El juego continúa.
Primera parte.
Cestus III
La
colonia situada en el borde del espacio gorn
había cambiado mucho desde que fuera atacada en el 2267. Tras la épica lucha del
capitán Kirk contra su homólogo S’salk, el asentamiento se
había vuelto a poblar, pero esta vez formada por los colonos de la Federación y
de la Hegemonía Gorn. La comunidad
había prosperado y en aquel momento las ciudades industriales, como su capital Pike City, daban cobijo a
casi 36 millones de almas, más de siete de ellos gorn. Tras la invasión la
colonia había pasado a depender de la Hegemonía según el tratado firmado por
estos, lo que la había permitido continuar la vida a sus habitantes con cierta
normalidad. Solamente alterada por la llegada de muchos refugiados procedentes
de todos los rincones de la ocupada galaxia, mientras jugaba a la ambigüedad
con las autoridades del Imperio. La
partida se había acabado cuando sus naves de guerra atacaron los puestos
avanzados imperiales a lo largo de la frontera de la Federación y del Imperio Klingon. Ahora media docena de cruceros estaban en órbita, junto a dos
naves estelares para proteger el planeta.
La escuadra del almirante Corran
surgió del hiperespacio muy cerca de
Cestus III. Sabía que las defensas
planetarias eran mínimas y la organización exacta de las naves que la
guarnecían gracias a varias sondas probots
equipadas con emisores de taquiones
para detectar naves ocultas que había enviado. La arrogancia del oficial le
había hecho convencerse que aquel sería el principio del fin de la civilización
de aquellos reptiles tal y como se conocía hasta entonces. Y como ya había
hecho con los sheliaks su primer
objetivo sería el planeta que los humanos habían tenido que compartir: Cestus
III.
Las naves gorn se colocaron entre el
planeta y la fuerza imperial. El general Hay’utmel, como Hegemónico Gorn, líder
de su pueblo, estaba sentado en el puente de batalla del crucero insignia: el Gornia. Alegrándose de lo previsible que
era aquel humano en particular al atacar la colonia que ambas potencias
compartían y era orgullo de ambos. Había estudiado a fondo al almirante Vrad
Corran gracias al informe psicológico hecho por la Flota Estelar y lo conocido
de su historial militar. Era un hombre arrogante, un fanático de la ideología
del Nuevo Orden, así como totalmente
convencido de la superioridad de su raza humana. A Corran le gustaba salir del
hiperespacio muy cerca de sus objetivos y entrar en batalla con rapidez, sin
dejar reaccionar a sus presas, pero también dejaba un punto ciego en sus
formaciones, que no tenían tiempo de agruparse para la batalla.
Los sensores identificaron cinco
naves capitales: el gigantesco Carida
de la clase Allegiance, escoltado por un destructor de la clase Imperial el Admiral
Kirlan y tres
más pequeños y vetustos Victorys encabezados por el Dekor, que empezaron a corregir
lentamente su escuadra para colocar las naves de piquete mientras lanzaban los cazas TIE. Hay’utmel ordenó acelerar y
empezó a disparar una cortina de torpedos de fotones para provocar la confusión entre el enemigo antes de que
pudieran formar su potente grupo de batalla. Las cabezas de guerra de los
torpedos detonaron alrededor de las naves de Corran en el momento en que los
TIE empezaban a salir de sus hangares, varios incluso llegaron a estallar junto
a sus naves nodriza. Justo después aparecieron más cruceros gorn procedentes
del hiperespacio, que disparando sus disruptores
se colocaron entre los dos destructores, para dividir a Corran y reducirlas una
a una.
La táctica gorn hizo su efecto y la
lucha empezó antes de lograr cohesionarse, convirtiéndose rápidamente en un
tumulto sin orden. En ese momento fue cuando del interior del gigante gaseoso
de Cestus IV surgieron dos escuadras más de cruceros gorn.
El Carida
El puente del destructor se tambaleó
violentamente haciendo perder el equilibrio a Corran, que tuvo que apoyarse en
el marco del ventanal exterior. Al otro lado podía ver como su formación estaba
desorganizada entre la maraña de naves gorn que no median más de trescientos
metros. El crucero pesado Aconit
estalló a la altura del puente del Carida
y el almirante pudo ver como se desintegraba envuelto en una bola de fuego. No
lejos de allí la fragata Flot parecía
muerta en el espacio.
–
¡Concentren los disparos de iones en
esos malditos reptiles! – ladró este desconcertado por lo que sucedía a su
alrededor.
–
No les afectan señor... – le respondió desde el foso su oficial de armamento –.
Sus escudos se regeneran rápidamente.
–
Eso es imposible – contestó Corran incrédulo.
–
¡El Admiral Kirlan informa que ha
perdido sus escudos principales y pide permiso para retirarse! – le informó el
oficial de comunicaciones.
–
¿Retirarse?
Otra explosión sacudió el puente del
destructor... los gorn se estaban centrando en la estructura de mando del Carida y la potencia de la antimateria
con que estaban armados los torpedos empezaban a drenar los escudos.
USS Guadalajara
El capitán Bernal observaba la
batalla desde la órbita a Cestus III
junto a la Arquebus, donde estaban situados después que el general Hay’utmel les pedida a las
dos naves estelares que se ocuparan de la ultima línea de defensa del planeta. Permitiéndole
tener más tiempo para realizar las reparaciones de la nave tras el combate en la Base Llegada Uno, utilizando la maquinaria pesada del astillero
civil de la colonia. Bernal había conocido al líder gorn
tras retirarse desde Bellatrix durante la invasión. Les
había ofrecido ayuda y escoltado hasta el interior de su territorio, donde se
habían reunido con otras naves de la Flota y klingons en la misma situación.
Cuando la resistencia se la Federación
quiso aliarse con la Hegemonía Gorn,
Hay’utmel había sido su principal valedor. Se había educado en Cestus y conocía
muy bien la psicología humana, además de ser un guerrero inteligente. También
sabía, desde el primer momento, que el Imperio Galáctico acabaría atacando a su pueblo. Y aunque también era arrogante, no
lo suficiente como para subestimar a ningún adversario. Como cualquier reptil
era de sangre fría, estudiaba al enemigo buscando sus puntos débiles para
explotarlos para vencerle. Y por arrogancia suya había querido que fueran los
gorn quienes llevaran el grueso de la lucha contra sus enemigos.
