domingo, 6 de noviembre de 2016

Crossover Star Trek - Star Wars. 29

Capítulo 8
Juego romulano
Cuarta parte.


Jupiter Station

            La estancia no tenía nada de especial: paredes grises y lisas, el techo gris, con varios focos. Una mesa cuadrada en el centro y dos sillas. ¿Qué había sido aquella habitación antes de convertirse en una sala de interrogatorios?, se preguntó Lepira sentado en una de las sillas.
            Al poco la puerta se abrió y entró el capitán Claus Gabar. Su mirada era fría y metódica tras sus ojos azul claro, casi transparentes. Sus facciones finas y agradables, eran las de un hombre atractivo, un completo seductor entre las mujeres, según le habían dicho. Lo que sí sabía Lepira era que tras aquella apariencia de no haber roto un plato se escondía un investigador metódico del departamento de asuntos internos. Tomó asiento y sonrió amablemente.
            – Bien general, hemos de continuar – dijo tranquilo, como si lo sintiera –. Explíqueme que les contó a los oficiales de la Flota Estelar.
            – Se lo he repetido un millón de veces. Aun así se lo volveré a decir. Mi idea original era hacerles creer que Zepelin trabajaría para ellos y localizar su base. Pero cuando fui descubierto por el comandante Zahn, decidí que la única manera de escapar era decir que quería desertar, por lo que les indiqué que era mayor del ubictorado y que trabajaba como agente encubierto en el sector de Bajor bajo el mando del general Elgrin. Que operaba bajo la tapadera de un terrícola llamado Thomas Zepelin y que utilizo mi compañía de transporte para recabar información....
            En otra sala Daran observaba la imagen holográfica junto al jefe del Contraespionaje Interno el coronel Nass.
            – ¿Le han sondeado?
            – Sí, tanto con telépatas, como con nuestros equipos, todos indican que no miente y por ahora nunca se ha contrariado. Pero fue entrenado para soportar sondeos telepáticos – respondió Nass.
            – Tiene memoria eidética... por eso le reclutó Zahn. Y es muy inteligente.
            – Es casi imposible que nos pueda engañar, señor.
            – Pero no completamente imposible – reflexionó Daran en voz alta.
            Miraba la holoimagen de Lepira, al que conocía desde hacía años, y sabía que el corelliano mentía. La primera lección de contrainteligencia que este había aprendido había sido que la mayor mentira ha de estar envuelta en una gran verdad. Y su profesor había sido Zahn. Por eso sabía que todo lo que decía era una fábula. Él mismo había supervisado las torturas de Zahn cuando se enteraron de su traición al Emperador, mientras que había sido Lepira quien las ejecutaba, con un sadismo y una entrega que jamás había visto y no creía que volviera a ver. Recordaba que en sus ojos podía ver el odio y el placer que sentía al aplastar los huesos de la mano de su antiguo mentor con drogas potenciadoras del dolor. Conocía muy bien a Zahn, quien una vez había sido su mejor amigo y confidente, por lo que este nunca perdonaría al corelliano, a quien habría disparado a la cabeza nada más verle. No era de los que olvidaban un juramento, y había prometido matar a Theron muchas veces mientras este le torturaba.
            Lo que le recordaba la presencia de Zahn en los Nuevos Territorios. Si es que eso también era cierto. Lo cierto era que la rebelión les siguiera hasta allí era algo que tenía que ocurrir con el tiempo. Que fuera Zahn y no otro quien estuviera allí era incluso lógico. Sabía que desde su posición en la inteligencia rebelde su viejo amigo le había seguido los pasos, incluso habían descubierto a varios de los agentes que este había querido infiltrar entre sus fuerzas. También conocía lo bueno que era, incluso mejor que él en el trabajo de campo, eso debía de reconocérselo. Daran era el político, el ambicioso, Zahn siempre fue hombre de acción. Y Eckener el analista. ¿El más inteligente de los tres? Tenía que reconocer que los tres eran iguales en ese aspecto.
            Sabía que Lepira mentía, pero por lo menos serviría para un propósito: cazar a Zahn.
            Daran entró en la estancia cuando el corelliano indicaba las naves que había visto en órbita de Laredo.
            El interrogador se interrumpió, se levantó y salió de la estancia. Solos Lepira y Daran se miraron a los ojos durante unos segundos.
            – Señor, es un honor estar en su presencia – dijo Lepira servicial.
            – Ahórrate las formalidades. Hace mucho que nos conocemos – replicó Daran afablemente tomando asiento –. ¿Por qué te dejó ir?
            – Zahn... Él no quería. Pero la Flota Estelar le convenció o le obligó, no lo sé. Desde el momento en que me descubrió me tuvieron aislado. Cuando acordamos la forma de comunicarnos en el futuro me transportaron directamente a la nave que me llevó a Bajor.
            – Una gran jugada – indicó Daran más relajado, incluso se recostó en la silla –. Y arriesgada.
            –Les hice creer que ya no era leal al Nuevo Orden. Conozco bien Bajor, así que inventé una razón plausible para ello. Era la única manera de poder salir de allí. Aunque a estas alturas ya habrán evacuado su base.
            – La estamos buscando con los datos que nos indicaste. Una lluvia de probots está cayendo por todos los sistemas cercanos a cualquier nebulosa roja del espacio conocido. No tardaremos en identificar el planeta y mandar una escuadra para descubrir el lugar.
            » Trabajarás bajo vigilancia – anunció entonces Daran levantándose –. No estoy totalmente convencido de tu historia, un tanto literaria…
            – Amo al Imperio señor. Jamás traicionaría al Nuevo Orden. Jamás – le interrumpió Lepira con tal convección que incluso se asustó. Había trabajado codo con codo con Daran desde hacía mucho tiempo y este conocía su ciega lealtad al Imperio, probada y ratificada durante las jornadas que tuvo que torturar a su mentor, a la persona que era un padre para él. Sabía que amaba el Nuevo Orden y así seguiría si no hubiera sido por los Profetas. Eso era lo que convencería a Daran y dejaría continuar su misión.
            – Estas en un lugar del que no puedo apartarte, por ahora eres irremplazable. Y eso es decir mucho. Pero ya no trabajaras solo. El coronel Nass supervisará tu libertad y tu trabajo. Mientras yo mismo encabezaré la comisión que te facilitará los mensajes que envíes a tus nuevos amigos.
            – Sí señor – respondió el corelliano entusiasmado.
            – Hace tiempo que no me dedico a esto y creo que lo echaba de menos.


