domingo, 17 de abril de 2016

Crossover Star Trek - Star Wars. 12

Capítulo 3
Laredo
Cuarta parte.

Las Badlands


            El capitán George Sanders del Malinche dejó el padd con el informe de las reparaciones sobre la mesa de su despacho y miró por la ventana. Las tormentas de plasma se extendían alrededor de su nave como un manto, ocultándola y protegiéndola. Curiosamente eran los mismos lugares donde pocos años atrás perseguía y luchaba contra el Maquis y ellos los utilizaban así mismo para esconderse. Las vueltas que daba la vida eran ciertamente paradójicas.
            Había defendido Nivoch junto a la Leeds, pero no frente aquel nuevo enemigo que había invadido la galaxia sino contra fuerzas cardassianas. Mientras se dirigían hacia Bajor de una misión de patrulla recibieron una señal de auxilia del planeta. Aquellos miserables oportunistas habían aprovechado la debilidad de la flota para atacar y ocupar varios planetas más allá de sus fronteras. La única compensación era que no le habían dejado fácil la ocupación del sistema, por lo menos durante el combate se habían llevado por delante un buen número de cardassianos. Claro que aquello no le consolaba lo más mínimo al pensar la suerte que les esperaba a los habitantes del planeta ni la pérdida de la Leeds. Ahora su prioridad era reparar el Malinche y buscar otros supervivientes para luchar contra cualquier enemigo de la Federación.
            – Capitán, detectamos una nave que se dirige hacia nosotros – le interrumpió su oficial ejecutivo por el comunicador.
            – ¿Puede identificarla?
            – Todavía no, señor.
            – Ahora voy hacia allí – replicó Sanders entrando en el puente.
            – Hemos alzado los escudos, pero aún están al 46% de potencia – le informó su primer oficial cuando entró en el puente.
            – ¡Armen phasers y torpedos de fotones, alerta roja! – ordenó intranquilo –. ¿Cuándo falta para que podamos identificarles?
            – Un minuto – indicó su oficial científico reflejando la tensión en su voz –. El plasma que nos rodea interfiere los sensores de medio alcance.
            Parecía como si aquellos segundos se prolongaran horas, mientras todo el puente tenía los ojos clavados en la pantalla. Luego como si apareciera de entre la niebla, una figura se destacó entre los torbellinos de plasma anaranjados de las Badlands. Sus líneas eran inequívocas: parecidas a las de un insecto mortífero que se acercaba directamente hacia ellos.
            – ¡Estaciones de batalla! – ordenó Sanders identificando la nave crucero de batalla del jem’hadar. Solo le funcionaba un lanzatorpedos y tenía ocho proyectiles y la reserva de energía de los phasers era también limitada, sin contar con los daños en la integridad del casco. Pero aun así sabía que el Malinche iba a plantar batalla honorablemente como en tantas otras ocasiones.
            – Nos están llamando – informó sorprendido el oficial de operaciones. Sanders le miró igualmente extrañado. Luego recordó el informe de la explosión que se había detectado en Cardassia Prime que podía calificarse de proporciones planetarias.
            – Abran la comunicación – indicó el capitán levantándose de su silla. En la pantalla apareció un vorta que tenía una gran sonrisa dibujada en su rostro. Le reconoció como Weyoun, quien según los informes de inteligencia era el ayudante de la líder del Dominion.
            – Capitán del Malinche, no es necesario que active sus armas – empezó a decir el vorta con un tono que pretendía ser tranquilizador, casi amistoso –. Y como muestra de ello, desactivaré las mías.
            – Lo han hecho, señor – le confirmó su oficial táctico tan atónito como Sanders.
            – Como ve, mis intenciones no son hostiles – continuó el vorta –. Tanto su gente como la mía, han sufrido un ataque de ese denominado Imperio Galáctico. En nuestro caso ayudados por un grupo de traidores cardassianos. Por tanto tenemos a un enemigo común y lo más lógico es que nos ayudemos mutuamente. Por el bien de ambos. Sé que no será fácil, pero las circunstancias nos superan, capitán. Además no sería la primera vez que la Federación y el Dominion cooperen – recordó Weyoun esgrimiendo una sonrisa de autocomplacencia.


