Juego romulano
Primera parte.
La Tierra
El Queen of Varykino, el elegante y hermoso yate cromado, un lujoso crucero construido en los Hangares de Theed en su planeta de origen Naboo especialmente para el general
Eckener, se aproximó al Dique Espacial.
Pidieron permiso para desactivar el escudo de fuerza que lo protegía descendió
para dejarlo entrar por una de sus gigantescas puertas. Para el jefe del ubictorado aquello tan solo podía
significar que la maquinaria imperial se había puesto definitivamente en
marcha. Poco después estaba reunido con Daran.
– Como bien vaticinaste el Imperio está sumido en el caos –
explicó el responsable de la inteligencia imperial –. Tras la muerte del Emperador se produjeron muchas
revueltas en toda la galaxia, incluso en la Ciudad Imperial, aunque esta
pronto fue sofocada. Pero eso no es lo peor, sino que se ha desatado una lucha encarnizada
entre los consejeros y ministros de Coruscant,
cada uno peleando por quedarse el mayor trozo de pastel. Por ahora Sate Prestage lidera el gobierno, pero
no le doy más de seis meses antes de que lo exilien o le eliminen, su posición
es muy inestable, como demuestra que en algunas regiones exteriores la marina
ya ha empezado a evacuar sus instalaciones mientras la rebelión campa a sus anchas y va sumando cada vez más planetas a su
causa por toda la galaxia. Y nadie se está tomando la molestia de detener las
deserciones porque los moff y los
altos oficiales están demasiado ocupados luchando entre sí o acumulando
riquezas entes de desaparecer.
– ¿Y qué está haciendo nuestra
Inteligencia Imperial?
– No pude entrevistarme con Ysanne Isard, pero sí lo hice con uno
de sus ayudantes más cercanos, al que conozco desde hace años. Me ha dicho que
está a la expectativa, seguramente esperando el momento de tomar el poder. Por
ahora nuestra Corazón de Hielo está
jugando con los miembros del círculo privado del Emperador al mismo tiempo que se está ganando la amistad de
muchos oficiales del ejército y la marina. No me extrañaría que en algunos meses
se apoderara de las riendas de lo que queda del Imperio.
– Está sucediendo lo que me
imaginaba – reflexionó Daran levantándose y dirigiéndose hacia los grandes
ventanales. No había nadie capaz de sustituir a Palpatine y el Imperio se
resquebrajaba mientras la Rebelión triunfaba, algo que era inevitable que
sucediera. Estaban sostenidos por el terror, no a las acciones individuales de
un moff o un oficial despiadado, si no al miedo al Emperador: a su poder capaz
de desplegar en cualquier lugar a la galaxia una fuerza imparable. Pero sin ese
terror, ese control absoluto del poder, el Imperio está destinado a desaparecer
por culpa de la ambición personal que aquellos que se aprovecharon de él
durante aquellos años. Todos ellos eran pequeños seres ciegos por su ambición
personal, sin un fin más que su propio provecho, que ávidos de poder y egoístas
destruirían lo que tantos años había costado en ser construido. En los próximos
tiempos surgirán hombres poderosos y señores de la guerra, pero ninguno capaz
de sustituir a Palpatine. Incluso se atrevía a vaticinar que aunque este
regresara del mismísimo infierno sería incapaz de reconstruir lo que un puñado
de rebeldes había conseguido. Y era algo que podía ocurrir si eran ciertas les
leyendas en las que gracias al Lado Oscuro de la Fuerza Palpatine podía enviar su espíritu a otro cuerpo
huésped. De lo cual era algo que no dudaba. ¿Sino por qué construir aquella
factoría de clonación secreta en aquel lugar apartado de la mano de los Dioses
como eran Byss?
– Tú eras el analista político –
replicó Eckner dejando un prudencia tiempo de silencio mientras su antiguo
colega reflexionaba.
– Y tú la mente metódica – replicó
Daran.
Y Zahn el hombre de acción
pensó Eckener, pero no lo dijo. La traición de su amigo aún era un tabú para
Daran. Este había crecido en Coruscant bajo los auspicios del Nuevo Orden de
Palpatine y nunca llegó a aceptar que su amigo, el único ser al que había
confesado sus secretos más íntimos le hubiera traicionado, a él y al Emperador.
– Pero todo lo que está sucediendo
en nuestro hogar, aquí no sucederá.
La primera fase de la invasión había
concluido y habían ocupado todos los planetas que teníamos previstos: los Imperios Romulano y Klingon y la Federación ya no existían, con miles de sistemas bajo su absoluto
control. La fase de asentamiento de miles de las familias ya se ha iniciado con
éxito, al igual que la imperialización
de un buen número de mundos aceptables. También se había consolidado la
regularización de su comercio y su fiscalización, al tiempo que ya se habían
empezado a apropiar de sus bienes y servicios en su provecho. Las empresas ya
habían empezado a construir sus instalaciones, con lo que pronto construirían sus
propios cazas TIE, así como el
armamento y el equipo que necesitan sus fuerzas, convirtiéndose en
autosuficientes y completamente independientes de su propia galaxia. Pronto la
primera factoría de clones estaría lista para serles un ejército infinito de
soldados, pilotos, artilleros y técnicos. Y contaba con otro as en su manga
para mantener el control total de aquellas estrellas.
– Nosotros seremos la salvación de
aquellos que aún creen en el Nuevo Orden
– prosiguió Daran, casi hablando para sí –. Ofreceremos la oportunidad de venir
a esta galaxia a todos aquellos que quieran huir del caos del Imperio. Todos
bajo un control único, como antaño hizo Palpatine sobre todos nosotros. Seremos
la tabla de salvación, el último baluarte de aquello que nuestro Emperador
construyó una vez.
» Pero aún tenemos una espina de la
que nos hemos de librar antes de lograr el resurgimiento del Imperio aquí. Los
restos de la Flota Estelar.
– He leído el informe. Es
preocupante.
