USS Spirit
– ¿Estás seguro de esto? – le
preguntó el doctor Bishop en la escotilla de embarque.
– No tenemos otra opción Johachim –
le recordó de Lattre –. El teniente Shimura ha encontrado en la información que
ha recopilado que hay una sustancia capaz de curar las heridas por radiación. Eso
confirma lo que nos ha dicho Tycho, y este nos asegura que puede conseguir ese
tratamiento. Confío plenamente en usted.
Bishop asintió y se internó en el Diosa
Lunar. La escotilla se cerró y el cordón umbilical se separó con un ruido metálico.
Mientras de Lattre observaba como aquella nave se alejaba del Spirit, pensó
si estaba haciendo lo correcto, pero tampoco tenía muchas opciones. Luego subió
al puente para esperar las noticias.
Tras la reunión con Tycho había
hablado con Bishop para organizar los grupos, tenían poco tiempo y sobre todo
no podía cometer errores. En el primer viaje valoraría las posibilidades e
intentaría encontrar esa manera de curar a la tripulación. Si en Naboo encontraban la manera, en el
siguiente viaje irían los niños de abordo y los heridos. Así podrían curar en
cinco viajes a todos los de a bordo. Si no, estarían muertos en una semana. Por
otro lado confiar en Tycho era correr un gran riesgo, pero había algo en aquel
hombre que le indicaba que podía creer en su buena fe.
Naboo
El transporte atravesó la atmósfera en
un día soleado y se posó suavemente en el primer nivel del puerto espacial de Theed, la capital del planeta. Un grupo de guardias, equipados con
armaduras acolchadas marrones, no tardaron en llegar, desplegándose frente a la
rampa de acceso. Su oficial se acercó a Tycho con afabilidad y empezaron a
charlar, mientras que en el extremo de la rampa Bishop y T’Lar les observaban.
El capitán de la Diosa Lunar les había dicho que conocía al responsable
de aduanas y que les daría permiso sin problemas. Después que Tycho y el
oficial hablaran un rato, este último se dirigió hacia los oficiales de la
Flota.
– Soy el teniente Penak, bienvenidos
a Naboo – indicó el oficial mirándose con detenimiento, pero sin suspicacia.
Frente suyo podía ver un hombre de cincuenta años, con la mirada tranquila y
vestido con una chaqueta gris sencilla, pero elegante y una camisa clara. La
mujer que le acompañaba tenía las orejas puntiagudas y su mirada era tranquila,
que llevaba un trabaje con un tejido artesanal y refinado –. Nos informaron de
que estaban afectados por radiación.
– Así es, necesitamos ayuda médica
inmediata. Soy el doctor de mi gente.
– Acompáñenme, por favor – replicó este
que les siguió hacia un aerodeslizador
que estaba tras la línea de guardias, subió el teniente Penak, Tycho, el doctor
Bishop y otros cinco oficiales que iban con ellos, incluyendo a T’Lar y
salieron del puerto espacial.
» Tycho me ha dicho que les encontró
a la deriva – continuó Penak ya dentro del vehículo, mientras este se elevaba,
alejándose del espacio puerto hacia la ciudad.
– Nuestra nave fue afectada por una
anomalía espacial – explicó Bishop –. Eso fue lo que nos afectó.
– Seguro que nuestros doctores les
podrán ayudar – respondió Penak con una sonrisa, estaba claro que no eran una
amenaza.
El vehículo se detuvo frente a
un complejo de edificios coronados por cúpulas y rodeados de cuidados jardines.
Rápidamente una mujer, vestida con una bata blanca, salió a recibirles y Penak
habló con ella unos instantes antes de que todos entraran en el edificio
principal.
– Soy la doctora Ilno – se presentó señalando
la puerta para acceder al interior del hospital. Era bastante baja y debía de
tener unos cincuenta años, el pelo recogido y una mirada dura y profesional –. Soy
la responsable del servicio de guardia.
– Yo soy el jefe médico, el doctor
Bishop. Mi compañera es la segunda oficial de a bordo, T’Lar.
– ¿Cuántos afectados hay por la
radiación? – preguntó Ilno.
– Toda la tripulación, cerca de
cuatrocientos individuos – respondió Bishop, deteniendo en seco a la doctora
ante el número de afectados.
– ¿Qué tipo de radiación?
– No sé cómo la llamarán, pero sus
efectos son degeneración molecular.
– Vengan.
Ilno les condujo hacia la sala de
diagnóstico y le pidió a T’Lar que se estirara en una camilla flotante,
mientras Bishop permanecía junto a Ilno. Un pequeño robot con la cabeza
alargada y sin piernas se acercó flotando a la camilla y empezó a teclear los
controles.
