jueves, 10 de noviembre de 2016

Crossover Star Trek - Star Wars. 30

Capítulo 9
Alianzas
Primera parte.


USS Enterprise-E

            Picard se miró al espejo. Realmente aquel iba a ser uno de los momentos más extraordinarios de su vida y seguramente uno de los más embarazosos. Por una parte estaba completamente aterrado y si fuera por él jamás hubiera aceptado aquella situación. Pero le habían embaucado de tal manera que no pudo negarse. Por otra parte estaba feliz que Will y Deanna por fin se casaran. Lo peor era que la boda se celebraría por el rito betazoide. Y como marcaba la tradición el capitán unió a la pareja en una rápida ceremonia, donde se recordó los deberes del matrimonio y se evocó a los amigos caídos. Debido a las circunstancias, se celebró en la sala de recepción de la tercera cubierta y fue rápida. Para alivio de Picard asistieron pocos invitados: la oficialidad de la Enterprise, así como la madre y el hermano de la novia que habían llegado a bordo de la Pretorian, por lo que también estaban Worf y Wesley, así como como Guinan, que no quiso perderse aquel momento.
            Tras esta se dirigieron, ya todos vestidos y con un grupo más grande de asistentes, a la holocubieta, donde se había recreado la localidad natal de Riker en Alaska en la Tierra. A Picard le alegró poder llevar por primera vez desde la invasión la guerrera blanca abotonada hasta el cuello del uniforme de gala. Así alzó la copa y brindó por los novios.
            – El deber... El deber preside la vida de un capitán de una nave estelar. He dirigido a los hombres en la batalla. He negociado tratados de paz entre especies implacables. He representado a la Federación en un primer contacto con 27 especies alienígenas. Pero nada de esto puede compararse con mi deber solemne como padrino.
            » Pero... ¿a alguno de ustedes se le ha ocurrido pensar en que jamás había tenido que presentarme desnudo?..
            Todos rieron olvidándose por un rato de la guerra. La banda empezó a tocar y la pareja de recién casada se abrió el baile, luego Will cambió de pareja con la madre de la novia y poco a poco los invitados fueron saliendo a la pista de baile. Picard hizo lo propio con Deanna y con Lwaxana, que no se ahorró los comentarios sobre lo hermoso que había sido todo y otras cosas que había descubierto a raíz de aquella boda, comportándose como la excéntrica embajadora, divertida y desinhibida que recordaba. Tras hacer los honores con Beverly, la dejó que bailara con su hijo y se sentó junto a una antigua amiga.
            – Es un día feliz – dijo Guinan que se había puesto un traje marrón y uno de sus carismáticos sombreros de ala ancha –. Quién lo iba decir que se convertiría en un hombre, ¿verdad?
            – ¿Wesley? – confirmó Picard y la el-auriana asintió solemne –. Me dijeron que llegaría lejos... pero conociendo a sus padres era algo que jamás puse en duda. Pero a ti me sorprendió verte en Atgot Prime.
            – Algo me empujó hacia aquí – replicó Guinan sonriendo maliciosamente, como alguien que quiere ocultar algo a un amigo, manteniendo aquel aire de parecer saberlo todo, pero no decir nada –. Siempre me han gustado las bodas.
            – ¿Cuántas veces te has casado?
            – Veintiséis fue mi límite. Pero si te soy sincera no creo que tardemos en que vuelvas a celebrar otra boda de tus tripulantes.
            – ¿Quién? – preguntó Picard sorprendido. Y Guinan señaló hacia una de las mesas, donde LaForge hablaba animadamente con Leah Brahms y muy cerca el uno del otro –. No me había fijado.
            – Han pasado mucho tiempo juntos durante las reparaciones – Guinan miró a Picard y con una voz suave –. Jean-Luc Picard era un gran hombre, pero siempre he creído que descuidas lo más importante – dicho lo cual giró hacia Beverly que aun bailaba con Wesley. Y como guiado por un imán Picard le siguió la mirada. La madre miraba a su hijo, incandescente de orgullo y el capitán de la Enterprise trató de imaginar lo que hubiera sido criar a un hijo y verle vestir el uniforme de la Flota Estelar. Pero había muchos caminos que había elegido no tomar en su vida y la proximidad de Beverly en ocasiones le recordaba algunas oportunidades perdidas.
            En ese momento Picard se giró hacia Guinan.
            – ¿Acabará esto algún día? – dijo con pesar. Era la primera vez que aquel pensamiento lo expresaba en voz alta –. Hace un año que llegaron y me parece un siglo.
            – De una manera u otra sé que sobreviviremos. Lo hizo mi pueblo después de que el borg asimilara nuestro planeta, lo haréis vosotros. La alternativa es demasiado terrible. Por suerte el Imperio no es el colectivo.