– Como siempre tenías razón en tu
análisis – puntualizó Daran sentándose de nuevo –. Ahora que nuestras conquistas
están consolidadas, nuestras fuerzas vuelven a tener las manos libres para
perseguir los restos de la Flota Estelar. Utilizaremos todos los recursos que
tengamos a nuestro alcance para aniquilarlos. Esa será tu misión. Búscalos y
destruye sin piedad. Convierte esta caza en la máxima demostración de poder que
haya hecho el Imperio desde su creación. Haz que la búsqueda de Vader a ese Skywalker sea un mero juego de niños. Remueve cielo y tierra, pero
encuéntralos y no dejes nada.
– No es un trabajo fácil – respondió
cauteloso.
– Por eso se lo ordeno a ti. Y no ha
otro. El gran almirante Gorden es demasiado viejo y el juego del gato y el
ratón no se le da bien. Sirve para enfrentarse con una fuerza regular, no con
las guerrillas que ahora son los restos de la Flota Estelar. Vantorel sería el
candidato ideal, pero su situación en Bajor
es demasiado importante para desplazarlo. Tiene bajo su control algunas razas
potencialmente… peligrosas para dejarlas sin una buena vigilancia. Y no
descarto lanzar sus naves contra cualquiera de esas si no se comportan como es
debido. Además conocer estos sistemas mejor que nadie. Pero no estarás solo en
esta tarea, por supuesto. He designado al almirante Vrad Corran para que sea tu
mano de hierro.
– Hizo un trabajo excelente con los
klingons, pero no tiene imaginación. ¿De cuántos efectivos podré disponer?
– El Conqueror en primer lugar. Y el resto de nuestras naves. Todas
ellas estarán a tus órdenes. Actuarás como lo hizo antaño Lord Vader con el
escuadrón del superdestructor Executor, pero tendrás el apoyo todas las fuerzas asignadas en
el sector donde actúes. Y si necesita más, tan solo tendrás que sugerirlo.
– Es un gran honor. Y mucha
responsabilidad sobre mis hombros.
– Hace mucho tiempo que nos
conocemos. Sé que lo podrás hacer. Si no, escogería a otro para hacer este
trabajo.
– Lo haré lo mejor que pueda.
Laredo
Lepira daba vueltas en la celda en
que le habían confinado. Se había calmado y ya no pedía que Sisko le creyera,
pero había dejado claro que solo hablaría con él.
– Estamos en alerta roja – indicó Picard –. Si aparece una sola nave imperial
dentro del sector la detectaremos. Y si llegara el caso en diez minutos todas
las personas en Ladero serían transportadas a salvo.
– Me gustaría hablar con él – dijo
Sisko por fin. Zahn les acababa de explicar quién era Lepira. Por eso mismo
Sisko quería vérselas cara a cara con aquel enemigo que le había llamado por su
título bajorano de Emisario y
mencionado a su madre como uno de los Profetas. Un detalle que solo los más cercanos a él conocían y que no había
sido incluido en ninguno de los informes de la Flota Estelar. ¿Cómo podía
conocer eso?
Picard asintió y Sisko y Kira se
dirigieron hacia las celdas donde está encerrado Lepira.
Al verles entrar este se detuvo y
esgrimió una sonrisa amistosa y sin poder disimular nerviosismo al otro lado
del campo de fuerza que les separaba.
– Quiero, quiero pedirle disculpas
Emisario – empezó este inclinando la cabeza con respeto –. Coronel Kira, es un
honor.
– ¿Es un oficial del Imperio Galáctico? – preguntó Sisko secamente.
– Así es. Soy un responsable de
sector asignado al proyecto del ubictorado
conocido como Agujero Negro, creado por el Gran Moff Tarkin, para el análisis y posterior preparación de la invasión de la
Vía Láctea. Pero realmente hace años que soy un fiel servidor de los Profetas y del pueblo de Bajor y he trabajo en contra el Imperio
Galáctico y sus planes.
– Hable – prosiguió Sisko.
– Le explicaré todo lo que se me
permite decir – empezó Lepira –. El monasterio de Tozhat está bastante apartado
y aunque no es muy grande contiene una de las bibliotecas más antiguas de
Bajor...
– Eso ya lo sabemos – le interrumpió
Kira con brusquedad.
– También es uno de los lugares
donde tradicionalmente se ha guardado el Orbe de la Profecía y el Cambio… – continuó Lepira atrayendo su atención –. Hace
más de trescientos años una serie de visiones fueron reveladas al vedek Alhana Joram.
– Recuerdo ese nombre… – dijo Kira.
– Fue una personalidad importante
por aquel entonces. Pasó gran parte de su vida en el monasterio de Tozhat,
donde escribió importantes tratados y textos sociales, legislativos y
religiosos que aún hoy se mantienen en vigor y se estudian. Fue el primero en
romper los tabúes del sistema de castas de los d’jarras. Y creo que ha
sido la única persona en rechazar tres veces consecutivas en nombramiento de Kai en la reciente historia de Bajor.
– Ahora lo recuerdo… – indicó Kira.
– Alhara se convirtió en el custodio
de unas profecías, las cuales nunca fueron reveladas ni a la Asamblea de Vedeks, ni a ningún Kai. En
estos últimos siglos su familia ha seguido guardando las revelaciones del Orbe
y de los Profetas en el más absoluto secreto. Hasta ahora.
– ¿Qué dicen las profecías? –
preguntó Sisko con calma.
– La primera describe la llagada del
Imperio y su invasión – Lepira cerró los ojos y recitó el texto que había
aprendido de memoria.
» “Al final del año
en que El Emisario encuentre su Lágrima de los Profetas, un gran cataclismo asolará el firmamento.
Cuando una guerra esté tocando a su fin, otra se extenderá allí donde las
cenizas aún están calientes y por donde los edificios aún están en pie. Los
guerreros de blancas armaduras, llegados de más allá de los límites del Templo
Celestial, a bordo de grandes puntas de flechas sembrarán la destrucción a su
paso, tanto entre los amigos, como entre los enemigos del pueblo de Bajor”.
Cuando Lepira terminó de pronunciar
la profecía se produjo un silencio sepulcral en el recinto de las celdas. Ni
Kira, ni Sisko podían salir de su asombro.
