Juego romulano
Cuarta parte.
Jupiter Station
La
estancia no tenía nada de especial: paredes grises y lisas, el techo gris, con
varios focos. Una mesa cuadrada en el centro y dos sillas. ¿Qué había sido
aquella habitación antes de convertirse en una sala de interrogatorios?, se
preguntó Lepira sentado en una de las sillas.
Al
poco la puerta se abrió y entró el capitán Claus Gabar. Su mirada era fría y
metódica tras sus ojos azul claro, casi transparentes. Sus facciones finas y
agradables, eran las de un hombre atractivo, un completo seductor entre las
mujeres, según le habían dicho. Lo que sí sabía Lepira era que tras aquella
apariencia de no haber roto un plato se escondía un investigador metódico del
departamento de asuntos internos. Tomó asiento y sonrió amablemente.
– Bien general, hemos de
continuar – dijo tranquilo, como si lo sintiera –. Explíqueme que les contó a
los oficiales de la Flota Estelar.
– Se lo he repetido un
millón de veces. Aun así se lo volveré a decir. Mi idea original era hacerles
creer que Zepelin trabajaría para ellos y localizar su base. Pero cuando fui
descubierto por el comandante Zahn, decidí que la única manera de escapar era
decir que quería desertar, por lo que les indiqué que era mayor del ubictorado y que trabajaba como agente
encubierto en el sector de Bajor
bajo el mando del general Elgrin. Que operaba bajo la tapadera
de un terrícola llamado Thomas Zepelin y que utilizo mi compañía de transporte para recabar
información....
En
otra sala Daran observaba la imagen holográfica junto al jefe del
Contraespionaje Interno el coronel Nass.
– ¿Le han sondeado?
– Sí, tanto con telépatas, como con nuestros equipos,
todos indican que no miente y por ahora nunca se ha contrariado. Pero fue
entrenado para soportar sondeos telepáticos – respondió Nass.
– Tiene memoria eidética...
por eso le reclutó Zahn. Y es muy inteligente.
– Es casi imposible que nos
pueda engañar, señor.
– Pero no completamente
imposible – reflexionó Daran en voz alta.
Miraba la holoimagen de Lepira, al
que conocía desde hacía años, y sabía que el corelliano mentía. La primera lección de contrainteligencia que
este había aprendido había sido que la mayor mentira ha de estar envuelta en
una gran verdad. Y su profesor había sido Zahn. Por eso sabía que todo lo que
decía era una fábula. Él mismo había supervisado las torturas de Zahn cuando se
enteraron de su traición al Emperador,
mientras que había sido Lepira quien las ejecutaba, con un sadismo y una
entrega que jamás había visto y no creía que volviera a ver. Recordaba que en
sus ojos podía ver el odio y el placer que sentía al aplastar los huesos de la
mano de su antiguo mentor con drogas potenciadoras del dolor. Conocía muy bien
a Zahn, quien una vez había sido su mejor amigo y confidente, por lo que este
nunca perdonaría al corelliano, a quien habría disparado a la cabeza nada más
verle. No era de los que olvidaban un juramento, y había prometido matar a
Theron muchas veces mientras este le torturaba.
Lo
que le recordaba la presencia de Zahn en los Nuevos Territorios. Si es que eso
también era cierto. Lo cierto era que la rebelión les siguiera hasta allí era
algo que tenía que ocurrir con el tiempo. Que fuera Zahn y no otro quien
estuviera allí era incluso lógico. Sabía que desde su posición en la
inteligencia rebelde su viejo amigo le había seguido los pasos, incluso habían
descubierto a varios de los agentes que este había querido infiltrar entre sus
fuerzas. También conocía lo bueno que era, incluso mejor que él en el trabajo
de campo, eso debía de reconocérselo. Daran era el político, el ambicioso, Zahn
siempre fue hombre de acción. Y Eckener el analista. ¿El más inteligente de los
tres? Tenía que reconocer que los tres eran iguales en ese aspecto.
Sabía
que Lepira mentía, pero por lo menos serviría para un propósito: cazar a Zahn.
Daran
entró en la estancia cuando el corelliano indicaba las naves que había visto en
órbita de Laredo.
El
interrogador se interrumpió, se levantó y salió de la estancia. Solos Lepira y
Daran se miraron a los ojos durante unos segundos.
– Señor, es un honor estar
en su presencia – dijo Lepira servicial.
– Ahórrate las formalidades.
Hace mucho que nos conocemos – replicó Daran afablemente tomando asiento –.
¿Por qué te dejó ir?
– Zahn... Él no quería. Pero
la Flota Estelar le convenció o le obligó, no lo sé. Desde el momento en que me
descubrió me tuvieron aislado. Cuando acordamos la forma de comunicarnos en el
futuro me transportaron directamente a la nave que me llevó a Bajor.
– Una gran jugada – indicó
Daran más relajado, incluso se recostó en la silla –. Y arriesgada.
–Les hice creer que ya no
era leal al Nuevo Orden. Conozco
bien Bajor, así que inventé una razón plausible para ello. Era la única manera
de poder salir de allí. Aunque a estas alturas ya habrán evacuado su base.