FGN-34748

            La pequeña Peterson se colocó junto a la estación orbital y los ingenieros empezaron a trabajar en su reparación. Acababa de regresar de una incursión sobre un convoy que se dirigía a Berengaria junto a la Hauch y la Ti’Shur. Donde el Imperio había instalado en aquel planeta de la Federación una de sus bases navales más importantes de aquellos sectores y lo habían estado reforzando en las últimos semanas. La misión de las tres naves era interceptar los cargueros que trasladaban las defensas planetarias que llevaban, así como sus escoltas. Pero el convoy estaba fuertemente defendido, y aunque habían logrado dar caza a la mayor parte de sus escoltas y a varios transportes, las pérdidas habían sido elevadas ya que la Ti’Shur no había regresado y la Peterson había sufrido serios daños.
            Mientras Amasov observaba los daños de la pequeña nave de la clase Saber, pensaba en la orden del almirante Paris que acababa de recibir para lanzar un ataque contra la defensas de Berengaria. Se estaba forzando demasiado a su grupo y eso no le gustaba. Había perdido cuatro naves desde que había iniciado las operaciones de guerrilla y aunque le habían enviado nuevos reemplazos sabía que sus recursos eran más que limitados tanto en hombres, como en naves. Y por si fuera poco los imperiales no eran fáciles de reducir. Luchaban con fiereza: sabían que estaban solos, que allí nadie les quería y que en realidad no tenían escapatoria: luchar o morir. Era como si estuvieran desesperados y en cierta forma lo estaban. Según Skar, el responsable de inteligencia de su célula de inteligencia, la moral de los prisioneros había descendido, sobre todo tras la muerte del Emperador. Incluso la Endeavour, su propia nave, había encontrado a un pequeño grupo de desertores a bordo de una lanzadera, quienes les habían proporcionado interesantes informaciones sobre la guarnición de Berengaria y su base logística. Ahora tenía que probar esas defensas y destruirlas.
            El plan era sencillo: atacar el próximo convoy junto al sistema, obligando a las naves de protección a salir y atacarles. Pero aquella incursión iba a ser un señuelo, al mismo tiempo se lanzaría contra las instalaciones orbitales, reforzadas hacía poco para neutralizarlas. Por lo menos las órdenes de Paris eran concisas en un detalle: si la resistencia era demasiado fuerte podían retirarse a su discreción. Y como el mando operacional era suyo había preparado una pequeña incursión de comando en el planeta para ayudar en el ataque espacial. Si todo salía bien reduciría con la presencia enemiga en Berengaria durante un tiempo.
            Tras estas reflexiones Amasov regresó a su escritorio y prosiguió con los preparativos. No le gustaba la idea y aunque era muy escrupuloso con la seguridad, decidió aumentar el número de naves que siempre estaban fuera de la base, de una tercera parte a la mitad. Varias cubiertas por debajo de su despacho los comandos simulaban el asalto a los depósitos imperiales una y otra vez en la holocubierta.


