Alianzas
Cuarta parte.
USS Voyager
La nave estelar regresó al espacio
normal a 24.400 años luz de la Tierra,
se encontraban más o menos allí donde Barclay
les había encontrado unas semanas antes. Nadie a bordo hubiera maginado que lo
primero que harían tras llegar por fin al cuadrante Alfa, sería volver al Delta.
–
Ya estamos de nuevo aquí – comentó irónico Paris.
–
Sí señor Paris, pero esta vez volveremos a casa mucho antes – replicó Janeway
que miró a Chakotay y los dos sonrieron. Sí, aquel viaje por lo menos tenía
fecha de regreso, lo que no era tan seguro era si iban a conseguir lo que la presidenta Troi les había encomendado
–. Aquí la capitana a toda la tripulación.
» Acabamos de regresar al cuadrante
Delta, ya conocen nuestra misión: localizar a posibles aliados para luchar
contra el Imperio. Todos sabemos que
tenemos que hacer, así que pongámonos manos a la obra. Janeway fuera.
En la Base Lirpa la Voyager había permanecido el tiempo
justo para dejar a los cinco niños que viajaban a bordo. Ni Mezoti, ni a Azan ni a su hermano Rebi
les había gustado la idea de dejar la nave a la que consideraban su hogar, ni a
la tripulación, pero no habían tenido más remedio ahora que la Voyager se había convertido, como el
resto de las naves de la Flota Estelar en una nave en guerra. A través de la hija
de Troi habían encontrado alguien capaz de cuidar a los jóvenes drones desasimilados, enviándolos a
Atgot Prime con Guinan, una el-auriana que ya había tratado con
otros borg fuera del colectivo. Les
acompañaba el bebé borg que había
recibido el nombre de Jonathan y Naomi Wildman que no podía ir con las familias de su madre o padre, ya que ambos
planetas estaban ocupados por el imperio. El único que quedó a bordo fue Ichep que había pedido permanecer a
bordo y prepararse para entrar en la Academia
cuando esta fuera liberada de la ocupación. Ningún otro miembro de la
tripulación había pedido el traslado, lo que había enorgullecer tanto a Janeway
y Chakotay, tras seis años juntos se habían convertido en una auténtica
familia.
El Annihilator
Varias
semanas antes Vantorel había tomado un ascensor hasta las entrañas de su
destructor tras leer un informe aparentemente rutinario que le había hecho confirmar
una suposición que tenía desde hace algún tiempo. Desde pequeño había tenido la
extraña habilidad de relacionar pequeños detalles, a veces dispersos e
inconexos y crear teorías que normalmente se cumplían. De esa manera era capaz
de adelantarse siempre a sus adversarios y salir victorioso de más de una
ocasión, permitiéndole ir varios pasos por delante de todos sus enemigos y
sobre todo de los que suponía que eran sus aliados. Tras conocer la destrucción
del Stratus pidió todos los informes
sobre su explosión, estudiando con detenimiento lo sucedido. Entonces se había
dirigido a la base de la superestructura del Annihilator, donde se encontraba el reino particular de un ser poco
común. Tenía la piel azulada, con los rasgos humanoides más finos y delicados,
que coincidían con su complexión delgada en extremo, que daba la sensación de
romperse en cualquier momento. Aunque sus ojos azul oscuros mostraban lo
contrario, una fuerza interior titánica. Su pelo en realidad estaba formado por
un plumaje de color iridiscente, generado por múltiples reflexiones de la luz
sobre las múltiples capas de pequeñas y delgadas plumas que tenía en vez de
pelo. Llevaba una casaca verdegris de oficial imperial, pero sin graduación, ya
que en realidad no tenía rango alguno, pero su portador había dicho el día que
pidió aquel uniforme que le gustaba el tacto. Era bajo para su raza, los omwati por lo que su presencia no
imponía en absoluto, pero seguramente era el humanoide más inteligentes que
Vantorel habría conocido y que conocería nunca, su nombre era: Bleth Tanni.
Junto
a otros 10 jóvenes había sido capturado por el Gran Moff Tarkin para usar el potencial intelectual de su raza como
científico para el Imperio. En poder
de este se le obligó a soportar la presión adecuada en momentos precisos con
desafíos y pruebas mentales para convertir su mente en una máquina brillante y
fácil de moldear. Aprendió astrofísica, matemáticas, ingeniería espacial,
mecánica quilíbrica (1) y otras
disciplinas para que crearan y desarrollar nuevas y poderosas máquinas para el
extender el poder y la tiranía del Emperador Palpatine. Solo una omwati pasó las pruebas y fue enviada a la Instalación de las Fauces para diseñar
las armas más poderosas del Imperio como la Estrella de la Muerte
junto a Bevel Lemelisk. El resto de
jóvenes tenían que ser eliminados, pero alguien en el círculo de Tarkin decidió
que el escuálido Bleth podía ser útil en el futuro o simplemente se había
apiadado de él.
Desconocía
si Tarkin sabía que otro omwati había sobrevivido, aunque imagina que sí, ya
que cuando le ordenaron preparar la invasión de los Nuevos Territorios Bleth se
encontraba en el equipo de investigación desarrollo tecnológico. Pero este no
encajaba, era individualista, seguía sus propios intereses sin acatar las
órdenes, ni cumplir ninguna de las tareas que le encomendaban y su arrogancia
al saberse más listo que los demás no le había granjeado ni la amistad, ni el
respeto de sus compañeros que al final simplemente le ignoraban y dejaban
trabajar en sus propios proyectos. Pero la invasión era uno de los mayores
secretos y las pocas ocasiones que hacía sugerencias y aportaciones estas eran
inestimables, por lo que el coronel Doin, el responsable de ciencia y
tecnología, lo tenía como asesor técnico, mientras que Bleth investigaba por su
cuenta con aquellos fascinantes chismes, como él los llamaba.
