miércoles, 27 de abril de 2016

Crossover Star Trek - Star Wars. 13

Capítulo 4
Reagrupación
Primera parte.


La Far Star

            – La nave cisterna de nuestro contacto en Naboo ya está transvasando el combustible en nuestros depósitos. Una vez termine nuestras reservas de combustible a máxima capacidad – informó el segundo de a bordo.
            – Gracias Treson – replicó Zahn alzando la vista del informe de ingeniería que tenía encima de la mesa del pequeño despacho. En él se especificaba los cambios realizados en su sistema de propulsión hiperespacial: datos y números que para alguien sin conocimientos de ingeniería sonaban como gruñidos shyriiwook de los wookiees –. Contacte con la Alianza, informe que estamos preparados para… el, este superhipersalto – dijo intentando recordar cómo había nombrado el hermano de su ingeniero a aquellos cambios.
            – Pediré un caza correo para llevar las especificaciones a los líderes de la Alianza. El transporte para enviar a Dan Vendrell a un lugar seguro ya está de camino.
            – Perfecto. ¿Sabemos ya cuánto tiempo estaremos en ese hiperespacio?
            – Según los datos que capturamos en el carguero, varias semanas. Pero nuestro multiplicador de hiperespacio es más potente. Tal vez menos.
            – Impresionante – reflexionó Zahn en voz alta, sorprendido de poder cruzar el espacio que separaba dos galaxias en tan poco tiempo –. ¿Cómo está la moral de la tripulación?
            – Alta. Con ganas de empezar la misión. Saben que es peligrosa y eso les motiva aún más – explicó Moritz con una sonrisa de complicidad.
            – Inicie los preparativos inmediatamente, en cuanto transfiramos los datos al caza correo saltaremos.
            – Sí, señor – replicó este y salió de las cabinas de su superior.
            Moritz se dirigió directamente al puente para solicitar un caza correo. No estaban lejos de una base rebelde, por tanto la nave no tardaría en llegar, que sería un Ala-Y modificado para dicho uso. El transporte para llevarse a Dan Vendrell también estaba a punto de reunirse con ellos. Este había estado trabajando en las modificaciones de la propulsión de la nave después de desmoronarse psicológicamente al haber sido interrogado con el aparato que tenía Zahn. Este se lo habían arrebatado al Imperio unos años antes, cuando empezaron a rastrear la actividad de Daran, el enemigo jurado de su comandante. Nunca lo habían utilizado hasta aquel momento y aunque no tenía efectos secundarios, el sujeto sí se daba cuenta que estaba siendo utilizado contra su voluntad, de manera que el ingeniero, que odiaba a la Alianza Rebelde, se encontraba abatido, aunque había completado las modificaciones pertinentes. Mientras trabajaba en estas, su hermano le había venido a verle para hacerle una petición personal.
            – Me gustaría que lo pudieras llevar a Nueva Alderaan – le dijo sin tapujos, refiriéndose a la colonia secreta que estaban organizando los supervivientes alderaanos.
            Vendrell era un hombre franco que no solía ir con rodeos, y ese era uno de los motivos por los que Moritz sentía un gran afecto por el corelliano.
            – ¿Estás seguro de ello? – le preguntó el primer oficial.
            – Mi hermano no es una mala persona. Tal solo está profundamente afligido. Su esposa murió cuando mi sobrino Kodir era un niño y Dan se volcó en él. Al morir imagino que se sintió desolado, solo, carcomido por el dolor de un padre. Tal vez en Nueva Alderaan entenderá, con aquellos que padecieron el poder maléfico de la Estrella de la Muerte, que esta debía de ser destruida a toda costa. Y que la muerte de su hijo no fue en vano y que no había más remedio que destruir aquella terrorífica máquina, a pesar de que su hijo estuviera a bordo.
            – Comprendo – respondió Mortiz, sin poder reprimir mirar la holoimágen de su familia que tenía en su escritorio. Estaría bien poder cerrar una de las heridas que había causado aquella maldita estación de batalla de Palpatine.
            – Tal vez con el tiempo incluso podría trabajar para la Alianza – reflexionó Vendrell.
            – Si es la mitad de buen ingeniero de lo que eres tú, ganaremos un gran aliado – asintió Moritz. Poco después se había comunicado con el teniente Deeve del Servicio de Apoyo de la Alianza para que les enviaran una nave. También había escrito varias cartas para los miembros del Consejo Alderaaniano explicándoles si situación de Dan Vendrell con la petición que le ayudaran.
            Después de solicitar el caza correo al técnico de comunicaciones, Moritz se dirigió a su despacho que estaba situado en la misma cubierta que el puente de mando. Quería revisar el inventario de los suministros, aunque ya no tenía tiempo para poder pedir más comida o repuestos, sí quería estar seguro que los que tenían podían durar todo el viaje. Una vez en los Nuevos Territorios, el término que había utilizado el Imperio para denominar la nueva galaxia, tenían que ser autosuficientes o lo que era lo mismo: capturarían al Imperio aquello que necesitaban.
            Se sentó tras la mesa y conectó la terminal del ordenador. Al lado de este tenía un holograma con la imagen de su familia. Su esposa y sus tres hijos. El mayor ahora tendría dieciocho años y el pequeño once. Recordó el momento en que hicieron aquella fotografía: una excursión al campo poco antes de partir por última vez de Alderaan. Después de aquello llegó la Estrella de la Muerte.
            Luego pensó en su comandante. Zahn era extraño, solitario, amargado y al mismo tiempo frío como el acero. Pero en ocasiones era capaz de sorprenderle: como su preocupación sobre la moral de la tripulación. Hacía tiempo que servía a su lado, aun así no se llegaba a acostumbrar a que le diera órdenes un antiguo oficial imperial, los mismos que habían asesinado a su esposa e hijos. Y se preguntó si sería capaz de cumplir la orden que el general Madine le había dado personalmente poco después de asignarle a la Far Star. Miró el holograma de su familia y deseó que nunca llegara ese momento.