– La unidad GH-7 de análisis realizará las pruebas para determinar que
tipo de radiación han absorbido – explicó la naboosiana.
– ¡Robots! Dentro de poco hasta los
hologramas harán de médicos – replicó este en un susurro mientras el droide
realizaba el examen, cuyo resultado aparecía en una pantalla holográfica junto
a la doctora Ilno.
– Se ve claramente el daño celular –
explicó esta cuando GH-7 terminó el escáner, ampliando la imagen azulada para
comprobar el estado de las células del paciente.
– Se deduce que fueron afectados una
rápida descarga de radiación electromagnética
de alta frecuencia de la banda EM terciaria de baja intensidad. Una exposición
mayor hubiera sido mortal de manera instantánea y dolorosa – indicó la voz tranquila
y metálica del robot –. Propongo terapia de bacta para detener la necrosis celular y regenerar su integridad.
– El efecto no está muy avanzado,
así que con una primera sesión de una hora remitiremos los efectos mortales.
Pero para una curación total serán necesarias más sesiones.
– ¿Esta sustancia, funcionará con
esta radiación y con sus efectos tan extendidos? – preguntó Bishop.
– ¿No conoce el bacta? – se
sorprendió Ilno.
– Es un fluido gelatinoso sintético
que rejuvenece las células dañadas – explicó el servicial GH-7 –. Este se
mimetiza con su cuerpo y activa la regeneración natural, es capaz de reparar
casi todas las heridas y los daños causados al cuerpo, como los de esta
radiación de alta frecuencia.
– Impresionante – se sorprendió
Bishop.
– Como ha venido con varios de sus
tripulantes, si lo desea podríamos empezar los tratamientos ahora mismo –
indicó Ilno gentil.
– Sí, por favor – replicó Bishop –.
Aunque me gustaría supervisar personalmente ese tratamiento.
– Es curioso que no conozcan el
bacta – comentó esta con ingenuidad.
– Procedemos de una región lejana...
– Eso a mí no me interesa, doctor.
Solo curar a los pacientes – le cortó con rapidez Ilno.
Poco después el tripulante Kol’tos,
provisto de una mascarilla para respirar, se sumergía en el tanque transparente
mientras Bishop, T’Lar e Ilno observaban el proceso a través de un cristal
desde la sala de observación.
– Si me lo permite, desearía saber
más sobre esa substancia, el bacta – indicó el doctor sin evitar su curiosidad.
La responsable del hospital esgrimió
una sonrisa y empezó a explicarle el procedimiento al que iban a ser sometidos
todos.
– Si pudiera, me encantaría poder
llevarme una muestra – dijo Bishop fascinado. Ilno asintió, satisfecha en poder
enseñar nuevas técnicas a otro profesional de la medicina, porque aunque este
no conociera el bacta había podido comprobar que sus preguntas eran precisas e
inteligentes, dignas de otro buen profesional.
Cuando Kol’tos terminó su inversión
en el interior del tanque, Bishop extendió su tricorder médico y buscó los efectos de la radiación en las células
del efrosian. Había sido el primero ya que por alguna razón era el que estaba
más afectado, posiblemente por sus características genéticas.
– ¿Siente alguna molestia? – le preguntó.
– No señor. Incluso la torcedura del
tobillo ya no la siento. Pero tengo un sabor en la boca extraño, y este olor...
– Eso es muy normal – intervino
Ilno, que estaba cada vez más fascinada con aquellos extranjeros –. El olor y
el sabor pueden permanecer unas semanas, dependiendo de la raza.
– Entonces tendremos que aumentar el
inhibidor del olfato para los vulcanos
– comentó jocoso Bishop mirando a T’Lar, mientras terminaba de completar el
examen y verificar que efectivamente la degeneración molecular había remitido.
En aquel momento la radiación thalaron
ya no era mortal y en otras inversiones en el tanque desaparecía completamente.
– ¿Tienen más razas a bordo de su
nave? – preguntó Ilno con curiosidad.
– Así es. No tenemos prejuicios ni
discriminaciones en ese sentido y creemos que la diversidad en el trabajo en
común nos hace más fuertes. Si me permite, me gustaría ser el siguiente –
indicó entonces el jefe médico.
– Por supuesto. Si lo desea tenemos
más tanques de bacta disponibles. El resto de su tripulación tendrá que
prepararse.
– ¿Cree que es seguro? – preguntó
entonces T’Lar cuando Ilno se dirigió a la sala contigua para preparar los
tanques.