            De regreso a su cabina Picard se desabrochó la casaca blanca y de repente regresó a la realidad. Sobre el escritorio tenía amontonados los padds con los reportes de reparación, así como las últimos noticias sobre los movimientos del enemigo, intercepciones de comunicaciones entre guarniciones, las operaciones de resistencia y un sin fin de otros datos sobre la guerra. Habían pasado varios meses desde la negociación con los romulanos, tiempo en que la Enterprise había estado reparando los daños en su casco en las instalaciones de Atgot Prime en un esfuerzo hercúleo para dejarla de nuevo operativa, pero la Flota no podía permitir la pérdida de ninguna nave.
            En aquellos meses se había centralizado el mando de la Flota Estelar en la Base Lirpa con el almirante Paris como comandante supremo, junto a la presidenta Troi y el cada vez mayor Consejo de la Federación como gobierno civil. Reunir a los representes de los más de ciento cincuenta planetas no había sido tarea fácil, pero la Flota Estelar había hecho un gran esfuerzo y según le había dicho Lwaxana ya contaban con más del ochenta por ciento de sus miembros. Entre ellos estaba Spock, como hijo de Sarek y miembro de la familia de T’pau se había convertido en el nuevo líder de Vulcano. Otros como el embajador Vadosia de Bolarus IX, que se había quedado atrapado en Pacifica, había sido rescatado por la Pretorian del capitán Worf, que había realizado diversas misiones como aquella durante los últimos meses. También en la Base Lirpa estaban las delegaciones aliadas: romulana, klingon, el dominion y otros planetas independientes que se les habían unido como bajoranos, arkonianos, enolianos o kressaris.
            De todos los padds cogió el que más le interesaba: su siguiente misión. Por desgracia para Will y Deanna no habría luna de miel en el Mar de Ópalo, por lo menos no antes de expulsar al invasor. Leyó de nuevo las órdenes: el Consejo de la Federación deseaba fortalecer alianzas comerciales, ya lo habían hecho con la
Alianza Ferengi y otros pueblos, ahora le tocaba el turno a los son’a. El encuentro lo había concertado uno de sus antiguo líderes: Gallatin, que había salido de Ba’ku para hablar con sus hermanos.
            Los son’a se distinguían por jugar siempre a dos bandas y para aquella reunión se habían contado con las máximas medidas de seguridad, sobre todo tras lo ocurrido en la Depresión Bassen. Desde la invasión habían ampliado su influencia en el cuadrante: ahora además de tener sometidos a los ellora y a los tarlak, también tenían bajo su control varios sectores de la Federación con dos centenares de colonias, y contaban con importantes contratos comerciales proporcionados por el Imperio. El Consejo esperaba que los estos se avinieran a fortalecer sus vínculos con la resistencia, esperando así que estos se aseguraran sus ganancias cuando la Federación y sus aliados vencieran. Sus instrucciones eran claras: quería que continuarían suministrarlo ketracel blanco para los jem’hadars, alterados genéticamente para depender de aquel compuesto, y que ahora luchaban en la resistencia, así como otros tantos productor de primera necesidad que escaseaban para la resistencia. También querían que estos se comprometieran a garantizar el mantenimiento de la ley y el orden en las colonias de la Federación que ahora controlaban. Lo que no estaba tan claro era que podía pedir a cambio.
            Luego la Enterprise tenía previsto encontrarse con una delegación breen, pero la cita no estaba confirmada y tampoco estaba claro que se realizara.