Vantorel
le pidió a Doin que le transfiriera a su estado mayor como asesor de ciencia y
tecnología, este aceptó encantado de quitárselo de encima. Desde entonces este
había podido trabajar en sus proyectos con plena libertad, siempre y cuando
aconsejara a Vantorel sobre la tecnología de los Nuevo Territorios. Lo que
hacía con no cierta reticencia, pero en su fuero interno admitía que aquel
almirante era un hombre inteligente que no hacía demasiadas preguntas estúpidas
como la mayoría de altos oficiales incapaces de diferenciar un bantha de un chip holográfico.
Ahora
Bleth le había pedido verle, así que Vantorel entró en los amplios laboratorios
abarrotados de equipos y maquinaria de todo tipo, encontrando al científico
omwati trabajando en unos planos holográficos que parecían diagramas de un
sofisticad androide.
–
¿Ya ha concluido su trabajo sobre el dispositivo que le pedí? – preguntó el
almirante después de esperar unos instantes sin obtener reacción alguna del
científico.
–
Aun no, por ahora he encontrado trazas subespaciales desfasadas entre los
restos del Stratus, confirmado su sospecha – respondió Bleth sin levantar la
mirada de su proyector que mostraba lo que parecía una red de chips, mientras
varios droides levitaban sobre la sala. A su alrededor había piezas de
tecnología procedente de su galaxia y la de los Nuevos Territorios combinadas
de manera extraña y sin mucho sentido para Vantorel.
»
En realidad costará más de lo que había previsto – respondió alzando por fin la
vista, su mirada tranquilla y llena de fuerza interior e inteligencia
contrastaba con sus frágiles movimientos.
–
¿Cuándo estará listo?
–
Hay muchas variables que se tienen que tener en cuenta para obtener un sistema
efectivo, por suerte soy un genio en probabilidades matemáticas.
–
¿Cuándo? – insistió.
–
Estará listo cuando lo necesite, almirante – replicó Bleth sonriendo
enigmáticamente.
Vantorel
no quiso insistir, el omwati no tenía fama de cumplir con plazos o exigencias,
y era caótico en su trabajo, pero no había nadie más capaz de conseguir lo que
le había pedido.
–
Le aseguro que será recompensado cuando logre lo que le pedí.
–
Seguro que sí – respondió Bleth sin mucha convicción, volviendo a centrarse en
el trabajo que tenía sobre la mesa –. Algún día le preguntaré como supuso que
desarrollarían esa tecnología.
Vantorel
asintió resignado, sabía que no iba a sacar mucho más de Bleth. Pero antes de
salir del laboratorio se giró de nuevo hacia el omwati.
–
Por cierto, ¿por qué me ha hecho llamar si no estaba listo lo que le pedí?
–
Casi se me olvidaba – replicó este –. Recibí de uno de mis antiguos colegas del
cuartel general de Ciencia & Tecnología unos planos para que los revisara.
Tenían unos problemas de estabilidad con el núcleo principal y quería que lo
mirara. Están encima de ese escritorio. Pensé que le interesaría.
Vantorel
asintió y recogió el datapad que le
había indicado el científico. Al ver su contenido se le heló la sangre durante
unos instantes. Enseguida recuperó su calma habitual y se dirigió al ascensor
para abandonar el laboratorio. Pero antes de que se cerraran las puertas se
dirigió de nuevo hacia Bleth.
–
¿Solucionó esos problemas en el núcleo principal?
–
Parece que no me conozca almirante. Ya no hay nada más estable en esta parte
del cuadrante Alfa – respondió el
omwati sin levantar la vista del trabajo que estaba realizando y sin modestia
alguna en su voz, porque sabía que era cierto –. Ni en esta galaxia.
Azati Prime
La Enterprise llegó al lugar de la cita a la hora indicada. Era el
mismo lugar donde siglos atrás se había construido el arma que debía destruir
con la Tierra y acabar con los humanos. Al colocarse en la órbita ordenó hacer
un escaneo: las pocas islas que emergían sobre las aguas no contaban apenas con
vida salvo una primitiva vegetación. Debajo de las olas la situación cambiaba y
un complejo ecosistema marino se desarrollaba en la inmensidad de aquel mundo submarino.
Según la información original de Archer
aquel era un planeta adecuado para que los xindia cuáticos pudieran vivir en las profundidades de sus aguas, donde se
alzaban numerosas ciudades. En el 2153
apenas vivían unos mil primates y arbóreos, pero en aquel momento podían
detectar decenas de ciudades submarinas que albergaban a miles de ellos, sin
contar con los asentamiento de acuáticos, más grandes y también densamente
poblados. En la única luna del planeta también había varias instalaciones que
mostraba con en aquellos dos siglos estos habían continuado creciendo y por lo
que parecía de unidos.
–
Recibimos una comunicación, señor – indicó el teniente Daniels –. Solo audio.
–
Representante de la Federación,
puede trasladarse a las coordenadas que acompañan esta transmisión.
–
Parecen amistosos – indicó Riker con ironía. La voz que quien habló había sido
tajante y arrogante.
Picard se materializó junto a la
consejera Troi y DeLorean en una cavernosa estancia oscura, aunque amplia.
Tenía una gran mesa semicircular, detrás de la cual había un representante
primate y otro arbóreo, y detrás de esta había un gran ventanal que daba al
exterior, por donde se podía ver los edificios de la ciudad submarina, por
donde un gran ser acuático.
–
Uuuiiihhiuuuuiii uuuiiiihhhiiiuuu uiiihhiu uuuiiiihhhhiiiiuuuu – dijo el ser
acuático que parecía balancearse como mecido por las mareas más allá de la estancia. «Hace tiempo que no tenemos
contacto con terrícolas. Picard, Jean-Luc sea bienvenido a nuestro mundo» le hizo entender el
traductor universal.
–
El honor es enteramente mío. He leído mucho sobre ustedes en las últimas
semanas – empezó diciendo Picard. Había hablado mucho con Deanna y Beberly
sobre que decir y sobre todo como decir la propuesta que tenía de la presidenta
de la Federación –. Y me enorgullece estar aquí presente frente a los xindi,
como el primer representante pacífico de la Federación Unida de Planetas. Una
organización que no se diferencia mucho del Consejo Xindi, formado por más de 150 mundos con especies
diferentes que colaboran entre ellos en harmonía para mejorarnos unos a otros y
construir un futuro mejor.
