Capítulo
2
Segunda parte.
USS
Defiant
Sintió
una punzada en el cuello y poco a poco empezó a volver en sí. Abrió los ojos
lentamente, estaba aturdido y le dolía la cabeza, como si un grupo de herreros
se dedicaran a martillear sin cesar. Por suerte la visión doble se disipó
enseguida y pudo enfocar mejor. Se encontraba en la pequeña enfermería de la Defiant estaba abarrotada, los heridos
ya no cabían en las camas, por lo que otros tantos estaban estirados por el
suelo. A su lado estaba Dax, su fiel amiga, su viejo mentor.
–
¿Y la batalla? – farfulló Sisko.
–
Deep… – Siko no continuó cuando Ezri
negó con la cabeza.
–
¿Cuántos han sobrevivido? – prosiguió con debilidad.
–
Que nosotros sepamos, nadie más – continuó Ezri con pesar. Benjamin cerró de
nuevo los ojos y se quedó pensativo un tiempo en los camaradas caídos, en los
amigos que habían tenido que dejar atrás. Luego los abrió de nuevo.
–
¿Qué daños tiene la Defiant?
–
O’Brien ha vuelto a activar el reactor y está intentando reparar la curvatura,
pero no superará el factor 4. Los escudos están fundidos, solo tenemos los
cañones phaser de estribor, los sensores están a un 35% y la integridad
estructural al 46%. Es un milagro que el sistema de ocultación funcionara,
sino, no habríamos podido escapar.
–
¿Cuántas bajas hemos tenido?
–
Cinco muertos y una docena de heridos. Algunos graves. Pero la enfermera Bandee
lo tiene bajo control. Hemos recibido una señal de la Estación Lya Alfa.
Está siendo atacada.
Kora II
Los
restos de las naves del jem’hadar y cardassianas flotaban alrededor del segundo
planeta del sistema. La lucha, librada varios días atrás, había sido
encarnizada como era costumbre entre las dos belicosas razas, y sin la llegada
de las fuerzas imperiales era muy posible que la suerte se hubiera decantado a
favor de los primeros. Pero finalmente los cardassianos pudieron celebraban la
derrota de sus antiguos aliados a los que habían llegado a odiar profundamente.
Aprovechando
la presencia de la Academia Militar
en el planeta el legado Broca
había concentrado a fuerzas leales pertenecientes a la 10ª Orden cardassiana,
que había mandado antes de que le encumbrara a líder de Cardassia tras
traicionar a Damar. Aprovechando
la sorpresa el ataque se inició contra los astilleros que usaba el jem’hadar
para ensamblar sus naves. Y aunque superado en número los fanáticos guerreros
clonados de los fundadores no tardaron en empezar a arrinconar a las fuerzas de
Broca. Solo la llegada del escuadrón del capitán Fusch, al mando de tres
veteranos destructores de las Guerras Clon de la clase Legacy, había
decantado definitivamente la batalla contra las fuerzas del dominion.
Pero
la ayuda allí no había sido desinteresada, ya que aquel remoto sistema guardaba
unas instalaciones de importancia capital. En uno de los asteroides que
orbitaban alrededor del planeta se había construido una factoría de clonado vorta y del jem’hadar y el ataque a los astilleros era una mera
distracción para alejar los tres escuadrones que la protegían. Una vez las
naves se alejaron de la base se inició el asalto cuidadosamente preparado por
el capitán Broan del crucero Sark.
Sabedor
que los fundadores tenían tecnología capaz de descubrir naves ocultas,
simplemente había decidido surgir del hiperespacio junto al campo de asteroides
y tras internarse en este a gran velocidad había disparado sus diez cañones de
iones sobre la base neutralizando sus defensas. Inmediatamente después lanzó su
escuadrón de cazas TIE para
escoltar a las lanzaderas de asalto Gamma cargadas de soldados Cero-G que penetraron
sin perder tiempo en las instalaciones. Los encarnizados combates se alargaron
varias horas y tras la muerte del último jem’hadar la base había caído para
gloria del Imperio.
Broan
se consideraba un hombre audaz, sin miedo a nada y mucho antes del final de la
lucha se había trasladado al interior del centrode clonación junto a un escuadrón de stormtroopers para tomar posesión en nombre del Emperador.