– Sí – le respondió con seguridad a
la vulcana –. Quiero estudiar el proceso e intentaremos reproducirlo a bordo
del Spirit. Si lo lograra nos ahorraríamos traer a toda nuestra gente
hasta este planeta. Y además de curarnos de la radiación también solucionaría
las heridas por quemaduras y descompresión sufridas en el accidente.
– Como usted vea – asintió T’Lar
alzando una ceja, el argumento de su jefe médico era impecable, aunque solo si
podían replicar aquella sustancia –. Transferiré la muestra a la Seleya para
que la lleven a bordo.
– Me parece bien. Que el
departamento de biología empiecen de inmediato.
Mientras
Bishop se desnudaba, el droide GH-7 le entregada a T’Lar una muestra de la
gelatina sintética que guardó en un macuto que había llevado con ella. Después
lo colocó en el suelo junto a una mesa.
– Seleya, transporte mi
bolsa. Energía – dijo tras presionar el comunicador
que llevaba oculto en su chaqueta e instantes después esta se desintegraba sin
que nadie en el hospital se percatara de ello.
Segundos después Shimura abría el
macuto a bordo de la runabout
situada en órbita del planeta. Se habían colocado en uno de los puntos ciegos
que dejaba la red de seguridad del planeta con la misión de rescatar a Bishop y su
equipo si la situación se complicaba. Y aunque la Seleya era un prototipo experimental, gracias a la excelente eficacia
vulcana, estaba completamente equipada, incluyendo un sofisticado ordenador
M-15 con un procesador Isolinear III. Por lo que en pocos minutos pudo realizar
un análisis molecular la bacta, descubriendo que se encontraban ante un
elemento químico sintético formado por tres tipos de sustancias. Esperó que a
bordo de la Spirit pudieran reproducirla.
Comprimió los datos del análisis y los envió a su nave por el subespacio.
– Mantenga la órbita Kinapk,
esperaremos aquí por si el doctor Bishop nos necesita – indicó Shimura después
de enviar la comunicación.
– Sí, señor – replicó el rigelian.
USS Spirit
Tras el regreso del Diosa Lunar,
el doctor Bishop y el capitán de Lattre se dirigieron al laboratorio de
biología, donde les esperaba el jefe del departamento, la teniente Azcárraga.
– ¿Qué nos puede decir? – preguntó
el jefe médico nada más entrar en la estancia, parte de cuyo techo se había
desprendido durante el accidente, pero ya se había recogida y los equipos
estaban ordenados y sus responsables trabajando en ellos.
– Es perfectamente factible
reproducirlo – contestó esta, girándose hacia el ordenador que tenía la muestra
–. Es un compuesto mimético, más bien un gel bio-mimético, parte de origen bacteriano
de origen natural aunque esta muestra ha sido procesada industrialmente. Realiza
una función de buscar las heridas o enfermedades provocando un rejuvenecimiento
rápido de las células afectadas.
» Es muy similar a los químicos
sintéticos utilizados para experimentos de ingeniería genética y clonaciones – prosiguió
la exobióloga mostrando otra información en su pantalla y miró a sus superiores
–. Este tipo de gel es ilegal en la Federación.
– ¿Entonces el compuesto es igual
que el que la Federación tiene catalogado como ilegal? – preguntó de Lattre,
que recordaba que esta tenía un doctorado de la Universidad Estelar Flint de Holberg 917G. La conocía bien después
de haber servido a bordo en los últimos dos años, habiéndose destacada como una
profesional inteligente y resuelta. Apenas unas semanas antes había recomendado
su ascenso y concedido el traslado a la USS Bellerephon donde estaba destinada
su prometida, con la intención de casarse en unos meses. Pero en aquel momento
aquello quedaba a millones de años luz de distancia y lo más probable es que
nunca volvieran a verse. Dos vidas truncadas por su decisión de seguir a los ferengi.
– No exactamente, señor. Digamos que
sería de su familia – respondió Azcárraga, que se apresuró a completar la
explicación, adelantándose a los pensamientos de su superior –. Pero la venta
de este tipo de material está prohibida, incluso tratar de obtenerla, ya que se
pueden fabricar explosivos orgánicos.
Estaban aislados, sin posibilidad de
regreso, la una manera de mantener la esencia de la Flora Estelar era seguir
las leyes de la Federación, pero las vidas de todos estaban en un riesgo
mortal. No podía volverse a equivocar.
