domingo, 29 de mayo de 2016

Crossover Star Trek - Star Wars. 15

Capítulo 4
Reagrupación
Tercera parte.


USS Pretorian

            A su madre le había sabido mal su repentina marcha después de tanto tiempo separados. Aunque Wesley le prometió que aquella noche cenaría con ella, así como todas las veces que pudiera. Estaba ansioso por estrenar su nuevo cargo y sobre todo ver su nueva nave. Desde la cabina de la Enterprise la estuvo observando, distinguiendo claramente sus líneas aerodinámicas, recordándole a un pájaro alargado y con un poderoso y afilado pico. Antes de partir se sentó en el ordenador y buscó datos sobre la clase Prometheus y la separación multi-vector de ataque, quedándose sorprendido ante sus características y prestaciones. Una nave ciertamente poderosa y muy temible en batalla, como ya habían aprendido algunos.
            Una hora después de la reunión en el despacho de Picard, se materializaba a bordo de la Pretorian.
            – La comandante Norel quiere que pase por el puente – le informó el técnico del transporte –. Su equipaje ya lo he dejado en su cabina.
            – Gracias, Wesley Crusher – le dijo este presentándose.
            – Donal Bar – replicó este estrechándole la mano –. Encantado.
            Las puertas del turboascensor se abrieron y mostraron el amplio puente de la Pretorian. Allí la actividad era febril, los paneles de circuitos de muchas de las estaciones estaban abiertos, con oficiales y técnicos trabajando en ellos. Por lo que sabía era una nave muy compleja técnicamente y en el momento que le dieran los diagramas tendría que estudiarlos detenidamente. Junto a la consola de navegación, que era larga y tenía dos asientos, vio que estaba la comandante Norel, una fabrini como mostraban las marcas sobre su piel. Por lo que había leído en la base de datos había sido la primera oficial de la Gremlin, destruida durante la defensa de Aldebaran III y que había sido rescatada por la Imhotep, que se había encontrado con el convoy de evacuación de Beta Antares y asignada a la Pretorian al llegar a Laredo.
            – Usted debe de ser Wesley Crusher – le preguntó la comandante al girarse. Se había quitado la casaca y tan solo llevaba una camisa roja de tirantes.
            – Sí señor. El teni… El capitán Worf me ha dicho que me presentara a usted.
            – Así es. Hasta mañana no tiene ninguna tarea asignada – le explicó –. Pase por la enfermería para entregar su historial médico y luego ya puede instalarse en su cabina. Bienvenido a bordo, y alférez, le quiero ver de uniforme la próxima vez. Nada más.
            – Sí, señor. Gracias comandante – replicó este. Aquellos años alejados de los pasillos de la Enterprise y de la Academia habían hecho que su protocolo se oxidara, esperaba que pronto surgiera de forma espontánea. Si no, estaría perdido. Se retiró y salió del puente.
            Norel se le quedó mirando mientras salía del puente. Apenas una hora antes le había llamado Worf para informarle de la llegada de un nuevo tripulante. Por supuesto leyó su historial para saber de quien se trataba y se quedó sorprendida al enterarse de quien era y lo contradictorio que era su carrera: primero tenía una interesante experiencia a bordo de la Enterprise-D sobre todo como piloto. Luego estaba el incidente de la Academia y de su renuncia a la Flota, sin que se especificaran bien los motivos. Fríamente lo único bueno era que estaba “recomendado” por el propio Picard y sus años como alférez provisional, pero había pasado el tiempo de aquello y se notaba. Aun así no le acababa de gustar demasiado la decisión de su oficial superior. Pero el klingon era su comandante y si consideraba adecuado tenerle a bordo, que así fuera.
            Cuando las puertas del turboascensor se cerraron, Norel volvió a su tarea de realinear los sensores de navegación.
            El trámite de enfermería fue rápido, el médico holográfico Mark le había mirado, tomado nota y le había recordado cuál era su cabina. Luego se había dirigido hacia esta.
            Salió del turboascensor y empezó a caminar por el pasillo mientras leía los letreros de las puertas. Sección siete, cabina tres, teniente Poul Lluc. Cabina cuatro, alférez Saut; cabina cinco, alférez Herber Taubman. Sección ocho, cabina uno alférez Dona Nemec…
            Al doblar una esquina se dio de bruces con alguien, cayendo al suelo los dos.
            – ¡Perdona! No estaba atento – se apresuró a disculparse Wesley mientras se incorporaba y le daba la mano para ayudar a levantar a la persona con quien había chocado. Era una chica más o menos de su edad, vestida con un traje de surf negro muy ajustado. Tenía el pelo mojado y recogido en una trenza que le caía sobre el hombro y tenía sus ojos verdes clavados en él. Tenía un aire que le recordaba a algo. Como si la hubiera visto en otro lugar, pero no podía fijarla en su memoria. Lo que sí podía fijar era lo hermosa que era.
            – Tú debes de ser Wesley Crusher… – le dijo con visible hostilidad.
            – Sí – cogido desprevenido, fue lo único que pudo balbucear, sorprendido de que le conociera.
            – Pues esté atento la próxima vez, alférez  ¿Lo ha entendido? – y nada más dicho esto cogió la tabla que estaba en el suelo y le sobrepasó, metiéndose en la cabina más cercana. Wesley se quedó en medio del pasillo, con la boca abierta.