Sistema Yol, sector R59

            Aliana Breeder estaba sentada en la posición de operaciones de la runabout Lena esperando a su presa. Estaba nerviosa, aunque intentaba mantener la serenidad. La Base Estelar 276, que había dirigido hasta la invasión del Imperio, era una estación logística y de mantenimiento de baja prioridad en órbita a Nueva Fabrina y su dotación no estaba acostumbrada a aquel tipo de operaciones. Aunque durante la guerra contra el Dominion se había librado cerca y se habían entrenado para un ataque del jem’hadar, aun así no eran precisamente fuerzas especiales y el asalto que estaban a punto de emprender la inquietaba. Conocía a su tripulación y confiaba en ella, además llevaban semanas entrenando y sobre todo estaban motivados para golpear al enemigo que les habían atacado e invadido sus hogares. Aun así se enfrentaban a tropas imperiales entrenadas y acostumbradas a la guerra.
            – ¿Está segura que su fuente es fiable? – le preguntó el teniente Weiss que estaba detrás de ella, de pie junto a la consola del transportador.
            – ¿De DaiMon Tarr? – se refirió Breeder –. Tanto como de un sehlat vulcano al que no se le he dado de cenar. Pero la información es correcta y le aseguro que ha hecho su parte del plan. De eso no tengo ninguna duda.
            – Pues espero que ayer le diera de cenar a su hora – replicó Weiss comprobando otra vez el nivel de energía de su rifle compresor. No le gustaba estar en manos de un capitán ferengi, más parecidos a un corsario que en un comerciante que decían ser.
            Un pitido de alarma anunció que los sensores habían detectado una distorsión subespacial.
            – Una nave saliendo del hiperespacio – anunció Valera, su jefe de ingenieros, tras comprobar los datos en la consola de pilotaje –. Es el Roter.
            Cuando por fin pudo contactar con la resistencia de la Flota Estelar a través de la teniente Welder, se alivió al saber que ya no estaban solos. Con la nave que enviaron para trasladar a la representante de Nueva Fabrina al Consejo de la Federación llegó un enlace para coordinarse con el resto de los grupos de la resistencia. Con el teniente Weiss, un oficial de táctico, recibieron los datos técnicos para equipar a sus runabouts y lanzaderas con sistemas de ocultación y multiplicadores de hiperespacio, de manera que ya podían moverse con mayor libertad con ellas dentro y fuera del sistema. Y lo más importante: la capacidad de recibir instrucciones por diversos canales seguros, entre ellos una serie de órdenes en código que aparecerían en el periódico de la resistencia “La Voz de la Libertad”. Una serie de mensajes de texto distribuidos por el subespacio pensado para difundir noticias y comunicados para alentar la esperanza de los diferentes mundos ocupados y que podían llevar mensajes a las diferentes células repartidas por los dos cuadrantes. También pudo transmitir su plan para apoderarse de una de las naves imperiales estacionadas en el sector y que utilizaban su Base Estelar 276 como cuartel general. Semanas después el almirante Bullock se había reunido con ella para estudiar su plan y tras algunos cambios aprobó la acción ya que este permitía debilitar al enemigo sin poner en riesgo su célula en el planeta, que desde ese momento pasó a denominarse 8-21.
            Su objetivo era una de las cinco naves que el Imperio había asignado al sector 54R donde se encontraba el sistema Daran. Todas ellas eran pequeñas: dos corvetas, una de la clase Vigil y otra corelliana CR-90, dos fragatas de la clase Kontos y un crucero clase Broadside. Era una zona tranquila y servían sobre todo para recordar su presencia en aquella parte de la galaxia, por lo que solían escoltar convoyes de suministros a las guarniciones planetarias, patrullar los sistemas habitados y controlar las rutas comerciales, interceptando las naves civiles que encontraban para inspeccionarlas. En los últimos meses varias de ellas habían sido actualizadas con tecnología de la Federación: sensores subespaciales con mayor alcance, torpedos de fotones, transportadores y replicadores, entre otros sistemas. Las modificaciones se habían realizado en la Base Estelar 276 y como el Imperio no tenía suficiente personal con conocimientos sobre el funcionamiento de la tecnología de aquella galaxia, parte de los técnicos de mantenimiento de la estación procedían de Nueva Fabrina, de los cuales ya se había encargado ella de que todos trabajaran para la resistencia. Así se habían apoderado de los planos y las especificaciones de las naves, por lo que ahora conocía perfectamente todos los entresijos de la fragata Roter de la clase Kontos. El otro motivo por el que habían escogido a aquella nave era su comandante, el capitán Roalu, un oficial joven, novato y arrogante, sin ninguna imaginación y obsesionado con cumplir los protocolos a bordo, aunque también dado a los juegos de azar, con los que no solía tener mucha suerte.
            La otra parte de la ecuación era el ferengi DaiMon Tarr. El primer encuentro con este se habían producido hacía unos años, después de que llegada al sistema Daran a bordo de su Morauder dañado tras chocar contra una anomalía subespacial. No le hizo gracia, ya que por aquel entonces eran normales los encuentros poco amistosos con la Alianza Ferengi, como el robo del convertidor de energía en GammaTauri IV o el ataque a la Enterprise-D y al Hattaway en el sistema Braslota. Aun así las reparaciones fueron efectuadas en la nave según las leyes interestelares sin que hubiera incidentes remarcables. Tarr regresaría varias veces al sistema y haría algunos negocios tanto en Daran V y como en Nueva Fabrina y con el tiempo se había acostumbrado a su presencia. Su machismo y actitud prepotente no auguraban una buena relación, pero una vez se acostumbró a su presencia y a sus huecas bravuconadas y la tendencia a intentar inclinar la balanza de sus beneficios en sus negocios. Le toleró mientras vigilaba en todos los tratos que había hecho y aunque los acuerdos podían ser mejorables, no había quebrantado ninguna ley. Por otro lado tenía que admitir que también su actitud se había moderado con el tiempo, en lo que podía hacerlo un ferengi. Breeder dedujo que Tarr se había dado cuenta que con otras formas de comportarse podía conseguir más ganancias, aunque no fueran monetarias. Finalmente cuatro años antes, ya con la presencia de Tarr consolidada en el sistema, el ferengi le había pedido un favor personal que la había dejado más que sorprendida. Y tras ocupación del Imperio este y sus contactos les habían ayudado a sacar a gente del planeta, traído suministros de contrabando y sobre todo le había proporcionado información de lo que ocurría en la galaxia. Breeder hacía tiempo que le conocía y tras la fachada machista y retorcida, se escondía un ser más razonable de lo que parecía creando una extraña alianza entre un grupo de oficiales de la Federación y un ferengi.
            Gracias a Tarr sabían que la Roter estaba patrullando el sistema Yol y su ruta prevista. Además también había estado jugando al tongo con su capitán Roalu la noche antes y el ferengi le había dejado ganar y el capitán imperial lo habían celebrado adecuadamente, así que ese día tendría resaca y estaría menos atento. A cambio Breeder le había prometido equipar su nave con la tecnología de hiperespacio. El plan era atraerle con una llamada de auxilio del carguero Nacar de la clase Antares que había sido requisado para el transporte de sus suministros de las guarniciones imperiales.
            – ¿Alguna sospecha de nuestra presencia?
            – No capitán – respondió Valera –. No detectamos emisiones de tachiones. Se acercan según procedimiento estándar que conocemos: armas activadas, escudos alzados.
            A la nave que fingía ser la Nacar, los cargueros de la clase Antares abundaban en la galaxia y no había sido difícil conseguir uno similar, le habían simulado un impacto en sus motores que había generado un escape del refrigerante de la barquilla de curvatura, de manera que el área en la que estaba entrando la Roter estaba radiación que interferiría sus sensores, impidiendo confirmar que la Nacar en realidad no estaba dañada.
            – Preparados, es la hora – anunció Breeder.
            Valera, su ingeniero jefe, se levantó del asiento del piloto y se colocó en la consola del transportador. Weiss y un miembro de seguridad entraron en el arco del transportador. Detrás de ellos y ocupando el pasillo de la runabout estaba el resto del equipo de abordaje, todos ellos con sus uniformes de la flota y armados con pistolas y rifles phaser. A bordo de la Kerulen, la otra runabout invisible bajo su sistema de ocultación, estaba su jefe de seguridad Oisle con el otro equipo de asalto. En total eran cerca de cuarenta miembros de seguridad e ingenieros, junto a varios guardias fabrini, que tenían que asaltar la nave y luego tripularla.
            En la pequeña pantalla lateral Breeder pudo ver como el alférez Kessler, haciéndose pasar por el capitán del Nacar, se había puesto en contacto con el Roter para completar la farsa del ataque. Se giró hacia Valera y simplemente asintió sin decirle nada. La suerte ya estaba echada. En ese instante Weiss y Harraq se desmaterializaron. La otra pareja del equipo de abordaje se colocó en la plataforma del transportador. Breeder se volvió a la pantalla y vio como la imagen de Roalu se giraba y se apartaba al descubrir que su nave estaba siendo abordada. En pocos segundos de diferencia los ocho primeros atacantes tomaron completamente el puente de mando de la fragata imperial, aturdiendo con sus phasers a sus ocupantes. Breeder pudo respirar aliviada, la primera fase del ataque había saludo bien.
            Con las especificaciones de los escudos Valera había logrado acoplar el haz del transportador de las dos runabouts para que los pudieran atravesarlos. Y como indicaban los protocolos imperiales con los escudos alzados se desactivaban los inhibidores del transporte para ahorrar energía. Ahora, con el puente de la fragata imperial en su poder y conociendo sus sistemas gracias a los planos que tenían de la nave, bajarían los escudos y bloquearían los sistemas de a bordo, incluyendo las puertas hidráulicas romboides y anularían las comunicaciones internas para poco a poco ir transportando a toda la tripulación hasta las bodegas del Nacar. Primero los tripulantes de la sección de ingeniería, después del resto de la nave, cubierta por cubierta, sección por sección. Los prisioneros serían llevados a un lugar seguro, mientras ellos y la Roter se dirigían a un sistema cercano, escondiéndose en unas instalaciones mineras ahora abandonadas, donde lo prepararían para utilizar aquella fragata contra sus antiguos dueños cuando llegara el momento.