– La vedek Alhana, que reside en el
monasterio de Tozhat y desciende de Alhana Joram, les confirmará lo que acabo
de decirles – dijo por fin Lepira.
– ¿Qué dicen el resto de las
profecías? – preguntó Sisko –. ¿Y cómo encaja usted en ellas? Ha reconocido ser
un oficial imperial.
– Así es y ahora solo puedo decirle
la que me concierne a mí – respondió Lepira bajando la vista.
» “Llegará un hombre de entre los guerreros de blancas armaduras. Lo hará
mucho antes que estos, en busca de conocimientos para preparar la llegada de los otros, será en el año en que el Emisario encuentre el Templo Celestial. Y será tocado por los Profetas y entre los bajoranos
encontrará lo que no buscaba, pero siempre ha anhelado encontrar. A cambio de
llenar la carencia que siempre ha tenido, se unirá al Emisario en su lucha.
Durante ese tiempo tendrá que soportar duras pruebas y muchos peligros, pero al
final su descanso conseguirá”.
– ¿Qué es lo que le faltaba? – le
volvió a preguntar Sisko.
– Paz – respondió Lepira y esgrimió
una sonrisa, como si acabara de recordar algo gracioso –. En uno de mis
primeros viajes a Bajor, hace… ocho años, me detuve en el monasterio de Tozhat.
Kai Opaka había llevado el Orbe de
las Profecías y el Cambio para la ceremonia de nombramiento de la Alhana como
vedek. Ese día toqué el Orbe y los Profetas me llevaron al Templo Celestial. Y
creo que no hace falta que diga nada más, ¿verdad Emisario?
Sisko no respondió, recordando lo
que le había representado su primera experiencia con el Orbe a su llegada a
Bajor, cuando le transportó al momento en que había conocido a su primera
esposa en la playa de Gilgo en la
Tierra. Había sido tan real que desde entonces no podía discernir si realmente
hubiera viajado al pasado para conocerla o solo fuera un recuerdo.
– Ha mencionado a mi madre – indicó
Sisko –. ¿Por qué?
– Ella estaba cuando fui
transportado al Templo Celestial. Fue la única que se identificó con un nombre
propio: Sarah. Ella me mostró amor y compasión, me enseñó que siempre había
buscado la paz en mí interior. Y que en realidad yo odiaba lo que hacía. Ella
me reveló el camino para redimirme. No supe que era su madre hasta después,
cuando estuve leyendo los textos de Alhana Joram, ya que ella también le habló
a él y le dijo quién era en realidad: la madre del Emisario.
– Así que ya no es leal al Imperio.
– Exactamente. Como antes lo fue el
comandante Zahn, yo ahora soy un traidor. Y me siento orgulloso de ello
Emisario. De eso no ha de tener ninguna duda.
– ¿Qué más dicen las Profecías? – le
preguntó Sisko.
– No puedo hablar de ellas hasta que
no sucedan. Pertenezco a un grupo muy reducido de personas que conocen lo que
saben los Profetas sobre el presente, el pesado y el futuro. Ustedes dos han
sido testigos de sucesos, de los hechos que pueden hacer los Profetas. Coronel
Kira – dijo mirándola –, los dos rezamos a los mismos Dioses, las mismas
criaturas que crearon el Templo Celestial y cuidan de Bajor y su pueblo. Sé que
no es fácil creerme. Pero precisamente ustedes dos son de las personas que
mejor me comprenderán. ¿No han viajado a través del tiempo gracias a los Orbes?
¿No han vuelto a ver a la mujer que perdieron? – le preguntó mirando a Sisko y
luego se giró hacia Kira – ¿O la madre que desapareció? Ver cosas que serían
inexplicables sino fuera por la existencia de los Profetas.
» Estoy seguro que la palabra de la
vedek Alhana será suficiente garantía para confirma que lo que estoy diciendo
es cierto, así como mis intenciones Emisario. Pregúntenle a ella. Tiene muchas
más respuestas que yo, se lo aseguro.
– Eso haremos – respondió Sisko.
– Una cosa más – dijo antes de que
estos salieran –. Mis superiores ya sabrán que estaba a bordo del Neru cuando fue apresado por Damar. Y aunque me dejarán un tiempo para
ponerme en contacto, no tardarán en empezar a buscarme.
– Bien, general Lepira. Si lo que
dice es cierto, no tendrá ningún inconveniente en darnos información sobre el
Imperio: número de tropas, naves, operaciones, emplazamiento de bases, estado
de suministros y todo lo que conoce del ubictorado.
– Por supuesto, aunque solo tengo
acceso a esos datos en lo que concierne al que controla mi red: Breen, Cardassia y todas las potencias que limitan con las fronteras de la
Federación en el cuadrante Alfa. Del resto de los
sectores solo tengo información parcial, aunque es posible que les sea de mucha
utilidad. Por supuesto les proporcionaré todo lo que me pidan y muchas otras
cosas que desconocen. Eso es parte de lo que he venido a hacer. Toda la
información está en las manos de la vedek Alhana y se la entregará en cuanto
sepa lo que ha sucedido aquí.
Sisko asintió y tras hacerle un
ademán a Kira, giraron para marcharse.
– Coronel Kira – la llamó antes de
que salieran de los calabozos –. Si van a Bajor, aún no se ha podido instalar
la red de sensores capaces de
detectar naves ocultas alrededor del sistema y las patrullas se guían por los
que sí están activos en la base de la luna Derna. Conozco los datos exactos, hay puntos ciegos.
– ¿Qué opinan? – preguntó
Picard después de que Sisko y Kira hubieran salido del recinto de las celdas –.
Al fin y al cabo y disculpe por lo que diré, pero ustedes son los mayores
expertos en los Profetas.
El semblante de Sisko era una
piedra, con los labios apretados entre la perilla algo canosa, con el ceño
fruncido, analizando todo lo que había hablado con Lepira. Mientras Kira
permanecía esperando a saber la reacción de su capitán y por la forma de
observarle, posiblemente también como su Emisario.