Barkon IV


            Era verano y hacía calor, aun así Gia continuaba trabajando en el taller que había construido en casa de su padre, donde conservaba los instrumentos de Jayden, el Hombre de las Nieves que les había visitado años atrás. No solo los conservaba, sino que los utilizaba para sus investigaciones.
            – La comida está en la mesa – le anunció supadre entrando en el taller.
            – ¡Ahora voy! – respondió esta y entonces notó como la mesa de trabajo estaba vibrando. Era casi imperceptible, pero poco a poco el temblor fue aumentando el temblor y los papeles y aparatos que tenía sobre el tablero saltaron como enloquecidos, mientras las paredes de la estancia se agitaban como si estuvieran siendo zarandeadas por un huracán. Del exterior se oía un rugido cada vez más ensordecedor y unos alaridos como si salieran del mismísimo infierno.
            Gia y su padre salieron al jardín y ante su mirada atónita apareció, surgiendo de las nubes un gigantesco monstruo en forma de ballena. Y como revoloteando a su alrededor podía ver una especie de grandes insectos sobrevolaron el poblado, haciendo que los dos barkonianos se tiraran al suelo aterrorizados. Tenían una esfera en el centro de dos alas planas que parecía que no se movían y eran tan grandes como el cobertizo.
            A varias miles de metros de donde Gia y su padre se habían tirado al suelo asustados por la llegada de las tropas imperiales, el capitán Paddock observaba desde el puente del destructor Geonosis el despliegue de sus fuerzas.
            – Las primeras tropas han llegado a la superficie – le informó uno de sus oficiales y este asintió. Las órdenes las habían recibido directamente del gran moff Daran: debía de ocupar aquel planeta cuyos habitantes aún estaban en la edad del hierro. Más adelante tenía que proteger el sistema, mientras se construían una guarnición imperial en la superficie. No le habían dicho exactamente cual eran los propósitos de aquella misión, tan solo que su secreto era de la mayor importancia para el futuro de la presencia imperial en los Nuevos Territorios. Aunque a Paddock poco lo importaba aquello. Tan solo le importaba cumplir con las órdenes asignadas.

Base Estelar Earhart


            El destructor Fearsome, de la clase Imperial, se hallaba en órbita al planeta Earhart, una importante colonia ahora convertida en montones de cenizas. La batalla se había desarrollado bajo el mando directo del gran almirante Gorden desde el Conqueror.
            La Flota Estelar se había defendido como una fiera acorralada y sus más de doscientas naves habían infligido daños considerables de la Armada Imperial. Aun así la batalla estaba decidida de ante mano y las fuerzas de la Federación fueron acorraladas cerca de su luna, donde la aplastante potencia de fuego del superdestructor les había barrido de las estrellas para siempre.
            Ahora el Fearsome reparaba los daños sufridos durante el combate, al tiempo que desplegaba las unidades de tierra para ocupar toda la colonia.
            – Capitán Ilbrol – le llamó uno de sus técnicos –. Hemos detectado la salida del hiperespacio de un transporte no autorizado.
            – ¿Dónde?
            – En la cuadrícula 23, señor – respondió este mientras daba las órdenes al ordenador para identificarlo –. Es una fragata Galeón Espacial, su número de registro está asignado a la 2ª Flota logística.
            – Justo entre los restos de la batalla – reflexionó Ilbrol –. Abra comunicación.
            – No responden – replicó el técnico poco después –. Parece que ha sufrido daños en el casco. Es posible que haya sido atacado.
            – Siga intentando comunicarse con él.
            – Está cambiando de rumbo, se aleja.
            – Que la fragata Morbal le intercepte – ordenó Ilbrol siguiendo el protocolo.
            – Está a punto de saltar al hiperespacio... Le hemos perdido, señor.
            – Otro día será – replicó Ilbrol, que tenía ya suficientes problemas reparando los daños que le había causado la flota estelar como para preocuparse por una nave que posiblemente se hubiera equivocado en el cálculo astrométrico en las coordenadas de salida. Lo cual no era raro en aquel lugar extraño y desconocido. Él mismo había ordenado confirmar tres veces los cálculos de salto hiperespacial. Pensó por unos instantes en no informar y evitar así la reprimenda que recibiría aquel desdichado capitán, pero las normas estaban para cumplirlas y no se podían hacer excepciones. La excepción se convertiría en la regla y todo sería un caos, como durante el final de la Antigua República donde nada estaba unificado, ni reglamentado, ni era nada tan sencillo como obedecer órdenes –. Informe del incidente al Alto Mando.
            – Sí señor.


