domingo, 5 de agosto de 2018

El Jedi perdido 2 - Rayo de Esperanza 3


Puesto avanzado de Tierfon

            La base rebelde era un hervidero de actividad. Al ataque se le había asignado la mayor prioridad y participarían en total 47 cazas de cuatro escuadrones, junto las naves de combate. Por motivos de seguridad estas últimas no conocían la localización exacta del puesto avanzado, aunque sí los cazas, que habían descendido hasta la superficie para repostar y preparar el ataque que se avecinaba. Como en el interior solo podía acomodar a uno de los escuadrones, los otros tres estaban en la planicie que se extendía por encima de las instalaciones subterráneas. Hasta allí también se habían desplazado varios transportes medios GR-75 Gallofree que se ocupaba del repostaje y rearmamento. Se habían acondicionado tiendas de campaña para las tripulaciones y los cazas se habían cubierto con una tela de camuflaje para reducir su detección.
            En las entrañas de la base el escuadrón asignado a Tierfon, los Ases Amarillos se preparaban sus pesados BTL-A4 Ala-Y. Los veteranos cazabombarderos eran adecuados para el reconocimiento y el ataque y por aquel escuadrón, que era de entrenamiento, había pasado jóvenes y entusiastas pilotados como Tomer Darpen, Wes Janson o Jek Tono Porkins.
            Mientras en la superficie los otros tres escuadrones hacían lo propio. Uno de ellos estaba formado por nueve vetustos cazas ARC-170, cuyo nombre en clave era Violeta. Aquellos cazas, que habían luchado en la Guerra Clon habían sido profundamente actualizados, eliminando al artillero de cola por un sistema automático y sustituido toda la electrónica, que los igualaban a otros más modernos. Aun así ya no había reemplazos para ellos, ni tampoco piezas de recuesto, por lo que los mecánicos habían empezado a fabricar ellos mismos las piezas de repuesto, ya que sus grandes motores eran un quebradero de cabeza. Y como bien indicaba su nombre, los ARC-170 estaban pintados de violeta, con el símbolo alado de la Alianza en rojo. Al mando del veterano piloto el comandante Stan Lean, (1) se había especializado en misiones de reconocimiento y bombardeo, obteniendo la fama de sigilosos y mortales dentro de la Alianza, corroborada por varios informes imperiales.
            Junto a estos estaban los  cazabombarderos Ala-Y BTL-S3 de dos pilotos del escuadrón Naranja. Liderados por el teniente Mew, un bith con fama de disciplinado líder, que había logrado devolver la moral tras una emboscada sufrida en su último combate. Iban a ser los primeros en atacar las instalaciones de la estación de seguimiento y para ello contaban con varios cazas y pilotos transferidos desde los Ases Amarillos, por lo que Mew había intensificado los ejercicios previos a la incursión.
            El último de los escuadrones estaba formado por los nuevos y radiantes T-65 Ala-X del escuadrón Rancor. Recién formado con las unidades salidas de las factorías secretas rebeldes, tras conseguir los prototipos y planos de fabricación de la factoría de Incom del planeta Fresia. Y para manejar aquellos cazas de superioridad espacial se había reunido una docena de los mejores pilotos de la Alianza. Iban a llegar a Pas’jaso justo después que el escuadrón Naranja para darles cobertura una vez estos atrajeran la atención de los enjambres de TIE que protegían del sistema, siendo los últimos en salir. Cada fase del asalto estaba sincronizada y todos pilotos aprovecharon aquellas horas de margen en Tierfon para estudiar el plan de ataque y revisar sus máquinas.