Ahora, días después, observaba en el
muelle de atraque como una corbeta antibloqueo corelliana alargaba un cordón de acoplamiento. A su
alrededor los efectos de la lucha eran evidentes: cascotes repartidos por el
suelo, trozos de roca arrancada por las explosiones y de mamparos, las marcas
del humo de las explosiones y las llamas de plasma que se había tardado horas
en extinguirse en las paredes, junto aquel dulzón hedor a carne quemada. La
puerta hidráulica rodó sobre sí misma y apareció un alto oficial del ubictorado, la Inteligencia
Imperial, acompañado por dos alienígenas que tuvieron que inclinar sus cuellos para
poder entrar. Broan tenía mucha curiosidad por conocerles, en realidad por
verlos, desde que le habían explicado la importancia de las instalaciones y
ordenado planear aquel ataque. Como humano se había criado a bordo de una nave
de carga y había visitado infinidad de mundos, aun así desconocía la existencia
de aquella raza de seres acuáticos. Tenían una piel violácea y medían más de
dos metros y a pesar de poseer cuellos cortos y alargados sus movimientos eran
elegantes, lentos en realidad. Lo que acentuaba la apariencia que con sus
grandes ojos oscuros lo observaran todo con sumo detenimiento.
– Capitán informe de la situación de
la base – le pidió el coronel Yulen del departamento de tecnología del
ubictorado.
– Sí señor. El ataque con iones
impidió que se pudiera sabotear la instalación de clonación de manera masiva,
aun así algunas partes fueron dañadas parcialmente por los técnicos vorta, pero
el ordenador central, con todos sus datos, está intacto. Así como muchas cubas
de maduración, señor – puntualizó orgulloso, y Yulen asintió satisfecho –. Como
se ordenó hemos catalogado toda la maquinaria y estamos listos para desmontarla
y empaquetarla. Los combates alcanzaron el reactor, pero la energía está siendo
transferida desde el Sark. También
hicimos numerosos prisioneros entre los científicos vorta. Parece ser que no aplicaron su
implante de terminación. Supongo que quedarse sin la posibilidad de clonarse, les quitó las ganas de morir por sus dioses.
–
Excelente capitán – indicó él alienígena con complacencia, tenía una voz suave,
casi melodiosa. Con un gesto suave se giró hacia Yulen –. Ahora me gustaría ver
las instalaciones de las que me ha hablado tanto.
–
Síganme por aquí – indicó Broan y se internaron en el asteroide. Pronto
empezaría a desmantelar las instalaciones y cargarlas a bordo del Sark bajo la atenta mirada de los dos kaminianos, los expertos
clonadores del imperio.
Base
Estelar 153
Las
instalaciones estaban desiertas, en el centro de operaciones tan solo estaba el
comandante de la estación y varios oficiales voluntarios. Era la única base
estelar que no había sido atacada en el sector, antes lo habían sido la 24, la 93
y la 127 acaba de transmitir la detección de una fuerza hostil. Tampoco había
naves disponibles, el grupo de tareas formado por el Wellington, el Mam’rock, la Rinlg y el Soval había
sido enviado a proteger la Base Estelar 24 y su colonia de A’Sings IV, la más poblada del sector y que
presumiblemente habría sido destruido junto a esta. Por tanto era lógico
suponer que ellos serían los siguientes. Esta era un lugar sin mucha
importancia: no tenía instalaciones orbitales, tan solo unos edificios en la
superficie junto a una colonia tallarite.
Su época dorada había sido poco después de la Guerra de los Cuatro años contra los klingons el siglo
anterior, cuando se encontraban cerca de su frontera y eran un puesto logístico para las naves que la patrullaban.
Ahora se encargaba normalmente del soporte científico, con lo que estaban
equipados con laboratorios biológicos y exobiológicos bastante buenos. Otra
tarea que realizaban era de tránsito y abastecimiento, así como cierto apoyo
básico para reparaciones de poca magnitud. Las defensas eran mínimas: escudos
deflectores para el recinto, varios cañones phasicos planetarios anticuados y
los módulos de armamento para las tres runabouts
de la clase Danube, así como armas ligeras para el personal, nada más.
Ante
el inminente ataque el comandante Jordan había ordenado la evacuación total del
personal de la base: ochenta y cinco personas y sus familias que se habían escondido entre los ciento sesenta mil civiles de la colonia.
