domingo, 31 de enero de 2016

Crossover Star Trek - Star Wars. 5

Operativo Omega
Capítulo 2.
Primera parte.


Sistema Solar, sector 001

            Desde el puente del superdestructor Conqueror se podía ver la destrucción de las naves de la Flota Estelar. Como en las anteriores batallas el fuego de los cañones de iones había hecho mella en las defensas, dejando a las naves sin escudos e indefensas contra los disparos de los turbolásers. Fragmentos de secciones de casco arrancadas, barquillas mutiladas, llamas que consumían el poco oxígeno que aún quedaba entre las cubiertas era el dantesco panorama que se extendía frente a la fuerza naval imperial, era lo que quedaba de la fuerza más poderosa que había defendido la Tierra, el corazón de la Federación.
            – ¡La batalla es nuestra! – dijo jactancioso el gran almirante Gorden desde el extremo del puente.
            – Es el momento de dirigirnos a la Tierra – sugirió la voz de gran moff Daran detrás del almirante, que se giró molesto por aquella intromisión. Era un hombre joven seguro de sí mismo, criado en el Nuevo Orden para servir la voluntad del Emperador, cuya voz mostraba que estaba acostumbrado a mandar y a ser obedecido y vestido con un uniforme gris olive impecable.
            – Aquí ya no nos necesitan – contestó este tragándose su orgullo. Le hubiera gustado ver la completa destrucción de la arrogante Flota Estelar. Pero había llegado a donde se encontraba, vestido con el resplandeciente uniforma blanco de gran almirante, porque sabía obedecer a los hombres como Daran, quienes tenían todo el apoyo del Emperador y su maquinaria de terror.
            Los dos hombres cruzaron la pasarela que atravesaba el foso de mando del superdestructor y se dirigieron hacia las consolas de comunicaciones, donde el capitán Crol coordinaba los mensajes que llegaban y salían de la nave insignia imperial.
            – Replieguen la flota, que los grupos de batalla del Pulsar y el Sakrug rematen la victoria – ordenó Gorden–. Que el resto de naves se dirijan a sus objetivos en el sistema Solar, informe al Icon que ha de sustituir al Dangerous en Marte, informe al vicealmirante Allen y el Upholder se unan a nosotros en la órbita a la Tierra.
            – Sí señor – replicó Crol girándose hacia los operarios.
            – Recuerden al Pulsar que ha de recoger a todos los supervivientes – puntualizó Daran sin que su tono denotara importancia girándose hacia Gorden –. El almirante Vantorel ya ha enviado su informe. Cardassia ha caído al igual que la Base Estelar 375 y Deep Space Nine con Bajor. Todo tal y como estaba previsto.
            – Con estas victorias los sectores más importantes de la Federación ya están en nuestras manos – se jactó Gorden.
            – Envíe un mensaje al almirante Vantorel con mi enhorabuena – indicó Daran a uno de los oficiales que supervisaban las comunicaciones, que miró a Gorden con cierta sarcasmo –. ¿Y supongo que con la suya también?
            – Por supuesto – contestó este entre dientes que no pudo ocultar su expresión de desagrado.
            Daran conocía el desprecio que el gran almirante sentía hacia Vantorel. En este se mezclaba la envidia que sentía hacia alguien mucho más inteligente que él. Gorden no era tan estúpido como para no reconocer la superioridad de Vantorel y sentía algo tan natural como el amor o el odio: celos. Junto al prejuicio que tenía, como buen oficial de la Arma Imperial a todo lo que no fuera humano y Vantorel solo lo era en una mitad. Lo cual era aún peor que ser un alienígena, era un mestizo, una estirpe mezclada y que ensuciaba a la humanidad. Lo primero que había ordenado Gorden, cuando le eligieron responsable militar de la operación, había sido apartar a Vantorel del puesto de jefe de estado mayor que había ostentado y desde el cual había planeado la invasión. El nombramiento de Gorden era político, el alto mando de la marina quería a alguien de los suyos para liderar la invasión, por eso mismo Daran no había podido revocar la orden. Pero sí había logrado recolocar a Vantorel al frente de una de las grandes formaciones de ataque durante la invasión. Desde entonces le encantaba irritar a Gorden mencionando a Vantorel, porque el gran almirante sabía que si quería seguir respirando era mejor guardarse cualquier desacuerdo con el gran moff.
            – El Carida informa que la última bolsa de resistencia en el Imperio Klingon ha sido erradicada en Boreth – dijo uno de los oficiales de puente.
            – ¡Por fin! Que no pierda más el tiempo en poner rumbo a la Federación para iniciar el ataque sobre sus objetivos asignados, llevamos muchos retraso sobre el plan previsto – le ordenó Daran, luego se detuvo e inclinó la cabeza hacia el oficial de la marina que estaba a su lado –. Con el permiso del gran almirante Gorden, claro.
            – Envíe las órdenes – confirmó este.
            – La Flota está lista señor – informó Crol.
            – Prepárense para un salto hacia el interior del sistema Solar – ordenó Gorden.
            En el exterior los destructores estelares se colocaron alrededor del Conqueror, junto al grueso de la flota formada por otras naves más pequeñas desde los modernos cruceros Strike, hasta los veteranos Dreadnaught, pasando por los Galeones estelares, fragatas y corbetas de diversas clases y tipos. Mientras que los transportes de tropas llegaban desde su lugar de concentración junto a Alfa Centauri.
            Tras recuperar a los cazas y bajo la orden del Conqueror, activaron sus sistemas de hiperespacio e hicieron un pequeño salto hasta el borde exterior del sistema solar.
            – Transmitan el siguiente mensaje por todas sus frecuencias de la Federación… – indicó Daran –. Les habla el Gran Moff Daran del Imperio Galáctico. Cualquier resistencia durante la ocupación del sistema será aplastada sin contemplación y las represalias recaerán sobre la población civil. Desactiven todos los sistemas defensivos y prepárense para rendirse. Cualquier otra actitud, será considerará hostil y la población civil sufrirá las consecuencias. Se prohíbe todo viaje espacial no autorizado por y fuera del sistema, cualquier nave que viole esta condición será destruida. No será permitida ninguna comunicación dentro o fuera del sistema. La violación de esta prohibición será castigada con la muerte. Todos los derechos de los ciudadanos de la Federación, quedan anulados.