            El dug refunfuñaba mientras hacía la revisión final a su caza. Había repostado y su droide astromecánico estaba ya colocado detrás de la carlinga realizando las simulaciones de los viajes por el hiperespacio.
            – ¿Qué te ocurre Nierval? – le preguntó Barmich acercándose a la nave de su compañero. Este le miró con sus ojos amarillos subido al motor 4L4 y pareció calmarse. De todos los pilotos del escuadrón, Barmich (2) era el único que podía decirse en el que confiaba. En tierra era un tipo tranquilo, al igual que a los mandos de su aparato, pero eso no impedía que fuera un piloto excepcional, metódico y preciso, el único capaz de seguirlo, por eso le habían asignado como pareja de vuelo. También era el único que no le mirada con recelo, como preguntando que hacía un dug entre los pilotos rebeldes.
            – He hablado con Lisser sobre nuestro patrón de ataque – explicó dejando la herramienta con que estaba revisando el motor.
            – Nuestra misión es proteger el camino a los Naranja – replicó tranquilo Barmich –. Lo único que tenemos que hacer es impedir que los cazas TIE se aproximen demasiado a su ruta.
            – Pero es un patrón arcaico y previsible, si los imperiales hacen bien su trabajo, y de vez en cuando suelen hacerlo, nos podemos encontrar copados mientras nos alejamos de la luna. Y eso es algo que no me gustaría.
            – Si eso ocurre está previsto que nuestras cañoneras nos abran la ruta de salida y mantendrá a raya a nuestros perseguidores – le recordó paciente.
            El dug bufó receloso.
            – Ni me ha escuchado – admitió por fin el motivo de su enojo –. Ni siguiera ha fingido hacerlo. Se ha negado diciendo que era tarde para hacer cambios. Pero los planes completos nos los han entregado ayer, me he pasado horas repasándolos.
            » Es como cuando le propuse pintar unas fauces de rancor a nuestros cazas. Lo desdeñó simplemente porque soy un dug. Dijo: “No somos piratas, sino la élite de la Alianza para Restaurar la República” – recordó Nierval imitando a su oficial superior, lo que hizo que Barmich sonriera –. ¿Y eso qué tiene que ver con demostrar a nuestro enemigo nuestra determinación en vencer? Esos dibujos elevarán la moral, y harán temblar a esos imperiales cuando los vean.
            – Sabes que en eso te apoyé. El escuadrón se acaba de formar, venimos de unidades distintas, solo hemos podido entrenar unas pocas semanas. Es normal que Lisser quiera mantenerse fiel al manual mientras nos adaptamos los unos a los otros. Y no creo que sea xenófogo, también hay un gossam y una morseerian
            – Lo sé, lo sé. Neklon y Siriel. Por lo menos Siriel es una buena piloto – le interrumpió Nierval saltando con agilidad desde lo alto del motor al interior de la cabina. Había tenido que cambiar la mayoría de los controles, al igual que el asiento, pensado para especies más humanas que la suya. Allí cogió su traje de vuelo, que también había tenido que confeccionárselo especialmente para su especie y con su propio dinero y volvió a saltar a tierra, junto a Barmich –. Solo espero que el oficial imperial responsable de la defensa del sistema, tenga la misma imaginación que nuestro Lisser, porque si no, la mitad del escuadrón no regresará de esta misión.