– Los Profetas son criaturas capaces
de hacer muchas cosas, difíciles de explicar racionalmente – reflexionó el
capitán de la flota y Emisario –. Hicieron desaparecer una flota entera del
Dominion ante mis ojos y cambiaron la personalidad del Gran Nagus Zek a un ser bondadoso y generoso. Todo es posible.
» Muy pocas personas saben que mi
madre, Sarah, es una Profeta – continuó con la mirada perdida, mientras
asimilaba la conversación que había tenido –. Solo mi familia y los amigos más
próximos conocen. Oficialmente la Flota Estelar no tiene constancia de este
hecho. ¿Cómo puede saber eso un oficial del ubictorado?
Esa
pregunta quedó en el aire durante unos instantes. Luego se giró hacia Kira.
– Tenemos que ir a Bajor y
buscar respuestas en la vedek Alhana.
USS
Pretorian
Aquel
había sido el primer viaje de la nave tras ser equipada con un multiplicador de hiperespeacio. Las
precauciones se habían extremado ante el uso de aquella nueva tecnología, y
tanto la primera oficial Norel, como la jefa de operaciones Albert habían
realizado diversas simulaciones con las rutas a seguir. Finalmente había
decidido hacer tres saltos para aproximarse a su destino. Aunque Wesley creía
que no había sido necesario y no porque entendiera mejor los cálculos de astrogración, simplemente porque él ya
había proyectado el rumbo en su mente. Para él el hiperespacio era un plano más
del universo. Una dimensión más cercana a la suya que otras. Un atajo sencillo
para surcar las inmensidades del espacio. El último tramo del viaje se
aproximaron a Tiburon a velocidad de
curvatura, ocultos bajo manto de invisibilidad. El sistema estaba protegido por
un escuadrón formado por varios destructores estelares y contaba con buenas
defensas, por lo que Worf decidió hacer un rodeo por el gigante gaseoso y
esperar a la llegada de un convoy para utilizarlo como escudo de las redes de taquiones que se estaban instalando
en el sistema. Al pasar junto a una de las lunas descendieron hasta situarse
por encima de su árida superficie rocosa. La última parte del viaje sí resultó
más complicada, ya que se encontraban muy cerca de la luna y Wes tenía que
compensar durante todo la trayectoria las fuerzas de gravedad. Por suerte las
naves de la clase Prometheus estaban pensadas para entrar en las atmósferas
planetarias y los sistemas estaban diseñados para compensar dichas fuerzas. Finalmente
se detuvieron cuando la superficie de Tiburon, con un tono azul intenso
salpicado de remolinos de nubes blancas como el algodón, apareció en pantalla.
La
misión que se les había indicado era permanecer durante los siguientes días
estudiando el despliegue imperial en el planeta. Como muchos otros lugares las
autoridades de Tiburon habían declarado su mundo abierto y no se habían opuesto
a su ocupación. Los imperiales se apoderaron de las instalaciones orbitales y
la Base Estelar 179, empezaron a montar varias guarniciones en el planeta para
asumir el control administrativo y político, tomando prisioneros a las
autoridades civiles que fueron recluidas y empezaron la imperialización. Tras las
primeras semanas de terror e incertidumbre las severas normas se habían
relajado y una cierta normalidad reinaba entre los habitantes, mientras que las
industrias habían empezado a trabajar para los invasores. Unos meses después el
planeta fue designado para albergar el cuartel general del 31º Grupo de
Ejército; desde aquel día el número de tropas e instalaciones imperiales habían
aumentado.
–
Les habla el capitán – dijo Worf desde su silla activando la comunicación
interna para que toda la tripulación le escuchara –. Permaneceremos en esta
posición durante los siguientes dos días estándar. Mantendremos la Alerta Amarilla al encontramos en un territorio
controlado por el enemigo. Prepárense para cualquier acción inmediata. Worf
fuera.
El
klingon miró a su oficial táctico e hizo un gesto de asentimiento. Este le
replicó y salió del puente hacia la sala del transportador, le acompañaba uno
de los oficiales de la Alianza Rebelde
que habían subido a bordo en Laredo junto a varios oficiales de inteligencia.
Regresó dos horas después acompañado por otro humano, reuniéndose en la sala de
observación con Worf y un selecto grupo de oficiales durante varias horas.
Su
marcha coincidió con el final del turno de Wesley. Quien dejó su posición en el
timón y se dirigió al comedor de oficiales. Era tarde y ya no había nadie,
salvo un matrimonio que cenaba acaramelado en uno de los rincones de la sala. Y
como la cocina ya estaba cerrada replicó un preparado nutritivo, gastando así
uno de sus bonos de energía. Se sentó en la otra punta del comedor y observó
Tiburon, que se veía desde la ventana. Desde aquella distancia parecía
tranquilo, un lugar hermoso para vivir. Recordaba, de sus lecciones sobre la historia
de los planetas de la Federación, que su pueblo había sufrido, años atrás, unos
experimentos crueles e inhumanos de la científica, si se le podía llamar así, Zora. Pero habían reconstruido ahora
era pacífico y próspero. Aunque si se concentraba podía sentir el sufrimiento
de millones de seres, tan cerca, tan lejos al mismo tiempo.
Con
la mente clavada en Tiburon y sus habitantes se preguntó por qué había venido. Era
una cuestión que se hacía muy a menudo. Desde su llegada no había hecho mucho,
pilotar la nave de un lugar a otro y lado. Podía hacer mucho más que aquello,
si quisiera podría hacer que la Pretorian
liberara aquel planeta del yugo imperial. Pero rápidamente hizo desaparecer
aquella idea de la cabeza. Durante los años que había pasado junto al Viajero, este le había enseñado que era
capaz de hacer muchas cosas con solo pensarlo: abrir caminos por el subespacio
para atravesar millones de años luz en un instante, incluso era capaz de
detener el tiempo. Pero sobre todo había aprendido a sentir la energía de los
seres vivos, del polvo estelar, de la energía, teniendo a su alcance entender,
incluso controlar el propio universo. En
la galaxia todo estaba entremezclado, todo formaba parte de una misma trama: el
viento, las estrellas, la vida, todo era parte de lo mismo, todo se movía al
mismo tiempo, al mismo ritmo y uno no podía acelerar aquel ritmo. El destino ya
estaba escrito y lo que debía ser, sería. Él tenía que seguir la senda trazada
en las estrellas sin precipitarse. Las consecuencias podrían ser nefastas.