Deep Space Nine

            La lucha se había extendido por las cubiertas inferiores. La mayor parte del anillo exterior había caído, aunque la lucha proseguía en algunas zonas aisladas sin demasiada esperanza. El anillo de viviendas estaba casi en su totalidad en manos enemigas, así como todos los pilones de atraque. Estaban por todas partes después que los intrusos se hubieran abierto camino cortando literalmente el casco por toda la estación, equipados con armaduras fuertemente acorazadas que habían dejado paso a pequeños grupos de asalto, igualmente provistos de otras armaduras más livianas. Los equipos de seguridad bajoranos y federales hacían todo lo que podía pero la resistencia pronto cesaría, era inevitable, les superaban en número y lo peor de todo es que parecían estar en todas partes. Al ver lo desesperado de la lucha Odo había intentado abrirse camino hacia ops, pero todos los caminos parecían bloqueados.
            Esquivando los pasillos más grandes el condestable de la estación consiguió avanzar hasta la promenade, donde sus hombres habían luchado hasta el último aliento. Ahora el silencio se había apoderado de ella, tan solo el rumor lejano de disparos y explosiones perturbaba aquella fantasmal calma. Tirados por el suelo, apoyados en las columnas o colgando de la pasarela superior estaban los cuerpos sin vida de los combatientes. Mezclados había uniformes bajoranos, federales y los de los enemigos enfundados en aquellas armaduras blancas, que parecían sacadas de aquel ridículo programa holográfico del Rey Arturo de Jadzia. Pero mucho más siniestras.
            De la enfermería oyó alboroto y varios disparos y Odo se escondió detrás del kiosko para ver como diversos soldados enemigos sacaban a empujones a Bashir y a varios enfermeros. Por la expresión de Julian acababan de matar a los heridos.
            Otros soldados aparecieron por la pasarela llevando más prisioneros. En previsión de que los fueran a ejecutar, Odo alargó el brazo y cogió del suelo una pistola phaser bajorana y la cargó para matar.
            Una de las puertas de acceso se abrió rodando hacia el interior del mamparo con el ruido del aire comprimido y de ella surgieron varios soldados más que flanquearon la puerta, dejando paso a un humano rubio con uniforme verde oliva. Fue la primera vez que el changeling veía a aquel enemigo. Uno de los soldados se cuadró e intercambiaron varias frases. El oficial miró de un lado a otro de la promenade y luego asintió. El que tenía armadura hizo un ademán al resto de los soldados y con la misma puerta de acceso se llevaron los prisioneros. Entre los que bajaban del piso superior se encontraba Nerys.
            Sabía, por la expresión de aquel hombre, que no iban a matarlos. La había visto muchas veces entre los cardassianos durante la ocupación cuando creían tener la superioridad moral contra los bajoranos. Con el tiempo el condestable se habían convertido en un experto en descifrar la morfología humanoide, era imprescindible para su trabajo, pero también un instinto de los de su especie que había madurado lenta, pero inexorablemente en su interior a medida que convivía con otros seres. En aquel momento aquel oficial reflejaba satisfacción, control y superioridad. Odo dejó el arma en el suelo y se ocultó en la pared, fundiéndose con esta.