Planeta imperial de Pas’jaso

            Antaño aquel lugar había sido uno de los planetas más industrializados del Núcleo Galáctico, muy cerca de la Región de las Colonias. Se decía que una vez su atmósfera había sido transparente y no la masa grisácea que se veía a través de la carlinga del carguero ligero. Estaba tan contaminado que no se podía salir al exterior sin máscara y hacía tiempo que toda su flora y fauna habían desaparecido. Y junto la contaminación, la decadencia había llegado al sistema desde hacía varios siglos, coincidiendo con la escasez de los minerales que se nutría su industria. El único motivo por el que no había sido abandonado y dejado a su suerte, era que se encontraba en medio de la ruta comercial Perlemiana que atravesaba la galaxia hasta Coruscant en el Núcleo Galáctico. Y como puerto galáctico de paso había recuperado cierta importancia durante la Guerra Clon, cuando se había establecido en el planeta una base de abastecimiento de la República que el Imperio había mantenido. Eso había hecho que algunas grandes empresas aun mantuvieran factorías en funcionamiento, aunque su capital no podía dejar de ser una megametrópolis en clara decadencia, donde se mezclaban gigantescos edificios industriales con zonas de viviendas de forma caótica y sin sentido, muchas de ellas abandonadas y semiruinosas.
            Allí es donde el carguero ligero VCX-350 llamado Luz Azul propiedad de Desona Ajel se posó sobre la pista NK-338 del espacio puerto situado en uno de los barrios comerciales de la ciudad. Faltaba una hora para que el sol apareciera por encima de la bruma contaminada que flotaba sobre la capital. Siempre llegaban antes del amanecer, aprovechando las últimas horas de tranquilidad de la noche, cuando el turno de guardia de la aduana quería terminar y marcharse a descansar.
            A bordo iba el equipo de tres infiltradores de la Alianza que el general Cracken había asignado para llevar a cabo la misión. A Ajel le hubiera gustado que no le acompañaran, pero sabía que este era un oficial competente, por lo que era sensato seguir sus consejos y no quiso contradecirle. Además se fiaba de su decisión y conocía al alférez Slonda, un clawdite tranquilo y el silencioso Falan, un weequay con su profundo odio al Imperio, con los que había trabajado en una misión en Tatooine. (3) No así la cabo Liana, una especialista en sabotajes industriales, pero parecía centrada y una profesional. Junto a estos les acompañaba un hombre bajo y regordete, casi calvo y cuya mirada llena de aprensión dejaba claro que no era un hombre de acción. Su nombre era Vanowen y era un técnico civil que tenía que comprar parte de una herramienta que la alianza necesitaba.
            Apagó los motores y se dirigió hacia la salida de su nave junto con Keegan. El oficial de la aduana apareció poco después. Su expresión de cansancio indicaba que se había excedido en su turno, así que no fue muy diligente, observó los documentos y tras comprobar que estaban en regla autorizó rápidamente el acceso de la tripulación al planeta.
            – ¿Cuánto tiempo tienen previsto permanecer aquí? – preguntó de manera rutinaria, detrás de la máscara respiratoria que le cubría boca y ojos, sin levantar la mirada del datapad.
            – Un par de días a lo sumo – contestó Keegan.
            – ¿Y su tripulación está compuesta por cuatro humanos, una twi’lek y un weequay? – prosiguió repasando el memorando de a bordo.
            – Así es. Y no tenemos nada que declarar – respondió Keegan.