–
¿Y que pretende este pacífico enviado? – preguntó el arbóreo sin ocultar cierta
ironía –. Sabemos que la Federación está en guerra y sus planetas han sido
invadidos.
–
Es cierto que un poderoso enemigo nos ha atacado y ocupado muchos de nuestros
mundos. Pero continuamos luchando contra él. Por eso mismo estoy aquí, la presidenta Troy me ha encomendado
rehacer la alianza que una vez hubo entre los xindi y el capitán Archer de la Tierra, esta vez para luchar contra el Imperio.
–
Conocemos la existencia del Imperio Galáctico y de los acontecimientos que ha
desatado – replicó el primate, que tenía una expresión tensa en su rostro.
–
Uuuiiihuuuuiii uuuihhiiuu uuiiihhuiiuu – «Los
terrícolas pretenden que nosotros nos unamos a ellos» indicó el acuático –.
Uuuiihhuuii uuiihiiiiuu uiihhiu uuiiiiuuu – «Pero el xindi ya no es el pueblo unido que era. Y la decisión ha de ser
de todos. Sin excepción».
–
Y hace tiempo que el Consejo no se reúne – indicó el arbóreo.
–
Desde la partida de Archer ya hace 200 años, las diferencias entre los xindi
fueron separándonos – explicó el primate –. Los acuático, arbóreos y nosotros,
los primates, nos mantuvimos unidos. Pero no ocurre lo mismo con los insectoides ni con nuestros hermanos reptiles.
–
Mantenemos relaciones esporádicas con los insectoides – puntualizó el arbóreo
–. No así con los reptiles. Estos se sintieron traicionados por el resto de
nosotros, así como por los Guardianes.
Son rencorosos, se guían por su sangre fría, no por su cerebro. Desde entonces
los contactos con ellos son... mínimos.
–
Uuuiihhuiii uuuiiiihiiuuu uiiihiu iiihiuiiihiu – «Y sin ellos el Consejo estaría incompleto. Sin ellos no podríamos tomar
una decisión que involucrara a todos nuestros» sentenció el acuático que se
alejó del ventanal desapareciendo entre las cúpulas y las torres de la ciudad.
–
¿Habría alguna manera de contactar con ellos? – insistió Picard.
–
Por supuesto sabemos dónde están sus colonias – indicó el primate.
–
Pero dudo que quieran hablar con un terrícola – puntualizó el arbóreo –.
Simboliza nuestra separación y el engaño que sufrimos.
–
Si aceptan hablar conmigo y les convenzo en unirse de nuevo en el Consejo.
¿Ustedes estarían? – propuso Picard. El primate y el arbóreo se miraron
interrogativos.
–
Si lo lograra, sí – respondió el primate.
–
¿Se encargarían de avisar a los insectoides?
–
Si lo lograra. Sí – concluyó el arbóreo.
Lokonor
La
campaña contra los ligonianos había
sido mucho más dura de lo que nadie había creído, alargándose y absorbido a más
naves y tropas de las que al alto mando le hubiera gustado. Tenían una cultura
ancestral plagada de conflictos, por lo que eran unos guerreros muy duros y
temibles. Utilizaban tácticas de guerrillas, con especial predilección por las
trampas de todo tipo: cápsulas de escape cargadas de explosivos y supuestos
supervivientes, campos de minas, o prisioneros suicidas cargados de explosivos
que demostraban un total desprecio a la vida. Todo ello había hecho mella entre
las naves imperiales, sobre todo al principio de la campaña. Claro que también
había otro factor que había influido para Banzar: y era la manera de pensar del
capitán Ilbrol a bordo del Temible.
Era un oficial bastante mediocre, de los que llegan a ostentar el mando no por
méritos propios sino por amistades e influencia. Incapaz de tener una idea
original, aunque esta estuviera delante suyo y señalizada con flechas
holográficas parpadeantes. Adoraba el manual, seguramente la única lectura de
su vida y no podía soportar que nadie le aconsejara y ni mucho menos que le
contradijeran. Por ejemplo la Lokonor
poseía sensores y una capacidad muy superior a la mayoría de las naves de apoyo
con que contaba Ilbrol. Y podía haber advertido numerosas trampas ligonianas y
así salvado valiosas vidas, pero el comandante del Terrible había mantenido a la nave de Banzar siempre en
retaguardia, con la única misión de evitar la huida de algún enemigo.
Aun
así el abrumador poder de la Armada
había acabado por doblegar y diezmar a aquella civilización. Todas sus colonias
y puestos avanzados habían sido destruidos y tan solo restaba convertir Ligon II en un desierto de escombros y
cenizas. Aun así o precisamente por eso Lutan,
el líder del planeta, había reunido todas sus fuerzas y se preparaba para
afrontar la última encarnizada batalla. En aquel momento la Lokonor se mantenía en reserva a la
espera de cazar cualquier nave que intentara escapar del cerco que la 8ª y 7ª
Alas de Ataque había formado alrededor del planeta. En las pantallas del puente
el capitán Banzar observaba la aniquilación de los últimos restos de la otrora
poderosa armada ligoniana.
–
Detectamos una nave que ha logrado burlar el cerco, señor – informó uno de los
técnicos –. El ordenador la ha identificado como un carguero, clase Antares.
–
Vire el rumbo, quiero interceptarla antes de que alcance la velocidad de curvatura
– ordenó Banzar.
–
Detecto unas ochocientas formas de vida.
–
Rumbo trazado y en ruta – indicó el oficial de navegación –. Tiempo de
intercepción… 3 minutos.
–
Preparen las baterías ionicas –
prosiguió Banzar, que se giró hacia su primer oficial y bajando la voz le
comentó –. Los Antares son lentos.
Les alcanzaremos mucho antes de que puedan salir del pozo gravitacional. El Deep Sea debe a verlos dejado escapar a
propósito. Ese fanfarrón no habrá querido malgastar su energía en esa nave.