–
Detecto una nave descamuflándose – informó el oficial de seguridad –. Es un
crucero klingon de la clase Vor’cha.
–
Abran comunicación – ordenó Jordan. No estaban lejos de la frontera del Imperio
y ya habían pasado varios transporte cargados de civiles escapando de los
combates, pero sí era la primera nave de guerra que lo hacía.
–
Aquí el capitán Klag, del DIlyum. Nuestra nave está seriamente
dañada, solicitamos a la Federación soporte técnico – dijo el klingon que
apareció en la pantalla. Jordan observó la pantalla de datos de los sensores,
la nave mostraba impactos en la parte de babor del casco, sobre todo en la
sección de ingeniería y su parrilla energética mostraba peligrosas
fluctuaciones.
–
Estamos esperando un inminente ataque, capitán Klag – empezó a decir Jordan…
pero entonces se dio cuenta de lo que representaba aquella nave –. Pero les
ayudaremos en todo lo que esté a nuestro alcance. Transmita un informe con sus
averías y enviaré a mis ingenieros.
–
Gracias, comandante…
–
Jordan – se presentó este mostrando su mejor sonrisa –. Mark Jordan. Por
cierto, comandante Klag, hemos solicitado una evacuación de la base, pero no
queda ninguna nave disponible en el sector…
–
Prepare a sus hombres para la evacuación, comandante – le interrumpió Klag para
el cual no era difícil adivinar las intenciones del humano. Nunca olvidaría el
primer encuentro que tuvo con un oficial de la Federación a bordo del crucero Pagh,
cuando era primer oficial del capitán Kargan. Aquello reafirmó lo que había pensado hasta entonces de los
humanos y de la Federación: eran imprevisibles. Pero Riker le había enseñado un
par de cosas más: también podían ser ingeniosos y honorables, a su manera claro
está. Y tras sus contactos durante la guerra contra el Dominion se había
reafirmado en que el futuro del Imperio pasaba por aliarse con la Federación –.
También tenemos numerosos heridos…
–
Los transportaremos a nuestra enfermería.
Varias
horas después el DIlyum permanecía en
órbita mientras los ingenieros trabajaban a marchas forzadas en reparar el
reactor de estribor. Era el único que permanecía en línea y habían tenido que
canibalizar partes del de babor, por otro lado inservible tras la batalla, para
dejarlo operativo. Lo más complicado de las reparaciones había consistido en
combinar la tecnología de refrigeración, gravemente dañado, con los repuestos
de la Flota. Pero finalmente había logrado ensamblar el generador criogénico
usado en uno de los laboratorios de la base estelar con el reactor klingon. Por
lo menos de esa manera el único reactor que ahora tenía el crucero no se convertiría
en una bola incandescente. Lo que no habían podido reparar era la barquilla de
curvatura de babor, ya que las piezas eran demasiado grandes para ser
replicadas.
–
Creo que aguantará capitán – dijo el ingeniero klingon asintiendo pesadamente,
como si su melena canosa le pesara. En realidad le pesaba el cansancio, pensó
su capitán, después de apenas haber descansado en los últimos cuatro días, tras
salir de la carnicería que había sido la defensa de Qo’noS. Y si estaba vivo para luchar otro día era gracias a
su maestría. Segundo ingeniero, había tomado el control tras la muerte de su
superior en la explosión del sistema de refrigeración y desde entonces habían
mantenido el reactor en funcionamiento y sin que se fundiera debido al calor.
–
Entonces, podemos marcharnos – replicó Klag que se giró hacia Jordan, que
estaba a su lado. Este asintió satisfecho.
–
Detecto puntos de distorsión dimensional – informó entonces uno de los técnicos
klingons del puente. En su voz se podía notar cierto nerviosismo.
–
Activen el sistema de ocultación. ¡Ahora! – ordenó Klag sin apartar la mirada
de la pantalla. La iluminación del puente se oscureció y frente a él apreció un
reducido grupo de naves –. Envían a las naves más pequeñas.
–
¿Usted cree que eso es pequeño? – le preguntó Jordan, que no reconocía ninguna
de ellas, señalando a la más grande, que debía de medir 600 metros de largo,
tanto como una nave Galaxy.
–
Sí, comandante. Esa es una nave pequeña – replicó Klag con pesar, recordando la batalla
que se había librado contra la flota enemiga en Qo’noS –. Pequeña.