– La estamos buscando con
los datos que nos indicaste. Una lluvia de probots
está cayendo por todos los sistemas cercanos a cualquier nebulosa roja del
espacio conocido. No tardaremos en identificar el planeta y mandar una escuadra
para descubrir el lugar.
» Trabajarás bajo vigilancia
– anunció entonces Daran levantándose –. No estoy totalmente convencido de tu
historia, un tanto literaria…
– Amo al Imperio señor. Jamás traicionaría al Nuevo
Orden. Jamás – le interrumpió Lepira con tal convección que incluso se asustó. Había
trabajado codo con codo con Daran desde hacía mucho tiempo y este conocía su
ciega lealtad al Imperio, probada y ratificada durante las jornadas que tuvo
que torturar a su mentor, a la persona que era un padre para él. Sabía que
amaba el Nuevo Orden y así seguiría si no hubiera sido por los Profetas. Eso era lo que convencería a
Daran y dejaría continuar su misión.
– Estas en un lugar del que no puedo
apartarte, por ahora eres irremplazable. Y eso es decir mucho. Pero ya no
trabajaras solo. El coronel Nass supervisará tu libertad y tu trabajo. Mientras
yo mismo encabezaré la comisión que te facilitará los mensajes que envíes a tus
nuevos amigos.
– Sí señor – respondió el corelliano
entusiasmado.
– Hace tiempo que no me dedico a
esto y creo que lo echaba de menos.
FGN-34748
La
pequeña Peterson se colocó junto a la estación orbital y los ingenieros
empezaron a trabajar en su reparación. Acababa de regresar de una incursión
sobre un convoy que se dirigía a Berengaria
junto a la Hauch y la Ti’Shur. Donde el Imperio había instalado en aquel planeta de la Federación una de sus bases navales más importantes de aquellos
sectores y lo habían estado reforzando en las últimos semanas. La misión de las
tres naves era interceptar los cargueros que trasladaban las defensas planetarias
que llevaban, así como sus escoltas. Pero el convoy estaba fuertemente
defendido, y aunque habían logrado dar caza a la mayor parte de sus escoltas y
a varios transportes, las pérdidas habían sido elevadas ya que la Ti’Shur no había regresado y la Peterson
había sufrido serios daños.
Mientras
Amasov observaba los daños de la
pequeña nave de la clase Saber, pensaba en la orden del
almirante Paris que acababa de recibir para lanzar un ataque contra la defensas
de Berengaria. Se estaba forzando demasiado a su grupo y eso no le gustaba.
Había perdido cuatro naves desde que había iniciado las operaciones de
guerrilla y aunque le habían enviado nuevos reemplazos sabía que sus recursos
eran más que limitados tanto en hombres, como en naves. Y por si fuera poco los
imperiales no eran fáciles de reducir. Luchaban con fiereza: sabían que estaban
solos, que allí nadie les quería y que en realidad no tenían escapatoria:
luchar o morir. Era como si estuvieran desesperados y en cierta forma lo
estaban. Según Skar, el responsable de inteligencia de su célula de
inteligencia, la moral de los prisioneros había descendido, sobre todo tras la
muerte del Emperador. Incluso la Endeavour, su propia nave, había encontrado a un pequeño grupo de desertores a bordo de una
lanzadera, quienes les habían proporcionado interesantes informaciones sobre la
guarnición de Berengaria y su base logística. Ahora tenía que probar esas
defensas y destruirlas.
El
plan era sencillo: atacar el próximo convoy junto al sistema, obligando a las
naves de protección a salir y atacarles. Pero aquella incursión iba a ser un
señuelo, al mismo tiempo se lanzaría contra las instalaciones orbitales,
reforzadas hacía poco para neutralizarlas. Por lo menos las órdenes de Paris
eran concisas en un detalle: si la resistencia era demasiado fuerte podían
retirarse a su discreción. Y como el mando operacional era suyo había preparado
una pequeña incursión de comando en el planeta para ayudar en el ataque
espacial. Si todo salía bien reduciría con la presencia enemiga en Berengaria
durante un tiempo.
Tras
estas reflexiones Amasov regresó a su escritorio y prosiguió con los
preparativos. No le gustaba la idea y aunque era muy escrupuloso con la
seguridad, decidió aumentar el número de naves que siempre estaban fuera de la
base, de una tercera parte a la mitad. Varias cubiertas por debajo de su
despacho los comandos simulaban el asalto a los depósitos imperiales una y otra
vez en la holocubierta.
USS
Enterprise-E
El
Devoras
viró frente a lo que había sido la pantalla principal del puente, arrancada
durante la batalla contra los remanos
y se ocultó entre las estrellas. Se había pedido a la una nave de reparaciones
de espacio profundo, llegando la USS Annie y la Hemingway para
remolcarles hasta Atgot Prime. A pesar de las bajas la misión había sido coronada
con éxito y se había firmado un acuerdo incluso más amplio de lo que se
pretendía en un principio.
El Tratado de Bassen anulaba el de Algeron, reconociendo las dos potencias
en un marco de igualdad: Federación
e Imperio Romulano. Eso hacía que la
Zona Neutral pasara definitivamente a la historia.
