Laredo
Cuarta parte.
Las Badlands
El
capitán George Sanders del Malinche
dejó el padd con el informe de las reparaciones sobre la mesa de su despacho y
miró por la ventana. Las tormentas de plasma se extendían alrededor de su nave
como un manto, ocultándola y protegiéndola. Curiosamente eran los mismos
lugares donde pocos años atrás perseguía y luchaba contra el Maquis y ellos los utilizaban así mismo para esconderse. Las
vueltas que daba la vida eran ciertamente paradójicas.
Había
defendido Nivoch junto a la Leeds,
pero no frente aquel nuevo enemigo que había invadido la galaxia sino contra fuerzas cardassianas. Mientras se
dirigían hacia Bajor de una misión
de patrulla recibieron una señal de auxilia del planeta. Aquellos miserables
oportunistas habían aprovechado la debilidad de la flota para atacar y ocupar
varios planetas más allá de sus fronteras. La única compensación era que no le
habían dejado fácil la ocupación del sistema, por lo menos durante el combate
se habían llevado por delante un buen número de cardassianos. Claro que aquello
no le consolaba lo más mínimo al pensar la suerte que les esperaba a los
habitantes del planeta ni la pérdida de la Leeds.
Ahora su prioridad era reparar el Malinche
y buscar otros supervivientes para luchar contra cualquier enemigo de la
Federación.
–
Capitán, detectamos una nave que se
dirige hacia nosotros – le interrumpió su oficial ejecutivo por el
comunicador.
–
¿Puede identificarla?
–
Todavía no, señor.
–
Ahora voy hacia allí – replicó Sanders entrando en el puente.
–
Hemos alzado los escudos, pero aún están al 46% de potencia – le informó su
primer oficial cuando entró en el puente.
– ¡Armen phasers y torpedos de fotones, alerta roja! – ordenó intranquilo –.
¿Cuándo falta para que podamos identificarles?
–
Un minuto – indicó su oficial científico reflejando la tensión en su voz –. El
plasma que nos rodea interfiere los sensores de medio alcance.
Parecía
como si aquellos segundos se prolongaran horas, mientras todo el puente tenía
los ojos clavados en la pantalla. Luego como si apareciera de entre la niebla,
una figura se destacó entre los torbellinos de plasma anaranjados de las Badlands. Sus líneas eran inequívocas:
parecidas a las de un insecto mortífero que se acercaba directamente hacia
ellos.
–
¡Estaciones de batalla! – ordenó Sanders identificando la nave crucero de batalla del jem’hadar. Solo
le funcionaba un lanzatorpedos y tenía ocho proyectiles y la reserva de energía
de los phasers era también limitada, sin contar con los daños en la integridad
del casco. Pero aun así sabía que el Malinche
iba a plantar batalla honorablemente como en tantas otras ocasiones.
–
Nos están llamando – informó sorprendido el oficial de operaciones. Sanders le
miró igualmente extrañado. Luego recordó el informe de la explosión que se
había detectado en Cardassia Prime
que podía calificarse de proporciones planetarias.
–
Abran la comunicación – indicó el capitán levantándose de su silla. En la
pantalla apareció un vorta que tenía
una gran sonrisa dibujada en su rostro. Le reconoció como Weyoun, quien según los informes de inteligencia era el ayudante de
la líder del Dominion.
–
Capitán del Malinche, no es necesario
que active sus armas – empezó a decir el vorta con un tono que pretendía ser
tranquilizador, casi amistoso –. Y como muestra de ello, desactivaré las mías.
–
Lo han hecho, señor – le confirmó su oficial táctico tan atónito como Sanders.
– Como ve, mis intenciones no son
hostiles – continuó el vorta –. Tanto su gente como la mía, han sufrido un
ataque de ese denominado Imperio Galáctico. En nuestro caso ayudados por un
grupo de traidores cardassianos. Por tanto tenemos a un enemigo común y lo más
lógico es que nos ayudemos mutuamente. Por el bien de ambos. Sé que no será
fácil, pero las circunstancias nos superan, capitán. Además no sería la primera
vez que la Federación y el Dominion cooperen – recordó Weyoun
esgrimiendo una sonrisa de autocomplacencia.