USS Enterprise-E

            El Devoras viró frente a lo que había sido la pantalla principal del puente, arrancada durante la batalla contra los remanos y se ocultó entre las estrellas. Se había pedido a la una nave de reparaciones de espacio profundo, llegando la USS Annie y la Hemingway para remolcarles hasta Atgot Prime. A pesar de las bajas la misión había sido coronada con éxito y se había firmado un acuerdo incluso más amplio de lo que se pretendía en un principio.
            El Tratado de Bassen anulaba el de Algeron, reconociendo las dos potencias en un marco de igualdad: Federación e Imperio Romulano. Eso hacía que la Zona Neutral pasara definitivamente a la historia. La única cláusula que se mantendría sería la prohibición por parte de la Flota Estelar de los sistemas de ocultación una vez expulsado al mutuo enemigo, concesión a los Romulanos a los que aún les costaba olvidar trescientos años de hostilidad. La cooperación militar y de inteligencia, incluyendo el desarrollo de nuevo armamento, sería total durante la lucha contra el Imperio y se establecía una embajada de enlace tanto romulana, como de la Federación. El senador Letant y un pequeño grupo de colaboradores ya estaban a bordo de la Enterprise para unirse al Alto Mando Aliado que se estaba formando alrededor del almirante Paris y la presidenta Troi. A su vez el embajador Engon viajaba a bordo del Valdore junto al gobierno de Romulus en el exilio.
            Aquellos eran los puntos hasta que el Imperio Galáctico fuera expulsado de la VíaLáctea. Tras la victoria se potenciarían los contactos e intercambios científicos, culturales y comerciales y se llevarían políticas extra-galácticas y de carácter defensivo de forma conjunta.
            Ahora el procónsul Hiren era el máximo dirigente del Imperio Romulano tras la drástica eliminación el Comité Continuo, que además de ser barrido de la faz de la galaxia con el rayo talaron de Shinzon había quedado anulado de la constitución romulana. A su vez el viceproconsul M’Ret había sido restituido en su cargo, como vicepresidente del Senado. La política de unificación con los vulcanos sería llevada por este y aunque tan solo se centraría a niveles culturales, era un principio largamente esperado, porque ahora era la política oficial del Senado de Romulus sin usar la agresión. Spock regresaría con ellos y ocuparía su lugar en el Consejo de la Federación, siendo además el valedor de los romulanos frente a la Federación.
            – Al final, todo ha ido mejor de lo que esperaba – comentó Spock. Estaban en el despacho de Picard, que había abierto una botella de vino de la centenaria bodega de su familia.
            » Pero creo que el resultado será duradero, lástima que haya tenido que morir muchos – se lamentó mirando la copa de vino tinto –. Y los daños de su propia nave.
            – Las naves se reparan – replicó Picard.
            – Y se fabrican nuevas – prosiguió Spock, quien ya había servido en dos naves que habían llegado el nombre de Enterprise y su legendaria matrícula –. Aun así que con su acción salvaran a lo que quedaba del senado, le garantizo que no ha pasado inadvertido ante Hiren. Se hablaba de conceder la Medalla del Honor a Riker por su acción. Nunca se ha concedido a un no romulano. Es su máxima condecoración.
            – Mi Número Uno estará encantando, sería el broche para lo que ya se conoce como la Segunda Maniobra Riker – contestó con una sonrisa, que pronto se tornó en una expresión más sombría –. De todo lo que ha ocurrido lo que menos me ha gustado ha sido entregar al virrey Vkrok a Koval.
            Sabía que sería torturado y ejecutado, posiblemente de manera pública y cruel.
            – ¿A pesar de querer capturarlo para obtener el ADN que necesitaba Shinzon para vivir, matándole en el proceso? – le preguntó Spock.
            Eso le recordó a Picard que el líder de los remanos había sido un clon suyo. Aquello le había perturbado sobremanera, por las implicaciones morales que aquello suponía.
            – Le hemos ofrecido inmunidad para no ser entregado a los romulanos, pero se ha negado – explicó Picard.
            – Los remanos son un pueblo orgulloso, han sufrido mucho, y ahora lo están haciéndoselo pagar a los romulanos – reflexionó Spock, que a pesar de todo no dudaba del sufrimiento que padecerían cuando la guerra finalizara. Los romulanos no habían controlado las emociones con la lógica como los vulcanos y sabía que entre sus primos hervía el ansia de vengarse de los remanos. Sería una espiral de violencia que tardaría en sofocarse.
            » Bueno capitán, ahora solo hemos de conservar esta confianza que tan duramente hemos conseguido – dijo cambiando de tema.
            – Y lo haremos embajador. Nos costará, pero lo haremos.
            – Y ante esta nueva colaboración, Koval me ha entregado los planos de un dispositivo, una nueva arma en realidad, en el que están trabajando, pero que no han logrado estabilizar. Me gustaría que los ingenieros de su nave ayudaran en su estudio, podría sernos muy útil en el futuro cercano.
            – Así se lo diré a Geordi y a Dara. Mientras tanto me gustaría que me ayudara en cumplir una promesa que le hice hace ya tiempo a un hombre.
            – Si está en mi mano.
            – Usted tiene contactos entre los romulanos y solo es entregar una carta a la familia del almirante Alidar Jarok. Me pidió que cuando llegara el día se la haría llegar a su hija. Y creo que ha llegado el momento.
            – Por supuesto, se la entregaré al M’Ret, él encontrará la familia Jarok. Y sabe una cosa capitán, yo también creo que ha llegado ese momento.