            – Correcto. Pues bienvenidos a Pas’jaso, la Perla Azul de la Ruta Perlemariana – indicó sin ningún tipo de convicción repitiendo la frase publicitaria del planeta que hacía centurias que había quedado desfasada y les entregó el datapad. Se alejó deseando que pasara rápida su última hora de trabajo para poder irse a su casa a descansar después del turno doble que había tenido que hacer. Pero necesitaba los créditos de aquellas horas extras para la escuela superior de su hija que al permitiría dejar aquel infecto lugar.
            Keegan regresó a bordo del Luz Azul, y mientras esperaban a que empezara la nueva jornada en el planeta, Desona y Liana se desplazaron hasta los servicios y tiendas del espacio puerto y alquilaron dos deslizadores. Un terrestre Arrow-23 de Aratech. Con sus ocho metros de largo era uno de los modelos civiles más rápidos y podían llevar 5 pasajeros más piloto y copiloto, por lo que para la misión que tenían que cumplir era perfecto. Y otro mucho más elegante de Byblos RepulsorDrive, que aunque había visto tiempos mejores, sus líneas vintage aun mostraban la elegancia de un vehículo de lujo.
            Según la documentación aduanera el motivo de la visita al planeta era la adquisición de varias piezas para maquinaria pesada descatalogada, que en Pas’jaso aun podían encontrarse. Así que dejaron a Falan en el Luz Azul, mientras que Slonda, con apariencia humana para pasar desapercibido y Liana montaban en el deslizador de lujo y se alejaron del espacio puerto para cumplir su misión. Mientas que Desola, Keegan y Vanowen se subieron al Arrow-23 y se internaron en las calles de la capital.
            A pesar de ser la primera hora de la mañana, el sol apenas se notaba entre la bruma verde. Aun así la ciudad estaba concurrida con vehículos de todo tipo y gente yendo de un lugar a otro, muchos de ellos ataviados con grandes capuchas para protegerse de la lluvia ácida y todos ellos con máscaras que cubrían la cara que les permitía respirar aire no contaminado. En aquella zona cercana al espacio puerto los edificios estaban ocupados y activos, al contrario de lo que ocurría en la periferia, aun así la decadencia era visible en muchas fachadas, donde el efecto de la corrosión hacía mella en el revestimiento exterior.
            Hicieron dos paradas en sendas empresas de compra venta de maquinaria de segunda mano, donde estuvieron comprobando el material que había para terminar sin encontrar el equipo que necesitaban. El tercer local en el que entraron era la compañía SuiCom, cuyo cartel indicaba que se encontraba en liquidación. Al entrar en las desiertas oficinas, encontraron un hombre sentado en uno de los escritorios, leyendo un datapad que dejó sobre la mesa. Debía de tener unos sesenta años, con una barba encanecida de varios días, así como ampollas rojas que dejaban claro que la contaminación había marcado su rostro. Tenía el pelo largo algo enmarañado, mientras que su ropa estaba arrugada y ajada. Observó con detenimiento a los tres visitantes, mirando con cierto menosprecio a Desola, para quedarse mirando finalmente a Keegan.
            – ¿Qué desean? – dijo con desgana.
            – Venimos adquirir cierto equipo – replicó el adquisidor –. Nos envía Mace Windu.
            – No conozco a ningún Windu – replicó el hombre aumentando su recelo en la mirada –. Pero sí a Adi Gallia.
            – Entonces también conocerá a Oppo Rancisis – prosiguió Keegan.
            – Bienvenidos a Pas’jaso, la Perla Azul de la Ruta Perlemariana – replicó entonces este con una leve reverencia y sin disimular su burla en el tono de su voz, haciendo un ademán hacia una puerta al otro extremo de la estancia –. Pasen por aquí, lo que están buscando les está esperando.