Segundos
después el veterano Dreadnought se colocaba en órbita y empezaba a disparar contra
las instalaciones de la Base Estelar 153 reduciéndolas a escombros.
–
¿Toda su dotación había sido evacuada? – se quiso cerciorar Klag.
–
Toda gracias a Dios. Junto a las lanzaderas y aquello que nos puede ser útil.
Deep Space Nine
El
almirante Vantorel se sentó en la silla que antaño había ocupado gul Dukat y el capitán Sisko. Había estudiado
las carreras de todas las personalidades del sector incluyendo la de aquellos
dos oficiales, pero había sido Sisko el único al que había llegado a respetar.
Si había algo que le diferenciaba de otros oficiales de alto rango de la Flota
Imperial, sin contar por supuesto su ascendencia alienígena, era su afición a
leer los informes de inteligencia. Cuando le indicaron cual iba a ser su misión
en aquella macro invasión no cesó de pedir más y más datos sobre aquellos
territorios. Y cada vez estaba más fascinado.
Siempre
había anhelado ingresar en el cuerpo de cartografía y explorar los rincones
desconocidos de la galaxia, por eso se había enrolado en la Marina Imperial.
Aunque no le había sido fácil y tan solo gracias a los contactos de su abuelo,
antiguo oficial de la república había logrado que le dejaran alistarse. Todo
porque su madre era solo medio humana. Aun así tan solo había podido llegar a
técnico auxiliar y destinado a un viejo patrullero. Pero todo cambió durante un
ataque de unas naves renegadas al sistema en el que servía. Durante la batalla
un disparo certero de un caza destruyó el puente de la patrullera, sin
oficiales pero con el motor y las armas en funcionamiento, él había tomado el
control y empezó a abrir fuego contra los cazas que en aquel momento le daban
la espalda. Destruyó cuatro antes de que estos pudieran reaccionar, el tiempo
necesario para que la batalla se volviera a su favor. Aquel acto no pasó
desapercibido para Lord Darth Vader
que buscaba buenos oficiales para la marina en constante expansión y le envió a
la Academia Imperial de Raithal.
Allí sus compañeros le habían hecho el vacío y había soportado estoicamente las
burlas, las novatadas y el desprecio. Pero aquellos intentos de humillación
habían forjado un carácter frío, fuerte, sin escrúpulos. Se concentró en la
disciplina y de su promoción había alcanzado el mayor rango en el menor tiempo.
Era el número uno.
Y
ahora se encontraba al mando de parte de una galaxia desconocida, con los
poderes equivalentes al de un gran moff. Pero lo mejor de todo era que se encontraba en un lugar nuevo,
misterioso y lleno de sorpresas.
–
Almirante – le interrumpió la voz del capitán Adel –. El general Lepira ha
llegado con los prisioneros que ha hecho en Bajor.
–
Perfecto, que pasen – ordenó este y cuando vio llegar al primero se levantó.
Escoltado
por dos stormtrooper entró el primer
ministro Shakaar: un antiguo
luchador de la resistencia bajorana, un hombre con el que tenía que tener
cuidado. Estaba esposado, así que ordenó que le quitaran los grilletes y que
los soldados esperaran fuera –. Siento haberle traído de esta forma, primer
ministro. Mis disculpas.
–
¿Quién es usted? – preguntó el bajorano con arrogancia. Shakaar tenía delante a
un humano de facciones rectas y duras, con unos ojos de un azul profundo y
mirada penetrante, con la gorra metida hasta taparle las orejas.
–
Cierto, no me he presentado. Soy el almirante Vantorel. ¿Quiere tomar alguna
cosa? – le preguntó cortes.
–
No. Lo que me gustaría saber quiénes son y de dónde proceden.
–
De una galaxia muy, muy lejana – dijo Vantorel sentándose y le hizo un gesto a
Shaakar para que hiciera lo mismo. Este dudó y aunque sabía que no tenía muchas
posibilidades de resistirse en aquel momento se mantuvo de pie, desafiante –. Y
somos el Imperio Galáctico. Sé que eso no le dice mucho. Lo que sí es
importante es saber que estamos aquí, hemos derrotado a todas las grandes
potencias de los cuadrantes Alfa y Beta y nos quedaremos mucho tiempo.