Deneva

            El capitán Seek Banzar de la Lokonor descendió hasta las instalaciones en su lanzadera TIE para asistir a una reunión de situación. Había pasado los últimos meses persiguiendo fantasmas por todo el cuadrante junto al Temible. Y lo único que habían conseguido era cazar unos cuantos piratas y renegados de poca importancia. Nada de esa resistencia que se decía que la Flota Estelar había conseguido formar. Ahora les habían dado nuevas órdenes y esperaba que su trabajo sirviera para algo.
            En la reunión, presidida por un oficial de estado mayor, habían asistido los comandantes de las diferentes naves que iban a forma la 8ª Ala de Ataque. Su próximo objetivo sería reducir a escombros a los ligoniaos que se había resistido tenazmente a la ocupación durante los últimos meses y el Alto Mando quería acabar con aquella inútil actitud para siempre. Según los informes los ligosianos se habían extendido en los últimos décadas a lo largo de numerosos sistemas estelares, fundado colonias y ampliando su territorio. En el 2368 su expansión se había topado con los corvallen y había estallado un conflicto que había durado hasta el 2373, cuando la Federación intervino para acabar con la guerra. Según había leído la única razón para ello había sido reducir tensiones ante el inminente conflicto que esta iba a librar contra el Dominion ya que su flota necesitaba todas las naves, incluidas las que habían sido destacadas en el sector para proteger sus propios intereses económicos. Por tanto cuando el Imperio había atacado los ligosianos poseían aun un importante contingente de combate, hombres adiestrados y bastante experiencia acumulada. Tras la ocupación de algunos de sus planetas estos habían respondido con mucha fiereza. Ahora iba a recibir su merecido.
            Tras la reunión, que se alargó varias horas, Banzar le preguntó a un oficial de la base como estaba la situación para visitar la colonia. Quería que su tripulación pudiera tomarse un descansado en la superficie tras los meses de acción constante y como iban a estar varios días antes de partir, creía que eso podría ser bueno para la moral de sus hombres. Este le recomendó que no saliera de la ciudad, pero en esta la seguridad estaba completamente garantizada.
            Para ello la 8ª Ala de Ataque de la II Flota Imperial se estaba concentrando en órbita a Deneva. Aquella colonia de la Federación se había resistido a la ocupación inicial, aunque su importante población humana y su estratégica ubicación habían evitado que la atmósfera fuera vaporizada como otros mundos ante la invasión. La resistencia estaba formada por los colonos armados a toda prisa por los miembros de la Flota Estelar y aunque los combates se había apoyado en las cuevas del planeta, finalmente había sido aplastada tras la irrupción de un Corps en las ciudades más pobladas. Ahora los únicos restos de resistencia se veían en los edificios destruidos y en la baja moral de la población esquilmada tras las purgas que siguieron a su conquista. Para mantener vivo el recuerdo del poder del Imperio este había instalado en las colinas que dominaban la capital una de sus guarniciones grises y amenazadoras, allí donde se había alzado las amplias instalaciones de la antigua base de suministros que la Flota y que ahora usaba la Armada. Mientras las patrullas de stormtroopers a bordo de sus motos deslizadoras 74-Z y blindados repulsores no dejaban lugar al olvido de su presencia.
            El centro de la capital tenía doscientos años con edificios de acero y cristal, grandes jardines y transportes sobre raíles elevados que atravesaban la urbe de un extremo a otro. Paseó por las calles, donde su presencia siempre estaba acompañada de la murmuración de los habitantes, que agachaban la cabeza o se cambiaban de acera. La mayoría eran humanos, descendientes de los primeros colonos de la Tierra, pero la población había crecido mucho y con mucha variedad tras el ataque el siglo anterior de unos parásitos neurales, de maneta que por las avenidas y plazas vio también a vulcanos, hekaranos, napeans o megaritas. Por otro lado la presencia imperial también era considerable, cada dos por tres se encontraba con patrullas de stormtroopers o aparecía una de aquellas macizas fortalezas flotantes VAPr A9.
            Escogió una terraza para sentarse y tomarse algo junto a una plaza en cuyo centro había un estanque donde se alzaban varias esculturas decorativas. No había ninguna nube en el azulado cielo y estar al sol caliente era agradable para descansar después de la larga y aburrida conferencia, que había tratado de la descripción de la tecnología y las tácticas ligosiana. Una hermosa hembra ellora le preguntó que quería tomar y no tardó en traerle la bebida que había pedido, todo ello con una expresión de desagrado que no podía ocultar. Aun así Banzar permaneció en aquel bar y por unos minutos se sintió tranquilo, como no se había sentido en muchos años.
            Aquel planeta le recordaba mucho a su mundo natal de Bakura, se encontraba en el BordeExterior, pero estaba lo suficientemente lejos de cualquier parte como para no haber sufrido mucho los azotes de las GuerrasClon. Por lo que había sido un lugar tranquilo donde muchas especies convivían en paz, por lo menos así ocurría en su juventud, antes de que llegara el Imperio. Era una colonia bastante avanzada y por lo tanto la moderna arquitectura de Deneva era muy parecida y tampoco tenía la aglomeración de habitantes que había visto en la Tierra. En la ciudad donde había nacido también había un transporte elevado, aunque repulsor y no de raíles, como allí. Aquello quedaba muy lejos y no tanto en la distancia, como en el tiempo. Mientras se tomaba despacio su raktajino, otra delicia que había probado en la Tierra y que ya se había aficionado, pensó en la gente que había conocido allí. ¿Qué carreras había estudiado los amigos de su pandilla juvenil? ¿Se habrían casado y tenido hijos? ¿Qué habría sido de aquella chica tan hermosa de la que había estado enamorado? Toryn Farr se llamaba. No había vuelto a su planeta ni pensar en todo aquello desde que le alistaron. Era un tiempo muy lejano.
            Se sacudió la cabeza para alejar aquellos pensamientos, apuró el raktajino y tras pagar regresó a la base para subir a su nave. La Lokonor y el resto de la 8ª Ala de Ataque partieron varios días después, en los que Banzar no tuvo ni un momento de respiro mientras se preparaba para la nueva campaña.