Dique Espacial, la Tierra

            La actividad en el interior del dique espacial era frenética mientras las últimas naves se apresuraban a abandonarlo. En previsión de un ataque los más de setenta mil ocupantes, entre miembros de la Flota y civiles habían sido evacuados a la Tierra, donde se suponía que estarían más seguros. Permanecía una tripulación mínima para su funcionamiento y defensa.
            – Tenemos energía en todas las secciones – informó el cadete vulcano sentado en la consola de ingeniería. En la pantalla la Trieste y la Curry acababan de salir por las puertas del Dique Espacial que permanecían abiertas.
            – Entonces es hora de irnos – indicó su capitán satisfecho –. Pida permiso al control para abandonar el dique.
            – Permiso concedido, señor – respondió la cadete benzita que ocupaba la consola de comunicaciones segundos después.
            – Piloto, adelante. Y tenga cuidado, está tocando un pedazo de historia – le advirtió Montgomery Scott, más conocido por todos como Scotty. Segundos después la nave museo USS Enterprise-A despacio pero segura, se separaba de los enganches en los que había estado estacionada los últimos 82 años.
            – Control nos desea buena suerte – dijo entonces la joven benzita desde el antiguo puesto de la comandante Uhura, sin poder ocultar una voz temblorosa.
            – Devuelva el saludo y dígales, que volveremos.
            – Sí, capitán Scott – replicó el joven con una sonrisa en los labios.
            – Scotty – le rectificó el viejo ingeniero milagroso, mientras la antigua nave de su buen amigo el capitán James Tiberius Kirk salía al espacio, poniendo de nuevo la proa rumbo hacia las estrellas.
            En la memoria del veterano oficial aquel momento se llenó buenos recuerdos. ¿Cuántos viajes como aquel había hecho con sus compañeros de aventuras: el capitán Kirk, Spock, el doctor McCoy, Sulu, Chekov y su querida Uhura?: incontables. La huida de aquel mismo dique con la Enterprise original. V'Ger; la sonda que había llegado en busca de los cetáceos extinguidos y el viaje en busca de George & Gracie. Los primeros contactos con los gorn, la horta, los belicosos klingons y tantas otras aventuras que ahora llenaban los libros de historia.
            Tras vagar algún tiempo a bordo de la lanzadera Goddard, que tan amablemente le había prestado Picard, Scotty había regresado a la Tierra. La Academia le había ofrecido un puesto como profesor de la historia de la ingeniería. También le ofrecieron ser el responsable de la Nave Museo Enterprise-A estacionada en el Dique Estelar y que dependía del Museo de la Flota. Esto le había permitido acondicionar su vieja nave y dejarla lista para entrar de nuevo en acción si hiciera falta. De esa manera había tenido la oportunidad de ofrecer la Enterprise-A cuando se dio la orden de evacuar la Academia y a sus estudiantes. Ahora esta volvía a estar en servicio activo en la Flota con una tripulación compuesta por cadetes de segundo, tercero y cuarto curso. Su misión era incierta, pero a bordo se respiraba resignación y esperanza.
            – Todo recto y la próxima estrella a la derecha – recordó Scotty en un murmullo.
            – ¿Cómo dice, señor? – le preguntó el joven timonel desconcertado.
            – Nada, nada. Pongan rumbo… prefijado – debían reunirse con el almirante Paris más allá de Ivor Prime, pero antes tenían que reunirse con varias naves en un punto remoto del sector Boliano.


San Francisco, la Tierra
            En la sala del control espacial situada en los cuarteles generales de la Flota en San Franciscos solo se encontraba el personal mínimo, la mayoría habían sido evacuados a otras instalaciones, mientras que muchos habían logrado ser evacuados en alguna de las naves que partían del planeta. Tan solo algunos controladores y oficiales que habían estado observando la batalla y coordinando la salida de cientos de naves de la Tierra y de todo el sistema Solar.
            – Creo que es hora de que se marchen – dijo el almirante Hayes.
            – Algunas naves enemigas se desvían hacia Jupiter, Saturno y Marte – informó uno de los técnicos con voz fría.
            – ¿Qué hará usted ahora? – le preguntó Nechayev.
            – Iré a París para estar junto al presidente Min Zife y el resto de los miembros del Gabinete de la Federación. Ahora márchense, ya es muy tarde.
            – Teiron, transporte para tres – ordenó Paris tras presionar su comunicador.
            – Buena suerte almirante – le deseó este –. La necesitará.
            – Ustedes también – devolvió el saludo Hayes y ordenó el transporte.
            – Energía – dijo Paris y las tres figuras se desvanecieron como si nunca hubieran existido. Detrás de ellos una cristalera que daba a la entrada de la bahía de San Francisco y al puente colgante que la cruzaba. Hacía un día magnífico, con el cielo despejado y un sol brillante que reflejaba la superficie roja del Golden Gate.
            – Almirante – llamó una voz detrás de Jeremiah Hayes. Este se giró y vio un oficial vulcano. Tenía una expresión tranquila tras el rostro impertérrito de quien controla todas y cada una de sus emociones. Hayes asintió y el vulcano alzó la mano y la colocó sobre la sien. El comandante supremo de la Flota no se movió, sabía que no sufriría y que era necesario.
            En órbita seis lanchones, muy parecidos a la nave holográfica que había sido encontrada en el planeta Ba’ku unos años antes, que eran usadas para el transporte y desembarco de tropas, desplegaron las barquillas de curvatura que tenían en los costados de sus cascos mientras se alejaban del planeta. Se unieron a un pequeño grupo de naves estelares y aceleraron más allá de la luz.