– Nosotros no queremos obtener
explosivos – puntualizó el capitán tras reflexionar unos instantes –. Si
podemos producir esa sustancia a tiempo, ahorraremos tener que trasladar a toda
la tripulación al planeta y eso reduce nuestra exposición a esta galaxia.
Váyanme informando de sus progresos, gracias.
– Necesitaré la orden por escrito,
señor – contestó esta con un titubeo.
– Por supuesto. Le ordeno replicar
ese gel, el bacta. Le enviaré la
orden y lo anotaré en el diario de abordo.
– Solo es por protocolo, señor –
explicó esta –. Y lo mejor de todo, es que podremos empezar a usarlo de
inmediato – dijo esta con una gran sonrisa, sorprendiendo a ambos oficiales.
» El alférez Ophlim ha usado los
datos de los tanques que envió el teniente Shimura para reproducirlos en la holocubierta 2. Podríamos introducir el
gel que generamos en una simulación holográfica, de esa manera nos ahorraremos
el tener que replicarlos, con la energía y el tiempo que eso supone.
– Eso suena como una locura – comentó el capitán.
– Pero puede funcionar, señor – indicó la científica.
– ¿Ha que ritmo podemos generarlo? –
preguntó Bishop con satisfacción.
– Cuando terminen de reparar el
laboratorio 3, podríamos llenar un tanque en tres horas. Siendo realista
cuatro, pero el proceso se irá acelerando a medida que lo perfeccionemos. No
tendrá la misma densidad y será más lento que el proceso en el planeta, es
decir más tiempo de exposición, pero funcionará.
– Ordenaré que den preferencia para
reparar el laboratorio 3 y que revisen las holocubiertas – indicó de Lattre que
se giró hacia Bishop –. Empiece en cuanto esté listo, priorice a los heridos
más graves y a los miembros imprescindibles para las reparaciones urgentes.
– Los niños serán los primeros –
contestó Bishop, recibiendo tan solo un asentimiento por parte de de Lattre,
que se despidió de ambos doctores y salió del laboratorio de biología.
Dos semanas después
Dos de los cuatro motores de
impulsión se encendieron y el Spirit empezó a moverse lentamente. Con
los amortiguadores de inercia aun
dañados todos sintieron como la nave empezaba a desplazarse, mientras el
crujido de los mamparos resonaba por toda su estructura, como si esta se
quejara de un maltrato inhumano.
– Integridad al ochenta por ciento – indicó T’Lar desde la posición
de ingeniería del puente.
– Aumenten velocidad un cuarto tras
comprobar los sistemas – ordenó de Lattre visiblemente satisfecho al comprobar
que su nave aguantaba. Hacía varias semanas que se había producido el accidente
que les había llevado hasta aquella galaxia y ahora estaban haciendo una prueba
de rendimiento de los motores de impulsión. Con estos llegar hasta Ohm-D’un, una de las lunas de Naboo donde Tycho tenía su mina, les
llevaría años. Y con la imposibilidad de activar el motor de curvatura, la propuesta de Hisrak había sido modificar la
tecnología de aquella galaxia para poder viajar más rápido que la luz y hacer
un salto al hiperespacio y llegar a
Naboo. Pero para eso el Spirit debía
de tener una serie de requisitos estructurales que en aquel momento no cumplía.
El más importante era sellar el casco y reparar los escudos, así como campos defuerza para impedir que la nave se desintegrara al acelerar hacia el hiperespacio.
Y para ello tenían que tener los motores operativos para el primer impulso. Y
mientras se comprobaban el rendimiento de estos, el replicador industrial se encargaba de fabricar las secciones del casco
que debían reemplazar.
Cuando llegaran a Ohm-D’un podrían
hacer alunizar y completar el resto de reparaciones en un lugar seguro. Tanto
Tycho, y en especial su compañero gungan
Nit, se habían volcado en ayudar a Hisrak y el resto de ingenieros para
trabajar en el diseño de un multiplicador de hiperespacio. Este era un sofisticado mecanismo que usaba antimateria para generar una singularidad
que provocaba una torsión en las cuerdas del nanoespacio, lanzando la nave a
otra dimensión, la cual acercaba dos puntos cuánticos lejanos a una distancia
mucho menor. Los fundamentos eran parecidos a la velocidad de curvatura, pero en vez su usar el
subespacio, estos usaban capas superiores que impulsaban la nave a una
velocidad mucho mayor. Si todo saldría bien, en un mes podrían estar listos
para viajar hasta su destino.
Y mientras el resto de las
reparaciones se llevaban a buen ritmo, otras preocupaciones en la mente del
capitán. Y el lugar donde se encontraban era una de ellas.