FGN-34748

            La operación contra la base logística de Berengaria, en la que iban a participar trece naves estelares, estaba lista para iniciarse y Amasov se encontraba a bordo del Endeavour a punto de salir. La recién asignada Trial y la Kumari de tripulación andoriana ya habían partido y tomado posiciones, el resto estaba concentrada. Lo esencial de la operación era la sincronización por tanto el primer grupo de comandos estaría en aquel momento infiltrándose en el planeta a bordo de un carguero ferengi. Y un segundo equipo estaría a punto de hacerlo en otra nave civil procedente de Peliar Zel.
            Fue en ese momento cuando surgieron del hiperespacio un grupo de combate imperial. Aparecieron rodeando el sistema y desplegados ya en formación de ataque, con la gigantesca eslora del superdestructor como punta de lanza. La alerta roja y las estaciones de batalla sonaron abordo de todas las naves estelares.
            La línea de destructores empezó a avanzar mientras una maraña de cazas y lanzaderas armadas salían de sus hangares. Por su parte las naves estelares se concentraron en una línea alrededor de la estación orbital. Tenían al enemigo muy cerca y cerrándoles el paso ante una huida rápida, aunque a ninguno de los capitanes se le ocurrió aquella alternativa.
            – Aquí el capitán Amasov: Peterson y Aurora preparen una acción ofensiva patrón Delta 8 dispersión máxima sobre el destructor de babor. Ti’Shur, Jenolen y John Kelly hagan lo propio con el destructor de la derecha. Hauch, WhiteWolf, Archer, Boeing y Endeavor prepárense para un ataque frontal al superdestructor en despliegue patrón Delta 4 con fuego concentrado. Solo un ataque, después rompan la formación y salgan del sistema. Hispaniola evacue la estación. En cuanto ejecuten las maniobras de ataque, dispérsense. Buena suerte.
            – Las naves están respondiendo afirmativamente, señor – informó su primera oficial.
            – ¡Vamos allá! – ordenó Amasov sentándose en la silla de capitán.
            Las naves estelares saltaron de sus posiciones y con los motores de impulso a máxima potencia aceleraron hacia sus enemigos. Quienes, sorprendido ante la rapidez del contraataque fueron sorprendidos por las primeras de torpedos y disparos de phaser, que alcanzaron sus escudos. Aun así se recobraron con rapidez y una cortina de fuego de turboláser cayó sobre el grupo Botany Bay. Las primeras en ser alcanzadas fueron el White Wolf y la Boeing que cayeron presas de las baterías principales del gigantesco Conqueror. Con rápidas maniobras y sin dejar de disparar el resto atacaron a sus respectivas presas, hasta que en un ataque suicida la Hauch se lanzó contra la torre del mando del superdestructor, siendo vaporizada por el fuego concentrado de las defensas pesadas de la nave.
            Mientras tanto la Hispaniola transportaba a todos los ocupantes de la estación y tras lanzar dos torpedos de fotones contra esta se alejó del planeta esquivando, no con cierta dificultad, a las naves de piquete que bloqueaban la huida del sistema.