El Persilla


            Su encuentro con el Ya’Vang había sido providencial. Supieron que la Flota Estelar había sido diezmada y que la Fuerza de Defensa Klingon había dejado prácticamente de existir. Aun así el Ya’Vang vencedora de innumerables batallas no iba a rendirse y se dirigían hacia la Base Estelar Earhart donde se había formado un grupo de batalla. Ellos también decidieron dirigirse allí: tampoco había otro lugar al que poder ir. Y el haberse apoderado de una de las naves enemigas podría proporcionar una ventaja estratégica.
            Antes de separarse de los klingons su tripulación les entregó un transmisor subespacial con el que comunicarse tanto con ellos, como con la Flota Estelar. No podían olvidar que viajaban en una nave enemiga.
            Pero para llegar hasta Earhart necesitaban aprender a utilizar aquella nave y el más cualificado era Bashir. Se pasó otro día estudiando los controles y antes de la partida del crucero habían utilizado el ordenador del Ya’Vang para hacer varias simulaciones de sus cálculos astrométicos. Este no se podía comparar con los de la flota, pero algo era algo: en dos había acertado, mientras que en una había hecho estrellar la nave en la estrella del sistema Theta Zibal. También había repasado aquellos cálculos en su mente mejorada genéticamente setenta y seis veces y eran correctos. Aun así estaba nervioso. Tan solo podía confiar en la suerte.
            “Confío en ti” fue lo único que le dijo Kira a Bashir en un susurro justo antes de que este accionara los controles del hiperespacio para darle ánimos.
            Julian cruzó los dedos y empujó las palancas de aceleración. Frente a ellos las estrellas se convirtieron en estelas y finalmente se introdujeron en una especie de túnel infinito que giraba alrededor de la nave.
            – ¿Cuántas horas cree que tardaremos? – le preguntó la capitana Shelby.
            – Unas pocas – indicó Bashir que no se había movido del puente desde que habían saltado al hiperespacio. La falta de incidentes le tranquilizaba.