            Encontró su cabina en la siguiente puerta. Como había dicho el técnico del transporte sus pertenencias ya estaban allí. No eran muchas: una bolsa con algo de ropa y algunos recuerdos de su estancia en Dorvan V, así como de la Academia y de la Enterprise. Ordenó la habitación y se dispuso a volver a la Enterprise para cenar con su madre. Regresó pronto y se puso a repasar los procedimientos de la Flota que tenía algo oxidados. Así como el manual de piloto de las naves clase Prometheus.
            A la mañana siguiente replicó un uniforme de su talla. Lo observó estirado en la cama, con un comunicador reluciente y el pin dorado de alférez. Lo contempló y sintió un escalofrío. Había dejado la Flota para explorar el universo y expandir sus capacidades. Ahora regresaba y volvía a vestir con los mismos colores que su padre. Se preguntó sí había hecho bien. Sabía que sí. El universo estaba unido en un mismo ser. Lo que le afectaba a uno, el otro también lo notaba. El viento, la hierba, las estrellas eran todas hermanas, al igual que todos los seres vivos de la galaxia estaban unidos en el mismo sino de la existencia.
            Era la hora. Se lo puso y se dirigió hacia en puente. Entró a las ochocientas horas en punto, que aún permanecía con los paneles abiertos y las consolas en mantenimiento, aunque en esta ocasión la posición de navegación estaba lista para ser usada. Worf ya estaba esperando, sentado en el centro de la estancia, junto a la comandante Norel.
            – Buenos días, alférez Crusher – le dijo el klingon.
            – Buenos días, señor – replicó este con la mejor sonrisa que tenía.
            – Es hora de comprobar si continúa siendo el piloto que conocí – le indicó Worf con un ademán señalando la consola de pilotaje. Entonces la volvió a ver. La misma chica con que se había encontrado la tarde anterior. Llevaba el pelo recogido, tenía el rostro gélido y la mirada clavada en él. Era teniente junior –. Le presento al oficial de operaciones de la Pretorian. La teniente Sarah Albert.
            – Un placer teniente – replicó Wes intentado ser agradable. De golpe supo de qué la conocía. Tragó saliva y su sonrisa se borró de su rostro.
            – Veamos si es tan buen piloto como dicen – dijo esta secamente y le indicó que se sentara. Y así lo hizo –. Le he preparado una simulación.
            – Sí señor – dijo sentándose. Observó los controles, los había estudiado la noche anterior. El pilotaje de aquella nave no era más complicado que el de Enterprise que tanto conocía, exceptuando el momento en que se activaba la separación multi-vector de ataque: entonces la dificultad se multiplicaba por tres.
            – Primero algo sencillo – dijo Albert presionando unos controles de la consola. La pantalla cambió y apareció un campo de asteroides –. Ha de atravesar esto y llegar a la estación situada en el otro extremo. Tiene tres minutos.
            Wesley no dijo nada, se giró hacia los controles y estudió la pantalla de navegación y la de los sensores. Estos indicaban que se encontraba frente a un cinturón de asteroides de nivel dos. Debía de haber unos cuantos millones de trozos de roca flotando por el espacio, residuos de alguna colisión espacial o un planeta que no había llegado a formarse nunca. Calculó la distancia entre los dos extremos y empezó a estudiar una ruta para atravesarlos, parecía que el centro era la ruta más rápida, pero también había una mayor concentración de rocas. Los extremos estaban más despejados
            – El tiempo está corriendo – advirtió Albert secamente.
            Wesley respiró hondo: ¿quería guerra? Pues la tendría. Conectó los motores de impulsión y la nave empezó a moverse dentro de la simulación informática. Activó el escudo deflector al máximo, incrementando el campo en la parte frontal y penetró en el cinturón de asteroides.
            En la pantalla de navegación podía ver como avanzaba entre las rocas. Parecía sencillo, estas no se movían… sí, sí que lo hacían. Era un maldito campo de asteroides errático, dominado por alguna fuerza gravitacional cercana, como una luna situada por debajo de la esfera planetaria. Empezó a calcular los vectores, no solo de su propio movimiento, sino también de las rocas que podían interponerse en su camino. Y había miles.
            Estuvo tentado en utilizar sus capacidades de traveler para atravesar el cinturón, pero no podía. Si su mentor le había dejado volver era con una sola condición y era la de no utilizar esa capacidad si no era en una situación de vida o muerte.
            – Le queda un minuto y no está ni a la mitad del recorrido – le recordó Albert.
            Así que esas tenían. Dejó de mirar la pantalla de navegación y los sensores, colocó su mano derecha encima del control X-Y de dirección y se concentró en la panorámica que tenía delante. Y sin titubear empezó a aumentar la velocidad. 0.3, 0.4, 0.5. La Pretorian aceleró en la simulación, mientras la nave utilizaba sus potentes impulsores RCS de maniobra. Las rocas zumbaban alrededor de la nave estelar que las esquivaba como si estuviera en una montaña rusa. Subía, se desviaba de la trayectoria de una, volvía a su rumbo y se deslizaba por debajo de otra gran roca, para desviarse y esquivar otra más allá a una velocidad de vértigo entre aquellas rocas movedizas, como algunos otros navegantes las habían denominado.
            – Medio minuto – indicó Albert.
            Wes aceleró a 0.6 y por poco no choca contra otro fragmento, mientras sobrepasaba a otro rozando su superficie. Y entonces apareció. Era gigantesca, en forma de patata y justo en medio de la trayectoria de la Pretorian. Debía virar ciento ochenta grados si no quería morir, en la simulación. El antiguo alférez honorario de la Enterprise sonrió. Podía oír el débil murmullo procedente de las estaciones del puente, los técnicos y el resto de tripulantes debía de estar observando la prueba.
            Deslizó la mano izquierda y aumentó los amortiguadores de inercia a máxima potencia, luego la hizo regresar al control de impulsión y apagó los motores. La Pretorian desaceleró de golpe y como atraída mágicamente se deslizó por encima del asteroide, encontrándose al otro lado boca abajo. En la pantalla podía ver el observatorio científico y el marcador del cronómetro a 0:00:01. Lo había logrado.
            Hizo que la nave girara sobre sí misma hasta colocarla en posición horizontal. Luego se giró hacia Worf, que sonreía ampliamente. Norel parecía satisfecha con algo de sorpresa en su expresión, estaba claro que para ella había pasado la prueba. Luego hizo lo propio hacia Albert y la vio completamente seria.
            – Buen truco utilizar la propia gravedad del asteroide – tuvo que admitir.
            – Una vieja maniobra que aprendí del capitán Picard – explicó Wesley.
            – Ahora tendrá que probar su pericia en combate, alférez Crusher – anunció el klingon –. Y eso no será tan fácil.