Jupiter Station
Eckener abandonó el Dique Estelar a bordo de su nave
privada rumbo a la estación Jupiter tras reunirse con Daran. Al llegar se
dirigió directamente a su despacho, donde pidió que le sirvieran un almuerzo y
ordenó llamar a sus subordinados. Llevaba mucho tiempo de retraso en su trabajo
y sobre la mesa se le habían acumulado los informes. Ya se había ocupado de que
le enviaran las noticias más importantes, pero en su especialidad nunca se
sabía que era superfluo o que no lo sería en el futuro. Lo principal era saber cuáles
eran los movimientos de los supervivientes de las diferentes potencias durante
su ausencia. Y para ello llamó a su segundo, el coronel Jorle.
– Los ataques se han multiplicado
por toda la galaxia. No solo los asaltos a los campamentos de prisioneros, sino
a instalaciones más pequeñas y sabotajes de naves. También hemos detectado un
incremento importante en el número de ataques a nuestros convoyes de suministros,
en una pauta tanto en tácticas, como en estrategia, que se extienden por
territorio de la federación, klingon y romulano – informó este –. Incluso
un ataque con cazas de la clase Peregrine en el sistema Arcturian utilizó maniobras utilizadas por la Alianza Rebelde. También hemos
identificado una docena de grupos de la Flota Estelar que actúan en zonas
concretas, confirmando que están involucradas muchas de las naves de las que
perdimos el rastro durante el ataque inicial. En territorio romulano hay otra
media docena de grupos bien definidos, pero creemos que hay más. Parece que los
klingons están menos organizados y atacan de forma más aleatoria y
desorganizada. Aun así todas las pruebas nos inducen a creer que hay una base
central desde donde se coordinan todas las acciones contra nosotros.
– Están tanteándonos para negarnos
el espacio – dedujo rápidamente Eckener –. De esa manera nos obligarán a
concentrar nuestros recursos en la protección de nuestras rutas de aprovisionamiento
y no en buscarles. Sería el primer paso para un contraataque a gran escala.
Hemos de encontrarles y destruirles antes de que sea demasiado tarde.
– Hay otro tema – dijo titubeante,
con cierta incomodidad.
– ¿Cuál?
– Hemos perdido a Lepira.
– ¿Perdido?
– Se encontraba a bordo de una nave
bajorana que se pasó a la resistencia a través de los cardassianos. Desde
entonces no sabemos nada de él. No ha informado, ni tampoco sabemos dónde se
encuentra la nave.
– ¿En qué está trabajando ahora… Gabar?
– Está investigando un asalto a los
depósitos de Rigel.
–
Ordénenle que venga inmediatamente. Y pónganse en contacto con el almirante
Gorden quiero entrevistarme con él… lo antes posible. Si está en la Tierra
quiero verle para mañana por la mañana. Finalmente quiero reunirme con todos
los responsables de zona… dentro de tres días.
Laredo
– Desde que ha hablado con Sisko no
ha parado de darnos información. Y el nivel de penetración en algunos sectores
es… enorme – se exclamó Archer fascinada
tras leer la transcripción del primer interrogatorio con Lepira –. Llegaron a
tener gente en gobiernos de diversos planetas de la Federación como Tellar, Delta, Denobula… y en el
mismísimo Consejo de la Federación.
En cardassia el legado Broca lleva
trabajando años para ellos, y le ayudaron a promocionarse proporcionándole la información
necesaria para invadir Betazed. E incluso
fueron los responsables del fin del gobierno militar en el 2372 que los klingons
atribuyeron a los Fundadores y por
la que estos invadieron Cardassia. Nos
ha hablado de K’Tal, responsable de
la Inteligencia Klingon ante el Alto Consejo desde el 2373, que
descontento con las acciones de Gowron
se convirtió en informante del ubictorado
creyendo que en realidad pasaba información a la Sección 31. Y fue él quien reclutó a Shinzon y los remanos
que ahora controlan parte del Imperio Romulano.
» El almirante Toddman se dirige hacia aquí, mientras tanto nos ha
indicado que le interroguemos y que le saquemos todos los datos que podamos. Me
ha pedido que como tú le conocías nos ayudes.
– Claro – indicó Zanh sin mucho
entusiasmo –. ¿Ya han pensado que van a hacer con él?
– Todavía no, Toddman precisamente
quiere evaluar personalmente lo que se puede hacer con él. Aunque insiste en
que quiere trabajar para nosotros como topo.
– ¿Un qué…?
– Es un término terrestre: un topo
es un agente propio infiltrado en el corazón de los servicios secretos enemigos,
también llamado agente doble – explicó –. Aunque esa decisión la quiere tomar
el propio Toddman después de hablar con Lepira.
» ¿No le cree, cierto? – le preguntó
entonces Archer.
– No.
– Le hemos hecho pruebas para
verificar si dice la verdad. Ajaan le ha sondeado, al igual que el oficial
Giner, un telépata betazoide muy
sensible que indica que no miente y como vulcano
el comandante T’lop ha hecho una unión mental con él. Y también confirma que dice la verdad. El doctor Bashir le
ha examinado y no ha encontrado sustancia o ningún tipo de control mental
conocido. Tampoco hemos encontrado ningún tipo de transmisor, ni rastreador
entre sus pertenencias o a bordo del Neru.
– He odiado a ese hombre durante
tanto tiempo que ni me acuerdo. Yo mismo le entrené…
– Pero tú cambiaste. Dale la
oportunidad que a ti te dio la Alianza.