»
Por eso, primer ministro Shaakar, quisiera que en nombre de Bajor firmara la Carta Imperial. Para su
información no es ninguna rendición, nosotros no tenemos ninguna disputa con el
pueblo bajorano, todo lo contrario, deseamos su alianza. Este documento regula
los derechos y las responsabilidades de los mundos bajo nuestra tutela. Entre
los cuales está nuestra protección militar, derechos de paso por su sistema,
utilización de los recursos, tributos y cosas por el estilo. ¿Firmará la Carta
Imperial?
–
Nunca – respondió con firmeza, pero solo confirmando un hecho.
–
Me lo imaginaba. Para su información su sistema político y social, la seguridad
interna, así como la administración gubernamental de Bajor y sus colonias
permanecerán bajo la tutela total de su gobierno. Exceptuando claro está, Deep Space Nine que quedará bajo nuestro
control absoluto.
–
Jamás firmaré algo semejante a eso – contestó Shakaar con determinación. Había
nacido durante la invasión cardassiana de su hogar y había luchado hasta
conseguir liberarlo. No iba a hacer nada que lo pusiera de nuevo bajo el yugo
de otra potencia opresora.
–
Sabía que no lo haría, pero debía intentarlo. He leído bastante sobre usted y
creo que en parte deseaba conocerle personalmente. Pero no se preocupe, ya
encontraré a alguien que lo haga. Buenas tardes primer ministro – se despidió
Vantorel. Los dos soldados de armadura blanca entraron en el despacho y se
llevaron a Shakaar. El almirante observó como el primer ministro se alejaba:
camina erguido y altivo, con el orgullo de un granjero que se había convertido
en líder de su pueblo tras luchar en guerrilla. Se alegró de no haber tenido
que luchar contra él y que hubieran rendido la capital sin derramamiento de
sangre. Lepira ya le había dicho que este jamás se doblegaría, por eso había
traído a un segundo candidato y le había indicado la manera de convencerla:
adulándola. El almirante se dirigió a su ayudante –. Que traigan a kai Winn.
USS
Europe
La
nave de la clase Nebula se puso en órbita alrededor del planetoide llamado Memory Alpha. Sus órdenes habían sido transmitidas a través del Código 47 por la almirante Nechayev. Debían dirigirse hacia
la gran biblioteca donde se almacenaban todos los conocimientos históricos,
culturales y científicos de todos los planetas de la Federación y transferir
cuanta información pudieran en sus ordenadores. Varios años atrás, la Europe había sido una de las naves
destinadas a un programa de ampliación de memoria de su ordenador central, y
desde el 2371 con los sofisticados packs de gel bio-neural que habían decuplicado su capacidad original.
El programa estaba ideado para dotar a la Federación con la capacidad de
evacuar una importante capacidad de datos informáticos ante un desastre de
nivel planetario, como había ocurrido en el caso de Bynaus en el 2364. Aun así, durante el viaje habían tenido
que hacer espacio dentro del ordenador central para que toda la información
prevista pudiera caber.
–
Comuníquese con la biblioteca y salúdeles – ordenó la capitana Nera Sul, una de
las primeras comandantes bajoranas
de la Flota –. Dígales que se preparen para volcar sus archivos en nuestro
ordenador.
En
la pantalla apareció un hombre menudo, un enano de amplia sonrisa. Había
llegado hasta aquellas instalaciones tras años de viajar por las estrellas
desde que había abandonado a sus compañeros planonianos a bordo de la Enterprise de Kirk
en el 2268.
–
Soy Alexander, el
administrador general. Todo está dispuesto para transferir los datos – indicó
este.
–
Gracias, señor Alexander – replicó Nera Sul –. No podemos perder tiempo, hemos
de empezar inmediatamente. Solo quería decirle que si así lo desean podemos
evacuar a su personal no esencial.
–
Se lo agradezco, capitana. Pero ustedes copian solo una parte de toda la
información que nuestros ordenadores almacenan, mi deber y el de mis compañeros
es evitar que el resto se pueda perder – explicó el pequeño responsable –. Aun
así una parte de la pequeña colonia del planeta sí ha expresado su temor ante
la ocupación. No son muchos, pero así que prepararemos el traslado de los
investigadores que sí desean ser evacuados de nuestra instalación.
–
Prepararé la nave para poder llevarnos a cuantos quieras. Buena suerte, Europe
fuera – indicó su capitán y en la pantalla volvió a aparecer las instalaciones
de la superficie del planetoide.