USS Traveler

            – Bien R3-C4, es el momento – dijo Barclay a la unidad astrométrica que tenía justo detrás. Esta respondió con una serie de pitidos y zarandeos –. Sí, ya lo sé que es peligroso y que no tenemos autorización. Sui lo prefieres te dejo aquí.
            El droide volvió a responder, esta vez con unos pitidos cortos y rápidos, se acercó a la consola y extendió un brazo de conexión informática, conectándose al ordenador de la nave scout. Si todo aquello le parecía una locura, más le desagradaba que le transportaran, así que inició la secuencia de navegación que tantas veces había simulado en la holocubierta y segundos después la pequeña nave salía despedida hacia el hiperespacio.
            La partida de aquel scout de Atgot Prime no fue detectada hasta varias horas después, cuando en el recuerdo del final de turno alguien anotó su partida, pero no su retorno tal y como estaba previsto en el plan de vuelo.

Romulus

Durante el toque de queda nadie podía circular por las calles de la capital bajo pena de prisión en las minas de dilitio de Remus. Los remanos eran incluso más estrictos en aquel asunto que las tropas imperiales y solían controlar con sus pequeños y rápidos cazas Scorpion, así como los campos cercanos a las grandes ciudades. Durante el día patrullaban igual, pero eran más permisivos con los romulanos, aunque no dudaban en atosigarlos, intimidarlos y si llegara el caso a detenerlos por cualquier nimiedad. Aquella vigilancia hacía que las tropas imperiales destacadas a lo largo del Imperio Romulano fueran muy inferiores a las que habían tenido que desplegar en otros lugares, como en los mundos klingon. De esa tranquilidad estaba muy satisfecho el moff designado en Romulus. Aun así la seguridad alrededor de las instalaciones imperiales era muy estricta y por supuesto custodiada por sus propias tropas.
            Ejemplo de ello era el cuartel general de la II Flota al mando del almirante Lakot. Era un oficial como otros muchos dentro de la Armada Imperial, no destacaba por su inteligencia, ni por su valor, ni por sus amistades en el Centro Imperial. Obedecía las órdenes y las cumplía con la suficiente eficacia para llegar hasta lo más alto que un hombre que no destaca en nada puede llegar con suficiente paciencia. Porque tampoco destacaba físicamente, daba la talla estándar para poder alistarse, con la flacidez que daban sus más de treinta años de servicio y el nulo ejercicio físico. En realidad Lakot deseaba jubilarse con la sustanciosa paga de almirante en el planeta paradisíaco de Risa, donde ya había comprado una pequeña isla no lejos de los complejos turísticos.
            Por tanto en sus unidades se respetaban estrictamente todas las medidas de seguridad impuestas desde la Tierra, lo que había logrado un índice muy bajo en los sabotajes. Otra muestra de la eficacia de Lakot y de su prestigio. Por tanto cuando el Stratus, un veterano destructor de la clase Venator en servicio desde las guerras Clon, estalló mientras permanecía en órbita a Romulus todos la atribuyeron a un fallo en su viejo motor de iones.


La Far Star

            El capitán Moritz observó desde el puente como el torbellino de luz azulada desaceleraba y el espacio negro, salpicado por millares de estrellas aparecía ante sus ojos. La galaxia Vía Láctea se mostraba de nuevo ante él dándole la bienvenida.
            – Todas las naves han salido del hiperespacio – informó el técnico.
            – Ya estamos aquí, de nuevo – indicó su ingeniero corelliano.
            – Sí. Pero no estamos solos – puntualizó Moritz.
            – El almirante Sesfan desde el Osadía – le anunció el oficial de comunicaciones. Su capitán le hizo un ademán con la cabeza y la imagen holográfica del moncalamari apareció en el puente de la fragata.
            – Bien capitán, ya hemos llegado – empezó Sesfan –. Será mejor que se ponga en contacto con el comandante Zahn.
            – Sí almirante.
            – Cuando reciba su respuesta informe enseguida – tras lo cual la imagen del calamariano, con sus grandes ojos y su piel moteada desapareció como por arte de magia.
            – Manden el mensaje acordado – ordenó Moritz y segundos después el oficial de comunicaciones presionó los controles de su consola.
            Una corta señal salió disparada por el hiperespacio desde la fragata de asalto que hondeaba el pabellón de la Nueva República. Y como bien había indicado su capitán ahora la Far Star no estaba sola, varios cazas pasaron a su lado colocándose en formación de escolta de la pequeña flotilla de naves de la Alianza. El grupo estaba liderado con el veterano crucero MC80 mon calamari: el Osadía, al mando del almirante Sesfan y cuatro naves más de guerra: los cruceros Estrella Neutrónica y Ahto, un reconstruido destructor ligero clase Recusant de la época de las Guerras Clon, la fragata Fuego de Hoth y dos corvetas corellianas DP-90. Así como tres cargueros medios Gallofree cargados de suministros y equipos.