–
Las naves imperiales se retiran, señor – le comentó su primer oficial cuando
vio como el Carida, gravemente dañado,
empezaba a alejarse de los restos muertos del destructor Admiral Kirlan de la clase Imperial. La batalla había sido corta
e intensa. Segundos después la última nave superviviente saltaba al hiperespacio.
–
Doctor Rosen prepare equipos médico para atender a los heridos de nuestros
aliados – ordenó Bernal tras presionar su comunicador, luego se giró hacia el
timonel.
»
Deje la órbita y diríjase hacia la fuerza gorn.
» Póngase en contacto con el Gornia –
siguió ordenando Bernal y poco después apareció el rostro de Hay’utmel en el
puente, que mostraba signos del combate que acababa de librarse –. General,
solicitamos permiso para enviarle ayuda médica a su gente.
–
Permiso concedido capitán Bernal. Como le dije sería fácil derrotar a Corran.
Era otro humano previsible – replicó con jactancia.
–
Jamás dudé de usted – replicó el capitán, aunque Bernal había calculado que los
gorn habían perdido una tercera parte de sus naves y otras tantas estaban
seriamente dañadas.
–
Cuando vea al almirante Paris, no se
olvide de darle las gracias por compartir la tecnología de regeneración de los
escudos – puntualizó el gorn y cortó la comunicación.
–
Trasladaremos a los heridos a los hospitales de Cestus III, luego debemos partir
inmediatamente hacia la colonia Vega
– le recordó a su primer oficial, que salió del puente para coordinar las
operaciones de rescate y ayuda a los gorns.
Tiburon
La aniquilación del 31º Grupo de
Ejército era una afrenta que el Imperio
no podía olvidar. Para aniquilar la resistencia en aquel planeta desplegarían tres
destructores de clase Imperial y seis Victorys, además de otras
de apoyo. Según las órdenes la destrucción debía de ser total: nadie debería
sobrevivir en aquel planeta. Para ello escogió personalmente al capitán Brian
Said del Icon: un oficial muy
respetado entre los oficiales de la Armada.
Su reputación sobre todo procedía de su relación con sus hombres: era justo y
comprensivo, al igual que Vantorel cuidaba que la calidad del material de sus
hombres fuera la adecuada y tras cualquier combate dejaba tiempo para recuperar
las cápsulas de escape que habían podido salir. Aunque también era un táctico
inteligente, aunque en muchas ocasiones se le había acusado de actuar con
demasiado cautela.
La formación salió del hiperespacio junto
a la estrella del sistema para aproximarse por la zona menos obvia. Said
desconocía el origen de las naves que habían atacado Tiburon al no aparecían en los registros, lo que acentuó su
prudencia ¿quiénes serían para ayudar a la Federación?
Organizó a su fuerza en una formación clásica: con el Icon en el vértice y el resto de las naves en sus flancos,
abriéndose como una cuña. Los cazas TIE
irían en vanguardia como fuerza de piquete para verificar la potencia y las
características de las naves enemigas.
Según los sensores además de las
naves de origen desconocido que sumaban medio centenar, había una fragata de asalto de la Nueva República y un veterano
destructor de bolsillo de la clase Recursant, así con rápidos cazas Ala-A y Ala-B de soporte, así como tres naves estelares: la Tirpitz, la Enterprise-A y la Imhotep.
La formación se desplegó para enfrentarse a su fuerza imperial.
La lucha se inició con rapidez y las
armas de iones que Said había ordenado
concentrar no parecieron hacer su efecto sobre sus adversarios. Cambiando de
táctica ordenó cerrar la formación e intentar abrir una brecha por su mera
potencia de fuego. Pero sus enemigos eran más rápidos que ellos y las naves desconocidas
eran tan rápidas que escapaban de sus turbolásers,
mientras que las unidades de mayor tamaño de la rebelión y la Flota Estelar
permanecían a cierta distancia proporcionando fuego de cobertura sostenido y
potente gracias a una lluvia de torpedos de fotones y quánticos. Pronto se
dio cuenta que estaban atacando siempre las mismas zonas, debilitando los
escudos por segmentos, dejándoles debilitados y a merced del resto de la fuerza
móvil. El destructor Thistlebornd,
situado a babor de la formación, fue el primero en caer, seguido por el Contact, de la clase Victory, poco después. Mientras que la
nave del propio Said estaba recibiendo un fuerte castigo, sus escudos estaban
cada vez más debilitados y su formación ya apenas aguantaba. Ante aquella
situación Said no lo dudó y al Icon
retirarse antes de que su escuadra acabara siendo aniquilada en la trampa de
Tiburon.
Bolarux IX
No era necesario un análisis
estratégico basado en los últimos movimientos del Imperio para saber que este se estaba retirando de los planetas
periféricos que había ocupado. Tampoco era difícil deducir que Bolarus IX debido a su situación entre
el Imperio Romulano y el corazón de
la Federación, así como su alto
nivel industrializado y de avanzada tecnología, no iba a ser uno de los que
abandonaría. Y para poder defenderlo primero se tenía que eliminar la
resistencia que aún quedaba en el planeta. Porque nada había ido como estaba
previsto en su liberación: el ataque a las instalaciones orbitales había sido
un éxito y se habían capturado la estación de mantenimiento orbital y la Base Estelar 307 en órbita a Bolarus XIII, ambas ayudadas en la
captura por las células de la resistencia local. Pero el equipo de infiltración
en la guarnición imperial había sido descubierto y los inhibidores de transporte que protegía esta, situada junto a la
capital, permanecían intactos. Con el destacamento alertado se atrincheró
detrás del potente escudo deflector,
convirtiendo el previsto rápido asalto en un asedio en toda regla. La antigua
unidad de infantería imperial de Gharon había sido transportada fuera del perímetro
defensivo, no lejos del complejo del espacio puerto, pero el problema era su
carencia de vehículos blindados o de cualquier tipo, así como de armas pesadas
adecuadas para iniciar el asalto.
El impacto de una descarga de turboláser hizo tambalear el edificio
donde habían instalado el cuartel general avanzado, el imperio abría unos
segundos su escudo para permitir a su artillería castigar a sus atacantes, de
manera que el aire estaba ionizado por el fuego de las armas de energía y el
humo de los incendios lo cubría todo. Las familias habían sido evacuadas
apresuradamente, los ocupantes de aquella casa: una esposa, sus dos co-esposos
y sus hijos habían sido escoltados por dos soldados hacia la retaguardia.
Estaba claro que el bombardeo que estaba realizando desde la base, disparando
contra los barrios cercanos, era para crear un perímetro de fuego alrededor de
las instalaciones, además de para castigar a los habitantes que había osado
intentar liberar su propio planeta.