            Se colocaron en órbita del planeta de clase M, un lugar rebosante de formas de vida vegetal y animal, incluyendo unos proto-homínidos que en unos cuantos miles de años tal vez explorarían la galaxia al igual que ellos. Aquel planeta, sin importancia había sido estudiado por el viejo maestro de arqueología de Picard, que había encontrado algunos años atrás poco antes de su muerte. Luego había tenido que acabar el trabajo empezado por el profesor Richard Galen, llevándole a realizar uno de los descubrimientos más importantes en la exobiología de la historia de la galaxia.
            Ahora la nueva Enterprise esperaba encontrarse con otros viejos conocidos. Y la cuestión era saber si estos se presentarían.
            – Detecto una nave desocultándose – indicó Data y en la pantalla apareció como de la nada un pájaro de guerra romulano.
            – Nos están llamando – informó Daniels.
            – En pantalla – ordenó Picard y ante él apareció Galathon sentado en el puente de su nave –. Me alegro de volverle a ver, comandante.
            – Yo también me alegro, capitán Picard – respondió el romulano –. Y le agradará saber que ha encontrado otros en nuestra situación.
            – Capitán, están apareciendo tres, cinco, ocho. Dieciséis naves romulanas – informó Data comprobando los sensores. A su alrededor podía ver siete pájaros de guerra de varios tipos, naves de escolta, científicas, lanzaderas y cargueros.
            – Comandante, les invito a bordo de la Enterprise. Donde podremos hablar con comodidad – le ofreció Picard.