La única cláusula que se mantendría sería la prohibición por parte de la Flota
Estelar de los sistemas de ocultación
una vez expulsado al mutuo enemigo, concesión a los Romulanos a los que aún les
costaba olvidar trescientos años de hostilidad. La cooperación militar y de
inteligencia, incluyendo el desarrollo de nuevo armamento, sería total durante
la lucha contra el Imperio y se
establecía una embajada de enlace tanto romulana, como de la Federación. El senador Letant y un pequeño grupo de
colaboradores ya estaban a bordo de la Enterprise
para unirse al Alto Mando Aliado que se estaba formando alrededor del almirante
Paris y la presidenta Troi. A su vez el embajador Engon viajaba a bordo del Valdore
junto al gobierno de Romulus en el
exilio.
Aquellos eran los puntos hasta que
el Imperio Galáctico fuera expulsado de la VíaLáctea. Tras la victoria se potenciarían los contactos e intercambios
científicos, culturales y comerciales y se llevarían políticas extra-galácticas
y de carácter defensivo de forma conjunta.
Ahora
el procónsul Hiren era el máximo
dirigente del Imperio Romulano tras la drástica eliminación el Comité Continuo, que además de ser
barrido de la faz de la galaxia con el rayo talaron de Shinzon había quedado anulado de la constitución romulana. A su vez
el viceproconsul M’Ret había sido
restituido en su cargo, como vicepresidente del Senado. La política de unificación con los vulcanos sería llevada
por este y aunque tan solo se centraría a niveles culturales, era un principio
largamente esperado, porque ahora era la política oficial del Senado de Romulus
sin usar la agresión. Spock regresaría con ellos y ocuparía su lugar en el Consejo de la Federación, siendo además
el valedor de los romulanos frente a la Federación.
– Al final, todo ha ido
mejor de lo que esperaba – comentó Spock. Estaban
en el despacho de Picard, que había abierto una botella de vino de la centenaria bodega de su familia.
»
Pero creo que
el resultado será duradero, lástima que haya tenido que morir muchos – se
lamentó mirando la copa de vino tinto –. Y los daños de su propia nave.
– Las naves se reparan – replicó
Picard.
– Y se fabrican nuevas – prosiguió
Spock, quien ya había servido en dos naves que habían llegado el nombre de Enterprise y su legendaria matrícula
–. Aun así que con su
acción salvaran a lo que quedaba del senado, le garantizo que no ha pasado
inadvertido ante Hiren. Se hablaba de conceder la Medalla del Honor a Riker por
su acción. Nunca se ha concedido a un no romulano. Es su máxima condecoración.
– Mi Número Uno estará
encantando, sería el broche para lo que ya se conoce como la Segunda Maniobra
Riker – contestó con una sonrisa, que pronto se tornó en una expresión más
sombría –. De todo lo que ha ocurrido lo que menos me ha gustado ha sido
entregar al virrey Vkrok a Koval.
Sabía que sería torturado y
ejecutado, posiblemente de manera pública y cruel.
– ¿A pesar de querer capturarlo para
obtener el ADN que necesitaba Shinzon para vivir, matándole en el
proceso? – le preguntó Spock.
Eso
le recordó a Picard que el líder de los remanos
había sido un clon suyo. Aquello le había perturbado sobremanera, por las
implicaciones morales que aquello suponía.
– Le hemos ofrecido
inmunidad para no ser entregado a los romulanos, pero se ha negado – explicó Picard.
– Los remanos son un pueblo
orgulloso, han sufrido mucho, y ahora lo están haciéndoselo pagar a los
romulanos – reflexionó Spock, que a pesar de todo no dudaba del sufrimiento que
padecerían cuando la guerra finalizara. Los romulanos no habían controlado las emociones con la lógica
como los vulcanos y sabía que entre
sus primos hervía el ansia de vengarse de los remanos. Sería una espiral de
violencia que tardaría en sofocarse.
»
Bueno capitán,
ahora solo hemos de conservar esta confianza que tan duramente hemos conseguido
– dijo cambiando de tema.
– Y lo haremos embajador.
Nos costará, pero lo haremos.
– Y ante
esta nueva colaboración, Koval me ha entregado los planos de un dispositivo,
una nueva arma en realidad, en el que están trabajando, pero que no han logrado
estabilizar. Me gustaría que los ingenieros de su nave ayudaran en su estudio,
podría sernos muy útil en el futuro cercano.
–
Así se lo diré a Geordi y a Dara. Mientras tanto me gustaría que me ayudara en cumplir una
promesa que le hice hace ya tiempo a un hombre.
– Si está en mi mano.
– Usted tiene contactos
entre los romulanos y solo es entregar una carta a la familia del almirante Alidar Jarok. Me pidió que
cuando llegara el día se la haría llegar a su hija. Y creo que ha llegado el
momento.
– Por supuesto, se la
entregaré al M’Ret, él encontrará la familia Jarok. Y sabe una cosa capitán, yo
también creo que ha llegado ese momento.