Se había reunido los oficiales para
discutir la situación. Allí estaba el general Zohin, Ledick Firest y Cal Alder,
además del capitán Deilog que se había transportado directamente de su nave,
para informar que había sido detectada una fuerza enemiga con tropas evacuadas
en otros lugares agrupándose Benzar.
Lo que solo podía significar un inminente ataque a Bolarus.
– Tenemos que silenciar esa maldita
artillería… – dijo Zohin mientras el yeso y el polvo se desprendían de techo a
media que el suelo temblaba por los impactos de los disparos turbolásers. En su
rostro se veía la determinación, pero también el horror de ver como su ciudad
estaba siendo sistemáticamente derruida.
– Hemos de apagar el escudo –
replicó Alder.
Gharon observaba en silencio el mapa
holográfico de la zona de combate, donde se podía ver, a pesar de las
interferencias electrónicas, sus posiciones, así como las suyas propias a lo
largo de todo el perímetro. Mientras preparaba el ataque había estudiado la
zona, y ya se había dado cuenta que el reducto imperial era inexpugnable. Pero
si pudieran bombardear desde la órbita las instalaciones podrían aplastar uno a
uno los baluartes enemigos y reducirlos transportando inmediatamente allí un
grupo de infantería. Pero la ubicación del generador
estaba en el corazón de las defensas y era inalcanzable al carecer de vehículos
y armamento pesado.
– La base está protegida por un
escudo de rayo, diseñado para detener armas de energía o bloquear sus
transportadores. Pero si introdujéramos una de las lanzaderas debajo del
paraguas del escudo, ¿podría transportar a un equipo de demoliciones cerca del
generador? – preguntó Firest dirigiéndose a los oficiales de la Federación.
– No, detectamos inhibidores de
transporte en el interior del perímetro que se extienden por todo el recinto –
respondió Zohin con pesar –. Aunque pudiéramos atravesar el del escudo, no
podríamos transportar a nadie o nada, cerca de su generador.
– Tendríamos que acercarnos mucho
para destruir ese generador – comentó Gharon pensando en voz alta.
– ¿Cuánto? – preguntó Deilog.
– Un kilómetro, tal vez algo más
cerca.
– ¿Y si enviáramos un grupo de
cazas? – sugirió Alder –. Tal vez puedan colarse por debajo del escudo, como
hicieron los AT-AT de Vader en Hoth.
– Han de penetrar casi dos
kilómetros – explicó Gheron –. Y todos los cañones apuntarían hacia ellos: las
torres turboláser, la artillería antiaérea, las piezas terrestres, armas
ligeras, todo. Sería enviarlos a una muerte segura.
– ¿El qué? – preguntó Gharon.
– Una vieja historia de la Tierra –
respondió el andoriano reflexivo,
sus antenas se flexionaron hacia atrás, como si acompañaran a sus pensamientos
–. Y para atravesar ese Valle de la Muerte necesitaríamos algo más resistente
que unos cazas.
– Mucho más resistente – confirmó
Gharon.
– Señor, hemos detectado un
escuadrón de vehículos blindados – informó la imagen azulada y translúcida de
Madis que estaba en primera línea a través del comunicador holográfico –. El 4º
pelotón indica que se están agrupándose cerca de los hangares para avanzar
sobre nuestras posiciones.
– Quieren atacarnos. Eso significa
que la fuerza concentrada en Benzar no tardará mucho en llegar – sentenció
Zohin –. No tenemos defensas suficientes para detenerles.
El andoriano se volvió hacia Alder.
– ¿Ha dicho que los AT-AT se colaron
por debajo del escudo en Hoth? ¿Cómo?
– Los escudos están diseñados para
proteger de un bombardeo orbital – explicó el joven oficial rebelde –, por lo
que concentran su energía en la parte superior del paraguas que proyectan. De
manera que la zona más baja no es tan consistente y aunque puede detener una
descarga de energía a ras del suelo, un objeto sólido podría penetrar la capa
de protección. El Imperio desplegó vehículos terrestres en Hoth cuyo objetivo
era destruir el escudo. Cuando lo hicieron, pudieron trasladar más tropas
inmediatamente encima de la base.
– Pero no tenemos vehículos pesados
como los AT-AT para lograr penetrar en el perímetro y acercarnos al escudo – le
recordó Gharon.
– No. Pero tal vez tengamos otra
alternativa – indicó Deilog inclinando sus antenas hacia delante en un gesto
temerario. Instantes después presionó su comunicador para ponerse en contacto
con su nave en órbita –. Teniente Watkins, necesito que realice un escáner
topográfico de la densidad del escudo imperial a ras de suelo.
– Sí, señor.
– ¿En que está pensando? – preguntó
Zohin.
– En traer nuestro propio AT-AT –
respondió enigmático el vulcano –. La base de Hoth cayó en poder del Imperio, ¿verdad?
– Muchos buenos hombres murieron ese
día, sí – contestó Firest que no pudo evitar de mirar de reojo a Gharon.
– Hoy también morirán muchos
hombres. Esperemos que la mayoría sean del enemigo – respondió Deilog, que se
giró hacia Gharon –. Necesito que aguanten en el área del espacio puerto.
¿Podrá hacerlo mayor?
– Como en Hoth, nosotros no tenemos
armamento pesado para detener a esos andadores – replicó el antiguo oficial
imperial devolviendo la mirada a Firest –. Pero si necesita tiempo. Se lo
daremos, capitán.
– Entonces, será mejor que no me
demore. Aguanten, enseguida llegará la Brigada Ligera – dijo el vulcano, que se
apartó del proyectos holográfico y presionó su comunicador –. Lagrange,
aquí Deilog, transporte para uno.
– La próxima vez que nos veamos me
contará eso de la Brigada Ligera – le dijo Gharon, que tenía que reconocer que
aquel capitán estelar le caía bien.
– Energía – respondió el vulcano
sonriendo ampliamente e instantes después se desmaterializaba.
USS Lagrange
Deilog se materializó en la sala de
transporte número uno. Era la que siempre utilizaba por costumbre, y al hacerlo
aquella vez tuvo la sensación que iba a ser la última vez que lo hiciera.
– Capitán a los oficiales del
puente, reúnanse en la sala de observación – ordenó tras presionar el
comunicador de su pecho. Bajó de la plataforma y saludó a la jefa Medina, como
siempre hacía, antes de salir al pasillo.