–
Será una nave de refugiados – respondió Congruit con desánimo –. ¿Tenemos que
atacar?
Banzar
observó extrañado a primer oficial, sorprendido por aquel comentario. Mantuvo
la mirada en este durante unos segundos, hasta que esté la apartó rehuyéndola.
–
O también podría ser una trampa, como en Huyur IV, ¿recuerdas? – respondió
Banzar. Todos lo recordaban bien: una fragata había sido destruida sin que
quedaran supervivientes al intentar ayudar a una nave ligoniana que parecía
dañada. Así habían perdido muchos compañeros y Banzar no quería correr ese
riesgo. Además, tenía orden de impedir la salida de cualquier nave. Y eso
incluía a aquel carguero.
–
Está a nuestro alcance – indicó el oficial artillero.
–
¡Fuego control de iones!
Varios
disparos surgieron de la Lokonor
alcanzado al carguero Antares, que se
detuvo en medio del espacio.
–
El Terrible se comunica con nosotros
– anunció el técnico de comunicaciones.
Banzar
asintió y segundos después apareció la imagen holográfica del capitán Ilbron,
que el capitán de la Lokonor
despreciaba profundamente.
–
Capitán Banzar, destruya ese carguero y ocupe el puesto del Hosk.
–
Parece que el carguero está lleno de refugiados, pensaba…
–
¡Destrúyalo! No tengo tiempo, ni ganas, de encargarme de esos… miserables.
Tras
lo cual Ilbron cortó la comunicación y la imagen desapareció.
–
Ya lo han oído – dijo Banzar, cortando el silencio que se había creado en el
puente tras la intervención de Ilbron –. Baterías de proa: apunten y abran
fuego.
El
Hosk había sido gravemente dañado y
su tripulación tuvo que abandonarlo antes de que su reactor se colapsara, de
manera que la Lokonor se retrasó para
recuperar a los supervivientes, mientras el Terrible
acababa de bombardear la capital. Aunque en un principio el Imperio había querido
ocupar el planeta y utilizar a la población y sus recursos su obstinada
resistencia les había condenado a la total aniquilación. Ninguna nave había
logrado escapar del cerco y ahora Banzar esperaba que Ilbron acabara el
trabajo. La batalla se había alargado durante horas mientras las fuerzas ligonianas
eran aniquiladas una a una. Después de ello la Armada volvió a desplegarse
mientras una Esfera de Torpedos, la
estación espacial más poderosa con que contaba el arsenal imperial tras la
destrucción de la Estrella de la Muerte, se colocaba en órbita. Su cometido era
simple: bombardear la superficie con sus miles de torpedos de protones hasta que no quedara nada reconocible en Ligon
II. Diseñada originalmente para derribar por el simple peso de su potencia de
fuego los escudos planetarios más sofisticados, ahora estaba generando una
tormenta de fuego sobre aquel mundo, en el que tardarían décadas, sino siglos,
volver a sostener de nuevo vida.
–
¿Por qué tenemos que hacer esto Seek? – le dijo Congruit
aquella noche. Como muchas otras los dos oficiales habían cenado juntos en la
cabina de Banzar –. ¿Por qué estamos aquí? Esta no es nuestra galaxia. Sus
problemas no nos importan, no nos necesitan, ni nosotros a ellos. Tendríamos
que largarnos y enviarlo todo a la…
–
¿Estás loco? – exclamó Banzar interrumpiéndole –. Creo que has bebido demasiado
de esta cosa… verde. ¿No sabes lo que le ocurrió al Liberator?
–
Eso solo es propaganda – respondió quitándole importancia.
– Nunca habías hablado así.
– Y no lo hubiera hecho. Pero ahora
el Emperador está muerto. Y su poder
se ha extinguido en el universo.
» Cuando estuvimos en la Tierra… Es un paraíso donde humanos y
alienígenas convivían en paz. Y no era tan difícil. La Federación no es
corrupta como la Antigua República
como nos dijeron... Y está Shara.
– Así que es eso – indicó Banzar –.
¿De qué raza es?
– Denobulana – luego hubo una larga pausa entre los dos oficiales,
por fin Congruit alzó la vista y le miró a los ojos y prosiguió con serenidad y
convicción –. No soy el único. Varios oficiales están
conmigo. ¿Lo estarás tú?
–
¿Eso es todo a lo que se reduce? – le preguntó levantándose –. Con o contra ti.
No digas tonterías. A la más mínima sospecha… estaríais acabados.
–
Creo que la tripulación nos seguiría. Te repito: ¿lo harías también tú?
–
Vete a dormir Davith. Mañana verás las cosas más claras.
Su
primer oficial le miró durante un tiempo. Luego asintió decaído y tras
disculparse, se retiró, dejando solo a Banzar. Este permaneció sentado, se puso
más de aquello verde y pensó en lo que acababa de decirle Davith. El asunto era
muy peligroso y lo más posible era que dentro de la oficialidad había por lo
menos algún informante secreto del OSI con
la intención de evitar precisamente aquello. Conocía bien a su primer oficial y
en unos días, cuando se le hubiera pasado lo de aquel carguero, hablaría con
él, le haría razonar. También lo haría con los demás oficiales. Los conocía tan bien como a Davith, eran buenos
hombres, seguramente los mejores con los que había trabajado. Según le habían
comentado iban a tener unos días de descanso mientras se aprovisionaban, eso
relajaría la tensión de la campaña contra los ligonianos. No iba a permitir que
ningún alocado pusiera a su tripulación ni a su nave en peligro, donde por fin
se sentía a gusto desde hacía tanto tiempo.
USS Enterprise-E
El destino de la Enterprise ahora era la colonia reptiloide más importante que conocían
el resto de xindis. La cautela era
máxima, no sabían cómo podían recibirles.
–
Detectamos tres naves saliendo de un vortex
– informó Data desde la posición de operaciones.