Zahn se quedó inmóvil en el centro
del calabozo, frente al campo de fuerza que encerraba la celda de Lepira. Este
estaba sentado cuando entró, pero al verle se levantó y los dos se quedaron
mirándose en silencio. Le observó bien, no había cambiado en aquellos ocho años:
continuaba teniendo su mirada gélida. Lo único realmente diferente era el
pendiente bajorano que le colgaba de la oreja derecha. Le habían dicho que era diferente
para cada individuo y representaba su alma o algo así.
También había leído sobre los Profetas, el Templo Celestial, sus Orbes
y que era lo del Emisario. Y la
verdad era que le había costado creer todas aquellas cosas: criaturas capaces
de crear un agujero de gusano estable como hogar; que no entienden el concepto
lineal del tiempo, que envían una especie de sondas con extraños poderes cada
cierto tiempo y que eran reverenciados como deidades por el pueblo de Bajor. En su galaxia había muchos
ejemplos de especies o individuos que se hacían pasar por dioses, embaucando a
razas menos avanzadas con tecnología superior. Y aunque Valerie había intentado
explicárselo, la verdad era que no acababa de creerse aquella historia de
profecías.
Porque conocía bien a Lepira: en su
informe de evaluación al entrar a trabajar en la unidad en Eridano le describió como un hombre inteligente, imaginativo y
despiadado, frío como el hielo de Hoth
y ambicioso en hacer perfecto su trabajo. Sin ningún tipo de creencia
religiosa, más bien todo lo contrario, tan solo creía en el Nuevo Orden y en el Emperador. Un servidor fiel al Imperio
desde la más tierna infancia. Y que ahora creyera en Dioses o Profetas, no
encajaba en él.
– Comandante… – dijo por fin Lepira
rompiendo el prolongado mutismo de los dos –. Me alegra verle sano y salvo.
Zahn no contestó. En realidad no sabía
muy bien porque había ido a visitarle.
– Siento mucho lo que le hice, señor
– continuó Lepira bajando la mirada –. Pero en aquel momento le odiaba – su voz
era apenas un susurro –. Tenía el corazón corrompido por el odio. Podríamos
decir que no había en mí nada de luz. Pero ahora ya no...
– ¿Qué es todo eso de los Profetas?
– le preguntó Zahn interrumpiéndolo con un tono de desprecio en su voz.
– Son unas criaturas… Increíbles. No
las entiendo muy bien, pero… Su poder supera todo lo que conocemos. No son… Es
muy difícil de explicar. Tan solo unos pocos podrían entenderme. Ven más allá
de todo y de todos. Son capaces de ver el interior de las personas y cambiar el
mal, por el bien. Cuando la luz del Orbe me alcanzó es lo que hicieron conmigo.
– ¿Y esa tal Alhana Laren?
– Eso sí que puedes entenderlo. Yo
lo entendí cuando la encontré. O mejor dicho, cuando ella me encontró a mí –
dijo esgrimiendo una sonrisa en sus labios –. Fue un soplo de aire fresco en mi
corazón y en mi pagh. El pagh es la
fuerza de la vida. Algunos lo llamarían alma. Laren lo es todo para mí. Mi
vida, mi sol, mi luz.
Se produjo un largo silencio entre
los dos hombres y luego Lepira prosiguió, sabiendo que estaba pisando arenas
movedizas. Aunque también sabía que si alguien podía entender y por otro lado
darle la oportunidad que necesitaba para que le creyeran, ese eran Zahn. En
realidad, necesitaba que Zahn le creyera, que le perdonara.
– Fue como Arana para usted, señ…
– ¡No vuelva a pronunciar ese
nombre! – le gritó Zahn con odio en su voz y en su mirada. No hacía muchos años
había jurado asesinar a Lepira y a Daran –. No eres digno de que tus labios
pronuncien su nombre. La mataste y te aseguro que te haré pagar por ello,
cueste lo que me cueste. Creas en lo que digas que ahora creas. La torturaste y
pagarás por ello.
– Yo no la toqué. Y por lo que sé.
No murió entonces.
– ¿Qué? – le preguntó Zahn
acercándose al campo de fuerza, lo que provocó que Lepira retrocediera un paso.
– Cuando te escapaste… Daran pensó que
podría conservarla con vida… Siempre la podría utilizar contra ti.
– ¿Vive? – le preguntó casi sin
aliento.
– Lo desconozco.
– Mientes.
– Nunca mentiría en este tema.
Comandante ahora estamos en el mismo bando. Ha de creerme. Nuestro enemigo es
el mal que reside en cada uno de los soldados y oficiales del Imperio.
San Francisco, la Tierra
El gran almirante Gorden se
encontraba en los antiguos Cuarteles Generales de la Flota Estelar, así que Eckener no dudó en trasladarse de
nuevo allí para entrevistarse con él. La misión que le había encomendado Daran
era lo último que deseaba hacer: él no era un hombre de acción y menos a bordo
de una nave de combate liderando una flota de persecución y ataque. Prefería
los juegos mentales; luchar contra otros seres inteligentes, engañarles, saber
lo que pensaba y vencerlos. Pero también sabía una cosa: Daran le había
confiado aquella misión porque había pocos capaces de realizarla. Y requería
una gran dosis de ese juego mentar que tanto agradaba a Eckener. Lo primero de
todo sería movilizar a sus diferentes redes de espionaje, al igual que el
departamento de InterCrip: si era cierto que los ataques
estaban coordinados los diferentes grupos tenían que comunicarse desde su base
central. Ese sería el inicio de la caza, les rastrearía, les cercaría y
finalmente les aniquilaría. Para ello tendría la Armada, con el gran almirante Gorden a su cabeza.
Así que con las primeras ideas de su
plan trazadas se entrevistó con Gorden. Este era un veterano de las Guerras Clon, donde había cosechado
muchos éxitos frente a las fuerzas de la Federación de Comercio o la Alianza Corporativa.
Algo que no era de extrañar tratándose de grandes grupos comerciales y no
militares. Claro que su dinero había comprado a algunos de los mejores estrategas
mercenarios que había en la galaxia en aquel momento, como el conde Dooku o el general Grievous. Tras la llegada del Nuevo Orden Gorden se había mantenido fiel al Emperador a la espera
de que su ambición fuera colmada por Palpatine.