            Se giró y se dirigió a la puerta, presionó varios botones del panel de control y esta se abrió hidráulicamente, dando paso a una gran nave industrial. Debía tener varios centenares de metros de largo y una veintena de alto. Las ventanas estaban cubiertas por la contaminación ambiental, dando al lugar una luz lúgubre y triste. Estaba en su mayor parte vacía, a excepción de una docena de contenedores metálicos situados cerca de la puerta. El hombre se detuvo junto a estos, donde se podía leer el nombre de la empresa SuiCom en una impresión gastada por el tiempo y el uso.
            – Aquí tienen – dijo abriendo uno de los contenedores –. Una cortadora de precisión embalada y lista para llevarse.
            Vanowen miró a los dos adquisidores interrogativo y cuando Keegan asintió se precipitó hacia los contenedores. Examinó el contenido de la que habría abierto aquel hombre y luego el resto. Las abría y con ojo de cirujano observaba la pieza que contenía, asintiendo para sí y pasando al siguiente. Al terminar se giró hacia sus acompañantes, tenía una expresión de satisfacción, como aquel que hubiera encontrado la solución a un crucigrama que se le había resistido durante horas.
            – Servirán – dijo al fin.
            – Claro que servirá – replicó suspicaz el hombre de SuiCom –. Nosotros fabricábamos carrocerías para los aerodeslizadores de Narglatch AirTech, los más lujosos del mercado antes de las Guerras Clon. Muchos senadores republicanos tenían esos vehículos.
            » Pero ya hace tiempo que nadie quiere ese tipo de precisión. Espero que ustedes logren darle un buen uso cortando las planchas para el fuselaje de los Ala-X.
            – ¿Cómo puede saber eso? – dijo desconcertado Vanowen.
            – No lo sabía hasta que se lo ha confirmado usted – replicó Desola.
            – Muy inteligente la twi’lek – contestó el hombre rascándose una de las ampollas de su cara –. Pero su secreto está bien guardado, no se han de preocupar. La cortadora láser es precisa en 1 micras y decían que podía cortar hasta el hierro mandaloriano. Pero siempre pensé que exageraban.
            – Enviad esta tarde las cajas a la pista NK-338 – indicó Keegan.
            – Allí estarán.
            – Si se las estaban guardando, ¿por qué hemos tenido que ir a otros dos sitios y perder casi cuatro horas? – preguntó entonces Vanowen.
            – Para no despertar sospechas – Desola –. Hemos de cubrir nuestra cuartada para que no descubran nuestros contactos en el planeta.
            – La twi’lek vuelve a mostrar su inteligencia – intervino el hombre con claro desdén.
            – ¿Tiene algún problema con mi raza? – le preguntó desafiante.
            – No con la suya. Solo con todos los alienígenas – respondió este sin amilanarse y esgrimiendo una sonrisa de soberbia –, desde que la Federación de Comercio asesinó a mis hijos en Aargonar. Aunque por lo menos les agradezco que no hayan traído consigo ningún maldito droide.
            – Basta de discusiones, ahora todos tenemos el mismo enemigo – intervino Keegan haciendo un sutil ademán de la mano.
            – Basta de discusiones. Ahora tenemos todos el mismo enemigo – asintió el hombre repitiendo lo que había dicho el adquisidor con una mirada distraída, como si acaba de acordarse de algo remoto –. El Imperio tenía que traernos paz y solo ha traído tiranía y muerte.
            » Construye esos cazas y ayudad a destruir a Palpatine para siempre – dijo dirigiéndose a Vanowen con un tono de odio que superaba las palabras de desprecio que había tenido cuando habló de los alienígenas.
            – Eso, eso aremos – replicó el ingeniero de Incom sorprendido por aquellas revelaciones del anciano.