Utopia Planitia, Marte

            Las instalaciones orbitales de los astilleros habían sido evacuadas horas antes a la superficie de Marte. Tan solo quedaban algunos técnicos y supervisores en el corazón de una de las estaciones del complejo orbital. Desde aquella sala de control se regulaba el intenso tráfico de lanzaderas, naves y workbees que siempre había entre las docenas de diques secos que se alargaban por encima del planeta rojo. Ahora la mayoría de estos estaban vacíos. Como había ocurrido durante la guerra contra el Dominion, se habían enviado a la batalla naves inacabadas, algunas con el casco, los motores y las armas. En otros los armazones de los cascos yacían inertes en la tranquilidad del espacio.
            Aunque no todo el personal de los astilleros marcianos habían sido trasladados a la superficie. Otros habían salido del sistema solar para escapar de la inminente caída de este y esconderse en lugares remotos o en sus planetas de origen. Aquella desbandada se había repetido por todo el sector 001 y se había llevado a cabo a bordo de todo tipo de naves: cargueros, transportes de pasajeros, yates deportivos, naves científicas no pertenecientes a la Flota e incluso en lanzaderas de corto alcance.
            Todo aquel tráfico sin control pareció desaparecer de golpe cuando se trasmitió por todos los canales el mensaje de Daran.
            – Es hora de marcharnos – indicó Sanik, un ingeniero vulcano.
            – Espera un momento… – replicó su compañera que estaba inclinada sobre la consola de ordenador central de los astilleros –. Bien preparen protocolo de seguridad cero-cero-omega. Código de seguridad, Leah Brahms Delta-Uno.
            Segundos después los controles empezaron a parpadear y al cabo de un instante estallaron debido a una sobrecarga en todos los sistemas. La luz se apagó y la sala de control se iluminó gracias a las chispas y los rayos eléctricos, semejantes a relámpagos que saltaron de consola a consola. Cuando cesaron los fuegos pirotécnicos y el humo de los circuitos fundidos inundó la amplia sala de control, Leah Brahms se giró hacia su compañero.
            – Sí, es hora de marcharnos.
            Los dos se transportaron a bordo de una pequeña nave, a cuyos mandos se encontraba el marido Leah. Esta había sido construida unas décadas antes por un amigo boliano y estaba formada por un compartimento de mando para cuatro personas y un potente motor binario, unido por un pequeño cuello y una sección para la carga.
            – ¿Ya está? – le preguntó su esposo que estaba a los mandos.
            – Sí. Tardarán un poco en poder utilizar Utopia Planitia – respondió la doctora Brahms satisfecha de su obra –. Todos los ordenadores conectados a la computadora central están inservibles y he activado un subprograma que ha derretido la mayoría de los reactores de los diques secos. No será fácil repararlos.
            La pequeña nave se despegó de la estación orbital y se alejó hacia el espacio profundo. Pero antes de salir de las instalaciones de Utopia, cuatro pequeños cazas de alas hexagonales se colocaron justo detrás de ellos. Y sin perder tiempo empezaron a disparar contra la nave que huía. El primer par de disparos alcanzó la nave de lleno, haciéndola ladearse violentamente por culpa del impacto, al tiempo que una de las consolas estalla por la sobrecarga. El segundo par de haces fueron dirigidos a los motores, aunque alcanzaron la bodega de carga abriendo un agujero en el casco.
            Sanik se adelantó hasta la consola del copiloto y haciéndose con los mandos aumento la velocidad. Había participado en la construcción de aquella nave y sabía muy bien cómo funcionaba y el rendimiento que podía darle. Desvió la energía a los campos de fuerza para cerrar el casco y sin perder más tiempo aceleró hasta alcanzar la velocidad de curvatura y salir del sistema solar.
            Cuando dejó aquellos cuatro cazas bien lejos, se giró hacia su viejo amigo y aunque no era médico, supo que no se podía hacer nada. Leah lloraba detrás.