Como así había sido. Combatiendo en no pocas campañas para su nuevo amo,
normalmente exitosas si su contrincante era una fuerza regular y bien
entrenada. Mientras que en enfrentamientos contra piratas o más recientemente
contra la rebelión, Gorden había
destacado por su inutilidad. Por suerte el mando táctico estaría bajo la
supervisión del almirante Corran, alguien más flexible con la estrategia, aun así
tenía el presentimiento que Gorden sería un estorbo importante para su trabajo.
Por eso mismo Eckener hubiera deseado
no tener que compartir el mando con este. Pero los equilibrios políticos que
Daran tenía que sostener le obligaban a ello. Aunque había otorgado más poder a
los altos oficiales de la Armada para tenerles bajo su control, Gorden se había
quedado fuera del pastel. Ahora este veía su oportunidad de volver a las
estrellas y como aún tenía buenos amigos entre los oficiales navales
desplegados en los Nuevos Territorios, era mejor tenerle contento. Aun así la
entrevista entre los dos oficiales había sido nefasta. La arrogancia del viejo
almirante era tanta como su estupidez en aquellos temas. Daran le había
informado de la nueva misión y Gorden ya hacía planes para aplastar mundos
enteros bajo el fuego del superdestructor
Conqueror, cuando para Eckener la
misión era mucho más quirúrgica.
Tras salir de la reunión se dirigió
hacia el Quantum Café, un local
situado en el recinto de los cuarteles generales que ahora era frecuentado por
el personal imperial destinado en ellos, en vez de los de la flota estelar.
Necesitaba tomar algo y relajarse antes de acudir a cita que tenía aquella
noche con el amante que tenía en la Tierra. A pesar de estar anocheciendo el
local estaba casi vacío, exceptuando un par de oficiales algo bebidos. Se tomó
un brandi sauriano y cuando estaba a
punto de salir vio entrar a otro oficial.
Eckener le conocía bien, había leído
muchos informes suyos del Contraespionaje Interno,
incluso antes de que le involucraran en los preparativos de la invasión. Voraz
lector de informes sobre los Nuevos Territorios, Lepira le tenía en gran
estima. Pero no recordaba haber tenido ninguna conversación con él. A decir
verdad no había interactuado mucho con el resto de involucrados en el ataque de
la Vía Láctea, siempre compartimentando los integrantes y la información de
aquella magna operación. Pero ante su nueva misión pensó que sería hora de
entablar nuevas amistades, que en algún futuro próximo podían serle útiles. Su
cita con Peter tendría que esperar.
Por otro lado aquel oficial se
extrañó que el jefe de la ubictorado
entablara una cordial conversación con él aquella noche. Aquello le intrigó y
aceptó la oferta de este para cenar, retrasando su partida de la Tierra.
Laredo
El consejo de Laredo fue convocado
para concretar que debían hacer tras el descubrimiento de Lepira y las
implicaciones que eso conllevaba. También fue la primera reunión presidida por
el almirante Ross tras recuperarse
de los interrogatorios que había sufrido a manos de sus captores. También se
habían incorporado el capitán Bennet,
un oficial de gran experiencia táctica que ya había servido a las órdenes de Ross como su asistente durante la guerra contra el Dominion. Y el teniente Kinis,
que en las últimas semanas se había ocupado de coordinar todas las peticiones
de logística, mientras Harzel y su equipo se
centraba en equipar todas las naves con multiplicadores de hiperespacio. También estaba la capitana Whatley
en su última reunión antes de partir a bordo del Rhode Island hacia la
base Lirpa con la presidenta Troi.
Archer dio un escueto resumen de
quien era Lepira y sus intenciones que podía traer, visiblemente incómoda por
tener que dar detalles de los asuntos que muy pocos debían de conocer. Pero
también sabía que muchos de los presentes conocían las circunstancias de su
descubrimiento y que la seguridad de todos estaba en riesgo. Finalmente indicó
la partida de la mayor Kira con la Defiant
a Bajor, para corroborar la historia
del agente imperial.
– Lo que está claro es que hemos de
abandonar Laredo – indicó Sisko cuando esta terminó.
– ¿Y a donde nos dirigiremos? –
preguntó Jordan.
– Podríamos utilizar esa base de la Sección 31 – sugirió DeSoto –. Reconozco que preferiría no
acercarme a ella, pero en estas circunstancias.
– Según el informe del capitán Sisko
está en condiciones de ser utilizada. ¿No es así? – quiso confirmar Ross.
– Así es – indicó este con cierto
recelo. Su vuelta había coincidido con el descubrimiento de Lepira, aun así en
su informe había indicado claramente su sugerencia de desmantelar la base y su
equipamiento ilegal –. Tiene una capacidad para una dotación de tres mil
hombres y está equipada de un gran número de instalaciones técnicas. Grandes
depósitos de deuterio y otros
suministros. Aunque no para la población civil.
– Estas circunstancias nos empujan a algo que tanto el almirante
Paris, como yo, ya habíamos discutido – explicó Ross –.
Creíamos que concentrar en la base Laredo un grupo tan numeroso de naves y
recursos, ponía el operativo Omega en peligro. Así habíamos decidido dividir
aún más nuestros recursos. Los últimos informes que indican un incremento de la
actividad imperial en buscarnos han aumentado de manera significativa, ha
llegado el momento de dispersarnos más. Por eso los diques secos que están bajo su responsabilidad, capitán Harzel, se
separarán y ubicarán separados. Sé que eso dividirá sus limitados recursos,
pero no podemos permitir que sean destruidos por el Imperio en un solo ataque.
Quisiera que hiciera un listado con el teniente Kinis de todo aquello que
necesitarían los diques para operar por separado: personal, suministros, y
naves de apoyo.
–
Por supuesto – respondió Harzel, pero su expresión dejaba claro que, aunque
entendía las razones, no le convencía la idea de dividir lo que antes habían
sido los astilleros que había dirigido en Beta Antares.
