Coruscant
Su relación con Klovan se remontaba
los días posteriores a su huida del Templo Jedi, cuando apenas era un joven
de 15 años.
Había escapado por los conductos de
residuos, burlando a los soldados clon enviados a matarle a él y a sus compañeros
y maestros. Su mente trabajaba a gran velocidad y con mayor lucidez de lo que
se hubiera esperado de un muchacho. Los recuerdos de supervivencia aprendidos
en Aktuort y que creía olvidados tras años de comodidad, afloraron. Como si
hubieran estado esperando a regresar para cuando los necesitara. Sabía que
aquel no era el mejor lugar para desaparecer. El planeta ciudad era
inmenso, trillones de seres lo poblaban y aunque parecía que podría perderse
con facilidad por sus miles de niveles, regiones, ciudades, sectores y zonas,
también era un lugar muy avanzado, lleno de droides, cámaras, y máquinas
conectadas a registros informáticos, que en aquel momento ya tendrían su rostro
marcado. Los ataques de los Separatistas habían convertido a Coruscant
en una fortaleza muy vigilada, posiblemente aquel era el verdadero objetivo,
reflexionó. Dooku era un sith y Palpatine había
demostrado, enviando los clones al Templo y declarando el Imperio y difamando a los jedis en traidores y enemigos públicos,
que él también lo era. Y si los líderes de ambos bandos eran los servidores del
Lado Oscuro, ¿no podía ser aquella guerra una maniobra para acabar con la Orden y asumir el poder? Lo que estaba claro era que ya estarían buscándole.
Podía compensar aquella situación en parte, ya que era un keshiano,
apenas indistinguible de cualquier otro humano, pero la evolución les había
dotado de una vista que detectaba un amplio espectro de ondas mucho más
completo que estos. De manera que detectaba radiación electromagnética
ultravioleta e infrarroja, distinguiendo el calor y literalmente viendo el
rastro de un sensor o una cámara de vigilancia oculta.
Aun así, no poseía créditos para
pagar un pasaje, ni documentación que sirviera, aunque las tuviera… Tampoco
tenía familia, amigos o contactos a los que acudir para pedir ayuda. Además,
aunque pudiera intentar ir de polizón en una de las miles de naves que salían a
diario, ¿a dónde ir? Debía buscar un lugar donde esconderse, y allí pensar en
siguiente paso. Y el único sitio donde podría encontrar refugio era el inframundo artificial que se extendía por debajo de la superficie cubierta por
edificios, ya que estos habían sido construidos unos encima de otros, capa
sobre cada. Creando entrañas laberínticas que poco a poco se iban desusando a
medida que se elevaban los niveles, dejando partes de ellas abandonadas. Algunas
eran rellenarlas con cemento para reforzar los cimientos del siguiente nivel.
Mientras que los niveles más profundos se iban convirtiendo en vertederos
improvisados, comprimiendo en bloques la basura que era demasiado cara para
llevarla fuera del planeta.
Así había logrado llegar,
ocultándose y esquivando los diferentes sistemas de seguridad, hasta las
profundidades de la ciudad, muy por debajo de la superficie de acero y cristal.
A través de túneles de servicio, por pasillos y escaleras abandonadas,
descolgándose por huecos, y abriéndose paso sigilosamente. Pero llevaba horas
moviéndose, alejándose del distrito Federal, aquella noche no había
dormido y no sabía realmente cuánto tiempo había transcurrido. Se encontraba
agotado y necesitaba encontrar un lugar donde descansar, pero que fuera seguro
o por lo menos discreto y resguardado.