El Conqueror

            Eckener se sentó en su despacho, situado en sus aposentos tres cubiertas encima del puente del superdestructor. Había recibido una carta desde DS9 y quería contestarla sin demora. Así que hizo balance de los sucesos de los últimos meses.
            Desde el ataque a la base del grupo de la Endeavor no había conseguido dar con ninguna otra célula importante de la resistencia. Para su decepción Amasov no se había dejado capturar con vida y la información extraída de los prisioneros había sido mínima. Además las tripulaciones apresadas habían tenido tiempo para sabotear sus naves para dañar los sistemas más sensibles, siendo lo más destacado constatar la incorporación de la tecnología de hiperespacio. Aunque tanto Daran como él ya sabían que tarde o temprano aquella tecnología se filtraría a las civilizaciones de los Nuevos Territorios, por lo que ya había pedido la incorporación de varios destructores ligeros capaces de crear campos gravitacionales que obligaban a cualquier nave salir del hiperespacio. Desgraciadamente la Armada Imperial solo les había asignado un puñado de cruceros de las clases Interdictor e Immobilizadores 418 a las fuerzas desplegadas en aquella galaxia. Otra desgraciada consecuencia de acabar con el grupo de Amasov había sido la reducción de los mensajes de la Federación, lo que hacía más difícil interceptar y por tanto descodificar a “Minotauro”. Posiblemente tras desarrollar un nuevo método para transmitir las órdenes de más bajo nivel. Mientras que durante las semanas siguientes los asaltos a convoyes se habían incrementado y cada vez eran más quirúrgicos, y junto al aumentado los sabotajes en muchos planetas indicaban que sus redes de espionaje se habían consolidado.
            Al otro lado de los Nuevos Territorios Shizon de Remus y su lacayo el virrey Vkruk habían perecido en un ataque contra una reunión de máximo nivel entre el senado romulano y la Federación. No había informado del encuentro y ahora sus átomos yacían esparcidos entre las estrellas. Aquello había sido una gran contrariedad por dos motivos: primero dejar escapar unas piezas como aquellas había sido una auténtica oportunidad perdida. Y segundo: ahora los remanos se habían quedado sin líderes y la pugna entre las diferentes facciones para controlar su “Imperio” amenazaba en desembocar un conflicto mayor, obligando a destacar más tropas en Romulus y en las colonias más importantes.
            Mientras tanto no se había dejado de trabajar para detectar las células de resistencia. Según los informes de inteligencia habían detectado de 12 a 14 grupos de la Flota Estelar. Por lo menos 8, posiblemente 11 romulanos. Y más de 16 klingons, aunque la anarquía de aquellos guerreros y las numerosas naves aisladas bien podían enmascarar un número mayor. Por otro lado el legado Damar cada vez tenía más aliados entre las fuerzas cardassianas y habían informado de la deserción de numerosas naves de combate. Por ahora estas se limitaban a hostigar al legado Broca que se encontraba cada día a día más débil, de manera que no tardarían en permitir que gul Madred le sustituyera, aunque este era más inteligente y sería mucho más difícil de controlar. Por suerte no temía nada de los cardassianos teniendo cerca de Vantorel. Por último estaba el Dominion. Parecía que tras el ataque a Deep Space Nine para enviar una nave al cuadrante Gamma no habían vuelto a actuar. Y era aquel silencio lo más preocupante. ¿Qué hacían los supervivientes del jem’hadar tan callados? ¿A qué esperaban? ¿Se habían unido realmente con la Federación y el resto de resistentes? ¿Se habrían quedado sin ketrazel blanco y habían muerto? Esa sería la mejor posibilidad para ellos, pero dudaba que la diosa del Destino les hubiera ayudado contra aquellos temibles guerreros. Eran preguntas que asolaban a Eckener, ya que tras la Federación, era al Dominion a quien más temía. Por suerte las criaturas del agujero de gusano impedirían que más refuerzos llegaran del cuadrante Gamma como había asegurado Lepira… Pero con Sisko vivo y entre los líderes de la resistencia ¿alguien podía garantizarle que no convencería a aquellas criaturas para volver a aparecer las naves del Dominion que se habían tragado unos años antes? Ante tal eventualidad le había pedido a Vantorel que activara de nuevo el protocolo de destrucción del agujero de gusano de Bajor.
            Por otro lado estaba el plan de Lepira de convertirse en agente doble y así engañar a la Flota Estelar era una operación muy delicada. La idea era proporcionar a la resistencia informes fidedignos para convencer a la Federación que su traición era cierta, por lo que algunos de estos informes habían sido utilizados para atacarles. Pero ese era un mal menor a la espera de que creyeran ciegamente a Lepira, momento en el que les llevarían directamente a una trampa.
            El único logro que había podido sumar en aquel tiempo era terminar con una pequeña célula de resistencia klingon encabezada por el gobernador Torak en el cúmulo Lembatta. Era un grupo pequeño, aunque había hecho bastante daño a las guarniciones de los sectores cercanos. Todo ello acrecentaba su frustración.
            Una frustración aumentada por la estupidez que desplegaba Gorden. Además de ser un inculto en la guerra de guerrillas que ahora estaban librando: sus sugerencias iban desde aplastar una insurrección en un planeta con un bombardeo orbital o ejecuciones masivas contra la población civil para evitar sabotajes. Intentaba matar una mosca con un turboláser. Además se había rodeado de una pequeña corte de aduladores y presuntuosos. El único que se salvaba era el capitán Crol, un oficial callado y eficiente, claro que falto de toda imaginación.
            Una señal en su comlink se disipó de aquellos pensamientos.
            – Aquí Eckener.
            – El Brecha de Kathol ha llegado, señor – le informó la voz Crol.
            – Bien. Que su capitán se presente ante mí de inmediato.
            Ya había decidido cuál sería su siguiente movimiento, era delicado, pero estaba resuelto a llevarlo a cabo.
  