–
Controlaré el volcado para que no colapsen las conexiones – le indicó su primer
oficial trill, saliendo del
puente.
El
proceso iba a ser largo y delicado, una sobrecarga en el sistema y el ordenador
se podría colapsar y no serviría de nada todo el trabajo realizado.
–
¿Cuánto tiempo estima que tardará el volcado? – le preguntó a su oficial
científico.
–
Cinco horas, treinta y tres minutos – replicó Peter Garrot.
Stolen
–
Las lecturas son correctas, no hay duda – dijo Seskal tras comprobar de nuevo los ordenadores –. Hemos
encontrado a la Defiant.
–
O alguna nave romulana… – puntualizó Garak
con una de sus sonrisas sarcásticas. Damar
le miró y se preguntó si alguna vez podría acostumbrarse a aquel cínico y
retorcido torturador de la Obsidian Order. Recordaba el
odio que le procesaba Dukat, aunque
los sentimientos de su mentor eran sobre todo personales ya que Garak había
arrestado y ejecutado a su padre. El sastre de DS9 declaraba su patriotismo
hacia Cardassia, pero no había dudado en prestar sus servicios a la Flota
Estelar para luchar contra sus propios congéneres antes de que él se revelara
contra los fundadores. Mientras que en los últimos meses en los que habían
luchado a su lado le había servido fielmente, pero estaba seguro que le
traicionaría a la primera oportunidad, si con ello ganara algo o su seguridad
estuviera en peligro. En lo único que podía estar seguro de Garak era no podía
fiarse de él.
– Comuníquese con la nave oculta –
ordenó Damar y segundos después apareció en la pantalla el inconfundible rostro
klingon del comandante Worf.
–
Imaginaba que eran ustedes, pero no teníamos la certeza – indicó Worf.
–
¿La destrucción fue masiva? – preguntó Sisko sentado con el resto de sus
oficiales y los dos cardassianos en el pequeño comedor de la Defiant. Estaba consternado ante el
relato de la devastación que había sufrido Cardassia Prime.
–
Calculamos que murieron más de ochocientos millones – indicó Damar.
–
La flota del dominion fue completamente aniquilada – prosiguió Garak como si
buscara algo positivo en aquella barbaridad –. Ya fuera por la onda expansiva o
por el ataque siguiente a la explosión.
–
Poco después Broca lanzó un
llamamiento desde Ventani II
a todas las fuerzas de la milicia cardassiana para unirse bajo mundo y expulsar
a los resto del jem’hadar de nuestro territorio – explicó Damar –. No creo que
sea casualidad que enviara un mensaje tan poco tiempo después de la destrucción
de Cardassia Prime. Además unidades de la 10ª Orden, que había liderado durante
la guerra, lanzaron ataques contra las últimas bases del dominion. Estaban
demasiado bien coordinados en el tiempo, como para ser espontáneos.
–
Ni que escogiera precisamente Ventani II para enviar ese mensaje – puntualizó
Garak –, allí es donde nació Tret Akleen, padre del Imperio Cardassiano y por eso es un lugar sagrado
para muchos de nuestro pueblo. Numerosas unidades han expresado su intención
de seguirle.
–
¿Sugiere que Broka conocía la existencia de ese Imperio Galáctico antes del
ataque? – preguntó sorprendido Sisko.
Damar
no respondió, pero su expresión era pesimista.
–
Broca es un hombre oscuro – respondió Garak –. Llegó al mando de la 10ª Orden
tras la muerte de su predecesor, digamos que en misteriosas circunstancias. No
hubiera sido el primer candidato si no hubiera liderado el victorioso ataque a Betazed. Eso le catapultó al
mando de la orden. Curiosamente esa ofensiva está rodeada de cierto misterio
ante como el Dominion pudo sorprender a sus defensores que les superaban en
número.
Sisko asintió recordando que la 10ª Flota, que debía proteger el
planeta y sus colonias periféricas, se encontraba precisamente de un ejercicio
de entrenamiento y no había podido reaccionar a tiempo para prevenir la
invasión. Desde allí su enemigo amenazaba a Vulcano, Tellar, Alfa Centauri y Andoria.
–
Lo que está hecho, hecho está – intervino Damar con autoridad, zanjando aquella
conversación estéril –. Ahora nos hemos de centrar en nuestro enemigo común.