El Persilla

            La nave salió del hiperespacio allí donde tenían previsto: justo frente a la BaseEstelar Earhart. Lo que no estaba previsto era lo que se encontraron allí. Justo frente de ellos podían ver los pedazos retorcidos de lo que quedaba de la fuerza de Shanthi.
            – Esa es el Magellan – indicó Shelby refiriéndose a lo que antes había sido el plato de una nave de la clase Galaxy, en un horrible déjà vu de lo que había presenciado años atrás en los resto de la batalla de Lobo 359 a bordo de la Enterprise-D –. Y esa la Potter y la G’mat.
            – ¿Esa no es la Veracruz? – preguntó Peterson de la Hornet profundamente afectado ya que había servido a bordo.
            – Hemos de salir de aquí – se apresuró Odo a indicar.
            – Ahora calculo otra ruta – replicó Bashir que empezó a introducir los cálculos que realizaba en su cabeza. No tenía mucha importancia el lugar a donde dirigirse, mientras salieran de allí.
            – Nos están llamando – indicó un oficial desde una de las consolas.
            – No responda – indicó Shelby –. Piloto empiece a virar, en cuando el doctor Bashir indique, saltaremos.
            – Una nave se aproxima – indicó Kira desde su consola.
            – Ya está – anunció Bashir y segundos después aceleraban de nuevo para entrar en el hiperespacio.
            Un silencio sepulcral se apoderó del puente del Persilla cuando la pantalla se convirtió en un remolino de luz. Ante sus ojos acababa de pasar la última oportunidad de unirse a una resistencia organizaban y lo sabían. También sabían que estaban solos, a bordo de una nave extraña, rodeados por un enemigo que parecía invencible ante todas las potencias a las que se habían enfrentado. ¿Cómo lograrían vencerlos?
            – ¿Qué haremos ahora? – preguntó Shaakar rompiendo el silencio.
            – Hemos de buscar más supervivientes. Ha de haber – replicó Bashir.
            – ¿Adónde nos dirigimos? – preguntó Shelby.
            – He invertido las coordenadas.
            – No podemos volver al lugar de dónde venimos, allí no hay nada – indicó el capitana de la Sutherland.
            – Deberíamos utilizar el transmisor klingon e intentar localizar a otros – indicó Shaakar –. Lo modificaremos para que no puedan localizarnos. Ya lo hicimos cuando estábamos en la resistencia bajorana.
            – Estoy de acuerdo – asintió Shelby –. Doctor Bashir, detenga la nave. Si los imperiales nos han identificado no esperarán que nos escondamos tan cerca de Earhart.
            Poco después el galeón espacial salía del hiperespacio, deteniéndose no muy lejos de una estrella gigante blanca.
            – Parece un buen lugar para refugiarnos – indicó Kira. E instantes después la Persilla viraba hacia el brillante punto en el firmamento.
            – Tardaremos un par de horas en llegar – confirmó el piloto.
            – Detecto una nave aproximándose a gran velocidad – indicó poco después uno de los técnicos.
            – Es de los nuestros – indicó Shelby –. ¡Activen el transmisor!
            La señal, transmitida por las frecuencias klingon de emergencia, previamente grabada fue emitida desde el Persilla indicando que la nave estaba llena de oficiales capturados en Bajor que habían tomado el control del galeón y apresando a su tripulación.
            – ¡Están contestando!
            – Abra comunicación. Soy la capitana Elizabeth Shelby de la nave estelar Sutherland. Estamos muy contentos de verles – dijo al tiempo que una nave de la clase Akira aparecía frente al Persilla, con su torre de armamento repleta de torpedos de fotones, colocada directamente frente del puente.
            – Espero que no crean que es una trampa – indicó Odo.
            – Aquí el capitán Piort Sergeyevich Shatilov de la USS Akula. Me alegro de oírles, prepárense para recibir un equipo de misión a bordo.
            Segundos después un napean empuñando una pistola phaser se materializó en el puente junto a varios oficiales de seguridad armados con rifles compresores. El napean observó quien estaba en el puente y cuando captó gracias a su telepatía que estaba rodeado de verdaderos integrantes de la flota, bajó el arma.
            – Lo sentimos señor, pero teníamos que comprobarlo – justificó el oficial, que presionó su comunicador –. Capitán, todo despejado.
            – Muy bien teniente – replicó Shatilov por el comunicador y poco después se materializaba a bordo del Persilla. Era un hombre alto, de ojos azules, enrojecidos por el cansancio y que lucía una barba de varios días.
            – Es un honor poderle estrechar la mano, capitán – se adelantó Shelby.
            – Tuvieron suerte – replicó Shatilov –. Estuvimos a punto de disparar contra ustedes.
            – Doy gracias a los profetas porque no lo hiciera – intervino entonces Shaakar.
            – Le presento al primer ministro bajorano – indicó Shelby – La mayor Kira, primer oficial de Deep Space Nine, el doctor Bashir y el condestable Odo, también de DS9.
            – Así que usted es el cambiante – dijo Shatilov observando a Odo con detenimiento. En su mirada no había el odio que en ocasiones había percibido en algunas personas, más bien curiosidad.
            – ¿Proceden de la Base Estelar Earhart? – intervino Bashir entonces.
            – No, tanto el Challenger como mi nave procedemos del sistema Canopus. Allí luchamos contra los imperiales, pero nos retiramos tras la pérdida de la Odele, la Copernicus y otras cinco naves. Nos dirigíamos hacia Earhart cuando se produjo el ataque – explicó Shatilov –. Luego encontramos otras dos que sí habían podido escapar de la batalla. Estamos en estos momentos reparándolas. Parece que fue una carnicería.
            – Sí, hemos visto los restos flotando cerca del planeta – comentó Shelby –. ¿Cómo se desarrolló la batalla?
            – Según nos han dicho los supervivientes de la Monarch y de la John Kelly el enemigo surgió en una amplia formación de ataque, su eje estaba dominada por una nave de diecinueve kilómetros de largo. Shanthi había reunido doscientas setenta y seis naves y unas cuarenta klingons bajo el mando del general Chu’vok. Estas estaban ocultas y debían aparecer durante la batalla para reforzar las líneas. Pero el enemigo concentró su fuego contra estas destruyendo muchas antes incluso de poder desactivas sus sistemas de ocultación y alzar sus escudos.
            – Pensaba que el Dominion era el único capaz de detectar las naves ocultas – le interrumpió Shelby sorprendida por aquella noticia.
            – Ahora también ese Imperio Galáctico. Nuestras líneas fueron diezmadas una tras otra y al final nuestras fuerzas se encontraron acorraladas. Entonces Shanthi ordenó romper la formación y que cada una se retirara como pudiera. Sabemos que por lo menos una veintena o tal vez más pudieron salir de la ratonera.