La galaxia donde habían ido a parar
no se podía decir que fuera un lugar seguro. Por lo que había podido ver las leyes de desarrollo planetario de Hodgkin
también se aplicaban allí, así las culturas y especies humanoides que habían evolucionado en aquellas estrellas eran muy
parecidas a las de la Vía Láctea.
Por lo menos eso les ayudaría a poder ocultarse o incluso buscar una manera de
regresar a casa. Políticamente la mayor parte de esa galaxia estaba dirigida por
la mano de hierro desde la capital: Coruscant
por el Emperador Palpatine en un
régimen que era la antítesis de su Federación:
tiránico y con leyes xenófogas que daban prioridad a la raza humana sobre el resto
y sometido por una poderosa máquina militar surgida de las devastadoras Guerras Clon. Lo único que parecía
alentador era que aunque según el análisis del teniente Shimura su nivel de
desarrollo era simular al suyo en muchos aspectos, aunque estos apenas sí conocían
o tenían en cuenta el subespacio
para su tecnología. Por lo que muchos de sus sistemas, como las comunicaciones subespaciales, los transportadores o la velocidad de
curvatura, pasaban completamente desapercibidos para las autoridades de aquella
galaxia. Lo que esperaba que les pudiera ser útil en el futuro. Por el momento
debían de intentar ocultarse y pasar desapercibidos completamente.
Tycho había resultado ser una
persona sincera, y mucho más parecida a ellos de lo que imaginaba. Gracias a
las conversaciones que había tenido con él, este le había explicado que había
participado, con las Fuerzas Reales de Naboo, en la guerra librado diez años antes entre la República contra la Confederación de Planetas Independientes.
Pero tras la llegada del Imperio,
había preferido establecerse por su cuenta. Desde entonces había estado
trabajando de transportista a bordo del Diosa Lunar y en ocasiones de
contrabandista por el sector y otros cercanos. Con la cada vez mayor presencia
militar imperial en aquellas regiones había pensado que cambiar de negocio era
una buena solución, por lo que había adquirido la licencia para una prospección
minera. El problema era que parecía que la beta estaba agotada, pero esperaba
con la ayuda del Spirit encontrar
otro yacimiento y así recuperar su inversión inicial y compartir con ellos parte
de las ganancias.
También le preocupaba su
tripulación. Gracias a haber podido replicar el bacta y reproducir en la
holocubierta los tanques todos a bordo habían recibido sus tratamiento y los
daños sufridos por la radiación thalaron
habían sido curados, además de la mayoría de las heridas causadas por el
accidente. Y también estaban las bajas. Recordaba todos y cada uno de los
nombres de los hombres, mujeres y hermafroditas que habían perecido bajo su
mando. Y muchos de ellos los había conocido en aquellos años, empezando por su
oficial científico: Abdel Khalaf por quien tenía un gran afecto, tanto personal,
como profesional. Estaba convencido que llegaría a ser un gran capitán, aunque aquello
ahora ya era imposible. No podía olvidar a la valerosa alférez Lysia que había
activado el campo de fuerza de su sección salvando por ello la vida de sus
compañeros, a pesar de ser ella misma absorbida por el vacío fuera de la nave y
dejado a su hijo Ardern huérfano. O a la teniente Syout, una andoriana de seguridad que le había
escoltado en una misión diplomática en Angosia,
que dejaba esposo y dos hijos en su planeta, a los que quería traer cuando
estos fueran más mayores. El tripulante Joseph Rosenblum del departamento
científico, hacia tres meses que estaba a bordo y según su esposa tenía una
relación amorosa con otro tripulante de ingeniería. El teniente Po’lkina, un axanar también del departamento de
ingeniería con la que nunca había hablado, pero que sabía que Hisrak apreciaba
mucho por su intuición. Y así podía seguir hasta completar todos los que
figuraban en su lista.
Todos ellos eran héroes
irremplazables. Habían estado bajo su mando, su seguridad era su prioridad como
capitán del Spirit y les había fallado. A partir de ese momento todas
sus acciones iban a estar dirigidas a proteger al resto de los oficiales y civiles
que estaban a bordo de su nada.
– La prueba de rendimiento fue un
éxito – explicó Hisrak en la reunión de situación con toda la oficialidad –.