El Annihilator


            Vantorel estaba en el puente de su nave insignia, un reluciente destructor de la clase Imperial II. Una máquina perfecta, diseñada y construida para vencer a cualquier enemigo, bien protegida con un grueso blindaje, armada con una potencia de fuego capaz de reducir a cenizas un planeta entero o conquistarlo con las tropas que alberga en su interior. Era el máximo exponente del Poder del Imperio que ahora se había extendido hacia otra galaxia. Pero aquel día aquella nave, y las que la acompañaban, no iba a abrir fuego contra los cruceros con los que se acababa de encontrar junto al Racimo Negro, un grupo de protoestrellas muy próximas entre sí y que teñían el cielo de un tono azul oscuro.
            – El embajador breen ha llegado – informó el mayor Jorak, uno de los ayudantes.
            El almirante asintió y cruzó el puente del Annihilator hacia la parte posterior del complejo de mando. Al contrario que otros oficiales hacían esperar a sus invitados para poner nerviosos a sus invitados, el no soportaba que le hicieran esperar y no tenía tiempo que perder. En una ocasión Vantorel le había dicho que era porque él tenía el complejo de inferioridad de otros. La entrada de la sala de reunión estaba custodiada por dos stormtrooper y en su interior le esperaba un droide de protocolo y Thot Gor, el mismo representante que había firmado el acuerdo entre el Dominion y la Confederación Breen pocos meses antes. Lo observó con detenimiento, embutido en aquel traje que le proporcionaba el frío necesario para su supervivencia. El cual le recordaba a los que usaban los ubese de su galaxia.
            Nada más entrar el breen le observó con detenimiento, imaginaba que usaría las lentes y sensores de su casco para analizarle. Una vez que Vantorel se presentó agradeciéndole su presencia, el breen empezó a hablar a través de su casco con su extraño idioma de pronunciación metálica.
            – Thot Gor le ofrece sus respetos y desea comunicarle que su gobierno no desea ningún enfrentamiento con el Imperio Galáctico – tradujo su droide de protocolo, un modelo de la serie RQ al que se le borraba la memoria después de cada reunión. Aunque en realidad no le no hubiera hecho falta, ya que Vantorel había modificado su traductor universal al idioma breen.
            – Indíquele al general que el Imperio tampoco desea enfrentarse a la Confederación Breen – le contestó Vantorel –. Nuestro objetivo en Cardassia Prime no eran sus naves, sino las fuerzas del Dominion. Lamentamos la muerte de Thot Pran y su gente.
            El droide tradujo y este asintió aunque era evidente que Gor debía de tener su propio traductor universal adaptado para entender el básico. Rápidamente el breen replicó a Vantorel.
            – Por supuesto comprenden los motivos por los que sus naves fueran destruidas en el ataque a Cardassia Prime. Y que tras la derrota del Dominion, la alianza que había unido estos con la Confederación Breen queda anulada y no quien agravios con el Imperio Galáctico.
            – Dígale que para el Imperio, tampoco y comprendemos que la alianza ha concluido una vez el Dominion ha sido derrotado.
            Luego Thot Gor tomó otra actitud y empezó a decir algo que obligó a Vantorel a ocultar su primera reacción. Aunque el tiempo que tardó el droide en traducir al breen le sirvió para meditar una respuesta.
            – La Confederación Breen desea saber si el Imperio intervendría si se produjeran combates contra las fuerzas de cardassia. Como sabrá uno de los puntos del acuerdo con el Dominion fue el traspaso de diversas colonias a su control. Y es seguro que el legado Broca quiera arrebatárselas.