USS Enterprise-E

            – Detecto varias naves entrando en la Parcela Espinosa – informó Data.
            – ¿Cuál es su número? – preguntó Picard.
            – Seis, señor. Identifico a la Rhode Island, la Defant, el Charleston, la Azanty y la Hippocrates. La quinta nave no es de la flota, un transporte de pasajeros, clase Whorfin.
            – Salúdeles señor Daniels – ordenó Picard levantándose de su silla de mando. Estaba satisfecho y contento de ver un número de naves estelares más numeroso del que esperaba. Cuando se había quedado con Lwaxana y la Rhode Island no estaba seguro que pudieran llegar a la cita. Pero que una pequeña nave como aquella hubiera llegado hasta allí, sorteando las seguras patrullas imperiales que estarían buscándola, era una hazaña que debía de ser reconocida a la capitana Whatley. Sabía que Troy recordaría su última conversación con él, poco después del incidente Baku, cuando tuvo que acudir a infinidad de reuniones diplomáticas y políticas de alto nivel. Por la pequeña insurrección de él y su tripulación tuvo diversos defensores acérrimos, entre ellos la madre de su consejera, la embajadora Troi, que tenía muchos y buenos contactos en el Consejo de la Federación.
            – Responden el saludo.
            – Indíqueles que entren en la Parcela Espinosa, estaremos más protegidos.
            Las cinco naves entraron en el interior de las gigantescas nubes de gas metreon y se colocaron junto a la Enterprise. Y poco después frente a Picard se materializaron cinco personas, Lwaxana Troi, el hijo de esta, el inolvidable, no precisamente por su elocuencia, mayordomo de la embajadora el señor Honm, una mujer delta y un joven humano.
            – ¡Deanna! – grito Barin nada más acabar el transporte y saltó hacia su hermana, que lo cogió en brazos.
            – ¡Estas grandísimo! – dijo ésta feliz de ver a su hermano pequeño.
            – Tu estas muy guapa – replicó este con una sonrisa que le ilumina la cara.
            – Jean-Luc es un placer volverte a ver – saludó Lwaxana bajando de la plataforma con elegancia. Pero Picard notó algo diferente en su tono de voz, no era tan alegre ni jovial como en otras ocasiones –. Le presento a mi consejera la embajadora Eleana de Delta IV.
            – Es un honor conocer al famoso capitán de la Enterprise – dijo esta con solemnidad. Era alta, con las facciones armoniosas y con el cráneo liso, que le daba un aspecto elegante.
            – El honor es mío. Conozco su reputación y me alegro de conocerla al fin – respondió este con una inclinación de la cabeza.
            – ¡Oh Jean-Luc este no es el momento! – intervino Lwaxana con una sonrisa pícara –. Me gustaría hablar contigo. Luego habrá tiempo para otras cosas – dicho lo cual se giró hacia su hija. “Dime querida, ¿continúas de nuevo saliendo con el comandante Riker?”.
            – Mamá, yo también me alegro de verte – respondió su hija rehusando cualquier enfrentamiento con su madre. No tenía ganas ni tampoco era el momento.