Gracias a la ayuda del equipo de ingenieros vulcano, que estaba evaluando la Seleya, hemos adelantado mucho en el diagnóstico de los sistemas y
hemos localizado las zonas del casco más vulnerables, con lo que pronto empezaremos
a reforzarlas. Para ello utilizaremos los generadores de campos de fuerza
gungan que Nit nos ha proporcionado y que tienen un rendimiento mejor que los
nuestros estándar. Por suerte el multiplicador de hiperespacio consume poca
energía comparado con el motor de curvatura o los motores de impulsión, por lo
que podremos dirigir esta hacia los amortiguadores de inercia, el sistema de
integridad estructural y los campos de fuerza. La nave podrá aguantar
perfectamente el corto viaje hasta el sistema de Naboo y la luna de Ohm-D’un.
Aunque agotará el ochenta por ciento de combustible de deuterio que nos queda.
» Antes me gustaría enviar un equipo
de ingenieros para preparar las instalaciones del capitán Tycho. De esa manera
nos aseguraremos que no haya ningún contratiempo.
– También hay otra cuestión, al dar
prioridad a ingeniería y el casco, nadie ha reparado otros sistemas, como los replicadores de comida – dijo entonces
la consejera Nara –. El único que aun funcionaba en la cubierta nueve se ha
estropeado esta mañana. Y la verdad, llevamos días comiendo raciones y no todas
las especies pueden prolongar una situación así mucho tiempo. Fruta y verdura
fresca sería de agradecer.
– Entonces tendremos que regresar a
Naboo para comprar comida primero y encontrar deuterio o como se llame en esta
galaxia – admitió de Lattre –. Shimura, prepare un equipo, me gustaría que
fuera a bordo del Diosa Lunar, así no levantaremos más sospechas que las
necesarias. Quiero que averigüe la manera de conseguir combustible y que Hisrak
le haga una lista de cualquier cosa que necesite.
» Doctor, ¿cómo están el resto de
sus pacientes?
– Toda la tripulación ha pasado ya por
el tratamiento de los tanques, hemos guardado el bacta que fabricamos, por si
lo necesitamos más adelante – explicó Bishop –. El comandante Crespo a partir
de mañana podrá regresar a sus obligaciones, de manera que solo permanecen en
la enfermería una media docena de heridos que en breve también serán dados de
alta. El más grave es el alférez Jenowa, a quien le tuve que amputar un brazo.
Me gustaría por tanto poder llevarle de nuevo al planeta, allí estoy seguro que
la doctora Ilno podrá ayudarnos con algún tipo de implante.
– Preferiría limitar nuestros
contactos externos – dudó el capitán –. Pero si lo cree conveniente. Hágalo.
Naboo
El Diosa Lunar aterrizó en el
espacio puerto de Threed como la vez anterior, los trámites aduaneros se
realizaron con rapidez y mientras Shimura iba con Tycho para adquirir los
suministros que les faltaban, el doctor Bishop se dirigió con Jenowa y dos
miembros de seguridad hasta el hospital.
Donde le recibió la doctora Ilno.
– Recibí su comunicación – dijo ésta
acompañándole hacia su despacho –. Me sorprendió que pudiera curar a su
tripulación.
– Sin su ayuda no hubiera podido
hacerlo – replicó este quitándole importancia así mismo, cambiando de tema
rápidamente –. Pero a bordo hay otros heridos, que no puedo curar.
– Seguro que el departamento de prótesis cibernéticas puede ayudarnos –
indicó Ilno con una sonrisa después de escuchar la condición médica de Jenowa.
Cruzaron varios pasillos que Bishop
advirtió que estaban más vacíos que la última vez que había estado allí. Al
abrir una puerta se encontró cara a cara con media docena de soldados de asalto, equipados con
armaduras blancas y una franja marrón desde las hombreras hasta la manopla,
alzaron sus armas como si de un resorte se tratara apuntándoles. Por el pasillo
por donde habían llegado aparecieron más. Estaban rodeados.
– ¡Que ha hecho! – ladró Bishop
mirando a Ilno desconcertado. Esta se limitó a apartar la mirada y a alejarse
por el pasillo.
– Nos acompañarán – indicó uno de
los soldados con voz metálica que cogió a Bishop por el brazo y le empujó hacia
la salida, mientras sus compañeros desarmaban a los miembros de seguridad y se
los llevaban detrás del doctor.
Al mismo tiempo Shimura compraba a
través del crédito de la compañía de Tycho la comida y algunas pocas cosas que
le había pedido el jefe de ingeniería.