La Far Star


            El Resplendent respondió con más rapidez de lo que Moritz había esperado, indicando las coordenadas donde encontrarse. El lugar estaba en medio de la nada, tan solo polvo estelar, con el sistema planetario más cercano a tres años luz. Al llegar tan solo encontraron la oscuridad del cosmos y una solitaria nave.
            A la hora prevista el crucero Consular, con sus antenas de comunicaciones extendidas, surgió al espacio real.
            – Nos saludan – indicó el técnico de comunicaciones.
            – Devuelva el saludo – respondió Mortiz –. Y realicen todos los protocolos de comprobación de identidad.
            Poco después el veterano crucero diplomático se colocó sobre el cuello de la fragata, como tantas veces lo había hecho en el pasado.


            – Te felicito por tu nombramiento como capitán – le dijo Zahn cuando estuvieron solos en el despacho, que no había cambiado desde la partida de la nave –. Te lo mereces.
            – Hubo una reestructuración antes de partir – empezó a explicar Moritz –. Pedí ser yo quien te informara. Me ascendieron a capitán y ahora la Far Star está bajo la jurisdicción de la marina y del almirante Sesfan. El Resplendent y tú pasáis definitivamente bajo el mando del general Airen Cracken y de la Inteligencia de la Nueva República. Mientras que Drahk y sus hombres están bajo el control del mayor Bren Derlin y del Ejército.
            – Es más lógico así. Dime, ¿cómo andan las cosas por casa?
            – Todo sigue más o menos igual. Salvo que ya no existe el Emperador. Muchos mundos se han unido a la Alianza, que pronto se transformará en la Nueva República. Las fuerzas imperiales se están retirado de algunos sistemas mientras se reagrupan, pero de manera caótica, por lo que cada día que pasa ellos son más débiles y nosotros más fuertes.
            – Me alegro. Me alegro mucho – repitió Zahn con sinceridad –. Tal vez pronto habrá paz para todos nosotros.
            Moritz le observó con detenimiento. Jamás le había oído hablar de aquella manera. Era más, en las pocas veces que habían hablado de forma privada sobre lo que esperaba cada uno de aquella guerra, Zahn siempre era bastante pesimista con la situación. Claro que Moritz sabía que en su interior, este continuaba, de alguna manera, siendo leal al ideal del Nuevo Orden y que servir en la Alianza Rebelde era solo porque no tenía otro remedio. Por eso siempre había querido conocer aquella mujer de la que su antiguo superior se había enamorado y por la que había traicionado sus más profundas creencias. Ella le había hecho ver una luz, que tras su muerte Zahn no había vuelto a vislumbrar. Tal vez hasta aquel momento.
            – ¿Y por aquí?
            – La Federación y sus aliados tienen muchos recursos. Aunque por ahora no han hecho mucho, limitándose a organizarse, lo que no es poco teniendo en cuenta su situación y han empezado a hostigar al Imperio con escaramuzas y ataques limitados. Pero supongo que pronto cambiarán las cosas. Corre el rumor de que se está preparando un ataque a gran escala.
            – ¿Y Ajaan, Jonua y el resto?
            – Trabajando y mucho. Drahk y Nierval han estado enseñando todo lo que saben de nuestro enemigo: tácticas y sobre todo su forma de pensar. Como quedamos no han entrado en acción y eso se nota en Nierval y sus Rancors. No creo que hayan pasado tanto tiempo sin pelear desde… bueno nunca.
            » Pero hay algo más que quería contarte – dijo entonces con un notable cambio en su tono de su voz –. Eres el único ser al que puedo considerar plenamente como un amigo. Un buen amigo.
            Moritz asintió sin decir nada, aunque en su interior se sintió honrado. Luego Zahn le explicó todo lo referente a Theron Lepira.
            – Interesante – fue lo único que dijo Moritz.
            – ¿Interesante? – repitió Zahn.
            – ¿Qué quieres que diga? No conozco muy bien el concepto de esos Profetas, aunque le leído algo de ellos. Aunque he aprendido algo de los pueblos de la Vía Láctea ya que durante el viaje a través del hiperespacio entre las dos galaxias se tiene mucho tiempo. Eso ya lo sabes – explicó Mortiz –. Durante el cual y a iniciativa de la delegación de la Federación lo dedicamos casi exclusivamente a conocernos. En todas nuestras facetas. Cada miembro originario de un planeta o raza diferente explicó de donde procedía, sus creencias, sus motivaciones para unirse a la Alianza. Mientras que los nuestros invitados hicieron lo mismo. Desde la embajadora, hasta el ingeniero auxiliar. Aprendimos mucho los unos de los otros. Realmente fue muy instructivo.
            » Estas estrellas son… extraordinarias. Nuevas, jóvenes, fascinantes, llenas de misterios que resolver. La embajadora Odan es un exponente ello. Los trill en su simbiosis son criaturas asombrosas. Uno de los seres conserva el conocimiento de los anteriores huéspedes, pero con cada uno, cambia y es otra persona completamente diferente. Los vulcanos y su lógica para reprimir sus emociones y que estas no les dominen. Y así podría hablarte durante horas. Tan solo puedo decirte que… De esta galaxia, no me sorprendería nada.
            » Y no olvides que una vez, tú mismo cambiaste por amor.


USS Cronos

            La pequeña nave de la clase Nova se colocó junto al gran radio telescopio subespacial Argus. Aquella plataforma de exploración a larga distancia oteaba el firmamento cartografiando las regiones remotas de la galaxia, estudiando sus fenómenos con sus poderosos sensores. Y aunque durante años había servido a los científicos para explorar el universo, también había sido acusado de espiar a territorio cardassiano, situado muy cerca. Por lo que durante la guerra del Dominion había sido atacado en varias ocasiones, quedando seriamente dañado, por eso tras la llegada del Imperio este no había prestado mucha atención a aquella instalación perdida en el espacio.
            Las órdenes de la capitana Venora eran estudiar el estado del telescopio e intentar activar sus sistemas.
            Nada más llegar el equipo de ingenieros se transportaron a bordo de la instalación automatizada e hicieron empezaron a revisar los sistemas. El último ataque del jem’hadar había dañado seriamente los reactores, así como muchas plataformas de sensores. Aun así las pérdidas no eran graves y se empezaron las reparaciones para suministrar la energía a los equipos que aun servían. El trabajo se debía hacer con cautela, para que el Imperio no detectara que el telescopio había vuelto a funcionar.
            Al cabo de poco tiempo el Argus realizó las primeras pruebas que resultaron satisfactorias. La cuestión era como recoger la información de forma segura. Colocar un emisor Minotauro era inviable, ya que este podía caer en manos enemigas y eso no podía permitirse. Así que se había decidido que en todo momento una nave estelar permanecería cerca de aquella posición, acercándose a recoger la información acumulada y a modificar las zonas que los sensores debían observar, el primer turno la haría la Cronos.