Encontró una zona desierta, pero que
aún tenía energía. El suelo estaba cubierto de polvo, y la suciedad acumulada
indicaba que no habían sido utilizado desde hacía tiempo. Al fondo de uno de
los pasillos había una puerta con un letrero con las letras gastadas. Podría
haber utilizado el sable de luz para abrir la puerta derritiendo el
metal o destrozando la cerradura. Pero eso habría dejado pruebas de que un jedi
había pasado por allí. Así que abrió la tapa de los controles que estaba
medio corroído, accediendo al mecanismo interno. Lo observó con detenimiento,
pero no entendió nada. Él no era un ingeniero. Se le daba bien estudiar, tenía
buena memoria y según sus profesores era aplicado y tenía buena capacidad de
análisis, pero no así con los trabajos manuales como la mecánica. Así que
recurrió a lo único que podía ayudarle: la Fuerza. Se concentró en las
diferencias piezas, pero lo que tenía delante era metal y componentes que nunca
habían estado vivos. Pero se dio cuenta que tanto unos, como otros, necesitaban
electricidad para funcionar, por lo que se centró en esta… y no tardó en
detectar a los gusanos de conductos que se alimentaban con los tenues
campos eléctricos que rodeaban los cables con corriente. Estos no tenían
cabeza, cola o tronco, pero eran seres vivos y por tanto la Fuerza era parte de
ellos y ellos de ella. Se concentró en aquellas criaturas y así pudo ver, como
si en su cabeza se hubieran iluminado, los planos de las conexiones eléctricas
que se extendían por las paredes que le rodeaban. Y como si pudiera canalizar
la energía a través de los gusanos activó el mecanismo de apertura del enganche
magnético, que produjo un sonido metálico “clack” al abrirse. Entonces solo
tuvo que empujar la puerta para entrar en la estancia. Estaba seguro que la
maestra Jocasta Nu no estaría muy conforme de la manera que había usado
la fuerza, pero esperaba que comprendiera la situación.
Cerró la puerta tras de sí, notando
un fuerte olor a cerrado, mezclado con la humedad y los excrementos de extrañas
criaturas. En las paredes podía ver rastros dejados por las babosas de duramento, que habían excavado túneles por las paredes de piedra artificial
de aquel edificio. Mucho tiempo atrás debía de haber sido un cuarto de
servicio, a juzgar por los restos de las taquillas metálicas que había, medio
devoradas por los ácaros de piedra que usar aquel metal en sus
exoesqueletos.
A pesar de lo cansado que estaba, no
podía dormir, ahora que no tenía que estar buscando un escondite y ocultarse
mientras huía, empezó a penar en lo que había sucedido y en qué hacer a partir
de ese momento. El Canciller Supremo no se limitaría a aniquilar a la
Orden Jedi, aquel sería el primer paso para implantar su tiranía sobre la
galaxia, y para eso lo primero sería fortalecer su posición en el núcleo de la
recién extinta República. Poco después del amanecer había podido ver
desde una ventana, las columnas de humo que se elevaban desde la maciza
estructura del que había considerado su hogar. Pero nadie parecía preocupado,
ni apenado. Las rutas aéreas de que se desplazaban cerca del edificio siguieran
como si nada mientras sus amigos eran exterminados. Se dio cuenta que a
los habitantes de Coruscant, o de la galaxia, ya no les importaban que los
jedis, guardianes de la paz, estuvieran extinguiéndose, solo su propia
seguridad. Era como si se hubiera perdido la búsqueda del bien común, y solo pensaran
en sí mismos. ¿Tal vez fuera aquel egoísmo la verdadera corrupción que había en
la República?
No eran necesarias sus habilidades
en la Fuerza para vislumbrar el futuro, para saber que debía abandonar aquel
mundo, pero para ello necesitaba una estrategia y trazar un plan. Además, vagar
por la galaxia, huyendo, escondiéndose, estaba seguro que era la mejor manera
de ser capturado y ejecutado por los soldados clon de Palpatine o por alguien peor.
Las autoridades le estarían
buscando, por lo que hacerlo solo era muy arriesgado. Necesitaba buscar ayuda
de alguien de confianza. ¿Pero quién? Si el Senado había declarado el
Imperio Galáctico con una ovación, estaba seguro que la mayoría de los senadores
estarían bajo la influencia del señor Oscuro del Sith. Pero no todos
podían haber sido corrompidos, lo demostraba la noticia de la holonet
que había podido ver en una pantalla de una galería con comercios que había
tenido que atravesar al no encontrar otro pasillo menos transitado. En ella se decía
que un grupo de 63 senadores habían sido detenidos por alta traición. Había
reconocido los nombres de Shea Sadashassa de Herdessa, Ivor Drake de Kestos Menor, Fang Zar del sector Sern, Steamdrinker
de Tynna, y Tanner Cadaman de Feenix… Conocía a la mayoría
de aquellos nombres, todos firmantes de la Delegación de los 2.000, que
advertía de los peligros de la acumulación de poderes de Palpatine. No podía
ser que todos los seres decentes del senado se hubieran sido doblegados por el
tirano. ¿Pero en quien podía confiar?