La Lagrange no era una de
combate, había sido construida para misiones de colonización, transporte
logístico y científicas que requirieran un gran volumen de equipo o personal.
Pero en los últimos años, con la amenaza del Dominion y la posterior guerra sus funciones habían cambiado para
centrarse en el traslado de personal militar, como durante las operaciones contra los klingons por el sector Archanis. Tras empezar la guerra contra el Dominion había
participado en el desastroso ataque al sistema Tyra, donde la 7ª Flota había
perdido 98 naves de 112 que formaban el grupo de combate, siendo ellos una de
las supervivientes, aunque no sin considerables daños. Tras la Operación Return para recuperar el control DS9 se habían dedicado a transportar tropas de un sistema a
otro, labrándose cierta reputación al participar en numerosas escaramuzas
contra el jem’hadar o los cardassianos. Y cuando aquella
contienda parecía sentenciada había aparecido el Imperio Galáctico. Encuadrado en el Operativo Omega se había
dedicado a buscar el equipo y el material escondido por toda la galaxia por si
alguna vez la Federación era
asimilada por el Colectivo Borg,
para montar las bases de la resistencia. Con un número escaso de naves le
habían confiado el mando de la liberación del sistema Bolarus.
Las puertas de turboascensor se
abrieron en la cubierta uno frente a la sala de observación, donde estaban
llegando sus oficiales superiores. Les explicó la situación en el planeta y lo
que había pensado hacer.
– ¿Puede hacerse? – le preguntó a
sus oficiales.
– Es una locura – respondió Darik,
su jefe de ingenieros rigeliano –.
Esta nave no está diseñada para eso.
– Haré los cálculos pertinentes –
replicó el teniente Gerow, el navegante, que conocía a su capitán y sabía que
tras tomar una decisión era imposible sacársela de la cabeza.
– Shagara, quédese – dijo Deilog
despidiendo al resto de los presentes y quedándose a solas con su primera
oficial denobulana –. Su condición
no ha sido para mí ningún impedimento para ejercer sus funciones. Pero en esta
ocasión, sí le pido que…
– Si sale de esta, le seguro
capitán, que se lo haré pagar – le interrumpió esta resignada. Estaba en el
quinto mes de embarazo y su abultado vientre era bien visible. Luego abrazó a
su superior como despedida.
» Haré los preparativos para la
evacuación.
Ambos se dirigieron al puente y
cuando el andoriano se sentó en la
silla de mando, presionó los controles para activar el sistema de
comunicaciones interno.
– Al habla su capitán. Ordeno la
evacuación de todo el personal – anunció, provocando miradas estupefactas en
aquellos que no habían estado en la reunión –. La Lagrange realizará un ataque sobre el planeta y posiblemente sea su
último vuelo. Solo permanecerán a bordo voluntarios para controlar la nave
desde el puente. El resto serán trasladados a bordo del Thunderchild.
» Ha sido un honor servir con
ustedes. Deilog fuera.
El silencio que se produjo en el puente
estremeció al andoriano, que sentía todas las miradas clavadas en él. Pero se
limitó a controlar que su mano no temblara mientras manipulaba los controles de
su silla, revisando los cálculos que su navegante estaba completando.
– Teniente Ozbilici – le indicó al
oficial de operaciones –, inicie los preparativos para desenganchar el
contenedor y solicite a las instalaciones orbitales que la remolquen hasta la
estación.
– Sí capitán – replicó este
agradecido por tener algo que hacer.
– Comandante Shagara a la enfermería
– dijo la primera oficial desde la consola de ciencias a través del sistema de
comunicación interna –, doctor Neguj, serán los primeros en ser evacuados al
hospital de la ciudad de Bokito,
preparen a los heridos, ya les están esperando. Jefes de secciones guíen a su
personal hacia las salas de transporte.
Como en otras muchas naves la
tripulación de la Lagrange era la
mínima, y en su caso veterana, por lo que el abandono fue rápido y ordenado. La
última en salir del puente hacia la sala de transporte fue Shagara.
– La nave ha sido evacuada, capitán
– le informó, sin poder ocultar la emoción en su rostro, ni en su voz. A su
alrededor solo quedaba el intrépido y siempre prudente Darik en la posición de
ingeniería, Gerow en navegación con sus hermosos ojos azules que tantas hembras
había cautivado, el sensato Ozbilici en operaciones y el divertido Watkins en
tácticas. Se despidió de cada uno de ellos, a todos hacía años que les conocía
y habían pasado juntos misiones interminables, así como los combates contra el
Dominion y el Imperio –. Nos veremos pronto.
Dijo antes de cerrarse la puerta del
turboascensor.
– Toda la tripulación a abandonado
la nave, señor – informó Ozbilici desde operaciones pocos minutos después –.
Shagara y la técnico Medina ya estaban a bordo de la Thunderchild.
– Entonces, teniente Gerow
colóquenos en ruta – ordenó Deilog a su navegante y se giró hacia su oficial
táctico –. Armamento máxima potencia y listo.
– Sí, señor – respondió Watkins.
Segundos después en la pantalla
principal la esfera azulada y blanca de Bolarus IX empezó a acercarse a medida
que descendían. Gerow había calculado la ventana de reentrada para llevar a la
nave justo a la capital lo más rápidamente posible. El margen de error era
pequeño, tenía que tener un ángulo de incidencia del 6,2º con un margen de solo
un 0,7º para evitar que la nave rebotara o que se volatilizara debido a una
fricción excesiva con el rozamiento de las moléculas de la atmósfera. En todo
caso aquella nave no había sido diseñada para hacer aquella maniobra, como bien
había indicado Darik en la sala del observatorio, por lo que no tenía un escudo
término adecuado en el casco, solo sus escudos deflectores. Así que no tardaron
en empezar a vibrar cuando penetraron en las capas altas, aumentando a media
que descendían. Gerow estaba concentrado en mantener el rumbo usando los
motores de impulso y los impulsores de maniobra, mientras que Ozbilici
controlaba los amortiguadores de inercia y los escudos.
Deilog observaba en su pequeña
pantalla la tensión que el casco estaba soportando. La temperatura de los
deflectores era enorme y empezaron a resentirse, reduciendo su resistencia. Era
necesario mantener el escudo térmico en la zona de la nave en contacto con la
atmósfera, así que redirigieron la potencia a la parte frontal e inferior del
casco. Poco después una violenta sacudida indicó que algo estaba yendo mal, los
sensores indicaban daños en el módulo, que contenía el depósito de deuterio y
los sensores, situado sobre la nave. En la pantalla el manto de nubes
superiores se acercaba, por lo que estaban superando la fase más crítica de la
maniobra.