            – Indíquele que mientras nuestros territorios, ni las fuerzas imperiales sean afectadas por sus luchas con cardassia, nosotros no tenemos por qué intervenir en disputas territoriales ajenas.
            El droide tradujo y Gor asintió con visible aprobación.
            – No obstante, el Imperio desea concretar ciertos aspectos que atañen al futuro de nuestras relaciones – aquello sorprendió a Gor que reaccionó antes de que el droide de protocolo lo tradujera –. Diversos sistemas cercanos a su frontera serán ocupados por fuerzas imperiales más allá de la Racimo Negro y espero ante el buen clima de nuestras relaciones, y que sus naves no opongan ningún impedimento. También deseamos poder entablar relaciones comerciales con su pueblo, para estrechar nuestros lazos. Como primer paso se abriríamos una embajada en Breen con su correspondiente delegación comercial y ustedes harán lo propio en la Tierra. De esta manera se reforzará la amistad que aquí ha nacido entre su pueblo y el mío.
            Gor se quedó pensativo unos instantes, luego dio su respuesta a través de su casco.
            – Thot Gor indican que sus fuerzas no osaran oponer ninguna resistencia ante la ocupación de esos sistemas más allá del Racimo Negro. Por otro lado, el pueblo breen es reservado – tradujo el droide –. Thot Gor no puede contestar a su petición en este momento, ya que ha de consultarlo con su gobierno.
            – Lo comprendo. No obstante es importante buscar una resolución lo antes posible a estas peticiones para el bien de nuestras relaciones. Deseo fervientemente que la amistad y la paz entre nuestros pueblos crezca y se consolide. Por eso el Imperio y yo mismo esperaremos su respuesta.
            Thot Gor asintió lentamente.
            Vantorel salió de la sala de reuniones, encontrándose en el pasillo con Lepira. El oficial de ubictorado acababa de llegar desde el sistema Solar y había escuchado en una sala contigua la conversación. No había querido perderse aquella cita.
            – ¿Qué le ha parecido? – preguntó el almirante.
            – Fascinante. Desgraciadamente no tienen otra opción que aceptar todas y cada una de nuestras propuestas – replicó el jefe de la inteligencia –. De todas las razas de mi sector con ellos fue con la que tuve los mayores problemas y no llegué a penetrar en su sociedad. Tan solo la captura de un par de sus naves nos ofreció información útil.
            – Le confieso que me hubiera gustado enfrentarme con ellos – le contestó Vantorel –. Creo que hubieran sido formidables adversarios. Son muy agresivos, tenga cuidado cuando monte la embajada en Breen.
            – He de informarle de otro asunto, algo embarazoso – continuó Lepira, Vantorel asintió y el espía prosiguió –. Uno de nuestros transportes de prisioneros no llegó a su destino. Creemos que tuvo un accidente en el hiperespacio.
            – ¿Quién iba a bordo?
            – El primer ministro Shakaar y parte de los prisioneros hechos en DS9… Sé que tiene cierto interés personal por Bajor.
            – ¿Está seguro de que ha sido un accidente? – preguntó el oficial de la marina.
            – No tenemos indicios de otra cosa. Pero lo investigaré. Otro tema, ¿han podido localizar a Lwaxana Troi?
            – No, es escurridiza. Y tengo toda la escuadra de ataque del capitán Dardel rastreando desde Betazed hasta Klaestron y Talos. Aparecerá. Ha de aparecer.