Su maestro se veía con numerosos senadores
y embajadores, y a veces él le acompañaba. Pero solo eran tres con quienes se
reunía de manera habitual. Uno era Fang Zar, los otros eran Bail Organa,
y la senadora Takora, del planeta Klovan. Pero como había comprobado gracias a las
noticias el primero había sido arrestado. Y aunque el alderaano y la klovan se
habían apresurado en declarar su lealtad al nuevo Emperador, estaba convencido
que igualmente estarían vigilados. En realidad, la mayoría de los que se había
opuesto de alguna manera al Gran Canciller o estaban relacionados con
jedis lo estarían. Con el representante de Alderaan su maestro solía
tomar el té y hablar de la situación política y en ocasiones de la guerra,
momento en que él prestaba más atención. Era uno de los hombres más respetados
de la República y poseía una gran presencia y una personalidad magnética, que
cuando le prestaba la atención a alguien, le hacía parecer a uno que era el
centro de la galaxia. O por lo menos eso le parecía a él, un joven padawan
y aprendiz de su amigo, cuando este le tenía la deferencia de escuchar sus
argumentos aquellas veces que se atrevía a decirlas en voz alta.
En cambio, con Takora solía reunirse todas
las semanas, en que el centaxday (1) no hubiera sesión en el senado, para
jugar a un juego de tablero con piezas que parecían muy antiguas. Más joven que
Organa, no solía prestarle mucha atención, apenas le saludaba, quedándose con su
maestro en su despacho, mientras él esperaba en la antecámara. Por eso en
varias ocasiones, por sugerencia del propio Nalok, había acompañado a su criado
Colek a comprar fruta. Este era un joven imroosiano, que tenía la piel de
color marfil con un aspecto de tiza, evolucionada para resistir las extremas
temperaturas de su mundo. El lugar donde tenían que ir se encontraba en una
zona de comercios subterráneos de la Ciudad CoCo, por lo que abandonar
el Distrito Federal, donde se encontraba el Edifico del Senado y el
Templo, e internarse en la inmensidad de aquel planeta ciudad, lleno de seres
de toda la galaxia, de sonidos, de olores, de miradas, de pensamientos y
recuerdos tan diferentes le había resultado algo abrumadora al principio. Sobre
todo, contrastaban con la tranquilidad del Templo a la que se había acostumbrado.
Pero tras los primeros viajes se había acostumbrado a ir en buscar de los meilooruns
junto a Colek y casi le parecía una aventura. Además, el imroosiano una vez le
había cogido confianza se convirtió en una interesante fuente de información
sobre los niveles inferiores de Coruscant. Como locales de moda, la ropa o los
peinados que se llevaban, y de alguna manera le había cogido aprecio.
Entonces recordó lo que una vez le
había dicho su maestro Nalok «Si algún día necesitas ayuda, recuerda que
puedes confiar en la senadora Takora». Y además conocía la manera de ponerse
en contacto con ella sin que los agentes del Emperador le encontraran.
Se despertó sobresaltado, con el
corazón acelerado y empapado de sudor. De manera instintiva alargó la mano y
empuñó su sable de luz, con la mirada clavada en la puerta, esperando que de un
momento a otro se abriera y entraran en torrente tropas clon encabezadas por Anakin Skywalker para matarle. Aunque este ya no era el chico alocado que le había
enseñado a pilotar un aerodeslizador entre los rascacielos de Coruscant. Ahora
era un servidor del Lado Oscuro de la Fuerza. Y cuando comprendió que nadie iba
a entrar para matarle, empezó a calmarse, desactivando su arma y sumiendo a la
habitación en la oscuridad. Ya había descansado y ahora debía ponerse en marcha.
E ir en busca de la senadora Takora.
Entre los armarios pudo encontrar
algo de ropa abandonada en una taquilla, le estaba ancha y olía a humedad. Pero
precisamente eso podría ayudarle, el olor haría que muchos coruscantis
se alejaran de él. Por desgracia los guardias tenían filtros en sus cascos, por
lo que debía de evitarlos.
Al ponérsela notó la trenza de aprendiz que le colgaba de la cabeza. Debía pasar desapercibido, por lo que
tenía que cortársela, encendió su sable y con cuidado de no quemarse con su
poderoso filo láser, se la cortó. Aquella era una de las señales más
significativas de su estatus de padawan, y el día que se la había podido hacer
se había sentido orgulloso, comprendiendo que en aquel momento formaba parte de
algo más grande que él mismo: de la Orden Jedi. La sostuvo entre sus dedos unos
instantes, y pensó en tirarla al suelo, ya que pertenecía a su pasado. Pero en
ese momento tuvo una visión de su futuro, en la que sostenía en la mano, con el
puño de una camisa limpia, al igual que su palma, no como en aquel momento,
sucia por el polvo y la mugre de su huida. Así que la guardó.