Deneva
El
capitán Seek Banzar de la Lokonor descendió hasta las instalaciones en su lanzadera TIE para asistir a una
reunión de situación. Había pasado los últimos meses persiguiendo fantasmas por
todo el cuadrante junto al Temible. Y
lo único que habían conseguido era cazar unos cuantos piratas y renegados de
poca importancia. Nada de esa resistencia que se decía que la Flota Estelar
había conseguido formar. Ahora les habían dado nuevas órdenes y esperaba que su
trabajo sirviera para algo.
En
la reunión, presidida por un oficial de estado mayor, habían asistido los
comandantes de las diferentes naves que iban a forma la 8ª Ala de Ataque. Su
próximo objetivo sería reducir a escombros a los ligoniaos que se había resistido tenazmente a la ocupación durante
los últimos meses y el Alto Mando quería acabar con aquella inútil actitud para
siempre. Según los informes los ligosianos se habían extendido en los últimos
décadas a lo largo de numerosos sistemas estelares, fundado colonias y ampliando
su territorio. En el 2368 su expansión se había topado con los corvallen y había estallado un
conflicto que había durado hasta el 2373, cuando la Federación intervino para acabar con la guerra. Según había leído
la única razón para ello había sido reducir tensiones ante el inminente
conflicto que esta iba a librar contra el Dominion
ya que su flota necesitaba todas las naves, incluidas las que habían sido
destacadas en el sector para proteger sus propios intereses
económicos. Por tanto cuando el Imperio había atacado los ligosianos poseían
aun un importante contingente de combate, hombres adiestrados y bastante
experiencia acumulada. Tras la ocupación de algunos de sus planetas estos
habían respondido con mucha fiereza. Ahora iba a recibir su merecido.
Tras
la reunión, que se alargó varias horas, Banzar le preguntó a un oficial de la
base como estaba la situación para visitar la colonia. Quería que su
tripulación pudiera tomarse un descansado en la superficie tras los meses de
acción constante y como iban a estar varios días antes de partir, creía que eso
podría ser bueno para la moral de sus hombres. Este le recomendó que no saliera
de la ciudad, pero en esta la seguridad estaba completamente garantizada.
Para
ello la 8ª Ala de Ataque de la II Flota Imperial se estaba concentrando en
órbita a Deneva. Aquella colonia de
la Federación se había resistido a la ocupación inicial, aunque su importante
población humana y su estratégica ubicación habían evitado que la atmósfera
fuera vaporizada como otros mundos ante la invasión. La resistencia estaba
formada por los colonos armados a toda prisa por los miembros de la Flota
Estelar y aunque los combates se había apoyado en las cuevas del planeta,
finalmente había sido aplastada tras la irrupción de un Corps en las ciudades más pobladas. Ahora los únicos restos de
resistencia se veían en los edificios destruidos y en la baja moral de la
población esquilmada tras las purgas que siguieron a su conquista. Para
mantener vivo el recuerdo del poder del Imperio este había instalado en las
colinas que dominaban la capital una de sus guarniciones grises y amenazadoras, allí donde se había alzado las
amplias instalaciones de la antigua base de suministros que la Flota y que
ahora usaba la Armada. Mientras las
patrullas de stormtroopers a bordo de sus motos deslizadoras 74-Z y blindados
repulsores no dejaban lugar al olvido de su presencia.
El
centro de la capital tenía doscientos años con edificios de acero y cristal,
grandes jardines y transportes sobre raíles elevados que atravesaban la urbe de
un extremo a otro. Paseó por las calles, donde su presencia siempre estaba
acompañada de la murmuración de los habitantes, que agachaban la cabeza o se
cambiaban de acera. La mayoría eran humanos,
descendientes de los primeros colonos de la Tierra, pero la población había crecido mucho y con mucha variedad
tras el ataque el siglo anterior de unos parásitos neurales, de maneta que por las avenidas y plazas vio también a vulcanos, hekaranos, napeans o megaritas. Por otro lado la presencia
imperial también era considerable, cada dos por tres se encontraba con
patrullas de stormtroopers o aparecía
una de aquellas macizas fortalezas flotantes VAPr A9.
Escogió
una terraza para sentarse y tomarse algo junto a una plaza en cuyo centro había
un estanque donde se alzaban varias esculturas decorativas. No había ninguna
nube en el azulado cielo y estar al sol caliente era agradable para descansar
después de la larga y aburrida conferencia, que había tratado de la descripción
de la tecnología y las tácticas ligosiana. Una hermosa hembra ellora le preguntó que quería tomar y
no tardó en traerle la bebida que había pedido, todo ello con una expresión de desagrado
que no podía ocultar. Aun así Banzar permaneció en aquel bar y por unos minutos
se sintió tranquilo, como no se había sentido en muchos años.