Poco después la vista se despejó y
pudieron ver frente a ellos la planicie costera donde se alzaba la capital de
Bolarus IX. Su objetivo estaba situado en las colinas del norte de la urbe, más
allá del centro urbano donde se alzaban los altos edificios de cristal y acero.
Deilog recordaba que las instalaciones de la flota estaban en el linde de un
gran parque natural, de colina onduladas y frondosos bosques. Por suerte no fue
difícil identificarlo: sobre la colina se podía ver el paraguas translúcido del
campo de fuerza de su escudo deflector, iluminado por los impactos de los haces
phaser disparados desde el resto de
naves estelares en órbita.
También podía ver como la
trayectoria de descenso que estaban llevando era demasiado pronunciada. Pero
conocía a Gerow y sabía que este ya se habría dado cuenta. Claro que sabía lo
difícil que podía ser planear con el ladrillo que era en aquel momento la Lagrange. El andoriano imaginó lo
espectacular que sería ver aquella nave estelar, con el plato, el casco de
ingeniería, las barquillas y el módulo superior envuelto en llamas, cual águila
de fuego, atravesando el cielo de la ciudad. La cual se aproximaba con
demasiada rapidez. Tanto que fue imposible esquivar uno de los edificios más
altos del centro, que en medio de su trayectoria golpeó la barquilla de
estribor, haciendo que se estremecieran por el impacto. Pero aquel era el
último obstáculo que podía interponerse en su camino. Ahora ya solo había zonas
residenciales con casas bajas y unifamiliares, con sus jardines, hasta la linde
de las pistas de aterrizaje de la antigua base estelar, donde la formación de andadores AT-AT y otros vehículos ya se
había concentrado, iniciando su asalto a las pocas tropas de la Federación y la
Alianza Rebelde tenían para defender
la cuidad de varios millones de habitantes.
Deilog no podía dejar de observar la
pantalla principal, concentrado en lo que tenían que hacer y en el escudo
deflector, cada vez más cercano. El gráfico de densidad del campo de fuerza
imperial no dejaba mucho margen al error. Tras sobrevivir a la reentrada
atmosférica, tenía que enfrentarse a la posibilidad de desintegrarse si lo
atravesaban demasiado alto o a impactar contra el suelo si volaban demasiado
bajo. Sin olvidar que debían de ascender con rapidez para aprovechar el impulso
de su descenso para escapar de la gravedad planetaria. Esperaba que los motores
de impulso fueran suficientes.
En pocos instantes lo averiguarían.
El fuego desde su órbita cesó,
mientras los tejados de las casas pasaban rápido debajo de ellos y las instalaciones
portuarias de la base estelar, justo frente a la colina donde se alzaban los
edificios de la academia y la administración, allí donde se encontraba el
proyector del escudo deflector.
– Abran fuego nada más atravesar el
escudo – ordenó Deilog.
Watkins no respondió, pero sabía que
los torpedos y los phasers ya
estarían fijados en el blanco. Mientras él accedió a los sensores internos, y
fijaba los comunicadores de los únicos cinco ocupantes de la nave, programando
el ordenador para activar el transportador nada más atravesar el escudo. Le
hubiera gustado tener unas cápsulas de escape como último recursos de huida,
pero nadie había pensado en eso antes. No tenía mucho tiempo, así que localizó
una zona apartada de las pistas.
Como un pájaro de fuego el Lagrange se acercó al escudo. Todo
ocurrió en una fracción de segundo. El impacto fue brutal, como si hubiera
golpeado contra el agua, los escudos aguantaron, lo justo para mantener la
integridad estructural, pero los amortiguadores de inercia no aguantaron todo
el golpe y lanzó a los oficiales contra mamparos, las consolas estallaron por
sobrecarga, la luz se apagó, solo funcionaron los sistemas automáticos.
Bolarus IX
Gharon observó fascinado la
trayectoria de la nave, que descendía de los cielos cubierta de fuego y humo,
dejando un rastro visible a kilómetros de distancia. Tuvo la sensación que si
alargaba el brazo podría tocar al Lagrange cuando este pasó por encima
de sus posiciones, atravesando arras del suelo el escudo deflector. Nunca había
visto semejante arrojo y locura a la vez, disipándose en ese momento las dudas
que aun albergaba por haber desertado: supo en ese momento que el Imperio perecería.
La nave estelar atravesó el escudo,
que se recuperaron en la zona de impacto, manteniendo su trayectoria hacia el
interior de las instalaciones. Gharon intentó seguirle con los electrobinoculares, pero una vez
atravesado el manto electromagnético apenas pudo distinguir una gigantesca
explosión e instantes después la cúpula translúcida se apagó. En la falda de la
montaña una humareda se elevaba donde había estado el generador del escudo, donde también se encontraban los resto de la
nave de Deilog, que no había podido elevarse y escapar de la gravedad de Bolarus.
– ¡Lo han logrado! – exclamó Madis
incrédulo.
– Prepara a los hombres – replicó
con rapidez Gharon, que presionó su comunicador –. Teniente Alder, los pelotones 2 y 3 esperarán a ser transportados a
sus objetivos una vez termine el bombardeo orbital.
– Entendido mayor, que la Fuerza
les acompañe – respondió este con voz metálica.
En ese momento desde el espacio
varios rayos rojos empezaron a caer sobre las posiciones imperiales. Los
primeros en ser barridos fueron los andadores AT-AT que estaban preparados para avanzar, que desaparecieron bajo el
preciso fuego de los phasers de la Thunderchild.
– Con ese fuego de cobertura la
batalla será corta – indicó uno de sus sargentos, que estaba esperando recibir
órdenes.
– El general Teor dijo lo mismo en
el puesto avanzado de Morska – le
recordó Gharon, recordando al suboficial la feroz resistencia que allí habían
mantenido los klingons y las bajas
que habían tenido –. Nos coordinaremos para transportarnos a esta zona del
espacio puerto, el segundo pelotón en cabeza y nos desplazaremos hacia la montaña,
limpiando hangares y zonas de talleres. La lucha sin cuartel, señores, los
puntos de resistencia en fortines y búnkeres será marcada para que desde la
órbita acaben con ella quirúrgicamente.