El Persilla
Su
encuentro con el Ya’Vang había sido providencial. Supieron que la Flota Estelar
había sido diezmada y que la Fuerza de Defensa Klingon había dejado prácticamente de existir. Aun así el Ya’Vang vencedora de innumerables
batallas no iba a rendirse y se dirigían hacia la Base Estelar Earhart
donde se había formado un grupo de batalla. Ellos también decidieron dirigirse
allí: tampoco había otro lugar al que poder ir. Y el haberse apoderado de una
de las naves enemigas podría proporcionar una ventaja estratégica.
Antes
de separarse de los klingons su
tripulación les entregó un transmisor subespacial con el que comunicarse tanto con ellos, como con la Flota
Estelar. No podían olvidar que viajaban en una nave enemiga.
Pero
para llegar hasta Earhart necesitaban
aprender a utilizar aquella nave y el más cualificado era Bashir. Se pasó otro
día estudiando los controles y antes de la partida del crucero habían utilizado
el ordenador del Ya’Vang para hacer
varias simulaciones de sus cálculos astrométicos. Este no se podía comparar con
los de la flota, pero algo era algo: en dos había acertado, mientras que en una
había hecho estrellar la nave en la estrella del sistema Theta Zibal. También había repasado aquellos cálculos en su mente
mejorada genéticamente setenta y seis veces y eran correctos. Aun así estaba
nervioso. Tan solo podía confiar en la suerte.
“Confío en ti” fue lo único que le dijo
Kira a Bashir en un susurro justo antes de que este accionara los controles del
hiperespacio para darle ánimos.
Julian
cruzó los dedos y empujó las palancas de aceleración. Frente a ellos las
estrellas se convirtieron en estelas y finalmente se introdujeron en una
especie de túnel infinito que giraba alrededor de la nave.
– ¿Cuántas horas cree que
tardaremos? – le preguntó la capitana Shelby.
–
Unas pocas – indicó Bashir que no se había movido del puente desde que habían
saltado al hiperespacio. La falta de incidentes le tranquilizaba.
El Annihilator
Vantorel
estaba en el puente de su nave insignia, un reluciente destructor de la clase Imperial II. Una máquina perfecta,
diseñada y construida para vencer a cualquier enemigo, bien protegida con un
grueso blindaje, armada con una potencia de fuego capaz de reducir a cenizas un
planeta entero o conquistarlo con las tropas que alberga en su interior. Era el
máximo exponente del Poder del Imperio que ahora se había extendido hacia otra
galaxia. Pero aquel día aquella nave, y las que la acompañaban, no iba a abrir
fuego contra los cruceros con los que se acababa de encontrar junto al Racimo Negro, un grupo de
protoestrellas muy próximas entre sí y que teñían el cielo de un tono azul
oscuro.
–
El embajador breen ha llegado – informó el mayor Jorak, uno de los ayudantes.
El
almirante asintió y cruzó el puente del Annihilator
hacia la parte posterior del complejo de mando. Al contrario que otros
oficiales hacían esperar a sus invitados para poner nerviosos a sus invitados,
el no soportaba que le hicieran esperar y no tenía tiempo que perder. En una
ocasión Vantorel le había dicho que era porque él tenía el complejo de
inferioridad de otros. La entrada de la sala de reunión estaba custodiada por
dos stormtrooper y en su interior le
esperaba un droide de protocolo y Thot Gor, el mismo representante que
había firmado el acuerdo entre el Dominion
y la Confederación Breen pocos meses
antes. Lo observó con detenimiento, embutido en aquel traje que le
proporcionaba el frío necesario para su supervivencia. El cual le recordaba a
los que usaban los ubese de su
galaxia.
Nada
más entrar el breen le observó con detenimiento, imaginaba que usaría las
lentes y sensores de su casco para analizarle. Una vez que Vantorel se presentó
agradeciéndole su presencia, el breen empezó a hablar a través de su casco con
su extraño idioma de pronunciación metálica.
–
Thot Gor le ofrece sus respetos y desea comunicarle que su gobierno no desea
ningún enfrentamiento con el Imperio Galáctico – tradujo su droide de
protocolo, un modelo de la serie RQ
al que se le borraba la memoria después de cada reunión. Aunque en realidad no
le no hubiera hecho falta, ya que Vantorel había modificado su traductor universal al idioma breen.