USS Rhode Island

            Faltaba poco para el lugar de la cita, aun así la capitana Whatley estaba nerviosa, algo que no hacía falta la telepatía de Lwaxana para darse cuenta. Tras desviarse hasta la nebulosa Arachnid para no seguir una ruta directa a su destino y alejarse de donde el Imperio pudiera buscarles, habían detectado dos puntos de ruptura dimensional. En el primero habían tenido tiempo de esconderse en un sistema cercano lo que se había mostrado erróneo, ya que las naves imperiales entraron en él y lo registraron. Cuando la situación era desesperada tuvo la acertada idea de colocase en el interior de la cola de un cometa y escondidos en su haz de partículas lograron zafarse de sus perseguidores. Con una nave más grande no lo hubieran conseguido.
            El segundo había sido aún peor ya que sucedió en medio del espacio, donde no había ningún sitio donde ocultarse. Whatley recurrió de nuevo a la astucia y apagó todos los sistemas, incluyendo el vital, hasta que detectaron otra distorsión dimensional y la nave imperial desapareció.
            No sabía si lo lograría hacer una tercera vez y eso la preocupaba. Pero no era lo único. Cuando hablaron con Picard este no había confirmado el lugar exacto de la cita, aunque Lwaxana parecía conócelo. ¿Se lo habrían dicho telepáticamente a través de la comunicación subespacial? O simplemente los dos se conocían tan bien que no hacía falta hablar para entenderse. En todo caso su marido era betazoide, un ingeniero que había conocido en su primer destino así que no le era extraña la telepatía, era más, en el caso de su esposo le encantaba que este se adelantara siempre a sus deseos. Claro que su esposo no había sido instruido especialmente en aquel sexto sentido, por tanto no lo tenía tan desarrollado como la nueva Presidenta. Solo podía esperar que todo saliera bien.
            – Capitán, detecto varias naves – la interrumpió su primera oficial Alia.
            – ¿Puede identificarlas?
            – Están al límite de nuestros sensores – explicó esta –. Pero viajan con velocidad de curvatura, factor cuatro.
            – Ahora voy – replicó Whatley con cierto alivio ya que si viajan a curvatura significaba que por lo menos eran de su galaxia. Incluso podían ser naves estelares.
            » ¿Puede decirme algo más? – le preguntó al salir del despacho.
            – Todavía no – contestó Alia –. No están lejos de nuestra ruta. Tal vez podríamos desviarnos. Eso no nos retrasaría.
            – Lo consultaré con la presidenta – replicó Whatley y mientras tomaba el turboascensor pensó en como su primera oficial le había leído la mente. Claro que este no era precisamente telépata. Elisabeth se sacudió la cabeza ante aquel pensamiento e intentó relajarse antes de hablar con Lwaxana.
            – Adelante – dijo ésta detrás de la puerta. Al abrirse vio a la presidenta reunida con la embajadora Eleana. No muy lejos estaba al hijo de Troi jugando con el altísimo mayordomo sentado en el suelo, que parecía aún más divertido que el niño con el juego de construcción. Le pareció una curiosa escena, ya que en aquella habitación se estaría tratando del futuro de la Federación y al mismo tiempo un niño jugaba con unas piezas de madera.
            – Hemos detectado unas naves…
            – Sí, puede variar el rumbo e infórmeme en cuanto sepa algo.
            – Gracias… – replicó e Whatley. Asintió y regresó al puente. Poco después una de las naves que habían detectado cambió también el rumbo y se dirigió hacia ellos. Informó a Lwaxana, que se presentó en el puente con Eleana.
            – Es hora de comunicarse, capitán – sugirió Lwaxana.
            – Aquí la capitana Elisabeth Whatley a bordo de la nave estelar Rhode Island, identifíquense, por favor.
            – Recibimos respuesta – indicó el oficial táctico.
            – En pantalla – ordenó Whatley y en esta apareció un oficial de la flota estelar.
            – Encantados de verles, soy el capitán Sisko, de la Defiant.
            – Capitán Sisko, es un placer verle sano y salvo – intervino Lwaxana que se adelantó a Whatley contenta de ver un cara conocida y a salvo del Imperio –. Pensaba lo peor tras la caída de Bajor.
            – Por suerte logramos escapar – respondió Sisko recuperándose de la impresión de ver a Lwaxana de nuevo –. Hemos oído que Betazed fue invadido otra vez, lo lamento, aunque me alegra que pudieran evacuar a tiempo, el capitán Nugal de la Raging Queen no estaba seguro si lo habían logrado. ¿Se dirigen a la Base Estelar Earhart, por casualidad?
            – No capitán Sisko – respondió Lwaxana en un tono que no había visto antes el Emisario en la embajadora: había autoridad, dignidad y convicción –. Y como Presidenta de la Federación le ordeno reunirse con la Rhode Island y nos acompañe.
            Ante tal orden, Sisko no pudo más que quedarse sorprendido.