Base Estelar 50
El sistema de Cygnet estaba situado cerca del centro de la Federación, a medio camino entre las
fronteras gorn y klingons, con el sector 001, siendo un objetivo prioritario para el Imperio tras su pérdida. No solo por su
significado político, sino también su importancia logística. Debía de volver a
tener el control del sistema y así demostrar a la resistencia de la galaxia que
pronto todo volvería a la situación anterior y que aquel levantamiento era tan
solo un espejismo.
Para la Flota Estelar mantener la Base Estelar 50 fuera del control imperial
también era una prioridad. Además sus instalaciones tenían un valor estratégico
importante: habían caído intactas y reparar las naves dañadas era primordial
para poder mantener la ofensiva contra el Imperio. La defensa estaba en manos
del capitán Rixx, con media docena
de naves estelares más y un escuadrón de ataque de naves tholianas.
Habían pasado casi una semana desde
la toma del planeta y el contraataque estaba próximo, más tras la noticia del
ataque a territorio gorn. La
formación enemiga surgió en el exterior del sistema: estaba formada por cuatro
destructores de la clase Imperial, así como una veintena de
cruceros, fragatas y corbetas: en el centro estaba el superdestructor Conqueror.
Sorprendiendo al capitán boliano y
que según los informes del ataque a la base Lirpa detallaban al coloso grabes
daños internos por culpa de las minas subespaciales “Houdini”. Eso le daba una idea
clara de lo desesperadas que estaba su enemigo.
–
A todas las naves, estaciones de batalla – ordenó Rixx sereno mientras observaba
en la pantalla como sus adversarios empezaban a aproximarse al planeta mientras
lanzaban sus cazas TIE para ir en
vanguardia.
»
Patrón de ataque Rixx Delta 4, nos concentraremos en el superdestructor. Saratoga
y Centaur,
se colocaran en nuestros flancos. Wounded Knee, Excelsior y Jupiter
nos cubrirán justo detrás. Ala de Cazas 78, acaben con esos TIE.
–
El general Nostrene indica que está
en posición – informó su oficial táctico.
–
El Bortas
se suma a la formación, señor – indicó su primer oficial refiriéndose al
crucero de la clase Vorcha que había
recalado en Cygnet
para reparar los daños que había sufrido al repeler un ataque imperial en Tellun, tras liberar los planetas de Elas y Troyius.
–
Dígale que es bienvenido y que hoy es un buen día para morir. Envíe la señal
que iniciamos el ataque.
El Conqueror
Eckener observó desde el puente del superdestructor la formación estelar
acercándose. “Qué valor”, pensó el
oficial del ubictorado. Al
identificar las naves incluso habían dos sacados de los depósitos navales: el
prototipo de la clase Excelsior y la Saratoga, una veterana Miranda construida a mediados del
siglo anterior, ninguna de las cuales había sido decomisionadas para luchar
contra el Dominion, convirtiéndose en
el último baluarte contra el ImperioGaláctico. Aun así le había advertido a Daran que enviar el Conqueror sin que estuviera reparado era
una temeridad. Apenas había tenido tiempo de pasar por los astilleros: el
deflector principal aun estaba inactivo; las grietas en el casco no habían sido
selladas, la bahía de atraque secundaria ni existía y las baterías turbolásers de proa tenían que ser conducidas desde la
torre de mando, ya que los ordenadores de asignación de blancos continuaban
dañados. Pero el Moff Supremo quería que se mostrara que el Imperio estaba
indemne. El Conqueror, con sus 19 kilómetros de largo, era el símbolo de
su poder militar, como lo había sido antaño el Executor bajo el control
de Lord Dath Vader y con su
presencia demostraba a aquella patética resistencia que sus ataques y
sublevaciones eran como las picaduras de mosquito para un rancor. Y la forma era mostrando al superdestructor estaba en pleno
rendimiento, aniquilando la fuerza que defendía la Cygnet. Sería la primera de muchas lecciones que iban a recibir los
habitantes de los Nuevos Territorios.
Ahora, tras ver la paupérrima fuerza
que defendía la Base Estelar 50, sentía haber exagerado en su preocupación. Aun
así le preocupaba la utilización de las minas subespaciales, no era típico de
la Flota Estelar el uso de aquel tipo de armas, lo que significaba que algo
había cambiado en el corazón y el alma de los soldados de la Federación. Habían
dejado su pusilánime moral y ética a un lado. Lo cual las hacía más peligrosos
de lo que había previsto.
–
Señor tiene una comunicación desde el Annihilator,
nivel rojo – le indicó su ayudante.
Eckener
se quedó extrañado ya que era la primera vez que Vantorel se comunicaba con él
a través del hiperespacio en vez en enviarle un mensaje para que lo escuchara
cuando pudiera, en una especie de amistad epistolar. Miró a través de las
ventanas del puente, a cada lado tenía dos destructores Imperial, y en frente siete naves
de enemigas. No pasaría nada si acudía a aquella llamada. Indicó que la
recibiría en su despacho, situado dos pisos por encima del puente. Al entrar la
figura traslúcida holográfica de Vantorel le esperaba paciente. Lo segundo que se extrañó
a Eckener fue que el almirante no llevaba la gorra y que le vieran sus orejas
no humanas.
–
¿Qué es lo que quieres de mí Jurek? Recibí tu última carta...
–
Tengo que hacerte una propuesta Osewn. Pero no a través de la holoret. En
persona, inmediatamente.
USS Mitra
La formación imperial se hacía cada
vez más grande en la pantalla principal y el corazón del capitán de la nave latía
con fuerza, como siempre que tenía que enfrentarse a un enemigo. Pero también
el miedo le hacía sentirse vivo. Como miles de comandante antes que él a lo
largo de la historia, el boliano
había preparado una estrategia para defender su posición. En un planeta se
cavaban zanjas, se alzaban posiciones defensivas, se distribuían a los
soldados, se preparaba el terreno. En el espacio las tácticas eran distintas:
podía aprovechar la posición de los planetas del sistema, como en aquella
ocasión. O preparar un despliegue de sus fuerzas en el campo de batalla más o
menos abierto para aprovechar la movilidad de su formación. Aunque con aquel
enemigo uno no podía fiarse, ¿por donde aparecerían? ¿Harían lo planeado?
Aunque por ahora estaban haciendo lo que estaba previsto, exceptuando tal vez
la llegada del superdestructor,
aunque esto podía ser incluso una ventaja. Sus naves eran mucho más
maniobrables que aquellas gigantescas bestias de duracero y gracias a los escudos desarrollados desde su primer
encuentro, sus armas iónicas eran
mucho menos efectivas.