–
En pantalla – ordenó Picard mirando a Riker. La respuesta a la pregunta de cómo
les iban a encontrar ya estaba resuelta, ahora faltaba saber cómo
reaccionarían. Se levantó de la silla, acercándose al centro del puente y
ordenó abrir un canal –. Les habla el capitán Jena-Luc Picard de la nave
estelar Enter...
No pudo concluir la frase ya que la Enterprise se zarandeó bajo el impacto
de varios disparos. Se alzaron los escudos y se activó la alerta roja.
–
Prepárense para responder el fuego – ordenó Riker mirando a Daniels.
– ¡No!
Desactiven el armamento – ordenó Picard tras recibir otras dos descargas. Se
estiró el uniforme y continuó su discurso –. Enterprise a naves xindi, venimos en misión diplomática. Repito
estamos en misión diplomática, con la intención de entablar conversaciones con sus
representantes – otros disparos hicieron que Picard tuviera que apoyarse en su
silla –. Venimos a ofrecer a los xindi una alianza contra una amenaza que nos
afecta a todos, pero solo se reunirá el Consejo xindi si los reptiles están representados.
Dicho esto dos de las naves se
alejaron, mientras la tercera se colocó enfilada frente a la Enterprise. En la pantalla apareció el
rostro de un reptiloide. Durante unos instantes humano y xindi se observaron.
La última vez que aquello había ocurrido Archer
intentaba detener al comandante Dolim
sobre la órbita de la Tierra a bordo del arma construida para destruir a la humanidad.
–
Humano – le dijo el reptiloide en un tono arrogante, retador –. Conocíamos tus
intenciones. Esto es la última advertencia, márchate o serás destruido.
–
Entonces seré destruido – dijo desafiante Picard –. Porque no pienso marcharme
sin haber hablado frente al Consejo. Y no pienso disparar contra ningún xindi.
El
reptil le miró con serenidad, luego cortó la comunicación.
Dos horas después apareció otra nave
y Picard recibió la indicación de transportarse a bordo. Riker insistió en que
se llevara a Daniels, pero Jean-Luc se negó tajante, de tal forma que su número
uno desistió.
Se materializó en el puente de mando
de la nave, rodeado de media docena de reptiloides. Sus uniformes no había
cambiado desde los archivos de Archer, ni tampoco la presencia amenazante de
aquellos xindis. En el centro estaba de pie un imponente guerrero, que estuvo
observando a Picard durante largo tiempo antes de hablar, cuya mirada tenía la
serenidad y la confianza de un gran líder, en una mezcla de curiosidad, recelo
y agresividad no disimulada bajo sus iris amarillos.
–
Diga lo que tenga que decir – dijo secamente.
–
La Federación ha sido atacada y
ocupada por una fuerza procedente...
–
Conocemos ese hecho – le interrumpió.
–
El Imperio no se detendrá ante nada
ni nadie – continuó Picard sin amedrentarse –. Después de vencer a la
Federación y el resto de sus aliados proseguirá sus conquistas. Y tarde o
temprano llegará a la Expansión,
llegará hasta los xindi y los someterá o destruirá.
–
Hace mucho tiempo otro ser también nos habló de que nos destruirían – le
respondió pausadamente el general reptiloide, en su voz aún había amargura,
rencor y cierta reminiscencia de vergüenza por haberse dejado engañar –. En
aquella ocasión serían los habitantes de la Tierra del futuro. Ahora estos nos dicen que otros procedentes de
otra galaxia harán lo mismo.
–
Mi pueblo ha sido ocupado. Mi gente ha sido esclavizada. No os hablo de
posibilidades, ni de futuros alternativos. Solo os digo que si no vencemos al
Imperio, este acabará con todos nosotros incluyendo a los xindi, ese es un
hecho que acabará sucediendo más tarde o más pronto. Y la única manera de
evitarlo es venciéndolo y par eso tenemos que unirnos todas las potencias de la
galaxia: la Federación, klingons, romulanos, cardassianos, gorns, tholianos, ferengis, las fuerzas del Dominion del cuadrante Alfa
y otros tantos pueblos que anhelan la libertad. Pero los xindi, otrora poderosa
raza, faltan en esa lista. Juntos de nuevo, poderosos y grandes. Estoy aquí
para corregir ese hecho.
–
¿Olvida que un humano les separó?
–
Por culpa de las mentiras de otros – puntualizó Picard.
La expresión del ser reptiloide era
profunda tras años de recelos. Eran un pueblo orgulloso, guerreros belicosos
que ahora estaban agraviados. Sí, aquella era la razón de su negativa, pensó
Picard. ¿Si no porque rechazar la lucha? Eran honorables y su honor se había
truncado con Dolan doscientos años atrás. ¿Cómo hacerle ver que sin ellos el Consejo
no se uniría de nuevo?
–
Estas últimas semanas he leído mucho sobre los xindi – reflexionó
Picard, como si estuviera ya todo perdido y quisiera concluir su alegato. En
realidad su último torpedo –. Eran un pueblo poderoso. Únicos en sus seis especies
que formaban un gran pueblo. Pero solo lo fue cuando estaba reunido alrededor
del Consejo: arbóreos, primates, acuáticos, insectoides y
reptiles. Entonces nadie podía pararles. Tan solo unidos erais poderosos. Las
cinco especies eran imparables.
–
Y un humano las separó – repitió el reptil, esta vez sin tanta convicción.
–
Archer en realidad tan solo os mostró la verdad. Y no es fácil reconocer que
uno ha sido engañado. Menos un orgulloso pueblo como el xindi de entonces. No
pido más que una reunión del Consejo para que entre todos se decida, de nuevo
juntos. Y ante el consejo me presentaré humilde, como representante de unos
planetas que han sido ocupados, cuyos amigos están prisioneros, pero que no
descansará hasta que expulse al Imperio Galáctico de todos nuestros mundos. Eso
o moriremos intentándolo hasta el último aliento del último de nosotros.
–
Palabras de un guerrero, no de un diplomático – reflexionó frunciendo el ceño y
quedando pensativo unos instantes –. Los xindi-reptiles somos guerreros. Nunca
nos hemos negado a luchar. Y puedo reconocer a otro guerrero cuando lo veo.