Antes de abandonar su refugio estuvo
meditando para calmarse y así canalizar y controlar sus miedos en busca de la
serenidad, recordando el mantra del maestro Yoda: el miedo es el camino al Lado
Oscuro, el miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, y el odio lleva el
sufrimiento. Más templado y con sus nervios bajo control, se dirigió a la
Ciudad CoCo por los niveles inferiores, manteniéndose alejado y esquivando las cámaras
de seguridad y las grandes aglomeraciones, evitando coger un transporte donde
pudieran reconocerle. No tenía prisa ya que Colek siempre iba el segundo día de
la semana, que era cuando llegaba la mercancía del Borde Exterior y aún
faltaba varios días para entonces. Ese tiempo le permitiría ir andando, también
intentaría cambiarse de ropa y comer algo.
Aquel lugar era como estar en un
mundo al revés, donde en lo que una vez había sido la superficie, ahora los
edificios más altos se habían convertido en los cimientos de un gigantesco
segundo piso. La iluminación era completamente artificial, procedente de los carteles
luminosos de las tiendas o de las ventanas, excepto en los huecos por donde se
accedía desde el exterior, donde se filtraba una tenue luz natural.
A pesar de ir por las zonas más
peligrosas de la capital del recién proclamado Imperio Galáctico, logró llegar
a su destino sin incidentes. La tienda estaba situada en lo que había sido la
superficie antes de la última ampliación que había sufrido la Ciudad del
Colectivo de Comercio. Ahora la antigua calle exterior era una concurrida
galería, que empezaba a notar que los locales y restaurantes más importantes se
habían mudado tras elevar el barrio comercial. Aun así, la frutería tenía
muchos clientes que buscaban sus exóticos productos. Como había tenido tiempo
estudiado los diferentes edificios, encontró un local situado en frente que
tenía un pequeño almacén que no se usaba en el segundo piso, y que contaba con
una ventana que daba a la galería comercial. Allí podía esconderse y descansar,
al mismo tiempo que vigilaba la frutería.
Por fin llegó el cemtaxday y por la
mañana le trajeron al anciano "cabeza de martillo" que
regentaba la frutería los arcones con el género del Borde Exterior, entre ellas
los meiloorun. Por. Y justo después del medio día apareció Colek. Ya estaba
esperándole y le abordó en la entrada. Este le reconoció enseguida, sin
sorprenderse, ni hacer ningún gesto de sorpresa, pareció continuar mirando el
género. Algo extraño ya que siempre compraba únicamente las piezas de meiloorun
que ya le tenían reservadas. Así que el padawan se acercó y fingió hacer lo
mismo a su lado.
– Me vigilan – advirtió este en voz
baja sin mirarle –. Ve al club Nómada. Pregunta por Galdar.
Dicho lo cual se giró hacia el
frutero ithoriano y le pidió sus habituales meiloorun. Los pagó y se
marchó. Él permaneció un poco más en la tienda, hasta que el dueño le recriminó
que estuviera mirando sin comprar nada, momento que aprovechó para marcharse.
Recordaba haber pasado por delante
del Club Nómada cuando estaba llegando a aquel sector. Había memorizando la
ruta que había seguido para poder huir si el encuentro con el criado de la
senadora Takora resultaba ser una trampa, pero Colek parecía estar preparado por
si él apareciera. Retrocedió sobre sus pasos hasta una estrecha calle, de
edificios bajos, que contrastaban con los altos rascacielos que sostenían el
nivel superior del planeta ciudad. Había numerosos locales, entre ellos un restaurante
de comida rápida y sus carteles luminosos permitían ver la decadencia del
lugar. Estuvo un rato estudiando la gente que entraba y salía, temeroso ya que
cualquiera podía ser un agente imperial. Varios individuos jugaban debajo de un
balcón a dados y sus ricas y gritos eran perfectamente audibles. Estuvo
observando a los que entraban y salían del lugar donde tenía que ir: algunos
vestían con ropas elegantes, otros desviaban la mirada, como si no quisiera que
le vieran salir de allí. Pero no parecía estar vigilado, no detectó que alguien
pasara por su puerta más de una vez, tampoco había muchos droides por la zona.
Decidió entrar.