USS Peterson

            Las luces rojas de la alerta y la sirena de alarma resonaban por todas las estancias de la nave. El capitán Dankhal salió de su despacho.
            – ¿Situación? – pregunto mientras se sentaba en su silla.
            – Detectamos 48 naves enemigas – informó con voz nerviosa la joven alférez napean de seguridad que estaba de guardia –. Un superdestructor, once destructores de diversas clases y el resto naves menores.
            – ¿Situación de las reparaciones?
            – Reactor en línea, escudos al 80%, armamento operativo – respondió el oficial de operaciones.
            – Recibimos comunicación del Endeavour – indicó el oficial táctico, que acababa de llegar al puente.
            – En pantalla – dijo Dankhal, apareciendo el veterano capitán Amasov, que someramente dio las órdenes que debían seguir las naves estelares.
            » Ya han oído – se limitó a decir Dankhal cuando en la pantalla principal volvió a aparecer la formación imperial aproximándose, con sus cazas de piquete ya acercándose a ellos. El capitán de la Peterson no entendía porque el enemigo se empeñaba en utilizar aquellos pequeños vehículos que eran tan fáciles de destruir, era un derroche inútil de vidas y recursos –. Aumenten escudos frontales, armamento máxima potencia, carguen torpedos.
            » Alférez Sarat – indicó a su piloto –, marque rumbo de evasión y un cálculo astrométrico al sector 25712.
            » A toda la tripulación, estamos rodeados, así que intentaremos romper el cerco y saltar al hiperespacio. No tenemos la intención de entablar batalla más allá de lo imprescindible, así que será corta y violenta. Dankhal fuera.
            La nave se colocó en posición junto a la Aurora para atacar el ala de babor enemiga. Su objetivo era un destructor de la clase Imperial, con sus 1600 metros de largo y 135 puntos de fuego, era un objetivo muy protegido a batir. La nave que le apoyaría era una modificación de la clase Nova, que se encontraba al mando de la respetada capitana Shelby que acaba de llegar desde otra base de la resistencia. Se comunicó con esta para trazar el rumbo y coordinar el ataque.


El Conqueror

            Observando la destrucción de las naves estelares el gran almirante Gorder se jactaba de la inutilidad de sus oficiales. A su lado Eckener no podía ocultar su mirada de desprecio. Había llegado a la conclusión que era un táctico mediocre y no soportaba el desdén que tenía hacia los valientes oficiales de la flota que no habían dudado en enfrentarse contra el Conqueror y sus cientos de cañones turbolásers y de iones. A lo largo de los aquellos años que había estado estudiando y analizando la galaxia había acabado por admirar a la Flota Estelar. Había vivido muchos años en la Tierra y les conocía bien y ya le había advertido en varias ocasiones a Daran: que el verdadero gran enemigo del Imperio sería la Federación. Y aquel último sacrificio de sus hombres lo demostraba con creces. Si no acababan con aquella resistencia con rapidez, esta tarde o temprano acabaría por vencerles a ellos. Eran tenaces, audaces y mucho más temibles en batalla de lo que podía parecer. Ahora tenía que exterminarlos uno a uno. Y no era una tarea nada sencilla. Aquel era el primer ataque sobre un grupo importante de resistencia desde que había recibido la orden de Daran y le había costado mucho localizar su base logística.
            – Ahora esos bastardos tienen capacidad de hiperespacio – ladró Gorder después de que las naves que habían sobrepasado la línea imperial hubiera desaparecido acelerando más allá de la velocidad de la luz –. Seguro que ahora creerán que podrán vencernos.
            Que adaptaran aquella tecnología estaba en los informes iniciales de la planificación de la invasión y se habían repetido en todas las previsiones de inteligencia que él había elaborado. Pensó Eckener, pero no se lo recordó al gran almirante. No creía que se hubiera leído ninguno de los memorándums preparados para los oficiales superiores y recordarse ahora tampoco serviría de nada. Así que el jefe del ubictorado se limitó a preguntar por los datos de las naves que habían logrado huir.
            – En total han sido seis, señor – le informó el comandante del superdestructor el capitán Crol –. La Hispaniola, el Archer, la Jenolen, la JohnKelly, la Peterson y una nave no identificada, modificación de la clase Nova.
            Por un instante Eckener se centró en el holograma táctico de aquel nuevo tipo de nave. No tenía constancia de ninguna modificación de las pequeñas naves científicas, pero con aquellas cuatro barquillas de curvatura su velocidad se habría incrementado considerablemente, pero que no tuviera número de serie le sorprendió. ¿Habría la Flota empezado a construir nuevas naves? Si eso era así había subestimado la reorganización de su resistencia y era un dato muy preocupante. Por otro la Hispaniola era una nave de la clase Mediterranean, un transporte que estaba listo para trasladar el personal de la estación de mantenimiento y con ellos la valiosa información que necesitaba. Que la hubieran dejado escapar era un error imperdonable. Las naves de la Flota Estelar se habían limitado a eludir la batalla, y el sacrificio de una de ellas había permitido escapar al resto. Habían reaccionado más rápido de lo que imaginaba, demostrando que el despliegue de Gorden no había sido para nada efectivo. Y ese era un error que no volvería a ocurrir.
            – Como ordenó la Endeavor está siendo asaltada por nuestros soldados de asalto Cero-G, señor – prosiguió con su informe Crol.
            – Recuérdeles que quiero al capitán Amasov vivo. Y capturen a todos los supervivientes de la Flota Estelar que puedan. Quiero que sean interrogados.
            Amasov iba a ser el primero de los capitanes que había identificado como líderes de la resistencia, y pronto le seguiría Picard, DeSoto, Sheridan y el resto.
            – Sí señor.
            – Por cierto, ¿quién dejó escapar a la Hispaniola?
            – El cuadrante por donde logró huir estaba a cargo de la fragata Koro.
            – Que arresten a su comandante bajo los cargos de alta traición.
            – ¿Cómo dice? – espetó Gorden detrás de ellos.
            – Lo que ha oído – respondió tranquilo Eckener –. Ese capitán dejó escapar a una nave estelar con información vital.
            – Este no es el Executor – “ni usted es Darth Vader” le faltó decir a Gorden desafiante. Como oficial profesional odiaba que otros hombres se entrometieran en los asuntos de la marina, como había hecho el vasallo del Emperador en Hoth –. ¿Cómo sucedió?
            – La Hispaniola lanzó una hondonada de torpedos de fotones, dañando gravemente a la Koro. Señor – explicó Crol tratando de justificar la actuación del compañero de la Armada.
            – Ve, no pudo hacer nada – indicó Gorden satisfecho.
            – Aun así me gustaría que se investigara.
            – Como quiera. Yo mismo me ocuparé del tema. Gracias Crol ya puede retirarse.
            Eckener observó al gran almirante y asintió, como si estuviera convencido. Si quería jugar, pensó el jefe de espías, jugarían.