El Osadía 

            Moritz y Zahn se trasladaron a bordo del crucero mon calamari en un pequeño esquife espacial, dirigiéndose rápidamente hasta una pequeña sala de reuniones. Allí le esperaba el almirante Sesfan y la enviada especial de la Nueva República: la princesa Leia Organa de Alderaan. También le acompañaba varios oficiales más: un comandante que había visto por primera vez en Yavin, llamado Luke Skywalker y el general Han Solo. Seguramente los hombres más buscados por el difunto Palpatine, pensó Zahn. Y al verlos no parecían tan peligrosos como había supuesto el Emperador, claro que este había sucumbido ante ellos, por lo que algo tenían que tener aquel dispar trío de personajes: una princesa diplomática, un contrabandista y un bisoño caballero jedi.
            – Comandante, siéntese por favor – le indicó Sesfan con sus manos de aleta. El antiguo agente del ubictorado no conocía gran cosa del responsable militar de la expedición militar de la rebelión. Había sido un oficial regular de la fuerza defensiva de Dac y aunque discípulo del almirante Ackbar, Zahn dudaba que tuviera el genio de su mentor.
            – Gracias, señor.
            – Es un placer conocerle – dijo Leia Organa, sin recordar que ya se habían presentado tras la destrucción de la primera Estrella de la Muerte en Yavin 4.
            – El placer el mutuo, princesa.
            – Lo primero que quisiera decirle – prosiguió Organa – en nombre del gobierno de la Nueva República, que aunque extralimitándose en sus funciones iniciales, ha hecho un buen trabajo al contactar con la Federación.
            – Creí que era lo mejor, para todos.
            – Vayamos directamente al asunto – interrumpió Sesfan, como mon calamari era un ser práctico que no le agradaba irse por las ramas –. ¿Qué es lo que ha estado haciendo en esta galaxia en estos últimos meses?
            – Lo detallé todo en mi informe – respondió Zahn cortante.
            – Sí. Pero queremos oírlo de sus labios, comandante – replicó el mon cal.
            – En su mayor parte compartir toda la información que teníamos sobre el Imperio: sus métodos, tácticas y tecnología con la Federación y al resto de la resistencia. Personalmente les he estado asesorando sobre la forma de trabajar del ubictorado. El resto de los hombres hizo tareas similares dentro de sus campos. Ningún oficial de la rebelión ha entrado en combate, nos hemos limitado a ayudar a nuestros aliados. ¿Se pueden llamar así?
            – Sí, comandante, se pueden llamar así – le confirmó Organa –. La Nueva República ha firmado una tratado con la embajadora Odan de cooperación. La presidenta Mon Mothma me ha enviado para ratificar este tratado con la presidenta Lwaxana Troi y el resto de potencias que han sido atacadas por el Imperio. ¿Cree que también firmará una alianza con nosotros?
            – No creo habrá ningún problema. El Imperio Klingon está formado por guerreros que respetan sobre todo el honor y las tradiciones familiares, pero su líder es un hombre sensato, muy amigo de la Federación. El Imperio Romulano es más "político" y conservador, si usted me entiende – Leia asintió –. Pero ahora su gobierno lo ostenta un grupo más tolerante. El resto de potencias como el Dominion, o la resistencia de la Unión Cardassiana, tampoco tendrá problemas para firmar. Realmente todos están muy mermados, tanto por la invasión, como por los años de guerra entre ellos que precedieron al ataque imperial. ¿Me podrían explicar cuál será la aportación de la rebelión al tratado? ¿Y qué esperan a cambio?
            – Por ahora esta fuerza militar para luchar contra el Imperio – respondió Sesfan con orgullo –. Mientras que esperamos por parte de la Federación el mismo apoyo en un futuro cercano. Aunque sobre todo nos interesa su tecnología de teletransportación y sus replicadores. Ahora sabemos por qué el emperador tardó casi treinta años en construir la primera Estrella de la Muerte y mucho menos en dejar lista la segunda en Endor al usar replicadores industriales originarios de la Vía Láctea. Usted ha convivido con ellos, ¿estarán dispuestos a prestárnosla?
            – Supongo que sí – respondió Zahn, aunque sabía que el calamariano le estaba poniendo a prueba. Estaba claro que la embajadora Odan ya había hablado sobre aquel asunto muchos antes que la fuerza de la rebelión partiera hacia la Vía Láctea.
            – En su informe habla de un oficial que se ha ofrecido para trabajar contra el Imperio – preguntó Organa.
            – Se ha denominado Fuente Pi. Aún estamos trabajando en la información que nos ha facilitado el general Lepira sobre el propio ubictorado.
            – El mayor Wyron Serper es el enlace de Inteligencia de la Nueva República en nuestra fuerza, póngale al día de todo ello – indicó la princesa Organa que cambió de tema rápidamente –. ¿Cuándo podremos encontrarnos con las fuerzas de la Federación?
            – Convenimos que les llevaría a un punto de encuentro, donde les esperará la presidenta Troi y algunos altos cargos de la Flota Estelar y de las otras potencias.
            – Eso es magnífico.