En algún lugar del sector Gui’gna

            – Aquí Nigh Rancor líder – dijo el dug por la radio, que había traducido de su idioma gutural –. ¿Tendremos que esperar mucho?
            – Tanto como sea necesario – replicó Seeriu Ajaan desde la Resplendent. El iktotchi además de ser el navegante de la Far Star, también se ocupaba de ciertas misiones a bordo del viejo transporte republicano de clase Consular –. Y mantenga el silencio de radio.
            “Maldito bastardo de mynock” pensó Nierval en la cabina de su caza Ala-X. Realmente el interior de aquellas magnificas naves no estaban pensadas para ser pilotadas por los dugs arbóreos de Malastare. Claro que eran pocos los dugs que se aventuraban a salir a la galaxia. En realidad él había tenido que huir de su planeta para que no le mataran y se había unido a la rebelión después de vagar algún tiempo por el Borde Exterior. Sus razones eran simples: la Alianza necesitaba pilotos y era el único lugar donde le proporcionaban la posibilidad de pilotar cazas interestelares. Le había costado, pero al final logró acostumbrarse a sus reglas paramilitares o también podía decirse que fueron ellos los que se acostumbraron a él. Aunque la razón era lo de menos. Lo importante era que se había convertido en uno de sus mejores pilotos, mucho mejor que la mayoría de los humanos. Era más rápido en sus reflejos y capaz de hacer locuras que otros ni imaginaban. Pero estar en la Alianza también había acarreado otros inconvenientes, que no eran precisamente la disciplina. Y no era que la paga fuera mala, era más bien nula. Por ejemplo el traje que llevaba se lo habían hecho a medida y pagado con su dinero, aunque por suerte esto le había dado la posibilidad de cambiar aquel naranja chillón por un color, más discreto. También había tenido que modificar los controles de su nave. Aunque eso había sido más bien una ventaja, ya que los había simplificado. Los humanos tenían la costumbre de hacer las cosas complicadas. Además de añadir alguna que otra alteración en el diseño general, así como a su droide astromecánico, un R2-E1 que programó con tácticas de combate y especializado en los sistemas de su Incom T-65.
            Mientras meditaba a los mandos de su caza la pantalla se encendió advirtiendo la presencia de una nave que acababa de salir del hiperespacio. Un rápido vistazo al banco de datos indicó que se trataba de una nave de suministros imperial. Instantes después apareció otra señal. Y otra y otra. En total ocho naves salieron del hiperespacio. Era un convoy pequeño con tan solo una fragata Lancer de escolta.
            – Nigh Rancor líder, al resto del escuadrón – trasmitió por la radio –. Táctica Nierval IV. Rancor 3 empiece aproximación.
            – Rancor 3, entendido – replicó otra voz.
            En la inmensidad del espacio los motores de los cazas se encendieron como luceros en el alba y uno de los Ala-X saltó despedido hacia el convoy, seguido del resto sus compañeros. A su lado un antiguo crucero republicano hacía lo mismo junto a dos Ala-B que le flanqueaban. Esos los habían pedido prestados al escuadrón Daga antes que fueran desplegados en la inminente batalla de Endor.
            Rancor 3 abrió sus alas en formación de ataque mientras se aproximaba a la fragata Lancer a toda velocidad. Detrás de él otros cinco cazas abrían también sus alas en forma de aspa y se desplegaban en abanico.
            La fragata advertida de la súbita presencia rebelde empezó a virar hacia estos, dirigiendo sus cuatribaterías láser hacia el objetivo más cercano. Pero era una nave lenta y había sido cogida por sorpresa. Rancor 3 tuvo tiempo de disparar dos torpedos de protones justo antes de virar bruscamente y romper el rumbo de aproximación. Las baterías láser le siguieron y abrieron fuego, pero el caza se alejaba haciendo maniobras evasivas esquivando los disparos.
            Justo detrás de él los otros cinco cazas Ala-X abrieron fuego sobre la fragata fuera del arco de tiro de sus baterías. En la primera pasada habían dañado seriamente sus escudos y dejado fuera de combate algunos de los cañones cuádruples de la popa. Aunque la sorpresa inicial había sido agotada.
            Mientras tanto los siete cargueros habían roto la formación y se alejaban de los cazas enemigos y de la cobertura de la fragata. Seguirían una táctica prestablecida y saltarían al hiperespacio para escapar de sus atacantes. Pero en el momento en que se alejaban se encontraron con la presencia de otras tres naves: un viejo crucero y dos poderosos cazas Ala-B que estaban armados hasta los dientes.
            Ver en acción aquellos cazas erizaba a cualquiera los pelos de la nuca. La carlinga de mando se mantenía quieta mientras su ala primaria giraba a su alrededor. Así los dos Ala-B se aproximaron a toda velocidad a los cargueros indefensos rotando sus alas y disparando sus cañones láser y de iónes. Los primeros disparos alcanzaron al carguero que iba en cabeza abriendo un boquete en el casco. El segundo también fue alcanzado, esta vez por el fuego de los cañones de iones, dejándolo fuera de combate. El tercero perdió los motores dejándolo a la deriva. El siguiente recibió los disparos en la zona de mando, mientras que el quinto estalló cuando los turbolásers de los cazas dieron de lleno en la zona del reactor principal. Los otros dos cargueros se salvaron del fuego cuando la nave de escolta viró para defenderles del ataque de los Ala-B.