La puerta se abrió al ponerse
delante y salió una música agradable. El interior estaba en mejor estado de lo
que hubiera imaginado viendo la calle, aunque se notaba que había visto días
mejores. A la derecha se encontraba una barra lateral, con las bebidas detrás. A
la izquierda había un pequeño escenario elevado donde un esbelto bailarín twi'leck
se movía con desgana ante un público mínimo. En el extremo un grupo jugaban a cartas en una mesa, en la que uno de ellos miró a la entrada cuando se abrió
la puerta, pero no tardó en centrarse de nuevo en la partida. Se acercó a la
barra, detrás de la cual una esvelta imroosiana, como Colek, que tenía un
largo pendiente en la oreja derecha y que apenas había desviado la mirada
cuando se abrió la puerta mientas hablaba tranquilamente con uno de los
clientes.
– Disculpe, pregunto por Galdar –
dijo titubeando. La mujer le miró de arriba abajo, arqueó una ceja sorprendida,
hizo una mueca con cierto reproche y encogió los hombros.
– Galdar, preguntan por ti – dijo
mirando hacia uno de los reservados –. Cada vez te los buscas más jovencitos.
Del reservado se incorporó una
sombra que entre las tinieblas le observó durante unos instantes, que al padawan
le parecieron eternos. Finalmente se levantó un humano con el pelo canoso, al
igual que su barba, tenía una mirada profunda, pero tranquila. Vestía una chaqueta
oscura, aunque siempre le recordaría con el traje espacial que llevaba a bordo
de su nave. En ese momento tuvo una visión gracias a la Fuerza, en la aquel
hombre, mucho más joven, reía y bebía en una mesa donde estaba sentado su
maestro Nalok, también más joven. Entonces el aprendiz supo que estaba a salvo
y su cuerpo se relajó de la tensión que había estado acumulando desde hacía
días. Y sonrió por primera vez.
– ¿Zhell puedo usar tu despacho? –
le preguntó a la camarera.
– Bueno – suspiró la camarera imroosiana resignada. Galdar hizo un ademán con la cabeza para que le siguiera y pasaron a
una estancia adjunta que tenía un sofá, una mesa de trabajo, varias filas de
pantallas que cubrían todo el local y el exterior del mismo.
– Hace un rato que te hemos visto –
dijo señalando a las cámaras –. No te escondes muy bien. Pero eres prudente. Y
no te han seguido.
– Mí maestro me dijo...
– Sé lo que te dijo tu maestro, mi
amigo Nalok – le interrumpió –. Hueles como un gamorreano. Supongo que
no te has bañado desde... dese hace días – se detuvo para no mencionar el
ataque al Templo –. Primero te bañaras y te cambiarás de ropa. Colek trajo algo
de tu talla el otro día. ¿Has comido?
– Poco.
– Le pediré a Zhell que te prepare
algo. Allí tienes el baño – indicó señalando una puerta del despacho, al tiempo
que se dirigía a un armario empotrado, de donde sacó la ropa que le había
dicho. Era elegante y de buna calidad, una camisa de color crema, un chaleco
negro con bordados amarillos, un pantalón, con su cinturón y un par de botas
altas. Al ver la camisa se dio cuenta que era la misma de la visión que había
tenido unos días atrás, después de cortarse su trenza de padawan.
– ¿Vendrá la senadora? – preguntó
antes de entrar en el baño.
– Si puede lo hará más tarde, aquí
estas entre amigos.
La ducha caliente y la ropa limpia
pareció que hicieran un milagro, dándole algo de dignidad y revitalizándole.
Todo era de su talla, excepto las botas, que le apretaban un poco. Al salir, en
la mesa habían dejado un plato con lo que parecía una especie de estofado de
carne, que al olerlo provocó un retortijón en el estómago.
– Creo que le gustará tu comida – le
dijo Galdar.
– No esperaba menos – respondió la Zhell
riendo –. Os dejo solos – dicho lo cual se dirigió al padawan. Tenía una mirada
más amigable que la de hacía un rato, y su sonrisa le parecía sincera,
recordándole la de Colek. Y este siempre había sido amable con él –. Bienvenido
al Nómada.
– ¿Cuándo conociste a mí maestro?
Aquella pregunta pareció
desconcertar a Galdar, que le miró extrañado durante unos instantes, hasta que
pareció caer en la cuenta de algo y esgrimió una media sonrisa de complicidad.