USS Wounded Knee

            El puente aún estaba saturado de humo del incendio que se había producido al estallar varias consolas y que acababan de apagar. El capitán Otá'taveaénohe se sentó en su silla y volvió a respirar. Giró la pequeña pantalla que tenía en el respaldo del asiento y comprobó la lista del control de daños, donde iban apareciendo nuevos datos a medida que eran transmitidos desde las diferentes secciones. Los más graves parecían ser un boquete abierto en el lado de babor plato, que atravesaba varias cubiertas y los desperfectos sufridos en una de las barquillas de curvatura. Otras partes del casco también habían recibido impactos directos, pero por suerte no peligraba la integridad de la nave. Los escudos estaban por debajo del diez por ciento y la carena secundaria se había resentido seriamente. Tenían cerca de una treintena de muertos, once desaparecidos y más de un centenar de heridos, algunos de ellos graves. Se habían producido catorce incendios de diversa magnitud y algunos sistemas secundarios no funcionaban. Por otro lado habían podido rescatar a los ocupantes de unas cuantas cápsulas de escape había encontrado de la Thomas Paine.
            Luego comprobó cuantas naves habían podido salir de aquella trampa junto a él. Tan solo el Firefox, el Meridian, la Cronos, la Centaur y la Formidable. Seis de casi quinientas. Parecía que nadie les seguía, la flota enemiga se estaba replegando, para todos la batalla se había acabado y por suerte habían podido escapar. Pensó en los hombres y mujeres, amigos suyos que habían muerto aquel día. Era un guerrero cheyenne de los sotaeo’o, nómadas de las Grandes Llanuras y sus antepasados habían luchado en Little Big Horn. Viendo la magnitud del desastre de la Batalla del sistema Solar, alguien podría pensar que había sido un cobarde al huir. Pero para un descendiente de guerreros como él, tan solo se había retirado para volver a atacar más a delante. Como lo haría un boxeador al esquivar un derechazo.
            – Capitán, detecto una señal extraña – dijo entonces su oficial científico Takara.
            – ¿De qué tipo?
            – No estoy seguro. Pero está frente a nosotros.
            – En pantalla – ordenó Otá'taveaénohe.
            Delante de él apareció algo que ninguno de los presentes había visto nunca. Parecía una medusa negra flotando en el espacio, con grandes esferas alrededor de la parte superior, semejantes a ojos, con cinco patas acabados en pequeñas garras y ganchos. Apenas visible en la negrura del espacio.
            – He filtrado la señal – informó y pasó al audio lo que estaba captado. Una especie de pitidos sin sentido se oyó por todo el puente.
            – Nos está escaneando – indicó entonces el oficial de seguridad, el teniente Malcolm –. Detecto un pequeño escudo y sensores infrarrojos, electromagnéticos y radar superamplificado de medio alcance.
            – Una sonda – susurró Otá'taveaénohe.
            – Se aleja – indicó Malcolm.
            – Atrápenla con el rayo tractor y transpórtenla a bordo – ordenó el capitán.
            Segundos después aquella extraña sonda era atrapada en la fuerza del rayo e inmediatamente explotaba.
            – ¡Se ha autodestruido! – indicó Takara sorprendida.
            – Imagino que no quieren que sea capturadas. Igualmente transporten los restos a una de las bodegas – indicó Otá'taveaénohe sin dejar de observar los restos en la pantalla. Poco después estos se desmaterializaban.
            – Es posible que haya informado de nuestra posición – dijo Malcolm –. Sugiero cambiar de rumbo y alejarnos de aquí a máxima velocidad.
            – Alférez, ya ha oído a su oficial – le replicó su capitán dirigiéndose al piloso –. Alejémonos de aquí a máxima velocidad.
            – Sí señor – respondió el piloto. Los motores aumentaron potencia y la Wounded Knee aceleró al máximo que le permitían sus dañados motores, acompañada de cerca por el resto de las naves que habían logrado huir de la batalla.


Bajor

            Los pasos del joven monje resonaban por los pasillos de la residencia privada de la kai. Sabía que tras la muerte del vedek Solbor, Winn se había recluido en sus estancias y había dado órdenes estrictas de nadie la molestara. Pero las circunstancias eran más que extraordinarias. Ya había querido avisarla cuando el primer ministro Shakaar les había pedido que informara a la kai de la batalla que se estaba librando alrededor de DS9. Pero los sirvientes más mayores se lo habían impedido, temerosos por lo que estaba ocurriendo en las últimas semanas en aquella casa. Ahora la situación era diferente. La llamada de Shakaar era clara: la batalla estaba perdida y las naves enemigas estaban en la órbita de Bajor. De nuevo iban a ser ocupados. Tenía que avisar a la kai, para que se escondiera. O por lo menos que estuviera advertida del peligro que se acercaba.
             Llamó a la puerta nervioso sin lograr ninguna contestación. Volvió a llamar, esta vez más insistentemente. Entonces se abrió la puerta de golpe, sobresaltándolo.
            – ¡Ordené que nadie me molestara! – ladró Winn, que llevaba el pelo suelto, cayéndole por encima de los hombros.
            – Una invasión, su excelencia. Están invadiendo Bajor – replicó este bajando la vista.
            – ¿El Dominion? – preguntó una voz masculina desde el interior de la habitación.
            – No. Un nuevo enemigo – respondió el monje –. Deep Space Nine ha caído y las naves federales han sido destruidas.
            – ¿Un nuevo enemigo? – remitió Anjohl Tennan, que apareció por detrás de la kai. El joven monje conocía bien al amante de Winn, y como al resto de sirvientes nunca le había hecho la más mínima gracia. Hacía unas semanas les había ordenado que le echaran a la calle. Pero aquella mañana regresó y nadie había osado detenerle.
            » ¡Respóndeme! ¿Qué nuevo enemigo? – insistió Anjohl que impaciente zarandeó al monje.
            – Mira – le dijo la voz de Winn desde el fondo de la habitación.
            Anjohl dejó al monje y se dirigió al balcón desde donde se veía toda capital, con la cúpula del templo. Las columnas de humo ya empezaban a asomar por la zona de los cuarteles de la milicia y los edificios del gobierno, mientras unas pequeñas naves parecidas a insectos surcaban el cielo disparando hacia los edificios. Tenían una carlinga esférica y dos alas octogonales. Al fondo, descendiendo desde las colinas otras más grandes se acercaban hacia la ciudad. Dukat no reconoció ninguna de ellas. No eran del jem’hadar, ni breens, ni de ninguna raza conocida. ¿Quieres eran? Se preguntó. Eso afectaba a sus planes de forma irremediable. Ahora que estaba tan cerca.
            – ¡Noooo! – ladró entre dientes y golpeó con desesperación la barandilla con el puño –. ¡Ahora no pueden hacer esto!
            En ese momento por encima del palacio apareció una lanzadera, acompañada del zumbido de sus motores. Tenía un aspecto alargado, con la proa en forma de pico y tres alerones, uno encima del casco y los otros dos en la parte trasera mirando hacia abajo. El vehículo empezó a maniobrar para tomar tierra y los dos alerones traseros se plegaron girando hacia arriba.
            – Debemos marcharnos – dijo kai Winn, pero Anjohl observaba aquella extraña nave, como hipnotizado, preguntándose quienes podían ser, justo en aquel preciso momento que su victoria estaba al alcance de su mano.
            La lanzadera tomó tierra y de una rampa empezaron a descender los soldados. Al ver a aquellos seres metidos en sus corazas blancas, tuvo un presentimiento. Era muy distinto a los que había tenido antes. Era como si el mal reconociera al mal. En ese momento una pareja de aquellos cazas de alas planas y cabina abovedada sobrevoló la residencia.
            Poco después los soldados entraban por la puerta, desplegándose por la habitación y obligando a los dos bajoranos que había a ponerse de rodillas. Detrás de ellos entró un humano que lucía un uniforme completamente negro. Era un hombre joven, bastante alto, ojos oscuros, el pelo debajo de su gorra era castaño con las patillas grisáceas por las prematuras canas, al igual que su perilla. Se plantó en el centro de la estancia, con los brazos a la espalda, completamente seguro de sí mismo y les observó con detenimiento. En sus ojos había una mirada extraña: no había desprecio, más bien una solemnidad imperante, como si supiera que era lo que estaba sucediendo en aquella habitación.
            – Escolten a la kai a la lanzadera – les ordenó.
            – ¿Qué hacemos con los bajoranos? – preguntó otro de los soldados. El oficial volvió a mirar a Anjohl detenidamente, como si estuviera pensando que hacer.
            – Reclúyanlos con el resto.
            Dicho lo cual dos soldados cogieron a la kai por los hombros y se la llevaron sin que esta opusiera resistencia, tan solo mostraba una compostura altiva. Los otros soldados cogieron al monje y al otro bajorano y los sacaron arrastras. Lo último que Anjohl vio antes de que le sacaran de la habitación fue como aquel oficial cerraba el libro que había sobre la mesa con sumo cuidado. En su interior lanzó un grito de desesperación, de alguna manera sabía que aquel oficial conocía el significado del Libro del Kosst Amojan.