Le parecía que era arriesgado
confiar tanto en un desconocido como aquel hombre, pero este parecía estar
complacido de poder ayudarles. Aunque también esperaba una recompensa a la hora
de explotar los derechos de extracción de la mina que había adquirido en la
luna del planeta. Esta procedía de una concesión gungan que había sido incautada por orden del gobernador, o moff del sector y que la había
adquirido Tycho a un precio irrisorio. Parecía que los derechos de los seres
nativos de aquel planeta habían ido disminuyendo desde la creación del Imperio y cuyas protestas habían sido
rápida y violentamente reprimidas. Al tiempo que les iban privando y
restringiendo la libertad que habían gozado antaño. Como su anfitrión contaba
con amigos entre estos, como su jefe de ingenieros, había comprado la concesión
para entregar los beneficios que sacara a sus verdaderos propietarios. Esta
había sido una manera de luchar contra la tiranía, como el mismo decía. Pero
sus previsiones habían fallado y ahora se encontraba al bordo de la ruina, por
lo que esperaba poder recibir su ayuda para proseguir con su negocio.
Tras regresar de adquirir las
provisiones y mientras las estaban cargando en la nave, el teniente Penak se
acercó a Tycho.
– Acabo de recibir una orden de Panaka – dijo nervioso –. Para
retenerte aquí, con tus... nuevos socios.
– ¿Tenemos tiempo antes de que les
informes que estamos aquí? – preguntó este esperando poder escapar.
– Lo siento, ya están aquí – replicó
Penak con pesar y en ese momento el ruido de los motores de repulsión de varios
vehículos les indicaron que era demasiado tarde. Segundos después estaban
rodeados por tropas imperiales.
Los soldados de asalto
cogieron a los tripulantes del Diosa Lunar y a los cuatro hombres que
acompañaban a Shimura, que no opusieron resistencia al desarmarles. Les
subieron a los vehículos, y dejando a un pelotón vigilando la nave, se dirigieron
hacia la ciudad de Theed.
Les dejaron a las puertas del palacio, custodiadas por
seis gigantescas estatuas haladas y otros tantos guardias con el distintivo
marrón de la guardia personal del gobernador. Un oficial de uniforme negro
indicó que les siguieran, guiándoles por el interior del suntuoso palacio,
hasta el Salón del Trono. Era una
estancia imponente, con un gigantesco ventanal que iluminaba con una claridad
cegadora. Las altas paredes estaban cubiertas de mármol rojo y marfil,
coronados por capiteles finamente trabajados. La suntuosidad del lugar se
palpaba a simple vista.
Allí estaba sentado un hombre de
rostro duro, con el pelo cano y una mirada penetrante, que parecía empequeñecido
ante la grandeza y dimensiones de la sala. Con un gesto ordenó que los guardias
se retiraran, quedándose solo con Shimura, Tycho y el doctor Bishop, que
también estaban allí.
– Mi viejo amigo... ¿Qué es lo que has
pescado esta vez? – preguntó visiblemente débil desde el trono de mármol donde
estaba sentado, girándose hacia los dos foráneos –. Nos conocimos cuando tanto
el teniente Tycho, que como yo, servíamos en las fuerzas reales de Naboo…
hace tiempo ello – se apresuró a aclarar, aprovechando para hacer una pausa
para tomar aliento y observar a los tres oficiales de la Flota.
» Soy el moff, el gobernador
imperial – se presentó y con una mano temblorosa cogió un baso de agua que
tenía sobre una pequeña mesa auxiliar y se lo acercó, bebiendo un sorbo –. La
doctora Ilno me dijo que habían podido curar a más de cuatrocientos de sus
tripulantes tan solo con una muestra de bacta.
Lo juzgó como un logro impresionante para la medicina. Así que me pregunto...
¿por qué no hacen lo mismo conmigo?
» Me muero. Aunque supongo que para
mí viajo amigo Tycho, eso es una buena noticia... – prosiguió Panaka con una
sonrisa malévola en los labios –. Doctor, puede regresar a su nave, aunque retendré
aquí a sus compañeros hasta que regrese. Sé que su nave no puede desplazarse,
ni defenderse.
» El mayor Lorgat, le dará las
muestras que tiene la doctora Ilna de mi incurable y mortal enfermedad. Espero
que usted obtenga mejores resultados que ella.
Dicho lo cual el oficial que les
había recibido apareció, llevándose a Bishop.
– Un día doctor. Tiene un día antes
que los ejecute a sus amigos que retengo y vaya a buscarles – dijo Panaka antes
de que este saliera del Salón del Trono.
USS Spirit
– ¿Podemos rescatarles? – le
preguntó de Lattre al mecánico de Tycho tras la narración de Bishop, que había
regresado con el Diosa Lunar.
– Muy bien protegido, Panaka, está –
respondió Nit –. Fuerte vigilado el palacio desde último atentado contra el
moff. Muy difícil acercarse a él.