»
No puedo imaginarme quien ha podido causar tantos daños en tan poco tiempo –
reflexionó Damar. Los romulanos, luego klingons, y ahora la Federación y el
Dominion de un solo golpe –. ¿Qué es lo que pretende hacer ahora, capitán?
–
Resistir – dijo Sisko con pesar –. Deep
Space Nine ha caído, así como las naves que la protegían. Nosotros
sobrevivimos gracias al sistema de ocultación. El sector 001, Andoria, Vulcano y muchos otros ha seguido la
misma suerte. Pero resistiremos. Buscaremos otras naves y continuaremos
luchando.
Damar
se quedó admirado de la determinación de Sisko. En poco tiempo había llegado a
respetarle. Cuando se había alzado en contra de la tiranía y el desprecio que
procesaban los fundadores a cardassia, no había dudado en prestarle ayuda. Se
había implicado personalmente en ello, dejando aparte los resentimientos que
podía albergar contra su antigua enemigo para luchar codo con codo con ellos.
Les había ofrecido parte de su personal como Kira, Odo y Garak, estando seguro
que Kira no hubiera aceptado colaborar con él sin la petición expresa de Sisko.
–
Cuente con mi ayuda capitán – respondió Damar con sinceridad –. Su enemigo
también es el de cardassia. Ellos arrasaron la mitad de mi planeta y mataron a
millones de los míos. No pienso quedarme con los brazos cruzados y pienso
buscar justicia.
–
Se lo agradezco, legado.
El
Conqueror
–
No se han producido problemas, salvo en Utopia Planitia – informó uno de los oficiales de enlace –. Parece ser que
algunos técnicos sabotearon los ordenadores y reactores de los diques secos.
–
Que no se demoren las reparaciones – cuanto
antes empecemos, menos problemas tendremos, pensó el gran moff. Durante unos instantes se quedó observando la
enorme estación orbital que tenía forma de hongo situada no lejos, sobre
aquella esfera azul y que se veía desde el ventanal de su despacho situado en
la torre de mando del superdestructor.
Había pensado de utilizarla como centro de detención, así como base suministros
y de reparaciones para sus naves… Pero ahora que la miraba detenidamente le
pareció demasiado hermosa para acabar como una vulgar prisión orbital. Había
algo que le atraía, una majestuosidad y una elegancia digna de un palacio en
las estrellas.
Por
debajo de ellos, en la Tierra, sus fuerzas de asalto completaban la ocupación
del sistema central de la Federación, su corazón y su alama. Y como aquel,
otros muchos, cientos de sistemas estaban ahora bajo su control absoluto,
culminando el trabajo que había dirigido en los últimos años para mayor gloria
del Imperio Galáctico. Todo había empezado con un accidente en un multiplicador
de hiperespacio de una vieja nave veterana de las Guerras Clon que la había
enviado a millones de años luz de los dominios de su galaxia y del Imperio
Galáctico. Un viaje que se tardarían siglos, ahora se podía hacer en una ínfima
fracción de ese tiempo. Tras el regreso de la nave el gran moff Tarkin le había ordenado hacer un estudio de
viabilidad para invadir aquella lejana galaxia. Lo que al principio creía que
era un castigo de Tarkin por la traición de su amigo Roy, se convirtió en el
trabajo de su vida. El proyecto se convirtió en una realidad y tras la muerte
de Tarkin el mismísimo Emperador Palpatine le había puesto al mando de la invasión, le había nombrado
moff y finalmente gran moff con un gigantesco ejército bajo su mando.
–
Capitán, ¿cómo están las operaciones de limpieza de ese dique espacial?
–
Es una instalación muy grande, tardaremos algún tiempo. Pero por suerte sus
ocupantes no han opuesto resistencia y nuestras tropas la están asegurando con
rapidez – explicó este.
–
Que me informen cuando la estación esté completamente bajo nuestro control.
–
Sí señor.
–
Los prisioneros acaban de llagar, señor – le informó otro oficial.
–
Perfecto. Que pase primero el almirante.
–
Sí, señor.
Hayes entró escoltado por dos
soldados que se quedaron en la entrada. La estancia era amplia, dominada por
una gran mesa, sin más decoración que un busco de mármol negro, de una figura
con capucha, siniestra y amenazadora, como si estuviera observando todo lo que
allí acontecía. Sentado detrás de la cual había un hombre de unos cuarenta
años, con el uniforme gris verde y una mirada fría.