París, la Tierra

            A través de la ventana que tenía el despacho del presidente de la Federación, Min Zife contempló como aterrizaban varias lanzaderas de cuyas rampas empezaron a salir soldados vestidos con armaduras blancas que se desplegaban por el recinto presidencial. Mientras que sobre la Torre Eiffel y el resto de la ciudad de París era sobrevolada por parejas de cazas. Decidió que lo mejor era sentarse en su butaca y maldijo el día que había aceptado ocupar aquel despacho. Miró a los seres que le rodeaban: el comandante supremo de la Flota Estelar almirante Hayes; la Presidenta de las Naciones Unidas Marta Liberman y varios de sus más fieles consejeros del Gabinete. Pensó en el futuro que les aguardaba a todos.
            Los alborotos en los pasillos se oían cada vez más cercanos, hasta que la puerta se abrió de golpe, dejando paso a uno de aquellos soldados de impolutas armaduras. Aunque esta vez llevaba un uniforme de tela de color verde gris, sobre el cual tenía una coraza con una pequeña placa sobre el pecho con cuatro cuadrados azules y rojos, aunque tenía un casco similar al del resto. Inmediatamente detrás de él media docena de soldados entraron en el despacho y se distribuyeron por su interior.
            – ¿Quién es el presidente de la Federación? – preguntó el primero de los soldados con voz metálica apuntándoles con su arma.
            – Soy yo – se identificó Zife poniéndose en pie.
            – Queda usted arrestado
            – Exijo saber quiénes son ustedes y en nombre de quien soy arrestado – dijo el boliano, como presidente de la Federación no iba a permitir que no le trataran con el respecto que se merecía su cargo.
            Por un instante el soldado se limitó a mirarle a través de las lentes negras de su casco. La mano que sostenía el arma se alzó unos pocos milímetros en dirección a Zife.
            – Soy el Comandante Supremo de la Flota Estelar – intervino entonces Hayes, que no iba a quedarse sin hacer nada.
            Este se giró hacia el almirante y su casco bajó y ascendió, como si le estuviera examinando detenidamente.
            – Perfecto, porque tenemos trabajo para usted – replicó este. Relajó el arma y se la entregó a uno de sus compañeros y volvió a mirar el presidente Zife –. En realidad para todos ustedes.
            – Le hemos preguntado quien es usted – insistió Hayes, ya seguro que no les ejecutarían en ese momento.
            El soldado subió las manos hasta el cuello y se quitó el casco, mostrando a un humano, con una cicatriz que le cruzaba la cara, recuerdo de un wookie que hacía tiempo que había expirado su último aliento, tras una larga y dolorosa agonía. Volvió a reparar a los asistentes, ahora sin las lentes de su casco.
            – Soy el general Pion, de la 141º Legión Stormtrooper, almirante. Y ahora son prisioneros del Imperio – se presentó este con orgullo y dejó el casco sobre la mesa de Zife apartando la esfera azulada que había encima de ella –. Según tengo entendido hay unas leyes para los prisioneros, ¿verdad?
            – Así es – contestó Hayes mirando fijamente aquel hombre, un humano, no muy diferente a él, salvo por su cruel mirada.
            – Pues el Imperio no tiene ese tipo de reglas – le soltó con cierta diversión en su tono de voz –. Pero he de reconocer que nos portaremos bien con ustedes. Si colaboran.
            – ¡Ahora muévanse! 