–
Indíquele al general que el Imperio tampoco desea enfrentarse a la
Confederación Breen – le contestó Vantorel –. Nuestro objetivo en Cardassia
Prime no eran sus naves, sino las fuerzas del Dominion. Lamentamos la muerte de
Thot Pran y su gente.
El
droide tradujo y este asintió aunque era evidente que Gor debía de tener su
propio traductor universal adaptado para entender el básico. Rápidamente el
breen replicó a Vantorel.
–
Por supuesto comprenden los motivos por los que sus naves fueran destruidas en
el ataque a Cardassia Prime. Y que tras la derrota del Dominion, la alianza que
había unido estos con la Confederación Breen queda anulada y no quien agravios
con el Imperio Galáctico.
–
Dígale que para el Imperio, tampoco y comprendemos que la alianza ha concluido
una vez el Dominion ha sido derrotado.
Luego
Thot Gor tomó otra actitud y empezó a decir algo que obligó a Vantorel a
ocultar su primera reacción. Aunque el tiempo que tardó el droide en traducir
al breen le sirvió para meditar una respuesta.
–
La Confederación Breen desea saber si el Imperio intervendría si se produjeran
combates contra las fuerzas de cardassia. Como sabrá uno de los puntos del acuerdo
con el Dominion fue el traspaso de diversas colonias a su control. Y es seguro
que el legado Broca quiera arrebatárselas.
–
Indíquele que mientras nuestros territorios, ni las fuerzas imperiales sean
afectadas por sus luchas con cardassia, nosotros no tenemos por qué intervenir
en disputas territoriales ajenas.
El
droide tradujo y Gor asintió con visible aprobación.
–
No obstante, el Imperio desea concretar ciertos aspectos que atañen al futuro
de nuestras relaciones – aquello sorprendió a Gor que reaccionó antes de que el
droide de protocolo lo tradujera –. Diversos sistemas cercanos a su frontera
serán ocupados por fuerzas imperiales más allá de la Racimo Negro y espero ante
el buen clima de nuestras relaciones, y que sus naves no opongan ningún impedimento.
También deseamos poder entablar relaciones comerciales con su pueblo, para
estrechar nuestros lazos. Como primer paso se abriríamos una embajada en Breen con su correspondiente delegación
comercial y ustedes harán lo propio en la Tierra.
De esta manera se reforzará la amistad que aquí ha nacido entre su pueblo y el
mío.
Gor
se quedó pensativo unos instantes, luego dio su respuesta a través de su casco.
–
Thot Gor indican que sus fuerzas no osaran oponer ninguna resistencia ante la
ocupación de esos sistemas más allá del Racimo Negro. Por otro lado, el pueblo
breen es reservado – tradujo el droide –. Thot Gor no puede contestar a su
petición en este momento, ya que ha de consultarlo con su gobierno.
–
Lo comprendo. No obstante es importante buscar una resolución lo antes posible
a estas peticiones para el bien de nuestras relaciones. Deseo fervientemente
que la amistad y la paz entre nuestros pueblos crezca y se consolide. Por eso
el Imperio y yo mismo esperaremos su respuesta.
Thot
Gor asintió lentamente.
Vantorel
salió de la sala de reuniones, encontrándose en el pasillo con Lepira. El
oficial de ubictorado acababa de
llegar desde el sistema Solar y había escuchado en una sala contigua la
conversación. No había querido perderse aquella cita.
–
¿Qué le ha parecido? – preguntó el almirante.
–
Fascinante. Desgraciadamente no tienen otra opción que aceptar todas y cada una
de nuestras propuestas – replicó el jefe de la inteligencia –. De todas las
razas de mi sector con ellos fue con la que tuve los mayores problemas y no
llegué a penetrar en su sociedad. Tan solo la captura de un par de sus naves
nos ofreció información útil.
–
Le confieso que me hubiera gustado enfrentarme con ellos – le contestó Vantorel
–. Creo que hubieran sido formidables adversarios. Son muy agresivos, tenga
cuidado cuando monte la embajada en Breen.