– Gracias – replicó el capitán del Spirit. El gungan asintió, pero se quedó
en el umbral de la puerta y se giró hacia su anfitrión.
– Tycho justo hombre es – dijo
refiriéndose a su amigo –. Otros humanos olvidan la amistad con mí pueblo. No
Tycho.
– Estamos en deuda con él, también
le rescataremos – sentenció y el desgarbado alienígena pareció satisfecho,
saliendo del despacho.
– Con nuestra tecnología podríamos
hacerlo – dijo Crespo que aquel mismo día se había incorporado a su puesto como
primer oficial –. Pero ¿qué haríamos después de liberarles? No tenemos con que
huir sin velocidad de curvatura. ¿Y si la tuviéramos, a dónde iríamos? Tampoco
tenemos escudos con los que defendernos.
– Entonces, ¿qué sugiere primero? –
le preguntó.
– Doctor, tendrá que a curar ese
hombre – respondió Crespo dirigiéndose hacia este.
– Lo primero es averiguar que
enfermedad padece ese moff – le ordenó de Lattre sabiendo que no tenía otra
opción. Bishop asintió y salió del despacho.
– Eloy – le dijo el capitán a su
primer oficial, que pocas veces usaba su nombre de pila para ordenarle algo –, prepara
un plan de contingencia. No podemos fiarnos de sus intenciones.
– Ya podemos conectarnos con la HoloNet, averigüe todo lo que queda de
ese tal Panaka. Y junto a la consejera Nara haré un perfil psicológico –
respondió este y dejó solo a de Lattre.
Varias horas después los dos
oficiales superiores entraban en la enfermería, llamados por el doctor.
– Xenopolycythemia – dijo Bishop casi como si de un acertijo se
tratara –. Es una enfermedad de la sangre, que provoca una proliferación
excesiva de glóbulos rojos y finalmente la muerte. O por lo menos Panaka padece
una enfermedad muy parecida.
– ¿Puede sintetizar la cura? –
preguntó de Lattre.
– Sí, gracias a los fabrini. Se ha de suministrar pequeñas
dosis de una droga, al cabo del tiempo el paciente se recupera completamente.
– ¿Podrías hacer que eso no
sucediera? – preguntó entonces Crespo, sorprendiendo a sus compañeros.
– ¿Qué me estás sugiriendo? –
preguntó airado Bishop.
– Si le curamos, nada le impediría
acabar con nosotros – explicó este –. Pero si le hacemos creer al moff Panaka
que le somos imprescindibles, tal vez tengamos alguna posibilidad para
completar las reparaciones del Spirit
hasta que estemos en condiciones para defendernos. ¿Puede fabricarla para mañana?
– Claro que sí. Pero no me parece
ético lo que propone – replicó el doctor con visible mal estar –. Hace mucho
tiempo hice un juramento que me impedía usar mi conocimiento para dar a los
demás.
– Johachim claro que sé que hiciste
el Juramento Hipocrático – le
respondió en un tono conciliador –. Y no te estoy pidiendo que lo rompas. Solo
que en vez de curar a Panaka, le mantengas con vida el tiempo que necesitamos.
– ¿Capitán? – preguntó le doctor
dirigiéndose a su superior.
Este miro a Crespo, se había
sorprendido tanto como su jefe médico, pero la lógica de su primer oficial era
impecable. No tenían muchas alternativas: incapaces de moverse e indefensos,
eran presa fácil para Panaka que tenía bajo su mando los recursos del Imperio Galáctico en aquel sector. No tenían alternativa, tenían que ganar tiempo.
– Hazlo, es una orden. La anotaré en
el Diario de a bordo – le indicó de Lattre.
– Sí, señor.
Los dos oficiales dejaron a Bishop
refunfuñando en la enfermería, sin que los dos dijeron nada hasta estar en el turboascensor.
– Dile a Nit que prepare el Diosa Lunar para partir inmediatamente y
al teniente Kinapk que me acompañe a Naboo junto al doctor Bishop.
– Me niego a que vallas al planeta –
replicó Crespo enérgico –. Según las regulaciones de la Flota Estelar el
capitán no puede liderar un equipo de misión ante una situación hostil. Y
ciertamente esta lo es.
De Lattre miró fijamente a Crespo.
– Tomaré nota de su oposición en el
diario de abordo, pero comandante esta vez iré yo – le dijo con firmeza.
– Por lo menos enviaré a la Seleya para que te cubra – respondió este
sabiendo que no iba a cambiar la decisión de su capitán y amigo.
– Ahora solo tengo que decírselo a
Laren.
– No quisiera estar en tu pellejo.
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