–
Inicien secuencia de separación – ordenó Rixx,
que se levantó
y se acercó a la joven piloto xyrilliana sentada a los mandos de su nave.
–
¿Qué señor? – le preguntó ésta sorprendida, su comandante le acababa de
distraer de su concentración de los cálculos que estaba haciendo en la
computadora de navegación.
–
La Batalla de Maxia – repitió el boliano –. ¿No la estudió en la Academia?
–
Fue el primer encuentro con los ferengi...
–
Sí, ¿pero que ocurrió con la nave estelar que se enfrentó a ellos? – insistió
Rixx como un profesor impertinente.
–
Ahora no lo recuerdo, señor. Lo siento – respondió confusa y nerviosa. El superdestructor
ya ocupaba la pantalla central y pronto entrarían en el alcance de sus turbolásers.
–
Tuvieron que abandonar el Stargazer. Esperemos que hoy esto no
sea necesario. Lo hará bien alférez, sé que lo hará bien – le indicó Rixx que
regresó a su puesto y tras apretar algunos controles en su silla contactó con
el resto de capitanes para coordinar el salto –. Van a llevarse una
desagradable sorpresa.
» ¡Adelante!
En las pantallas de las naves
imperiales la Mitra, el Jupiter, la Centaur y
el Wounded Knee se encontraban frente a ellos en una clásica formación de cuya, entonces y sin previo aviso las
naves aparecieron en dos sitios a la vez, fuera del alcance de sus armas y
entre la formación imperial, disparando sus phasers y torpedos de fotones
contra los puentes de los destructores. Aquello cogió por sorpresa a las
tripulaciones imperiales que no pudieron reaccionar ni enfocar su artillería en
sus oponentes que durante unos primeros momentos danzaron a sus anchas entre
las formación naval. La Mitra
operando con su módulo multi-vector de ataque, empezó a disparar sus phasers sobre los escudos de la torre de
mando del Conqueror en busca de sus
puntos débiles para redirigir sus haces de energía sobre las zonas más
vulnerables. Los escudos no tardaron mucho en venirse abajo debido a los
disparos simultáneos de las tres partes de la nave estelar.
Aquella fue la señal para que las naves tholianas realizaran un pequeño
salto por el hiperespacio para aparecer justo detrás de la formación imperial,
uniéndose al combate.
La batalla no se prologó mucho antes
de que los restos de la otrora Armada Imperial
se retiraran. Dejaban atrás la mitad de sus fuerzas, incluyendo dos destructores
clase Imperial, uno de ellos aun envuelto en una red de energía tejida por los tholianos que le impedía moverse. A
su lado se encontraba el gigantesco cuerpo inerte del superdestructor Conqueror. Este había perdido la torre
de mando, así como la ciudadela que se extendía hacia la proa, arrasada a base
de torpedos de fotones, sobre todo disparados desde la Jupiter de Satelk, que poseía la capacidad de lanzarlos en cadena y concentrar su poder de destrucción en un punto concreto. Silenciar los turbolásers había sido mucho más difícil,
pero las rápidas naves tholianas había hecho un gran trabajo, para luego
centrarse en el reactor principal mucho más vulnerable desde la zona inferior
de la nave. Ahora su kilométrico casco estaba inmóvil en el espacio, mientras
se acababa con los focos de resistencia en su interior.
Una explosión de una consola hizo
que Rixx se agachara de forma instintiva mientras su nave se acoplaba de nuevo.
Había utilizado el módulo multi-vector de ataque para silenciar al último de
los destructores que había acabado con el Bortas, el Excelsior y la Saratoga
así como otros tantos cazas y naves tholianas, justo antes que el resto de
supervivientes se retiraran.
–
Los equipos de asalto informan de fuerte resistencia a bordo del Conqueror – le informó su primer oficial.
–
¿Podemos enviar refuerzos?
–
Organizaré algunos equipos – respondió su oficial táctico que partió del puente
hacia las salas de transporte.
–
Pidan ayuda al almirante Quinteros – sugirió el boliano –. Ahora póngame en contacto
con Nostrene.
Segundos después el tholiano apareció en la pantalla.
–
Tan solo quería recordarle que las instalaciones del almirante Qinteros están a
su plena disposición. Y agradecerles su ayuda, sin ella no hubiéramos ganado.
–
Se lo agradezco capitán Rixx. Ordenaré a mis naves más dañadas que se dirijan a
su instalación orbital. ¿Necesitan ayuda a bordo de ese superdestructor?
–
Sería de agradecer. Pero ustedes ya han hecho....
– Ahora
somos aliados – le interrumpió el tholiano –. Nuestro objetivo es derrotar al
invasor foráneo de esta galaxia.
–
Entonces... Nos coordinaremos a través de mi primer oficial – contestó Rixx.
Deep Space
Nine
El destructor de Vantorel estaba en
órbita a la antigua estación minera junto a otras naves de su escuadra de
combate. Había convertido Bajor y DS9 en el centro de cualquier ataque
procedente de Cardassia o la
resistencia de la Federación. Ya
conocía la muerte de Damar durante
el asalto a la Comandancia Central y
aunque no creía que gul Seskal ni
ninguno de los altos oficiales del frente de liberación cardassiano tuviera la temeridad de atacarle,
la Flota Estelar siempre podía utilizar el espacio cardassiano y golpearle por
la espalda. Tampoco podía descartar un ataque del Dominion desde el cuadranteGamma. Hacía meses del envío del capitán Luvel a bordo del crucero Garral, sin obtener ninguna respuesta
desde el momento en que atravesó el agujero de gusano. Había desaparecido sin
dejar rastro. Por eso había concentrado en Bajor una considerable formación de
combate con tres destructores clase Imperial y seis de otra clases más
pequeños. También le daba la posibilidad de hablar con todos sus comandantes.
Todo estaba dispuesta tras terminar
de entrevistarse con todos los altos oficiales bajo su mando. Esto incluía a
los capitanes de todos los destructores y algunos gobernadores planetarios,
mayoritariamente miembros del Ejército. A todos les había expuesto su plan y
todos parecieron estar conformes con su idea, algunos habían expuesto sus
dudas, incluso su disconformidad en algo, pero en general habían aceptado la
idea que Vantorel les había planteado sin discutirla.
Había llegado el momento de
plantearla a la propia Federación, sin su beneplácito podía hacerse, pero nunca
de forma sencilla. Así que aquella noche envió a su criado kel dor a ver a la vedek
Alhana par que esta se pusiera en contacto con el Emisario y concertar una segunda cita. Mientras él descendió a los
dominios de su asesor científico Bleth Tanni, ya no
podía esperar más a que este tuviera disponible la tecnología que le había
pedido.