– No imaginaba que fueras tan
metomentodo en los recuerdos de los demás. Pero por algo eres el aprendiz de Nolak
– replico con una carcajada –. Hace mucho, nos salvó la vida de mí padre y la
mía. Siempre fuimos lo que este definía como comerciantes libres.
– Contrabandistas.
– Chico listo. Ahora dime, ¿cómo has
sobrevivido?
El padawan le explicó como su
maestro se había sacrificado para que pudiera salir del Templo y como se había dirigido
a los niveles inferiores por cloacas, túneles y pasillos de servicio en desuso.
Hasta que recordó que Nolak le había dicho que podía confiar en la senadora Takora, cuyo criado siempre compraba en la misma frutería de la ciudad, situada no
lejos de allí.
– ¿Hay más supervivientes?
– Si los hay, estarán bien
escondidos. Todas las autoridades y agencias de la Antigua República, ahora
imperiales, incluyendo sus soldados clon, han lanzado una auténtica cacería
contra vosotros. Poniendo precio a vuestras cabezas.
» Ahora deberías descansar. Si Takora puede venir, no lo hará hasta la noche. Eso si puede hacerlo hoy. Hay habitaciones
arriba, por lo que podrás dormir cómodamente.
– ¿Cómo sé que no me venderás a
Palpatine? – preguntó suspicaz.
– Tal vez no seas tan metomentodo
como tú maestro – bromeó volviendo a poner aquella media sonrisa –. Te acompañare
a donde puedas descansar.
Durmió varias horas en una cómoda
cama, y fue Zhell quien le fue a buscar, para llevarle de nuevo al despacho del
Club Nómada. Allí estaba Galdar y la senadora, quien dibujó una gran sonrisa en
su rostro al verle entrar, acercándose y abrazándole, tan diferente a la
frialdad e indiferencia con la que siempre le había tratado.
– Me alegré tanto cuando Colek me
informó que te había visto en la frutería. Temía lo peor – dijo con auténtico
alivio –. Estoy tan apenada con la muerte de Nalok, ya me ha contado Galdar
como murió…
– ¿Mi maestro sabía lo que iba a suceder?
– quiso saber sin preámbulos.
Takora permaneció en silencio durante
unos instantes, miró nerviosamente a Galdar y a Zhell, y luego de nuevo al
padawan.
– No lo sé. Nunca dijo que iba a ocurrir,
solo que un día ibas a necesitarnos. Sí sabía que se acercaban tiempos aciagos
para todos y nos advirtió que debíamos estar preparados – admitió con pesar –.
Pero también predijo que tras la oscuridad regresaría la luz. Le conocía bien,
por lo que estoy convencida que tendría buenos motivos para no advertir a nadie
de lo que está sucediendo. Y que esa responsabilidad le comía el alma.
» Pero ahora no hemos de pensar en
él, sino en ti. Tenemos que sacarle de Coruscant – dijo mirando a Galdar.
– Será difícil, todos los espacio-puertos
están muy vigilados y las naves que son detectadas fuera de las rutas de
entrada o salida, son abatidas – advirtió Galdar –. El estado de excepción es muy
estricto tras el atentado contra Palpatine en el Senado.
» Hay listas con los jedis que se
sabe que estaban en el planeta y no han sido asesinados o capturados – dijo
mirando al padawan, confirmando que él estaba en ellas.
– Entonces debemos de hacer que ya
no esté en esas listas – sugirió Zhell.
– Eso podría funcionar – respondió
pensativo Galdar –. Conozco a alguien que podría ser útil. Y Kaz me debe un par
de favores.
– ¿Kaz? – preguntó le senadora.
– Un cazarrecompensas – explicó este
–. Le encanta incinerar a sus víctimas y se ha hecho un pequeño nombre tras
cazar un saboteador separatista hace unos meses.
– Habla demasiado – advirtió la
imroosiana.
– Entonces se le tendrá que hacer
callar luego – sugirió Takora con determinación, sorprendiendo al joven padawan
que un representante público hablara de esa manera.
– Podríamos hacer un clon,
acelerando el proceso en unos días sería igual que el crio – sugirió Galdar.
– Un simple análisis lo descubriría –
advirtió Zhell.
– Entonces que no lo hagan – dijo el
padawan, centrando la mirada de todos –. Entregad esto a las autoridades y no
harán preguntas.
Estaba alargando la mano, en la que
sostenía su sable de luz.
– Podría funcionar – respondió la
senadora asintiendo admirada, sabedora de lo que significaba desprenderse su
arma para un jedi.