El Annihilator

            Si había algo que Vantorel odiara más que nada en aquel universo era el papeleo que debía de hacer ahora que su cargo era el equivalente al de un gran moff. En aquellos momentos estaba leyendo el informe enviado por el general Premlal, gobernador del planeta Trill. Este había sido uno de los primeros planetas en ser ocupado y donde se había construido la primera Base Imperial permanente. En realidad se habían alzado cuatro guarniciones en todo el planeta y los efectivos equivalían a todo un Grupo de Batalla: una división en tiempos de la Antigua República. Con 14.890 hombres, 676 repulsores y 212 tanques pesados, además de cazas TIE y un sin fin de técnicos que sumaban veinte mil efectivos. El grueso de aquella fuerza estaba compuesto por los stormtroopers de elite, cosa que no se podía decir de todos las fuerzas que habían participado en la invasión. Muchas de los soldados de ejército y tripulantes de naves procedían del reclutamiento forzoso, que eran de poca confianza.
            Trill era una de las razones por las que conquistar aquellos territorios. Y curiosamente gracias a lo que más asqueroso que tenía aquel planeta. Sentía auténtica repugnancia a la unión de los humanoides trill con sus simbiontes. Tan solo el pensar en que voluntariamente los humanoides se introducían una babosa en su interior le daban nauseas. Según su holoinforme la unión era simbiótica, pero a Vantorel le parecía que eran auténticos parásitos, capaces de matar al huésped si se los extraían. Pero todo lo malo del universo siempre tenía algo positivo y en este caso era el hábitat de aquellas babosas tenían en su mundo: las cuevas de Mak’ala o más exactamente el líquido lechoso donde residían. Este era rico en nutrientes con propiedades muy parecidas al preciado bacta. En su galaxia el bacta tan solo se encontraba en el planeta Thyferra, y consistía en un líquido químico sintético conocido como kavan, que tenía propiedades curativas para la mayoría de las especies al sanar la mayoría de las heridas y enfermedades. Esa cualidad le convertía en un material estratégico de primer orden en su galaxia que todo el mundo ansiaba y necesitaba controlar. Pero con aquellas cuevas en poder del Imperio, este tendría a su alcance todo el bacta que quisiera y con un coste infinitamente menor. No solo porque ya no tendrían que comprarlo a una de las dos compañías de Thyferra que lo producían y distribuían, si no por que el producto de trill era de origen natural y simplificaba el proceso de producción. Además según el informe de los técnicos allí destinados, también tenía una capacidad aun mayor de curación que el bacta original.
            El informe de Premlal también indicaba el despliegue de las fuerzas imperiales y las dificultades que habían tenido, aunque casi todas ellas eran de origen logístico, algo demasiado típico en aquella ingente invasión. Trill tenía una población pacífica y muy poco armada aunque se habían producido manifestaciones y protestas ante el futuro de los simbiontes, que habían sido disueltas simplemente con la presencia de un grupo de los amenazantes andadores AT-AT y el despliegue de una legión de soldados de asalto, sin que fuera necesario el uso de la fuerza bruta. Al mismo tiempo se había permitido a los representantes de los guardianes, los responsables de cuidar a los simbiontes, regresaran parcialmente a las cuevas para continuar su labor. Ahora el planeta era un lugar tranquilo y los técnicos imperiales trabajaban en las cuevas Mak’ala con seguridad. Además había escogido a Premlal porque era un oficial inteligente y sabía que una presión excesiva podría ser contraproducente, así que autorizó las acciones que este había iniciado para apaciguar el planeta.
            Vantorel dejó el cuaderno de datos sobre la mesa cuando acabó de leerlo. Estaba cansado y aún tenía por delante otros informes: como el de las escaramuzas entre cardassianos y breens. Una petición del inepto gobernador de Klaestron que tenía serios problemas para controlar a la población civil. Y otra con los asaltos a varios convoyes de suministros a lo largo del cuadrante. También una carta personal procedente del Conqueror, que siempre leía con atención, pero que aquel día había dejado para más tarde.
            Además estaba el asunto de Lepira, que desde su estrambótica aventura, trabajaba bajo la supervisión de otro miembro del ubictorado. Lo que le había privado de los sabios e informales consejos personales que tanto apreciaba.