Archer también fue un gran guerrero y también arriesgó su vida para salvar a su
pueblo. Tu sangre es caliente terrícola, la nuestra fría, pero los dos somos
hermanos de espíritu. Asistiré al Consejo si el resto también asiste. Y te
escucharé. ¿Pero los otros lo harán?
–
Me prometieron asistir. Solo he pedido eso.
–
Que así sea, pues.
USS
Defiant
La
tormenta de plasma se abatía alrededor de la pequeña nave estelar mientras
esperaba a su cita. Aquel viaje a bordo de su querida nave alegraba a Sisko ya
que por unos días se había alejado de la planificación. El trabajo en la Base
Lirpa era agotador, la jornada de trabajo era de catorce horas, leyendo
informes, preparando memorándums, coordinado operaciones, organizando envíos...
Estaba directamente bajo los órdenes de Nechayev,
una mujer dura, lúcida y realista, también tenía la cualidad de decir lo que
pensaba. Poco a poco esta le había dejado las tareas tácticas y de coordinación,
mientas ellas ayudaba a Paris y a la
presidenta Troi a coordinar la cada
vez más intrincada alianza de la resistencia.
Pero
ahora estaba de nuevo a bordo de la Defiant
en una nueva misión.
–
Detectamos varias naves aproximándose, señor – informó O’Brien varias horas
después de espera.
Poco
después la característica proa alargada, formada por módulos cilíndricos
superpuestos uno encima del otro y coronada por una antena de comunicaciones de
la fragata Nebulon-B surgió entre los remolinos de plasma. Se detuvo
despacio y se colocó frente la Defiant,
junto a Raiders más característicos del maquis se colocaron a su lado.
–
Abra un canal – ordenó Sisko y segundos después apareció el rostro del líder
del marquis. El antiguo capitán Benjamin Maxwell.
–
Bien capitán Sisko como ve hemos accedido a vernos. ¿Cuál era esa propuesta tan
importante que tenía que hacernos?
En
ese momento el rostro de Maxwell se truncó, al aparecer detrás de la silla de
Sisko el legado Damar.
La
mirada de Maxwell estaba clavada en el antiguo líder de cardassia bajo el Dominion desde que entró en el comedor
de la Defiant.
–
Capitán Maxwell, le hemos pedido que venga para... – empezó a decir Sisko.
–
¿Nos cree tan estúpidos como para pactar con un cardassiano? – le interrumpió el antiguo capitán de la Flota con
brusquedad –. Sus tratados siempre han sido papel mojado.
–
Nuestro verdadero enemigo es el Imperio
– contestó Damar.
–
Nuestro no, legado Damar... El Imperio no nos ha atacado – replicó Maxwell.
–
Porque por ahora le interesa que Cardassia
luche contra ustedes. ¿O cree que olvidarán que tomaron una de sus fragatas? –
dijo Sisko y por fin Maxwell dejó de prestar atención a Damar, a quien miraba
con profundo odio –. Por ahora les han dejado danzar a sus anchas, mientras
hostigaban a las fuerzas de Broca.
¿Pero cuando tiempo cree que durará eso? Les están utilizando.
–
Estamos bien armados y preparados, capitán. Cuando llegue el momento sabremos
que hacer contra el Imperio.
–
Les han estado utilizando y armando.
–
¿Qué quiere decir con eso?
–
¿Conoce el nombre de Thomas Zepelin verdad?
–
Es uno de nuestros proveedores de armas – respondió Maxwell pensativo tras unos
instantes de silencio.
–
También les facilitó la información para capturar el Espíritu de Athos IV –
le recordó Sisko. Maxwell le observaba con recelo –. ¿No es cierto?
»
En realidad es un agente de la Inteligencia Imperial. El plan era que les llevara hasta nuestra base y así aniquilar la
resistencia de la Federación –
explicó Sisko –. Como ve, ya hace tiempo que son utilizados por el Imperio.
Maxwell
reflexionó durante unos instantes, pensando en aquella nueva información.
Conocía a Sisko y aunque no fuera un hombre con el que podría entablar una
estrecha amistad, sabía que no le mentiría. Cal Hudson, que había muerto luchando contra los cardassianos años
atrás, siempre había tenido en gran estima, incluso quiso que se uniera en el
maquis. Decía que era un hombre honorable, así que Maxwell decidió hacer caso a
su viejo amigo.
–
¿Cuál es su propuesta? – dijo al fin Maxwell con visible molestia y miró a
Damar.
–
Un tratado con Cardassia – anunció Damar –. El maquis dejará de atacar a
nuestras fuerzas, mientras que nosotros abandonaremos todos los planetas de la Zona Desmilitarizada y haremos que los
paramilitares se retiren.
–
¿Qué garantía puede darme? – le increpó Maxwell –. Si no estoy mal entendido
usted no tiene autoridad entre su gente.
–
La 2ª Orden de gul Jasad está al mando de la defensa
de la Zona Desmilitarizada y se ha unido a mi resistencia con todas sus fuerzas –
explicó Damar –. Con este trato permitirá enviar más naves a la frontera breen. En realidad quiero firmar un
acuerdo donde reconoceremos la soberanía de las colonias maquis independientes.
–
¿Qué validez tendrá ese tratado?
–
La validez del líder de la Unión
Cardassiana – dijo seguro de sí Damar –. Si quiere estoy dispuesto a
firmarlo aquí mismo. Las fuerzas de Jasad empezarán a replegarse en el momento
que se lo ordene.
– La palabra de un cardassiano siempre ha sido papel mojado – replicó Maxwell con terquedad –. ¿Por qué le creería ahora?
– Porque mi familia fue asesinada por orden de la líder del Dominion por levantarme en armas contra su tiranía – respondió con la mirada perdida en sus más dolorosos recuerdos –. Y la suya murió a manos de los míos durante la masacre de Setlikt III. Y he jurado sobre su recuerdo que nunca más permitiría tales crímenes.