            – Así, ¿cuántas naves están sujetas al Operativo Omega? – preguntó Lwaxana después de que Picard le informara de los últimos acontecimientos.
            – No conozco la cifra con exactitud, en nuestro grupo diez por el momento, no sé cuántas llegarán de los astilleros de Beta Antares – respondió Picard –. El almirante Paris indicó que había otros grupos. Pero tampoco sé el número de estos ni las naves con que cuentan.
            » Según sus órdenes cuando estemos instalados en un lugar seguro empezaremos a utilizar un sistema de comunicaciones especialmente diseñado para esta situación: su nombre en clave es Minotauro.
            – Aparte de un detalle concreto, creo que ha sido acertado activar el Operativo Omega – comentó Lwaxana enigmática –. Sobre todo a la vista de la situación en la que nos encontramos.
            » Ahora tenemos que reagruparnos y reunir el mayor número de fuerzas posibles. Tiene que haber otras naves como la Defiant o el grupo de la Hippocrates supervivientes del ataque imperial y hemos de buscarlas. Esa debe de ser ahora nuestra prioridad.
            » Mientras me llevará a ese planeta, Laredo. Allí organizaré el gobierno de la Federación en el exilio y a la primera oportunidad quiero hablar personalmente con los almirantes Paris, Nechayev y Toddman – le dijo Lwaxana, no fue como una orden, pero lo hizo con una firmeza que no dejaba resquicios de ninguna duda. Y Picard supo que la disoluta embajadora que había conocido años antes ya no estaba delante suyo. Ahora tenía a la Presidenta de la Federación.
            » Una última cuestión. Toda esta zona está plagada de naves enemigas buscándonos, la seguridad de nuestras naves ha de ser prioritaria. Por eso quiero que todas sean equipadas con el sistema de ocultación de la Defiant, lo que nos permitirá pasar desapercibidos. Este operativo, como me ha contado, indica que incluso podemos violar nuestras leyes si es necesario para salvaguardar la Federación, pues que así sea. Las circunstancias así lo exigen, capitán.
            – Sí Presidenta.
            – Me gusta como lo dices Jean-Luc – dijo Lwaxana volviendo al tono jovial que siempre desplegaba, ruborizando al capitán de la Enterprise. El cual estaba sorprendido al ver aquella nueva faceta de la embajadora Troi: dura y pragmática.


            Picard entró en la sala de ingeniería acompañado de LaForge para supervisar las últimas fases de la sincronización del sistema de ocultación que Data y el jefe O’Brian estaban terminando, siguiendo la instalación que había a bordo de la Defiant.
            – Señor, es un placer volverle a ver – le saludó O’Brien.
            – A mí también me alegra, jefe – replicó Picard sincero por la supervivencia de la Defiant donde también servía Worf, su antiguo y estimado jefe de seguridad klingon –. ¿Cómo marchan las modificaciones?
            – Ya hemos desviado la energía hacia el sistema de ocultación – explicó Geordi mostrando las modificaciones en el tablero de la mesa maestra de sistemas –. En pocas horas haremos las primeras pruebas operativas.
            – El comandante Worf está acabando de hacer lo mismo en la Rhode Island. Luego iniciaremos los trabajos en las otras naves – explicó Data.
            – Me parece extraño tener una tecnología a bordo – indicó Picard.
            – Al final, uno se acostumbra, señor – comentó O’Brien.
            – Esperemos que no tengamos que utilizarla mucho tiempo – replicó el capitán de la Enterprise satisfecho no obstante del trabajo realizado –. Cuanto todas las naves estén equipadas partiremos, no quiero permanecer mucho tiempo en esta posición.
            En aquel momento Riker y su oficial de seguridad entraron en la sala de ingeniería.
            – Capitán, me gustaría que oyera a Daniels – le indicó Riker.
            – Señor, he estado pensando en lo que indicó la presidenta Troi, de buscar más de nuestras naves – empezó a explicar su jefe de seguridad –. Esta es una tarea ingente, sobre todo teniendo en cuenta el territorio en que pueden estar dispersas y que muy probablemente estarán escondidas. Por otro lado tenemos la sospecha que nuestras comunicaciones están siendo interceptadas y seguramente descifradas.
            » Usted me ordenó controlar las comunicaciones que captábamos. Bien, el Imperio ha destruido la mayor parte de las estaciones repetidoras subespaciales y eso no solo afecta a que estas tardan más tiempo en llegar a su destino, sino que no están canalizas debidamente flotando literalmente por los canales desde su punto de emisión por el espacio. Hay cientos de millones de mensajes descontrolados en un galimatías en que millones personas separadas por decenas de años luz de sus familiares y amigos, y todas quieren saber qué es lo que les ha pasado a estos y viceversa. Por ejemplo nos enteramos de la caída de Betazed por mensajes civiles.
            – ¿Adónde quiere llegar a parar? – le interrumpió Picard interesado.
            – Utilicemos estos millones de mensajes para localizar a nuestras naves. Todas tienen un prefijo de identificación, como una dirección, para que las estaciones repetidoras subespaciales que han sido destruidas pudieran redirigir esos mensajes hacia su destino. Podríamos enviar mensajes por canales civiles, incluso por otros que no sean de la Federación con esa dirección. Si la nave está operativa su computadora, cuando capte ese prefijo en el mensaje captad, lo canalizará hacia el buzón de su destinatario. Es dar palos de ciego, pero es una forma de localizar otras naves. El Imperio no puede, por muy poderoso que sea, captar tantas comunicaciones y para cuando sé de cuenta de lo que realmente son, ninguna de las dos naves estará ya en la posición en que recibió o envió el mensaje. Es lento, ya que tardaremos horas o días en que llegue el mensaje, si llega, pero por eso mismo es seguro. Incluso podemos esconder la verdadera intención.
            Picard se quedó pensativo. No dejaba de tener razón: era dar palos de ciego. Y utilizar los canales habituales era muy arriesgado. ¿Cuántas naves o bases podrían haber caído en manos del enemigo? No se podía descartar que en alguna el Imperio hubiera logrado los códigos de acceso, había muchas maneras: drogas, torturas, coacción. También era cierto que había millones de mensajes circulando por el subespacio sin que las estaciones de repetición los canalizaran y podían aprovechar ese caos. ¿Pero cómo saber qué naves buscar? Pero era una posibilidad.
            – ¿Por dónde había pensado empezar?
            – He confeccionado una lista de algunas naves que puede que aun estén operativas. Empezaría por el USS Challenger. Mi hermano sirve en ella.