            En el observatorio se sentaron los seis comandantes de las naves de guerra romulanas. Estaban encabezados por Galathon, que estaba a la derecha de Picard, así como otro antiguo adversario, el comandante Sirol, con el que se habían encontrado en el sistema Devolin mientras buscaban la nave desaparecida USS Pegasus.
            – Caballeros, bienvenidos a bordo de la Enterprise – comenzó el anfitrión –. No es el momento de discursos, todos nos encontramos en la misma circunstancia y justo antes del ataque del Imperio Galáctico luchábamos codo con codo contra el Dominion. Ahora debemos estar unidos frente a este enemigo procedente del exterior de la galaxia. Para ello les ofrezco los limitados recursos con que contamos.
            – La Flota Estelar ha sido tan aniquilada como la Armada Romulana – interrumpió uno de los oficiales, el comandante D’Vin que llevaba en el cuello el símbolo del Tal’Shiar, el temido servicio de seguridad romulano –. ¿Qué ayuda nos puede ofrecer usted?
            – Hemos de luchar unidos – intervino Galathon –. Poco importa los recursos que tengamos nosotros o que posea la Federación. Capitán, prosiga.
            – Un grupo de naves estelares nos hemos reunido y nos estamos reorganizando para resistir la invasión del Imperio. Por ahora todavía buscamos otras que hayan sobrevivido, para acumular fuerzas y seguir luchando. La única forma de vencer es reunir todos los supervivientes que hayan quedado de las grandes potencias de nuestra galaxia. Es algo que nos atañe a todos y si cada uno va por caminos distintos, al final fracasaremos. Si luchamos juntos, con estrategias conjuntas, apoyándonos unos a otros, estoy seguro que al final venceremos.
            – Un discurso muy hermoso – prosiguió D’Vin a la defensiva –. ¿Pero cómo pretende vencer ese enemigo? ¿Acaso la Federación tiene alguna arma escondida en algún lugar del cuadrante? ¿Una oculta flota de ataque tal vez?
            – No, comandante – respondió Picard –. Sé que venceremos porque tan solo el pensar lo que ocurriría si fracasamos a nuestros ciudadanos, me estremezco.
            – Si he venido hasta aquí no ha sido para discutir – intervino el oficial más joven de todos con un tono agresivo. A Picard le era familiar, pero no podía recordar donde le había visto antes –. Me parece una pérdida de tiempo estúpida. Todos hemos visto nuestras ciudades reducidas a escombros. Por lo menos yo sí. Y en ese momento juré que lucharía hasta que el último soldado Imperial haya sido expulsado de esta galaxia o moriría en el intento. Cualquiera que lleve el mismo uniforme que yo y no desee lo mismo, tendría que quitárselo. Ya nos aliamos con la Federación para luchar contra el Dominion. Ahora me uniría a los Fundadores para luchar contra ese Imperio Galáctico si fuera necesario.
            – El mayor ha expresado muy bien el sentimiento de todos, claro está – le replicó Sirol que se giró hacia su anfitrión humano –. Capitán Picard, creo que hablo en nombre de todos los presentes para decir que nuestras naves se unirán a su grupo. A nosotros no nos corresponde discutir sobre el uso del sistema de ocultación, eso se lo dejaremos a nuestros dirigentes cuando llegue el momento – puntualizó mirando a D’Vin y evitando que este pudiera utilizar aquel punto para continuar con la discusión con Picard –. Pero mantendremos nuestra independencia táctica. Me refiero a la posibilidad de regresar a nuestro territorio en cualquier momento, claro está. Propongo al comandante Galathon para que sea nuestro enlace, ya que fue él quien contactó con usted y nos encontró a nosotros.
            – No tendría inconveniente – asintió Galathon.
            – Bien, vayamos a las cuestiones prácticas – comentó Picard, que explicó a grandes rasgos lo que era el Operativo Omega y los dispositivos para borrar las coordenadas de navegación. Ante la resistencia de varios de los comandantes, Galathon se ofreció a comprobar la compatibilidad del sistema y poco después concluyó la reunión.
            Al salir de esta, Galathon se quedó para poder hablar con Picard.
            – Sé que hay otros grupos de supervivientes repartidos por todo el Imperio – le explicó el romulano en el despacho de Picard minutos después –. Sospecho que D’Vin conocen el número y ubicación de por lo menos uno o dos de ellos. Estoy en una situación complicada, capitán. En estos momentos la política dentro de los supervivientes de nuestro Imperio es más agresiva que antes de la invasión. Las diferentes facciones luchan por controlar el mayor número de efectivos y recursos. Estos son pocos y el Tal’Shiar parece tener ventaja.
            – ¿Y en que facción está usted? – le preguntó Picard ofreciéndole una taza de té.
            – Yo siempre abogué por una alianza contra el Dominion – explicó el romulano con tranquilidad –. Y eso me causó bastantes problemas hasta que el senador Vreenak descubrió sus verdaderos planes. No soy lo que la Federación denominaría un oficial típico romualno, capitán Picard. Es decir: aislacionista y belicista. Me gusta conocer cosas de otras culturas, soy al igual que usted aficionado a la arqueología. Conozco la forma en que el universo teje sus ramificaciones entre las destinas razas y mundos. Irremediablemente unidos y separados por años luz.
            – ¿Tal vez piensa como los reunificadores? – preguntó osado Picard.
            – No soy tan radical – replicó esbozándose una sonrisa burlona –. No me mal interprete, conozco sus teorías y aunque haya una base genética entre vulcanos y romulanos al proceder del mismo pueblo, hace ya mucho tiempo que nuestros caminos discurren de manea muy distinta en muchos aspectos. Un acercamiento, más que una unificación sería más… lógica – puntualizó con la otra sonrisa, marcando la palabra que definía la filosofía de los vulcanos.
            » Además soy un patriota, me educaron para serlo y lo soy. Pero como he dicho me gusta conocer a otras gentes. Una vez leí uno de sus autores más universales, un tal Shakespeare. Muy interesante. E instructivo para conocer mejor la psicología terrestre.
            – También le recomendaría a Molière – comentó Picard citando al gran dramaturgo que había pretendido hacer reír a la gente honrada –. Y yo tendría que leer algo más de su literatura romulana.
            – Si quiere le puedo dejar unos cuantos ejemplares muy interesantes – dijo dejando la taza de té sobre la mesa, luego miró a su anfitrión con un semblante más serio –. Picard, usted y yo nos comprendemos. No me fío de D’Vin. No he acabado de fiarme nunca del Tal’Shiar. Creo que han protegido demasiado al Imperio y mire lo que nos ha ocurrido. Y la verdad, estos no se fiarán de mí. Incluso diría que está aquí para controlarme. No sé cuántos comandantes estarán conmigo para cuando llegue el momento y llegará… Les conozco bien. Entonces necesitaré su ayuda.
            » Pero no me conteste ahora – prosiguió Galathon esgrimiendo una sonrisa irónica antes de que Picard dijera nada –. Hágalo cuando esté seguro de mis intenciones.