– Que también les entregue esto –
continuó sacándose del bolsillo la trenza que se había cortado. Al mirar su
mano sosteniendo su pelo, supo que su visión se había cumplido.
– Y con esto no hará falta clonar a nadie,
y podréis salir antes del planeta.
– ¿Y quién será el pobre diablo que
nos deje su cadáver? – preguntó Galdar.
– De eso me encargo yo – respondió Zhell
–. Uno de los clientes trabaja en la morgue del distrito D1-321. Y ese sí sabe
callarse – miró al padawan –. Ya sé sus medidas. Volveré pronto.
– Que la Fuerza te acompañe – le
deseó la senadora afectuosamente. Las dos mujeres se acercaron y pusieron sus
manos sobre la mejilla de la otra en un gesto de gran ternura.
– Que la Fuerza te acompañe a ti también –
replicó Zhell, que salió del despacho.
– Bueno, tengo algo que darte – dijo Takora, haciéndole un gesto a Galdar, que se dirigió a una de las paredes, colocando
su palma sobre uno de los plafones, abriéndose para mostrar una caja fuerte que
había detrás. La abrió tecleando el código numérico y de ella sacó una caja de
madera rectangular. Se la entregó la senadora, que pareció cogerla con
reverencia sagrada.
» Es para ti, de tu maestro.
El padawan lo cogió la caja con el
mismo cuidado, observándola mientras le dejaban solo. La madera había sido
labrada a mano hacía mucho tiempo, con una inscripción cuyo alfabeto no logró
identificar. Al abrirla encontró dos holocrones cuidadosamente colocados
en su interior. Uno era cuadrado y tenía los mismos símbolos esféricos del
tatuaje que cubría su cuerpo y que su maestro le había dibujado mediante la
Fuerza antes de llegar al Templo. El otro era similar a los que había visto en los
Archivos Jedi.
Al cogerlo se iluminó con una luz
azulada, sus puntas se movieron y empezó a levitar. Poda percibir la Fuerza que
emanaba de su interior, exactamente la misma que sentía cuando se encontraba
meditando con su maestro Nalok, como si este estuviera a su lado. Y su figura
emanó de su interior, como si le estuviera mirando desde el más allá. Sus
grandes y bondadosos ojos, el pliegue en las mejillas del ser reptiliano que se
creaban al sonreír, como si el anciano anx no hubiera muerto en el
Templo, protegiéndole para salvándole, hacía apenas unos días.
«Mi buen padawan. Mi alumno. Mi
amigo. Mi hijo. Solo tú puedes activarlo, por lo que, si me estás viendo esto,
significa que sobreviviste y que has contactado con la senadora Takora y el rufián
de Galdar. Confía en ellos como si fueran tus hermanos, porque de alguna manera
también son como mis hijos. Galdar me acompañó por la galaxia de niño, junto a
su padre, en muchas aventuras cuando yo era un simple caballero alocado. Colaboré
con la familia de Takora a liberar su mundo de un terrible tirano, por lo que
siempre serán tus aliados. La concepción de la sociedad klovan es cooperar mutuamente,
por lo que recuerdan a quienes les ayudaron. Nunca lo olvides.
» Si te preguntas si sabía que iba a
suceder en el Templo, la respuesta es que sí. Aunque ahora no lo creas así
debía de ocurrir para que se cumpla la profecía, que yo he visto gracias a las
visiones del siempre cambiante futuro, sobre Aquel que ha de traer el equilibrio a la Fuerza. Espero que algún día comprendas porque no pude hacer nada. Y
me perdones.
» Tú, al igual que yo tenemos esa
habilidad, mi joven padawan. La Fuerza se manifiesta de esa manera en nosotros,
mostrándonos lo que puede o ha de ser. Esa es nuestro sino. Y no podemos huir
de él, aunque quieras. Te lo aseguro, porque yo lo intenté durante años, y no
pude. Solo espero poder ser de utilizada para que puedas soportar el peso que
llevan tus jóvenes hombros. Por eso en este holocrón he vertido mis conocimientos.
Úsalo siempre que lo necesites, porque te lo dejé para seguir enseñándote y
formándote en los caminos de la Fuerza viva.
» Sobre el otro holocrón que está
junto a este, solo puedo decirte que es parte de tú destino, pero has de ser
más poderoso de lo que eres ahora para abrirlo. Pero tu potencial es mayor del
que fue una vez el mío. Mi confianza en ti es plena. Mi cometido era
encontrarte y entrenarte, mientras que el tuyo es localizar lo que hace siglos
que se perdió y ha de ser hallado. Pero antes a otro como tú has de encontrar.