Las miradas del humano y el cardassiano se cruzaron durante unos interminables segundos hasta que el primero terminó por convencerse de que el segundo decía la verdad.
–
¿Y que querrán de nosotros? – preguntó entonces Maxwell mirando a Sisko.
Conocía bien a los burócratas de la Flota Estelar, nunca daban nada
gratuitamente, siempre maquinando.
–
Nos gustaría que sus fuerzas se unieran a nosotros en la lucha contra el
Imperio – contestó Sisko –. Cada hombre, cada nave contará en la batalla.
–
¿Y tras la guerra? ¿Qué sucederá del maquis y sus miembros?
–
El Consejo se compromete a ofrecer una amnistía total, incluso para aquellos
que fueron liberados tras la invasión. Y a muchos nos gustaría que esas
colonias volvieran a la Federación.
–
Eso es mucho más difícil capitán. Usted mismo nos persiguió durante años. La
Federación nos dio la espalda – le recriminó Maxwell y luego se giró hacia Damar
–. Si su pueblo cumple lo que usted firmará hoy, querremos libertad para
construir nuestro propio futuro.
Planeta
del Consejo Xindi
El Consejo se celebró en el mismo lugar construido por la sexta raza xindi: la voladora, que no había logrado sobrevivir a la extinción del
planeta originario de aquella peculiar raza alienígena. Excavada en la roca
viva a cientos de metros de altura en unas escarpadas montañas de un remoto
mundo. La Enterprise había llegado
junto al representante reptil,
encontrándose en la órbita con naves de las otras cuatro especies.
Alrededor
de la mesa estaban de nuevo reunido los representantes acuáticos, arbóreos, primates, insectoides y los recién llegados reptiles. Picard se encontraba en
el centro y estaba preparado para emprender la parte más difícil de su tarea. Reconstruir aquella unión
había sido relativamente fácil, ahora debía convencerles para implicarse una
guerra que se libraba a años luz de sus territorios. Los representantes los
reptiles estaban incómodos después de dos siglos
apartados del resto de sus congéneres. Pero antes de que pudiera empezar con su
discurso, uno de los primates se alzó.
–
Mi nombre es Trenia – dijo solemne –. En el último Consejo un antepasado que
llevaba de Degra también se sentó en
esta mesa y fue asesinado por Dolim un reptil... – el representante de
esta especie, que lo último que esperaba era que le insultaran tan directamente hizo amago de levantarse.
» Pero
no fue su mano quien le clavó el cuchillo – se apresuró a decir Trenia, calmando al
representante reptil, que pareció relajar su cuerpo –. Sino la de otros que nos
engañaron: los Guardianes. ¿Y quién
nos abrió los ojos? Un terrícola – dijo señalando hacia Picard –, del mismo
planeta que queríamos destruir, llevados por ese mismo engaño.
» En aquella ocasión
luchamos no para salvar a la humanidad, sino para salvarnos a nosotros mismos. Mi
gente no guarda ningún rencor a los descendientes de Dolim por aquello. Nuestro
pueblo fue engañado y no éramos guiados de buena fe por aquellos que creíamos
nuestros amigos, nuestros aliados. ¿Se les puede culpar por ello cuando
pensaban que hacían lo mejor para nosotros?
–
Los reptiles, tal vez, cometimos un error. Pero creíamos en los Guardianes –
explicó el representante de estos con calma tras un largo silencio, era obvio que le costaba tener que
admitir aquello –. Ellos nos habían guiado, ellos habían creado el Consejo tras
la destrucción de nuestro planeta. Tal vez fuimos demasiado ingenuos y nos
dejamos llevar por nuestros instintos.
– Archer
entregó a mí antepasado una medalla de iniciación que procedía del futuro, la hemos guardado como prueba de que
los xindi seríamos algún día miembros de lo que llamó la Federación Unida de Planetas –
prosiguió Trenia –.
Acuáticos, arbóreos y primates la hemos estado observando en estos dos últimos
siglos y no es una organización muy distinta al Consejo Xindi. También
conocemos el ataque que han sufrido por parte de ese Imperio Galáctico procedente de otra galaxia. Y esta es una amenaza real, del
presente – dicho lo cual extrajo de su bolsillo una
pequeña pieza redonda que depositó sobre la mesa del Consejo –. Dentro de dos
siglos un xindi, como alguno de los que hoy estamos aquí reunidos, la llevará a
bordo de una nave de la Federación llamada Enterprise-J. Para mí esta medalla
es lo único que necesito para que los primates votemos a favor de unirnos ahora
a la Federación y luchar contra el Imperio. Y reconstruir todos juntos lo que
una vez estuvo unido.
–
Si los primates solo necesitan esto, nosotros igual – respondió el reptil
solemne –. Mejor presentar batalla ahora, que esperar a que lleguen.
–
Para nosotros nos valdrá lo mismo – prosiguió el arbóreo.
–
Ttctccttctcttttccc – asintió afirmativamente el insectoide.
El
último en hablar fue el acuático detrás de los cristales del estanque.
–
Uuuiiihuuuiii uuuii iihhhiiiuu uiihiu uuiihhiiiuu – «El Consejo ha hablado. Y nosotros no nos opondremos
a la voluntad del resto de xindis. Que así sea» dijo
el ser acuático que parecía balancearse como mecido en el agua que había más allá de la estancia.
–
Capitán Picard – le dijo el descendiente de Trenia –. Nuestras naves lucharán
junto a la Federación contra el Imperio Galáctico. Como lo haremos dentro de
doscientos años contra los constructores de esferas. Porque aquí nace hoy la
alianza entre los xindi y la Federación.
Annihilator
Vantorel
entró en sus cabinas personales, estaba agotado, así que se quitó la gorra y la
casaca que lanzó al sofá antes de sentarse en el otro extremo de este. Lo peor
de todo era que su cansancio se debía a una interminable reunión con los
gobernadores de los planes de clase A y B bajo su jurisdicción y no a una buena
lucha. Sin que dijera nada su sirviente le trajo una jarra de agua fría, que
dejó sobre la mesa que tenía frente al sofá y se retiró.