El Persilla 

            Las reparaciones de la Monarch y de la John Kelly habían concluido y las cinco naves estaban listas para partir. En los días anteriores se habían puesto de acuerdo en dirigirse a los límites del territorio de la Federación y desde un lugar seguro realizar algún tipo de lucha contra el Imperio. Todos lo habían expresado de aquella manera, podían estar vencidos, pero no derrotados.
            La mayoría de los prisioneros liberados en el Persilla habían sido trasladados a las otras naves estelares, el resto, con una tripulación mínima bajo las órdenes de la capitana Shelby restarían en la nave capturada, aunque no sabían muy bien cómo manejarla. Bashir ya había calculado que pronto se produciría una avería que no podrían reparar por sí solos. También había enseñado a interpretar un poco el básico a otros oficiales y poco a poco el manejo de aquella tecnología había dejado de ser tan misterioso. Al mismo tiempo ingenieros de las otras naves estelares habían investigado su funcionamiento interno: el multiplicador de hiperespacio, las comunicaciones y otros sistemas de a bordo. Era necesario que esa información la tuviera todo el mundo, de manera que empezaran a trabajar para conocerla y contrarrestarla.
            Para mejorar la estancia de los que permanecerían a bordo habían traído algunos replicadores portátiles, muy útiles a la hora de alimentar a los prisioneros que tenían. Así como otros equipos que les podían ser útiles.
            En aquel momento pocas horas antes de la marcha, la actividad a bordo del Persilla era frenética. Shelby quería revisar los sistemas y era una tarea muy ardua, teniendo en cuenta que no conocían el funcionamiento de los equipos.
            – Persilla, aquí el capitán Simm – reprodujo, tras un pitido, el transmisor klingon instalado en el puente.
            – Aquí Persilla, habla el doctor Bashir.
            – Informe a la capitana Shelby y al primer ministro Shakaar que se presenten a bordo del Challenger, inmediatamente – indicó.
            Poco después los dos hombres acompañados por Kira y Odo estaban alrededor de la mesa del observatorio de la nave estelar. Junto a estos también estaba el capitán Shatilov del Akula, Palak capitán caitian de la Monarch y el trill Fel Daral de la John Kelly.
            – Imagino que se preguntarán el motivo de mi llamada – empezó Simm con un tono plano típico de un vulcano que mantenía a raya sus emociones –. Hace apenas media hora hemos recibido un mensaje destinado a uno de mis oficiales el teniente John Daniels. Véanlo ustedes mismos.
            Apretó un botón de la mesa y en la pantalla apareció un hombre vestido con ropas civiles sentado en una habitación que podía pertenecer a cualquier lugar.
            – «Hola John, no sé nada de ti, espero que estés bien. Te envío este mensaje para decirte que papá se encuentra mejor y que desea verte. No deja de hablar de aquel lugar que tanto nos gustaba de pequeños y está deseando volver a ir, los tres, en la lanzadera. Nos veremos pronto».
            La transmisión se terminó y un silencio se apoderó del observatorio.
            – Su hermano es el teniente Padraig Daniels y sirve de oficial de seguridad a bordo de la Enterprise – explicó Simm –. Pero no solo eso, su padre murió hace diez años y cuando eran pequeños observaban con este el cielo que se veía desde la colonia de Nueva Paris: el Murasaki 312. Parecer ser que los dos hermanos siempre jugaban a explorarla a bordo de una lanzadera que se habían construido con tablones de madera.
            » Mí Daniels sugiere que su hermano le está citando en el cuásar Murasaki dentro de tres semanas.
            – Ese es muy poco tiempo – indicó Palak –. Mi nave no puede superar el factor 6 de curvatura. Tardaría 19 días en atravesar un solo sector, y el Murasaki 312 se encuentra a más de 60 años luz de distancia.
            – Podríamos adelantarnos con una nave – sugirió Shatilov –, que podría corroborar la veracidad del mensaje.
            – ¿Cómo recibieron la comunicación? – preguntó Shelby.
            – Por canales civiles. El mensaje llevaba el prefijo civil para las naves de la Federación. Estamos captando todas las llamadas que viajan por el subespacio y cuando el ordenador identificó la señal la filtró al buzón personal de nuestro teniente Daniels.
            – Un poco rebuscado, ¿no? – preguntó Palak, retorciéndose los pelos marrones de su mejilla. El felino tenía una expresión reflexiva, como si estuviera pensando cuando sería el mejor momento para lanzarse sobre una presa.
            – En una situación como en la que nos encontramos: con el enemigo en todas partes e interceptando las comunicaciones, es una forma segura de que nos llegue el mensaje sin que este pueda identificar el origen a tiempo – indicó Kira.
            – En la resistencia utilizábamos métodos parecidos – explicó Shakaar –. Si los cardassianos escuchaban la conversación, la clasificaban como personal y de poca importancia. Con el Imperio podría pasar lo mismo.
            – ¿Han autentificado el mensaje? – preguntó Shelby.
            – Mi oficial científico afirma que no es una simulación, ni tampoco hay sido alterado artificialmente. Incluso ha identificado de fondo el ruido de un reactor anti-materia que utilizan las naves de la clase Sovereing – explicó Simm –. Y mi Daniels afirma que es su hermano. Dice que entre gemelos, estas cosas se saben.
            – Eso es cierto – afirmó Palak de manera que no dejaba margen a la duda, como si ya hubiera quedado satisfecho con las explicaciones sobre aquel mensaje –. Fuimos seis hermanos en mi camada. Instintivamente reconoces a los seres que compartieron tú mismo útero.
            – Hay algo más – intervino Shatilov –. Si fuera un mensaje falso enviado por el Imperio. ¿Por qué? Es mucho más fácil enviar un par de sus naves contra nosotros y no tener que falsificar una comunicación que puede ser desenmascarada, para llevarnos hasta una nebulosa y citarnos allí con tres semanas de separación.
            – Entonces, si aceptamos la validez de este mensaje, ¿estamos dispuestos a ir hasta la Murasaki cuásar? – preguntó Simm.
            – Por mí sí – confirmó Palak –. Además, si nos cita Jean-Luc Picard es porque ya han empezado a organizar la resistencia. Estuve en la batalla del sector Thyphoon, seguiría a Picard hasta la mismísima Unimatrix Uno borg si fuera preciso.
            – Estoy de acuerdo con mi amigo felino – le apoyó Daral que no había dicho nada durante la reunión.
            – Es la mejor idea. Tampoco tenemos ningún otro sitio mejor donde ir – dijo Shatilov.