            Cuando salieron de las oficinas de SuiCom era cerca del mediodía, así que regresaron al Luz Azul para almorzar. La primera parte de la operación ya estaba casi concluida, solo faltaba que les trajeran la docena de contenedores que habían examinado. Así que la tarde transcurrió realizando la documentación aduanera para el transporte de aquel material a una fábrica en una remota colonia sullustana. Allí se encontraban los talleres de una pequeña filial de la Corporación SoroSuub cuyos administradores eran afines a la Alianza en contra de la política afín al Imperio del consejo sullustano. La gestión se alargó varias horas mientras se completaba la pesada burocracia y se pagaban las tasas de exportación. Todo debía quedar debidamente registrado para eliminar cualquier indicio de evidencia que pudiera llevar a la inteligencia imperial tras los seguidores rebeldes en Pas’jaso.
            Antes del anochecer Slonda y Liana también volvieron al carguero con el resultado de su exploración alrededor de las instalaciones imperiales del planeta. Y mientras compartían la información que había recopilado, Keegan salió de la nave y cogiendo el deslizador aéreo que ellas habían utilizado y se internó de nuevo en la capital.
            Sin mucho tráfico en las vías aéreas, su elegante vehículo se dirigió hacia el barrio financiero y de la administración planetaria. Allí los rascacielos de acero y cristal aun mantenían cierto lustre, incluso la contaminación parecía ser menos severa que en el resto de la capital. Era donde se había refugiado la pequeña élite que gobernaba aquel mundo, alejados de las zonas yermas y de los edificios abandonados y ruinosos. Y en el centro de los edificios habían erigido una cúpula de cristal para crear un lugar para su ocio y diversión, con pequeños jardines de exuberantes plantas multicolores protegidas tras aquel plexiglás luminoso.
            Entró en el garaje de un gran edificio que era el centro comercial más lujoso del planeta y dejó el deslizador, dirigiéndose tranquilamente hacia la zona superior, que gracias a las imágenes holográficas proyectaban en la cúpula de vidrio un cielo limpio, salpicado de estrellas, donde incluso se podía ver su rocosa y brillante luna. No se diferenciaba a otros muchos lugares como aquel que existía en miles de mundos de la galaxia, con tiendas repletas de artículos de lujo y locales donde degustar lejanos manjares. No podía competir con las zonas recreativas más exclusivas de Coruscant o Canto Bight, aun así todos los que estaban bajo la cúpula llevaban sus mejores vestidos y galas. Y no era para menos, ya que aquella era la primera de las dos noches que festejaban el Día del Imperio, que conmemoraba la autoproclamación de Palpatine como Emperador galáctico, el fin de la República y el inicio de la Gran Purga de los jedis. Por eso todos los establecimientos mostraban la bandera imperial como muestra de lealtad y agradecimiento, Mientras que en las pantallas se mostraban la repetición constante del discurso, en la gran cámara de convocación, del que hasta ese momento era el Canciller Supremo proclamando, acompañada de una gran ovación, el fin de la libertad y el inicio de la tiranía. Por eso era el sitio y el lugar perfecto para entrevistarse con una de la persona que había conocido durante uno de sus viajes a Pas’jaso y que les ayudaría a localizar lo que la Alianza necesitaba.
            Keegan entregó al droide de recepción del restaurante su abrigo largo que le protegía de la lluvia ácida y se internó en el salón principal. Llevaba un chaleco negro con los clásicos dibujos dorados del sistema Iego, también conocido como de las Mil Lunas, con una camisa de color crema de seda de Malastare debajo. Era un conjunto elegante que no desentonaba en aquel local elitista. Nadie le prestó mucha atención mientras se acercaba a uno de los reservados, donde le esperaba un hombre de mediana edad, con el pelo cano que le daba un aspecto elegante y apuesto. Al levantase para estrecharle la mano a Keegan se estiró la túnica de su uniforme gris oliva, en cuyo pecho lucía los galones rojos y azules de mayor del ejército imperial.
            – Es un placer volverle a ver, superintendente Lweston – le saludó Keegan con tranquilidad y luego se sentó frente a su interlocutor.
            – ¿Cree que es prudente volver a citarnos aquí por segunda vez? – indicó este nervioso, aun así lo disimulaba bien.
            – Los lugares públicos son los mejores sitios para charlar sin que nadie sospeche nada – replicó al tiempo que llegaba un droide camarero para tomarles nota de lo que iban a beber –. Nadie sospechará nada de dos amigos cenando.
            – Espero que todo esté dispuesto – dijo después de que les trajeran dos brandis corellianos –. Solo de pensar en alargar esta situación, me revuelve el estómago.
            – Todo saldrá bien. Les sacaremos del planeta mañana – anunció Keegan esgrimiendo una amplia sonrisa –. La noche previa al Día del Imperio.
            – Perfecto – replicó Lweston visiblemente aliviado.
            – Pero antes, como ya le dije, necesito que me haga un favor.
            – Por supuesto, pero no me dijo que era exactamente – indicó el oficial volviendo a ponerse cauteloso.
            Keegan sacó del bolsillo de su chaleco una tarjeta de datos y lo colocó sobre la mesa. Lweston lo miró con recelo.
            – Es una lista de material que se encuentra en sus almacenes. Pero solo se puede sacar con la autorización del superintendente. De usted.
            – Eso, eso es imposible – replicó Lweston turbado –. Las instalaciones están protegidas por soldados de asalto… tropas de élite. Es muy arriesgado entrar, ya no le digo salir. Además si se enteraran de que yo he facilitado ese material a la rebelión…
            – Le garantizo que nadie se enterará de lo que ha hecho. Como le dije, la Alianza le protegerá después de su deserción.
            – No dudo de su palabra pero… es muy peligroso – insistió Lweston con sus ojos clavados en la tarjeta de datos. Finalmente subió la mirada hasta cruzarse con la del adquisidor. Sabía que este le había engañado, pero en el fondo de su corazón ya lo esperaba. Nadie hacía nada gratis –. De acuerdo, pero antes de ayudarles, quiero ver como mi familia sale de este planeta y se encuentra a salvo.
            – Así será. ¿Pedimos el primer plato?


Continuará…


Notas de producción:
(1) Para conocer el origen del escuadrón Violeta de cazas ARC-170, liderado por el comandante Stan Lean podéis leer el relato El Jedi Perdido: Adquisidores, publicado en este blog.

(2) Los personajes de Nierval y Barmich aparecen en el Crossover Star Trek – Star Wars. Y al igual que otros personajes he aprovechado los relatos del Jedi Perdido para explicar más sobre su paso por la Alianza Rebelde.

(3) La citada misión en Tatooine se puede leer en el primer rolado del Jedi Perdido: Adquisidores, publicado en este blog.



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