USS Defiant

            Habían partido de Laredo para encontrarse con Damar, según habían planeado poco después del ataque que había sufrido la Federación por parte del Imperio Galáctico. Con los motores ya reparados gracias a las instalaciones traídas de Beta Antares, habían viajado a máxima velocidad sin detectar presencia enemiga, aunque habían evitado los sistemas habitables. Ahora, mientras esperaba Sisko estaba sentado en el puente pensando en los acontecimientos de los últimos meses. Todo había sucedido muy rápido y en el fondo no había acabado de asimilarlo. Y lo peor de todo era que no había tenido noticias de Kasidy ni Jake. Habían sido evacuados de Deep Space Nine y lo último que sabía de ellos era que la Xhosa se encontraba en Dreon VII en el momento de la invasión. Kasidy era una mujer de recursos, aun así Benjamin estaba preocupado, ya que ahora era la mujer de un oficial de la Flota, ¿y si el Imperio la buscaba? Era una idea horrible que no se podía quitar de la mente.
            – Benjamin – le dijo Ezri interrumpiéndole en su meditación.
            – ¿Qué quieres Viejo Hombre? – le preguntó Sisko.
            – Después de la cita, nadie notará si nos retrasamos un día o dos – comentó en un susurro. Sisko la miró sorprendido –. Y estarás más tranquilo. Y yo también. Estamos cerca.
            Sisko esgrimió una sonrisa de complicidad, tal vez por fuera no se pareciera no se parecía en nada al aventurero embajador trill que conoció en su juventud, pero Dax continuaba siendo era capaz de descubrir lo que pensaba tan solo con mirarle.
            – Detecto una nave aproximándose – informó Nog desde su posición de piloto –. Una nave de ataque del jem’hadar.
            – Ya han llegado nuestros amigos – comentó Sisko. Poco después Damar y Garak se transportaban a bordo.
            – Encontramos a varios oficiales que se unieron a nosotros – explicó el legado Damar en el comedor –. Desgraciadamente hay pocos que me sean leales. O fueron asesinados por el Dominion o Broca les ha comprado o hecho desaparecer.
            » Arrasó Cardassia Prime para consolidar el poder sobre la Unión – comentó lleno de ira, frustración e impotencia al recordarlo –. Y como destruyó a las fuerzas del Dominion, mi pueblo le aclama como su nuevo líder y se olvida de sus ochocientos millones de víctimas.
            » Aun así la 2ª Orden de gul Macet estaría dispuesta a unirse a nosotros, eran los soldados de Dukat y este le puso a su mando cuando pactó con el Dominion, pero fue diezmada durante la guerra. He quedado en encontrarme con gul Jasad que intentará reunir otras naves de la 4ª Orden. No son muchos, pero Broca tampoco está seguro en su posición actual. Las naves de la 8ª Orden que ocuparon diversos planetas más allá de la Zona Desmilitarizada actuaban bajo la dirección de gul Benil, y no de él. Lo único que le mantiene en el poder son las ayudas que recibe por parte del Imperio y de esa fama, que su propagando no deja de recordar, de derrotar al Dominion.
            – Y la fama dura quince minutos – intervino Garak –. O por lo menos eso es lo que ustedes dicen.
            – Yo he tenido un poco de más suerte – comentó Sisko, que explicó a grandes rasgos el grupo formado en Laredo y el Operativo Omega –. La presidenta Troi me ha pedido que le exprese su voluntad para formar una alianza y luchar juntos en esta nueva guerra. Aunque nuestros enemigos sean algo distintos.
            – No capitán Sisko. En eso se equivoca – replicó Damar con vehemencia –. Son el mismo enemigo, pero con diferente máscara. Lucharé junto a ustedes, no porque cuando el Imperio sea derrotado, Broca caería, sino porque este y ese Palpatine son la misma cara de la moneda de la tiranía. No solo quiero una cardassia libre, quiere una cardassia mejor, por nuestros hijos… porque estos no tengan que morir por discursos de falsos nacionalismo y promesas emponzoñadas.