La lucha entre la luz y la oscuridad continuará sin nosotros, mi joven padawan,
pero tengo la esperanza que será la luz la que prevalezca. Pero esa no es
nuestra responsabilidad»
Cuando la imagen de Nolak
desapareció y la luz del holocrón se extinguió, una lágrima corría por la
mejilla del padawan. Fue la última vez que lloró.
Durante los siguientes tres días Galdar
y Zhell estuvieron ejecutando el plan para hacer creer al Emperador que el
joven padawan había sido localizado y abatido por Kaz, un cazarrecompensas grindalid
en los niveles inferiores de Coruscant.
– Ya está todo listo – anunció
Galdar entrando en el despacho del Club Nómoda.
El joven padawan abrió los ojos,
interrumpiendo su meditación.
– Acaban de quitarte de la lista de los jedis buscados – continuó con satisfacción, dirigiéndose al mueble
bajo que había detrás de la mesa, del que sacó dos largos vasos y una botella
de licor –. Celebrémoslo.
– Yo no bebo.
– No sabía que los jedis no bebíais.
Nolak lo hacía – replicó Galdar llenando los dos vasos. Alzó uno de ellos y se
lo alargó.
– Es que nunca he bebido – confesó
este algo avergonzado cogiéndolo.
– Pues es un buen día para empezar –
replicó el contrabandista –. Porque hoy celebramos tu muerte.
Cogió el vaso, que tenía un líquido
verde, con destellos de luz, como si fueran estrellas. Se lo acercó a los
labios tomando un sorbo de un líquido frío y algo dulce, por lo que continuó bebiendo,
pero cuando este llegó a su garganta sintió como si le quemara. Retiró el bajo
e hizo un gesto de disgusto, que hizo reír al contrabandista.
– Tómatelo con calma – dijo este
cogiendo el vaso.
» Por si a alguien se le ocurre comprobar
la historia de Kaz partiremos esta misma noche hacia Klovan. Allí estarás a salvo
– explicó Galdar tras acabar su Galaxia Verde.
» Nalok me pidió que te cuidara. Y
eso haré. Aun así, es importante que a partir de ahora ocultes quién eres y que
puedes llegar a hacer. O al final el Imperio te descubrirá y empezará a darte
caza como a un perro de las praderas. Si han logrado purgar a toda la Orden
Jedi, con todo el poder que tenía, imagínate lo que podrían hacer contigo que
estás solo.
Este asintió.
– Hemos aprovechado la carta de
identidad del chico que nos han prestado su cadáver para que fuera el tuyo,
para confeccionar tu documentación – dijo finalmente entregándole una tarjeta
de datos –. ¿De qué murió?
– No lo sé. El distrito D1-321 es
una zona industrial, pero también hay áreas abandonadas. Tal vez un accidente,
tal vez vivía en la calle. Por desgracia a nadie le importa. Parece ser que llegó
hace ocho meses del Borde Exterior, posiblemente en busca de un futuro mejor.
– ¿De dónde era?
– Eso a nadie le importa.
– A mí sí.
– Del culo de la galaxia... Tatooine.
Se llamaba Keegan.
– Entonces, él morirá con mí nombre, y yo viviré con el suyo.
Continuará…
Notas de
producción:
(1) El calendario del universo de Star Wars conforma la semana en 5 días: primeday, centaxday, taungsday,
zhellday, benduday. Un mes tiene 7 semanas repartidos en 35 días. Un año lo forman
10 meses más 3 días feriados, que en total tienen 368 días. Todo ello tomando como
referencia el ciclo solar de Coruscant.
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LLevo mucho tiempo desconectada pero sigo aqui y disfrutando de los relatos y articulos. no puedo escribir mucho pero no quiero que tengas la sensacion de que me fui sin despedirme. Sigue publicando me encanta cada cosa que escribes y los relatos son estupendos.
ResponderEliminarHola Bel!
EliminarEncantado de saber de ti. No te preocupes, lo importarte es saber que sigues allí, como una lectora fiel. Unas pocas palabras, un comentario de cualquier de los que leéis el blog, ya es suficiente. Solo espero que pronto tengas más tiempo para que puedas hacer aquello que más te guste.
Espero poder terminar la trilogía del Jedi Perdido este mes de diciembre.
Un fuerte saludo,
Ll. C. H.