–
He de informarle de otro asunto, algo embarazoso – continuó Lepira, Vantorel
asintió y el espía prosiguió –. Uno de nuestros transportes de prisioneros no
llegó a su destino. Creemos que tuvo un accidente en el hiperespacio.
–
¿Quién iba a bordo?
–
El primer ministro Shakaar y parte
de los prisioneros hechos en DS9… Sé que tiene cierto interés personal por
Bajor.
–
¿Está seguro de que ha sido un accidente? – preguntó el oficial de la marina.
–
No tenemos indicios de otra cosa. Pero lo investigaré. Otro tema, ¿han podido
localizar a Lwaxana Troi?
–
No, es escurridiza. Y tengo toda la escuadra de ataque del capitán Dardel
rastreando desde Betazed hasta Klaestron y Talos. Aparecerá. Ha de aparecer.
USS
Rhode Island
Faltaba
poco para el lugar de la cita, aun así la capitana Whatley estaba nerviosa,
algo que no hacía falta la telepatía de Lwaxana para darse cuenta. Tras
desviarse hasta la nebulosa Arachnid
para no seguir una ruta directa a su destino y alejarse de donde el Imperio
pudiera buscarles, habían detectado dos puntos de ruptura dimensional. En el
primero habían tenido tiempo de esconderse en un sistema cercano lo que se
había mostrado erróneo, ya que las naves imperiales entraron en él y lo
registraron. Cuando la situación era desesperada tuvo la acertada idea de
colocase en el interior de la cola de un cometa y escondidos en su haz de partículas
lograron zafarse de sus perseguidores. Con una nave más grande no lo hubieran
conseguido.
El
segundo había sido aún peor ya que sucedió en medio del espacio, donde no había
ningún sitio donde ocultarse. Whatley recurrió de nuevo a la astucia y apagó
todos los sistemas, incluyendo el vital, hasta que detectaron otra distorsión
dimensional y la nave imperial desapareció.
No
sabía si lo lograría hacer una tercera vez y eso la preocupaba. Pero no era lo
único. Cuando hablaron con Picard este no había confirmado el lugar exacto de
la cita, aunque Lwaxana parecía conócelo. ¿Se lo habrían dicho telepáticamente
a través de la comunicación subespacial? O simplemente los dos se conocían tan
bien que no hacía falta hablar para entenderse. En todo caso su marido era betazoide, un ingeniero que había
conocido en su primer destino así que no le era extraña la telepatía, era más,
en el caso de su esposo le encantaba que este se adelantara siempre a sus
deseos. Claro que su esposo no había sido instruido especialmente en aquel
sexto sentido, por tanto no lo tenía tan desarrollado como la nueva Presidenta.
Solo podía esperar que todo saliera bien.
–
Capitán, detecto varias naves – la
interrumpió su primera oficial Alia.
–
¿Puede identificarlas?
– Están al límite de nuestros sensores – explicó esta –. Pero viajan con velocidad de curvatura,
factor cuatro.
– Ahora voy – replicó Whatley con
cierto alivio ya que si viajan a curvatura significaba que por lo menos eran de
su galaxia. Incluso podían ser naves estelares.
»
¿Puede decirme algo más? – le preguntó al salir del despacho.
–
Todavía no – contestó Alia –. No están lejos de nuestra ruta. Tal vez podríamos
desviarnos. Eso no nos retrasaría.
–
Lo consultaré con la presidenta – replicó Whatley y mientras tomaba el
turboascensor pensó en como su primera oficial le había leído la mente. Claro
que este no era precisamente telépata. Elisabeth se sacudió la cabeza ante
aquel pensamiento e intentó relajarse antes de hablar con Lwaxana.
–
Adelante – dijo ésta detrás de la puerta. Al abrirse vio a la presidenta
reunida con la embajadora Eleana. No
muy lejos estaba al hijo de Troi
jugando con el altísimo mayordomo
sentado en el suelo, que parecía aún más divertido que el niño con el juego de
construcción. Le pareció una curiosa escena, ya que en aquella habitación se
estaría tratando del futuro de la Federación y al mismo tiempo un niño jugaba
con unas piezas de madera.
–
Hemos detectado unas naves…
–
Sí, puede variar el rumbo e infórmeme en cuanto sepa algo.