            – Nuestros recursos son también limitados – admitió Sisko, sabiendo que la invasión de los planetas de la Zona Desmilitarizada significaba que los cardassianos iban a seguir la misma política imperialista de antaño –, pero si luchamos coordinados haremos mucho más daño.
            – Comprenderán que en este momento he de estar en Cardassia – continuó Damar –. No puedo dejar que Broca no sienta mi presencia. Sugiero por tanto que Garak sea mi enlace con ustedes. Conoce todos mis contactos y procedimientos.
            Sisko miró a Garak, que asintió con una amplia sonrisa en su rostro. El capitán no supo si eso era bueno o malo. Por lo menos ya le conocía y le tendría controlado.


El Persilla

            Habían salido del hiperespacio en las proximidades del cuásar Murasaki varios días antes que las otras naves que se había adelantado al resto. A Bashir le preocupaba los continuos saltos que estaban haciendo y su falta de conocimientos sobre aquella tecnología. Aunque uno de los ingenieros, un joven teniente benzita, parecía aprender con rapidez y había averiguado el funcionamiento de diversos equipos indispensables de la nave.
            – A esta velocidad tardaremos un día en llegar – indicó el piloto, un alférez vulcano que también había aprendido a leer el básico y se desenvolvía bastante bien con los controles.
            – Tampoco tenemos prisa – le contestó Shelby observando la nube verde en forma de torbellino que ocupaba toda la pantalla. Durante el siglo anterior las naves estelares estaban bajo órdenes permanentes de estudiar formaciones como esa. En su segundo año en la Academia recordaba haber realizado un profundo estudio en las clases de astrofísica sobre el Efecto Murasaki: su concentración de ionización negativa llegaba a afectar a casi todo el sector, si aún recordaba bien tenía concentración iónica negativa de 1,64x109 metros, con longitud de onda 370 ångström y unos armónicos altos a lo largo de todo el espectro. Pero había escogido aquel fenómeno porque le parecía visualmente hermoso.
            » Cuando lleguemos nos ocultaremos en las coordenadas que convinimos con Riley. Sus efectos electromagnéticos impedirán que seamos detectados.
            – ¡Por los Profetas! – indicó Kira –. Una nave descamuflándose.
            – Comuníquense con ella, rápido – ordenó Shelby, que ya podía ver a la pequeña nave de la clase Sabre enfilada directamente hacia ellos –. ¡Aquí la capitana Shelby de la USS Sutherland a bordo de una nave imperial capturada! No disparen, somos oficiales de la flota. ¡Repito, no abran fuego!
            En aquel momento la pequeña nave les esquivó pasando a pocos metros del casco del galeón espacial.
            – Aquí el capitán Nugal de la nave estelar Hawk – respondieron segundos después –. Prepárense para ser abordados.
            – ¡Otra vez! – comentó Bashir y unos minutos después se transportaban en el puente un puñado oficiales de seguridad bien armados.
            – Soy el teniente Ssberccroft – se presentó un ktarian con una pistola phaser en la mano que al comprobar quien le rodeaba la guardó –. Han tenido suerte, estábamos a punto de enviar esta nave al infierno.
            – Me alegro de que no lo hicieran. Soy la capitana Shelby.
            – Teníamos que encontrarnos con el Challenger.
            – El resto de naves están de camino, nosotros nos adelantarnos.
            – ¿Más naves?
            – Me gustaría hablar con su capitán.
            – Por supuesto, señor.