–
El resto de naves serán reasignadas a grupos operativos más pequeños que serán
coordinados desde la base de la Sección 31.
–
¿Abandonaremos definitivamente Laredo? – quiso confirmar Jordan.
–
La idea original no era eso, queríamos mantenerla como un puesto logístico y de
descanso. Pero la aparición de ese agente imperial, nos hace evacuar este planeta
por mayor seguridad – respondió Ross.
– ¿Y los civiles que hay en la
colonia? – preguntó Jordan.
– Si no hay espacio en la base
asteroide, tendrían que ser trasladados a otro lugar más seguro que una de las
bases operativas de la resistencia – indicó Whatley.
–
Podríamos llevarlas a las zonas de la Federación
no ocupadas por el Imperio – propuso DeSoto.
–
Si fueran atacadas y cayeran prisioneros, podrían revelar información sobre
nuestra organización y eso nos pondría en peligro – indicó Chang con frío
cálculo táctico –. Hay muchos planetas alejados de las zonas controladas por el
Imperio que serían más seguros. Sus recursos de nuestro enemigo son limitados,
por lo que no desviarán estos a buscar a los civiles. Tendríamos que encontrar
alguno.
–
El espacio de la Federación es muy extenso – continuó Jordan –. No creo que
sería bueno llevarlos demasiado lejos, cuanto más cercan estén mejor les
podemos proteger. Hay muchos planetas que en algún momento determinado han
acogido instalaciones o colonias, ahora abandonadas.
–
Podríamos pedir protección en algunas de las potencias no atacadas por el
Imperio – propuso Harzel.
–
Se expondrían a un ataque de represalia por parte del enemigo y nadie querría.
Por otro lado, seríamos vulnerables a que nuestros huéspedes nos traicionaran a
cambio de mejorar sus relaciones con el enemigo – replicó Picard tajante –. Lo
ideal es un lugar apartado.
–
El capitán Deilog de la Lagrange ha estado destinado mucho
tiempo al departamento colonial, le pediré que busque un lugar adecuado –
anunció Ross zanjando la cuestión –. Un planeta de clase M cualquiera, tal vez una instalación abandonada, pero que podamos
proteger.
–
¿Qué haremos con los prisioneros? – preguntó entonces Archer –. El teniente Rawlinson ha estado siguiendo
un procedimiento que nos está proporcionando más información de la que
hubiéramos imaginado al escuchar las conversaciones que tienen en privado. Un
traslado podría interrumpir esa fuente de información.
–
Creo que conozco un lugar donde podríamos llevar a esos hombres – intervino Whatley
pensativa –. Y estoy segura que el capitán Picard se acordará perfectamente: en
la Esfera Dyson que encontró en el
2369.
–
Pero no era habitable – le corrigió Picard.
–
Fui la oficial científica a bordo de la Fredrickson cuando se realizó un
intensivo estudio que siguió a su descubrimiento. Hicimos una cartografía
completa de la superficie exterior y luego estuvimos algunos meses estudiando
el interior, donde establecimos una base permanente. Diseñamos unos escudos
para protegernos nosotros y los equipos de los efectos de la radiación de la
estrella. Podríamos habilitar un área de varios kilómetros cuadrados sin riesgo
para quien estuviera dentro de los límites.
–
Allí nadie los buscará – confirmó DeSoto –. Además, es un lugar ideal para los
imperiales no podrán escapar. Y al ser un lugar aislado y cerrado, el teniente Rawlinson podría seguir esas
escuchas.
–
Lo consultaré con él por si el lugar es viable para seguir con las grabaciones – concluyó Archer.
– ¿Alguna cuestión más? – preguntó
Ross para finalizar la reunión –. Entonces empezaremos a evacuar el planeta de
inmediato. Y si la esfera Dyson es un lugar viable para los prisioneros,
preparen su traslado. Comandante Jordan coordine con el capitán DeSoto el
nuestro a la base de la Sección 31, no podemos tener el lujo de no utilizar sus
instalaciones.
La
Drez Roja
Aquella
nave había sido diseñada como transportador de cazas TIE por Astilleros de Propulsores de Kuat, aunque nunca había tenido las instalaciones para
albergar al ala de cazas completa que sí lo estaban sus hermanos. La Drez Roja había sido modificada en los
mismos astilleros para albergar los sistemas más sofisticados de interceptación
y criptografía que existía. Desde ese momento el mando operativo de la nave
pasó al departamento de InterCrip de la Ubictorado
para la invasión de los Nuevos Territorios. Ya hacía cinco años de ello y el
trabajo había sido notorio. También había sufrido modificaciones para adecuar
la tecnología de aquella galaxia, haciendo a la vez de prueba para evaluar la
adaptación de esta al resto de naves imperiales. Desde hacía tiempo tenían replicadores, varias salas holográficas algo sencillas,
ordenadores isolineales y otras
pequeñas comodidades.
El
trabajo de la Drez Roja consistía en
colocarse en el espacio profundo y captar todas las transmisiones
subespacioales del sector. Analizarlas y descodificar las más importantes. En
su caso el éxito en sus misiones había sido notable al romper los códigos de
las transmisiones de más alto nivel del Imperio Klingon y de otros gobiernos menores. Con la Flota Estelar había tenido
poco éxito, logrando tan solo en las de bajo nivel operativo.
Tras
la caída de las potencias, su trabajo se había centrado en captar entonces las
transmisiones civiles en busca de posibles sublevaciones, así como de los mundos
menos importantes que eran susceptibles a un ataque imperial inminente. Aunque
desde hacía algún tiempo rastreaban el subespacio en busca de otro tipo de
señales. Y ya hacía algunos meses que había empezado a captar una serie de
transmisiones de origen desconocido y altamente sofisticadas. Por ahora
descodificarlas había sido imposible. Aun así la Drez Roja había logrado aislar la zona de origen de aquellas
transmisiones.
– Señor hemos captado una
nueva transmisión – le informó uno de los técnicos más jóvenes al responsable
de la inteligencia de la nave.
– ¿Alguna novedad? –
preguntó este sin mucha emoción.
– Es posible.
Continuará…
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