–
¿Viene a buscar su dispositivo, almirante? – le preguntó el omwati cuando este entró en el
laboratorio, estaba trabajando en la carcasa de un droide de aspecto humano, con las piezas estaban repartidas sobre
la mesa, como si de una autopsia se tratase.
–
El tiempo se ha agotado – se limitó a responder Vantorel.
–
Las pruebas del prototipo han sido concluyentes, se completaron ayer mismo a
bordo de su lanzadera. Además se ha producido un efecto secundario inesperado e interesante (1) – respondió tranquilo –. Mi tardanza solo se debe a que
un sistema con este tipo de permutaciones, prácticamente infinitas, lo he
tenido que idear de la nada. Por suerte encontré una computadora lo
suficientemente potente para hacer esos cálculos, en realidad un cerebro positrónico.
–
¿Cuándo podrá instalarlo a bordo de mi nave? – insistió Vantorel, en aquel
momento había demasiado en juego para perder el tiempo en explicaciones.
–
El generador de escudos está siendo
modificado en este mismo instante y lo conectaré al ordenador positrónico en una
hora. Estoy haciendo los últimos ajustes.
–
Gracias – respondió Vantorel aliviado –. Será recompensado.
–
Siempre dice eso – indicó Bleth –. Pero nunca me dice cómo.
–
Ni usted ha pedido nunca nada.
El
omwati se limitó a sonreír, siendo replicado por Vantorel, que se giró para abandonar
el laboratorio.
–
Me gusta más así, sin gorra – dijo este justo antes de que las puertas se
cerraran detrás del almirante imperial. Luego se volvió hacia las piezas del androide de tipo-Soong
que tenía sobre su mesa. El concepto de B-4, un ser mecánico que
emulaba a un ser vivo en sus deseos y necesidades, le había fascinado y una vez
completara el trabajo pedido por el almirante montaría el droide para su propia
compañía. Aquella sería una buena recompensa.
Unroth
Aquella colonia estaba situada en el
extremo de la Zona Neutral y en la
periferia del territorio romulano. Aun así había sido una importante base de la
Armada Romulana y sobre todo de la Academia Astrofísica y antes
del ataque de su invasión había contado con cerca de cuarenta millones de
habitantes.
Tras la ocupación se había producido
una revuelta, sofocada brutalmente por los antiguos esclavos de las minas de dilithio remanos. Con la muerte de Shinzon
las fuerzas de ocupación remanas habían sido sustituidas por tropas regulares imperiales, pero esto
solo había provocado que la resistencia se incrementara, provocando un empate
técnico entre rebeldes romulanos y las fuerzas ocupantes en ataques e
indiscriminadas represalias, que solo causaban el aumento de los ataques. Tras
el inicio de la operación Eclipse, el Imperio
decidió que aquel planeta sería una de sus conquistas evacuadas.
Para ello se movilizaron una
escuadra de ataque encabezada por el destructor Jundland
de la clase Venator. Tras cubrir la evacuación de la guarnición se
iniciaría un ataque un ataque de represalia que borraría toda vida del planeta.
Fue ese momento cuando se desocultaron el Preator
y el Khazara.
La nave de Bochra se lanzó directamente hacia
el Jundland que empezó a virar para
encararse hacia las naves romulanas, mientras el Khazara se ocupaba hacia las naves de transporte que ascendían
desde la superficie.
Los primeros torpedos disparados por
el Preator penetraron en los escudos
a máxima potencia del destructor como si fueran papel. El primero hizo el
impacto en uno de los puentes gemelos, los otros alcanzaron la superestructura
inferior que soportaba la torre. El pájaro de guerra vertical sobrepasó al Jundland
y viró para volver a disparar sobre su víctima de nuevo. En aquella pasada las baterías turboláser fueron silenciadas,
el siguiente ataque dañó la superestructura frontal arrasando las cubiertas
superiores. Bochra no tenía piedad, no podía dejar de pensar en los millones de
indefensos compatriotas habían sufrido bajo el yugo imperial y los que aun lo
sufrían. No iba a tener piedad, así que ordenó proseguir el ataque sobre el
destructor que empezaba a ser atraído por la atmósfera planetaria.
Al poco el Khazara se unió al
ataque del Preator tras acabar con todos los transporte. La comandante Toreth había jurado que no
permitiría que ningún soldado, marino u oficial imperial sobreviviera a la
liberación de Unroth.
Cuando el agujereado y humeante
casco del Jundland se desintegró en
la atmósfera del planeta, Bochra se giró hacia el oficial de la flota que se
encontraba junto a él.
– Sin usted esto no hubiera sido
posible – le dijo a Marla Gilmore,
la última jefe de ingeniería de la Equinox. Esta no respondió,
limitándose a sonreír y pensar en por lo menos el daño que habían infligido a
las criaturas nucleóticas había sido
útil de alguna manera para la Federación.
Tras ser trasladada de la Voyager, ella y sus compañeros fueron
envidas a bordo del Preator, donde se
estaba realizando los trabajos para desarrollar un torpedo fásico capaz de
atravesar cualquier campo de fuerza modificando su frecuencia de fase. Hasta
entonces varios ingenieros y científicos de la Flota habían trabajado en solucionar
los problemas de estabilidad, como LaForge o Data de la Enterprise-E, pero no habían logrado controlar el modulador de fase.
Pero los supervivientes de la Equinox
habían construido una cámara multifásica
capaz de confinar a aquellas criaturas con un campo de fuerza multifásico que estabilizaba la fisura
interespacial que usaban aquellas criaturas para cruzar desde su universo.
Ahora, lo que había sido creado para apresar a aquellos seres y usarlos como
combustible para que su nave pudiera regresar al cuadrante Alfa, servía para estabilizar el torpedo fásico y hacerlo
capaz de atravesar los escudos de las naves como si estos no existieran. Era un
proceso delicado, pero las pruebas habían sido un éxito y los planos se habían
repartido para varias naves para que manufacturaran sus propios proyectiles, en
breve la Flota Estelar, la Armada Romulana y las Fuerzas de Defensa Klingon tendrían disponibles aquellos
torpedos que hacían inútiles las defensas del enemigo.
Continuará…
Nota de producción:
(1) Esta frase ha sido añadida un día después de la publicación de esta parte del relato Crossover Star Trek - Star Wars.