Aquel
planeta le recordaba mucho a su mundo natal de Bakura, se encontraba en el BordeExterior, pero estaba lo suficientemente lejos de cualquier parte como para
no haber sufrido mucho los azotes de las GuerrasClon. Por lo que había sido un lugar tranquilo donde muchas especies
convivían en paz, por lo menos así ocurría en su juventud, antes de que llegara
el Imperio. Era una colonia bastante
avanzada y por lo tanto la moderna arquitectura de Deneva era muy parecida y
tampoco tenía la aglomeración de habitantes que había visto en la Tierra. En la
ciudad donde había nacido también había un transporte elevado, aunque repulsor
y no de raíles, como allí. Aquello quedaba muy lejos y no tanto en la
distancia, como en el tiempo. Mientras se tomaba despacio su raktajino, otra delicia que había
probado en la Tierra y que ya se había aficionado, pensó en la gente que había
conocido allí. ¿Qué carreras había estudiado los amigos de su pandilla juvenil?
¿Se habrían casado y tenido hijos? ¿Qué habría sido de aquella chica tan
hermosa de la que había estado enamorado? Toryn Farr se llamaba. No había
vuelto a su planeta ni pensar en todo aquello desde que le alistaron. Era un
tiempo muy lejano.
Se
sacudió la cabeza para alejar aquellos pensamientos, apuró el raktajino y tras
pagar regresó a la base para subir a su nave. La Lokonor y el resto de la 8ª Ala de Ataque partieron varios días
después, en los que Banzar no tuvo ni un momento de respiro mientras se
preparaba para la nueva campaña.
FGN-34748
La
operación contra la base logística de Berengaria,
en la que iban a participar trece naves estelares, estaba lista para iniciarse
y Amasov se encontraba a bordo del Endeavour
a punto de salir. La recién asignada Trial y la Kumari de tripulación andoriana
ya habían partido y tomado posiciones, el resto estaba concentrada. Lo
esencial de la operación era la sincronización por tanto el primer grupo de
comandos estaría en aquel momento infiltrándose en el planeta a bordo de un carguero ferengi. Y un segundo equipo
estaría a punto de hacerlo en otra nave civil procedente de Peliar Zel.
Fue
en ese momento cuando surgieron del hiperespacio
un grupo de combate imperial. Aparecieron rodeando el sistema y desplegados ya
en formación de ataque, con la gigantesca eslora del superdestructor como punta de lanza. La alerta roja y las
estaciones de batalla sonaron abordo de todas las naves estelares.
La
línea de destructores empezó a avanzar mientras una maraña de cazas y lanzaderas armadas salían de sus hangares. Por su parte las naves
estelares se concentraron en una línea alrededor de la estación orbital. Tenían
al enemigo muy cerca y cerrándoles el paso ante una huida rápida, aunque a ninguno
de los capitanes se le ocurrió aquella alternativa.
–
Aquí el capitán Amasov: Peterson y Aurora preparen una
acción ofensiva patrón Delta 8 dispersión máxima sobre el destructor de babor. Ti’Shur, Jenolen y John Kelly hagan lo propio con el
destructor de la derecha. Hauch, WhiteWolf, Archer, Boeing y Endeavor prepárense para un ataque
frontal al superdestructor en despliegue patrón Delta 4 con fuego concentrado.
Solo un ataque, después rompan la formación y salgan del sistema. Hispaniola
evacue la estación. En cuanto ejecuten las maniobras de ataque, dispérsense.
Buena suerte.
–
Las naves están respondiendo afirmativamente, señor – informó su primera
oficial.
–
¡Vamos allá! – ordenó Amasov sentándose en la silla de capitán.
Las
naves estelares saltaron de sus posiciones y con los motores de impulso a
máxima potencia aceleraron hacia sus enemigos. Quienes, sorprendido ante la
rapidez del contraataque fueron sorprendidos por las primeras de torpedos y disparos de phaser, que alcanzaron sus escudos. Aun
así se recobraron con rapidez y una cortina de fuego de turboláser cayó sobre el grupo Botany
Bay. Las primeras en ser alcanzadas fueron el White Wolf y la Boeing
que cayeron presas de las baterías principales del gigantesco Conqueror. Con rápidas maniobras y sin
dejar de disparar el resto atacaron a sus respectivas presas, hasta que en un
ataque suicida la Hauch se lanzó
contra la torre del mando del superdestructor, siendo vaporizada por el fuego
concentrado de las defensas pesadas de la nave.
Mientras
tanto la Hispaniola transportaba a
todos los ocupantes de la estación y tras lanzar dos torpedos de fotones contra
esta se alejó del planeta esquivando, no con cierta dificultad, a las naves de
piquete que bloqueaban la huida del sistema.
USS
Peterson
Las
luces rojas de la alerta y la sirena de alarma resonaban por todas las
estancias de la nave. El capitán Dankhal salió de su despacho.
–
¿Situación? – pregunto mientras se sentaba en su silla.
–
Detectamos 48 naves enemigas – informó con voz nerviosa la joven alférez napean de seguridad que estaba de
guardia –. Un superdestructor, once
destructores de diversas clases y el resto naves menores.
–
Reactor en línea, escudos al 80%, armamento operativo – respondió el oficial de
operaciones.
–
Recibimos comunicación del Endeavour – indicó el oficial
táctico, que acababa de llegar al puente.
–
En pantalla – dijo Dankhal, apareciendo el veterano capitán Amasov, que someramente dio las órdenes
que debían seguir las naves estelares.