            El almirante se levantó asqueado de todo aquel trabajo administrativo de leer, justificar, censurar o confirmar las acciones de otros, mientras él se limitaba a no hacer nada. Sin olvidar que después tenía que informar a Daran y escribir sus propios informes con la situación global y sus valoraciones personales. Sin contar que tenía que dar respuesta los pedidos de material, hombres y más órdenes de las fuerzas que tenía bajo su mando. Obviamente había ampliado su estado mayor para absorber aquel trabajo, aun así tenía la responsabilidad de supervisar los asuntos más importantes.
            ¡Yo soy un guerrero, no un administrativo! Se dijo.
            En aquel momento entró su ayudante que le traía el almuerzo.
            – Déjalo encima de la mesa, Adel.
            – Sí señor. Por cierto, ha llegado un mensaje del gobernador de Klaestron.
            – ¿Qué quiere ahora? ¿Más hombres, más andadores?
            – Así es señor. Dice que una de las provincias se ha sublevado.
            – ¿En qué categoría está Klaestron?
            – Creo que es del nivel B, señor. Bastante industrializada. Pero controlamos muchos otros planetas como ese.
            – Asegúrate y si es así, ordene la evacuación a nuestras tropas – indicó Vantorel que se había colocado de espaldas a su ayudante y observaba el universo a través del ventanal de su despacho –. Y que el Annihilator se prepare para marchar sobre Klaestron. Devolveremos a esas criaturas a la edad de piedra. Si es que alguna vez salieron de ella.
            – Sí señor. Impartiré las órdenes inmediatamente.
            – No hay prisa. Después de comer – indicó Vantorel dándose la vuelta y contemplando su plato. Hasperat: un tentempié bajorano a la que se había aficionado el día del Festival de la Gratitud –. ¿Por qué no almuerza conmigo?
            – Como quiera, señor – respondió Adel sorprendido, era raro que su superior compartiera la hora de la comida.
            Pidieron otro plato y durante todo el rato ninguno de los dos oficiales medio palabra. Adel no se atrevía a decir nada, mientras que el almirante parecía sumido en sus pensamientos. Para su joven ayudante Vantorel era el mejor oficial que servía bajo el poder del Imperio. Tras salir de la Academia Naval Imperial, la más prestigiosa de la galaxia, le habían asignado a la nave de Vantorel y lo que al principio había sido cierto desdén por su media naturaleza no humana, se había convertido en respeto y admiración total por su personalidad y profesionalidad. Aquel almirante de orejas endemoniadas era muy distinto al resto de grandes comandante imperiales que conocía. Solía preocuparse por sus hombres: se encargaba de que los suministros para tripulantes y soldados tuvieran la calidad requerida, lo que había provocado la caída de más de un responsable de logística. Y tras cada batalla siempre se repartían raciones extra y tenía la norma de recoger todas las cápsulas de escape, sin importar que aquello retrasara la salida del sistema. Por supuesto todo ello bajo la misma férrea disciplina imperial del resto de la Armada.
            – Unas criaturas extraordinarias… – murmuró Vantorel.
            – ¿Cómo dice? Señor – le preguntó Adel en un reflejo instintivo, que en su interior deseo no haber hecho al interrumpir así a su almirante.
            – Los alienígenas del agujero de gusano de Bajor – explicó este –. En nuestra galaxia no existe nada semejante. ¿Qué poder deben de tener para crear algo así? ¿No cree?
            – No lo sé, señor. Nunca me lo he planteado.
            – Yo sí. Desde que leí sobre ellos. Me parecieron fascinantes. Esta galaxia tiene cosas muy curiosas: como esos trill unidos. Asqueroso. Pero luego te sorprende con criaturas extraordinarias. ¿Ha leído el informe sobre esa tal entidad Q?
            – Sí. Y creo que todo es una exageración. La inmortalidad, la omnipotencia, el poder absoluto… Ridículo.
            » Cuando estudiaba los planes de batalla me atrajo la poderosa Flota Estelar. Pero lo de esa criatura me pareció tan grotesco, que perdieron todo mi respeto.
            – Regresemos a la realidad – le interrumpió –. Klaestron. ¿Cómo sugiere que debemos impartir su modélico castigo?
            – Un bombardeo orbital para empezar, así reduciremos sus ciudades a escombros. Luego podríamos inocular en la atmósfera algún tipo de virus. La Unidad 731 de nuestro departamento científico desarrolló algunas toxinas realmente ingeniosas.
            – Búsqueme información sobre ellas y escogeremos la más adecuada.
            – Sí, señor. Me pondré inmediatamente.



Continuará…

No hay comentarios:

Publicar un comentario