulysses
lanzaban los dispositivos de tricobalto sobre las entrañas de la pequeña Estrella de la Muerte.
Inmediatamente después y mientras
los torpedos se dirigían hacia su objetivo, las tres naves viraron para
alejarse. Segundos después una gran explosión se inició
en las entrañas expuestas de la estación de batalla, iniciando una poderosa
onda expansiva de fuego y destrucción que se expandió en todas direcciones. Pero
la Ulysses tenía
dañado sus impulsores y no podía mantener las maniobras evasivas necesarias
para escapar de la bola de energía, alcanzándola de lleno. Con los escudos
también debilitados por la batalla la nave estelar desapareció bajo la
explosión que estaba destruyendo aquel terror tecnológico heredado de Palpatine.
Picard
observó como hipnotizado la gigantesca explosión, tras lanzar un suspiro se
centró en la pantalla táctica de la batalla de su silla. Con la destrucción de
la estación de batalla la fuerza de protección imperial empezó a dispersarse y
alejarse hasta saltar al hiperespacio, dejando a sus compañeros dañados
rendirse a las naves estelares. Entre estas la Pretorian, la Ulysses, la
Akula y el Kumari habían sido destruidas, con amigos y compañeros caídos en
aquella guerra por la libertad. Del resto el Zhukov y la Hibernian
estaban muy dañadas y habían sido destruidos ocho cazas de la Alianza.
– Número uno prepare un equipo de
asalto y aborde esa segunda estación de batalla – le ordenó Picard –. LaForge
quiero un informe de daños en cinco minutos.
–
Sí señor – respondió este desde la
sala de ingeniería.
Dejó
el puente al mando de Data y se metió en el turboascensor. Ahora debía de hacer
lo más desagradable de toda su vida y no quería que nadie se adelantara. Como
capitán solo había una cosa peor que enviar amigos y compañeros a la muerte: y
era decir a sus familiares que estos habían caído en combate. Y ahora tenía que
decirle a una de las personas que más quería que su hijo, al que consideraba
como si fuera el que nunca había tenido, había muerto a bordo de la Pretorian.
Al
salir del ascensor ya había recuperado la compostura y se dirigió hacia la enfermería.
Desde la puerta vio a la enfermera Ogawa
atender a un joven alférez que tenía medio costado quemado. Beverly estaba en
el centro de la sala operando a un tellarite
que había perdido las dos piernas. Sabía que aquella noticia la destrozaría,
aunque también la conocía bien y se recuperaría, pero sería un golpe muy duro
para su amiga.
–
Capitán hemos recibido una comunicación
del Halcón Milenario – anunció
entonces Data a través del comunicador –. La
tripulación de la Pretorian tuvo
tiempo de evacuar la nave, están en la superficie planetaria.
En
ese momento Beverly alzó la vista y le vio en la puerta. Por un instante se
preocupó, pero en los ojos de su viejo amigo no vio alarma, descendió la vista
y prosiguió acondicionando las piernas donde le instalarían los implantes del
ingeniero tellarita herido.
Dique
espacial, la Tierra
Daran
observó el mapa holográfico de los Nuevos Territorios en el que había
demasiados lugares que proteger con un puñado de naves. Allí estaba marcado
cada sistema y posesión bajo su control en color azul y en rojo los que había
perdido por culpa de los ataques de la resistencia. Y estos eran muchos más de
los que jamás hubiera imaginado. En violeta estaban marcados los que habían
retirado para reducir el territorio a defender y su número era mucho mayor de
lo que estaba previsto. Cuando parecía que la ofensiva había llegado a su
cenit, esta había recobrado fuerza al implicarse las fuerzas tholianas y otras de origen desconocido
que habían golpeado a lo largo de todos los cuadrantes Alfa y Beta. Y
por si fuera poco lo informes indicaban que las armas de iones ya no eran tan efectivas contra los escudos de las naves
y que los romulanos estaban
utilizando torpedos fásicos que hacían inútiles cualquier defensa. La noticia
se había difundido con mucha rapidez, como si alguien hubiera querido que se
conociera para provocar que aquel repliegue estratégico se convirtiera en una
retirada desordenada. La única zona donde parecía haber mantenido cierto orden
eran los sectores bajo el mando de Vantorel y aun allí los contraataques eran
repelidos con gran facilidad. Como el que había sucedido contra la Base Estelar 50, Cestus III o Tiburon.