El Adjournment 

           El general Jerome Golan observaba desde lo alto de la torre de mando como las diferentes oleadas de asalto iban saliendo de su nave de mando. La fuerza de asalto estaba desplegada alrededor del planeta, mientras que su fuerza de protección lo había hecho para impedir que cualquier nave pudiera escapar. En ese momento tres lanzaderas Titan, cargadas de andadores AT-AT, salieron escoltadas por varios cazas TIE hacia la superficie, mientras una lanzadera Sentinel cargada de heridos regresaba.
            Un oficial de enlace se acercó y le entregó el informe de los progresos: sus tropas ya habían ocupado la capital así como los centros industriales más importantes. Golan se sentía satisfecho, la victoria ya estaba en sus manos y solo había desplegado la mitad de las unidades previstas. No sería necesaria desembarcar el segundo Corps con que contaba, así que dio las órdenes para que no salieran más naves.
            Era agradable combatir en mundos tan pacíficos como los de la Federación: la ocupación se realizaba sin contratiempos, ni con una destrucción innecesaria, pensó. No como contra aquellos barbaros klingons. Aun no se había podido rehacerse de la derrota sufrida en la colonia Qu’Vat. La resistencia había sido tan encarnizada, que tras la sangría de uno de sus grupos de batalla, había decidido retirar sus tropas y que la marina diera su merecido a aquel pusilánime punto sin demasiada importancia estratégica. Claro que ahora la vida en aquel planeta tendría que esperar unas cuantas décadas para volver a implantarse. Aunque como bien había dicho su buen amigo el general Marlow: “No hay mal que por bien no venga. Aplastar Qu’Vat había mostrado a los cercanos gorn que la resistencia al Imperio será una pérdida de tiempo y de vidas”.
            – Señor, tiene un mensaje de máxima prioridad desde la Tierra – le informó uno de sus ayudantes al poco tiempo.
            El general asintió y atravesó el puente en dirección a la sala de conferencias adjunta. Eso significaba nuevas órdenes procedentes del mismísimo Daran y no podía hacerle esperar. Al entrar en esta se digirió hacia el proyector holográfico y tras conectarlo apareció la figura en tres dimensiones de su comandante en jefe. La cual parecía algo más alta que el verdadero Daran.
            – Gran Moff, es un honor hablar con usted – saludó servicial Golan.
            – Soy portador de malas y buenas noticias – continuó secamente Daran –. El general Marlow ha sufrido un accidente mientras se transportaba a la superficie de Cait y ha muerto. El 21º Grupo de Ejército ahora está bajo su mando.
            Jerome se quedó en silencio, conmocionado por aquellas dos noticias. Conocía a Marlow desde hacía años y le consideraba un gran amigo y compañero de armas. Algo que no se podía decir de la mayoría de altos oficiales imperiales más preocupados en su beneficio personal que en cualquier otra cosa.
            – No sé qué decir… – farfulló Golan.
            – Recuerde que todo lo que hacemos es para gloria del Imperio y de nuestro amo el Emperador Palpatine. Ningún sacrificio es suficiente para nuestro señor.
            – Larga vida al Imperio.
            – Larga vida al Emperador, general.
            La imagen de Daran desapareció de la estancia, haciéndose un silencio sepulcral.
            Jerome se dirigió despacio hacia las ventanas de la sala y observó el planeta que tenía a sus pies. No era muy diferente a su mundo natal. Pero cuán lejos estaban aquellos dos lugares. Y no eran los dos millones de años luz lo que les distanciaba. K’normia estaba a punto de ser conquistado y muchos otros planetas le seguirían. Nada podía impedirlo.