»
Ya han oído – se limitó a decir Dankhal cuando en la pantalla principal volvió
a aparecer la formación imperial aproximándose, con sus cazas de piquete ya acercándose a ellos. El capitán de la Peterson
no entendía porque el enemigo se empeñaba en utilizar aquellos pequeños
vehículos que eran tan fáciles de destruir, era un derroche inútil de vidas y
recursos –. Aumenten escudos frontales, armamento máxima potencia, carguen
torpedos.
»
Alférez Sarat – indicó a su piloto –, marque rumbo de evasión y un cálculo astrométrico al sector 25712.
»
A toda la tripulación, estamos rodeados, así que intentaremos romper el cerco y
saltar al hiperespacio. No tenemos
la intención de entablar batalla más allá de lo imprescindible, así que será
corta y violenta. Dankhal fuera.
La
nave se colocó en posición junto a la Aurora
para atacar el ala de babor enemiga. Su objetivo era un destructor de la clase Imperial,
con sus 1600 metros de largo y 135 puntos de fuego, era un objetivo muy
protegido a batir. La nave que le apoyaría era una modificación de la clase Nova,
que se encontraba al mando de la respetada capitana Shelby que acaba de llegar desde otra base de la resistencia. Se comunicó
con esta para trazar el rumbo y coordinar el ataque.
El
Conqueror
Observando
la destrucción de las naves estelares el gran almirante Gorder se jactaba de la
inutilidad de sus oficiales. A su lado Eckener no podía ocultar su mirada de
desprecio. Había llegado a la conclusión que era un táctico mediocre y no
soportaba el desdén que tenía hacia los valientes oficiales de la flota que no
habían dudado en enfrentarse contra el Conqueror
y sus cientos de cañones turbolásers y
de iones. A lo largo de los aquellos
años que había estado estudiando y analizando la galaxia había acabado por
admirar a la Flota Estelar. Había vivido muchos años en la Tierra y les conocía
bien y ya le había advertido en varias ocasiones a Daran: que el verdadero gran
enemigo del Imperio sería la Federación. Y aquel último sacrificio
de sus hombres lo demostraba con creces. Si no acababan con aquella resistencia
con rapidez, esta tarde o temprano acabaría por vencerles a ellos. Eran
tenaces, audaces y mucho más temibles en batalla de lo que podía parecer. Ahora
tenía que exterminarlos uno a uno. Y no era una tarea nada sencilla. Aquel era
el primer ataque sobre un grupo importante de resistencia desde que había
recibido la orden de Daran y le había costado mucho localizar su base logística.
– Ahora esos bastardos
tienen capacidad de hiperespacio –
ladró Gorder después de que las naves que habían sobrepasado la línea imperial
hubiera desaparecido acelerando más allá de la velocidad de la luz –. Seguro
que ahora creerán que podrán vencernos.
Que
adaptaran aquella tecnología estaba en los informes iniciales de la
planificación de la invasión y se habían repetido en todas las previsiones de
inteligencia que él había elaborado. Pensó Eckener, pero no se lo recordó al
gran almirante. No creía que se hubiera leído ninguno de los memorándums
preparados para los oficiales superiores y recordarse ahora tampoco serviría de
nada. Así que el jefe del ubictorado
se limitó a preguntar por los datos de las naves que habían logrado huir.
– En total han sido seis,
señor – le informó el comandante del superdestructor
el capitán Crol –. La Hispaniola, el Archer, la Jenolen, la JohnKelly, la Peterson y una nave no identificada, modificación de la clase Nova.
Por un instante Eckener
se centró en el holograma táctico de aquel nuevo tipo de nave. No tenía
constancia de ninguna modificación de las pequeñas naves científicas, pero con
aquellas cuatro barquillas de curvatura
su velocidad se habría incrementado considerablemente, pero que no tuviera
número de serie le sorprendió. ¿Habría la Flota empezado a construir nuevas
naves? Si eso era así había subestimado la reorganización de su resistencia y
era un dato muy preocupante. Por otro la Hispaniola
era una nave de la clase Mediterranean, un transporte que
estaba listo para trasladar el personal de la estación de mantenimiento y con
ellos la valiosa información que necesitaba. Que la hubieran dejado escapar era
un error imperdonable. Las naves de la Flota Estelar se habían limitado a eludir
la batalla, y el sacrificio de una de ellas había permitido escapar al resto.
Habían reaccionado más rápido de lo que imaginaba, demostrando que el
despliegue de Gorden no había sido para nada efectivo. Y ese era un error que
no volvería a ocurrir.
– Como ordenó la Endeavor
está siendo asaltada por nuestros soldados de asalto Cero-G, señor –
prosiguió con su informe Crol.
– Recuérdeles que quiero al capitán Amasov vivo. Y capturen a todos los
supervivientes de la Flota Estelar que puedan. Quiero que sean interrogados.
Amasov iba a ser el primero de los
capitanes que había identificado como líderes de la resistencia, y pronto le
seguiría Picard, DeSoto, Sheridan y
el resto.
– Sí señor.
– Por cierto, ¿quién dejó escapar a
la Hispaniola?