Entonces
apareció, transportado como por arte de magia, en el ops de Deep Space Nine. Pero sabía que no estaba allí. Había una luz irreal y el
lugar en sí era extraño. No estaba solo, a su alrededor estaba Sisko, Lepira, lord Darth Vader, y su criado Fan Dor. Pero sabía que no eran
ellos...
–
No deberíais estar aquí – dijo
entonces Darth Vader con su imponente voz metálica tras su respirador que le
permitía seguir con vida tras el duelo con su antiguo maestro Jedi en Mustafar.
–
Interrumpieron el juego – prosiguió
Sisko. –
¿Quiénes sois? ¿Los Profetas? – les
preguntó Vantorel.
–
El pueblo de Bajor nos llama así – respondió Lepira.
–
Bajor no es vuestro, debéis marcharos –
indicó Sisko.
–
¿Qué queréis de mí? – quiso saber Vantorel que por primera vez en muchos años
empezaba a ponerse nervioso.
Estaba
en la entrada del despacho de Sisko, con la representación Lepira sentado
detrás de su escritorio, con Vader y de Sisko detrás de él. A la izquierda,
junto a los sofás estaba Fan Dor mirándole, observando en silencio.
–
No deberías estar aquí – repitió Darth
Vader con su voz ronca.
–
El juego ha de continuar – dijo
Lepira que le lanzó la pelota de béisbol
de Sisko que hasta entonces había estado sobre el escritorio.
Al
cogerla se encontró de nuevo en sus aposentos a bordo de su destructor.
El oficial imperial se levantó de un
salto y tuvo la reacción de llamar a los guardias que había tras su puerta,
pero sabía que no podían hacer nada. Estaba a muchos años luz del agujero de
gusano y los Profetas eran lo suficientemente poderosos como para... En ese
momento Vantorel vio a Fan Dor que le observaba desde el umbral de la puerta
que daba a la zona de servicio.
El
kel dor asintió solemne. Su mirada había recuperado cierto brillo de antaño.
–
¿Son tan poderosos…? – se preguntó Vantorel en voz alta, a lo que Fan Dor
volvió a asentir con una firmeza que le heló la sangre.
»
Pero yo no puedo hacer nada – dijo resignado.
El
kel dor no dijo nada.
Tampoco
podría, Vader había hecho un buen trabajo muchos años atrás.
–
Puedes retirarte – le indicó Vantorel y su criado se giró y se marchó.
Vantorel
se sirvió otro vaso de agua fría y se acercó a la ventana. Sus aposentos
estaban situados en la base de la torre de mando y desde allí podía ver como el
casco se alargaba hacia la proa. Volvía a estar tranquilo. Muchos otros hombres
no lo estarían en sus circunstancias, pero él sí lo estaba. Ya había visto
muchas cosas extrañas al ser enviado como teniente a bordo de la nave personal
de Lord Darth Vader, tras salir de la Academia Naval Imperial. En aquel tiempo el Lord Oscuro del Sith se dedicaba a realizar misiones de especial delicadeza para Palpatine: en su mayor parte cazar a
los últimos Jedis renegados y
exterminarlos. Vantorel era el protegido de Vader, sin él no hubiera llegado a
asistir a la academia naval y gracias aquel destino el joven oficial escaló
puestos mucho más rápido y sin importar su ascendencia no humana. En aquellos
viajes fue cuando encontró con Fel Dor. Y donde había aprendido algo muy
importante: que la Fuerza no era
algo místico o mítico, sino algo muy real. Darth Vader se lo había demostrado
en más de una ocasión. No sabía que los Profetas tenían alguna relación con
todo aquello que había visto cuando era joven a las órdenes del poderoso
caballero del Sith... pero él podía distinguir a alguien con poder, de otro que
no lo tenía. Y los Profetas tenían mucho. Y no era bueno ir en contra de
alguien así.
Ahora
solo debía de decidir qué hacer tras la visita de los Profetas de Bajor.
Continuará…
Notas
de producción:
(1) La física quilíbrica, equivalente a la física quántica, en el que
el estado de un átomo es el resultado de un observador externo, fue definida
como una de las ideas falsas de la física elemental para los tollanos en
Stargate [Enigma (SG1, 1.16)]
Cuando hay capitulo nuevo,, me alegra el dia,,, es de lo mejor que estoy leyendo ultimamente. cada referencia, cada pequeño guiño es para disfrutarlo con calma y saborearlo despacio,,, espero que cuando acabes lo publiques o lo pongas para descargar,,,me gustaria ponerlo en mi biblioteca... Gracias por estos buenos ratos y no te demores con el proximo capitulo :)
ResponderEliminarLa verdad, quien me ha alegrado el día has sido tú. Como autor uno escribe lo que le gustaría leer y que esto además hada disfrutar a otros, es una recompensa que no tiene precio. Siendo el primero en disfrutar a la hora de incluir referencias, de buscarlas y de adaptar la idea original a esos detalles. Por ejemplo Bleth Tanni, que aparece en este capítulo, era un científico humano desaliñado e inteligente, pero al leer sobre los omwati me pareció que quedaba mejor como asesor científico del almirante Vantorel.
ResponderEliminarY bueno, espero en entre diciembre y enero, poder darle un empujón final y publicar los últimos capítulos con el desenlace de la historia. Aunque también hay algunas escenas eliminadas que las publicaré al final y una serie de relato paralelos, como la historia del USS Spirit que es la nave estelar mencionada por la princesa Leia que se encuentra en la galaxia de Star Wars, así como una historia más completa de Vantorel y Zhan antes de la invasión del Vía Láctea… Todo ello lo iré subiendo poco a poco. Estoy un poco retraso en colgar los capítulos en pdf, pero lo iré haciendo en las próximas semanas.
Gracias a ti Bel, y al resto de lectores, por leer este relato. Por favor, no dudéis en decir lo que os gusta, y lo que no acaba de haceros gracias. Todo comentario, os lo garantizo, será muy bien recibido.
Un fuerte saludo,
Llorenç Carbonell