Belak

            Era un planeta muy antiguo que apenas sufría movimientos sísmicos, en consecuencia la superficie estaba compuesta de amplias llanuras cubiertas de hierba y colinas onduladas. En la superficie había prosperado una antigua civilización, extinta mucho antes de la llegada de las primeras naves romulanas en el albor del Imperio. Belak se consideraba el primer asentamiento tras su llegada a Romulus y la colonia la más antigua. Ahora contaba con una población de 823 millones y una industria agrícola muy próspera. También tenían la segunda Academia Militar más antigua del Imperio y la base orbital contaba con unos astilleros con 21 diques secos. Según se decía los habitantes de la antigua colonia eran incluso más arrogantes que los propios romulanos de Romulus.
            Ahora la capital con su casco antiguo de distinguidas y antiguas casas coloniales, con sus jardines y monumentos a sus más distinguidos senadores y militares, se habían convertido en ruinas humeantes. El bombardeo orbital había durado varios días para debilitar los escudos planetarios, para pasar a ataques desde vehículos aéreos que disparaban a todo movimiento en la superficie, así como a aquellos lugares susceptibles de convertirse en núcleos de resistencia, como el Fórum o el Capitolio. Tras varias horas así, aparecieron las primeras naves de forma triangular de asalto: habían descendido a las afueras de la capital, descargando a las tropas y sus vehículos blindados que ya habían penetrado en la Academia Militar.
            Pero los altivos habitantes de Belak no iban a dejar que la ocupación del planeta fuera sencilla y obligarían a los invasores a pagar un alto precio en sangre por ocupar sus ciudades y llanuras. Mucho antes de la llegada de los primeros enemigos se repartió entre la población civil miles de rifles y pistolas disruptoras, granadas de plasma y cualquier cosa que pudiera ser útil una defensa fanática. Cuanto las primeras tropas pisaron la superficie comprendieron que la resistencia sería encarnizada.
            Los combates duraron una semana con sus días y sus noches, la ciudad fue de nuevo bombardeada por los cazas y desde las naves de asalto que habían aterrizado no lejos de la capital.
            Ahora los vehículos blindados del enemigo se internaban despacio entre las barricadas y los escombros de los edificios en un lento avance hacia el interior de la ciudad. En los barrios periféricos donde se alzaban las grandes mansiones de los comerciantes y políticos locales, los combates se habían alejado aun así las patrullas enemigas, montadas en sus veloces motos deslizadoras, hacían difícil moverse. A pesar de ello tres figuras se deslizaban sigilosas entre las ruinas, bajo la tenue lluvia que caía y que amortigua sus pasos. Dos iban armados con fusiles, mientras que el tercero empuñaba una pistola. En la pared que dividía un jardín de una casa reducida a una montaña de cascotes se detuvieron ya que uno de los vehículos de seis patas del enemigo parecía acercarse por la avenida contigua. Avanzaba despacio con una hilera de soldados de blancas armaduras a los lados. De repente unos disparos alcanzaron a una de las filas y derribaron a varios de los asaltantes. Sus compañeros respondieron inmediatamente al igual que aquella bestia, que giró uno de los cañones y realizó varias salvas hacia el lugar de procedencia desde donde habían abierto fuego. Luego varios soldados se acercaron y se produjo un corto tiroteo. Finalmente la bestia prosiguió su avance, dejando atrás la pared donde aquellas tres figuras habían esperado escondidas a que concluyera la escaramuza.
            Cuando el ruido de las pisadas se perdió en la lejanía, las tres figuras reanudaron al amparo de la noche ya incipiente su marcha hacia las afueras de la ciudad. Al pasar junto a cadáver del soldado enemigo abatido, se detuvieron. Quien empuñaba la pistola observó la armadura de aquel soldado e inundado de curiosidad le quitó el casco.
            – ¡Humanos! – exclamó sorprendido.
            – Embajador, por favor – insistió uno de sus acompañantes nervioso.
            – Fascinante – concluyó el otro y los tres prosiguieron su marcha hacia la lanzadera que les esperaba oculta en el bosque, aun a muchas horas de distancia.