Dreon VII

             La colonia bajorana parecía tranquila, en la superficie era de noche y las calles estaban desiertas, por eso el pequeño grupo avanzaba despacio, esquivando las luces de las farolas. Desde la órbita no había detectado presencia del Imperio, ni naves, ni bases. Claro que Dreon VII no era un lugar exactamente importante, la mayoría de sus habitantes eran granjeros y había muy poca industria.
            Se detuvieron frente a una casa, tenía un muro alto y una gran puerta de madera que estaba cerrada, la abrieron y entraron en el jardín, atravesándolo sin detenerse. Frente a la casa principal, Sisko se quitó la capucha y llamó a la puerta. Instantes después un bajorano de unos cincuenta años y de generosa complexión la abrió.
            – ¡Emisario! – exclamó, tras el sobresalto miró a derecha e izquierda y luego hizo un ademán indicándoles que entraran –. ¡Rápido!
            Aquella era la casa de Keeve Falor un viejo conocido de Kasidy. Este había ayudado a conseguido unos años atrás un contrato de transporte con el Ministerio de Comercio bajorano. Era un respetado líder durante los tiempos de la ocupación y había estado en los campos de refugiados de Valo II, donde había conocido a Kasidy, quien les había llevado en muchas ocasiones suministros y trasportado cartas hasta la misma Bajor. Tras la ocupación, Keeve había sido nombrado ministro del Gobierno Provisional, pero al poco tiempo había abandonado la política cansado de las intrigas para retirarse en Dreon.
            – ¡Está vivo! – exclamó Keeve después de cerrar la puerta –. Venga, por favor.
            Les condujo hacia la cocina y al entrar encontraron a un buen número de familias de los tripulantes de Deep Space Nine y la Defiant.
            – ¡Jake! – exclamó Benjamin al ver a su hijo entre estos. El joven y alto Sisko se levantó y corrió hacia su padre, abrazándole con fuerza –. ¡Jake!
            – ¡Papa! Pensamos lo peor – dijo este sin dejar de abrazarle.
            – ¿Y Kasidy? – preguntó al separarse, Benjamin rebosaba felicidad.
            – Se fue con el Imperio – le contestó Jake, sabiendo que le echaba a su padre un jarro de agua fría.
            – ¿Qué? – fue lo único que pudo decir, mil pensamientos cruzaron su mente en ese momento y ninguno bueno.
            – Está bien. No te preocupes por ella – explicó Jake –. Cuando llegaron requisaron la Xhosa y ella se marchó con ellos. Dijo que era la única cosa que le quedaba en el universo y no quería que el Imperio se apoderara de ella también. Además tampoco quiso dejar solos a su tripulación. Nos mandó un mensaje hace unos días, parece que han requisado todos los cargueros del sector y ahora está transportando material de un lado a otro. No cree que sepan quién es.
            – ¿Estás seguro de que está bien?
            – Kasidy sabe cuidarse, papá.
            – Lo sé – respondió resignado y volvió a abrazar a su hijo.
            Al separarse miró a su alrededor y vio como Miles O’Brien abrazaba al mismo tiempo a Keiko, Molly y Kirayoshi que llevaba en brazos. Todos los hijos del teniente Vilix’pran que revoloteaban alrededor de sus padres fundidos también en otro abrazo. Por lo menos varias familias sí estaban unidas.
            – Jake – le llamó entonces Ezri –. ¿Sabes lo que le ocurrió a Julian?
            – Le hicieron prisionero. Lo siento – contestó este apenado –. A Kira también. No hemos sabido nada más de ellos.