USS Traveler

            La señal acústica interrumpió la partida de ajedrez tridimensional que estaba jugando en aquel momento con la unidad R3-C4. Segundos después el torbellino hiperespacial se convirtió en un espacio salpicado de estrellas.
            – Según esto hemos salido donde teníamos previsto – indicó Barclay dando un vistazo a los controles –. Asegúrate de nuestra posición.
            El androide silbó una cancioncilla malhumorada, aun así se conectó al ordenador de navegación y calculó su posición. Habían salido sin contratiempos en el sector 41751 de la parrilla 9 del cuadrante Delta, a treinta mil doscientos cincuenta años luz de la Tierra, tan solo una nave estelar había estado más lejos de la Federación. Y precisamente en su búsqueda se encontraban. Si no localizaba allí a la Voyager se trasladaría al sector 64238 de la parrilla 11 y así seguirían internándose en el cuadrante.
            Lo había estado planeando desde hacía meses. Había hecho los cálculos basados en las sondas de largo alcance que se habían internado en el cuadrante Beta y Delta desde hacía siglos, así como en las observaciones de los gigantescos telescopios, como el Argus o el Orion situado en el cuadrante Beta. Y gracias a los detectores de gravedad había conseguido reducir los riesgos de aquel salto. Aun así le habían negado la posibilidad de ir en busca de la Voyager. Por tanto había tenido que hacerlo por su cuenta. Asumiendo el riesgo de la misión se había apoderado del Traveler y ayudado por la unidad R3-C4, que desde el principio había estado interesada en el problema que le traía obsesionado, se habían embarcado hacia el cuadrante Delta en busca de la nave perdida.
            Por supuesto había realizado diversos saltos para comprobar su posición relativa al centro de la galaxia y si estaba siguiendo la ruta correcta hacia su objetivo. Y no se había equivocado en ninguna de ellas, siguiendo fielmente sus simulaciones. Ahora se encontraba en el primer cuadrante donde intentaría comunicarse con la capitana Janeway.
            – Computadora, abra un canal de emergencia de la Flota y transmita el siguiente mensaje y repítalo hasta recibir contestación. Bueno y ¿qué digo? ¡Ah!:
            » Mando de la Flota Estelar a la USS Voyager. Adelante Voyager. ¿Me está recibiendo Voyager? Aquí el teniente Reginal Barclay.
            Entonces R3-C4 volvió a silbar nerviosamente.
            – Sí, ahora tenemos que esperar a una respuesta – replicó Barclay –. Y si no responden, nos adentraremos unos años luz más en el cuadrante. ¡Ya lo sabías, no sé porque te quejas!


El Conqueror

            El grupo de batalla estaba estacionado en Qo’noS tras perseguir varios piratas por los sectores de la frontera klingon/romulana. Las naves necesitaban una revisión y sobre todo abastecer de combustible y suministros para sus tripulaciones.
            La guarnición de la antigua capital klingon era el centro administrativo y militar de aquellos sectores, donde tenía la sede el gobernador el almirante Vrad Corran, que a su vez mandaba la III Flota. Así como el cuartel general del 20º Grupo de Ejército bajo el mando del general mayor Neal Songol. Tan solo en aquel planeta estaba destacado el grueso del 48º Ejercito con cerca de trescientos mil hombres. La seguridad en el planeta era precaria, como en muchas otras partes del territorio klingon y los ataques y sabotajes incluso sobrepasaban la Línea Verde que se había establecido en el centro de la Primera Ciudad. El sector klingon se había revelado como el más peligroso de los Nuevos Territorios.
            Aquella noche Corran había invitado al gran almirante Gorden a una cena en su palacio, la antigua Cámara del Alto Consejo Klingon, junto a los oficiales más allegados. Eckener se había escusado de la cena alegando que tenía que estudiar varios informes de inteligencia. También había hecho que el capitán Crol permaneciera a bordo de la nave para discutir asuntos rutinarios del servicio.
            Tras la copiosa cena y la animada velada junto a las bailarinas de piel verde de Orion, Gorden tomó su lanzadera personal y se dirigió escoltado por cuatro cazas TIE Interdictor hacia su nave insignia. Se sentó en el interior de la lanzadera Lambda y se quedó dormido saciado por el alcohol que había ingerido. Se había podido quedar a dormir en el planeta, pero era un viejo lobo de las estrellas y solo se encontraba a gusto entre los mamparos de una nave espacial, el lugar donde había vivido y luchado la mayor parte de su vida. De golpe se despertó tras una violenta sacudida. Se levantó y se dirigió a la cabina. A su alrededor uno de los cazas TIE estalló tras recibir un disparo directo de un disruptor de color verde. Miró hacia donde había venido la ráfaga y vio un pájaro de presa klingon que se acercaba a gran velocidad. Lo último que vio fue la brillante luz saliendo por la proa.
            Después de disparar un torpedo que vaporizó la lanzadera el pájaro de presa giró y a máxima velocidad se alejó de la órbita del planeta. Era una nave ágil y rápida que empezó a esquivar los disparos que el resto de naves imperiales que estaban abriendo fuego sobre él. De golpe una nave triangular se colocó delante de su trayectoria. Intentó esquivarla, pero un haz de tracción la atrapó, inmovilizándolo en el espacio. En ese momento los cañones láser cuádruples de la Brecha de Kathol dispararon contra el pájaro de presa convirtiéndolo en una bola de fuego.
            Desde la ventana de su despacho Eckener había contemplado toda la escena. Segundos después Crol entraba alterado en la estancia y le relataba la escena.
            – ¿Qué nave estaba en la cuadrícula por donde penetró la nave klingon? – preguntó tras escuchar el relato sin alterarse lo más mínimo.
            – La fragata Koro, señor.
            – Que ejecuten inmediatamente a su comandante bajo los cargos de alta traición.
            – Sí, señor – respondió Crol tragando saliva. Se giró y salió del despacho.
            – Los bajoranos lo llamarían justicia poética.



Continuará…

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