– El cuadrante por donde logró huir
estaba a cargo de la fragata Koro.
– Que arresten a su comandante bajo
los cargos de alta traición.
– ¿Cómo dice? – espetó Gorden detrás
de ellos.
– Lo que ha oído – respondió
tranquilo Eckener –. Ese capitán dejó escapar a una nave estelar con
información vital.
– Este no es el Executor – “ni
usted es Darth Vader” le faltó
decir a Gorden desafiante. Como oficial profesional odiaba que otros hombres se
entrometieran en los asuntos de la marina, como había hecho el vasallo del Emperador en Hoth –. ¿Cómo sucedió?
– La Hispaniola lanzó una hondonada de torpedos de fotones, dañando
gravemente a la Koro. Señor – explicó
Crol tratando de justificar la actuación del compañero de la Armada.
– Ve, no pudo hacer nada – indicó Gorden
satisfecho.
– Aun así me gustaría que se
investigara.
– Como quiera. Yo mismo me ocuparé
del tema. Gracias Crol ya puede retirarse.
Eckener
observó al gran almirante y asintió, como si estuviera convencido. Si quería
jugar, pensó el jefe de espías, jugarían.
El
Annihilator
Si
había algo que Vantorel odiara más que nada en aquel universo era el papeleo
que debía de hacer ahora que su cargo era el equivalente al de un gran moff. En aquellos momentos estaba
leyendo el informe enviado por el general Premlal, gobernador del planeta Trill. Este había sido uno de los
primeros planetas en ser ocupado y donde se había construido la primera Base
Imperial permanente. En realidad se habían alzado cuatro guarniciones en todo
el planeta y los efectivos equivalían a todo un Grupo de Batalla: una división en tiempos de la Antigua República.
Con 14.890 hombres, 676 repulsores y
212 tanques pesados, además de cazas TIE
y un sin fin de técnicos que sumaban veinte mil efectivos. El grueso de aquella
fuerza estaba compuesto por los stormtroopers de elite, cosa que no
se podía decir de todos las fuerzas que habían participado en la invasión.
Muchas de los soldados de ejército y tripulantes de naves procedían del
reclutamiento forzoso, que eran de poca confianza.
Trill
era una de las razones por las que conquistar aquellos territorios. Y
curiosamente gracias a lo que más asqueroso que tenía aquel planeta. Sentía
auténtica repugnancia a la unión de los humanoides trill con sus simbiontes.
Tan solo el pensar en que voluntariamente los humanoides se introducían una
babosa en su interior le daban nauseas. Según su holoinforme la unión era
simbiótica, pero a Vantorel le parecía que eran auténticos parásitos, capaces
de matar al huésped si se los extraían. Pero todo lo malo del universo siempre
tenía algo positivo y en este caso era el hábitat de aquellas babosas tenían en
su mundo: las cuevas de Mak’ala o
más exactamente el líquido lechoso donde residían. Este era rico en nutrientes
con propiedades muy parecidas al preciado bacta.
En su galaxia el bacta tan solo se encontraba en el planeta Thyferra, y consistía en un líquido
químico sintético conocido como kavan,
que tenía propiedades curativas para la mayoría de las especies al sanar la
mayoría de las heridas y enfermedades. Esa cualidad le convertía en un material
estratégico de primer orden en su galaxia que todo el mundo ansiaba y
necesitaba controlar. Pero con aquellas cuevas en poder del Imperio, este tendría a su alcance todo
el bacta que quisiera y con un coste infinitamente menor. No solo porque ya no
tendrían que comprarlo a una de las dos compañías de Thyferra que lo producían
y distribuían, si no por que el producto de trill era de origen natural y
simplificaba el proceso de producción. Además según el informe de los técnicos
allí destinados, también tenía una capacidad aun mayor de curación que el bacta
original.
El
informe de Premlal también indicaba el despliegue de las fuerzas imperiales y
las dificultades que habían tenido, aunque casi todas ellas eran de origen
logístico, algo demasiado típico en aquella ingente invasión. Trill tenía una
población pacífica y muy poco armada aunque se habían producido manifestaciones
y protestas ante el futuro de los simbiontes, que habían sido disueltas
simplemente con la presencia de un grupo de los amenazantes andadores AT-AT y el despliegue de una
legión de soldados de asalto, sin que fuera necesario el uso de la fuerza
bruta. Al mismo tiempo se había permitido a los representantes de los guardianes, los responsables de cuidar
a los simbiontes, regresaran parcialmente a las cuevas para continuar su labor.
Ahora el planeta era un lugar tranquilo y los técnicos imperiales trabajaban en
las cuevas Mak’ala con seguridad. Además había escogido a Premlal porque era un
oficial inteligente y sabía que una presión excesiva podría ser
contraproducente, así que autorizó las acciones que este había iniciado para
apaciguar el planeta.
Vantorel dejó el cuaderno de datos
sobre la mesa cuando acabó de leerlo. Estaba cansado y aún tenía por delante
otros informes: como el de las escaramuzas entre cardassianos y breens.