El Annihilator


            Vantorel contempló la alargada mesa donde estaban sentados la mayoría de los oficiales bajo su mando. El Annihilator, su nave insignia, había regresado al cuartel general del vasto sector que tenía bajo su control: Bajor. En aquel hermoso planeta, situado estratégicamente en el centro de los territorios de las diferentes razas que todavía no habían invadido: los breen, los tzenkethi y los talarianos y en frente a él los cardassianos.
            Pero aquella noche no se permitía pensar en aquellos temas. Aquella cena era de celebración por las conquistas y por las condecoraciones repartidas poco antes. Alrededor de la mesa estaban sus mejores hombres: el capitán Valorum la única persona en el universo que Vantorel podía llamar amigo. Dardel, a quien había conocido cuando era un asustado cadete a bordo de su primera nave y que ahora mandaba una escuadra de ataque. Moizisch, otro joven oficial que había apadrinado y bajo su ala lo había logrado la capitanía de un destructor estelar. O el viejo Fusch, quien al mando de su veterano destructor clase Legacy se había enfrentado contra el jem’hadar en Kora II, para después barrer literalmente la mayoría de bases estelares de su sector. Así como otros capitanes de destructores: Talon Gruna, Fixer Cabbel o Lar Becan. También estaban muchos miembros de su estado mayor, encabezado por el capitán Adel, su ayudante y mano derecha. Así como oficiales de enlace o jefes de departamento como los mayores Jorak y Tom Sak y el responsable de sus unidades planetarias y un magnífico estratega en su terreno el general Hewitt, comandante del 22º Grupo de Ejército, sus fuerzas de invasión terrestre. También estaba el general Lepira del ubictorado, con el que había entablado una gran amistad en los últimos años y que sorprendentemente había aceptado la invitación. Era extraño que se juntara con el resto de oficiales, pero había accedido a cenar con ellos aquella noche.
            Debido a la envergadura y lo especial de aquella misión, había podido escoger cuidadosamente a todos los oficiales bajo su mando. Logrando de esa manera apartar a la mayoría de los inútiles y ascender a hombres válidos y competentes, deseosos de servir al Nuevo Orden. La mayoría habían ascendido gracias a él y les había enseñado a pensar como un equipo compacto y coherente, lo cual era algo realmente poco usual. Pero como la mayoría de las cosas que atañía a los Nuevos Territorios era todo inusual. Como poco habitual era la camaradería que se vivía entre aquellos oficiales, pero que Vantorel pensaba que fomentar la cooperación entre ellos aumentando su eficacia.
            El almirante se levantó e hizo sonar su copa de cristal con su cuchillo. Las conversaciones de sus oficiales cesaron y todos le miraron expectantes.
            – Señores el Gran Moff Daran me ha pedido que les transmita sus felicitaciones por el trabajo que han realizado. Yo les doy las mías: felicidades… – un murmullo de alegría se elevó entre estos, hasta el punto que Vantorel tuvo que volver a hacer chocar el cristal de su copa con el cuchillo –. Aún no había acabado… – y unas carcajadas estallaron en el silencio, cuando estas por fin los achispados oficiales callaron, su superior prosiguió.
            » A lo largo de mi carrera he soportado la inutilidad de muchos soldados. Estupideces que han costado vidas y alargado batallas. Por suerte, ninguno de estos se encuentra hoy aquí. Les seleccioné para esta misión, y me siento satisfecho de todos… Bueno, tal vez el capitán Fusch podría haberse esmerado un poco más, pero nadie es perfecto – dicho lo cual estallaron de nuevo carcajadas, mientras Fusch se enrojecía detrás de su copa de vino bajorano –. Pero a pesar de todo, estoy orgulloso de ustedes. De todos y sin excepción. Son los mejores oficiales con los que he servido y si hoy se acabara el universo, moriría satisfecho.
            » ¡Por ustedes señores! – exclamó alzando la copa y el resto de oficiales le acompañaron alzándose y levantándose la suya en un alarido de júbilo
            » ¡Por la marina Imperial! – volvió a exclamar y el grito se elevó de nuevo.
            » ¡Por el ejército Imperial! – y por tercera vez levantaron sus copas.
            – ¡Por el Almirante Vantorel! ¡El mejor oficial del Imperio! – exclamó entonces  Fusch y en un grito aún más fuerte que los anteriores, sus compañeros repitieron el brindis.
            – ¡Por el Almirante Vantorel! ¡El mejor oficial del Imperio!
            – ¡Larga vida a Vantorel!
            – ¡Larga vida al Emperador!
            – ¡Larga vida al Imperio!
            – ¡Larga vida a Vantorel!
            – ¡Larga vida a Vantorel!
            – Muchas gracias – dijo Vantorel aplacando los vítores –. Pero no pienso subirles el sueldo – lo que provocó otra tanda de carcajadas.
            La cena se alargó varias horas y tras esta la mayoría de sus asistentes se retiraron a una sala donde les esperaban exóticas chicas de compañía de aquella galaxia.


Continuará…


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