–
Gracias… – replicó e Whatley. Asintió y regresó al puente. Poco después una de
las naves que habían detectado cambió también el rumbo y se dirigió hacia
ellos. Informó a Lwaxana, que se presentó en el puente con Eleana.
–
Es hora de comunicarse, capitán – sugirió Lwaxana.
–
Aquí la capitana Elisabeth Whatley a bordo de la nave estelar Rhode Island, identifíquense, por favor.
–
Recibimos respuesta – indicó el oficial táctico.
–
En pantalla – ordenó Whatley y en esta apareció un oficial de la flota estelar.
–
Encantados de verles, soy el capitán Sisko, de la Defiant.
–
Capitán Sisko, es un placer verle sano y salvo – intervino Lwaxana que se
adelantó a Whatley contenta de ver un cara conocida y a salvo del Imperio –.
Pensaba lo peor tras la caída de Bajor.
– Por suerte logramos escapar –
respondió Sisko recuperándose de la impresión de ver a Lwaxana de nuevo –.
Hemos oído que Betazed fue invadido otra vez, lo lamento, aunque me alegra que
pudieran evacuar a tiempo, el capitán Nugal de la Raging Queen no estaba
seguro si lo habían logrado. ¿Se dirigen a la Base Estelar Earhart, por casualidad?
–
No capitán Sisko – respondió Lwaxana en un tono que no había visto antes el
Emisario en la embajadora: había autoridad, dignidad y convicción –. Y como
Presidenta de la Federación le ordeno reunirse con la Rhode Island y nos acompañe.
Ante
tal orden, Sisko no pudo más que quedarse sorprendido.
En
algún lugar del sector Gui’gna
–
Aquí Nigh Rancor líder – dijo el dug por la radio, que había traducido
de su idioma gutural –. ¿Tendremos que esperar mucho?
–
Tanto como sea necesario – replicó Seeriu Ajaan desde la Resplendent. El iktotchi
además de ser el navegante de la Far Star,
también se ocupaba de ciertas misiones a bordo del viejo transporte republicano
de clase Consular –. Y mantenga el silencio de radio.
“Maldito bastardo de mynock” pensó Nierval en la cabina de su caza Ala-X. Realmente el interior de aquellas magnificas naves no
estaban pensadas para ser pilotadas por los dugs arbóreos de Malastare. Claro que eran pocos los
dugs que se aventuraban a salir a la galaxia. En realidad él había tenido que
huir de su planeta para que no le mataran y se había unido a la rebelión
después de vagar algún tiempo por el Borde Exterior. Sus razones eran simples: la Alianza necesitaba pilotos y era el
único lugar donde le proporcionaban la posibilidad de pilotar cazas
interestelares. Le había costado, pero al final logró acostumbrarse a sus
reglas paramilitares o también podía decirse que fueron ellos los que se
acostumbraron a él. Aunque la razón era lo de menos. Lo importante era que se
había convertido en uno de sus mejores pilotos, mucho mejor que la mayoría de
los humanos. Era más rápido en sus reflejos y capaz de hacer locuras que otros
ni imaginaban. Pero estar en la Alianza también había acarreado otros
inconvenientes, que no eran precisamente la disciplina. Y no era que la paga fuera
mala, era más bien nula. Por ejemplo el traje que llevaba se lo habían hecho a
medida y pagado con su dinero, aunque por suerte esto le había dado la
posibilidad de cambiar aquel naranja chillón por un color, más discreto.
También había tenido que modificar los controles de su nave. Aunque eso había
sido más bien una ventaja, ya que los había simplificado. Los humanos tenían la
costumbre de hacer las cosas complicadas. Además de añadir alguna que otra
alteración en el diseño general, así como a su droide astromecánico, un R2-E1 que programó con tácticas de combate
y especializado en los sistemas de su Incom T-65.
Mientras
meditaba a los mandos de su caza la pantalla se encendió advirtiendo la
presencia de una nave que acababa de salir del hiperespacio. Un rápido vistazo
al banco de datos indicó que se trataba de una nave de suministros imperial. Instantes después apareció otra
señal. Y otra y otra. En total ocho naves salieron del hiperespacio. Era un
convoy pequeño con tan solo una fragata Lancer de escolta.