            En aquel momento se sorprendió de sus propios sentimientos. Por un lado estaba abrumado por el nombramiento. A partir de entonces pasaba a tener cuatro a doce Corps, casi un millón de hombres, lo que hubiera equivalido en su galaxia a un Ejército de Sector, normalmente bajo el mando de gran moff y con el título de Mariscal de Campo. Desde su más tierna infancia había deseado tener aquella graduación y ahora lo tenía, por lo menos honorífico. Y más si era tener bajo su mando al 21º Grupo de Ejército, la fuerza de asalto móvil más poderosa asignada a la invasión. Los mejores soldados; las mejores máquinas de guerra y las naves de transporte más modernas. A pesar que fuera debido a la muerte de un gran amigo. Pero Marlow se hubiera alegrado que sus tropas pasaran a manos de alguien en quien podía confiar y no a un burócrata inepto y falto de intelecto militar, como muchos de los altos oficiales.
            No, Marlow no era como los otros. Era mucho mejor. Se había alistado en el ejército de la República durante las Guerras Clon y había ido ascendido por sus propios méritos. Esa era una de las contradicciones de su gran Imperio. Capaz de empujar las carreras de oficiales eficientes y valiosos y al mismo tiempo corrupto para otros. Allí le había conocido, cuando él era un alférez recién salido de la Academia de Carida y Marlow un veterano teniente, jefe de pelotón de clones, los dos cubiertos de barro en Saleucami. Desde entonces, ya hacía muchos años, se había convertido en su mentor y maestro, ascendiendo dentro del Nuevo Orden, escalón a escalón con sangre y sudor. Hasta que los dos habían llegado al grado de general, siempre al abrigo de Marlow, como su fiel aliado y amigo, victoria tras victoria. Y cuando habían sido asignados a la invasión de los Nuevos Territorios habían luchado juntos para conseguir aumentar la calidad de sus hombres y equipos, codo con codo, en una de las batallas más crueles que habían realizado jamás: contra la burocracia. Mucho más peligrosa que muchas de las razas que habían conquistado.
            – Adiós viejo amigo – susurró recordando a Reiva Marlow –. Y larga vida al Emperador.
            Sintió que echaría de menos el mando que ahora tenía el 31º Ejército Independiente. Lo había asumido casi dos años atrás y desde entonces lo había formado a su voluntad, lo que le había costado mucho esfuerzo. Entrenar a sus hombres, en su mayor parte reclutas y “voluntarios forzosos” cuya lealtad al Imperio no era la más férrea que se pudiera aplicar. Sin olvidar sus nulas actitudes para el combate: perezosos y holgazanes sin disciplina. Desde entonces los había moldeado en carácter y destreza hasta convertirlos en una fuerza de elite comparable a las mejores tropas imperiales. Aun no podían emular a los stromtrooper, pero todo llegaba en la vida si uno perseveraba.
            A ello se tenían que sumar los esfuerzos que había tenido para armar a sus soldados. Con recursos limitados, el material llegaba a cuenta gotas y cuando llegaba el equipamiento normalmente era obsoleto o procedente de almacenes de los tiempos de las Guerras Clon. Un buen ejemplo de ello era la nave donde se encontraba: una veterana nave de bloqueo Lucrehulk de la Sociedad Hoersch-Kessel, que había sido construida para la separatista Federación de Comercio, de las que se podía decir que su velocidad sublumínica era penosa y su maniobrabilidad nula. Lo único que tenían a su favor era la increíble capacidad de carga que podía llegar a soportar: un Corps entero: con sus setenta y cuatro mil hombres y más de seis mil vehículos, sin contar las naves de desembarco y las 4 alas de cazas TIE. Quien las sacó del basurero donde se estaban pudriendo sabía lo que se hacía, aunque habían tenido que pasar casi un año en los astilleros para modernizarlas y prepararlas para el servicio.
            Ahora que le habían trasladado, se sentía orgulloso de haberlas tenido bajo su mando y las echaría de menos.



Continuará…

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