            Esto dejó a los cazas de Nierval justo detrás de la fragata. Se reagruparon y con su líder a la cabeza se aproximaron de nuevo al Lancer disparando con sus cañones láser. Cuando los disparos de la fragata empezaban a compensar la destrucción de algunas de las baterías de la popa, Nierval en persona se adelantó entre los disparos y se acercó directo hacia los motores.
            – ¡Me han dado! – ladró uno de sus compañeros por la radio.
            – ¡Rancor 5 abandone la formación y repliéguese! – ordenó Rancor 8. Era Barmich, el oficial ejecutivo del escuadrón y quien muchas veces tomaba el mando en los momentos en las que su líder se adelantaba al resto de la unidad. Los mayores reflejos de Nierval habían hecho que su escuadrón tuviera muchas tácticas y maniobras señuelo, dejando al líder aproximarse y desviando el fuego del grueso del ataque. Como segundo de los Night Rancor sabía que algún día su buen y loco amigo dug perecería por culpa de aquellas maniobras. Pero también conocía su pericia y confiaba en él.
            Mientras tanto el dug disparó dos torpedos de protones a muy corta distancia mientras esquivaba el fuego de los lásers. Inmediatamente después rompió la formación en un brusco giro hacia arriba, saliendo del ángulo de tiro de las baterías. En ese instante una fuerte sacudida y el griterío chirriante de su droide le indicaron que aquella vez había sido alcanzado por el fuego de la nave imperial.
            Pero el daño en esta ya estaba causado y los dos torpedos alcanzaron la fragata dañando todos los motores. Para entonces los Ala-B ya sé aproximaban cubiertos por el fuego del resto de los Night Rancor.
            Los disparos de los pesados cazabombarderos hicieron impacto en la nave ionizando sus sistemas electrónicos, dejándola literalmente a la deriva y sin defensas. Inerte y sin poder responder el fuego, la fragata empezó a recibir los impactos láser de los cazas de Nierval, el cual permanecía rezagado, mientras su droide astromecánico acababa de evaluar los daños y hacía las primera reparaciones. Por suerte los impactos tan solo habían afectado a la pantalla deflectora, lo que hubiera significado un problema si aún necesitara combatir, pero delante de suyo la fragata Lancer empezaba a desintegrarse bajo el fuego de sus compañeros.
            Miró la pantalla y observó como el crucero republicano estaba acoplado a uno de los cargueros. Eran naves conteiner medias que no contaban con defensas, salvo unos escudos mínimos para los asteroides. Comprobó que de los siete, dos habían podido escapar saltando al hiperespacio, una de ellas había sido destruida en la batalla y de las otras cuatro dos estaban seriamente dañadas y flotaban en el espacio, mientras el resto estaban siendo abordadas por el grupo de Darhk. Según el hermano del ingeniero de la Far Star, aquellas naves formaban parte de un convoy que iba a partir de Kuat con piezas de recambio para la invasión que el Imperio había emprendido de otra galaxia. Con la información que este les había entregado y la tecnología obtenida de los dos cargueros podrían emprender ellos el viaje hasta aquella otra galaxia.
            Los dugs tenían fama de matones, de buscadores de pelea sin escrúpulos. Nierval no se consideraba una excepción. Sabía que muchos humanos despreciaban a los alienígenas como él mismo e incluso hubo un tiempo que él también despreció a los humanos por su arrogancia y prepotencia pensando que la galaxia era suya. Pero ahora, tras convivir con ellos había llegado a apreciarles. No se casaría con ninguno, pero eran buenos compañeros, algo que no hubiera dicho ni soñando unos años atrás. Otro tema era su antipatía hacia el Imperio. Al unirse a la rebelión no sentía ninguna hostilidad contra el Nuevo Orden, ya que este no le había afectado en su vida. Lo único que le interesaba era pilotar un caza de superioridad espacial, algo con lo que siempre había soñado y la Alianza se lo podía otorgar. Pero con el paso del tiempo había aprendido a odiar lo que representaban los imperiales: tiranía y opresión indiscriminada. En cambio había aprendido que no todos los humanos eran igual de despreciables. Tal vez aquel sentimiento había sido creado a raíz de su unión en la rebelión, pero lo que iba hacer en aquel momento, era algo que realmente no deseaba hacer.
            Colocó el primer carguero en el punto de mira de sus armas. La nave de casco piramidal estaba ionizada, casi sin daños, así que la tripulación aun estaría viva. Incapaz de reparar la nave o de escapar con las cápsulas de salvamento, también inutilizadas. Su misión era muy importante y no podían dejar testigos. Disparó sus lásers sobre la nave hasta que estalló en mil pedazos. Luego hizo lo propio con la otra, en la que era poco probable que hubiera supervivientes.
            Pocos minutos después el Resplendent se desacoplaba del carguero donde había dejado a un equipo de abordaje que pilotaría aquel carguero, al igual que con el otro que también habían capturado. Sus tripulantes serían interrogados y tras estudiar sus motores las piezas y la propia nave envida a servir a la rebelión. Todos los cazas y el resto de cargueros no perdieron el tiempo y saltaron al hiperespacio antes de la llegada de más refuerzos imperiales dejando detrás los restos de cuatro naves destruidas.


Continuará…

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