Y
ahora acababa de ser informado: sus Estrellas de la Muerte en Barkon IV habían
atacadas y destruidas.
El
Imperio se estaba derrumbando a su alrededor. Pero lo haría pagar muy caro.
USS Defiant
La nave de Sisko estaba en las
coordenadas especificadas en el mensaje de Vantorel: junto al sistema Nivoch, cerca de las Badlands, no lejos del propio Bajor. A
la hora indicada los sensores detectaron la presencia del Annihilator saliendo del hiperespacio.
Como había advertido en su mensaje, el armamento del destructor Imperial permaneció
inactivo, no así sus escudos.
–
Impresiona estar tan cerca – comentó Nog
cuando la pantalla estaba ocupada por los mil seiscientos metros de largo, al
compararlos con la pequeña Defiant.
–
Por muy grande que sea, toda nave tiene su punto débil – la replicó Madden desde el puesto de armamento.
–
Nos están llamando – informó Ezri –. Solicitan permiso para subir a bordo.
–
Que se preparen para ser transportados – respondió Sisko, levantándose de la
silla –. Y ya que están aquí, jefe O’Brien haga un escaneo completo con los
sensores a esa nave.
–
Sí, señor.
Minutos
después dos oficiales imperiales se materializaban a bordo de la Defiant. Madden fue el responsable de
conducirles hasta el comedor, donde además de Sisko también estaba Ezri, a
quien presentó como su consejera.
–
De nuevo le indico que me alegra verle en igualdad de condiciones – replicó
Vantorel con una gran sonrisa de satisfacción –. Este es el Comandante Joos,
del departamento diplomático.
–
Almirante, según su mensaje quería reunirse para desvelarme sus intenciones que
no hizo la última vez que nos vimos – evitó contestar Sisko, yendo directamente
al asunto que les interesaba. No solo era la molestia que sentía al estar junto
a un alto oficial de aquel tiránico Imperio Galáctico, sino porque según Lepira, Vantorel era un hombre al que no le
gustaba divagar.
–
Efectivamente. Y ante todo quiero aclarar que solo y estrictamente a título personal
y el de los hombres bajo mi mando. Mi intención es simple: firmar un armisticio
con la Flota Estelar y sus aliados e inmediatamente después abandonar los
planetas invadidos que estén bajo mi jurisdicción.
»
Ese armisticio parcial facilitará la evacuación de mis tropas y la retirada de
mis naves sin tener que dañar ninguno de los planetas ocupados.
–
¿Cuál será su destino, almirante? – le preguntó Sisko, quien conocía la cláusula
del Tratado de Epsilon entre la Federación
y la Nueva República en el que se
acordaba impedir por todos los medios la retirada de las fuerzas imperiales a
su galaxia.
–
No regreso a mi galaxia, si es eso lo que quiere saber. Me iré más allá del espacio
de la Federación y del territorio de sus aliados – respondió Vantorel –. Pero
esta galaxia es grande y existen zonas por explorar, y como comprenderá no
puedo revelarle más capitán. El comandante Joos está aquí para concretar el
armisticio. No hay nada mejor que un diplomático para ello. Pero antes quiero
informarles que ciento once mil prisioneros de la Flota Estelar y otras
potencias aliadas que en este momento se encuentran bajo mi poder, serán
liberados inmediatamente después de firmar el tratado aquí y ahora, como cláusula
de sinceridad. Mientras que garantizo que los rehenes civiles que tenemos en
todos los planetas que hemos ocupado lo serán en cuanto se evacue cada mundo.
Continuará…
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