–
Soy el gran moff Daran, designado por el Emperador Palpatine para administrar
sus conquistas en la… Vía Láctea – le presentó e indicando que se sentara.
Hayes así lo hizo.
»
Sea bien venido a mi nave insignia, el Conqueror,
almirante. Debo comunicarlo que estoy en proceso de ocupar la toda Federación y
en el mismo tiempo estoy aniquilando a su Flota Estelar. La mayor parte de los
planetas cercanos a la Tierra ya han caído: Vulcano, Andoria, Alfa Centauri.
Muchos otros han corrido la misma suerte: Tarsas III, Tellar, Napea, Bynaus, Efros, Trill,
Benzar, Bajor, Beta Antares,
el sistema Rigel y otros
están a punto de caer en mi poder: Cait,
Betazed, Betelgeus. Ya hemos dado cuenta de más de doscientas
cincuenta de sus bases, el resto caerán pronto. La cifra de sus naves
destruidas no es definitiva, pero más de nueve mil ya han perecido. ¿Quiere que
continúe?
–
No hace falta. También conozco esas cifras – respondió Hayes.
–
Entonces será mejor que vayamos al grano. Quiero que firme la rendición de la
Flota Estelar. Para ahorrar vidas y sufrimiento.
–
Sabe que no puedo hacer eso – replicó Hayes tranquilo.
–
Entonces sus oficiales morirán. Sus naves serán destruidas y sus bases
arrasadas, porque usted lo ha querido así, almirante.
–
Los oficiales de la Federación lucharán hasta el final. Sería inútil mi rendición.
Además de que todos supondrían que ha sido bajo presiones. Por tanto no tendría
valor alguno y ningún responsable se rendirá por ello.
–
¿Entonces que más le da? – replicó Daran sonriendo de oreja a oreja.
–
No puedo, sencillamente.
–
¿O no quiere? Por el orgullo de su flota destruida, mutilada. No haga esto más
penoso de lo que ya es.
–
Entonces no siga insistiendo – replicó Hayes.
–
Quería probarlo. Para ahorrarnos trabajo, claro – dijo con un gesto de
resignación –. Ahora tendré que hacerlo a las bravas.
Jupiter Station
La esbelta nave plateada personal del general Eckener se detuvo
cerca de la estación de investigación
que orbitaba alrededor del quinto planeta del sistema Solar. El jefe del
operativo que desde hacía años el ubictorado
había desplegado para invadir aquella galaxia la observó con satisfacción. No
era la primera vez que veía, ni sería la primera vez que estaría a bordo, pero
ahora era suya. Estaba compuesta por dos estructuras gemelas, cada una con casco
tres en forma de plato, como las secciones principales de las naves estelares, unidos
entre sí por varios pasillos y en la parte superior tenían varios paneles
solares para proporcionar energía secundaria. Aquel era un lugar perfecto para
instalar su cuartel general: amplio, dotado de alta tecnología de la
Federación, apartado pero al mismo tiempo junto a la Tierra.
Pero
había otro motivo por el que Eckener había decido ocupar aquel lugar y era la
tecnología que en él se desarrollaba. La holográfica. Desde el primer día que
había podido observar una holocubierta
se había quedado maravillado de ella. No era como sus sistemas
holográficos como los de comunicaciones, allí podía reproducir un ambiente a la
perfección y con el adecuado ordenador crear personajes perfectos. Ese era el otro
motivo para ocupar la estación de Júpiter: sus sofisticados ordenadores.
Por
supuesto no era la primera nave que llegaba a la estación, antes otras
lanzaderas de asalto se habían ocupado de asegurar el lugar. No se había
opuesto resistencia. Pidió al piloto que sobrevolara la estación antes de
acoplarse en ella y este así lo hizo. De aquella manera observó con
detenimiento el que se convertiría en su hogar.
–
Prepárense para acoplarse – le indicó al piloto.
–
Nos informan que ya tienen el control del transportador – indicó un técnico.
–
Perfecto entonces. ¡Energía! – indicó Eckener y poco después se desaparecía del interior
del elegante yate construido en Naboo.
El piloto miró a su compañero y le
dijo que antes de que convirtieran su cuerpo en átomos, prefería que toda una
manada de dewbacks le
pisotearan.
Continuará…
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