Una petición del inepto gobernador de Klaestron
que tenía serios problemas para controlar a la población civil. Y otra con los
asaltos a varios convoyes de suministros a lo largo del cuadrante. También una
carta personal procedente del Conqueror,
que siempre leía con atención, pero que aquel día había dejado para más tarde.
Además
estaba el asunto de Lepira, que desde su estrambótica aventura, trabajaba bajo
la supervisión de otro miembro del ubictorado.
Lo que le había privado de los sabios e informales consejos personales que
tanto apreciaba.
El
almirante se levantó asqueado de todo aquel trabajo administrativo de leer,
justificar, censurar o confirmar las acciones de otros, mientras él se limitaba
a no hacer nada. Sin olvidar que después tenía que informar a Daran y escribir
sus propios informes con la situación global y sus valoraciones personales. Sin
contar que tenía que dar respuesta los pedidos de material, hombres y más
órdenes de las fuerzas que tenía bajo su mando. Obviamente había ampliado su
estado mayor para absorber aquel trabajo, aun así tenía la responsabilidad de
supervisar los asuntos más importantes.
¡Yo soy un guerrero, no un administrativo!
Se dijo.
En aquel momento entró su ayudante
que le traía el almuerzo.
–
Déjalo encima de la mesa, Adel.
–
Sí señor. Por cierto, ha llegado un mensaje del gobernador de Klaestron.
–
¿Qué quiere ahora? ¿Más hombres, más andadores?
–
Así es señor. Dice que una de las provincias se ha sublevado.
–
¿En qué categoría está Klaestron?
–
Creo que es del nivel B, señor. Bastante industrializada. Pero controlamos
muchos otros planetas como ese.
–
Asegúrate y si es así, ordene la evacuación a nuestras tropas – indicó Vantorel
que se había colocado de espaldas a su ayudante y observaba el universo a
través del ventanal de su despacho –. Y que el Annihilator se prepare para marchar sobre Klaestron. Devolveremos a
esas criaturas a la edad de piedra. Si es que alguna vez salieron de ella.
– Sí señor. Impartiré las órdenes
inmediatamente.
–
No hay prisa. Después de comer – indicó Vantorel dándose la vuelta y
contemplando su plato. Hasperat: un tentempié
bajorano a la que se había aficionado el día del Festival de la Gratitud –. ¿Por qué no almuerza conmigo?
–
Como quiera, señor – respondió Adel sorprendido, era raro que su superior
compartiera la hora de la comida.
Pidieron
otro plato y durante todo el rato ninguno de los dos oficiales medio palabra.
Adel no se atrevía a decir nada, mientras que el almirante parecía sumido en
sus pensamientos. Para su joven ayudante Vantorel era el mejor oficial que
servía bajo el poder del Imperio. Tras salir de la Academia Naval Imperial, la
más prestigiosa de la galaxia, le habían asignado a la nave de Vantorel y lo
que al principio había sido cierto desdén por su media naturaleza no humana, se
había convertido en respeto y admiración total por su personalidad y
profesionalidad. Aquel almirante de orejas endemoniadas era muy distinto al resto
de grandes comandante imperiales que conocía. Solía preocuparse por sus
hombres: se encargaba de que los suministros para tripulantes y soldados
tuvieran la calidad requerida, lo que había provocado la caída de más de un
responsable de logística. Y tras cada batalla siempre se repartían raciones
extra y tenía la norma de recoger todas las cápsulas de escape, sin importar
que aquello retrasara la salida del sistema. Por supuesto todo ello bajo la
misma férrea disciplina imperial del resto de la Armada.
–
Unas criaturas extraordinarias… – murmuró Vantorel.
–
¿Cómo dice? Señor – le preguntó Adel en un reflejo instintivo, que en su
interior deseo no haber hecho al interrumpir así a su almirante.
–
Los alienígenas del agujero de gusano de Bajor – explicó este –. En nuestra galaxia no existe nada semejante. ¿Qué
poder deben de tener para crear algo así? ¿No cree?
–
No lo sé, señor. Nunca me lo he planteado.
–
Yo sí. Desde que leí sobre ellos. Me parecieron fascinantes. Esta galaxia tiene
cosas muy curiosas: como esos trill unidos. Asqueroso. Pero luego te sorprende
con criaturas extraordinarias. ¿Ha leído el informe sobre esa tal entidad Q?
–
Sí. Y creo que todo es una exageración. La inmortalidad, la omnipotencia, el
poder absoluto… Ridículo.
»
Cuando estudiaba los planes de batalla me atrajo la poderosa Flota Estelar.
Pero lo de esa criatura me pareció tan grotesco, que perdieron todo mi respeto.
–
Regresemos a la realidad – le interrumpió –. Klaestron. ¿Cómo sugiere que
debemos impartir su modélico castigo?
–
Un bombardeo orbital para empezar, así reduciremos sus ciudades a escombros.
Luego podríamos inocular en la atmósfera algún tipo de virus. La Unidad 731 de
nuestro departamento científico desarrolló algunas toxinas realmente
ingeniosas.
–
Búsqueme información sobre ellas y escogeremos la más adecuada.
–
Sí, señor. Me pondré inmediatamente.
Continuará…
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