–
Nigh Rancor líder, al resto del
escuadrón – trasmitió por la radio –. Táctica Nierval IV. Rancor 3 empiece aproximación.
–
Rancor 3, entendido – replicó otra
voz.
En
la inmensidad del espacio los motores de los cazas se encendieron como luceros
en el alba y uno de los Ala-X saltó despedido hacia el convoy, seguido del
resto sus compañeros. A su lado un antiguo crucero republicano hacía lo mismo
junto a dos Ala-B que le
flanqueaban. Esos los habían pedido prestados al escuadrón Daga antes que
fueran desplegados en la inminente batalla de Endor.
Rancor 3 abrió sus alas en formación de
ataque mientras se aproximaba a la fragata Lancer
a toda velocidad. Detrás de él otros cinco cazas abrían también sus alas en
forma de aspa y se desplegaban en abanico.
La
fragata advertida de la súbita presencia rebelde empezó a virar hacia estos,
dirigiendo sus cuatribaterías láser
hacia el objetivo más cercano. Pero era una nave lenta y había sido cogida por
sorpresa. Rancor 3 tuvo tiempo de
disparar dos torpedos de protones justo antes de virar bruscamente y romper el
rumbo de aproximación. Las baterías láser le siguieron y abrieron fuego, pero
el caza se alejaba haciendo maniobras evasivas esquivando los disparos.
Justo
detrás de él los otros cinco cazas Ala-X abrieron fuego sobre la fragata fuera
del arco de tiro de sus baterías. En la primera pasada habían dañado seriamente
sus escudos y dejado fuera de combate algunos de los cañones cuádruples de la
popa. Aunque la sorpresa inicial había sido agotada.
Mientras
tanto los siete cargueros habían roto la formación y se alejaban de los cazas
enemigos y de la cobertura de la fragata. Seguirían una táctica prestablecida y
saltarían al hiperespacio para escapar de sus atacantes. Pero en el momento en
que se alejaban se encontraron con la presencia de otras tres naves: un viejo
crucero y dos poderosos cazas Ala-B que estaban armados hasta los dientes.
Ver
en acción aquellos cazas erizaba a cualquiera los pelos de la nuca. La carlinga
de mando se mantenía quieta mientras su ala primaria giraba a su alrededor. Así
los dos Ala-B se aproximaron a toda velocidad a los cargueros indefensos
rotando sus alas y disparando sus cañones láser y de iónes. Los primeros disparos alcanzaron al carguero que iba en
cabeza abriendo un boquete en el casco. El segundo también fue alcanzado, esta
vez por el fuego de los cañones de iones, dejándolo fuera de combate. El
tercero perdió los motores dejándolo a la deriva. El siguiente recibió los
disparos en la zona de mando, mientras que el quinto estalló cuando los
turbolásers de los cazas dieron de lleno en la zona del reactor principal. Los
otros dos cargueros se salvaron del fuego cuando la nave de escolta viró para
defenderles del ataque de los Ala-B.
Esto
dejó a los cazas de Nierval justo detrás de la fragata. Se reagruparon y con su
líder a la cabeza se aproximaron de nuevo al Lancer disparando con sus cañones láser. Cuando los disparos de la
fragata empezaban a compensar la destrucción de algunas de las baterías de la
popa, Nierval en persona se adelantó entre los disparos y se acercó directo
hacia los motores.
–
¡Me han dado! – ladró uno de sus compañeros por la radio.
–
¡Rancor 5 abandone la formación y
repliéguese! – ordenó Rancor 8. Era
Barmich, el oficial ejecutivo del escuadrón y quien muchas veces tomaba el
mando en los momentos en las que su líder se adelantaba al resto de la unidad.
Los mayores reflejos de Nierval habían hecho que su escuadrón tuviera muchas
tácticas y maniobras señuelo, dejando al líder aproximarse y desviando el fuego
del grueso del ataque. Como segundo de los Night
Rancor sabía que algún día su buen y loco amigo dug perecería por culpa de
aquellas maniobras. Pero también conocía su pericia y confiaba en él.
Mientras
tanto el dug disparó dos torpedos de
protones a muy corta distancia mientras esquivaba el fuego de los lásers.