USS Enterprise-E

            – ¿Alguna noticia de la Tierra? – le preguntó Beverly cuando la puerta del despacho de Jean-Luc se cerró detrás de ella.
            – La batalla se ha perdido – dijo Picard descorazonado, mientras el replicador materializaba dos tazas de té. Hacía horas que no comía, ni bebía nada, necesitaba reponer fuerzas y había pedido a Beverly que subiera a su despacho, escuchar una voz amiga que siempre le había aconsejado bien y tranquilizado en malos momentos era lo que necesitaba –. El sistema Solar ha sido invadido, lo han transmitido por todas las frecuencias. Andoria ha enviado una señal de socorro: sus defensas acaban de caer.
            – ¿El Mando de la Flota ha enviado alguna comunicación?
            – Todavía no – respondió Jean-Luc entregándole una de las tazas a su vieja amiga, de tiempos en que todo parecía mucho más fácil –. Aunque en la Base Estelar Earhart se está organizando un grupo de batalla para defender el sector.
            – ¿Podríamos unirnos a ellos? – sugirió Beverly –. Tenemos cuatro naves aquí.
            – Ya lo he pensado. Pero nuestras órdenes eran muy estrictas, no podíamos movernos bajo ninguna circunstancia hasta que nos lo comunicaran. Y el silencio de radio indica que nos están reservando para algo y no quieren que nadie sepa dónde estamos – le explicó Jean-Luc justificando su propia impotencia. La orden del almirante Paris había sido tajante: bajo ninguna circunstancia, le había recalcado. La voz profunda del alto oficial de la flota, resonaba en su interior una y otra vez, mientras se preguntaba para que le habían reservado mientras planeta tras planeta de la Federación caía en manos de sus enemigos y sus compañeros morían defendiéndolos, mientras él esperaba.
            » La cuestión es saber para qué.
            – Capitán recibimos una transmisión – informó la voz de Riker.
            – Bien, pásela a mi despacho – ordenó este.
            – Está transmitida por el Código 47, señor – puntualizó Riker.
            Beverly y Jean-Luc se miraron. No hizo falta nada más para que esta saliera, dejando su taza de té, aun humeante. Cuando se quedó solo se encaró hacia la pantalla que había surgido de la mesa. Tan solo había utilizado aquel canal una sola vez, hacía bastante tiempo y en circunstancias que resultaron muy penosas. Una transmisión tan solo para los capitanes y que no dejaba constancia de haberse hecho. Precisamente por eso mismo se creó el Código 47, pensó Picard antes de identificarse. El símbolo de la Federación apareció en pantalla con el texto: “Esta es una comunicación de emergencia. No será discutida con otros oficiales a manos que se considere absolutamente necesario. No se generará ningún registro informática de esta transmisión”. Instantes después era sustituido por el rostro del capitán DeSoto, que no había cambiado desde la última vez que se habían visto hacía tres años en una conferencia en Valakis.
            – Hola, Jean-Luc – le saludó formal, pero amistoso.
            – Robert  respondió el capitán de la Enterprise aliviado de ver una cara familiar, y deseoso de obtener respuestas a la situación en la que le había puesto Paris al relegarles a una patrulla sin sentido de la Zona Neutral mientras sus camaradas defendían sus hogares. Conocía bien y desde hacía tiempo al capitán de la Hood. Se habían encontrado por primera vez cuando ambos eran tenientes y aunque sus carreras se habían alejado nunca habían perdido la amistad. Además Riker había servido con DeSoto como primer oficial antes de que le seleccionara para el mismo puesto a bordo de la Enterprise-D hacía ya once años. Eso había generado una complicidad entre ambos, al acertar a la hora de confiar en el mismo hombre para un puesto tan importante para un capitán. Mientras que en los últimos años habían coincidido en varias misiones, como en la terraformación de Browder IV o en el bloqueo de la frontera romulana y klingon durante la guerra civil de estos últimos. También se había labrado fama de ser uno de los mejores capitanes de la flota, no solo en los combates contra el Dominion como en la Primera Batalla de Chin’toka, sino como hábil diplomático que incluía acuerdos con cardassianos, romulanos y hasta breens. Jean-Luc Estaba seguro que el haber sido el capitán del equipo de la Academia del Go y haber ganado varios campeonatos de la Federación había ayudado tanto en las negociaciones como en los combates que había librado.
            – Tengo nuevas órdenes para ti y las naves que están contigo – le dijo sin más preámbulos –. No hay tiempo que perder, así que te informo que desde ahora tú y tu nave quedáis bajo el Operativo Omega. No obedeceréis ninguna orden que no proceda de mí hasta nuestro encuentro. Los protocolos de seguridad están en el ordenador de tu nave bajo el código: Alfa-Lima-Foxtrot-Cero-Uno. Prefijo: Omega. Hemos de reunirnos en el sistema Maluria en la fecha estelar 53107.5. Intenta camuflar la firma de curvatura, es importante la discreción. Por favor, comunica este código al resto de capitanes que están contigo. Nos veremos pronto.
            – ¿Nada más? – le preguntó Jean-Luc.
            – Por ahora no. No sabemos si las comunicaciones son seguras.
            – Bien Robert, hasta dentro de unos días.
            Dicho lo cual regresó el símbolo de la Federación a la pantalla.



Continuará…

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