Inmediatamente después rompió la formación en un brusco giro hacia arriba,
saliendo del ángulo de tiro de las baterías. En ese instante una fuerte
sacudida y el griterío chirriante de su droide le indicaron que aquella vez
había sido alcanzado por el fuego de la nave imperial.
Pero
el daño en esta ya estaba causado y los dos torpedos alcanzaron la fragata
dañando todos los motores. Para entonces los Ala-B ya sé aproximaban cubiertos
por el fuego del resto de los Night
Rancor.
Los
disparos de los pesados cazabombarderos hicieron impacto en la nave ionizando
sus sistemas electrónicos, dejándola literalmente a la deriva y sin defensas.
Inerte y sin poder responder el fuego, la fragata empezó a recibir los impactos
láser de los cazas de Nierval, el cual permanecía rezagado, mientras su droide
astromecánico acababa de evaluar los daños y hacía las primera reparaciones.
Por suerte los impactos tan solo habían afectado a la pantalla deflectora, lo
que hubiera significado un problema si aún necesitara combatir, pero delante de
suyo la fragata Lancer empezaba a
desintegrarse bajo el fuego de sus compañeros.
Miró
la pantalla y observó como el crucero republicano estaba acoplado a uno de los
cargueros. Eran naves conteiner medias que no contaban con defensas, salvo unos
escudos mínimos para los asteroides. Comprobó que de los siete, dos habían
podido escapar saltando al hiperespacio,
una de ellas había sido destruida en la batalla y de las otras cuatro dos
estaban seriamente dañadas y flotaban en el espacio, mientras el resto estaban
siendo abordadas por el grupo de Darhk. Según el hermano del ingeniero de la Far Star, aquellas naves formaban parte
de un convoy que iba a partir de Kuat con piezas de recambio para la invasión que
el Imperio había emprendido de otra galaxia. Con la información que este les
había entregado y la tecnología obtenida de los dos cargueros podrían emprender
ellos el viaje hasta aquella otra galaxia.
Los
dugs tenían fama de matones, de buscadores de pelea sin escrúpulos. Nierval no
se consideraba una excepción. Sabía que muchos humanos despreciaban a los
alienígenas como él mismo e incluso hubo un tiempo que él también despreció a
los humanos por su arrogancia y prepotencia pensando que la galaxia era suya.
Pero ahora, tras convivir con ellos había llegado a apreciarles. No se casaría
con ninguno, pero eran buenos compañeros, algo que no hubiera dicho ni soñando
unos años atrás. Otro tema era su antipatía hacia el Imperio. Al unirse a la
rebelión no sentía ninguna hostilidad contra el Nuevo Orden, ya que este no le había afectado en su vida. Lo único
que le interesaba era pilotar un caza de superioridad espacial, algo con lo que
siempre había soñado y la Alianza se lo podía otorgar. Pero con el paso del
tiempo había aprendido a odiar lo que representaban los imperiales: tiranía y
opresión indiscriminada. En cambio había aprendido que no todos los humanos
eran igual de despreciables. Tal vez aquel sentimiento había sido creado a raíz
de su unión en la rebelión, pero lo que iba hacer en aquel momento, era algo
que realmente no deseaba hacer.
Colocó
el primer carguero en el punto de mira de sus armas. La nave de casco piramidal
estaba ionizada, casi sin daños, así que la tripulación aun estaría viva.
Incapaz de reparar la nave o de escapar con las cápsulas de salvamento, también
inutilizadas. Su misión era muy importante y no podían dejar testigos. Disparó
sus lásers sobre la nave hasta que estalló en mil pedazos. Luego hizo lo propio
con la otra, en la que era poco probable que hubiera supervivientes.
Pocos
minutos después el Resplendent se
desacoplaba del carguero donde había dejado a un equipo de abordaje que
pilotaría aquel carguero, al igual que con el otro que también habían
capturado. Sus tripulantes serían interrogados y tras estudiar sus motores las
piezas y la propia nave envida a servir a la rebelión. Todos los cazas y el
resto de cargueros no perdieron el tiempo y saltaron al hiperespacio antes de
la llegada de más refuerzos imperiales dejando detrás los restos de cuatro
naves destruidas.
Continuará…
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